Rêveurs

1891 - 1892

Herr Friedrick Thiessen recibe la tarjeta con el correo, en el interior de un sencillo sobre que le llega mezclado con facturas y otra correspondencia relativa al negocio. Dentro del sobre no hay ninguna carta ni nota, tan sólo una tarjeta negra por un lado y blanca por el otro. En el anverso, en tinta plateada, figuran las palabras «LE CIRQUE DES RÊVES». En el reverso, blanco, escrito a mano con tinta negra, se lee lo siguiente:

Veintinueve de septiembre

a las afueras de Dresde, Sajonia

Herr Thiessen apenas puede contener su emoción. Se pone de acuerdo con sus clientes, termina en tiempo récord los relojes en los que estaba trabajando y alquila un piso en Dresde por un corto período de tiempo.

Llega a Dresde el 28 de septiembre y se pasa el día deambulando por las afueras de la ciudad, preguntándose dónde se instalará el circo. Nada indica su inminente llegada, a excepción de una leve electricidad en el aire que Herr Thiessen no está seguro de que alguien, salvo él mismo, pueda percibir. Se siente un privilegiado porque le hayan informado de la llegada del circo con antelación.

El 29 de septiembre se levanta muy avanzada ya la mañana, a sabiendas de que esa noche no se acostará precisamente temprano. Cuando sale de su piso, a primera hora de la tarde, para ir a comer algo, la noticia ya se ha adueñado de las calles: un extraño circo ha aparecido de la noche a la mañana, al oeste de la ciudad. «Un circo de dimensiones gigantescas compuesto por carpas de rayas», están diciendo los parroquianos justo cuando Herr Thiessen entra en un bar. Nunca se ha visto nada igual. Herr Thiessen guarda silencio y disfruta de la emoción y la curiosidad de quienes le rodean.

Poco antes del atardecer, Herr Thiessen se dirige al oeste y encuentra en seguida el circo, pues a sus puertas ya se ha congregado una numerosa multitud. Mientras espera entre ella, se pregunta cómo habrán conseguido montar el circo tan de prisa. Está completamente seguro de que el campo sobre el que ahora se asienta el circo, como si siempre hubiera estado allí, estaba vacío la tarde anterior, cuando salió a pasear por los alrededores de la ciudad. Es como si el circo se hubiese materializado. «Como si hubiera aparecido por arte de magia», oye comentar a alguien. No le queda más remedio que estar de acuerdo.

Cuando por fin se abren las puertas, Herr Friedrick Thiessen se siente como si regresara a su hogar tras una prolongada ausencia.

Acude al circo prácticamente todas las noches y, durante el día, se pasa las horas sentado en su piso de alquiler o en el bar con una copa de vino, escribiendo. Redacta páginas y más páginas de observaciones sobre el circo, en las que describe sus experiencias. En cierta manera lo hace para no olvidarlas, pero también para inmortalizar en papel una parte del circo, algo a lo que poder aferrarse.

De vez en cuando, charla sobre el circo con algunos de los clientes habituales del bar. Uno de ellos es el director de un periódico local, quien tras un poco de insistencia y unas cuantas copas de vino consigue convencer a Friedrick para que le muestre su diario. Después de uno o dos whiskies, le persuade para que le permita publicar algunos fragmentos en su periódico.

El circo se marcha de Dresde a finales de octubre, pero el director del periódico mantiene su palabra. El artículo goza de una buena acogida, por lo que pronto le sigue otro, y luego otro más.

Herr Thiessen sigue escribiendo y, a lo largo de los meses siguientes, algunos de los artículos se publican también en otros periódicos alemanes, y más tarde se traducen y publican en Suecia, Dinamarca y Francia. Uno de ellos se publica incluso en un rotativo londinense, con el título de «Noche en el circo».

Son precisamente esos artículos los que convierten a Herr Friedrick Thiessen en una especie de líder no oficial, en el mascarón de proa de los más apasionados seguidores del circo.

Algunos de esos seguidores se familiarizan con Le Cirque des Rêves gracias a los artículos de Herr Thiessen, mientras que otros se identifican de inmediato con el relojero al leer sus palabras. Experimentan una afinidad por ese hombre que vive el circo de la misma manera que ellos: como algo maravilloso e inimitable.

Algunos de esos seguidores contactan con él, lo cual da pie a una serie de encuentros y cenas que anuncian la constitución de una especie de club, una asociación de amantes del circo. El nombre de rêveurs[2] empieza como una broma, pero es tan apropiado que no tarda en cuajar.

A Herr Thiessen le encanta estar rodeado de almas gemelas procedentes de todos los rincones de Europa, e incluso de más allá, dispuestas a debatir eternamente sobre el circo. Transcribe las historias de otros rêveurs y las incluye en sus escritos. Fabrica para ellos relojes de recuerdo en los que reproduce los números o actuaciones que más les gustan. (Uno de esos relojes es una auténtica maravilla de minúsculos acróbatas colgados de sus cuerdas. Lo construye para una joven que pasa la mayoría de sus horas en el circo en el interior de esa gigantesca carpa, mirando hacia arriba.)

Herr Thiessen incluso da pie, aunque no intencionadamente, a una moda entre los rêveurs. Comenta durante una cena en Múnich —la mayoría de las cenas se celebran cerca de su casa, aunque también se organizan otras en Londres, París y muchas otras ciudades— que cuando va al circo le gusta llevar un abrigo negro, porque así armoniza mejor con el entorno y, en cierta manera, se siente parte de él. Pero además del abrigo suele ponerse también una bufanda de un tono rojo intenso y lo hace para distanciarse en cierta manera, para dejar claro que en el fondo es un espectador, un observador.

La noticia no tarda en difundirse en tan selectos círculos y da pie a una tradición: los rêveurs acuden a Le Cirque des Rêves vestidos de negro, blanco o gris, pero con un único toque de rojo, normalmente una bufanda o un sombrero, o, si el tiempo lo permite, una rosa roja en la solapa o tras la oreja. Resulta una tradición muy útil a la hora de reconocer a otros rêveurs, una especie de señal para quienes saben lo que buscan.

Entre los admiradores, los hay que disponen de medios suficientes para seguir al circo de una ciudad a otra, y también los hay que suplen la falta de medios con la imaginación. No existe itinerario alguno que sea del dominio público. El circo se traslada de un sitio a otro cada pocas semanas, aunque de vez en cuando descansa durante un período largo. Nadie sabe a ciencia cierta dónde reaparecerá hasta que las carpas ya están montadas en las afueras de alguna ciudad, o en el campo, o en algún otro lugar entre la ciudad y el campo.

Pero hay unas pocas personas, los rêveurs privilegiados que conocen bien el circo y sus costumbres, que han contactado discretamente con las personas adecuadas. A ese puñado de privilegiados se les notifica el destino inminente del circo y ellos, a su vez, lo transmiten a otros rêveurs de otros países y de otras ciudades.

El método más habitual es muy discreto y funciona tanto en persona como por correo.

Envían tarjetas. Tarjetas pequeñas y de forma rectangular, parecidas a postales, que pueden variar un poco pero que siempre son negras por un lado y blancas por el otro. Algunos utilizan postales de verdad, otros las hacen ellos mismos. En ellas dice lo siguiente:

Llega el circo

Y a continuación citan un emplazamiento. A veces, pero no siempre, incluyen una fecha. El circo funciona más por aproximación que por detalles concretos, pero la notificación y el emplazamiento suelen bastar.

La mayoría de los rêveurs tienen un lugar de residencia y prefieren no viajar excesivamente lejos. Aquellos que tienen en Canadá su residencia habitual, por ejemplo, se muestran reacios a viajar hasta Rusia, pero no dudan a la hora de desplazarse a ciudades como Boston o Chicago, mientras que los que viven en Marruecos suelen viajar a muchos destinos europeos, pero no hasta China o Japón.

Otros, sin embargo, siguen el circo vaya adonde vaya, gracias al dinero, a la suerte o a los generosos favores de otros rêveurs. Pero todos, cada cual a su manera, son rêveurs, incluso aquellos que sólo disponen de los medios para visitar el circo cuando éste va hasta ellos y no al revés. Sonríen al reconocerse. Se reúnen en bares para tomar una copa y charlar mientras aguardan con impaciencia que se oculte el sol.

Y son esos aficionados, esos rêveurs, los que se fijan en los detalles de ese enorme cuadro que es el circo. Reparan en los matices de los trajes, o en lo intrincado de los letreros. Compran flores de azúcar, pero no se las comen, sino que las envuelven en papel y se las llevan a su casa. Son entusiastas, auténticos devotos. Hay algo en el circo que les estimula el alma y, cuando el circo se marcha, ellos anhelan que vuelva.

Esos rêveurs, esas personas de mente tan afín, se buscan unos a otros. Se cuentan cómo descubrieron el circo, hablan de lo mágico que les pareció al entrar… De cómo se sintieron al cruzar bajo una cortina de estrellas y encontrarse, de repente, en un cuento de hadas. Pontifican acerca de las esponjosas palomitas o del dulce chocolate. Se pasan horas debatiendo sobre la calidad de la iluminación o el calor que desprende la hoguera. Se sientan a tomar una copa juntos y sonríen con aire infantil al saberse rodeados de almas gemelas, aunque sólo sea por una noche. Y, cuando se despiden, se estrechan la mano y se abrazan como viejos amigos, aunque acaben de conocerse. Luego, al irse cada cual por su lado, se sienten algo menos solos que antes.

El circo sabe de su existencia y los aprecia. Alguna que otra vez, cuando alguien se acerca a la taquilla vestido con un abrigo negro y una bufanda roja, le dejan pasar sin pagar entrada, o le invitan a una taza de sidra o a una bolsa de palomitas. Si los artistas perciben su presencia entre el público, sacan a relucir sus mejores trucos. Algunos de los rêveurs recorren el circo continuamente, visitan todas y cada una de las carpas y no faltan a ninguna actuación. Otros, en cambio, tienen sus lugares preferidos y raramente los abandonan: hay, por ejemplo, quien prefiere pasarse toda la noche en la carpa de los Animales Salvajes, o en la Sala de los Espejos. Son precisamente ellos quienes más tarde se marchan del circo: lo hacen de madrugada, cuando la mayoría de los visitantes ya se han ido a dormir.

A veces, justo antes del amanecer, en Le Cirque des Rêves no se aprecia más color que el rojo vivo de sus adornos.

Herr Thiessen recibe decenas de cartas de otros rêveurs y responde a todas ellas. Aunque algunos de los remitentes se conforman con una única respuesta, en otras ocasiones la cosa se convierte en un largo intercambio de cartas, como si fuera una interminable conversación.

Hoy, Herr Thiessen está respondiendo a una misiva que le parece especialmente interesante. La autora escribe acerca del circo con un sorprendente lujo de detalles. Y la carta es, además, mucho más personal que las otras, pues ahonda en ideas que él mismo ha expresado en sus escritos. Por otro lado, las observaciones sobre su reloj Wunschtraum son tan detalladas que sólo pueden provenir de alguien que se ha pasado horas y horas observándolo. La lee tres veces antes de sentarse a su mesa para redactar la respuesta.

El matasellos es de Nueva York, pero la firma no pertenece a ninguno de los rêveurs que Herr Thiessen ha conocido en esa o en cualquier otra ciudad.

«Apreciada señorita Bowen», escribe Herr Thiessen.

Espera recibir otra carta a vuelta de correo.