Aquella niebla nunca cesaba. Incluso en los días en los que no llovía, todo estaba constantemente impregnado de condensación. La ropa que solían colgar en la cubierta nunca llegaba a secarse. Las prendas que guardaban en bolsas cerradas se quedaban tan húmedas como las mantas de lana con las que cubrían sus camastros. Todo olía a humedad y podredumbre. Todas las mañanas, mientras se peinaba, Althea pensaba que no le extrañaría nada sacar algo de musgo de entre sus cabellos. Bueno, al menos ahora tendrían algo más de espacio. Había sacado las cosas de Lavoy de la cabina del primer oficial, y se disponía a trasladar sus enseres ese mismo día. Se había ganado el ascenso por tradición y por derecho. Brashen había nombrado segundo oficial a Haff, que parecía encantado con su nuevo puesto. Y, lo que era aún mejor, la tripulación lo había acogido con buenos ojos.
—¿Nunca deja de llover en estas malditas islas? —preguntó Ámbar mientras entraba en la diminuta cabina.
Tenía el pelo y las cejas llenos de gotas de agua que también resbalaban por los puños de su camisa.
—En verano —le contestó Althea—. Pero, por ahora, esto es lo que hay. A menos que se ponga a llover tan fuerte que se limpie el aire.
—Sería mejor que este goteo constante. Me subí al mástil para ver si podía divisar algo. Tendría que haberme protegido la cabeza con la bolsa de la ropa. ¿Cómo se las arreglarán los piratas en los días como este? No pueden dejarse guiar ni por el sol ni por las estrellas.
—Esperemos que así sea. No me gustaría nada tener que huir con esta niebla. Intenta pensar que nos protege de las amenazas.
—Pero también los protege a ellos de nosotros. ¿Cómo sabremos que Kennit ha vuelto a Mentecacia si ni siquiera podemos divisar la isla?
Llevaban un día y una noche anclados en una pequeña ensenada. Althea sabía cosas que otros ignoraban. No se habían detenido allí para esperar a Kennit, sino para elaborar algún tipo de plan. La pasada noche se habían juntado en la cabina de Brashen para considerar todas las opciones que se les habían presentado. Brashen no se había mostrado optimista.
—Todo se ha ido al traste —dijo sombríamente. Se puso a mirar el techo que tenía encima de su camastro—. Tendría que haber adivinado que Lavoy haría algo así. Se ha cargado completamente el factor sorpresa del que disponíamos. Seguro que Kennit ya se ha enterado, y que nos atacará en cuanto nos vea. Maldito Lavoy. Debería haberlo pasado por la quilla en cuanto sospeché de él.
—Al menos nos habría mejorado el ánimo —había murmurado Althea desde el hueco de su brazo.
Estaba tendida junto a él en el camastro del capitán. Sentía la calidez que desprendía su cuerpo desnudo, y tenía la cabeza apoyada en su hombro. La tenue luz de la lámpara daba vida a las sombras que danzaban en la pared, y la incitaban a abrazar más fuerte a Brashen, y a quedarse dormida junto a él. Paseaba sus dedos inconscientemente sobre la cicatriz que descendía por las costillas de Brashen, la que le había hecho la espada del pirata.
—Para —había murmurado él, irritado, mientras se zafaba ligeramente de ella—. Deja de distraerme y ayúdame a pensar.
Althea había exhalado un profundo suspiro.
—Tendrías que habérmelo pedido antes de haberte acostado conmigo. Sé que debería estar centrando todas mis energías en rescatar a la Vivacia de las manos de Kennit pero, de alguna manera, estando aquí contigo... —Le había acariciado el pecho, y descendido con sus manos hasta su ombligo. El resto, le había dejado imaginárselo.
Brashen se había girado hacia ella.
—¿Me estás diciendo que quieres abandonarlo todo? ¿Volver al Mitonar, y dejar las cosas tal y como están ahora?
—Lo he pensado —había admitido—. Pero no puedo. Siempre pensé que, cuando quisiéramos recuperarla, la Vivacia sería nuestra mejor aliada en contra de Kennit. Había contado con que la nao nos ayudaría a inclinar la situación a nuestro favor. Pero ahora que sabemos que Wintrow está vivo y a salvo a bordo de la nao, y que ambos parecen satisfechos de su relación con Kennit, ya no sé qué pensar. Aun así, no puedo desvincularme de ellos sin más, Brash. Son mi familia. La Vivacia es mi nao como no podrá ser de nadie más. Si se la dejara a Kennit, sería como darle un hijo mío. Puede que ahora esté bien con Kennit, pero llegará el momento en que quiera volver al Mitonar. Igual que Wintrow. ¿Dónde estarán entonces? Serán unos marginados, y unos piratas. Sus vidas estarán arruinadas.
—¿Cómo puedes saber tú eso? —había protestado Brashen. Una sonrisa perfiló sus labios, y levantó las cejas mientras le preguntaba—: ¿Diría Keffria que tú perteneces a este mundo? ¿No sostendría tu mismo discurso, alegando que al final desearías volver a casa, y que yo te estaba arruinando la vida? ¿Te alegrarías de que intentara salvarte de mí?
Althea le había besado la comisura de los labios.
—A lo mejor soy yo la que te está arruinando la vida. No tengo intención de dejarte marchar, ni cuando volvamos a casa. Pero los dos somos adultos conscientes del precio que tendremos que pagar por nuestras decisiones. —Bajó la voz para añadir—: Los dos estamos preparados para afrontar el coste, y ambos consideraremos que hemos hecho un buen negocio. Pero Wintrow no es más que un muchacho, y la nao acababa de despertar cuando abandonó el Mitonar. No puedo abandonarlos. Al menos tengo que verlos, hablar con ellos, saber cómo están.
—Claro. Estoy seguro de que el capitán Kennit encontrará tiempo para que le hagamos una visita —había contestado Brashen con sequedad—. A lo mejor deberíamos volver a Mentecacia y dejarle mensajes aquí y allá, para saber cuándo estará en casa.
—Ya sé que suena ridículo.
—¿Qué pasaría si volviéramos al Mitonar? —había preguntado Brashen, con repentina seriedad—. Tenemos al Paragon, que es una buena nao. Los Vestrit seguirían teniendo una nao rediviva. Nosotros seguiríamos hombro con hombro, y nos negaríamos a ser separados. Nos casaríamos con una gran ceremonia en la Explanada de los Mercaderes. Y, si los mercaderes no lo permiten, navegaríamos hasta los Seis Ducados y pronunciaríamos nuestros juramentos frente a una de sus rocas negras.
Althea no pudo evitar sonreír. Brashen la besó, y prosiguió:
—Llevaríamos juntos al Paragon, por todas partes, desde el río Pluvia, pasando por Jamaillia, y hasta las islas que tu padre conocía tan bien, y donde hacía tantos negocios. Nosotros también haríamos buenos negocios, ganaríamos un montón de dinero, y pagaríamos la deuda que tu familia ha contraído con la familia Khuprus. Malta no tendría por qué casarse con alguien a quien no amara. Por Kyle no podríamos hacer nada, ahora que sabemos que está muerto. No parece que Wintrow y la Vivacia deseen ser rescatados. ¿No lo ves, Althea? Tú y yo podríamos tomar las riendas de nuestras vidas y vivirlas. No necesitamos gran cosa, y ya tenemos todo lo que nos hace falta. Una buena nave y una buena tripulación. Y tú junto a mí. Eso es todo lo que le pido a la vida. La fortuna me lo ha dado todo, y quiero conservarlo, joder. —De repente, la rodeó con sus brazos—. Solo díme que sí —le pidió suavemente, dejando que su cálida respiración se colara por su oído y por su cuello—. Solo dime que sí, y nunca te dejaré marchar.
A Althea se le partió el corazón.
—No —le dijo en voz baja—. Tengo que intentarlo Brashen. Tengo que hacerlo.
—Sabía que dirías eso —refunfuño él. Relajó su abrazo, y se desprendió de ella. Esbozó una sonrisa cansada—. A ver, amor mío, ¿qué propones que hagamos? ¿Que nos acerquemos a Kennit enarbolando una bandera de la paz? ¿Que nos colemos de noche en su nao? ¿Que lo desafiemos en mar abierto? ¿O, sencillamente, que pongamos otra vez rumbo a Mentecacia y lo esperemos allí?
—No lo sé —había admitido Althea—. Todos esos planes suenan a suicidio. —Marcó una pausa—. Todos salvo el de la bandera de la paz. No, no me mires así. No estoy loca. Escúchame, Brashen, piensa en todo lo que oímos en Mentecacia. La gente de allí no habla de él como de un temible tirano. Es un líder querido, que ha antepuesto los intereses de su pueblo a todo lo demás. Libera a esclavos en vez de venderlos. Está dispuesto a compartir el botín que ha ido acumulando con su pueblo. Parece un hombre inteligente y racional. Si fuéramos a su encuentro enarbolando una bandera de paz, sabría que lo más sensato que podría hacer sería dejarnos hablar. ¿Qué ganaría con atacarnos antes de hablar con nosotros? Podríamos ofrecerle un rescate, pero también algo mucho mejor: el beneplácito de una de las familias de mercaderes del Mitonar. Si de verdad quiere formar un reino de las islas Piratas, acabará por necesitar integrarse en nuevos mercados. ¿Por qué no con el del Mitonar? ¿Por qué no con los Vestrit?
Brashen se había vuelto a apoyar sobre su almohada.
—Para que tu propuesta sonara convincente, tendrías que presentársela por escrito. No se trataría de un acuerdo verbal, sino de un acuerdo vinculante, plasmado por escrito. Las cláusulas que estableceríamos conjuntamente en un primer momento servirían tan solo para acortar distancias. El acuerdo final sobre las relaciones comerciales entre las islas Piratas y el Mitonar formaría el auténtico nexo de unión. —Giró la cabeza sobre la almohada para encontrarse con su mirada—. Tendrías que aguantar que algunas familias del Mitonar te consideraran una traidora. ¿Serías capaz de comprometer a tu familia con el pirata bajo semejantes condiciones?
Althea guardó silencio durante unos segundos.
—Estoy intentando pensar como lo haría mi padre —dijo finalmente—. Solía decir que lo que distinguía a un buen mercader de un mal mercader era su capacidad de proyectarse en el mañana. De sentar las bases del futuro con los acuerdos que se concluían en el presente. Le parecía que un negocio del que se sacaba un provecho inmediato no sería, a la larga, beneficioso. Un mercader inteligente nunca dejaba que el otro se marchara descontento con el trato que habían sellado. Creo que este Kennit terminará por triunfar. Y, cuando lo haga, las islas Piratas se convertirán en una barrera entre el Mitonar y sus negocios del sur, o en una nueva parada comercial. Creo que el Mitonar y Jamaillia están a punto de romper lazos. Kennit podría convertirse en un poderoso aliado para el Mitonar, además de un valioso compañero de negocios.
Suspiró, no con tristeza, sino con determinación.
—Creo que me gustaría intentarlo. Le haré una oferta, pero le dejaré muy claro que no estaré hablando en nombre de todo el Mitonar. No obstante, le haré saber que, cuando un mercader concluye un acuerdo provechoso, otros suelen apuntarse a él después. Le diré que represento a la familia Vestrit. Tendré que decidir lo que le puedo ofrecer honestamente. Puedo conseguir que esto funcione, Brashen. Sé que puedo. —Soltó una risita—. Madre y Keffria se pondrán furiosas cuando se lo cuente. Al principio. Pero tengo que hacer lo que creo que es mejor.
Los dedos de Brashen habían trazado un círculo alrededor de uno de los pechos de Althea. El contraste entre la piel oscura, curtida por el sol, de él, y la palidez de ella, era enorme. Agachó la cabeza para besarla y luego le preguntó, todo serio:
—¿Te importa si me entretengo mientras sigues pensando?
—Hablaba en serio, Brashen —había protestado.
—Yo también —le aseguró él. Sus manos habían ido deslizándose por el cuerpo de Althea—. Muy en serio.
—¿Qué es lo que te hace sonreír así? —le preguntó Ámbar a Althea, interrumpiendo su ensoñación.
Le sonrió pícaramente.
Althea sintió la culpabilidad instalarse en su rostro.
—Nada.
Jek asintió de mala gana, desde su camastro. Había estado tapándose los ojos con el brazo, por lo que Althea había supuesto que estaría durmiendo. Ahora, se estaba incorporando.
—Nada menos que un poquito más de lo que tenemos los demás.
El rostro de Ámbar se había puesto muy serio. Althea se mordió la lengua para no contestar a su provocación. Lo mejor sería abandonar esa discusión ahora mismo. Le sostuvo la mirada a Jek.
Jek no dejó que se saliera con la suya.
—Bueno, al menos no lo niegas —apuntó con amargura, mientras terminaba de sentarse sobre su camastro—. Aunque, por otro lado, sería muy descarado por tu parte, cuando llegas aquí ronroneando como una gatita que ha encontrado un cuenco de leche, y te pones a sonreír sola, con las mejillas tan encendidos como las de una recién casada. —Ladeó la cabeza y observó a Althea—. Deberías pedirle que se afeitara, para que el pelo de su barba no te irritara tanto el cuello.
Althea no pudo evitar taparse la boca con su mano culpable. La dejó caer hacia un lado, y consideró la mirada penetrante de Jek. Ya no había manera de evitar aquella conversación.
—¿Qué pasa contigo? —le preguntó, sin alzar la voz.
—¿Aparte de que es completamente injusto? —le preguntó Jek—. ¿A parte de que hayas ascendido a primera oficial mientras compartías la cama con el capitán? —Jek se levantó de su camastro para colocarse frente a Althea, y la miró con desprecio—. Algunos dirían que no te mereces ninguna de las dos cosas.
La mujer esgrimió una mueca. Althea inspiró profundamente, y se preparó para lo que vendría inevitablemente a continuación. Jek pertenecía a los Seis Ducados. Y, cuando un ascenso provocaba disputas a bordo de una nave de los Seis Ducados, el asunto solía resolverse con los puños. ¿Esperaba Jek que hicieran lo mismo aquí? ¿Y ocupar el puesto de primera oficial de Althea si la derrotaba?
De repente, el rostro de Jek se distendió y volvió a presentar su sonrisa habitual. Le dio a Althea una palmada de enhorabuena en la espalda.
—Pero yo creo que te mereces ambas cosas, y te deseo lo mejor. —Después de renovar su sonrisa y de guiñarle un ojo, le preguntó—: Ahora, dime: ¿es bueno?
Althea se sintió aliviada. Después de echarle una ojeada a la cara de Ámbar se consoló diciéndose que no había sido la única a la que Jek había conseguido engañar.
—Es bastante bueno —murmuró vergonzosamente.
—Bien. Eso me alegra. Pero no se lo dejes saber. Siempre hay que dejarle pensar a un hombre que sigue habiendo algo que te gustaría que estuviera haciendo. Alimenta su imaginación. Me pido la litera de arriba. —Jek miró a Ámbar, como si esperara que la otra intentara impedírselo.
—Adelante—le contestó Ámbar—. Yo voy a coger mis cosas y a desmontar el otro camastro. ¿Qué crees que nos vendrá mejor, Jek? ¿Una mesa baja, o mayor movilidad en la habitación?
—¿No se está trasladando Haff al camarote vacío? —sugirió Jek, inocentemente—. Si va a ocupar el antiguo puesto de Althea, debería tener el camastro a juego.
—Siento frustrar tus intenciones —le sonrió Althea—, pero se va a quedar en la proa con el resto de la tripulación. Cree que necesitan un poco de estabilidad. Lavoy y sus desertores alteraron por completo el orden de las cosas. Haff piensa que los hombres que se fueron con él lo hicieron porque estaban asustados; Lavoy los había convencido para posicionarse en contra de Brashen, porque oponerse a Kennit sería un suicidio.
Jek se echó a reír.
—Como si no lo supiéramos todos. —Al advertir la expresión de Althea, adoptó enseguida una postura más solemne—. Lo siento. Pero si no tenían claro desde el principio que los vientos no iban a sernos favorables, es que eran unos idiotas, y estamos mejor sin ellos. —Subió con facilidad hasta el camastro que Althea acababa de abandonar, y se metió entre las sábanas—. No es muy espacioso. Pero es mucho más alto. Me gusta más dormir arriba. —Exhaló un suspiro de satisfacción—. A ver. ¿Qué es exactamente lo que nos está ocultando Brashen?
—¿Sobre qué? —le preguntó Althea.
—Sobre Kennit, y lo que tiene intención de hacer con él. Me apuesto lo que sea a que le tiene reservada una buena.
—Oh. Eso. Sí, claro que va a ser buena. —Althea se puso el petate en el hombro, e intentó no pensar en lo que les tenía reservado Sa a aquellos que llevaban a la muerte a sus compañeros.
***
Mingsley se mojó los labios en la taza desconchada antes de volver a colocarla en el extraño platito que le correspondía. La taza contenía un fondo de hierbabuena, de la que crecía en el pequeño huerto. El buen té negro jamaillio había ardido en llamas, junto con todas las demás reservas que los chalazos habían acumulado en sus almacenes. Se aclaró la garganta.
—A ver, ¿qué nos has preparado?
Serilla lo consideró por encima del hombro. Había algo que tenía claro. Ahora que se había librado de Roed Caern, no dejaría que ningún hombre volviera a intimidarla. Sobre todo uno que había pensado que comía de su mano. ¿Acaso no había aprendido nada de los acontecimientos del día anterior?
Tintaglia, haciendo honor a su palabra, ya había salido en busca del Kendry y de las demás naos redivivas que pudiera encontrarse por el camino. Mientras tanto, los humanos se habían reunido para intentar redactar un acuerdo vinculante. Desde el principio, hablando en su nombre pero sin haber consultado con ella, Mingsley había insistido en que Serilla debía ser la que aprobara el documento en última instancia.
—Representa a Jamaillia —había afirmado a diestro y siniestro—. Todos somos sujetos de la satrapía. No deberíamos limitarnos a pedirle que negociara por nosotros con la dragona, sino que también deberíamos darle la autoridad necesaria para que nos asigne a cada uno de nosotros el papel que habremos de jugar en el nuevo Mitonar.
El pescador Kelter el Ralo se había levantado y había tomado la palabra.
—Sin ánimo de ofender a esta dama, he de decir que me niego a someterme a su autoridad. Será bienvenida siempre que quiera sentarse con nosotros a hablar en representación de Jamaillia. Pero esto que estamos tratando son asuntos del Mitonar, que deben ser resueltos por habitantes del Mitonar.
—Si no estáis dispuestos a concederle el grado de autoridad que merece, no veo razón alguna para que los nuevos mercaderes permanezcan aquí —había afirmado Mingsley, con toda su arrogancia—. Es bien sabido que los viejos mercaderes no tienen la intención de concedernos los derechos sobre las tierras que poseemos y...
—Oh, márchate de una vez —había suspirado una mujer tatuada—. O cállate y atiende.
Mingsley había sentido que todas las miradas estaban puestas sobre él, y que estaban de acuerdo con las palabras de la mujer tatuada. En ese momento, el hombre se había puesto amenazante.
—¡Yo sé cosas! —había proclamado—. Cosas que hubierais deseado que compartiera con vosotros. Cosas que rebajarían sobremanera la importancia de todo lo que estáis aceptando aquí. Cosas que...
De repente, dos jóvenes musculosos de las Tres Naves lo agarraron por los brazos y se lo llevaron fuera de la cámara del Consejo, con lo que no llegaron a oír el resto de sus «cosas». La última mirada de asombro que le dedicó a Serilla evidenciaba que había esperado que ella lo defendiera. No lo había hecho. Como tampoco había intentado reclamar ningún tipo de papel de jueza de la reunión. Se había comportado como una testigo de Jamaillia. Y, casualmente, como una que conocía muy bien los términos originales de la Carta del Mitonar. En muchos aspectos, había resultado ser más erudita que los mercaderes y, gracias a ello, se había ganado su respeto. A lo mejor estaban empezando a entender que, después de todo, sus conocimientos sobre la relación legal entre Jamaillia y el Mitonar podían beneficiarles. A los nuevos mercaderes no les había gustado mucho todo aquello. Ahora, Serilla contemplaba a su portavoz, rogándole con la mirada que pospusiera el enfrentamiento.
Mingsley malinterpretó su silencio, y consideró que lo que sentía Serilla era vergüenza de sí misma.
—Voy a decirte algo. Nos has fallado dos veces, y no precisamente en tonterías. No debes olvidar quiénes son tus amigos. No puedes estar considerando seriamente la posibilidad de abanderar la antigua Carta. No nos ofrece nada. Estoy seguro de que podrías hacer algo mejor por nosotros. —Levantó la taza del platito—. Después de todo lo que hemos hecho por ti —le recordó astutamente.
Serilla bebió un sorbo de su té. Se encontraban en el estudio de Davad. Los invasores chalazos habían arrasado el ala este, pero esta parte de la casa seguía siendo habitable. Serilla esbozó una sonrisa para sí misma. Su taza no estaba cuarteada. Solo era un detalle, pero era significativo. Había dejado de tener miedo de ofenderlo. Consideró a Mingsley por encima de su hombro. Había llegado el momento de tenderle la mano.
—Tengo intención de reforzar la antigua Carta. Y me gustaría proponer que fuera uno de los pilares fundamentales del nuevo Mitonar. —Se le iluminó el rostro, como si se le acabara de ocurrir la idea del siglo—. A lo mejor, si estuvierais dispuestos a navegar río arriba, los habitantes de los Territorios Pluviales os ofrecerían el mismo estatus que a los Tatuados. Bajo las mismas condiciones, evidentemente. Tendréis que llevaros a vuestros hijos con vosotros. Cuando se casen con habitantes de los Territorios Pluviales, se convertirán en mercaderes.
Mingsley empujó su silla hacia atrás, y se sacó un pañuelo del bolsillo. Se lo puso apresuradamente sobre la boca, como si fuera a vomitar del asco.
—Solo de pensarlo se me ponen los pelos de punta. Compañera, ¿se está burlando de mí?
—No del todo. Solo estoy diciendo que los llamados nuevos mercaderes deberían cambiar de mesa de negociaciones. Y sería bueno que entendieran, como todos los demás, que tendrán que acatar ciertas normas si quieren ser aceptados aquí.
Los ojos de Mingsley se encendieron.
—¡Aceptados aquí! Tenemos todo el derecho del mundo a estar aquí. Tenemos cartas firmadas por el propio sátrapa Cosgo en las que dice que nos ha cedido tierras y...
—Cartas que le comprasteis con sobornos y regalos. Porque sabíais que era el único modo de conseguir algo así. Le comprasteis aquello que no podía entregaros legítimamente. Esa carta se fundamenta en un puñado de promesas rotas y en la falta de honestidad de unos cuantos hombres. —Bebió otro sorbo de té—. Nunca habrías consentido en pagar la suma de dinero que valían esos terrenos. Compraste mentiras, nuevo mercader Mingsley.
—Ahora, la verdad se ha extendido por el Mitonar. La verdad es que los inmigrantes de las Tres Naves tienen derecho a estar aquí. Así lo negociaron con los mercaderes del Mitonar cuando llegaron por primera vez a estas tierras. Anoche, volvieron a abrir esas negociaciones. Recibirán parcelas de tierra y votos en el Consejo en reconocimiento por toda la ayuda prestada durante la invasión chalaza. Oh, está claro que nunca llegarán a ser mercaderes del Mitonar. No, a menos que se casen con alguno de ellos. Pero me imagino que el apelativo de mercader del Mitonar terminará por no ser más que una distinción noble, más que una verdadera clase gobernante. Y, más allá de eso, a las familias de las Tres Naves parece gustarles esa distinción nominativa. Aquellos Tatuados que decidan quedarse en el Mitonar en vez de instalarse en los Territorios Pluviales tendrán la oportunidad de comprar sus propias parcelas de tierra cuando ayuden a reconstruir la ciudad. Aquellos que lo hagan obtendrán derecho al voto e igualdad de condiciones con respecto a todos los demás propietarios.
—Ah, entonces bien. —Mingsley se apoyó contra el respaldo de su silla y colocó las manos sobre su ombligo. Parecía satisfecho—. Tendrías que haber empezado por ahí. Si el derecho al voto y el control de la ciudad quedarán supeditados a la posesión de la tierra, entonces los nuevos mercaderes no tenemos nada que temer.
—Sí, es verdad. En cuanto adquiráis legalmente alguna parcela de tierra, podréis votar en el Consejo.
Mingsley se puso rojo, y su rostro se ensombreció, hasta tal punto que Serilla tuvo miedo de que fuera a sufrir un colapso. Cuando habló de nuevo, sus palabras estallaron con la misma fuerza con la que el vapor hace saltar la tapa de una olla.
—¡Nos has traicionado!
—¿Y cómo esperabas que fuera a terminar esto? Vosotros traicionasteis la satrapía engañando a Cosgo para que os concediera tierras por un procedimiento que sabíais que era ilegal. Luego llegasteis aquí y traicionasteis el Mitonar contaminando sus orillas con la trata de esclavos, y saboteando su economía y sus maneras de proceder. Pero ni siquiera os bastó con eso. Tú y tus compinches lo quisisteis todo, no solo las tierras del Mitonar, sino también el control de sus negocios.
Se detuvo un momento para tomar un sorbo de té, y para sonreírle.
—Y, para conseguir eso, estabais dispuestos a traicionar al sátrapa hasta la muerte. Os habríais servido de su muerte como excusa para dejar que los chalazos mataran a los mercaderes del Mitonar, y así poder quedaros con sus riquezas. Bueno, también fuisteis traicionados una vez. Por los chalazos. ¡No os lo podíais creer! Pero no aprendisteis ninguna lección. En lugar de eso, intentasteis conseguir de mí lo mismo que del sátrapa, y no precisamente con regalos, sino con amenazas. Bueno, pues ahora habéis vuelto a ser traicionados. Y, esta vez, ha sido por mí. Si es que se le puede llamar traición a esto, ya que solo estoy defendiendo aquello en lo que siempre he creído.
Prosiguió, utilizando un tono de voz muy razonable.
—Los nuevos mercaderes que trabajen junto a los inmigrantes de las Tres Naves y los esclavos en la reconstrucción del Mitonar serán recompensados con tierras. Eso fue lo que decretaron los habitantes del Mitonar, sin ningún tipo de presión por mi parte. Es la mejor oferta que obtendréis. Pero no la aceptaréis, porque vuestros corazones no pertenecen a estas tierras. Nunca pertenecieron a ellas. Vuestras mujeres y vuestros herederos no se encuentran aquí. Para vosotros, el Mitonar solo era una tierra de la que podíais aprovecharos. Nunca lo visteis como un hogar, como una nueva oportunidad.
—¿Y qué haréis cuando llegue la flota jamaillia? —preguntó Mingsley—. Las palomas mensajeras que llegaron a Jamaillia dejaban suponer, en los mensajes que transportaban, que los viejos mercaderes habían llevado a cabo un complot contra el sátrapa. Y, contra todo pronóstico, ¡teníamos más razón de lo que creíamos! Fueron tus amigos mercaderes los que firmaron la muerte del sátrapa.
Serilla adoptó un tono frío.
—¿Eres tan descarado que admites el papel que jugaste en el complot contra el sátrapa Cosgo, y luego tienes la desfachatez de amenazarme con las consecuencias de tus actos? —Sacudió patrióticamente la cabeza para mostrar su desacuerdo con la postura de Mingsley—. Si Jamaillia tuviera la intención de lanzar una flota contra nosotros, ya lo habría hecho. A menos que esté muy equivocada, aquellos que pusieron rumbo al norte con la esperanza de saquear el Mitonar se encontraron con que más les valía proteger lo que tenían. Si esta supuesta flota llega alguna vez a nuestras costas, dudo que sea muy temible. Conozco muy bien el estado financiero de las arcas del tesoro jamaillias, eso te lo aseguro. La muerte del sátrapa y la amenaza de guerra civil inducirán a muchos de los nobles a encerrarse en sus casas con sus riquezas. Sé lo que la Conspiración esperaba que sucediera. Creíais que vuestros socios jamaillios llegarían con sus naves e inclinarían la situación a vuestro favor. Sin duda creísteis que os convenía tener un ejército de reserva, en caso de que los chalazos se volvieran demasiado ávidos de poder. Así fue, y mucho antes de lo que esperabais.
Exhaló un pequeño suspiro y se sirvió más té. Serílla colocó la tetera encima de la taza de Mingsley y la inclinó ligeramente para ofrecerle más té mientras le sonría de un modo cortés. Pero acabó interpretando su silencio ultrajado como una negativa. Decidió seguir con su clase magistral.
—Si esa flota llegase aquí alguna vez, sería recibida como mandan las reglas de la diplomacia, con una bienvenida cordial y un puerto fortificado. Se encontrarían con una ciudad en plena reconstrucción después de un injustificado ataque chalazo. Te sugiero que consideres la posición de los nuevos comerciantes del Mitonar desde un ángulo completamente diferente. ¿Qué haréis si resulta que el sátrapa no ha muerto? Si la dragona no miente cuando afirma que Malta Vestrit está viva, entonces puede que el sátrapa haya sobrevivido también. ¿Cuánto os fastidiaría eso? Sobre todo cuando tengo tu declaración de que existía un complot de nuevos comerciantes contra el sátrapa. Evidentemente, no estoy queriendo dar a entender que tú estuvieras personalmente implicado en él. —Dejó caer una cucharadita de miel dentro de su té de menta—. En cualquier caso, si la flota no es recibida ni con una demostración de fuerza, ni con estallidos de desorden civil, sino con una bienvenida cortés y diplomática... Bueno...
Ladeó ligeramente la cabeza mientras esgrimía una sonrisa triunfal.
—Habrá que ver. Oh. ¿Se me olvidó mencionar que, antes de llegar a nuestra costa, esa flota jamaillia tendría, no solo que atravesar las islas Piratas, sino también la línea de «patrulleros» chalazos? Me imagino que será algo así como pasar por delante de un nido de avispas enfurecidas. Cuando la flota nos alcance, si es que llega a darse el caso, puede que se alegre de encontrarse con un puerto pacífico y una guardiana dragona. —Se sirvió otra taza de té mientras le preguntaba frivolamente—: ¿O es que ya te has olvidado de Tintaglia?
—¡Te arrepentirás de esto! —le dijo Mingsley. Se levantó bruscamente, entre ruidos de cubiertos y vajilla rota—. ¡Querrás haber caminado con nosotros hasta el poder! Podrías haber vuelto a Jamaillia como una mujer rica, y terminar tus días en el corazón de un pueblo civilizado y culto. Pero, en lugar de eso, te has condenado a ti misma a este pueblucho aislado y a sus rústicos habitantes. Aquí nadie respeta la satrapía. ¡Aquí no serás nada más que otra mujer independiente!
Salió escopetado de la habitación, y dio un portazo de impresión. Otra mujer independiente. Mingsley ignoraba completamente que, al tratar de maldecir a Serilla, le había dedicado la mejor de las bendiciones.
***
El Kendry volvió al puerto con menos tripulantes de lo normal en su cubierta pero, aun así, hizo buenos tiempos. Reyn Khuprus se sentó en la estructura del techo de un almacén medio destruido para observar su llegada. En las alturas, Tintaglia volaba en círculos, dejando tras de sí una estela plateada. La dragona rozó momentáneamente la mente de Reyn al pasar por encima de él. Esa a la que tú llamas Ofelia también está en camino.
Se quedó observando al Kcndry mientras sus hombres lo acercaban a los muelles y lo amarraban allí. La nao rediviva había cambiado. El afable y juvenil mascarón de proa no levantó los brazos en señal de saludo, ni batió palmas como acostumbraba a hacer para celebrar que había vuelto sano y salvo. Reyn podía adivinar lo que había sucedido. Tintaglia le había revelado al Kendry qué y quién era en realidad. Las últimas veces que había navegado a bordo del Kendry se había percatado, muy a su pesar, de que la dragona estaba merodeando por la personalidad profunda de la nao. Ahora, los recuerdos que había removido en su inconsciente habían salido a la luz.
Reyn se sintió invadido por una terrible certidumbre. Estaba condenado a observar esos cambios en cada una de las naos redivivas. Cada vez que viera otro rostro deshecho, tendría que enfrentarse a lo que habían hecho sus antepasados. Con o sin conocimiento de causa, les habían arrebatado sus vidas dragonas, cortado las alas, y condenado a sus espíritus a una eternidad asexuada como naos. Debería haberse alegrado de que la nao rediviva Ofelia hubiera sobrevivido a su encuentro con los chalazos. No obstante, aquello en lo que pensaba era en que no quería estar presente cuando Grag Tenira bajara a recibir a la nao a la que había amado durante toda su vida y se encontrara, en su lugar, con una dragona iracunda. No solo había perjudicado a la especie dragona. En efecto, no tardaría mucho en ver en los ojos de sus amigos el daño hecho a las familias que poseían naos redivivas.
Demasiados cambios, demasiadas oportunidades, se dijo a sí mismo. Ya no se sentía capaz de definir lo que sentía. Debería haberse sentido feliz. Malta estaba viva. Los diferentes pueblos del Mitonar habían formado una sólida alianza y preparado el tratado que tendría que firmar la dragona. Los chalazos habían sido vencidos, al menos por el momento. Y, en algún futuro más o menos lejano, si todo iba bien, tendría otra ciudad anciana que explorar y de la que aprender. Cuando llegara ese momento, se encargaría de que no se produjeran robos ni pillajes. Y Malta estaría a su lado. Todo estaría bien. Todo se habría arreglado.
De alguna manera, no se creía que eso pudiera llegar a ser real. Ese breve instante en el que había sentido la presencia de Malta a través de Tintaglia le había producido el mismo efecto que el aroma de la comida caliente a un muerto de hambre. No le bastaba con saber que estaba viva para satisfacer su corazón anhelante.
Al oír un ruido en el edificio que tenía debajo, dirigió la vista hacia allí pensando que se encontraría con un gato o un perro callejero. Pero, en lugar de eso, vio como Selden se habría camino entre los escombros.
—Sal de aquí—le dijo, molesto—. ¿No ves que se te podría caer todo el techo encima?
—Y por eso estás tú sentado ahí arriba. Es obvio —le contestó Selden, que no se dejaba impresionar tan fácilmente.
—Necesitaba un sitio desde el que se pudiera ver el puerto, y aguardar la vuelta de Tintaglia. Ahora bajaré.
—Bien. Tintaglia se ha ido a desembarrarse un poco, pero pronto volverá para dejar su huella en el pergamino que ha preparado el Consejo. —Cogió aire—. Quiere que el Kendry sea cargado inmediatamente con provisiones e ingenieros, y que ponga rumbo hacia el río para que puedan empezar las obras.
—¿De dónde pretende sacar las provisiones? —preguntó Reyn, sarcásticamente.
—Eso le da un poco igual. Le he sugerido que debería empezar simplemente por transportar hombres allí arriba, haciendo una parada en Casárbol para recoger a algunos individuos que conozcan bien el río. Habrá que saber qué es lo que hay que hacer antes de planear cómo hacerlo.
Reyn no le preguntó como sabía tanto sobre el asunto. En lugar de eso, se puso en pie, y se dispuso a bajar por una viga del edificio. Los rayos de sol sacaron a relucir las escamas que Selden acumulaba en sus párpados y labios.
—Te ha enviado a buscarme, ¿verdad? —le preguntó Reyn, mientras daba su último salto para llegar al suelo—. ¿Quería asegurarse de que estuviera presente?
—Si hubiera querido que estuvieras presente, te lo podría haber dicho ella misma. No. El que quería asegurarse de que fueras a estar presente era yo. Para que la dragona cumpla con su palabra. Si le dejas hacer lo que quiera, seguro que antepone a todo lo demás la búsqueda de las serpientes y de los cascarones supervivientes. Si la dejamos ir a su ritmo, tardará meses en empezar a buscar a Malta.
—¡Meses! —Reyn se sintió bullir de rabia—. ¡Pero si deberíamos empezar hoy! —De repente, se dio cuenta de que tardarían días en empezar la búsqueda. Solo firmar el contrato ya suponía un día entero. Luego habría que seleccionar a los individuos que marcharían río arriba, y hacer la lista de las provisiones del Kendry—. Después de todo lo que Malta había hecho por liberarla, lo lógico hubiera sido que le demostrara un mínimo de gratitud.
El chico frunció el ceño.
—No es que no le guste Malta. O que no le gustes tú. No piensa realmente de esa manera. Considera que los dragones y las serpientes son mucho más importantes que los humanos. Pedirle que elija entre salvar a los de su especie o rescatar a Malta es como pedirte a ti que elijas entre Malta y una paloma.
Selden marcó una pausa.
—A Tintaglia la mayoría de los humanos le parecen muy similares, y nuestras preocupaciones le parecen triviales. Nuestro objetivo es conseguir que algunas de nuestras cosas le parezcan importantes. Y si ella logra sus propios objetivos, habrá otros dragones compartiendo el mundo con nosotros. Solo que, según su esquema de comprensión de las cosas, nosotros estaremos compartiendo su mundo. Mi abuelo solía decir: «Empieza a negociar con un hombre de la misma manera en la que querrás seguir negociando con él». Creo que eso también se puede aplicar a los dragones. Creo que tenemos que establecer ahora lo que esperamos de ella y de su especie.
—Pero, tener que esperar días antes de empezar la búsqueda...
—Sabes que esperar unos pocos días es mejor que tener que esperar para siempre —apuntó Selden—. Sabemos que Malta está viva. ¿Sentiste que su vida corría peligro?
Reyn suspiró.
—No sabría decirte —tuvo que admitir—. Pude sentirla. Pero parecía que se negaba a prestarme atención.
Los dos se quedaron en silencio. Hacía frío, pero el cielo estaba completamente despejado en ese día de invierno. Empezaron a llegarles ruidos de voces y también de martillazos desde todos los rincones de la ciudad.
En cuanto empezaron a caminar por las calles del Mitonar, Reyn pudo sentir un cambio en el ambiente. Allá donde mirara, el bullicio indicaba claramente que las gentes volvían a tener esperanzas, y a creer en el mañana. Los Tatuados y los inmigrantes de las Tres Naves trabajaban codo con codo con los viejos y nuevos mercaderes.
Pocos comercios habían reabierto sus puertas, pero algunos jóvenes ya se encargaban de vender pescado en las esquinas. También tuvo la impresión de que las calles estaban más llenas. Sospechaba que el flujo de refugiados se había invertido, y que los que habían huido del Mitonar hacia las afueras estaban regresando ahora a la ciudad. La marea volvía a subir. El Mitonar renacería de sus cenizas.
—Pareces saber un montón de cosas sobre dragones —apuntó Reyn—. ¿De dónde has sacado todos esos conocimientos tan de repente?
En lugar de contestar, Selden le formuló otra pregunta.
—Me estoy transformando en un habitante de los Territorios Pluviales, ¿verdad?
Reyn no quiso mirarlo a la cara. Dudaba de que Selden deseara ver su rostro justo en ese momento. Reyn también estaba cambiando a un ritmo acelerado. Hasta las uñas de sus manos se estaban haciendo más gruesas y callosas. Normalmente, un habitante de los Territorios Pluviales no notaba esos cambios hasta una edad avanzada.
—Parece ser así. ¿Eso te inquieta?
—No demasiado. Pero no creo que a mi madre le agrade demasiado. —Antes de que Reyn pudiera reaccionar a ese comentario, prosiguió—: Tengo los sueños de un habitante de los Territorios Pluviales. Desde la noche en que me quedé dormido en la ciudad. Cuando me encontraste, me despertaste de uno de ellos. Entonces no podía oír la música que Malta me dijo que oía, pero creo que, si volviera allí ahora, sí que la oiría. Voy acumulando conocimientos, y no sé de dónde me vienen. —Golpeó suavemente sus párpados escamados—. No me pertenecen a mí, pero, de alguna manera, están penetrando en mi interior. ¿Es eso lo que llaman «invasión de recuerdos», Reyn? Siento una corriente de recuerdos fluyendo dentro de mí. ¿Me estoy volviendo loco?
Reyn posó su mano sobre el hombro del muchacho y lo agarró con fuerza. Tenía un hombro demasiado pequeño y poco fuerte como para soportar tanto peso.
—No necesariamente. No todos nos volvemos locos. Algunos de los nuestros aprenden a nadar con la corriente.