Capítulo 29
Las mujeres de Kennit

La Que Recuerda y Maulkin no discutieron. Shreever casi deseaba que lo hicieran. Eso habría querido decir que al menos uno de ellos había llegado a una decisión. En lugar de eso, hablaban infinitamente de lo que había pasado, de lo que habría podido pasar, y de lo que habría podido significar. En las mareas que habían sucedido a la decisión de la maraña de Maulkin de no matar a la otra nao, las serpientes habían seguido a Rayo esperado a ver qué sería lo siguiente que ocurriera. La propia Rayo apenas había intercambiado palabras con ellos, a pesar de las insistentes demandas de La Que Recuerda. La criatura plateada parecía inmersa en algún tipo de dilema propio. Shreever, irritada ante tanta indecisión, tenía los nervios a flor de piel. Su sentimiento de pérdida se renovaba con cada marea. El tiempo fluía, y las serpientes se iban quedando atrás. Estaba perdiendo fuerza y masa corporal. Y lo que era peor aún, no conseguía mantener sus pensamientos en orden.

—Estoy menguando —le dijo a Sessurea mientras las olas los balanceaban. Se habían anclado el uno junto a la otra para pasar la noche. Había una leve corriente, molesta, puesto que no paraba de remover sedimentos, y de enturbiar las aguas—. Seguimos a esta nao, marea tras marea. ¿Para qué? Maulkin y La Que Recuerda siempre están nadando en su sombra, y solo hablan el uno con la otra. Las toxinas que sueltan junto al casco de la nao saben raro, y no nos traen comida. No dejan de repetir que debemos ser pacientes. Yo tengo mucha paciencia, pero estoy perdiendo masa corporal. Para cuando lleguen a una decisión, estaré demasiado débil como para viajar con la maraña. ¿A qué está esperando Maulkin?

Sessurea guardó silencio durante unos instantes. Cuando finalmente tomó la palabra, había más esperanza que desencanto en la voz de la serpiente azul.

—Nunca pensé que te oiría criticar a Maulkin.

—Llevamos mucho tiempo siguiéndolo, y jamás he puesto en duda su sabiduría —contestó. Parpadeó unas cuantas veces para evitar que los sedimentos le entraran en los ojos. —Me encantaría que volviera a ser nuestro líder. Lo seguiría hasta que mi carne ya no pudiera mantener mis huesos juntos. Ahora bien, no podría decir lo mismo de La Que Recuerda ni de la nao plateada. No pongo en duda la sabiduría de La Que Recuerda. ¿Pero quién se cree que es la criatura plateada para creer que puede retrasarnos cuanto quiera sabiendo que se nos escapa la estación de incubación?

—La pregunta adecuada no es quién sino qué es la criatura plateada.

Maulkin acababa de materializarse junto a ellos. Sus ojos brillaban débilmente a través de las aguas turbias. Si anclo junto a ellos, y luego los envolvió con su cuerpo. Shreever, agradecida, se soltó de la roca a la que se había anclado. Si Maulkin la sujetaba, descansaría más a gusto.

—Estoy cansada —se disculpó—. Y no dudo de ti, Maulkin.

El líder se dirigió a ella con amabilidad.

—Nunca has dudado de mí, incluso cuando yo he vacilado. Sé que has pagado un precio por tu lealtad. Me temo que el precio que estamos pagando todos por culpa de mi indecisión sea demasiado alto. La Que Recuerda ya me lo ha apuntado. Nuestra maraña está compuesta casi exclusivamente por machos. No servirá de mucho que lleguemos a las tierras de incubación, nos enterremos, y salgamos luego de nuestros cascarones si nos retrasamos tanto en nuestro viaje que no sobreviva ninguna reina.

—¿Retraso? —preguntó Shreever sin alterarse.

—Sobre eso es sobre lo que estamos debatiendo. Cada marea que pasa nos debilita. Pero no tiene sentido que prosigamos nuestro camino sin un guía, porque este mundo no se ajusta a los recuerdos que tenemos de él. Necesitamos que Rayo nos guíe, así que tenemos que ir a su ritmo. Además, nos estamos quedado tan débiles que necesitamos su protección.

—¿Por qué nos hace esperar?

Sessurea planteó, con su franqueza habitual, la pregunta en torno a la cual todos habían estado girando.

Maulkin emitió un sonido de disgusto, y su melena soltó una nube de toxinas.

—Nos ha dado una pila de respuestas a esa pregunta, y a la vez ninguna. La Que Recuerda cree que la nao plateada necesita más ayuda de los humanos de la que está dispuesta a admitir. Esto está relacionado con su naturaleza. Insiste en que es una dragona. Pero sabemos que no lo es.

—¿No lo es? —exclamó Sessurea, consternada—. ¿Y entonces qué es?

—¿Qué importa eso? —se quejó Shreever—. ¿Por qué no puede simplemente ayudarnos como dijo que haría?

Maulkin quiso pronunciar palabras de alivio, pero fueron más alarmantes que otra cosa.

—Para ayudarnos, tendría que pedirles ayuda a los humanos. No creo que vaya a rebajarse hasta ese nivel. —Habló despacio—. Antes de poder ayudarnos, tiene que aceptarse a sí misma. La Que Recuerda ha estado insistiéndole para que lo haga. La Que Recuerda sabe muchas cosas de un bípedo que pertenece a la tripulación de la nao. Wintrow la ayudó a escapar de los Otros. Al tocarlo, lo conoció. Sabía montones de cosas sobre una nao, cosas que La Que Recuerda no llegó a captar del todo en ese momento. Ahora, está empezando a atar cabos. Estamos intentando despertar a la parte de la nao que aún duerme, de darle fuerzas para que renazca. Es un proceso lento. Se ha mostrado tanto débil como reticente. Pero, últimamente, ha empezado a removerse. Aún podemos conseguir convencerla.

***

Kennit aguantó la bandeja con una mano y, con la otra, metió la llave dentro de la cerradura. No le resultó fácil, en tanto que un temblor importante estaba arruinando su destreza. Llevaba un día y una noche enteros sin entrar en la habitación. Apenas había dormido ni comido nada en ese intervalo de tiempo. Había evitado la cubierta superior y al mascarón de proa, así como a Etta y a Wintrow. No recordaba con claridad lo que había hecho durante esas horas. La versión de algunos de sus marineros era que había estado en el puesto de vigía. Unas horas atrás, Sorcor se había presentado ante él con un catalejo. Era la primera vez que lo utilizaba, y se quedó encantado con aquel invento. Ahora podía ver todos sus dominios desde el nido de cuervos. Las serpientes ondeaban alegremente sobre las olas, y tenían el viento a favor. Había soñado, con el viento en la cara. Había saboreado repetidas veces el rato que había pasado a solas con Althea Vestrit. No se había mantenido alejado de ella por autodisciplina ni sentimiento de culpa. El acto de anticipación constituía un placer en sí mismo. Por eso, había esperado hasta que su excitación volviera a ser tan intensa como la otra vez. Ahora se encontraba delante de la puerta, temblando de puro anhelo.

¿Volvería a poseerla? Aún no lo había decidido. Si la encontraba lo suficientemente despierta como para acusarlo, tenía la intención de negarlo todo. Actuaría como un perfecto galán, y se preocuparía por sus miedos. Sentía un gran poder al tener la capacidad de controlar la realidad de otro. Jamás se había dado cuenta de eso hasta ahora.

—Vaya pesadilla tan horrible —susurró, con falsa compasión, y sintió como una sonrisa cínica amenazaba con perfilar sus labios.

Distendió sus músculos faciales, e intentó calmarse. Tras unas cuantas respiraciones, abrió la puerta y penetró en aquella penumbra.

La tenue luz del atardecer invernal apenas se filtraba en el interior de la habitación. Althea se había envuelto entre sus mantas, y estaba profundamente dormida. Había un fuerte olor a vómito en la atmósfera recargada de la habitación. Se apoyó sobre su muleta mientras cerraba la puerta e intentaba respirar lo menos posible aquel hedor. Un olor así era insoportable: jamás podría hacerlo. Le desmontaba todos sus planes. Tendría que darle una dosis extra de amapolas y mandragoras sedantes, y mandar a algún grumete a la habitación para que le diera una buena pasada con la fregona mientras Althea dormía. Kennit, amargamente decepcionado, dejó la bandeja sobre la mesa.

Todo el peso de Althea le cayó sobre los hombros. Cayó al suelo, junto con su muleta y la bandeja de comida, armando un escándalo de mil demonios. Al caer, Kennit se golpeó la cabeza con el pico de la mesa. Las manos de Althea rodearon su garganta. Kennit giró la cabeza a un lado y a otro, mientras intentaba mantener la barbilla pegada al pecho, para evitar que la mujer pudiera ahogarlo del todo. Había calado su rodilla en el hueco de la espalda del pirata pero, cuando este giró su cuerpo hacia un lado, ella cayó con él. Era evidente que estaba lenta de reflejos, aún adormecida por las drogas. Si aún tuviera dos piernas, pensó Kennit, Althea no habría tenido ninguna oportunidad de reducirlo. Consiguió sin embargo, desde la posición en la que estaba, agarrar una de sus muñecas antes de que la mujer cayera hacia un lado. Trató de ponerse en pie, pero no conseguía mantener el equilibrio, y ya estaba jadeando. Cuando Kennit empezó a levantarse, lo embistió de nuevo. Tenía los ojos negros muy abiertos. Su muleta había caído fuera de alcance. Estiró su cuerpo para tratar de alcanzarla.

—Tú, bastardo —lo acusó rabiosamente, con la voz entrecortada . ¡Bestia sin corazón!

Kennit se hizo el sorprendido.

—¿Qué es lo que te ha dado, Althea?

—¡Me violaste! —le dijo, con la voz ronca. Luego, fue subiendo el tono hasta gritar, sin cuidarse de quien pudiera oírla—. Me violaste, mataste a mi tripulación, e incendiaste mi nao. ¡Mataste a Brashen! ¡Raptaste a la Vivacia! ¡Eres el culpable de todo! ¿No querrás ponerte en evidencia delante de toda la tripulación, verdad?

Kennit vio como Althea echaba ojeadas a un lado y a otro de la habitación, buscando un arma. No había considerado que pudiera llegar a ser tan peligrosa. A pesar del residuo de droga que quedaba en su cuerpo, tenía todos los músculos en tensión. Reconoció la mirada del asesino: la había visto demasiadas veces en su propio espejo. Kennit se estiró de nuevo para alcanzar su muleta. En ese mismo instante, Althea se abalanzó, no sobre él sino hacia la puerta. Descorrió torpemente el pestillo, abrió la puerta nerviosamente, y se precipitó hacia el exterior de la habitación. Kennit vio como se chocaba con la pared del pasillo, se recomponía, y subía corriendo la escalerilla.

El mascarón de proa. Estaba intentando llegar hasta el mascarón de proa. Agarró por fin su muleta, se la colocó bajo el hombro, se agarró a la mesa con su otra mano y consiguió ponerse de pie. No encontraría ningún consuelo en la Vivacia. Se sintió tentado por la idea de dejarla marchar, pero no podía resolverse a que despotricara contra él y desvariara delante de la tripulación. Además, ¿qué pasaría si la oían Wintrow o Etta?

Alcanzó la puerta y miró en la dirección de la mujer. Había ralentizado la marcha. Se había apoyado parcialmente contra la pared, pero seguía adelante, dando tumbos obstinadamente. El cabello oscuro le caía como una cortina sobre el rostro. Llevaba puesta la ropa de Wintrow, que ahora estaba llena de comida y de vómito. Había debido de despertarse, vestirse, y esperar ahí, agazapada, a que volviera. Era todo un plan, teniendo en cuenta la dosis de amapolas que le había dado. Casi sentía admiración por ella. Tendría que aumentar la dosis.

La silueta de un tripulante apareció al final del pasillo. Kennit alzó la voz y ordenó:

—Detenía. Tráela de vuelta a su habitación. No está bien de la cabeza. Me ha atacado.

La silueta descendió un par de escalones de la escalerilla y, de repente, Kennit se dio cuenta de su error. El tripulante era Wintrow.

—¿Tía Althea? —preguntó, sin poder creérselo.

Le ofreció su brazo para que se apoyara en él, pero Althea lo despreció. Kennit dudó de que hubiera reconocido a su sobrino. Lo que hizo la mujer fue levantar el brazo y apuntar hacia Kennit con una mano temblorosa.

—¡Me ha violado! —Se echó el cabello hacia atrás para poder observar mejor al muchacho que tenía delante—. Y mi nao está atada de pies y manos, ahí abajo en las profundidades. Estoy drogada. No me encuentro bien. Ayúdame. Ayúdala.

Había soltado por la boca todas las fuerzas que le quedaban. Se apoyó contra la pared y se deslizó hasta el suelo mientras Wintrow la miraba con el rostro transfigurado por el pánico. La cabeza de su tía oscilaba hacia un lado y hacia otro como la de un gato envenenado. Llegó otro tripulante, para mayor consternación de Kennit. Pero lo peor de todo fue cuando oyó la voz de Etta salir de detrás del hombre.

—¿Qué ha dicho esa zorra? —preguntó, furiosa.

Kennit se apresuró a girar la cabeza hacia ella.

—Está enferma. No sabe lo que dice. Me atacó. —Sacudió la cabeza—. La pérdida de sus compañeros parece haberla vuelto loca.

Los ojos de Etta se pusieron como platos.

—¡Kennit, estás sangrando! —exclamó horrorizada.

Kennit se llevó una mano a la ceja y, cuando se miró los dedos, los tenía cubiertos de sangre. Se había dado un golpe más fuerte de lo que había creído.

—No es nada. Estoy bien. —Se tranquilizó a sí mismo y habló en un tono que transmitía autoridad pero también preocupación—. Ten cuidado con ella, Wintrow, pero trátala con delicadeza. No sabe lo que dice. El incendio del Paragon la ha dejado trastornada.

—¡Estoy perfectamente, bastardo violador asesino! —le escupió Althea, todo de golpe.

Se agitó convulsivamente, en lo que parecía un intento por levantarse.

—¡Tía Althea! —Wintrow estaba paralizado por el imacto. Kennit pudo leer el horror en el rostro del muchacho. Se arrodilló, y ayudó a la mujer a levantarse—. Tienes que descansar —le dijo, sintiendo lástima por ella—. Has vivido momentos muy difíciles.

Althea, apoyada sobre los hombros de Wintrow, lo miró como si fuera un insecto. El muchacho le devolvió una mirada consternada. A pesar de las distintas expresiones de sus caras, se parecían mucho. El cuadro familiar le recordó a Kennit a las antiguas representaciones de Sa en las monedas donde se enfrentaban, cara a cara, lo masculino y lo femenino. Luego, Althea centró todo su desprecio en Kennit. Al ver lo decidida que estaba, Kennit se preparó para una nueva embestida. Aunque pensó que no tendría problemas en evitar su torpe ataque, no se dio la oportunidad de intentarlo. De repente, Etta empezó a gritar y se interpuso entre ellos. La puta era más grande que Althea, tenía todos sus sentidos en alerta, y experiencia de lucha. Noqueó sin esfuerzos a la mujer del Mitonar, se subió encima de ella, y le inmovilizó los brazos. Althea gritó de rabia e impotencia, y se debatió, pero Etta no la soltó.

—¡Cállate! —le gritó la puta—. ¡Cierra esa bocaza mentirosa! No sé por qué se molestaría Kennit en salvarte la vida. Cállate o te parto los dientes.

Kennit se quedó mirándola, tan fascinado como horrorizado. Ya había visto mujeres luchar anteriormente. Aunque en Mentecacia era un espectáculo tan común que solía pasar desapercibido, a él siempre le había parecido un espectáculo vergonzoso porque, de alguna manera, lo humillaba.

—Etta. Levántate. Wintrow. Acompaña a Althea hasta su habitación —ordenó el pirata.

A pesar de que sus pulmones estaban oprimidos bajo todo el peso de Etta, Althea consiguió pronunciar unas palabras.

—¿Soy una zorra estúpida? Me violó. ¡Aquí, en mi nao familiar! ¿Y tú, siendo una mujer, lo defiendes? —Giró la cabeza para mirar a Wintrow con ojos de fiera—. ¡Ha matado a nuestra nao! ¿Cómo puedes mirarlo a la cara sin darte cuenta de lo que es? ¿Cómo puedes ser tan estúpido?

—¡Cállate! ¡Cállate!

Etta iba subiendo el tono de voz, hasta rayar la crisis de histeria. Le propinó un manotazo a Althea que retumbó en todo el pasillo.

—¡Etta! ¡Te he dicho que pares! —gritó Kennit, horrorizado.

Cogió la muñeca de la mano que había levantado la puta, e intentó apartarla de Althea. Etta siguió inmovilizando a Althea con una mano y luego, sorprendentemente, se echó a llorar. Kennit levantó la vista, y se encontró a una docena de marineros boquiabiertos observando el espectáculo que habían montado.

—Separadlas —ordenó. Al final, algunos hombres se adelantaron para ejecutar la tarea. Wintrow cogió a Etta por el hombro y la apartó de Althea. Fue un milagro que Etta se dejara manejar sin oponer resistencia—. Lleva a Etta a mi camarote hasta que se calme —-le ordenó a Wintrow—. En cuanto a los demás, devolved a Althea a su habitación y aseguraos de echar el pestillo. Ya me ocuparé de ella más tarde.

La breve lucha entre Althea y Etta había consumido las fuerzas que le quedaban a la primera. Cuando un par de marineros la cogieron para arrastrarla hasta su habitación, aún tenía los ojos abiertos, pero ni siquiera podía mantener la cabeza recta.

—Te... mataré —le dijo a Kennit, entrecortadamente, cuando pasó por delante de él.

Y de verdad lo sentía así.

Kennit sacó un pañuelo de su bolsillo y se limpió la herida de la ceja. La sangre se veía más oscura: se estaba coagulando. La perspectiva de tener que enfrentarse a Etta no era muy alentadora, pero no podía hacer otra cosa. No estaría a gusto con un hilillo de sangre cayéndole por la cabeza, y manchas de comida por toda su ropa. Cuando sus hombres volvieron de encerrar a Althea, les dedicó la sonrisa más falsa que pudo poner. Sacudió la cabeza.

—Mujeres. No están hechas para vivir a bordo de una nao, es así de sencillo.

Uno de sus hombres le devolvió la sonrisa, pero los demás parecieron molestarse. Eso no era bueno. ¿Producía Etta tanto efecto sobre los tripulantes? Tendría que hacer algo para solucionar eso. Tendría que hacer algo para sobrellevar toda aquella situación. ¿Cómo había dejado que se formara todo este caos? Sacudió su chaqueta arrugada, e intentó quitarse los restos de comida de las mangas.

—¿Capitán Kennit?

Dirigió la vista, molesto, hacia otro grumete tembloroso.

—¿Qué pasa ahora? —le preguntó, de mala manera.

El hombre se mordió el labio inferior.

—Es la nao, señor. El mascarón de proa. Dice que quiere verle, señor. —El marinero tragó saliva antes de proseguir—. Dijo: «Díselo ahora mismo. ¡Ya!». No quisiera faltarle al respeto, señor, pero eso fue lo que dijo.

—¿Sí? —-Kennit intentó mantener un tono de voz frío y despreocupado—. Bueno, pues puedes decirle, sin pretender faltarle al respeto, que el capitán tiene otros asuntos que atender, pero que se reunirá con ella en cuanto pueda. En cuando tenga un hueco libre.

—¡Señor! —el hombre titubeó al intentar iniciar una protesta desesperada. Kennit le lanzó una mirada de hielo—. Sí, señor —le concedió finalmente el hombre. Se alejó arrastrando los pies.

Kennit no envidiaba su posición, pero no podía dejar que la nao lo viera en ese estado, y menos aún después de que un simple marinero le hubiera insistido para que cumpliera con sus deseos. Alzó una mano para alisarse el bigote.

—Despacio. Calma. Tranquilidad. Recupera el control de la situación —se aconsejó a sí mismo.

Una vocecilla le dio el contrapunto burlón desde su muñeca.

—Rápido. Desordenadamente. Todo se rompe en pedazos. Acabarás perdiendo el control sobre ti mismo, querido. No será muy distinto de cuando Igrot halló su destino entre tus manos. Porque, cuando te convertiste en una bestia, pequeño Kennit, te condenaste a ti mismo hasta el final.

—Etta, Etta, por favor —le imploró Wintrow a la mujer, que estaba deshecha.

Debería haber estado junto a Althea. Le había dado la impresión de que estaba tanto enferma como perturbada, ¿pero cómo podía dejar así a Etta? No le hacía ningún caso. Seguía llorando, con la cabeza hundida dentro de la almohada, como si no pudiera parar. Nunca había visto a nadie llorar de esa manera. Era un llanto muy violento, como si su cuerpo intentara expulsar el dolor pero este fuera demasiado profundo como para dejarse evacuar con lágrimas.

—Etta, por favor, Etta —intentó de nuevo.

Ni siquiera pareció oírlo. Le dio unas palmaditas tímidas sobre el hombro. Tenía algún que otro recuerdo de su madre intentando reconfortarasía su hermanita, cuando Malta estaba metida en sus delirios y no conseguía calmarse.

—Ya está, ya está —le dijo, con toda su dulzura—. Todo ha terminado. —Formaba círculos con la mano en la espalda de la mujer.

Inspiró profundamente.

—Todo ha terminado —le confirmó, y empezó a lamentarse de nuevo.

Aquello era tan impropio de Etta que Wintrow tenía la impresión de estar consolando a una extraña. Su comportamiento estaba siendo tan incomprensible como el de Althea.

La escena con Althea había sido horrible: a su tía debía de pasarle algo terrible. Tenía que hablar con ella, independientemente de lo que le ordenara Kennit. Las acusaciones que había vertido sobre Kennit y sus extrañas palabras acerca de una nao incendiada le habían hecho dudar de su cordura. Jamás tendría que haber permitido que Kennit le impidiera verla. El aislamiento no la había hecho mejorar, sino que la había dejado a solas con sus heridas. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido?

Pero Etta seguía llorando, y no podía dejarla sola. ¿Por qué le habían afectado tanto las palabras sin sentido de Althea? Enseguida se le apareció la respuesta: estaba embarazada. Las mujeres siempre se comportaban de un modo extraño cuando estaban embarazadas. Sintió alivio por haber encontrado la solución al problema.

—Todo irá bien, Etta. Tú solo sácalo. Estas tormentas emocionales son lógicas en tu condición.

Etta se sentó sobre la cama. Tenía el rostro enrojecido, y las mejillas llenas de lágrimas. De repente, se tiró a por él. Wintrow vio llegar su puño, y le faltó nada para evitar el golpe. Lo alcanzó en plena barbilla, le chocaron los dientes, y vio las estrellas. Retrocedió para levantarse, mientras se llevaba una mano a la barbilla.

—¿A qué ha venido eso? —le preguntó, algo atontado.

—A que eres estúpido. ¡Estás ciego, Wintrow Vestrit! Y eres un idiota. No sé como he podido perder mi tiempo contigo alguna vez. Sabes mucho, pero no aprendes nada. ¡Nada! —De repente, volvió a derrumbarse. Hundió su cabeza entre sus rodillas y empezó a balancearse hacia delante y hacia atrás, como una niña desconsolada—. ¿Cómo he podido ser tan estúpida? —gimió.

Se incorporó de nuevo y buscó a Wintrow.

El muchacho dudó un momento antes de sentarse en la cama junto a ella. Cuando se aproximó ligeramente para darle una palmadita amistosa en el hombro, Etta se abrazó a él. Hundió su rostro contra el hombro de Wintrow y se echó a llorar. Le temblaban los hombros. Wintrow la abrazó a su vez, primero con cautela, y después más firmemente. Nunca había tenido a una mujer entre sus brazos.

—Etta —dijo, con suavidad—. Etta, mi amor. —Se atrevió a tocarle el pelo.

La puerta se abrió. Wintrow se asustó, pero no la soltó. No tenía nada de lo que avergonzarse ni por lo que sentirse culpable.

—Etta no parece Etta —le dijo a Kennit sin pensar.

—Eso no tiene porqué ser malo, si quien quiera que sea es capaz de comportarse mejor que la verdadera Etta —le contestó, con una total e indiscriminada falta de tacto—. Armar un escándalo así en el pasillo, como si fuera una vulgar zorra. —Cuando vio que Etta no levantaba la cabeza del hombro de Wintrow, siguió adelante con sus sarcasmos—: Espero no estar interrumpiendo nada entre vosotros dos. Algo tan irrelevante como que mi cara esté sangrando, o que mi ropa esté asquerosa, no debería importarle a ninguno de vosotros dos.

Para la sorpresa de Wintrow, Etta levantó la cabeza, despacio. Observó a Kennit como si fuera la primera vez que lo veía. Hubo un entendimiento en esa mirada, una conexión que Wintrow no pudo interpretar. La mujer pareció romperse, pero no volvió a llorar.

—Ya he terminado —dijo, interrumpiendo finalmente aquel silencio—. Enseguida me levanto y te busco...

—No te molestes —le contestó Kennit de mala manera cuando se levantó—. Puedo arreglármelas yo solo. Prefiero que vayas a ver a Jola. Dile que le pida al capitán Sorcor que nos mande un bote que te venga a buscar. Creo que lo mejor será que pases un tiempo en la Marietta.

Wintrow se esperaba que Etta contestara esa decisión, pero se quedó callada. Parecía otra. Se fue dando cuenta, poco a poco, de lo que había cambiado en ella. Normalmente, cuando miraba a Kennit, le brillaban los ojos y se le salía el amor por los poros. Ahora, lo miraba como si se le estuviera yendo la vida por cada uno de los agujeritos de su piel. Cuando tomó la palabra, ya había capitulado.

—Tienes razón. Sí. Eso será lo mejor. —Levantó las manos y se frotó los ojos, como si se estuviera despertando de un largo sueño.

Luego, sin añadir otra palabra o mirada, abandonó la habitación.

Wintrow la observe» marchar. Esto no podía estar pasando. Nada tenía sentido Luego:

—¿Y bien? —preguntó Kennit, fríamente.

Le dio un repaso a Wintrow de la cabeza a los pies.

Wintrow se puso de pie. Tenía la boca seca.

—No creo que tenga que mandar a Etta a otro lado, señor, ni siquiera por su propia seguridad. Lo que deberíamos hacer, en lugar de eso, es prescindir de Althea a bordo de la nao. Está trastornada. Por favor, señor, apiádese de esta pobre mujer y permita que la mande a casa. Estamos a escasos días de Mentecacia. Podría pagarle un pasaje de vuelta a casa en uno de los navios mercantes que se dirigen allí. Cuanto antes se marche, mejor será para todos nosotros.

—¿De verdad? —preguntó Kennit, secamente—. ¿Y que te hace pensar que puedes opinar en lo que decida hacer con Althea?

Wintrow guardó silencio, paralizado por las palabras de Kennit.

—Es mía, Wintrow. Para que haga lo que quiera con ella. —Kennit le dio la espalda y empezó a desvestirse—. Tráeme una camisa. Eso es todo lo que necesito de ti ahora mismo. No necesito que pienses, ni que decidas, ni siquiera que implores. Solo quiero que me traigas una camisa y unos pantalones. Y, de paso, algo para limpiarme este corte.

Kennit habló mientras se desabrochaba los botones de su camisa sucia. Su chaqueta ya estaba en el suelo. Wintrow se puso a ejecutar las órdenes de Kennit sin rechistar. La rabia que lo carcomía por dentro se había impuesto al resto de sus pensamientos. Sacó la ropa limpia, y encontró un paño y un barreño de agua fresca para Kennit. El corte era pequeño, y ya se estaba cerrando. Kennit se limpió la sangre de la ceja, y tiró el paño al suelo, desdeñosamente. Wintrow lo recogió en silencio. En el momento en el que lo estaba colocando de nuevo dentro del barreño, recuperó el control del habla.

—Señor. No es un buen momento para alejar a Etta de aquí. Lo que tiene que hacer es estar aquí, junto a vos.

—Yo no lo veo así —comentó Kennit, aburrido. Le tendió sus muñecas a Wintrow para que le abrochara los puños—. Prefiero a Althea. Tengo intención de quedármela, Wintrow. Lo mejor que puedes hacer es acostumbrarte a esa idea.

Wintrow estaba horrorizado.

—¿Vas a retener a Althea aquí, en contra de su voluntad, y a exiliar a Etta a la nao de Sorcor?

—No va a ser en contra de su voluntad, si eso es lo que te preocupa. Tu tía ya me ha dado a entender que me encuentra atractivo. Terminará por aceptar su nuevo papel junto a mí. El pequeño... incidente de hoy ha sido una aberración. Necesita más tiempo para descansar y adaptarse a los cambios. No tienes que preocuparte por el modo en que se comporte.

—Voy a ir a verla. Voy a hablar... ¿Qué ha sido eso? —Wintrow levantó la cabeza.

—Yo no he oído nada —contestó Kennit, en un tono despreciativo—. A lo mejor deberías irte con Etta a la Maríetta hasta que...

Esta vez fue él quien tuvo que interrumpir su frase. Abrió mucho los ojos, y levantó las cejas.

—Tú también 1o has sentido —lo acusó Wintrow—. Un estremecimiento. En el interior de la propia nao.

—¡No he sentido tal cosa! —le contestó Kennit, alterado.

—Algo está pasando —declaró Wintrow.

Rayo le había enseñado a temer su conexión con la nao. Sintió que el vínculo que los unía se manifestaba en su mente, por mucho miedo que tuviera a entrar en contacto con ella.

—No he sentido nada —declaró el pirata, desdeñosamente—. Te lo has imaginado.

—¡Kennit! ¡Kennit!

Fue una llamada larga, intensa, amenazante. Wintrow sintió como se le erizaba el cabello.

Kennit se metió en su camisa apresuradamente y se apretó los lazos del cuello y los puños de la camisa.

—Supongo que debería ir a ver lo que quiere —dijo, despreocupadamente, pero Wintrow pudo ver que fingía—. Me imagino que el pequeño escándalo del pasillo la ha sacado de sus casillas.

Wintrow no le contestó. Se limitó a abrirle la puerta a Kennit. El pirata pasó delante de él. Al pasar por delante de la puerta de Althea, Wintrow oyó el murmullo de su voz. Se detuvo, y pegó su oído contra la puerta para escucharla mejor. La pobre mujer estaba hablando sola, tan bajo y tan rápido que Wintrow no entendió una sola palabra de lo que decía.

—¿Althea?

Intentó abrir la puerta, pero el pestillo estaba echado. Se quedó un momento quieto, indeciso, y luego fue detrás de Kennit.

Casi había alcanzado la puerta cuando vio a Etta bajar por la escalerilla. Caminaba muy recta, y tenía el rostro impasible. Wintrow alzó la vista para encontrarse con su mirada.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Claro que no. —Lo dijo ella con suavidad, sin alterarse—. El bote de Sorcor está de camino. Tengo que empaquetar unas cuantas cosas.

—Hablé con Kennit, Etta. Le pedí que no te apartara de su lado.

Etta parecía a punto de desvanecerse. Su voz llegó desde muy lejos.

—Supongo que lo hiciste con buena intención.

—Deberías decirle que vais a tener un niño, Etta. Puede que eso lo cambie todo.

—¿Cambiarlo todo? —Esbozó una sonrisa quebradiza—. Oh, Kennit ya lo ha cambiado todo, Wintrow. No hace falta que empeore aún más las cosas.

Empezó a alejarse de él. Wintrow salió detrás de ella y la cogió del brazo para retenerla.

—Etta, por favor. Díselo.

Cerró la boca a tiempo para evitar seguir hablando. A lo mejor, si Kennit se enteraba de que estaba embarazada, no la apartaría a un lado para poder acercarse más a Althea. Seguro que eso lo hacía cambiar de parecer. ¿Qué hombre podía permanecer insensible a una noticia así?

Etta sacudió la cabeza, despacio, casi como si pudiera oír los pensamientos de Wintrow.

—Wintrow, Wintrow. ¿Sigues sin entenderlo, verdad? ¿Por qué te crees que estaba tan sobresaltada? ¿Porque estoy embarazada? ¿Porque golpeó a Kennit y lo hizo sangrar?

Wintrow se encogió de hombros en silencio. Etta acercó su rostro hacia él.

—Quería matarla. Quería hacer lo que fuera para que se callara. Porque estaba diciendo la verdad, y no podía soportar oírla. Tu tía no está loca, Wintrow. Al menos, no más loca de lo que se vuelve una mujer después de una violación. Dice la verdad.

—Eso no puedes saberlo.

Tenía la boca tan seca que apenas pudo formar las palabras.

Etta cerró los ojos durante un instante.

—Para las mujeres, existe un ultraje que solo puede ser provocado de una manera. Miré a Althea Vestrit y lo reconocí. Lo he visto demasiado a menudo. Lo he sentido en mis propias carnes.

Wintrow echó una ojeada hacia la puerta del ahora camarote de Althea. Aquella traición lo paralizaba por completo. Le dolía demasiado creerla. Se aferró a la duda.

—Pero ¿por qué no te enfrentaste a él?

Etta lo miró profundamente a los ojos mientras giraba la cabeza como para intentar entender cómo podía ser tan inconsciente.

—Ya te lo he dicho, Wintrow. Ya me resultó bastante duro escuchar la verdad como para querer vivirla. Kennit está bien. Lo mejor será que me quede a bordo de la Maríetta durante un tiempo.

—¿Hasta cuando? —preguntó Wintrow.

Etta se encogió de hombros. Volvieron a brillar lágrimas en sus ojos. Tenía la voz ronca cuando dijo, con mucha calma:

—Puede que se canse de ella. Puede que quiera que vuelva. —Se dio la vuelta—. Tengo que recoger mis cosas —murmuró ásperamente.

Esta vez, cuando se deshizo de él, la dejó marchar.

***

Todos estaban mirándolo. Kennit podía sentir que las miradas de los trabajadores seguían su progresión sobre la cubierta. No se atrevió a apresurar el paso. La pelea entre las dos mujeres ya le había perjudicado lo suficiente. No serían testigos de cómo Kennit corría a cumplir con las órdenes de la nao, independientemente de lo urgentes que fueran.

—¡Kennit!

El mascarón de proa había echado la cabeza hacia atrás antes de pronunciar su nombre. En las aguas que brillaban por debajo de ellos, las serpientes ondeaban por encima de las aguas y luego volvían a sumergirse bajo las aguas, agitando sus colas. El mar que rodeaba a la nao bullía de agitación. Kennit apretó los dientes para aparentar serenidad, y siguió cojeando. Althea le había causado algunas heridas que estaban empezando a dolerle. Como siempre, los escalones que subían a la cubierta superior le parecieron difíciles de subir. Durante todo el tiempo que tardó en subirlos, gritó su nombre. Para cuando la alcanzó, estaba todo sudoroso.

Cogió aire para afianzar su tono de voz.

—Estoy aquí, nao. ¿Qué es lo que quieres?

Cuando el mascarón de proa giró la cabeza para mirarlo, Kennit se sobresaltó. Se le habían puesto los ojos verdes, y no del verde de las serpientes, sino de un verde muy propio de los humanos. Sus rasgos, a su vez, habían perdido el aspecto de reptil asumido en los últimos tiempos. No era exactamente igual que la Vivacia, pero tampoco era Rayo. Casi se cayó hacia atrás al verla.

—Yo también estoy aquí. ¿Que qué es lo que quiero? Quiero que Althea Vestrit pueda salir a esta cubierta. Quiero su compañía, y también la de Jek. Y las quiero ahora.

La mente de Kennit trabajaba a toda prisa.

—Me temo que eso no sea posible, Rayo —aventuró.

Utilizó su nombre deliberadamente, y esperó su respuesta.

La nao le dedicó la mirada más desdeñosa que jamás había soportado de un rostro femenino.

—Sabes que no soy Rayo —le contestó.

—Entonces, ¿eres la Vivacia? —preguntó con soberbia.

—Soy yo misma en mi totalidad —le contestó—. Si es preciso que me des un nombre, llámame Vivacia, puesto que esta parte de mí lleva el nombre de las tablas con las que fui construida. Pero no te he llamado para discutir acerca de mi nombre o de mi identidad. Quiero que Althea y Jek sean traídas aquí. Ahora mismo.

—¿Por qué? —contraatacó, controlando su tono de voz tanto como ella.

—Para verlas con mis propios ojos. Para saber que no han sido maltratadas.

—¡Ninguna de las dos ha sido maltratada! —declaró indignado.

La boca de la nao se torció en una mueca.

—Sé lo que hiciste —le dijo, sin rodeos.

Durante un momento, Kennit se sumió en un profundo silencio. En todas las direcciones, aquello llevaba al desastre. ¿Lo había abandonado finalmente su suerte? ¿Había terminado por cometer el único error que no podía corregir? Cogió aire.

—¿Cómo puedes desconfiar así de mí?

La Vivacia lo miró con malevolencia.

—¿Cómo puedes preguntarme algo así?

No estaba del todo segura. Lo adivinó en su respuesta. En otro tiempo se había preocupado por él, de una mejor manera de lo que lo había hecho Rayo. ¿Podía volver a despertar esos sentimientos en su interior? Puso su mano tranquilizadora sobre el pasamanos.

—Porque no ves con tus ojos, sino con tu corazón. Althea piensa que experimentó algo horrible. Y tú no la cuestionas. —Marcó una pausa teatral, antes de dejar sonar de nuevo su voz—. Me conoces, nao. Has estado dentro de mi mente. Me conoces como nadie más puede conocerme. —Probó suerte—. ¿Me crees capaz de haber hecho algo así?

La nao no le contestó directamente.

—Es la mayor ofensa que se le puede hacer a una hembra, ya sea humana o dragona. Supone para mí una afrenta, y me disgusta a todos los niveles. Si has hecho eso, Kennit, es irreparable. No podrías reparar sus efectos ni con tu muerte.

Había algo más que furia humana reprimida en su voz: era una frialdad reptil implacable. Iba más allá de toda venganza, hasta la aniquilación. Hizo que se le helara la espina dorsal. Se agarró al pasamanos para no perder el equilibrio. Cuando tomó la palabra, su voz estaba impregnada de autojustificación.

—Te aseguro que no tengo ninguna intención de hacerle daño a Althea Vestrit. Si le hago daño o la ofendo, estaría actuando en contra de todas las expectativas que tengo sobre ella. —Inspiró profundamente antes de confiarle a la nao—: En los pocos días que lleva Althea a bordo, le he estado ocultando el gran cariño que siento por ella, toda verdad sea dicha. Los sentimientos que tengo hacia ella me desconciertan y me sumen en la confusión. No estoy seguro de cómo voy a enfrentarme a ellos. —Aquellas palabras, al menos, sonaban honestas.

Un largo silencio siguió a sus palabras. Luego le preguntó, sin alterarse:

—¿Y qué pasa con Etta?

¿Quién era más fuerte en el interior de la nao, Rayo o la Vivacia? Parecía que a Rayo le hubiera caído bien Etta, mientras que la Vivacia jamás había escondido los celos que sentía hacia ella.

—Estoy dividido —admitió Kennit—. Etta lleva mucho tiempo a mi lado. La he visto crecer y convertirse en mucho más que la vulgar puta que rescaté del burdel de Bettel. Había mejorado en muchos aspectos, a pesar de lo cual seguía desmereciendo en comparación con Althea. —Se detuvo, y suspiró bajito—. Althea es un estilo completamente diferente de mujer. Su linaje y su manera de hacer las cosas se evidencian en cada uno de sus movimientos. Hay algo en ella que encuentro muy atractivo. Es más como... tú. Y confieso que parte de la atracción que siento por ella viene del hecho de que es una parte importante de ti. La misma familia que te construyó a ti la creó a ella. Estar con ella, en algún sentido, es como estar contigo.

Tenía la esperanza de que entendería el sentido de aquellos cumplidos. Contuvo el aliento y esperó.

Alrededor de ellos, la noche se hizo más negra. Las serpientes se convirtieron en sonidos desvinculados de sus cuerpos, y su extraña canción se mezcló con el ruido que hacía el casco de la nao al partir las olas. Cuando la oscuridad se hizo completa, los brillos intermitentes de sus cuerpos escamados iluminaron las aguas que estaban alrededor de la nao.

—Mataste al Paragon —le dijo, sin alterarse—. Eso lo sé. Rayo lo vio. Tengo sus recuerdos.

Kennit sacudió la cabeza.

—Ayudé al Paragon a morir. Era lo que él quería. Era lo que había intentado hacerse a sí mismo un sinfín de veces. Yo solo se lo puse más fácil.

—Le tenía cariño a Brashen. —La nao tenía la voz rota.

—Lo siento. No lo sabía. En cualquier caso, hay que decir en su favor que el hombre se comportó como un capitán hasta el final. No abandonó su embarcación.

Había una punta de admiración arrepentida en su voz. Siguió adelante, con más calma:

—Posees los recuerdos de Rayo. Tendrás que recordar, entonces, que quería ver a Althea muerta. Yo me negué. ¿Qué es lo que recuerda ella de la «violación» de Althea? —Sus labios apenas rozaron la palabra.

—Nada —admitió la nao—. Se negó a establecer el más mínimo vínculo con la mente de Althea. Pero sí sé lo que recuerda Althea.

La voz de Kennit se llenó de alivio y dulzura.

—Y lo que Althea recuerda es una pesadilla, un sueño provocado por las amapolas, no una realidad. Ese tipo de sueños son especialmente vividos. No la culpo, ni a ella ni a ti, por creer que ese sueño era real. Me culpo a mí mismo. No tendría que haberle dado ese jarabe de amapolas. No pretendía hacerle daño sino darle tiempo para descansar y asimilar la tragedia que ha cambiado su vida.

—Kennit, Kennit —dijo la nao, en un tono de angustia—. Te he tomado mucho aprecio. Me duele incluso intentar creerme que pudieras hacer algo así. Tener que admitir que cometiste un acto tan horrible sería para mí como admitir que me has engañado con todo lo que has sido. Si resulta ser verdad, hará que todas las verdades que hemos intercambiado se conviertan en mentiras. —Bajó la voz hasta convertirla en un susurro—: Por favor, por favor, dime que se equivoca. Dime que no has podido hacer algo tan odioso.

Aquello que uno desea creerse se convierte en realidad.

—Te enseñaré una prueba de mi buena voluntad. Te traeré aquí a Althea y a Jek. Así verás por ti misma que no se les ha hecho ningún daño mientras han estado bajo mi cuidado. Puede que Althea tenga unas cuantas magulladuras pero —se rió entre dientes, como para restarle importancia a lo que iba decir—, probablemente menos de las que ella me hizo a mí. No es una mujer muy grande, pero sí muy vital.

Una sonrisa perfiló los labios de la nao.

—Sí. Así es Althea. Siempre ha sido así. ¿La traerás aquí?

—Ahora mismo —le prometió.

Cuando giró la cabeza, vio que Wintrow estaba subiendo a la cubierta superior. Kennit quiso observar la cara que pondría al ver por primera vez al mascarón de proa transfigurado. Sus ojos oscuros, en los que se podían leer tantos sentimientos encontrados, se iluminaron. Wintrow volvió a la vida, se dejó envolver de nuevo por ella. Fue como el despertar de un mascarón de proa. Apresuró la marcha. Kennit se interpuso entre ellos. Eso no funcionaría: la nao era suya y no podía dejar que Wintrow volviera a exigir sus derechos sobre ella.

Se le ocurrió sacar un manojo de llaves de su bolsillo.

—¡Aquí, muchacho! —exclamó, y se las tiró.

Las llaves brillaron a la luz de los lamparones antes de que Wintrow las cogiera. Cuando sus ojos se encontraron, las chispas que el regreso de la Vivacia había encendido en sus ojos se apagaron. Observó a Kennit fría y desconfiadamente. Kennit leyó su mirada sin alterarse. Wintrow se estaba preguntando a quién debía creer. El pirata se encogió de hombros. Preguntarse por algo era no saberlo. Seguía teniendo suerte. Consideró al muchacho a través de la oscuridad. Se preguntó, no sin dolor, si, llegado el caso, sería capaz de deshacerse de Wintrow. Esa perspectiva no lo hacía feliz. Pero, si Wintrow le obligaba a hacerlo, tendría que actuar de tal modo que no comprometiera su suerte, ni alienara a la tripulación. A lo mejor podía morir en un acto de servicio. A lo mejor podía arreglar eso. Cabía la posibilidad de que la tripulación encontrara algún tipo de inspiración en ese modelo de dedicación. Seguía mirándolo, casi como si ya estuviera llevando su duelo. Luego, se dejó transportar de nuevo a la crudeza de la vida.

—Wintrow —exclamó alegremente—. Ya has visto que la Vivacia vuelve a estar entre nosotros. Le gustaría ver a tu tía Althea. Haz el favor de acompañarla, junto con Jek, a la cubierta superior. Procura hacerlas sentir a gusto. Yo mismo me encargaré de acomodar la antigua habitación de Althea, para que sea más cómoda de compartir. —Se dio la vuelta para mirar a la nao, pero sus palabras fueron para ambos—. Haré todo lo que esté entre mis manos para hacerlas sentir a gusto. Así podréis observar, en los próximos días, que Althea y Jek son mis huéspedes, y no mis prisioneras.

Aunque supuso que lo hacía por cobardía, a la primera que liberó fue a Jek.

—La Vivacia os quiere a ti y a Althea en la cubierta superior —empezó, pero, antes de que pudiera explicarle algo más, la mujer rubia le arrebató las llaves de las manos y abrió la cerradura.

Una vez libre, se puso de pie y lo miró fríamente con sus ojos azules. El veneno de las serpientes había consumido sus ropas y quemado su piel. Pero, a pesar de esas heridas, era una mujer increíblemente fuerte.

—¿Dónde está Althea? —preguntó.

Siguió a Wintrow a través de la nao, y lo empujó hacia un lado cuando llegaron a la altura de la puerta de su amiga. Metió la llave en la cerradura y, cuando abrió la puerta, Althea se abalanzó sobre ella. El hombro de su tía se hundió en el esternón de la mujer de los Seis Ducados.

—¡Althea! —exclamó Jek, justo antes de envolver a su amiga entre sus brazos, para contener sus aspavientos—. Soy yo, Jek, ¡cálmate!

Althea tardó un momento más en dejar de debatirse. Echó la cabeza hacia atrás para mirar a Jek. Tenía el cabello revuelto, y las pupilas dilatadas. Le llegó el olor a vómito.

—Tengo que matarlo —le dijo Althea, a modo de bienvenida. Su cabeza se balanceó de un lado a otro. La apoyó sobre el hombro de su amiga—. Prométeme que me ayudarás a matarlo.

—¿Qué te han hecho, Althea? —Jek posó una mirada furiosa sobre Wintrow—. ¿Qué le habéis hecho?

—Me violó —murmuró Althea—. Kennit me violó. Vino a verme a mi habitación, con pretendidas buenas intenciones, y me besó, y... Y luego está mi nao, ha confinado a mi nao a las profundidades, allí donde no puede ver ni sentir el viento...

Jek, horrorizada ante el deplorable estado en el que se encontraba su amiga, miró a Wintrow por encima de la cabeza de Althea.

—Todo va a ir bien —le dijo, en un susurro.

Pero sus ojos traducían su incertidumbre.

—Ahora mismo, la Vivacia está preguntando por ti —se apresuró a decirle Wintrow. Fue lo más reconfortante que se le ocurrió—. Quiere que subas a verla enseguida.

—Mi nao —gimió Althea.

Se liberó del abrazo de Jek y se alejó, dando tumbos, por el pasillo.

—¿Pero qué demonios le pasa? —le preguntó Jek a Wintrow.

Se podía leer una rabia fría en sus ojos.

—Demasiadas amapolas —le explicó el chico, antes de darse cuenta de que le estaba hablando al aire. Jek se había ido corriendo detrás de Althea.

***

La cubierta superior nunca le había parecido tan lejana. Althca se movía como en un sueño. El aire que corría era gélido pero, si se dejaba transportar por él, todo resultaba mucho más sencillo. Subió las escalerillas apoyando, en todo momento, un brazo contra el muro. Cuando llegó a cielo abierto, le pareció que aún le quedaban kilómetros por recorrer. Se atrevió con ellos. De repente, Jek estaba junto a ella, cogiéndola del brazo. Aceptó su apoyo de buena gana y siguió rebajando distancia.

Tenía los ojos llenos de lágrimas. Sintió como si, además de caminar una distancia, estuviera caminando a través del tiempo. Finalmente, se estaba dirigiendo al lugar en el que le correspondía estar. Había perdido a Brashen y al pobre Paragon. Y a todas las manos que habían llegado tan lejos junto con ellos. Kennit había violentado su cuerpo, y aún conservaba su nao. No obstante, sintió que, de alguna manera, si conseguía llegar a la cubierta superior para mirar una vez más a la Vivacia a los ojos, sería capaz de aguantar todo lo demás. No le dolería menos, la herida no se cerraría, pero seguiría teniendo algo por lo que le mereciera la pena vivir.

Ese hijo de perra de Kennit seguía estando en la cubierta. Tuvo la osadía de girar la cabeza para mirarla y de recibirla con una sonrisa. Cuando vio que estaba llegando a los escalones, se alejó un poco de ellos. Probablemente sabía que, si se quedaba donde estaba, Althea intentaría empujarlo para hacerlo caer y que se rompiera el cuello.

—Ahora mueve tu otro pie —le dijo Jek, pacientemente—. Súbelo al escalón.

—¿Qué? —¿De que le estaba hablando?

—Ven aquí —le ofreció y, de repente,

Althea sintió que se elevaba. Se agarró débilmente donde pudo, y Jek la ayudó a subir el resto de los escalones. Althea cayó de rodillas sobre la cubierta superior, consciente de que no estaba teniendo una actitud muy normal, pero incapaz de hacer las cosas de otra manera. Luego, Jek quiso subirla a su espalda.

—Déjame —se quejó Althea—. Quiero hacerlo sola.

—No estás bien —se compadeció Kennit—. Pero tienes que saber que no te guardo rencor por nada de lo que has hecho.

—Bastardo —le escupió, mientras se daba cuenta de que lo tenía muy cerca.

Se abalanzó sobre él y, enseguida, el muy cobarde volvió a estar tan fuera de alcance como en los momentos anteriores.

—Te mataré —le prometió—, pero no aquí. No quiero que tu sangre se derrame sobre mi cubierta.

—¡Althea!

Aquella voz a la que amaba estaba llena de preocupación por ella, pero también había algo más, algo que no sabía nombrar. Giró la cabeza, enfocó la vista, y se encontró finalmente con la mirada de la Vivacia. Tendría que haber sido la viva expresión de la alegría y no de la ansiedad.

—Todo va a salir bien —le aseguró Althea—. Ya estoy aquí. —Intentó correr hacia ella, pero le resultó imposible avanzar por sí misma. De repente, Jek volvía a estar a su lado y la ayudaba a llegar hasta el pasamanos—. Ya estoy aquí, nao —le dijo, finalmente, después de tantos meses. Luego—: ¿Qué te ha hecho? ¿Qué te ha hecho?

Era la Vivacia y no lo era. Sus rasgos habían cambiado de un modo sutil. Tenía los ojos demasiado verdes, y el arco de las cejas demasiado pronunciado. Su melena encuadraba salvajemente su rostro. Y, más allá de todo eso, sintió una diferencia al tocar el pasamanos. Hubo un tiempo en que habían encajado tan bien como dos piezas complementarias de un puzzle y se habían completado la una a la otra. Ahora, tuvo la misma sensación que si le hubiera cogido las manos a Jek, o las hubiera posado sobre la barandilla de proa del Paragon. Era la Vivacia, pero no necesitaba a Althea para sentirse completa.

Althea, en cambio, no se sentía completa sin ella. Los lugares que había esperado llenar gracias a la nao seguían vacíos, y le dolían más que nunca.

—Ahora soy una —le confirmó suavemente la nao—. Los recuerdos de tu familia han sido absorbidos por la dragona. Tuvo que ser así, Althea. Aún negándolo, no había manera de volver atrás, como tampoco había manera de que pudiera seguir adelante sin mí. ¿No me lo reprochas, verdad? ¿No estás enfadada porque ahora sea una unidad completa?

—¡Pero yo te necesito! —las palabras salieron de su interior antes de que hubiera podido considerar lo que significaban. Le resultó terrible soltar en voz alta una verdad que jamás se había atrevido a reconocerse a sí misma—. ¿Cómo voy a poder ser yo misma sin ti?

—Igual que has sido hasta ahora —le contestó la nao, y pudo oír la sabiduría de su padre en aquellas palabras, al igual que un conocimiento aún más antiguo.

—Pero me duele —se oyó decir a sí misma.

Las palabras manaban de su interior como la sangre de una herida.

—Te curarás —le aseguró la Vivacia.

—No me necesitas...

Aquella revelación hizo tambalearse su mundo. Haber hecho todo ese camino, trabajado tan duro, y perdido tanto, para descubrir esto.

—Puede existir amor sin necesidad —apuntó la Vivacia, con dulzura.

En las aguas, justo debajo de la proa, algunas serpientes habían alzado la cabeza y los miraban con seriedad. Una de dos, o la Vivacia seguía desafiándola con la mirada, o se le había deformado uno de los ojos.

Wintrow, surgido de no se sabía donde, se colocó junto a su tía y se agarró al pasamanos.

—Oh, nao, estás tan guapa —exclamó. Althea sintió que su sobrino estaba extrañamente tenso—. Ahora... ahora sí que tienes sentido. Ahora estás completa.

—Aléjate de aquí —le dijo Althea.

—Tienes que descansar —le contestó él, amablemente.

Un tono acaramelado, cortesías vacías de sentido, igual que Kennit.

Se abalanzó sobre él, pero el muchacho consiguió evitar el golpe.

—¡Vete de aquí! —le gritó.

Lágrimas, estúpidas lágrimas, comenzaron a resbalar por sus mejillas. ¿A dónde había ido a parar su energía? Cuando se dio cuenta de que la nao no salía en su defensa y le aportaba la fuerza que necesitaba, se tambaleó de nuevo.

La Vivacia habló con dulzura.

—Tienes que hacer esto por ti, Althea. Cada uno de nosotros tiene que hacerlo.

Era como si su propia madre la hubiera apartado de su lado.

—Pero si estabas conmigo. Sabes lo que me hizo, todo el daño que...

—No exactamente —le contestó la nao amablemente y, en aquellas palabras, se evidenció la separación entre ambas.

La nao y ella eran ahora dos criaturas completamente separadas, con lo que podía llegar a ser tan incapaz de comprenderla como cualquier humano. Y tan capaz como cualquiera de desconfiar de ella.

—Sé lo verdadero que te resulta, y que te resultó, ese dolor —le ofreció la Vivacia—. Es solo que... a lo mejor te conozco demasiado bien, Althea. Por todos los años en los que has vivido sobre mis cubiertas, por todos los sueños que compartimos antes de que yo despertara. Estuve allí, lo sabes. Y esta no es la primera vez que te sacude una pesadilla de este estilo. —Se produjo un silencio incómodo, y luego añadió—: Devon te hizo mucho daño, Althea. Y no fue culpa tuya. Nunca fue culpa tuya. Como tampoco lo fue la muerte de Brashen. —Bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. No te mereces ningún castigo.

La Vivacia se había acercado a una verdad que Althea no quería escuchar. Una verdad que no podía soportar en ese momento. Todas las conexiones entre el dolor y la falta, entre las crueles intenciones de Althea y las muertes de aquellos a los que amaba, y las cosas malas que ocurrían a su alrededor porque se merecía que le pasaran cosas malas... De repente, causas y efectos se habían puesto a girar vertiginosamente a su alrededor. Si no se hubiera encarado a su madre para subirse a la nao con su padre, su madre la habría querido más y no le habría dado la nao a Keffria, y si Devon no le hubiera robado su virginidad, no se lo habría dicho a Keffria, y Keffria no la habría despreciado durante todos estos años, y nada de esto habría empezado, y el Paragon no se habría hundido, y Brashen no estaría muerto, y Ámbar tampoco, ni el joven Clave, cómo podía atreverse siquiera a pensar en él...

—Necesito volver a mi habitación —concluyó, implorante.

—Te acompaño —dijo Jek.

***

Wintrow llamó a la puerta de su habitación con cautela, y se sobresaltó cuando Jek le abrió. Se quedó mudo durante unos segundos, observando a la mujer norteña. Luego, recuperó el uso de su lengua.

—Kennit pensó que podríais querer ropa de mujer.

Jek frunció el ceño, como si ya la hubiera ofendido, pero se apartó del marco de la puerta y le invitó a entrar con un gesto de la cabeza. Althea estaba sentada sobre su camastro, con las rodillas a la altura del pecho. En el suelo, un colchón había sido dispuesto para Jek. Tenía mejor aspecto: parecía exhausta pero alerta. La tensión que vibraba en la habitación le hizo suponer que las había interrumpido en plena conversación. Su tía le echó una mirada cargada de desdén a la pila de ropa que traía con él.

—Llévate eso. No acepto nada que venga de él.

—Espera —intervino Jek. Se disculpó con Althea con la mirada—. No me he cambiado de ropa desde que subimos a bordo de esta nao. Estoy cansada de respirar mi propio olor. —Hizo una mueca antes de añadir, muy a su pesar—: Y en cuanto a ti, Althea, esa ropa que llevas huele a vómito.

—¿No ves la intención que se esconde detrás de estos regalos?—le preguntó Althea, alterada—. Son presentes. En cuanto me ponga alguno, todos me verán como una puta a la que Kennit ha comprado con ropa bonita. Nadie se creerá lo que me hizo.

—No creo que su intención sea esa —le dijo Wintrow, con calma.

Sospechaba que aquel regalo iba más encaminado a ganarse la aprobación de la nao que la de Althea, pero la mirada que le lanzó su tía bastó para silenciarlo. Hay que darle tiempo, se dijo a sí mismo. Dejar que sea ella quien tome la palabra. Cerró la puerta, antes de dejar la pila de ropa a los pies de la cama. También se desembarazó de un pequeño cofre lleno de joyas y de unos cuantos frascos de perfume.

Al ver todo ese botín, Jek levantó una ceja, y volvió a mirar a Althea.

—¿Te importa que le eche una ojeada a todo esto?

—Me da lo mismo —mintió Althea—. Ya has dejado claro que dudas de mí.

Jek abrió el cofre. Le contestó mientras miraba las joyas brillantes.

—No estás mintiendo, Althea. —Inspiró profundamente antes de añadir, a regañadientes—. Lo único que me hace tener dudas son... las circunstancias. Es solo que nada de esto tiene sentido. ¿Por qué querría violarte? Ya tiene una mujer, ha prohibido la violación a bordo de esta nao, y se ha ganado una reputación de auténtico caballero. Nadie nos habló mal de él en Mentecacia. Vino a verme dos veces al día, y me trató bien, a pesar de las cadenas. Incluso a la nao le cuesta creer que haya podido hacer algo así. —Rebuscó entre las prendas de ropa, sacó una falda azul aterciopelada, y se la probó por encima de sus pantalones—. No se me ocurriría subirme a los aparejos con esto —comentó, para relajar la tensión.

Althea no se dejó distraer por la broma.

—¿Así que tú también crees que mi delirio lo provocaron las amapolas? —preguntó Althea, con fiereza.

Jek se encogió de hombros.

—Me metió amapolas en el brandi para que no me dolieran tanto las heridas. Y la verdad es que el remedio me ayudó. Pero tuve unos sueños muy reales. —Frunció el ceño—. Odio al tipo, Althea. Si no fuera por él, mis amigos seguirían con vida. Pero, dejando eso a un lado, tiene un sentido del honor que...

—No fue un sueño. —Althea desvió su mirada acusadora hacia Wintrow—. ¿Tú tampoco me crees, verdad? ¿Te has convertido en su fiel vasallo, a que sí? Le entregaste nuestra nao familiar sin oponer ningún tipo de resistencia.

Antes de que Wintrow pudiera defenderse, Jek tomó la palabra.

—Ponte en mi lugar, Althea. ¿Qué habrías pensado si te hubiera dicho que Brashen me había atacado? Piensa en lo difícil que te hubiera resultado aceptar eso. Althea. Has vivido una experiencia horrible. Te faltó poco para morir ahogada y, cuando te recuperaste, descubriste que tanto tu nao como Brashen y sus tripulantes se habían ahogado. Estás dolida. Es normal que odies a Kennit y le creas capaz de todo mal. Cualquier persona en tu situación se sentiría confusa.

—A ti no se te ve confusa.

Jek se quedó callada durante un momento. Luego prosiguió, en voz más baja.

—Estoy dolida a mi manera. Ámbar no era para mí una simple conocida. Me he cortado un mechón de pelo en señal de duelo. No espero que lo entiendas. Pero lo que yo he perdido es una amiga, no a mi amado. Has perdido a Brashen. Lo normal sería que estuvieras más afectada que yo.

Las palabras de Jek penetraron en la mente de Wintrow y lo dejaron pasmado. Se quedó mirando fijamente a su tía, incapaz de imaginar algo así. Al advertir la expresión escandalizada de su rostro, Althea lo penetró con la mirada.

—Me acostaba con Trell, sí. Supongo que compartes la opinión de tu madre. ¿No se puede violar a una puta, verdad Wintrow?

La injusticia que había en esas palabras despertó la rabia de Wintrow. Pero mantuvo el tipo. El hecho de haber tenido que aguantar el carácter de Etta durante tanto tiempo le había fortalecido.

—No te estaba juzgando —se defendió a sí mismo—. Es solo que no me lo esperaba. Tengo derecho a estar sorprendido. No es lo que uno esperaría de la hija de una mercader. Pero eso no significa que yo...

—Que te jodan, Wintrow—le replicó, salvajemente—. Eres el vivo retrato de lo que habría cabido esperar del hijo de Kyle Haven.

Aquellas palabras le dolieron más de lo que debían haberlo hecho. Se esforzó por mantener un tono de voz normal.

—Ese ha sido un golpe bajo. Estás enfadada con el mundo, y por eso tergiversas mis palabras. Aún no me has dado la oportunidad de hablar. No he dicho en ningún momento que no te creyera.

—No tienes ni que decirlo. El hecho de que hayas tomado parte por Kennit ya habla por sí solo. Fuera de aquí. Y llévate esto contigo. —Le dio una patada a la pila de ropa que había traído, y esta se cayó al suelo.

Caminó hacia la puerta.

—A lo mejor no he tomado parte por Kennit, sino por la nao.

—¡Cállate! —rugió—. No quiero escuchar tus excusas. Ya he oído suficiente.

—Si vas por ahí comportándote como una loca, la gente acabará por tratarte como tal —la avisó, con dureza.

Salió de la habitación dando un portazo. Wintrow oyó el sonido de un frasco de perfume al chocar contra la puerta y romperse en mil pedazos. En la penumbra del pasillo, Wintrow se permitió cerrar los ojos durante un momento. Tenía que admitir que se había merecido algunas de sus acusaciones. No la habría creído. Su historia carecía de lógica, y no era plausible. Dudaba de que una sola persona hubiera dado crédito a las acusaciones que había vertido sobre Kennit. Excepto su propia persona. Y no habían sido las palabras de su tía las que lo habían obligado a creer en su historia, sino las de Etta.