Una pila de tocones de madera que habían ido a buscar a la playa ardía en la chimenea. Aunque aquellas llamas ya casi habían logrado calentar la habitación vacía, aún tardarían un buen rato en vencer al frío del invierno que se había colado en la enorme casa. Solo se había quedado deshabitada durante algunas semanas. Era increíble comprobar la rapidez con la que el frío y el desuso podían transformar el aspecto de una casa. Concentrarse en las tareas del hogar resultaba reconfortante. Cuando una se ocupaba de limpiar y de restaurar una habitación, sentía que controlaba ese espacio. Incluso podía pretender, durante un momento, que podía controlar toda su vida de la misma manera. Keffria se levantó despacio, y volvió a echar el trapo que había estado utilizando dentro del cubo. Le echó una ojeada a su dormitorio mientras se masajeaba la mano dolorida. Las paredes habían sido limpiadas con abundante agua, y el suelo había sido fregado. El polvo, la humedad y el olor a cerrado habían desaparecido... al igual que todo rastro de su vida pasada. Al volver a su hogar, se había encontrado con que la cama que había compartido con Kyle, sus cestos de la ropa y todos sus armarios habían desaparecido. También faltaban sábanas y cortinas, cuando no estaban hechas jirones. Había cerrado la puerta y apartado toda preocupación al respecto hasta que las habitaciones principales de la casa volvieran a estar habitables. Luego, había vuelto allí, sola, para afrontar la cuestión. No tenía ni idea de cómo volvería a amueblar la estancia. Durante todo el tiempo que había pasado realizando los trabajos tediosos y monótonos de limpieza, su mente había estado ocupada con asuntos de mayor profundidad.
Se sentó en el suelo, delante del fuego, y se puso a observar la habitación. Estaba vacía, limpia, y algo fría. Igual que su vida. Se apoyó sobre el murito de piedra que encuadraba la chimenea. De repente, le pareció que no debía perder el tiempo en volver a amueblar su dormitorio, ni su vida. A lo mejor valía más mantenerlos tal y como estaban. Claros. Sencillos.
Su madre asomó la cabeza por el marco de la puerta.
—¡Por fin te encuentro! —exclamó Ronica—. ¿Sabes lo que está haciendo Selden?
—Recogiendo sus cosas —le contestó Keffria—. No le llevará mucho tiempo. No tiene mucho que llevarse.
Ronica frunció el ceño.
—¿Vas a dejarlo marchar? ¿Sin hacer nada para impedírselo?
—Es lo que quiere hacer —contestó sencillamente Keffria—. Y Jani Khuprus ha dicho que sería bienvenido entre los suyos, y que podría quedarse con su familia.
—¿Y por qué no se queda con su propia familia? —le preguntó Ronica ásperamente.
Keffria puso los ojos en blanco, ligeramente irritada ante la insistencia de su madre.
—¿Has hablado con él? Estoy segura de que, si lo has hecho, habrás oído lo mismo que yo. Ya se parece más a un habitante de los Territorios Pluviales que a un mercader del Mitonar, y cada día se acentúa más el cambio que está experimentando. Tiene que ir a Casárbol. Su corazón está llamado a ayudar a la dragona en su misión de salvar a las serpientes.
Ronica entró en la habitación, levantándose los bajos de las faldas para no mancharse con el polvo del suelo. Lo hacía inconscientemente. El vestido que llevaba no merecía tantas atenciones.
—Sigue siendo un niño, Keffria. Es demasiado joven como para tomar ese tipo de decisiones por su cuenta.
—Ni se te ocurra, madre. Voy a dejarlo marchar. Ya le ha costado bastante tomar esa decisión como para que empieces a cuestionársela ahora —le repitió Keffria, con suavidad.
—¿Por qué a ti te parece que es lo mejor que puede hacer? —Ronica no podía creerse lo que estaba oyendo.
—Porque no tengo nada mejor que ofrecerle. —Keffria se levantó, mientras suspiraba débilmente—. ¿Acaso queda algo en el Mitonar por lo que deba quedarse? —Le echó otro vistazo a la habitación vacía—. Vamos abajo, a la cocina. Hace menos frío allí.
—Pero no hay tanta privacidad —replicó su madre—. Está Ekke, limpiando lo que se ha pescado esta mañana. Esta noche cenamos pescado.
—¡Qué sorpresa! —exclamó Keffria irónicamente.
Estaba encantada de poder cambiar de tema.
—Monótono, pero mucho mejor que no tener nada que llevarse a la boca —contraatacó su madre. Sacudió la cabeza—. Prefiero seguir charlando aquí. Por muy grande que sea la casa, me sigue agobiando pensar que la estamos compartiendo con extraños. Nunca creí que llegaría el día en el que tendríamos que acoger a unos extraños bajo nuestro techo para que compartieran su comida con nosotros.
—Estoy segura de que, para ellos, esto debe de resultar igual de incómodo —dijo Keffria—. El Consejo del Mitonar tiene que pronunciarse cuanto antes sobre la asignación de tierras a las familias de las Tres Naves. Si les concedieran una parcela de terreno a la que pudieran considerar suya, Ekke y El Ralo se pondrían enseguida a construirse una nueva casa.
—La culpa la tienen los nuevos mercaderes —contestó Ronica, mientras sacudía la cabeza—. Se están hundiendo lentamente. Sin la mano de obra esclava, es imposible que puedan trabajar extensiones de tierra tan grandes. Pero, aun así, siguen reclamándolas como suyas.
—Creo que simplemente están intentando mantener abiertas las negociaciones —contestó Keftrin, pensativa—. Nadie más que ellos reconoce su derecho sobre esas tierras. La compañera Serilla les ha enseñado que la Carta del Mitonar no contempla las donaciones que les hizo el sátrapa Cosgo. Así que ahora le están exigiendo una compensación a Jamaillia por las tierras que han perdido. Sin embargo, como les fueron regaladas, la compañera Serilla dice que no se les debe nada. Devouchet perdió la calma cuando intentaron debatirlo en sesión plenaria. Empezó a gritarles que si pensaban que Jamaillia les debía dinero, lo mejor que podían hacer era ir a Jamaillia y discutir allí el problema. Aun así, cada vez que se reúne el Consejo, los nuevos mercaderes se siguen quejando.
—No van a poder tardar mucho en recuperar el sentido común. La primavera terminará por llegar. Sin esclavos, no podrán arar la tierra ni plantar verduras y hortalizas. Además, una porción considerable de tierra ha dejado de ser cultivable. Están descubriendo algo que llevamos demasiado tiempo diciéndoles. Las tierras que rodean el Mitonar no pueden ser cultivadas tan intensivamente como las de Jamaillia o las de Chalaza. No pasa nada por hacerlo durante un año o dos pero, una vez que el arado perfora la capa de arcilla, las tierras se vuelven cada vez más pantanosas. Nadie puede hacer crecer una semilla en el fango.
Ronica asintió con la cabeza.
—Algunos nuevos comerciantes ya lo han entendido. He oído que muchos de ellos tienen intención de volver a Jamaillia una vez que el viaje deje de ser tan peligroso. Creo que es lo mejor que pueden hacer. Nunca le entregaron realmente su corazón al Mitonar. Tanto sus hogares como sus títulos, las tierras de sus familias, sus mujeres y sus hijos legítimos se encuentran en Jamaillia. Vinieron aquí con la ambición de hacer fortuna. Ahora que han descubierto que les va a ser imposible, se disponen a volver a sus hogares. Creo que solo insisten en sus demandas para tener algo que vender antes de marcharse.
—Y para dejarnos a nosotros con todo el follón —apuntó Keffria, amargamente—. Siento lástima por las amantes de los nuevos mercaderes, y por sus bastardos. Lo más probable es que se tengan que quedarse en el Mitonar. O emigrar al norte. He oído decir que algunos de los Tatuados están considerando la posibilidad de fletar naves para ir a los Seis Ducados. Ese lugar es bastante bárbaro e inhóspito, pero creen que allí podrán empezar de cero sin tener que firmar ningún acuerdo. Las condiciones que les exige Jani para convertirse en habitantes de los Territorios Pluviales les parecen demasiado restrictivas.
—Cuando se hayan marchado todos los que así lo han decidido, los que queden serán los que tengan un espíritu más afín al de los mercaderes de origen —apuntó Ronica. Caminó hacia la ventana sin cortinas y observó la oscuridad reinante en el exterior—. Tengo ganas de que todo se asiente. El Mitonar solo podrá empezar a sanar cuando esté compuesto solo por las personas que realmente desean vivir en él. Eso aún puede llevar su tiempo. Viajar, tanto hacia el norte como hacia el sur, es arriesgado en los tiempos que corren. —Ladeó la cabeza hacia Keffria—. Pareces estar muy bien informada de los rumores y noticias que corren por el Mitonar.
Keffria se tornó aquello como un reprocho sutil. I lubo un tiempo en el que solo se había interesado por su hogar y por sus hijos.
—En las reuniones del Consejo no dejan do saltar rumores. Y paso más tiempo fuera de casa que antes. Hay menos cosas que reclaman mi atención en el hogar. También suelo hablar con Ekke mientras preparamos la cena. Es el único momento del día en el que parece estar a gusto conmigo. —Keffria marcó una pausa. Su voz se llenó de perplejidad cuando dijo—: ¿Sabías que le gusta Grag Tenira? Y me ha dado a entender que cree que él también está interesado en ella. No supe qué contestarle a eso.
Su madre sonrió, casi indulgentemente.
—Si Grag está interesado en ella, les deseo lo mejor. Es un buen hombre, y se merece tener una buena compañera. Ekke podría ser esa mujer. Es equilibrada, cortante pero noble, y sabe mucho del mar y de los marineros. Grag podría haber caído en peores redes que las de Ekke Kelter.
—Personalmente, habría esperado que cayera en unas mejores —comentó Keffria mientras movía los tocones de madera de la chimenea para avivar el fuego—. Tenía la esperanza de que Althea volviera a casa, recuperara su sentido común, y se casara con él.
El rostro de Ronica adoptó una expresión severa.
—Tal y como están las cosas con Althea, lo único que yo espero es que vuelva a casa. —Se acercó a la chimenea, y se sentó frente a ella—. Eso es lo que les deseo a todos. Volved a casa, sea como sea, pero volved.
El silencio se instaló momentáneamente en la habitación. Luego, Keffria preguntó, en voz baja:
—¿Incluso a Kyle, madre? ¿También le deseas a Kyle que pueda volver a casa?
Ronica giró ligeramente la cabeza, hasta encontrarse con la mirada de su hija, y la ponderó durante unos segundos. Luego, con el corazón en la mano, le dijo:
—Si eso es lo que tú estás esperando, también lo deseo yo por ti.
Keffria cerró los ojos, y le habló desde esa privada oscuridad.
—Pero lo que piensas en realidad es que debería declararme viuda, llorar su muerte y seguir adelante con mi vida.
—Podrías hacer eso, si así lo decidieras —dijo Ronica, en un tono totalmente neutro—. Lleva mucho tiempo desaparecido. Nadie te condenaría por haber tomado una decisión así.
Keffria luchó contra la angustia creciente que amenazaba con consumirla. Tenía que sobreponerse a ella porque, de lo contrario, se volvería loca.
—No sé muy bien qué es lo que deseo, madre. Me gustaría tanto tener alguna cosa clara. Saber si alguno de ellos está vivo o muerto. Enterarme de la muerte de Kyle sería casi un alivio. Así podría llorar por los buenos momentos, y empezar a olvidar los malos. En cambio, si volviera a casa... no sé lo que pasaría. Tengo demasiados sentimientos encontrados. Cuando me casé con él, lo hice porque era un hombre que sabía mandar. Estaba segura de que cuidaría de mí. Había visto lo duro que tenías que trabajar tú cuando padre estaba fuera con la nao. No quería tener esa vida. —Miró a su madre y sacudió la cabeza—. Si algo de lo que te digo te hiere, lo siento.
—Nada de eso —dijo escuetamente Ronica, pero Keffria supo que mentía.
—Sin embargo, cuando padre murió y todo cambió, me encontré con que, a pesar de todo, estaba viviendo tu misma vida. —Keffria sonrió lúgubremente—. Había tantas cosas que hacer, tantos detalles que poner a punto, que tardé algo de tiempo en darme cuenta de que no me quedaba tiempo para mí. Lo más extraño de todo es que, ahora que he aprendido a manejar las riendas, no creo que pudiera volver a soltarlas. Si Kyle apareciera mañana en el rellano de casa y me dijera: «no te preocupes, querida, que yo me ocupo de todo», no creo que pudiera dejarlo hacer. Porque ahora sé demasiadas cosas.
Sacudió la cabeza.
—Una de las cosas que sé es que algunas tareas se me dan mejor a mí que a él. Empecé a descubrirlo cuando tuve que lidiar yo misma con nuestros acreedores. Me di cuenta de por qué habías dispuesto las cosas de una manera determinada, y todo cobró sentido ante mis ojos. Pero también supe que a Kyle no le gustaría trabajar diariamente, con paciencia, para sacar adelante a su familia poquito a poco. Y... —Buscó la mirada de su madre—. ¿Has visto cómo estoy ahora? Me gustaría no estar metida hasta el cuello en todos estos asuntos. Pero tampoco podría delegar nada en nadie. Porque, a pesar de todo el trabajo que da, me gusta sentir que controlo mi propia vida.
—Con el hombre adecuado, podrías compartir ese control —le sugirió Ronica.
Keffria sintió como se desvanecía su sonrisa.
—Pero Kyle no es el hombre adecuado. A estas alturas, ninguna de las dos podemos albergar dudas acerca de eso. —Inspiró profundamente—. Si volviera ahora mismo, no le dejaría votar en el consejo del Mitonar. Porque yo sé más del Mitonar que él, así que puedo votar con mayor conocimiento de causa. Pero Kyle no podría soportarlo. Creo que eso bastaría para hacerlo marchar.
—¿Kyle no soportaría que ejercieras tu derecho al voto? ¿Qué tuvieras que cuidar de ti misma cuando se marchó?
Keffria se tomó unos segundos para reflexionar antes de contestar. Hizo un esfuerzo por sacar la verdad a relucir.
—Odiaría que se me hubiera dado tan bien. Pero así ha sido. Y me ha gustado la sensación. Esa es una de las razones por las que siento que debo dejar marchar a Selden. Porque, pese a su corta edad, me ha demostrado que sabe cuidar de sí mismo mejor de lo que yo lo he hecho. Podría retenerlo aquí para sentir que está a salvo junto a mí. Pero eso se parecería demasiado a cuando Kyle me protegía de todo.
Las dos mujeres se sobresaltaron al oír un ligero golpe en la puerta. Rache apareció en el marco de la puerta.
—Ha llegado Jani Khuprus. Dice que ha venido a buscar a Selden.
Desde que habían empezado las revueltas, el comportamiento de Rache había cambiado. Seguía viviendo con ellos, y asumiendo las tareas de una criada. Pero también se permitía hablar abiertamente del lugar en el que esperaba conseguir su trozo de tierra, y del tipo de casa que construiría cuando se firmara por fin el acuerdo. Ahora, cada vez que salía el tema de que Jani iba a venir a llevarse a Selden, su tono de voz dejaba adivinar que, obviamente, desaprobaba esa decisión.
Keffria no se lo tenía en cuenta. La mujer había cuidado de sus hijos durante años y, al hacerlo, había llegado a quererlos con lodo su corazón. Cuando Selden había vuelto de los Territorios Pluviales, Rache se había vuelto loca de alegría. Odiaba tener que volver a separarse de él.
***
Mientras esperaba nerviosamente la llegada de Keffria, Jani se puso a estudiar la habitación. Había cambiado mucho desde aquellos días felices en los que Reyn había venido a cortejar a Malta. La estancia estaba limpia, pero era evidente que les habían robado todos los muebles de la casa. Quedaban algunas sillas para sentarse, y una especie de mesa tambaleante. Pero no había ni libros, ni tapices, ni alfombras, ni ninguno de esos detalles domésticos con los que se remataba la decoración de una habitación. Su alma lloró por los Vestrit. Les habían arrebatado su hogar; solo les quedaban unos cuantos muros.
No negaba haber visto con sus propios ojos el derrumbamiento de la ciudad enterrada, que era el medio de vida de los habitantes de los Territorios Pluviales y sobre la que, indirectamente, se asentaba la riqueza del Mitonar. Se avecinaban tiempos difíciles para Casárbol. Pero su casa había sobrevivido a la tormenta. Le quedaban recursos con los que salir adelante. Sus cuadros, sus sábanas bordadas, sus joyas, su guardarropa, todas sus pertenencias la estaban esperando en casa. No había sido acusada de traición como los Vestrit. Cuando se puso a pensar en que venía a quitarles el último vestigio de la verdadera fuente de riqueza de su familia, no puso evitar sentirse aún más egoísta. Esta noche, su último hijo se iría con ella. Aunque no lo hubieran hablado abiertamente, la verdad estaba inscrita en el rostro escamado de Selden. Ahora era un habitante de los Territorios Pluviales. No había sido cosa de Jani: jamás se habría atrevido a robarles a un hijo, y menos aún al último descendiente de la familia. El hecho de que deseara profundamente llevarse al muchacho con ella le hizo sentirse aún más avariciosa. La posibilidad de llevar a otro niño a su hogar era un privilegio que no se podía comparar con nada. Ojalá no tuviera que ser a expensas de la pérdida que sufriría su amiga.
El murmullo de sus sandalias las precedió. La primera en entrar fue Keffria, seguida de Ronica, y finalmente de Rache. Casi mejor. Jani prefería hacerle su propuesta a Keffria antes de que tuviera que despedirse de su hijo. Así no parecería tanto una negociación entre mercaderes. Cuando intercambiaron los saludos de cortesía, notó que la mano de Ronica parecía más débil que de costumbre, y que Keffria tenía el semblante más serio y reservado. Bueno, no tenía por qué extrañarse de eso.
—¿Te gustaría tomar una taza de té? —le preguntó Keffria, en un tono cortés. Luego soltó una risita nerviosa, mientras se daba la vuelta para mirar a Rache—. Si es que nos queda algo de té, o de algo que se le parezca.
La criada sonrió.
—Seguro que encuentro algún tipo de hojas que podamos hervir.
—Me encantaría tomar una taza de cualquier bebida caliente —contestó Jani—. Vengo con el frío metido en el cuerpo. ¿Por qué siempre tiene que empeorar el tiempo en el peor momento?
Siguieron quejándose del tiempo durante un par de minutos. Ronica las rescató de aquella conversación insulsa en el momento preciso en el que Rache volvía con el té.
—A ver si dejamos de comportarnos como si no supiéramos por qué está Jani aquí. Ha venido con el Kendry a llevarse a Selden a los Territorios Pluviales. Ya sé que Keffria está de acuerdo, y que es lo que quiere Selden, pero... —Se le había ido apagando la voz, como si le faltara valor para seguir—. Pero es que no soporto la idea de volver a perder a Selden...
—Ojalá no tuvieras que sentirte así—le dijo Jani—. Quiero decir, sentir que lo estás perdiendo. Si se viene a pasar un tiempo conmigo es porque cree firmemente que tiene una tarea que cumplir junto a nosotros. Nadie se atrevería a negar que ha adquirido la apariencia de un habitante de los Territorios Pluviales. Pero eso no significa que haya dejado de ser un Vestrit. Y lo que yo espero es que, en un futuro próximo, las relaciones entre los habitantes de los Territorios Pluviales y los del Mitonar se intensifiquen.
No obtuvo respuesta.
—Selden no es la única razón por la que estoy aquí —añadió abruptamente—. También he venido a proponeros dos ofertas. Una es de parte del Consejo de los Territorios Pluviales, y otra de mi parte.
Antes de que pudiera seguir adelante, Selden apareció en la puerta.
—Estoy listo —anunció, sin hacer nada por ocultar su satisfacción.
Entró en la habitación arrastrando una enorme bolsa, y se quedó observando a las tres mujeres.
—¿Por qué estáis todas tan calladas? —les preguntó.
La luz de las llamas bailaba en sus mejillas escamadas.
Ninguna de ellas le contestó.
Jani se sentó en la silla que le correspondía y aceptó de buen grado la taza de té que le había servido Rache. Aprovechó el momento de darle un sorbo para organizar sus pensamientos. Sabía a hierbabuena, con un toque de canela.
—Esto está pero que muy bueno —le dijo a Rache mientras volvía a dejar la taza en su sitio.
Paseó la mirada sobre los demás rostros, que estaban a la espera. Keffria había levantado su taza pero no había empezado a beber. De repente, Jani entendió lo que allí sucedía. Se aclaró la garganta.
—Yo, Jani Khuprus, de la familia Khuprus de los Territorios Pluviales, acepto la hospitalidad de tu mesa y de tu hogar. Quiero recordar aquí y ahora todas las antiguas expresiones de buena voluntad que suelen profesarse nuestros dos pueblos.
Se sorprendió a sí misma cuando, al pronunciar aquellas antiguas palabras, se le saltaron las lágrimas. Sí. Había dado en el clavo. Eso era lo que estaban esperando las mujeres del Mitonar, y sintió que le devolvían el mismo sentimiento.
Ronica y Keffria hablaron a la vez, como si lo hubieran estado ensayando.
—Nosotras, Ronica y Keffria Vestrit, de la familia Vestrit de los mercaderes del Mitonar, te convidamos a nuestra mesa y a nuestro hogar. Te profesamos nuestras más antiguas expresiones de buena voluntad, y aceptamos las tuyas.
Keffria los sorprendió a todos cuando siguió hablando.
—Además de recordar el acuerdo privado que nos une a través de la Vivacia, fruto del trabajo de nuestras dos familias, y el de la futura boda entre Malta Vestrit y Reyn Khuprus. —Inspiró profundamente. La voz apenas le tembló—. Para renovar el vínculo entre nuestras dos familias, te entrego a mi hijo más joven, para que lo acojas en el seno de la familia Khuprus de los Territorios Pluviales. Delego en ti la tarea de enseñarle correctamente las costumbres de nuestro pueblo.
Sí. ¿Por qué no? Mejor dejarlo todo formalizado. De repente, Selden pareció mayor de lo que era. Dejó caer su bolsa y se adelantó. Cogió a su madre de la mano y levantó la cabeza para mirarla a los ojos.
—¿Tengo que decir yo algo? —le preguntó, con el semblante muy serio.
Jani levantó una mano.
—Yo, Jani Khuprus, de la familia Khuprus de los Territorios Pluviales, prometo acoger a Selden Vestrit en el seno de nuestra familia y enseñarle las costumbres de nuestro pueblo. Le querremos como a uno más de los nuestros. Sí así lo decide finalmente.
Selden no se soltó de la mano de su madre. ¡Cuánto sabía ese muchacho para su edad! En lugar de eso, decidió colocar su otra mano en la de Jani. Se aclaró la garganta.
—Yo, Selden Vestrit, de la familia Vestrit, deseo ser acogido por la familia Khuprus de los Territorios Pluviales. —Miró a su madre antes de añadir—: Me esforzaré al máximo para aprender todo lo que se me enseñe. Ya está. Ya lo he dicho —añadió.
—Hecho —añadió su madre con suavidad.
Jani le echó una ojeada a la manita áspera a la que estaba envolviendo con la palma de su mano. Ya habían empezado a salirle escamas alrededor de las uñas. Se estaba transformando muy rápido. Ir a los Territorios Pluviales, donde aquellas cosas eran aceptadas, era realmente lo mejor que podía hacer. Se preguntó durante un momento lo que pensaría de él su hija menor Kys. Solo era unos cuantos años mayor que ella. No sería tan imposible que mantuvieran una relación. Enseguida apartó ese pensamiento egoísta de su cabeza. Levantó la vista para encontrarse con la mirada sombría de Keffria.
—Tú también puedes venir, si así lo deseas. Y lo mismo le digo a Ronica. Esa es mi oferta: que remontéis el río hasta Casárbol. No os puedo negar que nos esperan tiempos difíciles, pero seréis bienvenidas en mi hogar. Sé que estáis esperando noticias de Malta. Yo también estoy esperando la vuelta de la dragona. Podríamos esperar juntas.
Keffria sacudió la cabeza, despacio.
—Ya me he pasado demasiado tiempo esperando a lo largo de mi vida, Jani, y no voy a seguir haciéndolo. Hace falta presionar al Consejo del Mitonar para que actúe, y yo debo asumir ese papel. No puedo sentarme a esperar a que sean ellos los que resuelvan los embrollos del Mitonar. Tengo que insistirles a diario para que no desatiendan ninguna queja. —Se giró hacia su hijo—. Lo siento, Selden.
La miró con cara de desconcierto.
—¿Lo sientes por hacer lo que tienes que hacer? Si lo que estoy haciendo es seguir tu ejemplo, madre. Me voy a Casárbol por la misma razón por la que tú te quedas aquí. —Esbozó una sonrisa—. Tú me dejas ir. Y yo te dejo ir. I'orque somos mercaderes.
De repente, Keffria relajó los músculos de su rostro, como si acabara de expulsar un pecado imperdonable de su alma. Exhaló un profundo suspiro.
—Gracias, Selden.
—Yo también me tengo que quedar —dijo Ronica, rompiendo de nuevo el silencio—. Si Keffria va a asumir el papel de representante de la familia Vestrit, alguien tendrá que vigilar el resto de nuestros intereses. No es solo que nuestra casa haya sido asaltada y desvalijada. También tenemos otras pertenencias en similares situaciones. Si no queremos perderlas todas, tenemos que empezar ahora mismo a contratar mano de obra que esté dispuesta a trabajar por un porcentaje de la cosecha del año que viene. La primavera terminará por llegar. Nacerán hojas nuevas de los viñedos y de las huertas. Por muchos asuntos que tengamos que afrontar ahora mismo, esto no es algo que podamos seguir retrasando.
Jani sacudió la cabeza mientras esbozaba una sonrisa.
—No me esperaba otra respuesta por vuestra parte. Es más, cuando les conté mis planes a los miembros del Consejo de los Territorios Pluviales, me dijeron que contestaríais exactamente esto.
Keffria frunció el ceño.
—¿Por qué tendría el Consejo de los Territorios Pluviales interés alguno en nuestra respuesta?
Jani se guardó bien de admitir que tanto el Consejo como ella se habían mostrado ansiosos por acoger a Selden Vestrit. Pero sí que le contó el resto de la verdad.
—Estaban ansiosos por ponerse a tu servicio, Keffria Vestrit. No obstante, sabían que, si querías ser lo más eficiente posible, tendrías que permanecer en el Mitonar.
—¿A mi servicio? —Keffria se había quedado perpleja—. ¿Qué tipo de servicio podría yo prestarle a esa gente?
—Puede que te hayas olvidado de la última vez que hablaste ante el Consejo de los Territorios Pluviales, pero ellos no lo han hecho. Les calaste muy hondo cuando te ofreciste a arriesgar tu vida para salvar a los mercaderes. Al final, la situación se dio la vuelta tan deprisa que no tuviste que hacer ningún sacrificio. Pero el asunto es que estabas dispuesta a hacerlo, y que analizaste la situación con mucha lucidez. Con todos estos vientos de cambio, el Consejo de los Territorios Pluviales necesita una única versión oficial de lo que está pasando en el Mitonar. Cuando tres mercaderes de la talla de Pols, Kewin y Lorek coinciden en que tú eres nuestra mejor opción de representación, una no puede sino entender que les dejaste una impresión muy favorable de ti.
Keffria se sonrojó ligeramente.
—Pero si los mercaderes de los Territorios Pluviales siempre han tenido libertad para expresarse en el Consejo del Mitonar, al igual que cualquier mercader del Mitonar puede hacer uso de su derecho a participar en el Consejo de los Territorios Pluviales. No necesitáis a una representante.
—No estamos de acuerdo contigo. I.as cosas están cambiando muy rápidamente, con lo que nuestras comunidades tendrán que cooperar aún más estrechamente que en el pasado. Solo las palomas mensajeras pueden volar tan deprisa. El tráfico de naos redivivas sobre el río Pluvia ha sido reducido en estos últimos tiempos, al igual que la cantidad de patrulleros que vigila a los navios chalazos. Ahora es cuando más necesitamos una voz sensible a los intereses de los Territorios Pluviales aquí en el Mitonar. Para nosotros, tú eres la elección ideal. Tu familia ya está muy fuertemente ligada a los Territorios Pluviales. Podríamos pedirte que nos aconsejaras en ciertos asuntos, en la medida en que tu tiempo te lo permitiera, y también podríamos confiar en ti cuando necesitáramos hacer oír urgentemente nuestra voz.
—¿Pero por qué no elegís a uno de los vuestros para ocupar ese cargo de responsabilidad? —preguntó Keffria, dubitativa.
—Porque, como bien me habéis dicho tu madre y tú, necesitan estar cerca de sus hogares en estos tiempos difíciles. Además, en muchos sentidos, tú ya eres uno de los nuestros.
—Eso sería perfecto, madre —interrumpió de repente Selden—. Porque la dragona necesitará a alguien que hable por ella aquí en el Mitonar. Podrías ayudar al pueblo del Mitonar a entender la necesidad de ayudarla, más allá de cualquier acuerdo que hayan firmado.
Jani lo miró con cara de sorpresa. Pese a que la habitación en la que se encontraban estaba totalmente iluminada, pudo ver como los ojos le brillaban, literalmente, de entusiasmo.
—Selden, muchacho, puede que, en algunas ocasiones, los intereses de la dragona no coincidan con los de los Territorios Pluviales o los del Mitonar —le dijo, con toda su dulzura.
—Oh, qué va —le aseguró el chico—. Sé que os cuesta creer ciertas cosas que sé. Pero estos conocimientos están más allá de mi propio ser, pertenecen a otro tiempo. He soñado con la ciudad de la que habló Tintaglia, y es más grande que cualquier cosa que os podáis imaginar. Comparada con Castiliar, Frengong era un lugar humilde.
—¿Castiliar? ¿Frengong? —preguntó Jani, confusa.
—Frengong es el nombre anciano de la ciudad enterrada debajo de Casárbol. Y Castiliar es la ciudad que excavaréis para Tintaglia. Allí, os encontraréis con pasillos construidos a escala de dragón. En la Cámara Estrella, descubriréis un suelo adoquinado con aquello que llamáis joyas flamantes, incrustadas en un espejo que reflejará la noche estrellada del solsticio de verano. Habrá un laberinto con paredes de cristal, que revelará los sueños de aquellos que se atrevan a mirarlas; caminar entre ellos será como enfrentarse a nuestra propia alma. Entre dragones lo llaman el arco iris del tiempo, porque cada uno de los que completó el trayecto pasó por un camino distinto. Algunos de los misterios enterrados allí podrían ver finalmente la luz... —Selden se quedó extático. Siguió respirando profundamente, en silencio, con la mirada perdida en la lejanía. Los adultos intercambiaron miradas por encima de su cabeza. Luego, de repente, volvió a tomar la palabra—. El bienestar que nos traerán los dragones será mucho mayor de lo que pueda darnos cualquier suma de dinero. Será como un renacimiento al mundo. La humanidad se ha convertido en una raza solitaria, y peligrosamente arrogante en su soledad. E1 retorno de los dragones restaurará el equilibrio entre nuestro intelecto y nuestras ambiciones. —De repente, estalló en carcajadas de risa—. Eso no significa que sean seres perfectos, oh no. Por eso tenemos tanto valor los unos para los otros. Cada una de nuestras dos razas conforma para la otra un espejo de presunción y vanidad. Cuando veamos a las otras criaturas haciendo gala de su superioridad y de su intención de controlar el mundo, nos daremos cuenta de lo ridiculas que eran nuestras propias declaraciones.
El silencio siguió a sus palabras. Los pensamientos que había lanzado tan de repente siguieron sonando como un eco en la mente de Jani. Ni su voz ni sus palabras parecían propias de un niño. ¿Sería cosa de la dragona? ¿Qué clase de criatura habían soltado en el mundo?
—Ahora tenéis dudas —Selden les habló a sus semblantes silenciosos—. Pero ya veréis. Lo mejor que pueden hacer los Territorios Pluviales para preservar sus intereses es velar por el bienestar de la dragona.
—Bien —dijo finalmente Jani—. En este asunto, a lo mejor tendríamos que confiar en el juicio que emita tu madre, ya que ella es nuestra representante.
—Esa es una gran responsabilidad —dijo Keffria, vacilante.
—Eso lo sabemos de sobra —replicó Jani, con suavidad—. Tanto, que consideramos que no debe ser asumida sin recibir nada a cambio.
Jani dudó antes de proseguir.
—Al principio tendremos dificultades para pagarte en metálico. Hasta que no se restablezca el comercio, me temo que tendremos que funcionar por un sistema de trueque. —Le echó una ojeada a la habitación—. Tenemos muebles a montones. ¿Crees que eso podría valer?
Una chispa de esperanza se encendió en los ojos de Ronica.
—Seguro que sí—contestó Keffria, casi de inmediato. Para añadir después, con el rostro afligido—: No se me ocurre ningún tipo de artículo para el hogar al que no supiéramos cómo darle uso.
Jani sonrió, satisfecha de sí misma. Les había presentado su oferta con el temor de que interpretaran que estaba queriendo comprarles a Selden. Pero la verdad es que ahora consideraba que habían concluido el mejor de los acuerdos posibles, aquel en el que cada parte sentía que había salido ganando.
—Hagamos una lista de lo que necesitáis con más urgencia —les sugirió. Puso una mano sobre el hombro de Selden, cuidando de no parecer demasiado posesiva—. Cuando lleguemos a Casárbol, Selden podrá ayudarme a elegir lo que consideremos que pueda veniros mejor.