Capítulo 3
Wintrow

El mascarón tallado miraba hacia el frente mientras surcaba las olas. El viento en su espalda empujaba sus velas y llevaba a la nao hacia delante. Cortaba las aguas con la proa, dejando una espuma blanca a su alrededor. Las gotitas de agua volaban hasta las mejillas de la Vivacia, y hasta los espumosos rizos negros de su cabello.

Había dejado tras ella las islas de los Otros, y después la isla Cadena. La Vivacia avanzaba ahora hacia el oeste, lejos del océano abierto y hacia la brecha que había entre isla Muralla e isla Última. Más allá de la cadena de islas se encontraba el refugio que le proporcionaba el Paso Interior, antes de llegar a las islas Piratas, relativamente seguras.

En su plataforma, la tripulación pirata orientaba animadamente hasta seis velas que se hinchaban enteras con el viento. El capitán Kennit se agarró a la barandilla de proa con sus largos dedos; sus ojos de un azul claro escrutaban las aguas. La espuma mojaba su camisa blanca y su elegante chaqueta de lana, pero no le dio importancia. Al igual que el mascarón de proa, tenía la mirada fija en la distancia, al frente, como si con su voluntad pudiera imprimirle mayor velocidad a la nave.

—Wintrow necesita un médico —insistió la Vivacia con aspereza. Añadió tristemente—: Tendríamos que habernos llevado al cirujano esclavo. Tendríamos que haberlo obligado a venir con nosotros.

El mascarón de la nao rediviva se cruzó de brazos y se abrazó a sí misma con fuerza. No volvió la vista atrás, hacia Kennit; se quedó mirando el mar, y selló su mandíbula.

El capitán pirata inspiró profundamente y borró todo rastro de exasperación que pudiera haber habido en su voz.

—Conozco tus miedos —le dijo—. Pero tienes que dejarlos a un lado. Estamos a días de cualquier asentamiento humano. Para cuando alcancemos uno, Wintrow estará, o bien curándose, o bien muerto. Nos estamos ocupando de él lo mejor que podemos, nao. Su propia fuerza interior es ahora su mayor esperanza.

Un poco tarde, trató de reconfortarla. Le habló en un tono amable.

—Sé que estás preocupada por el muchacho. Yo lo estoy tanto como tú. Agárrate a esto, Vivacia. Respira. Su corazón late. Bebe agua y la evacúa de nuevo. Son todo señales de un hombre que va a vivir. He conocido a suficientes hombres como para saber que eso es así.

—Ya has hablado. —Medía sus palabras—. Te he escuchado. Ahora, te lo ruego, escúchame a mí. Su herida no es normal. Va más allá del dolor o del daño a su carne. Wintrow no está con nosotros, Kennit. No consigo sentirlo del todo. —Su voz empezó a temblar—. Mientras que no pueda sentirlo, no puedo ayudarlo. No puedo reconfortarlo ni darle fuerzas. No sirvo. No tengo ningún valor para él.

Kennit luchó por contener su impaciencia. Detrás de él, Jola les gritaba a sus hombres con agresividad, amenazando con destriparlos si no se ponían a trabajar. Perdía el tiempo, se dijo Kennit para sus adentros. Házselo una sola vez a uno de ellos, primer oficial, y no necesitarás volver a amenazarlos.

Kennit se cruzó de brazos, conteniendo su propia rabia. La agresividad no era una táctica que pudiera utilizar con la nao. Aun así, le era difícil esconder su irritación. La preocupación que sentía por el chico ya lo estaba consumiendo, como un cáncer. Necesitaba a Wintrow. Eso lo sabía. Cuando pensó en él, sintió que había casi una conexión mística entre ellos. El muchacho estaba relacionado con su suerte y con su destino, que le decía que iba a llegar a rey. A veces le parecía que Wintrow era una versión suya, más joven e inocente, que no estaba marcada por la dureza de sus experiencias. Cuando pensó en Wintrow de esa manera, sintió una extraña ternura hacia él. Podía protegerlo. Podía ser para Wintrow el tipo de mentor que él nunca había tenido. Para conseguirlo, tenía que ser el único protector del chico. El vínculo entre Wintrow y la nave constituía un obstáculo doble para Kennit. Mientras existiera, ni la nave ni el chico serían completamente suyos.

Le habló a Vivacia con firmeza.

—Sabes que el chico está a bordo. Tú fuiste quien nos recogió y nos salvó. Viste como lo subimos a bordo. ¿Crees que te mentiría, diciéndote que vive cuando no es así?

—No —contestó pesadamente—. Sé que no me mentirías. Además, estoy segura de que si se hubiera muerto, yo lo habría sabido. —Negó salvajemente con la cabeza y sus pesados cabellos volaron con su negativa—. Hemos estado muy unidos durante mucho tiempo. No puedo transmitirte el modo en que siento que está a bordo, ni por qué sé que no está del todo con nosotros. Es como si se hubiera desprendido una parte de mí...

Disminuyó su tono de voz. Había olvidado con quién estaba hablando. Kennit apoyó más peso sobre su muleta. Dio tres sonoros golpes con ella sobre la cubierta del barco.

—¿Crees que no puedo imaginar lo que sientes? —le preguntó.

—Sé que puedes —le concedió—. Ah, Kennit, lo que no puedo expresar es lo sola que me siento sin él. Cada pesadilla, cada pensamiento malévolo que me ha rondado alguna vez, está aflorando, desde los recovecos de mi mente. Murmuran y se burlan de mí. Sus ataques están minando mi conciencia, impidiéndome recordar quién soy. —Levantó sus grandes manos de tronconjuro hasta sus sienes y apretó las palmas contra ellas—. Me he repetido demasiado a menudo que ya no necesitaba a Wintrow. Sé quién soy. Y creo que valgo mucho más de lo que él podrá entender jamás. —Exhaló un suspiro de exasperación—. A veces resulta tan irritante... Me habla de sus consideraciones teológicas, y de banalidades, mientras yo me juro a mí misma que estaría mejor sin él. Sin embargo, cuando no está conmigo, y tengo que enfrentarme a mi verdadera naturaleza...

Sacudió de nuevo la cabeza, sin palabras.

Comenzó otra vez.

—Cuando tuve las secreciones de la serpiente en mi casco... —Hizo un alto. Cuando habló de nuevo, tenía la voz alterada—. Estoy asustada. Tengo mucho miedo en mi interior, Kennit. —Se giró de repente, para mirarlo por encima de un hombro desnudo—. Siento que hay una verdad escondida dentro de mí, Kennit. Tengo miedo de mi identidad. Tengo una cara que enseño al mundo, pero hay más que eso dentro de mí. Tengo otras caras ocultas. Siento que hay un pasado detrás de mi pasado. Si no estoy atenta, saldrá a la luz y me cambiará por completo. Pero... esto no tiene sentido. ¿Cómo podría ser otra cosa que la que soy ahora? ¿Cómo puedo asustarme de mí misma? No entiendo cómo puedo estar sintiendo algo así. ¿Lo entiendes tú?

Kennit se cruzó de brazos y le mintió:

—Yo creo, mi dama de las aguas, que eres propensa a montarte historias en tu cabeza. Nada más. Puede que te sientas un poco culpable. Yo sé que me echo la culpa por haber llevado a Wintrow a las islas de los Otros, donde estaba expuesto a tantos peligros. Para ti, debe de ser aún más duro. Últimamente, habéis estado distantes. Sé que me he metido entre Wintrow y tú. Discúlpame por no lamentarlo. Ahora que te has encontrado con la posibilidad de perderlo, te alegras de que todavía tengáis ese vínculo. Te preguntas lo que sería de ti si se muriese. O si te dejara.

Kennit sacudió la cabeza y le dedicó una sonrisa llena de ironía.

—Me temo que todavía no me crees. Ya te lo he dicho, voy a estar siempre contigo, hasta el final de mis días. Todavía ves a Wintrow como si fuera el único que podría merecerse acompañarte. —Kennit marcó una pausa, y luego intentó una estrategia, para ver cómo reaccionaba—. Creo que deberíamos prepararnos para cuando Wintrow nos deje. Los dos estamos locos por él, y ambos sabemos que su corazón no está aquí, sino en su monasterio. Llegará el momento en que, si verdaderamente lo amamos, lo dejaremos ir. ¿No estás de acuerdo?

La Vivacia se dio la vuelta para desviar la mirada hacia el mar.

—Sí, supongo.

—Mi encantadora flor de las aguas, ¿por qué no me dejas ocupar su lugar?

—La sangre es memoria —dijo tristemente la Vivacia—. Wintrow y yo compartimos ambas: la sangre y los recuerdos.

Aquello era doloroso, le dolía cada miembro, pero Kennit se fue agachando, despacio, sobre la cubierta. Puso su mano en horizontal sobre la mancha de sangre que había brotado de su cadera y de su pierna.

—Mi sangre —dijo tranquilamente—. Estoy aquí, tendido donde mi pierna fue arrancada de mi cuerpo. Te empapaste de mi sangre. Sé que entonces compartiste recuerdos conmigo.

—Lo hice. Y otra vez cuando moriste. Aun así... —Marcó una pausa, antes de quejarse—. Incluso cuando estabas inconsciente, te escondiste de mí. Elegiste aquello que querías revelar, Kennit. Lo demás lo recubriste de misterio y de sombras, negando siquiera que existiera. —Se sacudió la masiva cabeza—. Te quiero, Kennit, pero no te conozco. No como nos conocemos Wintrow y yo. Guardo los recuerdos de tres generaciones de su familia. También me he empapado de su sangre. Somos como dos árboles que salen de la misma raíz. —Cogió aire, repentinamente—. No te conozco —repitió—. Si te conociera de verdad, comprendería lo que ocurrió cuando volviste de las islas de los Otros. Parece como si los vientos y el propio mar te obedecieran. Una serpiente reconoció tu superioridad. No entiendo cómo pudo suceder algo así, aunque fuera testigo de ello. Y tú no te sientes en condiciones de explicármelo. —Con mucha dulzura, le preguntó—: ¿Cómo puedo confiar en un hombre que no confía en mí?

Por un momento, el silencio voló sobre ellos, como el viento.

—Ya veo —contestó Kennit con pesadumbre.

Se puso sobre su rodilla y después, laboriosamente, se fue agarrando a su muleta para ponerse en pie. Le habían dolido sus palabras, y eligió hacérselo saber.

—Todo lo que puedo decirte es que todavía no ha llegado el momento de que te revele quién soy. Esperaba que me amaras lo suficiente como para ser paciente. Has acabado con esa esperanza. Espero que me conozcas lo bastante como para creer en mis palabras. Wintrow no está muerto. Está dando muestras de su recuperación. Una vez que esté bien, no dudo de que volverá a ti. Cuando lo haga, será mejor que yo no me entrometa.

—¡Kennit! —gritó tras él, pero ya se alejaba, despacio, cojeando.

Cuando llegó a los pocos escalones que llevaban de la cubierta superior a la principal, los bajó con dificultad. Fijó su muleta sobre la cubierta, y fue arrastrando su cuerpo. Esto no resultaba nada fácil para un hombre con una sola pierna, pero superó el obstáculo sin ayuda. Etta, que debería haber estado a su lado para ayudarlo, estaba ocupándose de Wintrow. Supuso que ella también prefería la compañía del muchacho a la suya. Nadie parecía preocuparse de cuánto le habían fatigado sus esfuerzos en las islas de los Otros. A pesar del clima cálido, había empezado a toser, desde el largo y arduo tramo que había hecho a nado. Le dolían cada músculo y cada articulación, pero nadie le ofreció su apoyo o su comprensión, ya que Wintrow estaba herido, con la piel del cuerpo quemada, debido al veneno de la serpiente marina. Wintrow. Era el único del que Etta y la Vivacia cuidaban.

—Oh, pobre pirata. Pobre, patético, despechado Kennit.

Las palabras estaban pronunciadas con sarcasmo, y provenían de una vocecilla. Venían del amuleto tallado que llevaba atado a la muñeca. Ni siquiera habría oído la vocecilla débil, sin aliento, si no hubiese estado bajando los escalones, con la mano que agarraba el escalón todavía cerca de su cara. Su pie alcanzó la cubierta inferior. Se apoyó en la muleta con una mano mientras se colocaba bien el abrigo, y volvía a atarse los cordones de las mangas. La rabia lo consumía por dentro. Incluso el encantamiento de madera de mago que había creado para que le diera suerte se volvía contra él. Su rostro, tallado en miniatura, se burlaba de él. Pensó en una venganza para la pequeña bestia maldita.

Alzó la mano para alisarse el bigote ondulado. Cuando tuvo cerca de su boca al rostro tallado, le dijo con calma:

—La madera de mago arde.

—Como la carne —le replicó la vocecilla—.Tú y yo estamos tan unidos como la Vivacia está ligada a Wintrow. ¿Quieres comprobarlo? Ya has perdido una pierna. ¿Te gustaría probar a vivir sin tus ojos?

Las palabras del amuleto helaron la espina dorsal del pirata. ¿Cuánto sabía?

—Ah, Kennit, caben pocos secretos entre dos seres como nosotros. Pocos. —Se dirigió a sus pensamientos más que a sus palabras.

¿Podía verdaderamente saber lo que pensaba, o lo adivinaba por astucia?

—Sé un secreto que podría compartir con la Vivacia —prosiguió el amuleto, implacablemente—. Podría contarle que tampoco tú sabes lo que pasó durante ese rescate. Que una vez que se te bajó la euforia, te escondiste en tu cama y te pusiste a temblar como un niño mientras Etta cuidaba de Wintrow. —Una pausa—. Puede que Etta lo encontrara divertido.

Un vistazo inadvertido a su muñeca hizo que viera la sonrisa sarcástica en el rostro del amuleto. Una profunda intranquilidad embargó a Kennit. No le daría la satisfacción de una respuesta a esa cosita perversa. Recuperó su muleta y se retiró rápidamente del camino de un puñado de hombres que se apresuraban a recolocar una vela que no estaba como Jola quería.

¿Qué había pasado mientras se marchaban de las islas de los Otros? La tormenta se había desatado sobre ellos, y Wintrow se había quedado inconsciente, quizá agonizante, en el fondo del barco del capitán. Kennit se había enfadado con el destino, que intentaba arrebatarle su futuro cuando estaba a un paso de conseguirlo. Había aguantado en su barco, con el puño en alto, prohibiéndole al mar que lo ahogara, y a los vientos que le fueran contrarios. No solo habían desoído sus palabras, sino que la serpiente de la isla había emergido de las profundidades para reunir al barco con su madre nao. Exhaló aire con fuerza, negándose a ceder a sus miedos. Ya era bastante difícil que ahora su propia tripulación lo mirase con veneración y que se aterrorizara con el más ínfimo reproche que le dirigiese. Incluso Etta temblaba de miedo cuando la tocaba, y le hablaba sin mirarlo a los ojos. En ocasiones, en un lapsus, volvía a tratarlo con familiaridad, pero cuando se daba cuenta de que lo había hecho, la horrorizaba. La única que lo trataba como siempre lo había hecho era la nave. Ahora le había revelado que su milagro había creado otra barrera entre ellos. Se negó a rendirse a la superstición, como habían hecho los demás. Fuera lo que fuera lo que había pasado, debía aceptarlo y continuar, como siempre había hecho.

Comandar una nave implicaba que el capitán apareciera como una figura distante. Nadie podía confraternizar con el capitán de la nave en igualdad de términos. Kennit siempre había disfrutado con el aislamiento del mando. Desde que Sorcor se había hecho con el control de la Marietta, había perdido algo de la deferencia que sentía por Kennit. El incidente de la tormenta había vuelto a confirmar la supremacía de Kennit sobre Sorcor. Ahora, su antiguo segundo de a bordo lo consideraba con beatitud, como a un Dios. Pero no era el aumento de consideración lo que más le importaba a Kennit. Era el saber que una caída desde tanta altura podía hacerlo pedazos. Ahora, incluso una leve equivocación podía desacreditarlo ante ellos. Tenía que ser más cuidadoso que nunca. El camino por el que se había abierto paso no dejaba de estrecharse y de hacérsele cuesta arriba. Esbozó su habitual media sonrisa. No dejaría que nadie notara su aprensión. Se dirigió hacia la cabina de Wintrow.

***

—¿Wintrow? Aquí tienes agua. Bebe.

Etta estrujó una pequeña esponja sobre sus labios, y las gotas de agua fueron cayendo. Miró con preocupación sus labios hinchados por las quemaduras mientras se abrían para recibir el agua. Su lengua se movió dentro de su boca y lo vio tragar. A continuación, tomó aire para respirar.

—¿Estás mejor? ¿Quieres más?

Se acercó más a él y se quedó mirándolo, esperando su respuesta. Se conformaría con lo que fuera, un parpadeo, un movimiento de su nariz. No hubo nada. Mojó de nuevo la esponja en agua.

—Aquí viene más agua —le dijo, y el agua volvió a caer gota a gota hasta su boca.

Volvió a tragar. Le dio agua otras tres veces. Al final, se encontró con sus labios cerrados. Se los secó con delicadeza, aunque no pudo evitar arrastrar un poco de piel. Después, se echó sobre la silla que estaba al lado del camastro y se quedó observándolo, cansada. No sabría decir si había saciado su sed o si estaba demasiado cansado como para tragar más. Empezó a enumerar todo aquello que la consolaba. Estaba vivo. Respiraba. Bebía. Intentó construir esperanza en torno a eso. Dejó caer la esponja en el cazo con agua. Consideró sus propias manos durante un momento. Se las había quemado durante el rescate de Wintrow, cuando lo había agarrado para impedir que se ahogara, y la serpiente, que salivaba sobre sus ropas, la había rozado, dejándole marcas rojas y brillantes que eran tan sensibles al calor como al frío. Y le había causado esos daños después de haber gastado la mayor parte de su fuerza con la ropa y la carne de Wintrow.

Sus ropas se habían corroído hasta convertirse en pobres andrajos. Luego, igual que el agua caliente disuelve el hielo, la saliva había consumido su carne. Sus manos se habían llevado la peor parte, pero también tenía salpicones en su rostro desfigurado. Había penetrado hasta su trenza de marinero, dejando irregulares mechones de pelo negro agarrados a su cabeza. Su cabeza tonsurada lo hacía parecer más joven de lo que era.

En algunas partes, las heridas no parecían más que quemaduras de sol; en otras, sus tejidos abiertos brillaban, empapados, en comparación con una carne sana y morena. El oleaje había deformado sus rasgos. Tenía los dedos como morcillas. Inspiraba y expiraba ruidosamente. Su carne rezumante se pegaba a las sábanas de lino. Etta sospechaba que su dolor era intenso, y que, aun así, no daba muchas muestras de ello. De hecho, daba tan poca respuesta que temía que se estuviera muriendo.

Cerró los ojos. Si moría, reaparecería todo el dolor que se había ido enseñando a dejar atrás. Era monstruosamente injusto que fuera a perderlo tan pronto, ahora que ya confiaba en él. Él le había enseñado a leer. Ella le había enseñado a luchar. Habían competido celosamente por las atenciones de Kennit. Sin embargo, durante el proceso, había terminado por considerarlo su amigo. ¿Cómo había podido descuidarse tanto? ¿Cómo se había permitido volverse tan vulnerable?

Había terminado por conocerlo mejor que a cualquiera de los tripulantes de la nave. Para Kennit, Wintrow era un tipo con suerte, y un visionario de su éxito, por lo que valoraba al chico, e incluso podía ser que lo quisiera, a su manera envidiosa, En un principio, la tripulación había aceptado a Wintrow a regañadientes; pero desde que el apacible muchacho se había mantenido firme en Mentecacia, espada en mano, y le había manifestado su apoyo a Kennit, los había llenado de orgullo paternal. Sus compañeros de embarcación habían deseado que Wintrow encontrara eI tesoro de la playa, seguros como estaban de que, fuera lo que fuera, sería un presagio del futuro dorado que le esperaba a Kennit. Incluso Sorcor había llegado a considerar a Wintrow con tolerancia y afecto. Pero nadie lo conocía como ella. Si moría, ellos se pondrían tristes, pero Etta estaría más afligida que nadie.

Dejó a un lado sus sentimientos, con dureza. No eran importantes. La cuestión vital consistía en saber cómo le afectaría a Kennit la muerte de Wintrow. En verdad, no podía adivinarlo. Cinco días atrás, habría jurado que conocía al pirata mejor que nadie. Eso no significaba que conociera todos sus secretos, ya que Kennit era un hombre muy reservado, y sus motivaciones solían ser todo un misterio para ella. No obstante, la trataba bien, y mejor que bien. Sabía que lo quería. Eso había sido suficiente para ella, no necesitaba que él la quisiera también. Era Kennit, y eso era todo lo que ella pedía de él.

Cuando Wintrow había empezado, tímidamente, a hacer oír sus especulaciones, Etta lo había escuchado con indulgente escepticismo. La falta de confianza que había tenido inicialmente Wintrow en Kennit había evolucionado, lentamente, en la creencia de que Kennit había sido elegido por Sa para acometer algún tipo de destino grandioso. Etta había sospechado que Kennit jugaba con la credulidad del muchacho, y que lo animaba a seguir creyendo simplemente porque le venía bien para sus propios fines. Por muy loca que estuviese por Kennit, Etta lo creía capaz de tales manipulaciones. Eso no hacía que bajase la consideración que tenía por un hombre que estaba dispuesto a hacer lo necesario para alcanzar sus metas.

Pero esto había sido antes de haber visto a Kennit alzar las manos y gritar para dominar a una tormenta y dirigir a una serpiente. Desde ese momento, sintió como si el hombre a quien amaba se hubiese esfumado y otro hubiese ocupado su lugar. No era la única que lo pensaba. La tripulación, que habría seguido al capitán Kennit hasta cualquier final sangriento, ahora callaba cuando se aproximaba, y casi temía cualquier orden directa. Kennit apenas lo notaba. Eso era lo más chocante. Parecía aceptar lo que había hecho, y esperar lo mismo de aquellos a los que tenía a su alrededor. Hablaba con ella como si no hubiera cambiado nada. Extrañamente, la tocaba como siempre lo había hecho. No se sentía cómoda al ser tocada por un ser como él, pero tampoco se atrevía a negarle nada. ¿Quién era ella para cuestionar la voluntad de un ser como él?

¿Qué era él?

Le vinieron a la mente palabras de las que en otro tiempo se habría reído. Tocado por la mano de Dios. Iluminado por El Divino. Elegido. Profeta. Bendecido por la fortuna. Quería reír y disipar de su mente esas ideas extravagantes, pero no podía. Desde el principio, Kennit había sido diferente al resto de los hombres que había conocido. Ninguna regla parecía poder aplicársele. Había triunfado allí donde cualquier otro hombre habría fallado, y conseguido lo imposible sin apenas esforzarse. Los objetivos que se había propuesto la desconcertaban, El tamaño de su ambición la dejaba estupefacta. ¿No había acaso capturado una nao rediviva? ¿Qué otros hombres se habían recuperado del ataque de una serpiente? ¿Quién sino Kennit podría haber hecho que la diversidad de pueblos de las islas Piratas comenzaran a verse a sí mismas como asentamientos remotos dentro de una misma comunidad: el reino, por derecho, de Kennit?

¿Qué clase de hombre abrigaba esos sueños, y los hacía madurar sin ayuda de nadie?

Tales preguntas hacían que ella echara aún más de menos a Wintrow. Si hubiese estado consciente, podría haberla ayudado a comprender. A pesar de su juventud, se había pasado casi toda la vida estudiando en un monasterio. Cuando lo conoció, lo despreció por sus amables y educadas maneras. Ahora deseaba poder expresarle sus dudas. Palabras como «destino», «fe» y «presagio» salían de los labios de Wintrow con la misma facilidad con la que a ella le salían maldiciones. Si venían de él, aquellas palabras eran creíbles.

Se encontró jugando con la bolsita que llevaba alrededor del cuello. La abrió, entre suspiros, y extrajo una vez más al diminuto muñeco. Se lo había encontrado en su bota, entre una cantidad considerable de arena y percebes, tras escapar de las islas de los Otros. Cuando le había preguntado a Kennit lo que podía significar tal presagio venido de la playa del Tesoro, Kennit le había contestado que ya lo sabía. Esa respuesta la había asustado más que cualquier horrible profecía que hubiera podido lanzar.

—De verdad que no lo sé —le dijo suavemente a Wintrow.

El muñeco era del tamaño de su mano. Parecía de marfil, aunque estuviera pintado con el tono exacto de rosa de la piel de bebé. El niñito, que dormía acurrucado, tenía unas pestañas, minúsculas y perfectas, sobre las mejillas, orejas como diminutas conchas marinas, y una cola enrollada como una serpentina, en la que se envolvía. Se calentó rápidamente en su mano, y los suaves contornos de su minúsculo cuerpo suplicaron que los tocara. Etta trazó la curva de su espina dorsal con la punta del dedo.

—A mí me parece que es un bebé. Pero ¿qué puede significar esto para mi vida? —Bajó la voz y habló en un tono más confidencial, como si el joven pudiese oírla—. Una vez, Kennit habló de bebés. Me preguntó si yo le daría un bebé, si acaso él quisiera eso de mí. Le dije que por supuesto que se lo daría. ¿Es esto lo que significa? ¿Va a pedirme Kennit que le dé un hijo?

Desvió su mano hasta su vientre liso. A través de su camisa, tocó con el dedo un diminuto obstáculo. Tenía un amuleto de tronconjuro anillado en el ombligo, con la forma de una minúscula calavera. Le servía para protegerse de las enfermedades y de los embarazos.

—Wintrow, estoy asustada. Temo no estar a la altura de sus sueños. ¿Qué pasará si le fallo? ¿Qué tengo que hacer?

—No te pediría nada que considerase que está más allá de ti.

Etta se sobresaltó y pegó un chillido. Se dio la vuelta para encontrarse con que Kennit estaba en la puerta. Se tapó la boca con la mano.

—No te oí —se excusó, sintiendo latir la culpa dentro de ella.

—Ah, pero yo a ti sí. ¿Esta nuestro chico despierto? ¿Wintrow?

Kennit entró cojeando en la habitación, para observar el cuerpo inmóvil de Wintrow.

—No. Bebe agua, pero, aparte de eso, no da señales de recuperación. —Etta seguía sin moverse.

—Pero, aun así, ¿tú le has hecho esas preguntas? —remarcó Kennit, especulativo.

Giró la cabeza para penetrarla con la mirada.

—No tengo a nadie más con quien compartir estas dudas —comenzó, y luego marcó una pausa—. Quería decir... —empezó, dubitativa, pero Kennit la silenció mediante un gesto impaciente de la mano.

—Sé lo que querías decir—le reveló.

Etta se hundió en su silla. Cuando Kennit se separó de su muleta, la cogió antes de que cayera al suelo estrepitosamente. Se inclinó sobre el camastro para mirar a Wintrow desde más cerca, con el ceño fruncido sobre sus pestañas. Sus dedos tocaron el rostro hinchado del muchacho, con la dulzura de una mujer.

—También yo echo de menos sus consejos. —Apartó los mechones de pelo de la cabeza de Wintrow, y enseguida retiró la mano, al notar, con repugnancia, la aspereza de su piel. —Estoy pensando en llevarlo a la cubierta superior, junto al mascarón de proa. Puede que Vivacia sea capaz de acelerar su recuperación.

—Pero... —comenzó Etta, aunque enseguida se mordió la lengua y bajó la mirada.

—¿No te parece bien? ¿Por qué?

—No quería decir que...

—¡Etta! —Kennit ladró su nombre, y la mujer dio un respingo—. Evítame esta vergüenza y estas lamentaciones. Si te hago una pregunta, es porque deseo que hables, no que me lloriquees. ¿Por qué no te parece bien que lo movamos allí?

Se tragó sus miedos.

—Las costras de sus quemaduras están blandas y húmedas. Si lo movemos, pueden desprenderse, lo que retrasaría su recuperación. El viento y el sol aún podrían secar y resquebrajar su piel dañada.

Kennit solo miró al chico. Parecía estar sopesando las palabras de Etta.

—Ya veo. Pero lo moveremos con cuidado, y no lo dejaremos mucho tiempo allí. La nao necesita una prueba de que aún vive, y él puede necesitar su fuerza para sanar.

—Estoy segura de que sabes mejor que yo que... —Le tembló la voz, y Kennit aprovechó para cortar su objeción:

—Estoy convencido de que así es. Trae a algunos hombres de la tripulación para que lo muevan. Te esperaré aquí.

***

Wintrow nadaba en las profundidades, en la oscuridad y el calor. En algún lugar, allá arriba en la distancia, había un mundo de luces y sombras, de voces, de dolor, de contacto entre las personas. Lo ignoró. En otro plano, había un ser que andaba buscándolo a tientas, llamándolo por su nombre, y provocándolo también a través de recuerdos. Ella era difícil de ignorar, pero tenía una gran determinación. Si lo encontraba, ambos sufrirían mucho dolor y desilusión. Mientras que siguiera siendo un ser diminuto e informe que nadaba en la oscuridad, podría ignorarla por completo.

Le estaban haciendo algo a su cuerpo. Había ruido, conversaciones, y jaleo. Se concentró para evitar algo que presentía que iba a dolerle. El dolor tenía poder para agarrarlo y mantenerlo sujeto. El dolor podía ser capaz de arrastrarlo hasta ese mundo de ahí arriba, donde tenía un cuerpo, y una mente, y un conjunto de recuerdos que iban con él. Aquí abajo, estaba más seguro.

«Parece que solo hay una vía. Y si sigue siendo así durante mucho tiempo, al final ansiarás sentir la luz y el movimiento, el sabor, el sonido, el tacto. Si esperas demasiado tiempo, puedes perder esas cosas para siempre.»

Esta voz retumbó con fuerza en todo su alrededor, igual que los rugidos del oleaje contra las rocas. La voz lo envolvía y lo mareaba, llegaba de todas partes, como el océano mismo. Trató, en vano, de esconderse de ella. Lo conocía.

—¿Quién eres? —le preguntó Wintrow.

La voz se divertía. «¿Quién soy? Sabes quién soy, Wintrow Vestrit. Soy aquella a quien más temes, y a quien más teme ella. Soy aquella a la que evitas reconocer. Soy aquella a la que niegas y te ocultas a ti mismo, y a los demás. Aun así, formo parte de vosotros dos.»

La voz marcó una pausa y lo esperó, pero él no pronunciaría las palabras. Sabía que la antigua magia de dar nombre funcionaba en ambos sentidos. Conocer el verdadero nombre de una criatura era poseer el poder para dominarla. Pero dar nombre a tal criatura también podía volverla real.

«Soy la dragona.» La voz habló sentenciando. «Ahora me conoces. Y nada volverá a ser como antes.»

—Lo siento, lo siento —balbuceó en silencio—. No lo sabía. Ninguno de nosotros lo sabía. Lo siento, lo siento mucho.

«No tanto como yo.» La voz era implacable, en su dolor.

«No lo sientes tanto como deberías.»

—¡Pero no fue culpa mía! ¡Yo no tenía nada que ver!

«Tampoco fue culpa mía, a pesar de lo cual, soy la que ha recibido la peor parte. En el gran esquema de las cosas no cabe la culpa, pequeño. La falta y la culpa son tan inútiles como las disculpas una vez que los actos han sido cometidos. Una vez que se han hecho, todos deben acatar las consecuencias.»

—Pero ¿por qué estás aquí, tan abajo, en las profundidades?

«¿Dónde si no? ¿Qué otro lugar me está reservado? Para cuando recordé quién eras, tus recuerdos yacían amontonados en una capa de las profundidades mucho más alta que aquella en la que yo me encontraba. Pero aquí estoy, y aquí debo permanecer, sin importar por cuánto tiempo sigas rechazándome.» La voz marcó una pausa. «Sin importar por cuánto siga negándome a mí misma», añadió, con voz cansada.

El dolor lo embargaba. Un resplandor de luz y de calor envolvió a Wintrow, que luchaba por mantener sus ojos cerrados y su lengua quieta. ¿Qué le estaban haciendo? No importaba. No reaccionaría ante nada. Si se movía, si gritaba, tendría que admitir que estaba vivo, y que la Vivacia estaba muerta. Tendría que admitir que su alma estaba conectada con algo que llevaba muerto más de lo que él llevaba vivo. Eso estaba más allá de lo macabro; lo paralizaba de espanto. Eso era lo maravilloso y glorioso de una nao rediviva. Tendría que ir por siempre de la mano de la muerte. No deseaba despertarse y tener que reconocer eso.

«¿Preferirías quedarte aquí abajo conmigo?» Había una punta de regocijo en la voz del ser. «¿Te gustaría quedarte en la tumba de mi pasado?»

—No. Me gustaría ser libre.

«¿Libre?»

Wintrow vaciló.

—No quiero saber nada de todo esto. Me gustaría no haber formado parte de ello jamás.

«Formaste parte de ello tan pronto como fuiste concebido. No hay modo alguno de dar marcha atrás en algo así.»

—¿Entonces, qué tengo que hacer? —Las palabras surgieron en forma de llanto. Estaba sin voz—. No puedo vivir con esto.

«Podrías morir», aventuró la voz con sarcasmo.

—No quiero morir. —Al menos de eso estaba seguro.

«Yo tampoco quise», remarcó despiadadamente la voz. «Pero sucedió. Estoy llena de recuerdos de vuelo y, sin embargo, mis propias alas jamás se abrieron. Para construir bien esta nave, me separaron de mi capullo antes de que pudiera salir de él por mí misma. Soy todo recuerdos, recuerdos almacenados en las paredes de mi capullo, recuerdos que debería haber absorbido mientras me formaba, bajo el cálido sol del verano. No tenía manera alguna de vivir o de crecer, aparte de hacerlo a través de los recuerdos que ofrecía tu especie. Absorbí lo que me disteis y, cuando tuve suficiente, me desarrollé. Pero no por mí misma. No. Adopté la forma que me impusisteis, y una personalidad que era la suma de las expectativas de vuestra familia. Vivacia.»

Un cambio súbito en la posición de su cuerpo renovó el dolor físico de Wintrow. El aire fluyó sobre él y el calor del sol lo rozó. Incluso este leve contacto redoblaba el dolor de su cuerpo en carne viva. Pero lo peor de todo era esa voz que lo llamaba, entremezclando la alegría y la preocupación.

—¿Wintrow? ¿Dónde estás, qué estás haciendo para que no pueda sentirte del todo?

Sintió que los pensamientos de la nave lo alcanzaban. Se encogió, intentando evitar que sus mentes se pusieran en contacto. Se hizo más pequeño, se escondió aún más profundamente. Cuando la Vivacia lo alcanzara, sabría todo lo que él había hecho. ¿Qué le pasaría cuando se viera confrontada a su verdadera naturaleza?

«¿Tienes miedo de que se vuelva loca? ¿Tienes miedo de que te lleve con ella?» La voz formuló aquel pensamiento con ferocidad, prácticamente como si se tratara de una amenaza. Wintrow se quedó helado de miedo. Supo de inmediato que su escondite no era un refugio, sino una trampa. «¡Vivacia!», gritó salvajemente, pero su cuerpo no le obedeció. Sus labios no dejaron salir ese grito. Hasta su pensamiento estaba dentro del ser dragón, envuelto, reprimido, y confinado. Intentó luchar; le estaban entrando sofocos bajo la presión a la que lo sometía la presencia del ser. Lo agarró tan fuerte que le impidió recordar cómo se respiraba. Sus corazones latían a destiempo. El dolor le aguijoneaba el cuerpo, que protestaba con sacudidas. En un mundo distante, sobre una cubierta bañada por el sol, había voces que dejaban oír sus lamentos. Se retiró a un estado de quietud del alma y del cuerpo que estaba a un grado de oscuridad de la muerte.

«Bien.»! Había satisfacción en su voz. «No te muevas, pequeño. No intentes desafiarme, y así no tendré que matarte.» Una pausa. «En verdad, no deseo ver morir a ninguno de vosotros. Estando tan estrechamente unidos como estamos, la muerte de cualquiera de nosotros pondría en peligro a los demás. Si te has parado a pensar, debes de haberte dado cuenta de ello. Te doy ese tiempo, ahora. Utilízalo para sopesar nuestra situación.»

Por un momento, Wintrow se centró únicamente en su supervivencia. Tomó aliento, con lo que sus pulmones vibraron de nuevo. El latido de su corazón se estabilizó. Percibía las exclamaciones de alivio de la periferia. Seguía bullendo de dolor. Intentó apartar su mente de eso, ignorar los graves daños que sufría su cuerpo, para poder centrar su pensamiento en la cuestión que la dragona había planteado.

Su repentino arranque de irritación hizo que Wintrow se encogiese. «Por todo lo que vuela, ¿acaso no tienes ningún tipo de sentido de las cosas? ¿Como han hecho para sobrevivir las criaturas que, como tú, infestan el mundo entero y, aun así, saben tan poco de sí mismas? No reniegues del dolor pensando que eso te hará más fuerte. Enfréntate a él, ¡estúpido! Está tratando de decirte qué es lo que va mal, para que puedas remediarlo. No importa que todos vosotros tengáis espacios de vida tan cortos. No, ¡enfréntate a ello! Así.»

***

Los hombres de la tripulación que habían sujetado las esquinas de la sábana que contenía el cuerpo de Wintrow lo habían dejado en la cubierta, con delicadeza. Aun así, Kennit había visto el espasmo de dolor que había pasado por el rostro de Wintrow. Supuso que podía tomarse aquello como una señal esperanzadora: por lo menos reaccionaba ante el dolor. Sin embargo, cuando el mascarón de proa habló con él, no se inmutó. Ninguno de los que estaban rodeando la figura podía adivinar cuánto le preocupaba eso a Kennit. El pirata habría jurado que el chico reaccionaría al oír la voz de la nao. Pero eso no significaba que la muerte estuviera llamándolo. Kennit creía que existía un lugar entre la vida y la muerte donde el cuerpo de un hombre se volvía poco más que el de un miserable animal, únicamente capaz de dar respuestas animales. Lo había visto. Bajo el cruel gobierno de Igrot, su padre había permanecido días en ese estado. Podía ser que Wintrow estuviese ahí ahora.

La tenue luz del interior de la cabina había sido clemente. Aquí fuera, bajo la claridad del día, Kennit no podía convencerse a sí mismo de que Wintrow se encontrara bien. Cada horrible detalle de su cuerpo quemado quedaba revelado. Su breve tanda de espasmos había perturbado la continuidad de las costras aún húmedas que su cuerpo había tratado de crear; el fluido manaba de sus heridas, sobre su piel. Wintrow se estaba muriendo. Su chico profeta, el sacerdote que había proclamado tantas revelaciones, se estaba muriendo, con el futuro de Kennit todavía por rematar. Estaba tan cerca, tan cerca de alcanzar su sueño... Ahora, con la muerte de este hombre que caminaba hacia la madurez espiritual, lo perdería todo. Era demasiado amargo para que lo contemplara, así que cerró los ojos ante el destino cruel.

—Oh, Kennit —gimió la nave en voz baja, y supo que estaba sintiendo sus emociones como propias—. ¡No dejes que se muera! --le suplico—. Por favor. Lo salvaste de la serpiente y del mar. ¿No puedes salvarlo ahora?

—¡Cállate! —le ordenó, con bastante dureza.

Tenía que pensar. Si el chico moría ahora, sería como la negación de toda la buena suerte que Kennit había atraído siempre. Sería peor que una maldición. Kennit no podía permitir que sucediera.

Sin hacer caso del grupo de tripulantes que observaban en absoluto silencio al chico destrozado, Kennit se agachó, no sin dificultad, sobre la cubierta. Se quedó largo rato mirando el rostro inmóvil de Wintrow. Posó el extremo de un solo dedo sobre un pedazo de piel de la cara de Wintrow. Era imberbe y tenía la mejilla suave. AI ver que la belleza del muchacho se había echado a perder, se le encogió el corazón.

—Wintrow—lo llamó, con dulzura—. Soy yo, muchacho. Kennit. Dijiste que me seguirías. Sa te envió para que hablaras por mí. ¿Lo recuerdas? No puedes marcharte ahora, chico. No cuando estamos tan cerca de alcanzar nuestras metas.

Percibía periféricamente el murmullo silencioso que corría entre los tripulantes que lo observaban. Compasión, sentían compasión por él. Se sintió momentáneamente irritado al pensar que podían considerar sus palabras como una muestra de debilidad. Pero no, no era lástima lo que sentían por él. Alzó la mirada hasta sus rostros y solo vio preocupación, no solo por Wintrow sino también por él. Estaban emocionados al ver las atenciones que el capitán le dedicaba a un chico herido. Suspiró. Bien, si Wintrow debía morir, sacaría de ello todo el beneficio que pudiera. Le dio golpecitos a su mejilla, con suavidad.

—Pobre muchacho —murmuró, apenas lo suficientemente alto como para ser oído—. Demasiado dolor. Sería mejor dejarte marchar, ¿no crees?

Le echó una ojeada a Etta. Las lágrimas resbalaban sobre sus mejillas, y no se avergonzaba de ello.

—Vuelve a intentar lo del agua —le ofreció amablemente—. Pero no estés triste. Ahora está en manos de Sa.

***

La dragona había revuelto su conciencia. No veía a través de sus ojos, ni se regodeaba en su dolor. En lugar de eso, dirigía su conciencia hacia una dirección que nunca habría imaginado anteriormente. ¿Qué era el dolor? Unidades de daño de su cuerpo que destrozaban las defensas con las que se enfrentaba al mundo de ahí fuera. Había que reparar las barreras, derrotar a las unidades de daño y dispersarlas. Nada podía interponerse en esta tarea. Tenía que movilizar todos sus recursos. Eso era lo que le exigía su cuerpo y el dolor era la señal de alarma que sonaba en su interior.

—¿Wintrow? —La voz de Etta penetró en la densa oscuridad—. Aquí tienes agua.

Al momento, se encontró con que un desagradable hilo de agua llegaba hasta sus labios. Movió los labios, atragantándose momentáneamente, al tratar de evitar el agua. Un instante después, se dio cuenta de su error. Este líquido era lo que su cuerpo necesitaba para mejorar. Agua, sustento, y descanso absoluto, libre de los dilemas en los que estaba metido.

Una ligera presión en la mejilla. Desde allá, a lo lejos, una voz conocida.

—Muere si es lo que te toca, muchacho. Pero debes saber que eso me hará daño. Oh, Wintrow, si me quieres, aunque solo sea un poco, aguanta y vive. No abandones el sueño que te contaste a ti mismo.

Las palabras quedaron almacenadas dentro de él. Las consideraría más adelante. Precisamente ahora no tenía tiempo para Kennit. La dragona estaba enseñándole algo, algo que era tan propio de Sa que se preguntaba cómo podía haber estado todo este tiempo dentro de él sin que lo viera. El interior de su propio cuerpo se desplegaba ante él. El aire corrió por sus pulmones, la sangre fluyó a través de sus miembros; y todo aquello le pertenecía. Nada de esto estaba en algún tipo de territorio incontrolable, sino en su propio cuerpo. Podía curarse.

Sintió que se relajaba. Sin las restricciones que la tensión había impuesto los recursos de su cuerpo fluían ahora hacia sus partes dañadas. Conocía sus necesidades. En un momento, se reencontró con los reacios músculos de su mandíbula, y con su lengua entumecida. Movió la boca.

—Agua —consiguió decir, con la voz ronca. Levantó un brazo anquilosado, en un intento débil por protegerse—. Sombra —suplicó. El contacto del sol y del viento en su piel dañada resultaba insoportable.

—¡Ha hablado! —dijo Etta, exultante.

—Ha sido el capitán —afirmó otra persona—. Lo ha traído de vuelta desde la muerte.

—¡La propia muerte se detiene ante Kennit! —declaró una tercera.

La palma áspera que había tocado su mejilla con tanta delicadeza, y las manos fuertes que le habían levantado la cabeza para hacer caer en su boca las gotas de agua fresca, eran de Kennit.

—Eres mío, Wintrow —declaró el pirata.

Wintrow bebió por eso.

***

«Creo que puedes oírme.» Ella, La Que Recuerda, hizo resonar sus palabras mientras nadaba en la sombra del casco de plata. Aguantó el ritmo de la nave. «Te huelo, te siento, pero no puedo encontrarte. ¿Te escondes deliberadamente de mí?»

Se quedó callada, aguzando todos sus sentidos, a la espera de una respuesta.

Sintió algo, un regusto en el agua, un aroma amargo, como el de las toxinas de sus propias glándulas. Rezumaba del casco de la nave, como si fuera posible tal cosa. Le pareció oír voces, voces tan distantes que no podía distinguir las palabras de su conversación, solo oía que hablaban. No tenía sentido. La serpiente temió estar volviéndose loca. Sería una amarga ironía: acabar derrotada por la locura después de haber conseguido, finalmente, la libertad.

Se estremeció en toda su longitud liberando un hilo de toxinas. «¿Quién eres?», preguntó. «¿Dónde estás? ¿Por qué te escondes de mí?»

Esperó una contestación. No le llegó ninguna. Nadie le habló, pero estaba convencida de que alguien la escuchaba.