Las ramillas húmedas no prendían. Reyn, sin embargo, no dejaba de intentarlo, aunque también estuviera soplando un fuerte viento. Malta decidió quitarse el abrigo y echarlo sobre la madera. Después, tiró la lámpara de aceite encima del montón. Unos segundos después, las llamas ya estaban consumiendo las mangas de su abrigo. Aunque en un primer momento temió que las llamas fueran a extinguirse rápidamente, enseguida oyó el crujido de bienvenida de la madera que arde. Para entonces, Malta ya se había acercado al fuego para calentarse. Cuando su hermano le dedicó una mirada un tanto torcida, Malta levantó la barbilla y le devolvió una mirada desafiante. Apretó su cuerpo mojado y tembloroso contra el de Reyn. La abrazó, en la intimidad de la que gozaban en la oscuridad, mientras olía la fragancia de sus cabellos. Luego, se atrevió a besarle la frente. Las finas escamas de su cresta le rasparon la mejilla, y Malta se estremeció involuntariamente. De repente, Reyn sintió como el cuerpo de Malta iba ganando temperatura. Levantó la vista para mirarlo, con una expresión de sorpresa que intensificaba el brillo de sus ojos de habitante de los Territorios Pluviales.
—Reyn —jadeó, entre la delectación y la indignación—. No deberías hacer esto —lo reprendió.
—¿Estás segura? —le dijo él al oído.
—-No cuando esté mirando mi hermano —admitió, casi sin aliento.
Las llamas habían adquirido una buena altura. Reyn levantó ansiosamente los ojos en dirección al cielo. Llevaba un tiempo sin oír a Tintaglia pasar por encima de ellos, pero sentía la ansiedad de la dragona, y esta lo estaba infectando también a él. Seguía estando ahí arriba, en algún lugar cercano. Echó una ojeada en dirección a las personas que los habían acompañado hasta la playa. La isla Apestosa hacía honor a su nombre. Todos estaban de estiércol hasta las rodillas y Rojo, para su vergüenza, se había resbalado en aquella especie de fango y lo más probable era que, en el momento presente, se estuviera arrepintiendo de haber deseado ver a una dragona de cerca.
Encendieron un segundo fuego a partir del primero. De repente, las naos gritaron desde las aguas y la dragona emitió un sonido de vuelta. Reyn entendió el aviso:
—¡No os metáis en su camino!
Tintaglia descendió de los cielos batiendo pesadamente las alas. Luchaba tanto contra la lluvia como contra el viento que no amainaba. Reyn esperaba verla aterrizar elegantemente. Sin embargo, tal y como Sorcor había predicho, aquel fango era poco consistente. La dragona resbaló y su cola y sus alas se hundieron completamente en él. Consiguió detenerse justo delante de la hoguera. La dragona sintió aquello como un ataque a su dignidad, y sus ojos se encendieron de rabia. Se sacudió las alas, proyectando así el barro que las recubría sobre los humanos.
—¿Quién fue el idiota que eligió esta playa? —preguntó, furiosa. Al volver a soltar aire preguntó—: ¿No habéis preparado comida?
Se quejó durante todo el tramo que la separaba de las dos fuentes repletas de cerdo sazonado.
—Vaya animal más seco y correoso. Además, es demasiado pequeño como para poder comerlo correctamente —proclamó al final, mientras se rebozaba sobre unos arbustos cercanos.
—Es inmensa —exclamó Sorcor maravillado.
En ese momento, Reyn se dio cuenta de que se había acostumbrado a su majestuosidad. Aunque Malta poseía los recuerdos de la caja de sueños, para todos los demás, esta era la primera vez que veían a una dragona que no estuviera volando.
—Es muy bella, tanto en forma como en movimiento —murmuró Ámbar—. Ahora entiendo lo que quería decir el Paragon. Solo un dragón nacido puede ser un dragón verdadero. El resto no son más que torpes imitaciones.
Jek le dedicó a Ámbar una mirada cargada de desdén.
—Yo no les veía ningún inconveniente a los dragones de los Seis Ducados. Si hubieras tenido que vivir con el miedo a ser forjado, tú también te habrías conformado con ellos. No obstante... —admitió, a regañadientes—, es alucinante.
Reyn decidió salir de su incomprensible conversación.
—Me pregunto cómo habría sido la Vivacia —dijo Althea en voz baja.
Mientras miraba la silueta oscura de la dragona, las llamas danzaban en el fondo de sus ojos.
—O los dragones del Paragon —añadió Brashen, honorablemente.
Reyn sintió un atisbo de culpa en sus palabras. Su familia había transformado dragones en naos. ¿Tendrían que responder por eso algún día? Apartó el pensamiento de su cabeza.
Cuando Tintaglia se retiró de los arbustos, se había limpiado la mayor parte del barro que había recubierto sus alas y su vientre. Fulminó a Reyn con sus ojos de plata giratorios.
—Dije «arena» —lo reprendió. Giró su enorme cabeza para mirar a la multitud reunida—. Bien —les dijo. Poco a poco, su tono quejumbroso fue transformándose en un tono de demanda—. Tendréis que construir otra hoguera, lejos de las olas, allí donde el barro se convierte en roca. Aunque las rocas no son lo más cómodo que existe para dormir, sí son mejores que el barro, y yo, esta noche, tengo que descansar.
Luego, cuando sus ojos se posaron sobre Malta, empezaron a girar más rápido, y a brillar como la luna llena.
—Acércate a la luz, hermanita. Déjame verte.
Reyn tuvo miedo de que Malta pudiera ofender a la dragona si vacilaba, pero la muchacha no dudó ni un segundo y se colocó valientemente delante de ella. Tintaglia le dio un repaso desde la cabeza hasta los pies. Luego anunció, en un tono de voz cálido:
—Veo que has recibido una buena recompensa por participar en mi liberación, joven reina. Una cresta de color escarlata. Te dará mucha satisfacción. —Al advertir la mirada desconcertada de Malta, la dragona se rió suavemente—. ¿Qué, aún no lo has descubierto? Lo harás. Tienes toda una vida por delante de ti para descubrirlo.
Desvió su mirada hacia Reyn.
—Elegiste bien. Está hecha para ser una reina anciana, y una portavoz de los dragones. Selden también estará encantado cuando vea sus cambios. Ha estado un poco preocupado, ¿sabes? Tenía miedo de que su hermana no lo reconociera.
Reyn puso cara de compromiso. Todavía no les había comentado a los Vestrit lo de los cambios de Selden. Tintaglia distrajo su intercambio de miradas de asombro.
—Me pasaré la noche durmiendo, y exigiré más comida antes de levantar el vuelo. La maraña está descansando al norte de aquí. Está a salvo, al menos por esta noche. —Pestañeó y los miró con frialdad—. Me he encargado de aquellos que se atrevieron a amenazarlas. Pero mis serpientes están cansadas. Aunque hubieran estado en perfectas condiciones físicas, no habrían podido aguantar el ritmo de una dragona alada. En otros tiempos, algunos de los de nuestra especie las habrían protegido a lo largo del camino, guiadas por Las Que Recordaran de entre las serpientes. Ahora, en cambio, solo cuentan conmigo y con una guía.
Levantó la cabeza. Aunque había determinación en su gesto, Reyn sintió que, detrás de esa apariencia, también había desesperación. A pesar de la arrogancia de la dragona, el corazón de Reyn estaba con ella.
—He hablado con las naos redivivas. El Paragon acompañará a mis serpientes al norte. Su tripulación me ayudará a protegerlas, y echará el ancla junto a ellas cada noche, cuando yo tenga que retirarme a la orilla para comer y descansar.
Wintrow tomó la palabra valientemente.
—Las dos naos redivivas irán al norte. Ya hemos hablado con...
—¡Eso no me interesa lo más mínimo! —lo interrumpió la dragona con rudeza—. ¿O es que sigues pensando en las naos como posesiones humanas? La Vivacia irá al sur, a vuestra gran ciudad. Mis Ancianos irán con ella para representarme, preparar los cargamentos de grano y demás comida para los trabajadores, contratar ingenieros, informar a las gentes de esa ciudad de los requerimientos futuros de los dragones, arreglar...
—¿Requerimientos? —Wintrow, indignado, la cortó en seco.
La dragona, exasperada, se giró hacia Reyn.
—¿Será posible que aún no les hayas contada nada? Has tenido todo el día para hacerlo!
—¿Ya te has olvidado de que me dejaste caer en medio de una batalla? —le preguntó Reyn, irritado—. Nos hemos pasado la mayor parte del día intentando sobrevivir a ella.
—Recuerdo bastante bien que mis serpientes se han visto en una situación de peligro por culpa de los puros intereses humanos. Los humanos siempre se están peleando y matándose los unos a los otros. —Los fulminó a todos con la mirada—. No lo toleraré durante más tiempo. Dejaréis vuestros asuntos a un lado hasta que mis fines hayan sido satisfechos, u os arriesgaréis a provocar mi cólera. —Alzó su cabeza lo más alto que pudo y medio desplegó las alas—. Mis ancianos también regularán esto. ¡Ninguna nave tendrá permitido acercarse a una serpiente! No será permitido ningún negocio que interfiera con los aprovisionamientos a los Territorios Pluviales. No...
Wintrow estaba furioso.
—¿Qué tipo de criatura eres para creer que puedes ordenarnos cómo debemos vivir? ¿Acaso nuestros sueños, nuestros planes, y nuestras ambiciones no cuentan para nada en el gran escenario de las cosas?
La dragona marcó una pausa y giró la cabeza, como si estuviera considerando su pregunta muy seriamente. Luego, inclinó su enorme cabeza muy cerca de él, tan cerca que sus ropas se estremecieron con cada exhalación de la dragona.
—Soy una dragona, humano. En el gran escenario de las cosas, tus sueños, planes y ambiciones no cuentan prácticamente para nada. Sencillamente, no vivís suficiente tiempo como para tener importancia. —Se detuvo. Cuando volvió a tomar la palabra, Reyn notó que estaba intentando suavizar su voz—. A menos, claro, que asistáis a los dragones. Una vez que hayáis completado esa tarea, mi especie recordará vuestros servicios durante generaciones. ¿Podríais acaso desear un reconocimiento mayor?
—A lo mejor solo esperamos poder vivir nuestras vidas insignificantes como queramos —replicó Wintrow.
Aunque acababa de desafiar a la dragona, no se alejó de ella. Reyn reconoció en Malta el mismo gesto orgulloso que exhibía Wintrow. El pecho de la dragona había empezado a henchirse.
Malta se precipitó a interponerse entre su hermano y la dragona. Miró alternativamente a uno y a otro sin sentir ningún temor.
—Todos estamos cansados, muy cansados, como para negociar bien esta noche.
—¡Negocios! —exclamó la dragona, desdeñosamente—. ¡Oh, otra vez no! Los humanos y sus negocios.
—¿Es mucho más sencillo matar a todas las criaturas que se opongan a ti, verdad? —sugirió Wintrow, irónicamente.
Malta apretó el brazo de su hermano para que se contuviera.
—Todos necesitamos descansar—sugirió con firmeza—. Incluso tú, Tintaglia. Mañana por la mañana, cuando estemos descansados, cada uno de nosotros podrá explicar cuáles son sus necesidades. Es la única manera de resolver esto.
***
La dragona, pensó Althea, sería la única que conciliaria el sueño. En efecto, los humanos se reunieron una vez más y, dado que el capitán Rojo había declarado tener café y una sala de juntas más grande, esta vez lo hicieron a bordo de la Multicolora. Estaba empezando a sentir cierta admiración por la habilidad de Malta para hacer negocios. Aunque su sobrina había heredado algunas de las habilidades de Ronica, la mayoría de sus cualidades provenían de su encanto natural. Su primer logro fue el de conseguir que los nobles jamaillios se sentaran con ellos alrededor de la mesa. Althea había oído unas cuantas palabras de su discusión con el ofendido sátrapa: «consigue que piensen que si apuestan por ti lo estarán haciendo en beneficio de sus propios intereses. Si los machacas demasiado, seguirán siendo una amenaza constante que aprovechará cada paso que des para morderte los tobillos. Sí haces lo que te digo, te asegurarás de que el tratado obtenga su legitimidad», le había insistido encarecidamente.
Milagrosamente, el sátrapa accedió a sus demandas. Su segundo golpe maestro consistió en dar de cenar a todo el mundo antes de la reunión. Cuando se reunieron finalmente alrededor de la mesa de Rojo, los ánimos estaban apaciguados. Malta y Reyn debían de haberse reunido previamente en privado, dado que Malta se levantó y anunció que no podían proceder hasta que todo el mundo obtuviera más información de lo que había sucedido en el Mitonar. A pesar del interés propio que tenía en escuchar los relatos de Malta, Althea se encontró observando los rostros de todos los demás. Cuando los nobles jamaillios entendieron finalmente que los chalazos los habían traicionado del todo, se quedaron boquiabiertos. Etta escuchaba en silencio pero con atención. Ámbar miraba obsesivamente a Wintrow con una expresión casi trágica en su rostro. Aunque Brashen, que estaba detrás de ella anormalmente quieto podía sentir la calidez de su mano enlazada en la suya, solo tomó la palabra cuando Reyn empezó a hablar de los daños que había sufrido Casárbol por causa del terremoto. Brashen se inclinó hacia delante para reclamar la atención de la sala, y dio un golpecito en la mesa. Dirigió su pregunta directamente a Reyn:
—¿Es necesario discutir tan ampliamente los asuntos de los Territorios Pluviales antes que los de la invasión chalaza?
Reyn no se sintió ofendido. Agachó la cabeza para considerar seriamente el asunto y contestó:
—Hemos descubierto que no tenemos más opciones que convertirnos en una parte integrante de este mundo o morir. No estoy diciendo nada que no haya sido expresado anteriormente en alguna reunión del pueblo del Mitonar Ha llegado el momento de compartir nuestros secretos o de perecer con ellos.
—Está bien —contestó Brashen con el semblante serio, antes de volver a apoyar su espalda en el respaldo de su silla.
Cuando Reyn hubo terminado de hablar, Wintrow se puso en pie para reclamar la atención de la sala. A Althea le pareció que estaba demasiado débil como para permanecer de pie. Se sorprendió al oír una punta de resignación en su voz.
—Considerando lo que nos ha dicho Reyn y la naturaleza de las naos redivivas, creo que deberíamos hacer caso a los deseos de Tintaglia.
—Si las naos redivivas están de acuerdo con ella, no veo que tengamos ninguna otra opción —corroboró Althea.
Aunque Reyn se dirigió exclusivamente a Malta, todos oyeron lo que dijo.
—¿Preferirías volver directamente al Mitonar sin pasar por Jamaiilia?
La mirada de Malta sobrevoló la de su tía y la de su hermano. Cuando sus ojos se encontraron con los de Reyn, no bajó el tono de su voz.
—Iré donde tú me digas.
Sus palabras fueron seguidas de un breve silencio. Le puso fin valientemente al desviar su atención hacia lord Criath.
—Ahora. Tal y como habéis oído, la dragona desea que consigamos comida para enviar a los Territorios Pluviales. Aún nos queda por saber cuál de los léales nobles del sátrapa ganará el privilegio de proveernos.
Criath, atónito, frunció el ceño. Malta siguió sosteniéndole la mirada, esperando a que se diera cuenta de lo que le estaba ofreciendo. Luego, lord Criath se aclaró la garganta. Cuando tomó finalmente la palabra, buscó también con la mirada el apoyo de sus compañeros.
—Excelentísimo sátrapa Cosgo. No creo que sea el único en aceptar ahora la bondad de tu alianza. De hecho —le sonrió a Malta—, me gustaría ofrecerles mi ayuda a los representantes de la dragona. Tengo campos de grano y pastos con ganado en Jamaillia. Los intercambios mutuos con las gentes de los Territorios Pluviales podrían ir mucho más allá y servir para recuperar el agujero financiero que tendré que asumir por la pérdida de mis tierras del Mitonar.
Se pasaron la mayor parte de la noche negociando. Althea guardó silencio, atónita, consciente de estar presenciando la reordenación del mundo. Tintaglia actuaba con sabiduría al enviar a «sus Ancianos» a representarla en Jamaillia. No solo abrirían amplios puentes comerciales entre los Territorios Pluviales y Jamaillia. Al enfrentarse al rostro de Reyn, los jamaillios tendrían que mirar al mundo con los ojos de cobre del hombre. Sintió, exhausta, que empezaba a flotar y a desconectar de la escena que se desenvolvía ante sus ojos. En aquel lugar en el que se encontró de repente, sintió que habían dejado atrás un enorme punto crítico, y que se alzaba, ante sus ojos, una amplia corriente de agua. Este nuevo mundo de hombres y dragones sería regido por negociaciones antes que por guerras. Aquí, en esta habitación, habían sentado precedente. Lo comprendió de repente, e intentó cruzar su mirada con la de Ámbar para que se lo confirmara, pero la carpintera seguía mirando obsesivamente a Wintrow.
Los nobles jamaillios solo pensaban en los beneficios y en lo que podrían sacar de todo aquello. Enseguida se pusieron a competir entre ellos para fijar el precio de los granos e intentar de nuevo conservar algunos de sus derechos sobre el Mitonar. Tanto Malta como Reyn defendieron firmemente su postura. Althea se sintió aliviada de que todavía fueran capaces de defender tan encarnizadamente a su propia especie como a la dragona. El resto de la noche se desarrolló entre negociaciones de nobles, la fijación de un porcentaje de beneficios para el sátrapa, el apoyo de los capitanes a Wintrow y Etta al recordarles a los demás que habría que pagar un arancel para entrar y salir de las islas Piratas...
Cuando Brashen la envolvió con su brazo, Althea se despertó bruscamente.
—Ya han terminado —le murmuró al oído.
Alrededor de la mesa, mientras Wintrow le ofrecía su brazo a Etta, los hombres estaban firmando papeles. Los ignoró, poniéndose ella misma en pie y encogiéndose de hombros.
Althea intento estirarse sin hacerse notar. ¿Cuánto tiempo llevaba con los ojos cerrados?
—¿Nos concernía algo de lo que han hablado? —preguntó, en voz baja.
—No temas. Reyn y Malta defendieron bien los intereses del Mitonar y, cuando la situación se volvió más complicada, las islas Piratas apoyaron también al Mitonar. —Se rió ligeramente—. ¿Te has parado a imaginar lo que tu padre habría pensado de esto? Habría estado muy orgulloso de Malta, hasta donde yo sé. Esa mujer tiene más madera de mercader de lo que he visto nunca.
Cuando Brashen habló con tanta admiración de su sobrina, Althea sintió celos momentáneos.
—¿Y ahora? —le preguntó, sin alterarse.
Todo el mundo se estaba poniendo de pie. Un grumete adormilado estaba colocando las tazas de café en una bandeja de plata.
—Ahora podemos dormir durante unas horas, antes de desearnos un buen viaje y volver a desplegar nuestras velas.
No la miró a los ojos al hablar. Althea lo siguió hasta la cubierta. Después del ambiente recargado de la sala de juntas, casi se agradecía la brisa helada de la noche. Había parado de llover.
—¿Crees que la dragona aceptará nuestros términos?
Brashen, cansado, volteó los ojos.
—Solo le estamos pidiendo que nos ayude en algo a lo que ya se había comprometido. A poner fin a las luchas que se están desarrollando en el Pasaje Interior. La mejor manera de resolverlo es expulsando a los chalazos de allí. Creo que, después de lo que le hicieron ayer a «sus» serpientes, estará encantada de ayudarnos con ello. —Sacudió la cabeza—. Creo que, a parte de que nos diga lo que quiere de nosotros, está todo claro.
—También yo estoy preocupada por eso —dijo Althea—. Hemos luchado tan duro y llegado tan lejos en medio de la incertidumbre, solo para que llegue una dragona y decrete: «así es como va a ser vuestra vida». No me gustaría que dirigiese nuestras acciones, diciendo quién debe ir a dónde. Por mucho que —se estremeció y casi se echó a reír—, de alguna manera, sería casi un alivio que alguien tomara ese tipo de decisiones en nuestro lugar. Nos quitaría un gran peso de encima.
—Puede que algunos lo vean de ese modo —contestó Brashen amargamente.
— ¡Hey, el Mitonar! —Se dejó distraer por el aviso de Sorcor—. Cuidado con la corriente. —El capitán pirata los puso en guardia mientras bajaba a su bote—. Este lugar se vuelve peligroso con el cambio de marea. Será mejor que comprobéis vuestras anclas, y que llaméis a un buen vigía.
—Gracias —le contestó Althea en nombre de ambos.
Todo lo que había visto del viejo y musculoso pirata le gustaba. Ahora, estaba observando cómo le fastidiaba a Etta que el hombre la ayudara a subir al bote de la Vivacia. Malta apoyó la cabeza sobre el hombro de Reyn mientras esperaban a Wintrow. Al verlos, Althea frunció el ceño. Pero enseguida, otra cosa llamó su atención. Para sorpresa de Althea, Ámbar también se encontraba en el bote de la Vivacia.
—Oí como le decía a Wintrow que tenía algo importante de lo que hablar con él. Él se mostró reticente, pero ella insistió. Ya sabes lo pesada que se puede poner cuando mira con esa cara. —Esas noticias venían de Jek, que había aparecido junto al hombro de Althea.
—¿Así que los únicos en volver al Paragon somos nosotros tres?
—Dos —la corrigió Jek, con una sonrisa—. He sido invitada a pasar la noche en la Multicolora.
Althea echó una ojeada a su alrededor y vio a un apuesto pirata apoyado contra un mástil. Esperando.
—Dos —repitió y, acto seguido, se giró para buscar la mirada de Brashen. El hombre se había ido. Echó una ojeada por encima del pasamanos y vio como ya estaba colocando los remos en las anillas del bote del Paragon—. ¡Hey! —gritó, molesta. Se deslizó por la escalerilla más que otra cosa y cayó, deliberadamente y con todo su peso, en el interior del bote—. Podrías haberme dicho que estabas listo para que nos fuéramos —le informó con acritud.
Brashen se quedó mirándola. Luego, levantó la vista hacia el bote de la Vivacia.
—Cuando Ámbar se subió al bote, asumí que tú ibas detrás de ella.
Althea buscó el bote con la mirada, antes de dirigir su mirada hacia el lugar donde sabía que estaba anclada. Había demasiada oscuridad como para que pudiera ver su perfil. ¿Una última noche a bordo de su nao antes de la despedida? A lo mejor debería haberlo hecho. De repente, un extraño eco resonó en su memoria, como si ya hubiera tomado esa decisión antes. El día que la Vivacia había despertado por primera vez, se había peleado con Kyle y bajado furiosa de la nao. Luego, había pasado la noche emborrachándose con Brashen. Ese día, se había marchado sin despedirse de su nao. Desde entonces, siempre lo había lamentado. ¿Si hubiera pasado su primera noche con ella, todo habría sido diferente? Se dio la vuelta para mirar a Brashen, que estaba sentado en el bote, con los remos suspendidos sobre las aguas. ¿Volvería atrás para cambiarlo, si eso tuviera por consecuencia que no terminaran juntos?
Decidiera lo que decidiera, eso pertenecía al pasado. La Vivacia ya no era su nao. Ambas lo habían reconocido. ¿Qué le quedaba por decirle, aparte de adiós?
Soltó las amarras de la Multicolora y se sentó en el bote junto a Brashen.
—Dame un remo.
Brashen le entregó un remo sin mediar palabra, y se pusieron a remar juntos hacia el Paragon. Sorcor había hecho bien en prevenirlos. La corriente era fuerte. Althea tuvo que reunir todas las fuerzas que le quedaban para mantener el bote a flote. Era evidente que Brashen se sentía igual de tenso, porque no abrió la boca ni una sola vez en todo el viaje de vuelta. Un Clave adormilado agarró el cabo que le tendieron, y Semoy los recibió con sus maneras rudas. Brashen le pidió que enviara a dos hombres a vigilar el ancla, pero pasó por alto el aviso de Sorcor sobre el cambio de marea.
—Estamos yendo hacia el norte —le aseguró de inmediato el Paragon.
—Eso parece —contestó Brashen, cansado—. Escoltar serpientes marinas. Lo último que pensé que haría. Pero es que, últimamente, pocas cosas han funcionado como yo lo esperaba.
El Paragon saltó:
—¿No vasa decir nada de la dragona? ¿La primera vez que la ves de cerca y no vas a decir nada de ella?
Brashen esbozó uno sonrisa. Althea se dio cuenta de que, a menudo, Brashen agarraba el pasamanos mientras hablaba con la nao. Le habló con fervor:
—No se la puede describir con palabras, nao. A una nao rediviva tampoco se la puede describir con palabras, y por una razón muy similar.
El corazón de Althea se llenó de orgullo. Por muy cansado que estuviera, Brashen había tenido la sabiduría de recordar el lazo entre la dragona y la nao rediviva, pero se había guardado de decir cualquier cosa que hubiera podido hacer que el Paragon sintiera más profundamente la pérdida de su verdadera forma.
—¿Y tú, Althea?
No es Kennit. No es Kennit. Es el Paragon. El Paragon sobre el que jugaba cuando era una niña, el Paragon que la llevó tan lejos y soportó tanto sufrimiento por la locura del objetivo que ella se había fijado. Encontró palabras para ese Paragon.
—Es increíblemente bella. Sus escamas son como joyas flamantes, y sus ojos como el reflejo de la luna sobre el mar. Aun así, y con toda honestidad, su arrogancia me resultó intolerable. Su asunción de que nuestras vidas están ahí para que haga lo que quiera con ellas me resulta difícil de tragar.
El Paragon se rió.
—Es muy sabio por tu parte haberte iniciado en el arte de la adulación, dado que las reinas como Tintaglia se alimentan más de cumplidos que de carne. En cuanto a su arrogancia, ya es hora de que los humanos recuerden lo que significa recibir esas órdenes además de darlas.
Brashen casi se echó a reír.
—Eso es muy justo, nao. Muy justo. ¿Échale un ojo al ancla durante la noche, vale?
—Claro. Que duermas bien.
¿Hubo un toque de ironía en ese deseo? Althea se dio la vuelta para mirarlo. El Paragon la miró con sus ojos de aguamarina, antes de guiñarle un ojo. Se dijo a sí misma que eso era muy propio del Paragon, y no de Kennit.
Le sorprendió encontrar todas sus cosas en un rincón de la cabina de Brashen.
—Tuve que trasladar a Madre a la tuya —se disculpó.
Se hizo un silencio incómodo. Luego, Althea vio la cama del capitán, con su colchón mullido y sus gruesas mantas, y todo aquello en lo que pudo pensar fue en dormir hasta que alguien la obligara a despertarse. Con la llegada de la dragona, le pareció que las decisiones estaban fuera del alcance de sus manos. Así que podía permitirse dormir hasta que alguien le dijera lo que ocurriría después.
Se sentó sobre el camastro entre suspiros y se quitó las botas. Se le había secado el sudor en la piel, y el barro de la playa había penetrado en sus ropas. Se sintió pegajosa. Le dio igual.
—No me voy a asear—lo avisó—. Estoy demasiado cansada.
—Eso es comprensible.
Su voz se había vuelto muy profunda. Se sentó junto a ella y comenzó a acariciarle el pelo. Al sentir que la tocaba se quedó muy quieta, hasta que se dio cuenta de que estaba apretando los dientes. Cogió aire. Podría superarlo. Con tiempo.
Se incorporó para agarrar sus manos con suavidad.
—Estoy muy cansada. ¿Puedo acurrucarme junto a ti y dormir, solo por esta noche?
Durante un momento, Brashen se quedó sin palabras. Luego, separó sus manos de las de Althea.
—Si eso es lo que quieres. —Se levantó de repente—. O, si lo prefieres, te dejo la cama para ti sola.
Althea se sintió dolida por la repentina brusquedad de su tono.
—No —replicó—. Eso no es lo que prefiero. Eso es estúpido. —Cuando escuchó sus propias palabras, intentó arreglarlo—. Tan estúpido como empezar una pelea cuando los dos estamos demasiado cansados como para pensar. —Se removió entre las sábanas—. Por favor, Brashen. Estoy demasiado cansada.
Se quedó mirándola durante un momento, sin palabras. Luego bajó los brazos en señal de derrota. Se sentó en el borde de la cama. En el exterior, estaba volviendo a llover de manera torrencial. Las gotas de agua golpeaban los muros y se colaban por la ventana rota. Tendrían que solucionar eso mañana. A lo mejor podían solucionarlo todo mañana. El entierro de un pirata. La despedida de una nao. Dejarlo todo atrás.
Mientras se quitaba las botas, Brashen comentó, malhumorado:
—A lo mejor lo que me pasa es que ya no me queda dignidad. Si lo más que vas a ofrecerme esta noche es dormir junto a mí, me conformaré con ello.
Empezó a desabrocharse los botones de la camisa. No la miraría a la cara.
—Lo que dices no tiene ningún sentido —se quejó Althea. Tenía que estar al menos tan cansado como ella—. Vamos simplemente a dormir. Hoy ya nos han pasado demasiadas cosas. Mañana amanecerá un día mejor. —Eso esperaba.
Brashen se sintió profundamente herido. Althea nunca lo había visto tan vulnerable. Se había quedado paralizado.
—Brashen. Por favor.
Le apartó las manos a cada lado del cuerpo y deshizo los tres últimos botones de su camisa. Luego se metió en la cama, junto a la pared, aunque odiara estar confinada. Tiró de su hombro para que se tumbara sobre la espalda y junto a ella. Cuando Brashen intentó zafarse de ella, Althea lo retuvo y acopló su cabeza contra el hombro de él para que se quedara quieto.
—Ahora duérmete —murmuró.
Aunque no hacía ruido, Althea podía sentir que estaba observando la oscuridad. Cerró los ojos. Olía bien. De repente, aquel ambiente se volvió familiar y ella se sintió segura. El cuerpo fuerte de Brashen descansaba entre ella y el resto del mundo. Podía relajarse. Suspiró profundamente y posó una mano sobre su pecho.
Acto seguido, él se giró hacia ella y la rodeó con un brazo. De repente, le volvieron todas sus aprensiones. Era estúpido. El que estaba a su lado era Brashen. Se obligó a sí misma a besarlo, mientras se decía:
—Es mío, es Brashen.
Apretó su cuerpo contra el de ella y la besó con más intensidad. Pero, de repente, el peso de su brazo sobre ella y el sonido de su respiración le parecieron demasiado. Era más grande que ella, y más fuerte. Podía forzarla si quería. Volvería a estar prisionera. Puso una mano sobre su pecho y lo empujó ligeramente.
—Estoy demasiado cansada, mi amor.
Brashen se quedó muy quieto.
—-Mi amor —repitió, en voz baja.
Despacio, volvió a girarse sobre su espalda. Althea se apartó ligeramente de él. Brashen estaba muy quieto, y seguía observando la oscuridad. Althea cerró los ojos, pero no consiguió conciliar el sueño. Podía sentir el daño que su secreto estaba causando. El malentendido crecía a cada momento. Una noche, se dijo a sí misma. Solo necesito una noche. Mañana será un día mejor. Veré el cuerpo de Kennit caer por la borda, y sabré que se habrá marchado para siempre. Una noche, se dijo, no era pedir demasiado.
No funcionó. Podía sentir como Brashen irradiaba dolor. Se giró ligeramente, con un suspiro. Mañana arreglaría las cosas entre ellos. Podía superar esto, sabía que podía.
***
Era una mujer peculiar. Ni siquiera era guapa, aunque Etta no tenía más remedio que admitir que, de alguna manera, el aura de misterio que la envolvía resultaba fascinante. Las quemaduras de serpiente la habían desfigurado y arrasado mechones enteros de cabello. Una fina capa de pelusilla en lo alto de su cráneo permitía augurar que volvería a crecer. Pero, por el momento, no se podía decir que fuera guapa. Aun así, Wintrow le había estado echando ojeadas durante toda la velada. Aun cuando había tenido que tomar las decisiones más importantes de su vida, la mujer había tenido la capacidad de distraerlo. Nadie había desvelado su identidad, o explicado por qué estaba presente en las conversaciones que estaban teniendo lugar.
Etta se había tumbado sobre la cama de Kennit, había acomodado su cabeza sobre la almohada que aún olía a su lavanda, y se había cubierto con sus sábanas. No podía dormir. Cuanto más se envolvía en sus cosas, más sola se sentía. Pensar en Ámbar era casi como un alivio. No era como si le importara realmente, aunque en el fondo sí. ¿Cómo podía Wintrow estar prestándole atención a una mujer en un momento así? ¿Acaso no se daba cuenta de lo importantes que eran las tareas que Kennit le había dejado?
Solo había habido una cosa más desconcertante que la manera en la que Wintrow miraba a Ámbar: la fascinación que ella sentía por él. La mujer lo había estudiado de arriba abajo con sus particulares ojos. No lo había mirado con deseo, como sí había hecho, en cambio, la rubia bárbara. Ámbar había observado a Wintrow de la misma manera en la que un gato observa a un pajarillo. O como una madre observaría a su hijo.
No les había preguntado si podía volver a la Vivacia con ellos. Simplemente se había sentado a esperarlos en el bote.
—Tengo que hablar con Wintrow Vestrit. En privado.
Ninguna disculpa, ninguna explicación. Wintrow, a pesar de su obvio estado de extenuación, había accedido a su demanda.
Así que, ¿por qué habría de sentirse molesta? No tenía ningún derecho sobre la vida de Wintrow. Ya no tenía ningún derecho sobre la vida de nadie. Se dio cuenta, sin embargo, de que había estado contando con ello. En los sueños en los que aparecía el hijo de Kennit, Wintrow siempre era aquel que le enseñaba a leer y escribir, así como el que templaba los arrebatos de Kennit y sus propias inseguridades. Esta noche, Wintrow la había llamado «reina», y nadie se había atrevido a rebatirlo. Pero eso no significaba que fuera a quedarse junto a él. Esta noche, una mujer lo había mirado, y Etta había sabido que, en cualquier momento, Wintrow podía alejarse de su lado para empezar a vivir su vida.
Etta pasó un peine por sus cabellos oscuros. Cuando se vio a sí misma en el espejo de Kennit, se preguntó de repente:
—¿Por qué? ¿Por qué preocuparse de peinarse el pelo, de dormir, o de respirar?
Su cabeza se inclinaba por el peso doloroso de sus pensamientos. ¿Por qué preocuparse en pensar? Volvió a hundir su cabeza entre sus manos. No le quedaban lágrimas. Tenía los ojos llenos de arena, y la garganta raspada por culpa del llanto, pero no le importaba. Ni las lágrimas ni los gritos podían aliviar su dolor. Kennit estaba muerto.
Pero su hijo no lo estaba.
El pensamiento la alcanzó con la misma claridad que si el propio Kennit se lo hubiera murmurado al oído. Se recompuso y cogió aire. Daría un paseo por la cubierta para calmarse. Luego, se echaría a descansar un rato. Mañana necesitaría estar despejada para poder velar por los intereses de las islas Piratas. Era lo que Kennit habría esperado de ella.
***
—Tendremos que hablar aquí. Lo siento. Actualmente ni siquiera tengo una habitación a la que pueda llamar mía.
—No importa tanto dónde hablemos, sino que lo hagamos. —Ámbar lo estudió como si fuera un libro raro—. Y, a veces, los espacios públicos son mucho más íntimos de lo que podrían serlo los espacios privados.
—¿Perdona? —La mujer tenía una manera enrevesada de decir las cosas. Wintrow tuvo la sensación de que tendría que medir muy bien lo que dijera, y ser aún más cuidadoso con lo que le dijera ella a él—. Estoy muy cansado —se disculpó a sí mismo.
—Todos lo estamos. Han pasado demasiadas cosas en un solo día. ¿Quién podría haberse imaginado que tantas amenazas convergerían en un solo lugar? Pero así es como a veces ocurre. Y todavía nos queda mucho trabajo antes de desliarlo todo.
Le sonrió. Se encontraban en la cubierta inferior, en la oscuridad. La única luz que los iluminaba provenía de las hogueras distantes que habían sido encendidas en la playa. Aunque Wintrow no distinguía realmente sus rasgos, sabía que estaba sonriendo mientras jugaba con sus guantes.
—Perdona, ¿querías hablar conmigo?
Tenía la esperanza de que se adentrara en el meollo de la cuestión.
—Sí, así es. Para repetirte lo que tú me has dicho a mí en tres ocasiones. Lo siento, Wintrow Vestrit. No sé cómo pude no verte. Llevo dos años y medio buscándote. Tenemos que haber caminado por las mismas calles del Mitonar. A veces te sentía muy cerra do mí. Y, de repente, ya te habías marchado. En lugar de encontrarte a ti encontré a tu tía. Más tarde, encontré a tu hermana. Pero, de alguna extraña manera, a ti no te vi. Y eso que era a ti a quien estaba buscando. Ahora que estoy junto a ti, no tengo ninguna duda al respecto. —De repente suspiró, y todo el misterio y la levedad que envolvían sus palabras desaparecieron mientras sacudía la cabeza y admitía—: No sé si he hecho lo que tenía que hacer. Tampoco sé si tú ya has completado tu cometido, o si no has hecho más que empezar. Estoy demasiado cansada de no saber, Wintrow Vestrit. Demasiado cansada de adivinar, de esperar, y de hacerlo lo mejor posible. Me gustaría saber que lo hice bien, solo por esta vez.
Emanaba cansancio por todos los poros de su piel. Las palabras de la mujer apenas tenían sentido para él. No tenía nada que ofrecerle aparte de su hospitalidad.
—Creo que necesitas dormir. Yo sé que lo necesito. No tengo ninguna cama libre, pero puedo ofrecerte un par de sábanas.
Aunque no podía ver sus ojos, seguía sintiendo su mirada. Casi a la desesperada, Ámbar le preguntó:
—¿Acaso no sientes nada? ¿No se te enciende ninguna chispa cuando me miras? ¿Ninguna conexión, ningún eco de oportunidad perdida? ¿Ninguna nostalgia por un camino que no podrás volver a pisar?
Al escuchar las palabras enrevesadas de Ámbar, a Wintrow casi le dio la risa. ¿Qué clase de respuesta esperaba recibir?
—Ahora mismo, lo único que echo de menos es una cama en la que poder dormir —sugirió, con tono de cansancio.
Una vez, en el monasterio, se había refugiado en una cabaña durante una tormenta. En un momento dado, cuando se había asomado por el marco de la puerta de madera mojada, un relámpago había partido un árbol cercano. En el instante en el que el rayo había partido el roble, él se había sentido recorrer por una fuerza extraña que lo había tumbado en el suelo, bajo la intensa lluvia. Ahora, estaba sintiendo algo similar. La mujer no dejaba de moverse. Durante un momento, las llamas distantes de las hogueras brillaron en sus ojos.
—Hay una cama vacía, y una mujer desvelada. La cama te pertenece por derecho. La mujer, en cambio, no te pertenecerá nunca del todo, aunque se irá acercando a ti con el tiempo. Aun así, el niño es tuyo, puesto que un niño no pertenece a quien lo engendra sino a quien lo cría.
Los sentidos bailaban alrededor de Wintrow, al tiempo que empezaba a caer una intensa lluvia entremezclada con bolitas de granizo que caían sobre la cubierta y sobre los hombros de Wintrow.
—¿Hablas del hijo de Etta, verdad?
—¿Sí? —Ámbar inclinó la cabeza—. Tú lo sabrás mejor que yo. Aunque las palabras vienen a mí, su sentido le pertenece a otro. Pero fíjate cómo lo llamas. El hijo de Etta, cuando todos los demás se refieren a él como el hijo de Kennit.
Aquellas palabras ofendieron a Wintrow.
—¿Por que no habría de llamarlo así? Se necesitan dos personas para hacer un bebé. No tiene valor solo porque Kennit sea su padre. Al llamarlo así, están haciéndole un feo a Etta. Voy a decirte una cosa, extraña mujer. En muchos aspectos, Etta está más preparada para ser la madre de un rey de lo que lo habría estado Kennit para ser su padre.
—Serás uno de los pocos que sepan esto. Por eso, tendrás que quedarte cerca del niño.
—¿Quién eres? ¿Qué eres? —le preguntó.
De repente, empezó a llover con tanta fuerza que el ruido del agua impidió toda posibilidad de conversación. Las bolas de granizo también aumentaron de tamaño.
—¡Dentro! —gritó Wintrow, y la guió a la carrera.
Sujetó la puerta y esperó a que Ámbar lo alcanzara. Pero la silueta protegida con una capa que surgió de la cortina de lluvia no fue la de Ámbar sino la de Etta. Siguió mirando la cubierta, pero no vio a nadie más.
Etta se quitó la capucha. Tenía el pelo pegado al cráneo y los ojos muy abiertos. Cogió aire. Su voz salió de lo más profundo de su alma.
—Tengo algo que decirte, Wintrow. —Volvió a coger aire. De repente, se deshizo en lágrimas—. No quiero criar a este niño sola.
No la abrazó. No necesitó hacerlo. Pero las palabras salieron de su boca con facilidad.
—Te prometo que no tendrás que hacerlo.
***
La atacó en la oscuridad, inmovilizándola con su peso. Se quedó paralizada de miedo. Althea intentó coger aire para gritar. No fue capaz de proferir ningún sonido. Se debatió, en un intento por escapar de él, pero lo único que consiguió fue golpearse la cabeza contra la pared. No tenía aire. Era incapaz de enfrentarse a él. Consiguió, gracias a un esfuerzo sobrehumano, liberar uno de sus brazos para golpearlo.
—¡Althea!
Aquel grito ofendido la despertó. Hizo un esfuerzo por centrarse. La luz del amanecer se filtraba por la ventana rota. Brashen estaba sentado sobre la cama, sujetándose la mejilla con una mano. Ella estaba jadeando. Se agarró a sí misma en un intento por calmar sus propios temblores.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me has despertado? —le preguntó Althea a Brashen.
Cuando intentó rememorar su sueño, solo le vinieron a la mente sensaciones terroríficas.
—¿Que por qué te he despertado yo a ti? —Brashen no podía creerse lo que estaba escuchando—. ¡Casi me rompes la mandíbula!
Althea tragó con dificultad.
—Lo siento. Creo que tuve una pesadilla.
—Ya lo supongo —comentó Brashen, sarcásticamente.
Cuando la miró a la cara, Althea odió el modo en que sus rasgos se suavizaron, como si estuviera sintiendo lástima por ella. No quería su compasión.
—¿Estás bien ahora? —preguntó, amablemente—. Haya sido lo que haya sido, tiene que haberte parecido terrible.
—Solo ha sido un sueño, Brashen. —Alejó sus preocupaciones de su cabeza.
Brashen miró por la ventana para intentar ocultar sus sentimientos.
—Parece que está amaneciendo. Debería empezar a vestirme.
No le imprimió ningún tipo de emoción a su voz.
Althea se esforzó por sonreír.
—Hoy es un nuevo día. Tiene que ser mejor que ayer. —Se sentó sobre la cama y estiró los brazos. Le dolían todos los músculos, le pesaba la cabeza, y se sentía medio mareada—. Sigo estando cansada. Pero voy a hacer todo lo posible por estar bien.
Eso, al menos, era verdad.
—Bien por ti —le gruñó Brashen.
Le dio la espalda. Fue hacia la cesta donde tenía su ropa y empezó a rebuscar en su interior. Hoy sería el día en el que Althea recuperara su nao. Sin duda, debía de sentirse nerviosa y excitada. Se alegraba por ella. Verdaderamente. Aún recordaba lo que significaba asumir el mando de una nao. Encontró una camisa y se la puso. Lo haría bien. Estaba orgulloso de ella. Ella se había alegrado por él cuando había asumido el mando del Paragon. Ahora, él también se alegraba por ella. Honestamente. Volvió la vista hacia ella. Se había arrodillado entre sus prendas de ropa, junto a la bolsa donde guardaba sus cosas. Cuando lo miró, sus ojos solo expresaron desolación. Parecía tan afectada que Brashen sintió remordimientos.
—Siento haber sido tan rudo -—le dijo, en un tono serio—. Es solo que sigo estando muy cansado.
—Ambos lo estamos. No tienes porqué disculparte. —Luego le sonrió y le ofreció—: podrías volver a la cama. No hay ninguna razón por la que debamos levantarnos los dos tan pronto.
¿Se suponía que eso debía hacerlo sentir mejor? ¿Que estuviera dispuesta a dejarlo solo en el camastro mientras ella se iba a dar una vuelta? Su gesto le recordó a la manera abrupta en la que se habían despedido en Candelera. A lo mejor Althea Vestrit se despedía siempre así de los hombres.
—Estarías dormida cuando hablamos de esto en la reunión de anoche. Wintrow nos avisó de que tendríamos que despertarnos pronto si queríamos coger una marea que nos permitiera salir de aquí con facilidad. Aunque Semoy tiene buenas manos, me gustaría ser yo mismo el que sacara de aquí al Paragon.
—Creo que sería tan capaz como tú de guiar a la nao hasta mar abierto.
Pivotó ligeramente sobre las puntas de sus pies para dedicarle una mirada ofendida.
—Sé que podrías hacerlo —le ladró Brashen—. Pero eso no ayudará mucho al Paragon cuando estés en el timón de la Vivacia —replicó.
Al principio, el rostro de Althea estaba totalmente inexpresivo. Luego cambió. Comprendió lo que sucedía.
—Oh, Brashen. —Se puso de pie—. Pensaste que me marcharía hoy. En la Vivacia.
—¿Acaso no vas a hacerlo?
Odió el punto de rudeza que le imprimió a su voz. La miró sombríamente, negándose a permitirse cualquier tipo de esperanza.
Althea sacudió la cabeza, despacio.
—Allí no hay sitio para mí, Brashen. Me di cuenta de eso ayer. Siempre la amaré. Pero es la nao de Wintrow. Quitársela sería... como lo que Kyle me hizo a mí. Estaría mal.
Brashen juntó todos los cabos.
—¿Así que vas a quedarte en el Paragon?
—Sí.
—¿Conmigo?
—Eso supongo. —Inclinó la cabeza hacia él—. Pensé que los dos queríamos eso. Estar juntos. —Bajó los ojos—. Sé que eso es lo que yo quiero. Quiero estar contigo, aunque eso implique perder a mi nao rediviva.
—Lo siento tanto, Althea. —Intentó mantener sus músculos faciales controlados—. De verdad que lo siento. Sé lo que la Vivacia significaba para ti, y lo que aún sigue significando.
Los ojos de Althea brillaron tanto de alegría como de irritación.
—Parecerías más sincero si dejaras de sonreír.
—Lo haría si pudiera —le aseguró con sinceridad.
Avanzó tres pasos y se encontró entre sus brazos. La agarró con fuerza. Se quedaría con él. Quería quedarse con él. Todo iba a ir bien. Siguió abrazándola un momento más. Después, le preguntó:
—¿Y te vas a casar conmigo? ¿En el Mitonar, en la Explanada de los Mercaderes?
—Ese era el plan —contestó ella.
—Oh.
Lo miró a los ojos. Ahora tenía los ojos y el corazón muy abiertos. Vio todo el dolor y la intranquilidad que le había causado sin querer. Jamás había tenido la intención de hacer tal cosa. Le sonrió, y ella hizo un esfuerzo por devolverle la sonrisa. Seguía apretándola fuertemente entre sus brazos, y ella se tragó su agobio por un momento. Tenía que superarlo. Este era Brashen. El hombre al que amaba.
Cogió aire. Jamás se habría imaginado que tendría que hacer un esfuerzo por soportar el contacto de sus pieles. Pero, solo por esta vez, solo ahora, lo haría. Por los dos. Se relajaría y lo aguantaría. Él necesitaba esa reafirmación de su amor. Y ella necesitaba demostrarse a sí misma que Kennit no la había destrozado. Podía pretender que lo amaba, solo por esta vez. Por el bien de Brashen. Levantó ligeramente la cabeza y dejó que la besara.