En la espesura sólo se oía el resuello entrecortado de Vikary y el parloteo chillón de los espectros arbóreos.
Dirk se acercó a Janacek y le dio la vuelta. Retazos de musgo se adherían al cuerpo y absorbían la sangre como esponjas. Los espectros arbóreos le habían desgarrado la garganta, de modo que la cabeza de Garse se ladeó con un gesto voluptuoso cuando Dirk lo movió. La pesada vestimenta no había servido de protección; lo habían mordido por todas partes, cortajeando la tela tornasolada en húmedos jirones rojos. Las piernas de Janacek, aún unidas por la inútil plataforma plateada del aeropatín, se habían quebrado en la caída; fragmentos de huesos astillados sobresalían en ambas pantorrillas, en fracturas casi idénticas. La cara, totalmente roída, era lo peor. Le habían arrancado el ojo derecho. La sangre que manaba de la cuenca vacía resbalaba de la mejilla al suelo.
No había nada que hacer. Dirk se quedó mirándole, impotente. Deslizó una mano en el bolsillo de la andrajosa chaqueta de Janacek y apretó la piedraviva en el puño, luego se levantó para encarar a Jaan Vikary.
—Usted dijo…
—Que nunca le dispararía —terminó Vikary—. Sé lo que dije, Dirk t’Larien. Y sé lo que hice —hablaba con suma lentitud; cada palabra le caía de los labios como si fuera de plomo—. Nunca me propuse matarlo. Jamás. Sólo quise detenerlo, averiarle el aeropatín. Cayó en un nido de espectros arbóreos. Un nido de espectros arbóreos.
Dirk aferraba la piedraviva en el puño. No dijo nada.
Vikary se estremeció; luego habló con más vivacidad, un filo de crispación en la voz.
—Estaba persiguiéndome. Arkin Ruark me lo previno cuando me comuniqué con él en Larteyn, por videopantalla. Dijo que Garse se había unido a los Braith y había jurado matarme. No le creí —tiritó—. ¡No le creí! Y sin embargo era cierto. Me persiguió, se unió a la cacería, tal como lo había dicho Ruark. Ruark… Ruark no está conmigo… Nosotros nunca…, y en cambio, vinieron los Braith. No sé si él, Ruark… Tal vez lo asesinaron; no sé —parecía exhausto y aturdido—. Tenía que detener a Garse, t’Larien. Él conocía la caverna. Y está Gwen de por medio. Ruark dijo que Garse en su locura procuró entregarla a Lorimaar, y yo pensé que me mentía hasta que vi a Garse persiguiéndome. Gwen es mi betheyn, y usted es korariel. Mi responsabilidad. Yo tenía que vivir, ¿comprende? Nunca me propuse esto. Fui a buscarlo, abriéndome camino con el láser… Los cachorros del nido le bullían alrededor, criaturas blancas, también adultos… Los quemé, los quemé y saqué el cuerpo —un sollozo espasmódico le azotó el cuerpo, pero Vikary reprimió las lágrimas—. Mire, usaba hierro vacío. Venía a cazarme. ¡Yo lo amaba, y él venía a cazarme!
Dirk aferraba indeciso la dureza de la piedraviva. Miró una vez más a Garse Janacek, cuyas ropas se habían teñido del color de la sangre vieja y el musgo corrupto, y luego a Jaan Vikary, que estaba a punto de estallar, el rostro pálido y los hombros temblorosos. Dale un nombre a algo, pensó Dirk; y ahora…, debía darle un nombre a Jaantony alto-Jadehierro.
Hundió el puño en el bolsillo.
—Tenía que hacerlo —mintió—. Él lo habría matado, y después a Gwen. Eso dijo. Me alegro de que Arkin le haya avisado a usted.
Esas palabras parecieron serenar a Vikary, que asintió en silencio.
—Salí en busca de usted —continuó Dirk—, al ver que no regresaba. Gwen estaba inquieta. Vine para ayudarle. Garse me capturó, me quitó el arma y me entregó a Lorimaar y a Pyr. Dijo que yo era un presente de sangre.
—Un presente de sangre —repitió Vikary—. Estaba loco, t’Larien, de veras. Garse Jadehierro Janacek no era así; no era un Braith. Él no daba presentes de sangre, créame.
—Sí —dijo Dirk—, tiene usted razón. Había perdido la cabeza. Se le notaba en la forma de hablar —estaba a punto de llorar y temió que fuera evidente; era como si hubiera cargado con todo el miedo y la angustia de Jaan; el Jadehierro parecía ya más fuerte y resuelto, mientras a él lo acuciaban las lágrimas.
Vikary miró el cuerpo inerte tendido entre los árboles.
—Haría duelo por él, por todo lo que él fue y por todo lo que compartimos, pero no hay tiempo. Los cazadores nos persiguen con los sabuesos. Tenemos que apresurarnos —se arrodilló junto al cadáver de Janacek y le tomó la mano yerta y ensangrentada. Luego besó la cara desfigurada del muerto, en los labios, y con la mano libre acarició el cabello desgreñado.
Pero cuando se levantó, aferraba un brazalete de hierro negro. Dirk comprobó que el brazo de Janacek estaba desnudo, y sintió una punzada de dolor. Vikary se guardó el brazalete en el bolsillo; Dirk contuvo las lágrimas y la lengua, y no hizo comentarios.
—Tenemos que irnos.
—¿Vamos a dejarle aquí? —preguntó Dirk.
—¿Dejarle? —dijo Vikary, desconcertado—. Ah, ya veo. Los kavalares no sepultan a sus muertos, t’Larien. Los abandonamos a la intemperie, tradicionalmente, y no nos avergüenza que los devoren las bestias. La vida tiene que perpetuar la vida. ¿No es preferible que la carne vigorosa de Garse dé fuerzas a un ágil y limpio depredador, a que lo roan los viles gusanos de una tumba?
De modo que lo dejaron donde Vikary había soltado el cuerpo, en un pequeño claro en la interminable espesura amarillenta, y se abrieron paso a través de la floresta en penumbras, rumbo a Kryne Lamiya. Dirk recogió el aeropatín y trató de seguir los rápidos pasos de Vikary. Al cabo de un trecho se toparon con la empinada cuesta de un risco negro y escarpado.
Cuando Dirk llegó al pie del risco, Jaan ya estaba en la mitad de su ascenso. La sangre de Janacek se había secado en la espalda de Jaan, y formado una costra parda. Desde abajo, Dirk distinguió las manchas con claridad. Vikary trepaba sin dificultad, el rifle echado a la espalda, apoyando las manos con firmeza.
Dirk extendió la plataforma metálica del aeropatín y voló a la cresta del risco.
Acababa de pasar por encima de las ramas más altas de los estranguladores cuando oyó, no muy lejos, el grito del banshi. Escrutó el bosque en busca del enorme depredador. El pequeño claro donde habían dejado a Janacek era visible desde el risco, un retazo de luz en la arboleda. Pero Dirk no veía el cadáver; en el centro del claro hormigueaba una masa de cuerpos amarillos que se disputaban la presa. Mientras él observaba, otras formas pequeñas se deslizaron desde la sombra para unirse al festín.
El banshi irrumpió inesperadamente y flotó inmóvil encima de los contrincantes, lanzando su formidable y largo chillido. Pero los espectros arbóreos continuaban luchando frenéticamente sin prestarle atención, parloteando y rasguñándose con ferocidad. El banshi descendió. La sombra cubrió a los animalitos, y las grandes alas ondearon y se replegaron y cayeron sobre ellos; luego quedó sólo el banshi, y tanto los espectros como el cadáver desaparecieron bajo ese abrazo voraz. Dirk sintió una extraña alegría.
Pero sólo por un instante. Mientras el banshi yacía inerte, se oyó un chillido ronco y repentino, y Dirk vio un rápido dardo borroso que caía sobre el animal. Lo siguió otro. Y otro. Y una docena, todos a la vez. En un abrir y cerrar de ojos los espectros parecían haberse duplicado. El banshi desplegó de nuevo las vastas alas triangulares, batiéndolas débil y afanosamente, pero no se elevó. Las pequeñas criaturas lo cubrían por todas partes, mordisqueándolo y arañándolo, aplastándolo y lacerándolo. Clavado al suelo, ni siquiera podía lanzar su grito desgarrado. Murió en silencio, encima de la presa que acababa de atrapar.
Cuando Dirk se quitó el patín, en la cima del risco, el claro ya era nuevamente un hervidero de formas amarillas, como cuando había mirado por primera vez, y no había rastros del banshi. El silencio inundaba el bosque. Dirk esperó la llegada de Jaan Vikary. Luego, reanudaron la callada marcha.
La caverna era fría, oscura, silenciosa. Las horas transcurrían bajo tierra mientras Dirk seguía la luz pequeña y trémula de la linterna de mano de Jaan Vikary. La luz lo siguió por tortuosas galerías subterráneas, a través de espaciosas cámaras donde la negrura era interminable, por pasadizos claustrofóbicos y angostos donde avanzaron a gatas. La luz de la linterna era el universo de Dirk, que había perdido toda noción de tiempo y espacio. No tenían nada que decirse, él y Jaan; y nada se decían. Sólo se oía el rechinar de las botas en la roca polvorienta y los ecos que retumbaban ocasionalmente. Vikary conocía bien la caverna. Jamás titubeaba ni perdía el rumbo mientras recorrían, a los tumbos o a la rastra, el alma secreta de Worlorn.
Y emergieron a una ondulada ladera cubierta de estranguladores, en una noche llena de fuego y música. Kryne Lamiya ardía. Las torres de hueso se desgañitaban sollozando un quebrado canto de angustia.
Las llamas barrían la pálida necrópolis de un extremo al otro, brillantes centinelas recorriendo las calles. La ciudad relucía como un extraño espejismo entre las olas de calor y de luz; parecía un espectro incorpóreo, anaranjado. Mientras ellos observaban, uno de los delgados puentes colgantes crujió y se desmoronó; primero se derrumbó el centro ennegrecido, que se precipitó entre las llamas, y luego, el resto de la arcada de piedra. El fuego lo consumió y se elevó aún más, crepitando y aullando de voracidad. Un edificio cercano tosió ahogadamente y cedió, desplomándose en una gran nube de humo y llamas.
A trescientos metros de la colina, irguiéndose blanca como tiza sobre los bosques de estranguladores, una de las torres-mano parecía intacta. Pero perfilada contra ese resplandor terrible parecía dotada de vida, como en contorsiones de dolor. Por encima del bramido de las llamas Dirk oyó la débil música de Lamiya-Bailis. La sinfonía oscuralbina era un jadeo entrecortado; como faltaban torres y se salteaban notas, la canción estaba plagada de ominosos silencios, y el crepitar del incendio proporcionaba un fragoroso contrapunto a los gemidos, silbidos y quejidos. Los vientos oscuralbinos que sin cesar soplaban desde las montañas para arrancar melodías a la Ciudad Sirena, esos mismos vientos abanicaban el incendio que devoraba Kryne Lamiya, ennegreciendo la máscara mortuoria de la ciudad con hollín y cenizas antes de acallarla.
Jaan Vikary empuñó el láser. Su rostro lucía inexpresivo y extraño, bañado por los reflejos del incendio.
—¿Cómo…?
—El coche-lobo —dijo Gwen.
Estaba de pie a pocos metros, más abajo en la ladera. La miraron sin asombro. Detrás de ella, bajo un encorvado viudo azul al pie de la colina, Dirk entrevió el pequeño aeromóvil amarillo de Ruark.
—Bretan Braith —dijo Vikary.
Gwen se les unió cerca de la boca de la caverna, y asintió.
—Sí. Sobrevoló la ciudad una y otra vez, disparando los lásers.
—Chell murió —dijo Vikary.
—Pero tú estás vivo —repuso Gwen—. Empezaba a inquietarme.
—Estamos vivos —admitió Vikary, dejando que el rifle le resbalara entre los dedos—. Gwen, he matado a mi teyn.
—¿Garse? —exclamó ella, sorprendida. Arrugó la frente.
—Me entregó a los Braith —se apresuró a decir Dirk, mirando a Gwen a los ojos—. Y se había unido a Lorimaar para darle caza a Jaan. No quedaba otro recurso.
Ella se volvió de nuevo a Jaan.
—¿Es cierto? Arkin me contó algo por el estilo. No le creí.
—Es la verdad —dijo Vikary.
—¿Arkin está aquí? —preguntó Dirk.
—Dentro del aeromóvil —asintió Gwen—. Vino desde Larteyn. Sin duda le dijiste dónde me encontraba —le dijo a Jaan—. Trató de mentirme nuevamente. Lo acallé de un golpe. Ahora está a buen recaudo.
—Gwen —dijo Dirk—, hemos juzgado muy mal a Arkin —la bilis le sofocaba la garganta—. ¿No comprendes, Gwen? Arkin le avisó a Jaan que Garse iba a traicionarlo. De lo contrario, Jaan jamás lo habría sabido. Tal vez habría confiado en Janacek, y no le hubiera disparado. Lo habrían capturado, estaría muerto —su voz era ronca y apremiante—. ¿Entiendes? Arkin…
El fuego arrojaba fríos reflejos en los ojos de Gwen.
—Entiendo —musitó con voz sofocada y trémula; se volvió a Vikary—. Oh, Jaan —dijo, abriendo los brazos.
Y él se le acercó y le apoyó la cabeza en el hombro, estrechándola con fuerza. Y entonces, rompió a llorar.
Dirk los dejó solos y bajó hacia el aeromóvil.
Arkin Ruark estaba sujeto a uno de los asientos. Vestía ropas de fajina, y mantenía la cabeza gacha, la barbilla apoyada contra el pecho. Cuando entró Dirk, el kimdissi levantó los ojos con esfuerzo. El costado derecho de la cara era un magullón hinchado y lívido.
—Dirk —murmuró.
Dirk se quitó la pesada mochila y la depositó en el suelo. Se reclinó contra el panel de instrumentos.
—Arkin —dijo inexpresivamente.
—Ayúdeme —dijo Ruark.
—Janacek ha muerto —le dijo Dirk—. Jaan le disparó con el láser. Cayó sobre un nido de espectros arbóreos.
—Garsey —dijo Ruark, dificultosamente; tenía los labios hinchados y ensangrentados, y le temblaba la voz—. Los habría matado a todos ustedes. De veras. Le avisé a Jaan, le avisé. Créame, Dirk.
—Oh, le creo —dijo Dirk, cabeceando.
—Traté de ayudarles, sí. Pero Gwen se ha vuelto loca. Vi cuando los Braith alcanzaban a Jaan; yo iba a unirme a él, pero los Braith llegaron antes. Tuve miedo por ella. Vine a ayudarle. Pero me golpeó, dijo que era un mentiroso, me ató y voló hasta aquí. Está loca, Dirk, amigo Dirk. No sabe lo que hace. Parece un kavalar. Casi como Garse, no se parece en nada a la dulce Gwen. Creo que se propone matarme. A usted también, quizá; no sé. Sé que va a volver a Jaan. Ayúdeme Dirk. Tiene que ayudarme —lloriqueó—. Deténgala, Dirk.
—No va a matar a nadie —dijo Dirk—. Jaan está aquí ahora, y también yo. Está usted a salvo, Arkin. Quédese tranquilo. Todo se arreglará. Tenemos mucho que agradecerle a usted, ¿no es cierto? Jaan, especialmente. Si usted no lo hubiera puesto sobre aviso, quién sabe lo que habría ocurrido.
—Sí —dijo Ruark, y sonrió—. Sí, claro, es la pura verdad.
Gwen apareció de pronto en el marco de la portezuela.
—Dirk —dijo, ignorando a Ruark.
Dirk se volvió.
—¿Sí?
—Persuadí a Jaan de que descansara un rato. Está agotado. Ven afuera, donde podamos hablar.
—Esperen —dijo Ruark—. Desátenme primero, ¿sí? Por favor. Mis brazos, Dirk. Mis brazos…
Dirk salió. Jaan yacía con la cabeza apoyada contra un árbol cercano, la mirada perdida en el incendio. Se alejaron de él, internándose entre los estranguladores. Finalmente Gwen se detuvo y encaró a Dirk.
—Jaan no debe enterarse nunca —dijo, y se apartó un mechón de pelo negro de la cara con la mano derecha.
Dirk se quedó mirándola.
—Tu brazo —le dijo.
Un brazalete de hierro negro ceñía el antebrazo de Gwen. Ella lo mantuvo levantado.
—Sí —dijo—. Las piedravivas vendrán más tarde.
—Entiendo —dijo Dirk—. Teyn y betheyn, ambas cosas.
Gwen asintió. Tendió los brazos y tomó las manos de Dirk; la piel era fría y seca.
—Alégrate por mí, Dirk —dijo con voz apagada y triste—. Por favor.
Él le estrujó las manos, tratando de ser complaciente.
—Me alegro —dijo, sin demasiada convicción.
Un largo y amargo silencio se interpuso entre ambos.
—Qué traza llevas —dijo finalmente Gwen, esforzándose por sonreír—. Estás todo arañado. Mírate el brazo. Mírate la forma de caminar. ¿Te sientes bien?
Él se encogió de hombros.
—Los Braith no saben jugar delicadamente —dijo—. Sobreviviré —se separó de Gwen y hundió la mano en el bolsillo—. Gwen, tengo algo para ti.
Abrió el puño; dos gemas. La piedraviva, redonda y toscamente facetada, con una tenue luz interior, palpitándole en el hueco de la mano. Y la joya susurrante, más pequeña y oscura; fría y muerta.
Gwen las tomó en silencio. Las hizo rodar en la mano un instante, consternada. Luego guardó la piedraviva y le devolvió a Dirk la joya susurrante. Él la aceptó.
—Lo único que me queda de Jenny —dijo, cerrando el puño sobre la lágrima de hielo, y guardándola de nuevo en el bolsillo.
—Lo sé —dijo ella—. Gracias por el ofrecimiento. Pero si he de ser franca, a mí ya no me habla. Supongo que he cambiado mucho. Hace años que no oigo un susurro.
—Hmmm, sí —dijo él—. Me lo sospechaba. Pero tenía que ofrecértela… Y la promesa también. La promesa sigue siendo tuya, Gwen; si alguna vez la necesitas. Llámalo mi hierro-y-fuego. No querrás convertirme en un Cuasi-hombre, ¿verdad?
—No —replicó ella—. ¿La otra…?
—Garse la salvó cuando se deshizo del resto. Y pensé que tal vez querrías hacerla incrustar junto a las nuevas piedras… Jaan nunca notará la diferencia.
—De acuerdo —suspiró Gwen, y luego añadió—: Lamento lo de Garse, pese a todo. ¿No es raro? En todos los años que hemos pasado juntos, casi no hubo día en que no riñéramos, con el pobre Jaan en medio de los dos, y queriéndonos a los dos. Hubo momentos en que estuve segura de que lo único que se interponía entre la felicidad y yo era Garse Jadehierro Janacek. Y ahora que ha muerto, me cuesta creerlo. Sigo esperando que aparezca en su aeromóvil, sonriendo y armado hasta los dientes, listo para regañarme y ponerme en mi lugar. Cuando me convenza de que es verdad, tal vez rompa a llorar. ¿No te parece raro?
—No —dijo Dirk—. No.
—Casi podría llorar por Arkin, también. ¿Sabes lo que dijo cuando vino a buscarme a Kryne Lamiya, después que lo llamé embustero y lo golpeé y lo traté pésimamente…? ¿Sabes lo que dijo?
Dirk meneó la cabeza negativamente y esperó.
—Dijo que me amaba —murmuró Gwen, con una sonrisa amarga—. Dijo que siempre me había amado, desde que nos conocimos en Avalon. No puedo jurar que estuviera diciéndome la verdad. Garse siempre afirmó que los intrigantes de Kimdiss eran muy hábiles, y Arkin no necesitaba ser un genio para ver hasta qué punto me afectó su revelación. Casi lo dejé en libertad cuando me lo dijo. Parecía tan pequeño y digno de compasión, y sollozaba… En cambio…, —titubeó— ¿le has visto la cara?
—Se la vi —dijo Dirk—. Fea.
—En cambio… le hice eso. Pero creo que ahora le creo. A su modo enfermizo, me amaba. Y vio el daño que yo me estaba haciendo a mí misma; y sabía que librada a mis propios medios nunca dejaría a Jaan, así que decidió valerse de ti, valerse de todo lo que yo le había confiado, para alejarme de Jaan. Supongo que imaginó que con el tiempo tú y yo terminaríamos como en Avalon, y entonces yo me volcaría a él. O tal vez no. No sé. Afirmó que sólo pensaba en mí, en mi felicidad, que no podía tolerar que yo usara el jade-y-plata. Que no pensaba en sí mismo. Dice que es mi amigo —suspiró consternada, y repitió—: Mi amigo.
—No le tengas demasiada lástima, Gwen —le advirtió Dirk—. Me habría enviado a la muerte sin pensarlo dos veces, y también a Jaan. Garse Janacek está muerto, y varios de los Braith, y los inocentes emereli de Desafío… Puedes cargar todo eso en la cuenta de tu amigo Arkin… ¿O no?
—Ahora eres tú quien habla como Garse. ¿Qué me habías dicho? ¿Que yo tenía ojos de jade? ¡Fíjate en los tuyos, Dirk! Pero supongo que tienes razón…
—¿Qué haremos ahora con él?
—Liberarlo —dijo Gwen—. Por el momento. Jaan nunca debe sospechar lo que en realidad sucedió. Para Jaan sería el fin, Dirk. Así es que Arkin Ruark tiene que volver a ser nuestro amigo otra vez, ¿de acuerdo?
—Sí —dijo él, notando que el fragor del fuego ya no era más que un suave murmullo; casi reinaba el silencio. Miró en la dirección del aeromóvil y vio que el incendio amainaba; unas hogueras dispersas llameaban aún entre las ruinas, arrojando una luz imprecisa sobre la ciudad deshecha y humeante. Casi todas las torres se habían derrumbado, y las otras callaban por completo: el viento era sólo viento.
—Pronto amanecerá —dijo Gwen—. Tenemos que irnos.
—¿Irnos?
—De vuelta a Larteyn, siempre que Bretan no la haya destruido también.
—Tiene un modo harto violento de llorar a sus seres queridos —convino Dirk—. Pero Larteyn, ¿es segura?
—Es hora de terminar con el juego del escondite —le dijo Gwen—. Ya no soy una inconsciente, ni tampoco una betheyn desvalida que necesita protección —alzó el brazo derecho; las hogueras lejanas iluminaron el hierro opaco—. Soy teyn de Jaan Vikary, bautizada con sangre, y tengo un arma. Y tú… Tú también has cambiado, Dirk. Ya no eres korariel, ¿sabes? Eres un keth.
»Estamos juntos por el momento. Somos jóvenes y fuertes, y sabemos quiénes son nuestros enemigos y cómo encontrarlos. Y ninguno de nosotros puede ser de nuevo un Jadehierro. Yo soy mujer, Jaan es un renegado y tú eres un Cuasi-hombre. Garse fue el último Jadehierro. Garse está muerto. Los aciertos y errores de Alto Kavalaan y la Congregación de Jadehierro murieron con él, creo, al menos en este mundo. No hay códigos en Worlorn, ¿recuerdas? No hay Braith ni Jadehierro, sólo animales que tratan de matarse unos a otros.
—¿Qué estas diciendo? —preguntó Dirk, aunque creía entenderle.
—Estoy diciendo que estoy harta de que me persigan y me cacen y me insulten —dijo Gwen, su cara sombría parecía hierro negro y sus ojos llameaban salvajemente—. ¡Estoy diciendo que ya es hora de que nosotros seamos los cazadores!
Dirk la contempló un rato en silencio. Era muy hermosa, pensó; hermosa al estilo de Garse Janacek. Se parecía un poco al banshi… Y lloró para sus adentros a su Jenny, a la Ginebra que nunca había existido.
—Tienes razón —resopló.
Ella se le acercó y lo envolvió en sus brazos antes que él pudiera reaccionar, y lo estrechó calurosamente. Él alzó las manos lentamente y la abrazó a su vez; permanecieron así unos diez minutos, apretándose con fuerza, la sedosa y fría mejilla de Gwen contra la barba áspera de Dirk. Cuando ella finalmente se separó, alzó la cara como invitándole a besarla. Él cerró los ojos y la besó; los labios de Gwen sabían duros y secos.
Al alba, el frío castigaba la Fortaleza de Fuego. El viento arremolinado la azotaba en ráfagas violentas; el cielo era gris y nuboso.
En la azotea del edificio encontraron un cadáver.
Jaan Vikary se apeó cautelosamente, rifle en mano, mientras Gwen y Dirk lo cubrían desde la relativa seguridad del aeromóvil. Ruark permanecía en silencio en el asiento trasero, aterrorizado. Lo habían liberado antes de salir de Kryne Lamiya, y en el vuelo de regreso se había mostrado alternativamente huraño y exultante.
Vikary inspeccionó el cuerpo, que yacía tendido frente a los ascensores. Luego regresó al coche.
—Rosef alto-Braith Kelcek —informó.
—Alto-Larteyn —le recordó Dirk.
—Cierto —admitió Vikary de mala gana—, alto-Larteyn. Hace varias horas que murió, calculo. Un proyectil le voló la mitad del pecho. Tiene la pistola enfundada.
—¿Un proyectil? —dijo Dirk.
Vikary asintió.
—Se sabe que Bretan Braith Lantry ha utilizado un arma semejante en duelo. Es un duelista empedernido, aunque creo que sólo dos veces ha acudido a su pistola de proyectiles, oportunidades excepcionales en que no le bastaba ganar hiriendo al adversario. El láser de duelo es un instrumento limpio y preciso. El arma de Bretan Braith no. Es un arma concebida para matar, aunque el blanco no sea perfecto; un objeto descomunal y estrafalario para duelos breves y mortales.
Gwen miraba fijamente el cadáver de Rosef, un despojo lamentable. La ropa tenía el color sucio y polvoriento de la azotea, y los jirones flameaban al viento.
—Esto no fue un duelo —dijo.
—No —convino Vikary.
—¿Pero por qué? —preguntó Dirk—. Rosef no era una amenaza para Bretan Braith, ¿verdad? Además, el duelo de honor… Bretan sigue siendo un Braith, ¿verdad? ¿No sigue acaso sujeto al código…?
—Bretan sin duda es un Braith, y eso responde a la pregunta de usted, Dirk t’Larien. Esto no es un duelo —dijo Vikary—. Esto es altaguerra: Braith contra Larteyn. Hay muy pocas reglas en la altaguerra; cualquier varón adulto del bando contrario puede ser abatido, hasta que se establezca la paz.
—Una cruzada —rio Gwen—. Eso no parece muy típico de Bretan, Jaan.
—Parece muy típico del viejo Chell, sin embargo —replicó Vikary—. Sospecho que su teyn lo ha comprometido a comportarse así. Si estoy en lo cierto, Bretan mata bajo juramento, no impulsado por el dolor. Tendrá muy poca misericordia.
En el asiento trasero, Arkin Ruark se inclinó con avidez hacia adelante.
—¡Pero eso es magnífico! —exclamó—. Sí, escúchenme; nos conviene. Gwen, Dirk, Jaan, escuchen. Bretan los matará a todos, ¿verdad? Los matará uno por uno, sí. Es enemigo de nuestros enemigos. Nuestra mejor esperanza…
—El proverbio kimdissi no se aplica a estas circunstancias —dijo Vikary—. La altaguerra entre Bretan Braith y los Larteyn no lo convierte en nuestro aliado, salvo por accidente. La sangre y las disputas no se olvidan tan fácilmente, Arkin.
—Sí —añadió Gwen—. No era a Lorimaar a quien buscaba en Kryne Lamiya. Quemó la ciudad sospechando que allí estábamos nosotros.
—Una conjetura, una mera conjetura —farfulló Ruark—. Tal vez tenía otras razones, ¿quién puede saberlo? Tal vez estaba loco, enfurecido de dolor, sí.
—Le propongo una cosa, Arkin —dijo Dirk—. Lo dejamos a usted en campo abierto, y cuando venga Bretan, se lo pregunta para salir de dudas.
El kimdissi se echó hacia atrás. Lo miraba extrañado.
—No —dijo—. Más seguro es quedarme con ustedes, amigos míos. Ustedes me protegerán.
—Lo protegeremos —dijo Jaan Vikary—. Usted hizo lo mismo por nosotros.
Dirk y Gwen intercambiaron una mirada. Vikary puso el aeromóvil en marcha. Se elevaron y se alejaron volando sobre las opacas calles de Larteyn.
—¿Adonde…? —preguntó Dirk.
—Rosef ha muerto —dijo Vikary—. Pero no era el único cazador. Haremos un censo, amigos. Haremos un censo.
El edificio que Rosef alto-Braith Kelcek había compartido con su teyn estaba a poca distancia de la residencia de Jadehierro, cerca de los accesos a los subterráneos. Era una estructura amplia y cuadrangular, con un techo metálico en forma de cúpula y un pórtico sustentado por columnas de hierro negro. Aterrizaron en las cercanías y se aproximaron sigilosamente.
Había dos sabuesos Braith encadenados a los pilares del frente de la casa. Los dos yacían muertos. Vikary les echó un vistazo.
—Les han quemado la garganta con algún láser de caza, desde lejos —informó—. Una muerte segura y silenciosa.
Se quedó afuera, rifle en mano, alerta y montando guardia. Ruark no se separó de él. Gwen y Dirk entraron a revisar el edificio.
Encontraron muchas cámaras desiertas, y una pequeña sala de trofeos con cuatro cabezas; tres eran viejas y estaban resecas, la piel encogida y correosa, los rasgos casi bestiales. La cuarta, dijo Gwen, pertenecía a un niño parásito de Vinonegro, y a juzgar por el aspecto, era reciente. Dirk palpó con suspicacia el revestimiento de cuero de algunos muebles pero Gwen sacudió la cabeza negativamente.
Otro cuarto estaba lleno de estatuillas: banshis y jaurías de lobos, soldados que luchaban con espada y cuchilla, hombres afrontando monstruos grotescos en extraños combates. Todas las escenas estaban diestramente talladas en hierro, cobre y bronce.
—Obra de Rosef —explicó Gwen con indiferencia cuando Dirk se detuvo y levantó una estatuilla para inspeccionarla. Ella le hizo señas de que siguiera adelante.
Encontraron al teyn de Rosef en el comedor. La comida, un espeso guiso de carne y verduras en un caldo sanguinolento con migajas de pan negro al costado, estaba fría y consumida a medias. Un pichel de peltre lleno de cerveza yacía al lado del guiso en la larga mesa de madera. El cuerpo del kavalar estaba a casi un metro, aún en la silla. Pero la silla estaba volcada hacia atrás, y una mancha ennegrecía la pared. El hombre no tenía cara.
Gwen lo observó con una mueca, apretando el rifle bajo el brazo y apuntándolo al suelo. Recogió la cerveza y bebió un sorbo. Luego se la pasó a Dirk. Estaba tibia y agria, y hacía rato que no tenía espuma.
—¿Lorimaar y Saanel? —preguntó Gwen cuando estuvieron nuevamente afuera, bajo los pilares de hierro.
—Dudo que hayan regresado del bosque —dijo Vikary—. Tal vez Bretan Braith los espera en Larteyn. Sin duda ayer vio llegar a Rosef y Chaalyn. Tal vez está al acecho en algún lugar cercano, esperando sorprender a sus enemigos uno por uno en cuanto regresen a la ciudad. Pero no creo.
—¿Por qué? —preguntó Dirk.
—Recuerde, t’Larien, que nosotros llegamos al alba, y en un aeromóvil sin blindaje. No nos atacó. O bien estaba durmiendo, o ya no anda por aquí.
—¿Dónde piensa que está?
—En el bosque, cazando a nuestros cazadores —dijo Vikary—. Sólo quedan dos Larteyn con vida, pero Bretan no tiene cómo haberse enterado. De acuerdo con lo que él sabía, Pyr y Arris, e incluso el anciano Raymaar Una-Mano, seguían con vida, y los contará como enemigos. Supongo que habrá resuelto tomarlos por sorpresa, tal vez temiendo que de lo contrario vuelvan juntos a la ciudad y al descubrir muertos a sus kethi se den cuenta de las intenciones de él.
—Entonces tendríamos que huir, sí… Antes que vuelva —dijo Arkin Ruark—. Ir a un sitio seguro, lejos de esta locura kavalar. Duodécimo Sueño, sí, Duodécimo Sueño. O Musquel, o Desafío, cualquier otra parte. Pronto arribará una nave y estaremos a salvo. ¿Qué dicen?
—Yo digo que no —replicó Dirk—. Bretan nos encontraría. ¿Recuerdan el modo casi sobrenatural en que nos encontró a Gwen y a mí en Desafío? —miró fijamente al kimdissi, que palideció notoriamente.
—Nos quedaremos en Larteyn —dijo Vikary con firmeza—. Bretan Braith Lantry es un solo hombre. Nosotros somos cuatro, tres de nosotros, armados. Si permanecemos juntos, no habrá peligro. Montaremos guardias. Estaremos preparados.
—De acuerdo —asintió Gwen, tomando a Jaan del brazo—. Y hasta es posible que Lorimaar venza a Bretan…
—No —le dijo el kavalar—. No, Gwen. Creo que te equivocas. Bretan Braith derrotará a Lorimaar. De eso estoy seguro.
Vikary insistió para que revisaran el gran garaje subterráneo antes de alejarse de la residencia de Rosef, y su conjetura resultó acertada. Como en Desafío, Jaan les había robado el aeromóvil que después fue destruido, Rosef y el teyn habían tomado el vehículo de Pyr para regresar de la cacería; estaba allí. Jaan se lo apropió. De ningún modo era la maciza máquina verde oliva de Janacek, pero sin duda era más formidable que el pequeño coche de Ruark.
Después buscaron donde alojarse. A lo largo de las murallas de Larteyn, sobre la empinada pared rocosa que descendía hasta el llano, había una serie de torres de vigilancia con puestos de guardia y troneras en la parte superior y aposentos en la parte inferior, dentro de las mismas murallas. Las torres, cada cual coronada por una gran gárgola de piedra, eran estrictamente ornamentales, un adorno que daba un aire de autenticidad kavalar a la ciudad. Pero eran apropiadas para la defensa, y daban un excelente panorama de Larteyn. Gwen seleccionó una al azar y se mudaron allí, después de llevarse efectos personales del edificio donde habían vivido; alimentos, y la documentación relacionada con las investigaciones ecológicas (casi olvidadas por Dirk), emprendidas por ella y Ruark en los boscajes de Worlorn.
Una vez a cubierto, se dispusieron a esperar.
Más tarde, Dirk comprendió que era la peor decisión que podían haber tomado. Bajo la presión de la inactividad, empezaron a ponerse en evidencia todas las fisuras.
Organizaron los turnos de guardia de tal modo que siempre había dos personas en la torre de vigilancia, armadas con lásers y los binoculares de campo de Gwen. Larteyn lucía gris, desierta y desolada. Los que montaban guardia no tenían mucho que hacer, salvo estudiar el lento fluir de la luz en las calles de piedraviva, y conversar. En general, conversaban.
Arkin Ruark compartía turnos de guardia con los otros e incluso aceptó, aunque a regañadientes, el rifle láser que le dio Vikary. Una y otra vez arguyó que le repugnaba la violencia, que nunca podría gatillar el láser en ninguna circunstancia. Pero aceptó tomarlo porque Vikary se lo pedía. Sus relaciones con el grupo habían cambiado radicalmente. Hacía lo posible por no separarse de Jaan, pues comprendía que el kavalar era ahora su auténtico y único protector. Era amable con Gwen; ella le había pedido que le perdonara lo de Kryne Lamiya, aduciendo que el miedo y el dolor la habían arrastrado temporariamente a la paranoia. Pero para Ruark ya no era la 'dulce Gwen’; las tensiones entre ambos eran cada día más notorias.
Frente a Dirk, el kimdissi adoptaba una actitud intranquila y suspicaz, ahogándolo alternativamente con sus efusiones y volviendo a la normalidad cuando Dirk se mostraba reticente. De los comentarios de Ruark durante la primera guardia que hicieron juntos, Dirk dedujo que el ecólogo no veía el momento de abordar el Teric neDahlir, la nave del Confín que debía arribar la semana entrante. Lo único que parecía interesarle era permanecer en un refugio seguro y marcharse de ese mundo lo antes posible.
Pero Gwen Delvano, pensaba Dirk, esperaba algo totalmente diferente. Mientras Ruark escrutaba el horizonte con aprensión, Gwen no cabía en sí de ansiedad. Dirk recordó las palabras que ella le había dicho mientras conversaban en Kryne Lamiya: «Es hora de que nosotros seamos los cazadores». Esas palabras seguían en pie. Cuando Dirk montaba guardia con ella, Gwen se hacía cargo de todo. Se sentaba frente a la ventana alta y angosta con una paciencia casi infinita, los binoculares colgados sobre el pecho, los brazos acodados en el alféizar, el jade-y-plata junto al hierro vacío. Hablaba con Dirk sin mirarle; siempre tenía los ojos vueltos hacia afuera. Gwen rehusaba apartarse de la tronera, salvo para ir al baño. De vez en cuando alzaba los binoculares y estudiaba un edificio distante donde creía haber atisbado algún movimiento, y con menos frecuencia le pedía a Dirk un cepillo y se alisaba la melena negra que el viento le arremolinaba de continuo.
—Espero que Jaan se equivoque —dijo una vez mientras se cepillaba la cabellera—. Prefiero que quienes vuelvan sean Lorimaar y su teyn, y no Bretan —Dirk le dio a entender que estaba de acuerdo pues Lorimaar, mucho más viejo y para colmo, herido, sería mucho menos peligroso que el duelista tuerto que lo perseguía. Pero ante esas palabras, Gwen bajó el cepillo y lo miró con curiosidad—. No —dijo—, no es por eso, en absoluto.
En cuanto a Jaantony Riv Lobo alto-Jadehierro Vikary, nada parecía abatirlo tanto como la espera. Mientras estaba en acción, mientras se le exigía ejecutividad, había sido el Jaan Vikary de costumbre: fuerte y enérgico, un líder. El ocio lo había transfigurado. No tenía función que cumplir; por el contrario, disponía de un tiempo ilimitado para sus cavilaciones, y eso no era bueno. Aunque rara vez se mencionaba a Garse Janacek en esos días, era obvio que el espectro del teyn barbirrojo acosaba a Jaan, que a menudo se comportaba hurañamente. Empezó a sumirse en hoscos silencios, que a veces duraban horas.
En un principio había insistido en que nadie abandonara nunca la torre; ahora era él quien salía a caminar largamente al alba y al atardecer, cuando no le tocaba guardia. En las horas de guardia solía divagar evocando su niñez en los clanes de la Congregación de Jadehierro. También contaba relatos históricos cuyos héroes eran mártires como Vikor alto-Acerorrojo y Aryn alto-Piedraviva. Nunca hablaba del futuro, y muy rara vez de las circunstancias presentes. Observándolo, Dirk casi creía entrever el torbellino interior del hombre. En esos pocos días, Vikary lo había perdido todo: su teyn, su mundo y su pueblo, y hasta el código por el que había regido su vida. Ahora luchaba contra él. Ya había adoptado a Gwen como teyn, aceptándola con una independencia plena y total que nunca había demostrado hacia ella misma, o hacia Garse, individualmente. Y Dirk percibía que Jaan también trataba de atenerse a su propio código, se aferraba desesperadamente a los jirones de honor kavalar que aún le quedaban. Era Gwen, no Jaan, quien hablaba de cazar a los cazadores, de animales que se mataban unos a otros, ahora que no había códigos en Worlorn. Parecía hablar por su teyn y por ella misma, pero Dirk no creía que ése fuera el caso. Cuando Vikary aludía a una lucha inminente, siempre parecía sugerir que tendría que enfrentar en duelo a Bretan Braith. Cuando salía a caminar por la ciudad practicaba con el rifle y la pistola. «Si he de batirme a duelo con Bretan, tengo que estar preparado», solía decir. Y se ejercitaba diariamente como un autómata, por lo general a la vista de la torre; se entrenaba para cada modo de duelo kavalar. Un día practicaba el cuadrado de la muerte y el tiro a diez pasos, abatiendo a sus inexistentes antagonistas. Y al siguiente, disparaba a discreción y a lo largo de la línea, y luego practicaba el duelo a un disparo, y de nuevo el cuadrado de la muerte. Los que montaban guardia lo cubrían y rogaban que ningún enemigo avistara las reiteradas vibraciones luminosas. Dirk tenía miedo, Jaan era la fuerza del grupo, y ahora estaba perdido en ese ensueño marcial, en esa presunción de que Bretan Braith respetaría pese a todo las cortesías del código. Pese a la célebre destreza duelística de Vikary, pese al ritual de diario entrenamiento, a Dirk le parecía cada vez más improbable que el Jadehierro pudiera derrotar a Bretan en un combate individual.
La cara deforme del Braith solía atormentar a Dirk en pesadillas recurrentes: Bretan con su extraña voz y su ojo fulgurante y su tic grotesco, el perfil delgado, terso e inocente de Bretan, Bretan el destructor de ciudades. Dirk despertaba de esos sueños sudoroso y exhausto, en medio de la cama deshecha, recordando los chillidos de Gwen (lamentos ásperos y agudos como el canto de Kryne Lamiya), y el modo en que Bretan lo miraba a él. Para borrar esas visiones sólo contaba con Jaan, y Jaan, aunque conservara cierta fortaleza, era ahora víctima de un tenaz fatalismo.
Era la muerte de Janacek, pensaba Dirk, y más que eso, las circunstancias que rodeaban esa muerte. Si Garse hubiera muerto en forma más normal, Vikary sería un vengador más feroz, más implacable e invencible que Myrik y Bretan combinados. Pero así, Jaan estaba convencido de que su teyn lo había traicionado para perseguirle como a un animal o un Cuasi-hombre. Y esa convicción lo destruía. Más de una vez, montando guardia en compañía del Jadehierro, Dirk se sintió tentado de contarle la verdad, de precipitarse hacia él y gritarle ¡No, no! ¡Garse era inocente, Garse lo amaba, Garse habría muerto por usted! Pero no le dijo nada. Si la melancolía, el peso de la traición y la pérdida de la fe consumían de tal modo a Vikary, la verdad lo habría matado en el acto.
De modo que los días transcurrían y las fisuras aumentaban. Y Dirk observaba a sus tres compañeros con creciente aprensión. Mientras Ruark esperaba la fuga, Gwen la venganza, y Jaan Vikary la muerte.