Se habían visto obligados a huir hacia el norte, en la dirección opuesta a donde se encontraba Mentecacia.
Cuando el Paragon alcanzó a los demás, ya estaba anocheciendo. La Vivacia guiaba al pequeño grupo de naos, a buen ritmo, y segura de sí misma. Era evidente que Wintrow había tomado el mando de la pequeña flota pirata. Althea estaba orgullosa de él. Pensó que le parecía una vergüenza que su padre nunca hubiera visto en él lo que Kennit sí había sabido ver.
Nadie que hubiera amado a Kyle Haven tuvo que presenciar lo que le había ocurrido. Sin mediar palabra alguna, Ámbar la había ayudado a tirar su cuerpo al mar. La propia Althea había limpiado de la cubierta del Paragon la sangre que el tronconjuro se negaba a absorber. Seguía sin saber lo que les diría a Malta o a Keffria. Pero sabía lo que no les diría. Se sintió repleta de horribles secretos.
Althea levantó la vista y posó una mirada crítica sobre las naos. La Vivacia, que surcaba los mares como solo podía hacerlo una nao rediviva, abría el camino. La Marietta, la modesta nao de Sorcor, se esforzaba por aguantar su ritmo. La maltrecha Multicolora frenaba bastante al grupo. El Paragon cerraba la comitiva. Althea podía sentir que seguía dolido por lo que había pasado a la serpiente. Pese a que, ahora, Kennit formaba parte de esta nao, no podía negar que seguía teniendo un vínculo con ella. Un escalofrío le recorrió la espalda.
Althea se encaminó hacia la cabina del timonel, en busca de Brashen. Aún no estaba preparada para acercarse al mascarón de proa. Se puso la excusa de que Etta estaba en la cubierta superior y que lo más seguro era que quisiera estar sola. Cuando estaba atravesando la cubierta, Ámbar salió de una escotilla, con un bol de comida entre las manos. El olor de aquello hizo que Althea sintiera náuseas. No alcanzaba a recordar la última vez que había comido.
Semoy estaba de timonel. La saludó con una sonrisa y un guiño.
—Sabía que te recuperaríamos —le dijo.
Althea le dio una palmada en el hombro, y se sorprendió de que la bienvenida del marinero la estuviera emocionando tanto. Sin pronunciar palabra alguna, Ámbar le tendió la comida a Semoy. Este le pasó el control del timón y se colocó junto a Althea. Comentó, entre dos cucharadas:
—Aún no se han dado por vencidos, ¿verdad?
Algunas naves jamaillias que se habían librado de la furia del Paragon seguían dándoles caza.
—No creo que se lo puedan permitir —le contestó Althea—. Mientras, tengamos al sátrapa vivo, no pueden abandonar la lucha. Si el sátrapa no muere, todos sus demás planes se vendrán abajo. Lo perderán todo. —Observó el avance de las naves enemigas—. Hacemos bien en huir. Algunas de esas naves no aguantarán hasta el amanecer. He visto lo que les hacen las toxinas de las serpientes a los cascos de las naves. Si seguimos huyendo, dejaremos atrás al menos a unas cuantas. Luego, cuando tengamos que luchar de nuevo, nos estaremos enfrentando a una fuerza menor.
—Sería aún mejor que lográramos despistarlos durante la noche. —Brashen interrumpió su conversación—. E incluso si eso no pasara, ahora Wintrow tiene rehenes. —Su rostro se ensombreció—. No creo que dude en utilizarlos.
—¿Rehenes? —preguntó Althea, mientras Brashen se reunía con ellas en el pasamanos.
Tenía el rostro macilento. Era como si, en un día, hubiese envejecido un año. Aun así, envolvió los hombros de Althea con su brazo y la apretó contra su cuerpo. Ella, a su vez, le pasó un brazo por detrás de la cintura.
De acuerdo con el tono de su voz, no habría sabido decir si Brashen estaba a favor o en contra de aquello.
—En el último momento, Wintrow rescató a una docena de nobles de la nave jamaillia. Digo nobles por la ropa que llevaban. Deberían poder tener su función en todo esto. Pero hacemos bien en huir hasta que estemos en posición de negociar. Las islas ofrecen muchas posibilidades de escondite, y estamos siguiendo a tres naos que se conocen bien estas aguas. Puede que hoy, finalmente, consigamos burlar la muerte.
Semoy se había terminado su comida. Le dio las gracias a Ámbar y le cambió el bol vacío por el timón. Parecía extraño que pudiera darse un intercambio tan anodino en un día como este.
Brashen se dirigió a Ámbar en un tono acusador.
—¿Ornamental? —le preguntó, con una carga de cinismo en la voz.
Ámbar se encogió de hombros, y la pregunta se formó también en sus extraños ojos.
—Fijé el hacha sobre su pecho. Jamás soñé con que fuera capaz de arrancársela de ahí para utilizarla. —Sacudió la cabeza—. Cuanto más aprendo del tronconjuro, más extraño me parece.
—Tuvimos suerte de que así fuera —comentó Semoy, en tono de aprobación—. ¿O no fue eso lo que hizo huir a los invasores?
Nadie pareció estar preparado para contestar a un comentario así.
Althea se apoyó sobre Brashen y observó como crecía la distancia que los separaba de sus perseguidores. Tenía muchas cosas que contarle, y nada en absoluto que no quedara mejor expresado con ese simple gesto. Clave apareció de repente. Se plantó delante de Althea y Brashen y sacudió la cabeza reprobadoramente.
—Delante' la tripulación y tó' —les dijo, con una amplia e irrespetuosa sonrisa. Althea intentó seguirle el juego dándole una torta suave. Pero, para su sorpresa, Clave le agarró la mano y la mantuvo fuertemente presionada contra su mejilla—. M'alegro de qu'hayas vuelto —le soltó—. Y m'alegro máh aún de que no'stés muerta. —Le soltó la mano con la misma naturalidad con la que se la había cogido—. ¿Cómo es que aún no l'has dicho ná al Paragon? Tiene una cara nueva, sabes. Y un hacha. Y ojos azules como loh míos.
—¿Ojos azules? —estalló Ámbar, que no podía creer lo que estaba oyendo—. Se suponía que debían ser marrones oscuros, casi negros.
De repente, se dio la vuelta y se fue corriendo hacia la cubierta superior.
—El tronconjuro es algo verdaderamente extraño —les recordó Brashen, con una cierta complacencia.
—Ya eh un poco tarde pa' cambiarlo —comentó Clave, con alegría—. Ademáh que me gutan. Son dulces. Como loh de Madre.
Salió corriendo tras ella.
Se habían quedado prácticamente solos, si no se consideraba a Semoy. El viejo marinero tuvo la consideración de mirar hacia otro lado cuando Brashen la besó. El recuerdo de Kennit solo la asaltó durante un momento. Luego lo agarró y lo besó intensamente, negándose a aceptar cualquier punto de comparación entre aquello y la agresión del pirata. No dejaría que eso se interpusiera entre ellos.
Aun así, cuando relajó su abrazo, sintió que la mirada de Brashen se había ensombrecido. Era demasiado sensible. La miró a los ojos con una expresión interrogativa. Althea se encogió ligeramente de hombros. No era el momento más adecuado para decírselo. Se preguntó si existiría alguna vez un momento adecuado para contarle todo eso.
Lo más probable era que hubiese querido relajar la tensión creciente cambiando de tema.
—Bueno, ¿por qué no subimos a la cubierta para que el Paragon vea que estás bien y se quede tranquilo?
—Sabe que lo estoy. De no ser por él, no lo estaría —contestó Althea.
Seguía perturbada por la mirada que le había echado cuando la había cogido en brazos. Tenía los ojos de Kennit. Casi se había puesto en evidencia gritando cuando las manos de la nao se habían cerrado sobre ella. Sabía que el Paragon lo había sentido. Pero no se había detenido. Todo lo contrario, puesto que la había posado rápidamente junto a Brashen. Ahora, ante el silencio de Brashen, contestó:
—Iré a verlo y a hablar con él cuando todo esto esté más tranquilo, Brashen. No ahora mismo. —Hizo el esbozo de un primer intento—. Ahora, Kennit forma parte de él, ¿verdad?
Brashen intentó explicárselo.
—Kennit era un Ludoventura. ¿Ya lo habías adivinado?
—No —dijo, despacio.
¿Kennit era un mercader del Mitonar? Acababa de quedarse asombrada.
Brashen le dejó unos segundos para que absorbiera esa información antes de añadir:
—Sospechábamos, desde Mentecacia, que el Paragon había sido la legendaria nao de Igrot. El Mitonar siempre negó que el pirata pudiera haber poseído una nao rediviva. Pero la tuvo: Paragon. En Kennit encontró un rehén con el que mantener a la nave bajo su control.
—Por Sa. —Todas las piezas terminaban por encajar. Se estrujó la mente para seguir sacando conclusiones—. Así que Kennit regresó a su hogar para morir. Para ser uno con su nao.
Un ligero escalofrío le recorrió la espina dorsal.
Brashen asintió mientras la miraba a la cara.
—Siempre ha sido así, Althea. No creo que el Paragon haya cambiado más allá de haber encontrado su paz interior porque Kennit haya muerto sobre su cubierta. Al final ha conseguido ser uno, una criatura completa. Los dragones, los Ludoventura, hombres y muchachos, y Kennit, se han fundido en uno solo. —Althea giró la cabeza al oír aquello, pero Brashen le cogió la barbilla con dos dedos y la atrajo de nuevo hacia él—. Y nosotros —dijo, casi con orgullo—. Tú y yo. Ámbar y Jek. Clave. También nosotros hemos pasado a formar parte de él. No puedes darle la espalda ahora. No dejes de amarlo, por favor.
Apenas podía concentrarse en sus palabras. Había temido el momento en el que tuviera que contarle a Brashen lo de la violación, pero se había dicho a sí misma que tenía que hacerlo. ¿Pero cómo podía decírselo sin comprometer lo que él sentía por la nao? Se sentía abrumada por tales pensamientos.
—¿Althea? —le preguntó Brashen, con cierta angustia.
—Lo intentaré —le dijo ella, débilmente. De repente, dejó de importarle quién pudiera estar mirándolos—. Abrázame —le pidió, intensamente—. Abrázame bien fuerte.
Le había dicho que lo intentaría. Brashen se abstuvo, no sin dificultad, de presionarla más. Algo le había ocurrido a bordo de la Vivacia, algo que no les estaba contando. Apoyó su barbilla sobre la oscura cabellera de Althea y la envolvió entre sus brazos. Creyó saber lo que le ocurría.
Althea intuyó aquello en lo que estaba pensando, y cambió de tema.
—El tiempo está empeorando.
Cambió ligeramente de posición. Brashen hizo como si no se diera cuenta de que estaba mojando la parte delantera de su camisa con lágrimas.
—Así es. Sospecho que se acerca una pequeña tormenta. Pero ya hemos pasado por otras antes. Además, el Paragon siempre las aguanta bien.
—Y no nos vendrá mal escondernos en ella.
—Creo que estamos ganándoles distancia a los jamaillios.
—Han apagado sus luces. Querrán atraparnos en la oscuridad.
—Antes tendrán que encontrarnos.
—La Marietta y la Multicolora tendrán más dificultades para seguirnos en la oscuridad.
—La Vivacia no los dejará atrás. Los protegerá cueste lo que cueste.
Una conversación ordinaria, sobre cuestiones obvias. Las cosas estaban demasiado claras para Brashen. Althea había vuelto a la Vivacia, donde se había reencontrado con su esencia. No podía echarle la culpa de eso. La Vivacia era la nao familiar de Althea. Con Kennit muerto, le sería mucho más sencillo recuperarla. Y, contrariamente al Paragon, la Vivacia no había absorbido el alma de un pirata que le había causado tantos daños a la familia de Althea. Cuando había vuelto de la Vivacia, se había negado a sí mismo que lo hubiera hecho por él. Había preferido pensar que había venido a elaborar estrategias de guerra. No obstante, al observar su mirada distraída, supo en que línea se situaban sus pensamientos.
Lo amaba, a su manera. Le daba todo lo que podía darle sin comprometer a su nao o a su familia. No tenía derecho a pedirle nada más que eso. Si él todavía hubiera tenido una familia que lo reclamara, a lo mejor se habría encontrado enfrentado a su mismo dilema. Durante un corto instante, consideró la posibilidad de abandonar el Paragon para seguirla. Pero no podía. Nadie más conocía esa nao como él. Nadie más había aguantado lo que había aguantado él. No podía permitir que el Paragon se enfrentara a un capitán que supiera soportar sus cambios de humor. ¿Y qué pasaría con Clave? ¿Arrancaría al muchacho de los brazos de la nao que lo amaba? ¿O lo abandonaría en el Paragon para que lo entrenara un capitán que no tenía por qué atenderlo como necesitaba? Y Semoy no sería primer oficial bajo ningún otro capitán. Volvería a ser un grumete borracho. No. Por mucho que amara a Althea, tenía responsabilidades aquí. Además, ella tampoco respetaría a un hombre que abandonara su nao por seguirla. El Brashen Trell que huía de sus obligaciones estaba olvidado. Tendría que quedarse aquí y, si era necesario, amar a Althea desde la distancia o conformarse con encuentros esporádicos.
Entendió, al decirse todo eso, que volvía a tener una familia.
***
Etta, que estaba apoyada sobre el pasamanos, tenía la mirada perdida en la oscuridad. Aunque, para el Paragon, su presencia se limitara al contacto de sus antebrazos con el tronconjuro de la barandilla, la nao podía sentir que estaba allí. Al no haber desarrollado ningún vínculo con ella, no podía sentir lo que ella sentía.
De repente, la mujer rompió el silencio.
—Sé algo de las naos redivivas. De la Vivacia.
No tenía nada que decir a eso. Esperó.
—De alguna manera que no alcanzo a entender, Kennit formaba parte de tu familia. ¿Pasó a formar parte de ti cuando murió?
Le tembló la voz al pronunciar aquellas últimas palabras. Él la sintió temblar.
—Así es, de alguna manera. —Sus palabras habían sonado demasiado frías, así que se esforzó por añadir algo más amable—. Siempre ha formado parte de mí, y yo de él. Por muchas razones, hemos estado ligados más estrechamente de lo habitual. Era más importante, tanto para él como para mí, que volviera a mí para morir. Aunque yo siempre lo he sabido, no creo que Kennit lo entendiera realmente hasta que sucedió.
Cogió aire. Con un hilillo de voz, añadió:
—¿Así que ahora eres Kennit?
—No. Lo siento. Kennit es una parte de mí. Me completa. Yo soy irremediablemente Paragon.
Le sentó muy bien hacer esa declaración, aunque sospechaba que a ella le había podido resultar dolorosa de escuchar. Para su sorpresa, se sintió profundamente afligido por tener que hacerle daño. Intentó recordar la última vez que había sentido un sentimiento así, y no pudo. ¿Era la empatia otro aspecto nuevo de ser uno? Le llevaría tiempo acostumbrarse a ese tipo de sentimientos.
—Así que se ha marchado —dijo Etta, con pesar. La oyó coger aire con dificultad—. Pero ¿por qué no pudiste curarlo como la Vivacia curó a Wintrow?
Se quedó pensando en silencio.
—¿Dices que lo curó? No sabía nada de eso. Solo puedo intentar adivinar lo que ocurrió. Es algo que los dragones pueden hacer en situaciones de necesidad. Queman los recursos de los cuerpos enfermos para acelerar una sanación. Si la Vivacia hizo eso con Wintrow, tuvo mucha suerte de sobrevivir. Pocos humanos disponen de tantas reservas. Lo más probable es que Kennit no las tuviera.
El silencio de Etta se prolongó durante un buen rato. La noche se estaba haciendo cada vez más densa. Hasta la oscuridad le resultaba placentera a su recién restaurada visión. La noche no era verdaderamente negra. Volvió la vista hacia el cielo, hacia las nubes que escondían para revelar después la luna y las estrellas. Una luz fosforescente perfilaba las crestas de las olas. Gracias a la agudeza de su visión, que era parte de su herencia dragona, consiguió discernir los contornos de las naves a las que seguía.
—¿Sabrías decirme algo de él, de Kennit..., si te lo preguntara, podrías decirme la verdad?
—A lo mejor —le contestó el Paragon.
Echó una ojeada hacia ella. Había levantado las manos del pasamanos y se había puesto a jugar con su brazalete.
—¿Me quería? —La pregunta, dolorosamente intensa, ardió en su boca mientras la pronunciaba—. ¿Me quería de verdad? Necesito saberlo.
—Kennit forma parte de mí. Pero yo no soy Kennit.
El Paragon se debatió furiosamente consigo mismo. Esa mujer llevaba un hijo, el hijo que le había sido prometido desde hacía tanto tiempo. Paragon Ludoventura. Un niño necesitaba ser amado sin reservas.
—Si posees sus recuerdos, sabes la verdad —insistió Etta—. ¿Me quería?
—Sí. Te quería. —Le dio lo que necesitaba escuchar, sin remordimientos. Tengo los recuerdos de Kennit, pero no soy Kennit. Aun así, puedo mentir tan bien como él. Y por una causa mejor—. Te quería tanto como podía querer su corazón.
Al menos eso era cierto.
Gracias. El pensamiento le llegó con la claridad y la brevedad de una gota de lluvia. No fue capaz de hallar de donde había venido. La voz, sin embargo, le resultó bastante familiar, casi como si hubiera venido de Kennit, aunque supiera perfectamente que había venido del exterior.
—Gracias. —Inconscientemente, Etta se hizo eco de aquel sentimiento—. Te lo agradezco mucho más de lo que te puedas imaginar. Os lo agradezco a los dos.
Se alejó apresuradamente de la cubierta, dejándolo con un misterio que averiguar.
De repente, delante de él, la Multicolora encendió una luz. Fue levantada tres veces y una vez balanceada, antes de ser apagada. Seguía pareciéndole sorprendente tener acceso a los recuerdos de Kennit. Entendía los viejos códigos del pirata. La Vivacia estaba llamando a Brashen.
***
—Más vale que sea importante —le gruñó Brashen a Althea mientras cogían los remos.
Etta y Ámbar se hicieron con el segundo par. El viento arrastró el cabello quemado de Ámbar sobre su rostro escaldado. Etta miraba al frente.
—Estoy segura de que así es —murmuró Althea.
Se pusieron a remar con todas sus fuerzas, luchando contra el viento, el agua y la oscuridad, para poder reunirse con la nao guía. Las cuatro naves se habían acercado las unas a las otras pero sin llegar a detenerse, ni siquiera para el encuentro. La Vivacia lideró la comitiva a través de un pequeño archipiélago. Algunas de las islas eran rocosas y escarpadas; otras, en cambio, eran mucho más planas. Las naves fueron serpenteando entre ellas. Brashen adivinó que, con la marea baja, esta ruta sería impracticable. Rezó por que Wintrow y la Vivacia conocieran esta ruta tan bien como daban a entender que lo hacían.
Brashen aprobaba la idea de poner tanta distancia entre ellos como fuera posible, pero seguía teniendo ciertas reservas frente a la idea de dejar su nao por la Vivacia. Aunque Althea le había asegurado que Wintrow era de confianza, se recordó a sí mismo que poseían escasa información acerca de la tripulación de la Vivacia, así como de los capitanes y equipos de las otras dos naves. Se habían visto envueltos en una inesperada alianza con los piratas. El recuerdo de haber estado encerrado en una nao que se estaba hundiendo seguía estando muy fresco en su mente.
La Vivacia los recogió en el momento preciso en el que una fuerte lluvia comenzaba a caer. Ya había remolcado los botes de la Marietta y de la Multicolora. Eran los últimos en llegar. Brashen volvió a ponerse en alerta. Etta fue la primera en subir. Cuando Althea empezó a imitarla, Brashen la retuvo con un gesto suave.
—Deja que suba yo primero —murmuró, con la voz ronca—. Si adviertes cualquier señal de traición, vuelve al Paragon.
—No creo que haya nada que temer —empezó Althea, pero Brashen sacudió la cabeza.
—Ya te he perdido una vez. No quiero arriesgarme a que vuelva a pasar —le dijo.
—Muy sabio por tu parte —comentó Ámbar en voz baja mientras Brashen se agarraba a la escalerilla mojada y empezaba a subir.
En cuanto tocó el pasamanos de la Vivacia, una serie de emociones increíbles le recorrieron el cuerpo. Se quedó desconcertado durante un momento. Sus ojos se empaparon de lágrimas. Sintió el calor de la bienvenida en su interior. Y se sintió a salvo. Puso un pie sobre la cubierta que no había pisado desde el día del despertar de la Vivacia.
—¡Brashen Trell! —lo recibió la nao, con su voz de contralto—. El Paragon te ha hecho mucho bien. Ahora eres más sensible a nosotros de lo que jamás lo fuiste cuando trabajaste sobre mis cubiertas. Por primera vez en mi vida, te doy la bienvenida a bordo.
—Gracias —le contestó.
No veía a Etta por ninguna parte. Wintrow estaba de pie en la cubierta bajo la lluvia intensa, ofreciéndole su mano a modo de saludo. El muchacho retraído que había conocido en el funeral de Ephron ahora sacaba pecho y le aguantaba la mirada. Un dolor profundo le había añadido edad. Nunca sería un hombre corpulento, pero nadie podría negar que era un hombre.
—Seguro que te acuerdas de cómo se va al despacho —le dijo, y Brashen se encontró devolviéndole una de sus sonrisas a la expresión bonachona de Wintrow.
El parecido entre Wintrow y Althea era apabullante.
Observó el rostro de Althea cuando esta subió a bordo. Cuando puso las manos sobre la barandilla de proa, vio como su cuerpo se ponía a brillar. Malta se acercó a saludarla, y enseguida empezaron a hablar mientras se apresuraban a resguardarse en el interior. Ámbar pareció menos afectada ante su primer contacto con la nao rediviva. Sin embargo, se quedó conmocionada en cuanto vio a Wintrow.
—El chico esclavo de nueve dedos —no pudo evitar decir.
Wintrow se llevó una mano a la mejilla, y luego la retiró. Al notar que Ámbar seguía mirándolo, le echó una ojeada a Brashen que traducía cierto malestar. Ese momento de tensión solo se rompió cuando Jek emergió de la oscuridad para darle un enorme abrazo a Ámbar.
—¡Ala, tienes peor aspecto que yo! —le dijo, a modo de bienvenida, mientras Wintrow se apresuraba a darse la vuelta.
Brashen experimentó sentimientos encontrados cuando paseó por la cubierta que años atrás le había resultado tan familiar. Kennit, observó, había sabido mantener el orden y la disciplina. Había sido un buen capitán. Luego sacudió la cabeza, al no poder creerse que acabara de pensar algo así.
El despacho se había llenado de gente. Etta estaba entre ellos, así como el prometido de Malta. Reyn parecía determinado a ignorar la curiosidad que despertaba su aspecto. El sátrapa estaba siendo dramáticamente consciente de su propia importancia. Dos hombres, uno apuesto y fuerte, y otro flamantemente vestido, debían de ser los otros dos capitanes piratas. El hombre apuesto debía de haber llorado, porque tenía los ojos enrojecidos. Su camarada pelirrojo tenía el semblante muy serio. Sabían lo de la muerte de Kennit.
El grupo de rehenes nobles estaba apoyado junto a la pared. Todos los jamaillios parecían cansados y deteriorados. Algunos de ellos parecían incluso a punto de desmayarse. Wintrow cerró la puerta detrás de él y dejó un momento más para que los presentes pudieran quitarse sus abrigos mojados. Luego hizo gestos para que fueran tomando asiento alrededor de la mesa mientras él se quedaba de pie. El capitán corpulento les estaba sirviendo brandi a todos. Brashen se alegraba de estar en una habitación cálida. Reconoció el juego de copas. Ephron Vestrit solía reservarlo para las ocasiones especiales. Althea buscó un sitio junto a él. Se acercó a su oído y murmuró a toda prisa:
—¡Tengo muy buenas noticias! Cuando Reyn y la dragona abandonaron el Mitonar, tanto mi madre como Keffria y Selden estaban allí, y en buena salud. —Cogió aire—. Me temo, sin embargo, que esas sean las únicas buenas noticias. Mi familia ha sido desvalijada, y de mi casa no queda más que una carcasa vacía. Ahora más que nunca, una nao rediviva haría que... Luego te lo cuento —se contuvo de repente, al advertir que todo el resto de las conversaciones había cesado.
Todas las cabezas se giraron hacia Wintrow, que presidía la mesa.
Wintrow cogió aire y habló con decisión.
—Sé que ninguno de vosotros se siente muy cómodo habiendo abandonado su nave para venir aquí. Pero era necesario. La muerte de Kennit nos ha obligado a tomar un cierto número de decisiones por nuestra cuenta. Os voy a decir lo que yo he decidido, y luego dejaré que cada uno de vosotros decida lo que quiere hacer.
Ahí estaba, pensó Brashen: la asunción de autoridad y liderazgo se le notaba en la voz. Se medio esperaba a que alguien lo desafiara, pero todos se quedaron en silencio. Los otros capitanes piratas ya habían adoptado una actitud deferente.
Todos esperaban respetuosamente. La sonrisa del sátrapa era lo único que dejaba adivinar que él ya sabía lo que iba a suceder a continuación.
Wintrow cogió aire.
—El tratado que concluyeron con tantas dificultades el rey Kennit de las islas Piratas y el excelentísimo sátrapa Cosgo de Jamaillia ha sido aprobado y ratificado por estos nobles.
Un silencio cargado de asombro siguió a sus palabras. Enseguida, tanto el capitán Rojo como Sorcor se pusieron en pie entre gritos de júbilo. Etta levantó la vista para mirar a Wintrow.
—¿Has hecho eso? —le preguntó, atónita—. ¿Has conseguido terminar lo que nos prometió?
—En buena parte —le contestó, en tono serio—. El papel de mi hermana Malta ha sido esencial a la hora de persuadirlos de la sabiduría de tal acción. Pero aún queda mucho trabajo que hacer.
Wintrow devolvió a sus dos capitanes a sus asientos con una mirada. La voz profunda de Sorcor, teñida de orgullo, rompió el silencio.
—Cuando me dijiste que Kennit estaba muerto, pensé que nuestros sueños habían muerto con él. Tendría que haber tenido más fe, Wintrow. Kennit acertó contigo.
Aunque Wintrow tenía el semblante serio, una leve sonrisa perfiló sus labios cuando prosiguió.
—Conocemos bien estas aguas. Gracias a la oscuridad, hemos conseguido despistar a la flota jamaillia. Yo les recomendaría a Sorcor y a Rojo que, en cuanto vuelvan a sus naves, se dirijan a Mentecacia, pero por caminos separados. Enviad mensajes pidiendo refuerzos. Y luego, quedaros allí hasta que lleguen las demás naves.
—¿Y usted, señor? —preguntó Sorcor.
—Iré contigo en la Maríetta, Sorcor. Y vendrán también Etta y el excelentísimo sátrapa Cosgo. Así como nuestros rehenes, digo... nobles huéspedes —se corrigió enseguida. Levantó la voz, para acallar los murmullos—. El sátrapa necesita nuestra protección y apoyo. Reuniremos nuestra flota defensiva en Mentecacia. Luego lo llevaremos de vuelta a la ciudad de Jamaillia, donde pueda presentarles al resto de los nobles el tratado que lo liga al reino de las islas Piratas. Nuestros huéspedes permanecerán en Mentecacia hasta que nuestra causa sea atendida. Ahora, Etta... —Marcó una pausa, antes de ir a ello—. La reina Etta, elegida por Kennit para navegar junto a él, y madre de su futuro hijo, nos acompañará para comprobar que el estatuto de las islas Piratas obtiene el debido reconocimiento. Reinará por su hijo hasta que este alcance su mayoría de edad.
—¿Un hijo? ¿Llevas al hijo de Kennit? —Sorcor pegó un brinco, y luego se precipitó a abrazar a Etta. Incluso se le saltaron las lágrimas—. No harás más esfuerzos hasta que nazca el niño —le dijo, con un tono paternal.
Al oír la carcajada de Rojo pareció ofenderse. Etta se quedó paralizada, y luego simplemente asombrada. Incluso cuando hubo recuperado su sitio, Sorcor mantuvo cogida la muñeca de Etta, como para darle seguridad.
—Kennit nos dejó un hijo —confirmó Wintrow cuando se hubo calmado el revuelo. Cuando siguió hablando, lo hizo mirando a Etta a los ojos—. Un heredero que le suceda, una vez que cumpla la mayoría de edad. Pero, hasta entonces, nos toca a nosotros sacar adelante las ideas de Kennit y mantener su palabra.
Brashen sintió como Althea se tensaba cada vez que era pronunciado el nombre del pirata. Tenía los ojos negros clavados en su sobrino. Brashen le agarró la mano por debajo de la mesa, y ella se la apretó fuerte.
De repente, el sátrapa se puso en pie.
—Mantendré mi palabra —anunció, como si los estuviera sorprendiendo con un regalo—. Durante estos últimos días, he podido ver con mis propios ojos por qué las islas Piratas deberían tener derecho a autogobernarse. Cuento con vuestro apoyo para volver a la ciudad de Jamaillia pero, una vez que esté allí...
—Hey. ¿Y qué pasa con la Vivacia? ¿Por qué se sube todo el mundo a la Marietta?
Sorcor no pareció preocuparse por haber interrumpido al excelentísimo sátrapa de toda Jamaillia. Wintrow recuperó el control de la situación con facilidad.
—La Vivacia tiene que ocuparse de cumplir otra de las promesas de Kennit. Todos estamos en deuda con las serpientes. Han seguido a la dragona rumbo al norte. Pero la Vivacia insiste en que necesitarán su ayuda para completar el viaje. Siente la necesidad de seguirlos. Y, más allá de eso, Kennit se lo prometió. —Marcó una pausa y, a continuación, habló con mayor dificultad—. Yo no puedo ir con ella. Me gustaría, tanto como me gustaría volver a ver a mi familia. Pero tengo obligaciones que cumplir aquí. —Centró su mirada, al final, en la de Althea—. Le pido a Althea Vestrit que lleve a la Vivacia al norte. Jola ha hablado con la tripulación. La seguirán allá donde vaya, puesto que así lo quiso Kennit. No obstante, he de avisarte, Althea. La Vivacia le prometió a Kennit que, cuando terminara de servir a las serpientes, volvería. Y esa es verdaderamente la voluntad de la nao. Guiad a las serpientes hasta su hogar y llevad noticias nuestras al Mitonar. Pero volved después con nosotros.
Wintrow levantó una mano en cuanto Althea empezó a hablar y, milagrosamente, la mujer optó por guardar silencio. Buscó a Brashen con la mirada. Brashen se había quedado atontado mirando a Wintrow. Aunque la había visto venir, la realidad lo había dejado anonadado. Wintrow acababa de arrebatarle a Althea. Una vez más, estaba siendo reclamada por su nao y por las obligaciones que tenía para con su familia. Althea realizaría su sueño: capitanearía la Vivacia y volvería victoriosa al Mitonar. Después, tendría que llevar a la Vivacia de vuelta a Mentecacia. ¿Dejaría entonces a su nao para volver con él? Lo dudaba. Cuando le agarró fuertemente la mano, supo que ya se había marchado. Le costó concentrarse en las siguientes palabras de Wintrow.
—El Paragon y tú sois libres de decidir lo que queréis hacer, Brashen Trell. Pero yo le pediría a tu nao que acompañaría a la Vivacia hasta los Territorios Pluviales. La Vivacia dice que dos naos redivivas valdrán más que una para guiar y proteger a las serpientes. Seguro que Malta y Reyn estarán encantados de acompañaros también en este viaje.
Para sorpresa de todos, Reyn tomó la palabra.
—Si queremos poder hacerles frente a los chalazos, necesitaremos dos naos redivivas. Una para luchar, y otra en la que ponerse a salvo.
—Habíamos oído rumores —afirmó Wintrow, preocupado—. Pero solo rumores.
—Creedlos —dijo Reyn. Se dio la vuelta para dirigirse a los noble jamaillios que estaban apoyados contra la pared. Paseó sus ojos cobrizos sobre ellos—. Cuando Tintaglia y yo volamos hacia el sur, vimos naves chalazas acompañadas de galeras. Sospecho que su blanco es la ciudad de Jamaillia. Mi intuición me dice que han decidido salir del Mitonar porque lo que les quedaba por saquear allí era menos que las pérdidas a las que se enfrentarían si volvían a encontrarse con la dragona.
Malta habló en la misma línea que Reyn.
—Dudáis de nosotros, puedo leerlo en vuestras caras. Yo fui testigo del primer ataque chalazo en el Mitonar. Y Reyn presenció el último. Vuestros conspiradores chalazos no encontraron ninguna buena razón para esperaros. Pretendían terminar el asalto a la ciudad antes de que llegarais. No creo que en ningún momento se les pasara por la cabeza entregarles el control del Mitonar a los nuevos comerciantes o a sus hijos. Pensaron que el Mitonar sería una presa fácil. Ahora, después de ser derrotados por la dragona, han decidido dirigirse al sur. Esos fueron los aliados que elegisteis. Vuestro sátrapa, en cambio, ha actuado con mayor sabiduría. Habéis firmado el acuerdo bajo presión. Puedo sentirlo. Os retractaréis de todo en cuanto tengáis la posibilidad de hacerlo, lo cual será una locura. Os beneficiaría más ayudar en la consolidación del proceso de alianza entre vuestro sátrapa y las islas Piratas porque, cuando nos enfrentemos a las naves chalazas y sus galeras, necesitaréis a todos los amigos a los que podáis llamar tales. —Los penetró con la mirada, uno a uno—. Abrid bien vuestros oídos. No encontraréis ni un ápice de piedad en mis palabras.
Brashen y Malta se habían visto apenas un año atrás. Ahora, al escucharla hablar, el hombre comprendió que la niña caprichosa se había convertido en una joven diplomática muy brillante. Al oír el discurso de Malta, algunos nobles intercambiaron miradas de asombro. Sus palabras parecieron agradar incluso al sátrapa, que asintió varias veces con la cabeza, como si la muchacha no estuviera haciendo otra cosa que poner en palabras sus propios pensamientos.
***
Malta se tapó los oídos con las manos antes de que Reyn oyera el sonido. Cuando estalló también en sus oídos, se sobresaltó tanto como ella. Los demás miraron a su alrededor asustados, mientras un lord jamaillio chillaba:
—¡Las serpientes han vuelto!
—No. Es Tintaglia —contestó Reyn.
Se sintió invadido por la ansiedad. La dragona estaba pidiendo ayuda. Cuando Reyn se acercó a la puerta, todos los demás se levantaron de la mesa para seguirlo. Cuando salieron a la cubierta, Malta le cogió la mano. Bajo la lluvia intensa, levantaron la cabeza hacia el cielo. Tintaglia estaba volando sobre ellos. Sus reflejos de azul y plata eran lo único que hacía contraste con la oscuridad del cielo nocturno. Daba la impresión de que le pesaban las alas. Se marcó un amplio círculo por encima de sus cabezas, antes de volver a chillar. Para la sorpresa de Reyn, la dragona recibió una contestación. La cubierta de la nao vibró cuando la Vivacia emitió su respuesta. Un grito muy profundo, proveniente del Paragon, se hizo eco del suyo.
Malta se había quedado paralizada, con la mirada puesta en el cielo, y no sin cierto temor. Un instante después de que muriera el sonido, buscó los ojos de Reyn, y le formuló una pregunta.
—¿Está pidiendo ayuda?
Reyn replicó:
—No. Está exigiendo nuestra ayuda. Tintaglia nunca pide nada.
La rudeza de sus palabras disimuló la tristeza que estaba sintiendo. Ahora estaban muy cerca el uno del otro. Sintió en sus carnes su propia debilidad así como la herida profunda que albergaba su alma.
—No lo he entendido todo —añadió Malta—, pero, sorprendentemente, sí algunas cosas.
Reyn le contestó, en voz baja:
—Cuanto más tiempo pases cerca de ella, más te irás enterando de lo que dice y siente. Tus oídos tienen poco que ver en esto.
Los chillidos de la dragona volvieron a sacudir los cielos. Los marineros, a su alrededor, o bien estiraban el cuello para observar mejor a la bestia, o bien corrían como cobardes a buscar un refugio. Reyn siguió mirando al cielo, completamente ajeno a la lluvia que le empapaba el rostro. Alzó la voz, para asegurarse de que todos lo oyeran, a pesar de los gritos de respuesta de las naos.
—La dragona está exhausta. Su ritmo de vuelo es demasiado rápido como para que las serpientes puedan seguirlo. Para esperarlas, no le queda más remedio que volar en círculos. No ha cazado ni comido por temor a abandonar a las serpientes. Cuando se cruzaron con una nave chalaza, esta la atacó. No le causó grandes daños, pero las serpientes se levantaron contra la nave. —Cogió aire—. Sabían cómo matar serpientes. Sus arqueros mataron a seis miembros de la maraña antes de que pudieran hundir la nave. —La nao vibró de indignación y tristeza—. Ahora que la maraña está durmiendo, Tintaglia ha venido a pedirnos ayuda. —Reyn les dedicó una mirada suplicante a los capitanes—. Se ha dejado sorprender por la oscuridad. Necesita una playa de arena en la que aterrizar... o cualquier otro tipo de playa. Con una hoguera encendida, para que pueda avistarla.
De repente, Sorcor tomó la palabra.
—¿Se las arreglaría con estiércol? Puede resultar algo resbaladizo, pero será menos duro que la roca.
—Isla Apestosa —confirmó Etta.
—No está lejos —añadió Rojo—. Lo más probable es que esté pasando por encima de ella cada vez que cierra un círculo. Pero no es un buen lugar para una nao: las aguas son poco profundas.
—Podemos mandar un bote —sugirió Etta para resolver el problema—. Y seguro que encontramos un montón de ramillas con las que encender una hoguera.
—Necesitamos llegar allí ahora mismo. —Reyn echó una mirada angustiada hacia el cielo—. Si no actuamos rápido, el océano la reclamará. Se está quedando sin fuerzas.