—La compañera Serilla está en el cuarto de las visitas.
Ronica entró en la habitación y miró a su alrededor con cierta curiosidad.
—¿Estás segura? —Keffria se dio cuenta de la estupidez de su pregunta en cuanto la hubo formulado. Se bajó de la cómoda sobre la que había estado sentada, y miró críticamente por encima de su hombro—. Oh, querida —murmuró para sí misma.
Después de haber sido lavadas, secadas, y planchadas, las antiguas sábanas de la habitación de Selden seguían pareciendo las antiguas sábanas de la habitación de Selden. Hiciera lo que hiciera en esta habitación, seguiría siendo la habitación que había compartido con Kyle. Aunque Jani Khuprus le había enviado muebles, la atmósfera de la habitación seguía estando llena de fantasmas. Se preguntó si no debería moverse a la habitación de Malta y guardar esta habitación para cuando Malta y Reyn les hicieran una visita.
Pero eso también podía resultar cruel. ¿Esta habitación no le recordaría a Malta a su padre tanto como le recordaba a Keffria a su marido? Sacudió la cabeza ante la crueldad del hecho. Pobre Kyle, muerto en la cubierta del Paragon durante la batalla contra los jamaillios. ¿Para qué? Apenas un día después, aquellos que lo habían matado se habían convertido en sus aliados. Althea había llegado con estas noticias y, cuando se habían quedado a solas, las había compartido con ella con una inesperada sensibilidad.
Había sido incapaz de llorar. Habían pasado horas antes de que compartiera aquellas noticias. Su madre no había dicho nada, pero había agachado la cabeza en señal de condolencia. Seguía costándole imaginar que, al final, su vida se hubiera visto truncada de esta manera.
—A la compañera Serilla no le gusta demasiado esperar —le recordó Ronica.
Keffria se sobresaltó, como si su madre acabara de despertarla. Ya no tenía mucho tiempo para sí misma. Por eso, cuando se le iba la cabeza hacia sus asuntos personales, era difícil sacarla de allí.
—¿Qué ha podido traerla hasta aquí? ¿Y a estas horas tan tempranas?
—Dijo que tenía un mensaje para ti.
Ahora, pudo ver la ansiedad en los ojos de su madre. Reyn, Malta y Wintrow, estaban en Jamaillia. Esto podía ser tanto bueno como malo. Se le encogió el estómago.
—Supongo que la única manera que tengo de oírlo es hablando con ella.
Salió corriendo salió corriendo por el pasillo hacia el salón de las visitas. Su madre la siguió, más despacio. El tiempo, a pesar de su lento discurrir, había terminado por traer la primavera al Mitonar. En los últimos días, el cambio de estación se había hecho notar. Las intensas lluvias del invierno habían dado paso a una lluvia fina, mucho menos molesta. Una brisa ligera había reemplazado los azotes del viento invernal. Ayer, había visto incluso una cometa volando a la deriva, roja sobre el fondo azul del cielo despejado. Los puestos del mercado habían vuelto a abrirse. La gente se reía y hablaba mientras hacía negocios.
Aunque la primavera no podía resolver todos los problemas del Mitonar, la mejora del tiempo había acelerado la salida de muchos nuevos comerciantes descontentos. Gracias al aumento de las patrullas contra las naves chalazas en las islas Piratas y a la ausencia de serpientes, el tráfico marítimo se normalizaría pronto. Los nuevos muelles y embarcaderos estaban casi terminados. Las naves de los Seis Ducados, ansiosas por acceder a este nuevo mercado, estaban afrontando todos los peligros de la proximidad con la costa chalaza para poder llevar mercancías al Mitonar. A medida que el comercio iba reviviendo, la ciudad también lo hacía.
Cuando pasó por delante del patio interior, le echó una ojeada. Las semillas y bulbos nuevos estaban empezando a germinar. Las plantas trepadoras que había cortado creyendo que estaban muertas volvieron a salir. Los pequeños brotes aparecidos sobre los troncos de las orquídeas le enseñaron que lo que parece estar muerto no lo está siempre en realidad. La vida resurgía por todas partes.
La primavera había venido acompañada de un agradable cambio en la dieta alimenticia. Volvía a haber lechugas en los huertos, y cebollas para darles sabor a las sopas y acompañar al pescado. Las pocas gallinas que habían sobrevivido a los saqueos y a las tormentas ahora comían insectos y plantas, y volvían a poner huevos. El año estaba cambiando, y con él la suerte de la familia Vestrit. A lo mejor.
A pesar de lo que había dicho Ronica, la compañera Serilla estaba pacientemente sentada en la sala de visitas. Tenía la mirada fija en el vacío, y su espalda descansaba sobre la pared de la ventana. Había elegido una ropa muy seria, y más calurosa de lo que sugería el día, como si la primavera del Mitonar fuera su otoño personal. Cuando oyó el ruido de los pasos de Keffria, giró la cabeza despacio. Cuando Keffria entró en la habitación, se puso de pie.
—Mercader Vestrit —le dijo, en tono sumiso, a modo de bienvenida. Luego, sin esperar a que Keffria le devolviera el saludo, le tendió el rollito de pergamino que traía—. Traigo noticias. La paloma mensajera llegó esta mañana.
—Buenos días, compañera Serilla. Te doy las gracias por compartir tu servicio de mensajería con este hogar. Pero, el hecho de que vengas tú misma a entregarnos un mensaje sienta un honorable precedente en la historia de nuestra relación.
Serilla esbozó una sonrisa, pero no añadió nada más. Keffria le cogió el papel de la mano y atravesó la habitación para llegar a la ventana por la que entraba más luz. Las palomas no podían llevar mucha carga. Por eso, los mensajes solían ser breves e incluir las palabras justas y necesarias. Los escribas jamaillios tenían un don para la escritura diminuta. Grag Tenira había añadido de su puño y letra una anotación especialmente difícil de leer, a la atención de Keffria como escriba del Consejo del Mitonar. Cogió la nota y, mientras intentaba descifrarla, le pasó el rollo de pergamino a su madre.
«La Ofelia ha llegado sana y salva. Las cartas han sido entregadas. Todos están bien. La Vivacia zarpará pronto.» Keffria miró a su madre con una sonrisa.
—Solo nos informa de los asuntos que son relevantes para nosotras. Qué amable por su parte.
—El boletín oficial también os concierne —las informó Serilla—. Leedlo por favor.
La diminuta letra del escribiente era un verdadero desafío para sus ojos. Leyó el mensaje una vez, y luego otra. Cuando levantó la vista, su mirada atónita fue de se madre a Serilla. Finalmente, tomó la palabra.
—La compañera Serilla ha sido destituida de sus funciones en la satrapía. No existe necesidad de mantener su puesto ahora que el Mitonar ha sido reconocido como una ciudad estado independiente. El sátrapa también le retira toda autoridad atribuida por sí misma. Las palabras que utiliza son... bastante duras.
Ronica y Keffria intercambiaron miradas incómodas. La compañera estaba muy erguida, y sonreía forzadamente. Ronica se aventuró a decir:
—No veo en qué el boletín oficial concierne a la familia Vestrit.
Keffria cogió aire.
—Aparentemente, Malta ha negociado con el sátrapa. La familia Vestrit representará los intereses de la satrapía en Jamaillia. La retribución anual por los servicios prestados es cuantiosa. Diez sátrapas al mes. —Era una suma real. Un hogar humilde podía mantenerse correctamente con ella.
Cuando se calló, se hizo el silencio. Luego, Keffria sacudió la cabeza.
—No puedo aceptar esta oferta, por muy generosa que sea. He sido propuesta para el cargo de noble del Consejo del Mitonar. A la familia Vestrit ya le resulta lo suficientemente difícil hacer negocios honestos y mantener la imparcialidad en todos los asuntos que conciernen al Mitonar. ¿Madre?
—Tengo las manos ocupadas en la administración de nuestras pequeñas propiedades. Ya no soy joven, Keffria, y estos últimos años han sido algo duros para mí. La suma de dinero es muy atractiva. Pero ¿qué sentido tienen que entregue mi vida para salvaguardar los intereses de otros si el dinero que gane lo tendré que emplear en compensar las negligencias cometidas con nuestras propias propiedades?
—Selden es muy joven, y está demasiado centrado en sus propios intereses. Malta será una mujer casada en cuanto vuelva. Además, la dragona ya ha reclamado sus servicios. Wintrow ha encontrado su lugar en el mundo. —En un momento, Keffria había eliminado a sus hijos del abanico de posibilidades. Miró a su madre interrogativamente—. ¿Althea?
—Oh, por favor —suspiró Ronica—. Si no puede hacerlo desde las cubiertas del Paragon, olvídate. Si ni siquiera ha encontrado aún tiempo para casarse.
—El problema viene de la familia de Trell —Keffria defendió a su hermana—. Brashen insistió en que quería pedir su mano en la Explanada de los Mercaderes, pero los nobles le disputaron ese derecho. Dijeron que lo perdió cuando fue desheredado, que ya no es un mercader. —Keffria sacudió la cabeza ante aquel ejemplo de tozudez—. Es su padre. Creo que, de aquí a un tiempo, su madre lo acercará de nuevo al círculo familiar. El joven Cerwin también estará deseando volver a tener a su hermano. Los rumores dicen que se está viendo con una chica tatuada, para disgusto de sus padres. Posiblemente estaría encantado de tener un aliado que lo ayudara a romper la férrea determinación de su padre. La última vez que estuvieron aquí, Brashen y Althea pasaron muy poco tiempo en el puerto. Pero puede que, cuando vuelvan, él consiga hacer que su padre cambie de opinión. Si su orgullo se lo permite, claro.
—Suficiente —intervino Ronica.
No seguirían discutiendo de estos asuntos delante de la compañera.
—Estoy segura de que encontraréis una solución —intervino la compañera Serilla—, Ahora tengo que marcharme. Tengo mucho que...
—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó Keffria en voz baja.
Serilla no contestó inmediatamente. Lo primero que hizo fue encogerse de hombros.
—De todos modos, este boletín se hará público dentro de nada. Todos sabrán que Keffria fue demasiado buena como para hablar en voz alta. El Cosgo me ha exiliado aquí. —Cogió aire—. Sostiene que no respeté mi juramento de compañera, y que pude estar metida en la conspiración. —Apretó los dientes. Luego añadió, no sin esfuerzo—: Conozco a Cosgo. Alguien debe de haberle hablado mal de mí, y me ha tocado el castigo ejemplar. Siempre tiene que haber uno, y todos los demás conspiradores ya han negociado su perdón.
—¡Pero si tú nunca formaste parte de aquello! —exclamó Keffria, horrorizada.
—En política, la apariencia cuenta mucho más que la verdad. La autoridad del sátrapa fue contestada y su vida amenazada. Hay pruebas suficientes de que utilicé la autoridad del sátrapa para mis propios fines. —Una extraña sonrisa pasó por su cara—. En realidad, yo lo desafié. Y no conseguirá que me arrepienta de ello, por muy duro que le resulte de tragar. Así que esta es su venganza.
—¿Y qué harás ahora? —le preguntó Ronica
—No tengo mucha elección. Me ha dejado sin dinero ni autoridad. Si me quedo en el Mitonar, seré como una exiliada pobre.
Una chispa de la antigua Serilla brilló entre sus lamentaciones.
Ronica torció la boca para sonreír.
—Todas las familias del Mitonar empezaron exactamente así —apuntó—. Tienes una educación. El Mitonar está floreciendo de nuevo. Si no consigues rehacerte ahora es que mereces ser pobre.
—La sobrina de Restart me va a echar de su casa —les reveló abruptamente Serilla.
—Tendrías que haberte ido de allí desde hace tiempo —le contestó Ronica, con amargura—, nunca tuviste derecho a instalarte allí. —Aunque le costó un esfuerzo, intentó dejar atrás esa vieja rencilla. De todos modos, ya no importaba—. ¿Has encontrado casa?
—He venido aquí. —Serilla miró primero a la una y después a la otra—. Podría ayudaros de muchas maneras.
Ronica abrió mucho los ojos, y luego frunció el ceño, poniendo cara de sospecha.
—¿A qué te refieres? —le preguntó.
La coraza de Serilla cayó ante sus pies, y Keffria supo que estaba viendo a la verdadera mujer por primera vez. Una luz brillaba en el fondo de sus ojos.
—Os ofrezco conocimiento y experiencia. Vine aquí pensando escuchar exactamente lo que habéis dicho. Que no sabríais como representar honestamente los intereses de Jamaillia en el Mitonar. —Su mirada fue de Keffria a Ronica—. Yo puedo hacerlo —les aseguró, con tranquilidad—. Y puedo hacerlo honestamente. Sin dejar de conseguir beneficios.
Keffria se cruzó de brazos. ¿Acababa de ser manipulada?
—Te escucho —le dijo, sin alterarse.
—Delega —le propuso Serilla—. Nómbrame administradora en funciones. He estudiado las relaciones entre el Mitonar y Jamaillia durante años. Estoy muy cualificada para representar los intereses de Jamaillia en el Mitonar. —Sus ojos viajaron de nuevo de Keffria a Ronica y de Ronica a Keffria. ¿Estaría decidiendo cual de las dos era la que tenía el verdadero poder?—. Y, con el dinero que se os ofrece, os podéis permitir contratarme.
—Hay algo que me hace dudar de que un arreglo así le gustara al sátrapa.
—Y, como mercaderes del Mitonar, ¿esa ha sido vuestra primera preocupación? ¿Agradar al sátrapa? —les preguntó ácidamente Serilla.
—Durante este periodo de cambio, sería importante mantener relaciones cordiales con la satrapía —le contestó Keffria, pensativa.
Su mente empezó a funcionar aceleradamente. Si rechazaba esta oportunidad, ¿a quién colocaría el sátrapa en su lugar? ¿Sería esta su oportunidad de mantener el control de la situación? Al menos, con Serilla, estarían tratando con una persona conocida. Y respetada, por mucho que le hubiese costado ganarse esa condición. No podía negar la experiencia de la mujer. Se conocía la historia del Mitonar mucho mejor que la mayoría de sus habitantes.
—¿Es obligatorio que lo sepa? —preguntó Serilla. Una chispa de desesperación se había colado en su voz. Luego, de repente, volvió a hacerse fuerte—. No —anunció, antes de que Keffria o Ronica hubieran podido tomar la palabra—. Esa ha sido una pregunta cobarde. No me esconderé de él. Me ha destituido de mi puesto de compañera y abandonado como a todas las demás mujeres que sirvieron lealmente a su padre como compañeras. No existe ninguna distinción de la que tenga que avergonzarme. Sus actos hablan de cómo es él, y no de cómo soy yo. —Inspiró profundamente y esperó.
Cuando Keffria miró a su madre, esta inclinó la cabeza en su dirección.
—No es decisión mía —afirmó.
—La promesa de diez sátrapas al mes no son diez sátrapas en mano —musitó Keffria—. Me temo que, en esto, confío tan poco en el sátrapa como de costumbre. Aun así, con o sin retribución monetaria, me parece que el Consejo del Mitonar podría seguir beneficiándose de los consejos de Serilla en lo que a las relaciones con Jamaillia se refiere. Si el sátrapa no hace honor a su oferta porque no le gusta mi consejera, esto querrá decir que no acepta del todo el derecho del Mitonar a regular sus propios asuntos. Y así se lo haré saber. Luego, le diría al Consejo del Mitonar que contratase a Serilla. Para que nos aconseje en el tema específico de las relaciones con Jamaillia. —Clavó la vista en la antigua compañera—. La habitación de Selden está vacía. Serás bienvenida en ella. Pero, antes que nada, tengo que avisarte de dos condiciones muy importantes que deberás respetar si quieres vivir aquí.
—¿Cuáles son? —se apresuró a preguntar Serilla.
Keffria se rió.
—Una alta tolerancia al pescado, y cierta indiferencia hacia la calidad del mobiliario.