Capítulo 31
Negociando minucias

Todas las miradas se giraron hacia el mascarón de proa. Malta se desprendió del abrazo de Wintrow. Nadie más parecía haberse dado cuento de que la nao le había hablado a ella. Las miradas fueron del sátrapa a la nao. El sátrapa observaba al mascarón de proa parlante con asombro, pero Malta ya estaba mirando más allá de él. Había un hombre alto con una pata de palo detrás del sátrapa. Sus rasgos atractivos y contenidos no podían evitar, sin embargo, expresar cierto descontento. Tras él, el rostro confiado del capitán Rojo. Odiaba ser relegado a un puesto de figurante. El capitán Rojo miró al hombre alto y, de repente, Malta supo quién era. El capitán Kennit, el rey de las islas Piratas. Malta se aprovechó de su momento de distracción para observarlo. Enseguida sintió una mezcla de desconfianza y atracción hacia su persona. Al igual que Roed Caern, del Mitonar, irradiaba peligro. En otro tiempo, lo habría considerado como un hombre misterioso y atractivo. Pero se había hecho más sabia. Los hombres peligrosos nunca eran románticos ni exóticos, solo tenían capacidad para hacer daño. Este hombre no sería tan fácil de manipular y convencer como lo había sido el capitán Rojo.

—¿Es por timidez por lo que no te atreves a hablar conmigo? —intentó la nao, con dulzura.

Le envió una mirada desesperada e implorante a la nao. No quería que el hombre de una sola pierna la considerara como a una persona relevante. Tenía que seguir desenvolviéndose en su papel de consejera del sátrapa. ¿Fue aquel pestañeo de la Vivacia una señal de complicidad?

El sátrapa pareció ofenderse por las palabras de la nao. Se había creído que le había hablado a él.

—Saludos, nao rediviva —dijo, con rígida formalidad.

El breve instante en que había seguido los consejos de Malta se desvaneció. La muchacha supuso que acababa de recordar el tiempo en el que recibía constantemente nuevos y sorprendentes regalos. No sabía ser fiel a nada. La gratitud que le debía a Malta se desvaneció tan rápido como había llegado. Al menos pareció recordar su consejo: «No supliques ni te comportes como un prisionero».

El sátrapa se volvió hacia Kennit. No se inclinó ante él ni le dedicó ningún tipo de saludo.

—Capitán Kennit —le dijo, sin sonreírle.

Ese reconocimiento oficial de Kennit como rey de las islas Piratas era uno de los puntos que debían negociar.

Kennit lo observé con una frialdad burlona.

—Sátrapa Cosgo —le devolvió, con familiaridad, como para remarcar que se encontraban en pie de igualdad. La mirada del sátrapa se volvió más dura—. Por aquí —les indicó Kennit. Hizo un leve gesto con la cabeza a la atención de los Vestrit—. Ven, Wintrow.

Malta tuvo la impresión de que Kennit le hablaba a su hermano como a un perro o a un criado.

—¡Malta!

El grito estridente del sátrapa le recordó a la muchacha el plan de actuación que tenía que seguir.

Tenía que mantener las apariencias. No podía permitirse, por el momento, ni ser la hermana de Wintrow ni la sobrina de Althea. Les susurró:

—No me preguntéis nada ahora. Ya tendremos tiempo de hablar más tarde. Confiad en mí, por favor. No os metáis en lo que haga.

Se alejó de ellos, y ellos la dejaron marchar, pero Althea se quedó de piedra. Wintrow se apresuró a seguir las órdenes de su capitán.

Cuando todos estaban abandonando ya la cubierta, Althea preguntó en voz alta:

—¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Qué significa esto?

—Es tu sobrina —le dijo Jek, sin rodeos, mientras los seguía con los ojos abiertos como platos.

—Como si eso contestara algo. Si voy a guardarme mis preguntas y a no interferir, no es porque confíe verdaderamente en lo que vaya a hacer, sino porque no puedo hacer otra cosa. Espero que se dé cuenta de la serpiente traicionera que puede llegar a ser Kennit.

—Althea —le dijo la nao, a modo de aviso.

Althea se volvió para mirar a la nao.

—¿Por qué lo llamaste amigo de los dragones? ¿El sátrapa es amigo de los dragones?

—No era al sátrapa —replicó la nao evasivamente—. Pero preferiría no hablar de esto ahora mismo.

—¿Por qué? —le preguntó Althea.

—Tengo otras cosas en la cabeza —contestó la Vivacia.

Althea suspiró.

—Tus serpientes. Necesitan una guía que las lleve hasta las tierras de la incubación y las escolte río arriba. Me sigue costando pensar que eres una dragona.

Y le resultaba aún más difícil aceptar que la Vivacia se debía a una causa por encima de todas las demás. Pero, si las serpientes ocupaban un lugar prioritario en su corazón, por delante de los Vestrit, a lo mejor también precedían a Kennit. Althea, en su inocencia, advirtió una posible salida.

—¿Por qué no se lo pides simplemente a Kennit?

—¿Quién reaccionaría bien a una demanda así? —preguntó retóricamente la Vivacia.

—Tienes miedo de que te diga que no.

La Vivacia guardó silencio, lo que inquietó a Althea y sumó una nueva preocupación a las que ya se agolpaban en su conciencia. Era como elevarse en la cresta de una ola y ver aparecer, de repente, el horizonte. Comprendió el estado de confinamiento en el que estaba la Vivacia, el espíritu de una dragona encerrado en un cuerpo de madera, dependiente de dos hombres para izar sus velas y colocarla en la dirección del viento. Comprendió de repente que existían muchas maneras de ser violada. Esa revelación le partió el corazón. Aun así, sus siguientes palabras no le sonaron muy profundas.

—Si volvieras a ser mía, nos marcharíamos ahora mismo.

—Sé que lo piensas de verdad, y te lo agradezco.

Antes de que Jek tomara la palabra, Althea casi se había olvidado de que estaba allí.

—Podrías obligarlo a hacerlo. Amenázalo con abrir tus juntas.

La Vivacia sonrió amargamente.

—No soy como el loco del Paragon. No voy por la vida amenazando a mi tripulación con cometer un acto de locura. No. —Althea la sintió suspirar—. Kennit no se dejará marear con amenazas ni exigencias. Aunque tuviera buena voluntad, su orgullo no le permitiría hacerlo. Por eso, Althea, es por lo que tengo que seguir un antiguo precepto de tu familia. Tengo que negociar sin tener nada que ofrecer.

Althea intentó considerar aquello fríamente.

—En primer lugar, ¿qué es lo que quieres de él? En segundo lugar, ¿qué podemos ofrecerle?

—¿Que qué es lo que quiero? Lo que quiero de él es que me lleve de vuelta a los Territorios Pluviales lo antes posible, y que remontemos el río Pluvia hasta las tierras de incubación. Luego, quiero poder quedarme allí, cerca de las serpientes, durante todo el invierno, haciendo todo lo que podamos para protegerlas hasta que salgan de sus cascarones. —Se rió sin ánimo—. Sería aún mejor que dispusiéramos de una escolta marítima que acompañara a mis pobres y cansadas serpientes durante su larga travesía. Pero no hay nada de esto que no choque con los intereses de Kennit.

Althea se sintió estúpida por no haberlo visto antes. Si ayuda a las serpientes a emanciparse, las perderá. Se convertirán en dragones. Perderá una valiosa herramienta contra Jamaillia.

—La propia Rayo estaba tan preocupada haciendo demostraciones de fuerza para Kennit que tampoco lo vio venir. —Sacudió la cabeza—. En cuanto a tu segunda pregunta, no tengo nada que ofrecerle que no posea ya.

—Los dragones podrían prometerle que le prestarán su ayuda una vez salidos del cascarón —propuso Jek.

La Vivacia sacudió la cabeza.

—No soy quién para atarlos de esta manera. No lo haría ni aunque pudiera. Ya me resulta a mí suficientemente duro tener que servir a los humanos. No seré quien comprometa a la siguiente generación.

Jek se revolvió, impotente.

—Es inútil. No podemos ofrecerle nada que no tenga ya. —Sonrió sin alegría—. Salvo a Althea.

***

Justo cuando se la necesitaba, Etta no estaba donde tenía que estar, pensó Kennit, molesto. Además, dado que el hermano parecía haberse quedado paralizado desde la llegada de su hermana, tenía que tomar él mismo todas las decisiones.

—Lleva algunas sillas y una mesa a la sala de juntas. Y también algo de comida y bebida —le ordenó, con prisas.

—Yo lo ayudaré.

Sorcor, que se había prestado voluntario, se fue detrás de Wintrow. Tanto mejor. Sorcor y su familia habían sufrido mucho bajo las manos de los recaudadores de impuestos del sátrapa y sus amos esclavistas. En los tiempos lejanos en los que estuvieron sometidos a su autoridad, no habían faltado las veces en las que, borracho, Sorcor hubiera dejado claro lo que le haría al sátrapa si caía bajo sus manos. Cuantas menos oportunidades tuviera de considerar aquello, mejor.

Kennit siguió los pasos de Wintrow y Sorcor con lentitud, para dejarles tiempo suficiente para preparar la habitación. Advirtió que la muchacha le estaba observando el muñón y la pata de palo. Malta Vestrit se parecía a su padre. Tenía la arrogancia de Kyle Haven escrita en sus ojos y en sus labios. Kennit se detuvo a su altura y tendió su muñón hacia ella.

—Se la comió una serpiente —la informó, distendidamente—. La vida en alta mar es impredecible.

El sátrapa, que parecía más angustiado que su compañera, se echó hacia atrás. Kennit mantuvo una ligera sonrisa en su cara. Ah. Había olvidado lo poco que le gustaban las minusvalías físicas al noble jamaillio. ¿Podría utilizar eso en su contra? El capitán Rojo había subrayado los detalles de la propuesta del sátrapa. Una oferta maravillosa, pensaba Kennit alegremente, y solo la primera de ellas.

Kennit los condujo a la sala de negociaciones. Wintrow lo había preparado todo adecuadamente. Había desplegado un enorme mantel, y añadido unas velas a la mesa. En la bandeja de plata que llevaba en las manos traía toda una colección de botellas y de jarras heladas que contenían un brebaje de alguna isla sureña. Todo aquello era fruto de un saqueo reciente. El muchacho también había traído vasos para beber. Toda aquella disposición daría buena cuenta de su poder, sin llegar a ser extravagante. Kennit estaba satisfecho. Hizo un gesto para invitar a los presentes a que se sentaran a la mesa.

—No os quedéis en la puerta, por favor. Encárgate de hacer los honores, Wintrow, que estamos en buena compañía.

Malta Vestrit examinó la habitación con la mirada. Kennit no se pudo resistir.

—Esta habitación ha debido de cambiar desde la última vez que la viste, compañera. Pero, por favor, siéntete tan a tus anchas como si tu padre aún estuviera aquí.

Ese comentario provocó una respuesta inesperada.

—Malta Vestrit no es mi compañera. Más bien se podría considerar que es mi consejera —le informó el sátrapa con un aire altanero.

Pero lo más interesante fue lo pálida que se puso Malta. Luchó por ocultar la expresión de angustia que intentaba apoderarse de su rostro.

La debilidad estaba concebida para ser explotada. El capitán Rojo le había avisado de que Malta era una astuta negociadora. Pero podía conseguir minar su conciencia a base de palabrería bien escogida. Kennit ladeó la cabeza en dirección a la muchacha y se encogió ligeramente de hombros.

—Es una pena que el capitán Haven se viera envuelto en la trata de esclavos. De no haber tomado esa elección, a lo mejor esta nao seguiría siendo suya. Estoy convencido de que no ignoras lo que le prometí a esa gente. Que limpiaría las islas Piratas de esclavistas. El abordaje de la Vivacia fue uno de mis primeros pasos. —Le sonrió a Malta.

La muchacha movió ligeramente los labios, pero no llegó a formular en voz alta las preguntas que la consumían por dentro.

—Estamos aquí para negociar mi vuelta a la ciudad de Jamaillia —apunto enseguida el sátrapa.

Ya había tomado asiento en la mesa de negociaciones. Los demás también habían elegido asiento, pero se habían quedado de pie por respeto hacía Kennit. Al pirata no se le escapó esa omisión de protocolo.

—Evidentemente. —Kennit le dedicó una amplia sonrisa. Caminó hasta la cabecera de la mesa—. Wintrow —dijo, y este le sacó obedientemente su silla. Una vez que el pirata se hubo sentado, se llevó su muleta—. Poneos cómodos, por favor —invitó Kennit a los presentes, y todos tomaron asiento.

Sorcor estaba a su derecha, y el capitán Rojo un asiento más lejos. Wintrow se sentó a su izquierda. El sátrapa y Malta se habían colocado enfrente de Kennit. La muchacha había recuperado la compostura. Entrelazó los dedos de sus manos, las puso sobre la mesa, y esperó.

Kennit se instaló cómodamente en su silla.

—Es evidente que tu padre sigue vivo y en mi poder. Oh, pero no en esta nao, claro. Kyle Haven generaba demasiado malestar entre los tripulantes como para eso. Está a salvo allí donde se encuentra. Si llegamos a un acuerdo satisfactorio al final del día, a lo mejor se lo cedo a la consejera Malta Vestrit como símbolo de mi humilde gratitud por habernos ayudado en las negociaciones.

El rostro infantil del sátrapa se encendió de rabia. Ahí. Eso fue lo que los dividió. Aunque Malta lo había corregido de inmediato, un relámpago de esperanza había atravesado sus ojos. Ahora tenía más interés en contentar a Kennit que en proteger al sátrapa.

Malta suspiró hondamente. Cuando tomó la palabra, apenas le tembló la voz.

—Eso es muy amable por su parte, capitán Kennit. Pero hoy no me toca defender los intereses de mi familia. —Intentó establecer contacto visual con el sátrapa, pero este no le quitaba ojo a Kennit—. Estoy aquí como la subdita más leal del sátrapa —terminó.

Intentó imprimirles la mayor seguridad posible a sus palabras, pero Kennit sintió sus dudas.

—Claro, querida. Claro —dijo el pirata con voz melosa.

Ahora ya estaba listo para empezar.

***

Brashen se estaba echando la siesta en su camastro. Mentecacia estaba a menos de un día y una noche de camino. Se removió entre sus sábanas, intentando encontrar una posición cómoda para dormir. Se había tapado con las sábanas de Althea, que todavía olían a ella. En lugar de tranquilizarlo, aquello le provocaba dolor y anhelo. ¿Qué pasaría si su plan fallaba? En los últimos días todo había ido bien, se recordó a sí mismo. La moral de la tripulación había mejorado sustancialmente. Un día en tierra, carne fresca, verduras, y el éxito del secuestro de la madre de Kennit les había devuelto la confianza en sí mismos. La propia Madre parecía tener un efecto positivo sobre ellos. Cuando el temporal no le permitía salir a la cubierta, solía bajar a la cocina de la nao, donde se le había descubierto un don para convertir las gachas en una especie de puré suave que gustaba mucho más a la tripulación. Lo que más le reconfortaba a Brashen era que Clave le había asegurado que los hombres estaban poniendo todo su empeño en recuperar a Althea. Algunos por lealtad hacia ella, y otros para recuperar el orgullo que les había arrebatado el pirata con la paliza que les había dado.

Un sonido profundo y recurrente penetró en la mente de Brashen. Se estaba desvelando. Se levantó de la cama, se frotó los ojos, y se calzó sus zapatillas. Cuando salió a la cubierta, corría una brisa fresca y brillaba un pálido sol invernal. El Paragon surcaba las olas sin esfuerzo. De repente, la tripulación emitió un coro de exclamaciones y, cuando Brashen miró hacia arriba, vio que habían desplegado aún más velas. Entendió súbitamente lo que lo había despertado. La voz profunda del Paragon hacía vibrar la cubierta con un cántico que marcaba el ritmo a los tripulantes que estaban izando las velas. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Brashen, seguido de una punzada en su corazón. Por mucho que supiera lo que el humor de una nao podía afectar a su tripulación, seguía sorprendiéndose de ciertas cosas. Los tripulantes trabajaban con buen ánimo. Caminó hacia delante y se encontró con Semoy.

—¡No se puede desperdiciar una brisa como esta, señor! —le dijo el oficial en funciones con una sonrisa desdentada. ¡Si mantenemos este ritmo, deberíamos avistar Mentecacia antes del mediodía de mañana! —Luego añadió, entornando los ojos—: Ya verá como recuperamos a Althea, señor.

Brashen asintió, pero sonrió sin seguridad. Cuando llegó a la cubierta, se encontró con Ámbar y con Madre. Alguien había recogido la negra cabellera del Paragon en una cola de guerrero.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Brashen, que no daba crédito a lo que estaba viendo.

El Paragon giró la cabeza, con la boca muy abierta para terminar el cántico que cortó abruptamente para saludar a Brashen.

—Buenas tardes, capitán Trell —exclamó.

Ámbar se echó a reír.

—No sé muy bien por qué, pero no hay quien se resista hoy a él. No sé si es porque Madre ha terminado de leerle sus cuadernos de bitácora, o si simplemente...

—¡Decidido! —declaró abruptamente el Paragon—. He tomado una decisión, Brashen. Una decisión propia. Algo que no había hecho antes. He decidido poner el corazón en esto. Y no lo voy a hacer para ti sino para mí. He conseguido creer que podemos lograrlo. Igual que Madre. Está convencida de que, entre los dos, podemos conseguir que Kennit entre en razón.

La anciana sonrió amablemente. El viento frío le coloraba las mejillas. Parecía, paradójicamente, a la vez más débil y más vital de lo que había estado nunca. Asintió con la cabeza para suscribir las palabras del Paragon.

—Los cuadernos de bitácora han tenido algo que ver, Brashen, pero no han sido la pieza esencial. La pieza esencial he sido yo. Me ha hecho mucho bien mira atrás y volver a sentir mis viajes a través de los ojos de mi capitán. Los lugares en los que he estado, Brashen, y las cosas que he visto durante mi vida de nao, me pertenecen. —Giró la cabeza hacia las aguas. Aunque mantenía los ojos cerrados su vista parecía portar mucho más allá de las aguas. Cuando prosiguió, lo hizo con un tono de voz más bajo—. El dolor solo era una parte de todo esto. He tenido otras vidas antes, y me pertenecen tanto como esta. Puedo coger todos mis recuerdos, guardarlos, y crear mi propio futuro. No tengo por qué ser lo que otro decidió que sería, Brashen. Puedo ser el Paragon.

Brashen separó sus manos de la barandilla de proa. ¿Había oído alguien más la desesperación detrás del discurso esperanzador del Paragon? Brashen sospechaba que si el Paragon no salía victorioso de su último intento por aferrarse a una identidad, se hundiría en una espiral de locura.

—Sé que puedes hacerlo —le dijo cálidamente Brashen.

Un rincón oscuro de su alma se sintió amargado y envejecido ante la evidencia de la mentira. No se atrevía a entrar en la euforia del Paragon. Parecía una reminiscencia distorsionada de sus antiguos estados lunáticos. ¿No sería posible que se desvaneciera tan rápida y arbitrariamente como había llegado?

—¡Barco a la vista! —gritó la voz limpia de Clave desde arriba—: ¡Barco a la vista! —repitió—. Cantidad de ellos. Naves jamaillias.

—No tiene ningún sentido —observó Brashen.

—¿Quieres que suba a echar un ojo? —se ofreció Ámbar.

—Lo haré yo mismo —le aseguró Brashen.

Quería pasar algo de tiempo a solas, para poder analizar la situación. No se había subido a los aparejos desde que los habían reconstruido. Este sería un momento tan bueno como cualquier otro para ver cómo estaban aguantando las reparaciones. Empezó a subirse al mástil.

Enseguida dejó de prestarles atención a las reparaciones del aparejo. Clave tenía razón. Las naos que se veían a lo lejos eran jamaillias. La singular flota no había izado solo las banderas de Jamaillia, sino que también ondeaban las de la satrapía. Cañones y otras máquinas de asedio llenaban las cubiertas de algunas de las naves de mayores dimensiones. Aquella no era una flota mercante. El viento que la empujaba era el mismo que estaba llevando al Paragon hacia el norte, rumbo a Mentecacia. Brashen dudaba de que el destino de aquella flota fuera el pueblo pirata. De todos modos, no deseaba llamar su atención.

Una vez de vuelta en la cubierta, le ordenó a Semoy que aminorara la marcha.

—Pero gradualmente. Si sus vigías nos están observando, quiero que parezca que son ellos los que nos están dejando atrás debido a su velocidad, no que somos nosotros los que estamos decelerando el ritmo para evitarlos. A priori, no tienen ningún motivo para sentir curiosidad por nosotros. No les demos ninguno.

—Althea dijo algo acerca de unos rumores en Mentecacia —dijo Ámbar—. Pensó que no eran más que habladurías. Algo de unas ofensas de los mercaderes del Mitonar hacia el sátrapa, y de Jamaillia enviando una flota para vengarse del pueblo.

—El sátrapa ha terminado por agotar tanto la paciencia de los verdaderos piratas como la de la mascarada de los patrulleros chalazos.

—Entonces, ¿podrían convertirse en nuestros aliados contra Kennit?—propuso Ámbar. —Brashen sacudió la cabeza y soltó una carcajada sonora—. Estarán tan ávidos de saqueos y esclavos como deseosos de limpiar los canales de piratas. Se quedarán con todos los barcos que capturen, así como con su tripulación. No. Reza para que la Vivacia no se cruce en su camino porque, si la cogen por banda, lo único que podremos hacer para recuperar a Althea será comprársela a un esclavista.

***

—Más velas, Wintrow —sugirió Kennit alegremente.

Wintrow suspiró, pero se levantó para obedecer. El sátrapa parecía un espectro, y el maquillaje se estaba cuarteando sobre la tez pálida de Malta. Incluso el capitán Rojo y Sorcor habían empezado a mostrar signos de agotamiento. El único que conservaba su energía frenética era Kennit.

Malta se había sentado en la mesa con la dignidad y la compostura de un mercader. Wintrow se había sentido orgulloso de su hermana pequeña. Había presentado sus argumentos cuidando cada una de sus frases y, en cada punto, había enumerado las ventajas que supondrían tanto para él como para el sátrapa. El reconocimiento de Kennit como rey de las islas Piratas, estado soberano. El final de las naves esclavistas jamaillias en tierras piratas. Tanto el capitán Rojo como Sorcor habían sonreído triunfalmente. Luego, cuando había proseguido enumerando la lista de cosas que el sátrapa exigía a cambio, se les habían calmado los ánimos. El sátrapa pedía: un traslado seguro a la ciudad de Jamaillia, escoltado por una de las flotas de Kennit, con la seguridad de que islas Piratas lo reconocían como sátrapa de Jamaillia. En el futuro, Kennit se comprometería a asegurar el paso y a escoltar a las naves que ondearan bandera jamaillia a través del Paso Interior, y a someter a cualquier pirata independiente que ignorara el acuerdo.

Al principio, Kennit se había mostrado entusiasta. Había enviado a Wintrow a buscar papel de pergamino, tinta, y una pluma, y le había dado ordenado que tomara nota de lo que decía. Todo había ido muy deprisa, excepto por las apelaciones con las que había que dirigirse al sátrapa. Llenaron más de media página de «Su más gloriosa e ilustre figura», y cosas por el estilo. Kennit se había metido en la onda, dictándole a Wintrow los términos en los que tendrían que referirse a él: «Su querido e ímbatible capitán pirata Kennit, rey de las islas Piratas en virtud de su astucia y sagacidad». Mientras transcribía aquellos títulos ilustres, Wintrow pudo leer el asombro en los ojos del capitán Rojo, y el orgullo profundo en los de Sorcor. Este último había pensado que, a ese ritmo, las negociaciones acabarían enseguida, pero Kennit no había hecho más que empezar.

Enseguida empezó a añadir cláusulas al pacto. El poderosísimo sátrapa de Jamaillia no podía pretender que él, rey de los pueblos dispersos de las islas de los mares, patrullara las aguas sin obtener ninguna remuneración a cambio. Cualquier acuerdo que Jamaillia hubiera suscrito con los patrulleros chalazos habría de ser conocido por Kennit y sus propios patrulleros. ¿Qué podría objetar el sátrapa a algo así? Nada de eso conllevaría una subida de impuestos, solo que los cobraría un agente distinto. Y, además, las naves que llevaran la bandera del cuervo de Kennit no deberían ser molestadas cuando, camino del sur, pasaran por aguas jamaillias. En cuanto a los perdones selectivos a los criminales que habían huido de las islas Piratas, todo era un poco más confuso. Lo más fácil sería concederles el perdón a todos.

Cuando el sátrapa objetó que esos «Tatuados» serían indistinguibles de aquellos que seguían las leyes de Jamaillia, pareció que Kennit lo tomaba en serio. Propuso, muy seriamente, que el sátrapa redactara un edicto en el que estableciera que todos los ciudadanos libres de Jamaillia debían ser marcados con un tatuaje que permitiera reconocer su calidad de ciudadanos libres de Jamaillia. El capitán Rojo fingió un ataque de tos para esconder su risa, pero el sátrapa ya se había puesto colorado. Se levantó mientras se declaraba irrevocablemente ofendido, y salió a grandes pasos de la habitación. Malta no tuvo más remedio que seguirlo. Una ojeada a su rostro deshecho evidenciaba que ella veía más allá de lo que veía él. No tenía ningún lugar adonde ir. Esta negociación estaba a punto de convertirse en poco más que un robo documentado. Mientras esperaban a que al sátrapa se le pasaran los humores, Kennit le ordenó a Wintrow que les sirviera sus mejores alcoholes a sus cabos de a bordo, y le envió a buscar quesos y conservas de frutas exóticas que había obtenido de sus más recientes saqueos. Cuando el sátrapa volvió, en compañía de una Malta completamente hundida, todos habían entrado en calor y se habían relajado. Recuperaron sus asientos alrededor de la mesa. El sátrapa le ofreció a Kennit, en un tono helado, la concesión de cien perdones firmados.

—Que sean mil —le devolvió Kennit, igual de fríamente. Se apoyó sobre el respaldo de su silla—. Y me firmarás una autorización con la que pueda conseguir cuantos más estime necesarios.

—Hecho —concedió el sátrapa, enfurruñado, cuando vio que Malta se disponía a abrir la boca para protestar.

El joven gobernador la fulminó con la mirada.

—¿Por qué no se lo voy a dar si no me cuesta nada?

Eso puso el tono de todo lo que siguió. Los esfuerzos de Malta por ceder terreno a regañadientes fueron minados por el evidente estado de desesperación del sátrapa y, al final, por el simple aburrimiento generado tras largas horas de negociaciones. Las naves jamaillias que se detuvieran a por agua, víveres, o para realizar actividad comercial en las islas Piratas tendrían que pagarle una multa a Kennit. Jamaillia no interferiría en el derecho de regulación sobre el comercio de las naves que pasaban por entre las islas Piratas del capitán Kennit. Sorcor consiguió, como triunfo personal, que las personas condenadas a ser vendidas por deudas contraídas en el mercado de los esclavos tuvieran la opción de exiliarse a las islas Piratas. Asimismo, el capitán Rojo insertó una norma consistente en que los actores individuales dejarían de ser responsables de las deudas de su compañía. A partir de allí, el significado político de las demandas de Kennit derivó hacia una mera cuestión de adquisición de privilegios personales. Kennit tendría reservada toda una serie de habitaciones en el palacio del sátrapa en caso de que alguna vez eligiera visitar la ciudad de Jamaillia. Cualquier serpiente avistada en el Pasaje Interior debía ser considerada propiedad de Kennit y no debía ser molestada. Siempre habría que referirse a Kennit como al clemente y justo rey Kennit de las islas Piratas. El ritmo de las negociaciones solo decayó cuando el pirata empezó a quedarse sin inventiva.

Cuando Wintrow se levantó a buscar velas nuevas para la mesa, se dio cuenta de que pronto dejarían de necesitarlas. Habían consumido la noche entera con sus conversaciones: la pálida luz del amanecer invernal ya estaba despuntando en el horizonte. Se colocó junto a Malta mientras cambiaba las velas consumidas por unas nuevas que iba sacando de unos grandes cuencos de plata. Deseaba poder llegar hasta su hermana de la misma manera en que llegaba hasta la nao: pensando profundamente en ella. Deseó hacerle saber a Malta que, aunque estaba sentado en el bando de sus oponentes, estaba orgulloso de ella. Había negociado como una verdadera mercader. Si la oferta que le había hecho Kennit en relación con su padre había anidado en su mente, se había negado a dejarlo ver. Había pocas esperanzas de que Kennit honrara esa oferta. Seguía preguntándose cómo había llegado Malta a ser la compañera del sátrapa. Los infortunios que había sufrido en ese viaje, en cambio, podían leerse en su rostro. ¿Qué pasaría si las negociaciones resultaban satisfactorias para ambas partes? ¿Se marcharía Malta con el sátrapa?

Wintrow ansiaba que llegara el final de todo este proceso para poder hablar con ella. Tenía más hambre de noticias de casa que necesidad de comer o dormir. Encendió la última vela y volvió a su asiento. Kennit lo sorprendió al darle una sonora palmada en el hombro.

—¿Cansado, muchacho? Bueno, ya casi hemos llegado al final de todo esto. Lo único que queda por negociar es el propio rescate. Algunos piden dinero, pero yo soy algo reticente a eso. Prefiero gemas, perlas, pieles, tapices, incluso...

—¡Esto es intolerable!

A pesar de su estado de debilidad, el sátrapa se puso en pie. Los labios se le habían puesto blancos de tanto apretarlos los unos contra los otros, y sus puños temblaban de rabia. Durante un horrible instante, Wintrow temió que estallara en llanto. Malta le acercó una mano amable, pero se detuvo justo antes de tocarlo. Fulminó a Kennit con la mirada. Cuando tomó la palabra, lo hizo muy calmadamente.

—He comprendido la lógica de todo este asunto, excelentísimo sátrapa. Tus nobles te valorarán menos si no han pagado ninguna suma de dinero por recuperarte. Considera mis palabras con atención. Te proporcionarán una manera de evaluar el grado de lealtad que te deben tus nobles. Recompensarás a aquellos que estén dispuestos a ayudarte a volver al trono. Los que no lo hagan serán, por el contrario, víctimas de tu temible furia. Después de todo, mi señor, el capitán Kennit sigue siendo un pirata. —Le dedicó una ligera sonrisa a Kennit, para asegurarse de que su discurso llegaba a donde ella lo deseaba—. Ninguno de tus nobles aceptaría un tratado en el que te entregaras totalmente al pueblo y no exigieras nada para ti mismo.

Resultaba patético. Malta se dio cuenta de que el sátrapa no tenía ninguna autoridad sobre Kennit. Intentó idear una manera de ayudar al joven sátrapa a salvar su orgullo. Durante un momento, el sátrapa movió los labios sin emitir sonido alguno. Luego, le dedicó a Malta una mirada cargada de veneno. Después dijo, en un susurro:

—Seguramente sea cierto. ¿Y no tiene nada que ver con que estés dispuesta a humillarte si eso puede hacer que recuperes a tu padre, verdad? —Desvió su mirada hacia Kennit—. ¿Cuánto pides? —le preguntó, ásperamente.

—¡Barco a la vista!

Todas las cabezas se giraron en la dirección en la que había venido el grito del vigía. Kennit fue el único que apenas mostró signos de alteración.

—¿Te importaría ir a ver lo que ocurre, Sorcor? —le pidió perezosamente.

Se giró de nuevo hacia el sátrapa y sonrió. Parecía un enorme gato jugando con un ratoncito. Pero, antes de que Sorcor hubiera podido llegar a la puerta, Wintrow oyó un ruido de pasos que corrían en el exterior. Jola no llamó a la puerta: la machacó a puñetazos. Sorcor le abrió.

Jola entró disparado en la habitación.

—¡Naves jamaillias, señor! Toda una flota que se dirige hacia el sur, como nosotros. Los vigías dicen que tienen máquinas de guerra en sus cubiertas. —Cogió aire—. Solo podremos escapar si levamos el ancla ahora mismo.

Los ojos del sátrapa brillaron de esperanza.

—¡Ahora veréis! —declaró el sátrapa.

—Claro que veremos —accedió Kennit, afablemente.

Se giró hacia su oficial con cara de descontento.

—¿Por qué huiríamos, Jola, si la suerte me sonríe de cara a este enfrentamiento? Estamos en aguas familiares, rodeados por serpientes, y tenemos al excelentísimo sátrapa como... huésped. No nos costará nada llevar a cabo una pequeña demostración de fuerza. —Se giró hacia el sátrapa—. Puede que tu flota esté más dispuesta a honrar los términos de nuestro acuerdo si dejamos que conozca antes a nuestras serpientes. Ya veremos luego lo bien que negocian tu rescate. —Le dedicó una media sonrisa al sátrapa y acercó el tratado hacia su lado de la mesa—. Cómo voy a disfrutar con la conclusión de esta hoja. Su firma, señor. Luego añadiré la mía. Cuando se enfrenten a nosotros, si es que lo hacen, nos haremos una idea del respeto que les merece la palabra del sátrapa. Y su vida. —Le sonrió a Sorcor—. Me parece que tenemos algunas banderas jamaillias entre los frutos de nuestros saqueos. Dado que el excelentísimo sátrapa de toda Jamaillia es nuestro huésped, lo menos que podemos hacer en su honor es izar su bandera.

Kennit se levantó de la mesa y, de repente, volvió a ser el capitán de una nao. Le dedicó a su primer oficial una mirada cargada de desdén.

—Cálmate, Jola. Encárgate de que la bandera del sátrapa sea izada junto a la nuestra, y de que los hombres se preparen para la batalla. Sorcor, Rojo, os recomiendo que volváis a vuestras naves y hagáis lo mismo. Yo tengo que hablar con mis serpientes y mi nao. Ah, sí, y nuestros huéspedes. Wintrow, ocúpate de que no les falte de nada y enciérralos en la habitación de Althea, ¿de acuerdo? Permanecerán allí hasta que todo esto haya pasado.

No llegó a especificar si debía encerrarse allí con ellos o no, y Wintrow se apuntó bien esa omisión. Podría pasar unos momentos con su hermana.