Capítulo 9

—Lo hemos logrado —dijo secamente Gwen, después que pasaron frente a la puerta—. Ahora nos siguen a nosotros.

—¿Nos habrán visto?

—Sin duda, han visto la luz de los faros cuando pasamos frente a la entrada. Es casi seguro.

Una espesa oscuridad les rodeaba por todas partes, y aún se oía el susurro de las hojas.

—¿Corremos?

—Seguro que los lásers del coche de ellos funcionan, no como el nuestro… La única salida posible es la galería exterior. El aeromóvil de los Braith nos perseguirá, y los cazadores nos estarán esperando afuera. Sólo hemos matado a dos, tal vez a tres. Debe haber varios más. Estamos atrapados, Dirk.

—Podemos rodear nuevamente el árbol, y en cuanto hayan entrado, salir por la puerta.

—No está mal. Pero es demasiado obvio. Habrá otro aeromóvil esperándonos, supongo. Tengo una idea mejor —mientras hablaba, disminuyó la velocidad y frenó; inmediatamente delante de ellos el camino se bifurcaba, bañado por la luz brillante de los faros. A la izquierda seguía la calle circular; a la derecha, la galería exterior iniciaba su ascenso de dos kilómetros.

Gwen apagó las luces y la oscuridad los engulló. Cuando Dirk trató de hablar, ella lo silenció con un chistido. El mundo estaba muy negro. Dirk se sentía ciego. Gwen y el aeromóvil y Desafío, todo se había evaporado. Oyó el murmullo de las hojas y creyó oír que el aeromóvil de los Braith se acercaba. Pero eso debía de ser su imaginación, pues de lo contrario ya habría visto los faros.

Tenía la sensación de hamacarse suavemente, como si estuviera en un bote pequeño. Algo duro le rozó el hombro y se sobresaltó, luego sintió que algo similar le rozaba la cara. Hojas.

Estaban elevándose hacia el tupido follaje de la copa ancha y baja del árbol emereli.

Una rama se arqueó hacia abajo y luego brincó con fuerza, azotándole la mejilla y abriéndole un surco de sangre. Las hojas lo apretujaban. Finalmente un ruido seco anunció que las alas de la raya metálica habían golpeado un tronco más grueso. No podían elevarse más. Flotaban a ciegas, envueltos por la oscuridad y el invisible follaje.

Poco después una luz borrosa relampagueó fugazmente abajo, doblando a la derecha para ascender por la galería. En cuanto desapareció, otra luz relumbró a la izquierda, viró bruscamente en la bifurcación y siguió a la primera. Dirk agradeció que Gwen hubiera ignorado su sugerencia.

Flotaron entre las hojas por un período interminable, pero no aparecieron más vehículos. Finalmente Gwen descendió de nuevo al camino.

—El engaño no durará demasiado —dijo—. En cuanto el cerco se cierre y no nos encuentren, les llamará la atención.

Dirk se secaba la mejilla con el faldón de la camisa. En cuanto se hubo cerciorado de que el hilillo de sangre estaba seco, se volvió hacia Gwen, sin verla todavía.

—De modo que nos perseguirán —dijo—. Perfecto. Mientras se ocupan de averiguar adonde hemos ido, no matarán más emereli. Y Jaan y Garse no tardarán en llegar. Creo que ya es hora de ocultarnos.

—Ocultarnos o huir —respondió Gwen desde la oscuridad; aún no había encendido los faros del aeromóvil.

—Tengo una idea —dijo Dirk; se tocó nuevamente la mejilla y luego, satisfecho, se bajó el faldón de la camisa—. Mientras dabas la vuelta vislumbré algo. Una rampa y un letrero. La vi apenas, a la luz de los faros, pero me refrescó la memoria. Worlorn tiene una red de subterráneos, ¿verdad? ¿Comunica una ciudad con otra?

—Sí, pero está desmantelada.

—¿Seguro? Sé que los trenes no funcionan, ¿pero los túneles? ¿Los rellenaron, acaso?

—No sé. No lo creo —de pronto los faros del aeromóvil despertaron a la vida y el repentino resplandor encandiló a Dirk—. Muéstrame el letrero —dijo Gwen, y una vez más iniciaron la recorrida alrededor del árbol.

Era una entrada al subterráneo, como había sospechado Dirk. Una rampa poco empinada descendía a la oscuridad. Gwen detuvo el coche y desde el aire iluminó el letrero con los faros.

—Tendremos que abandonar el aeromóvil —dijo al fin—. Nuestra única arma.

—Sí —dijo Dirk; la entrada era demasiado estrecha para la raya metálica; obviamente los constructores no habían tenido en cuenta la posibilidad de atravesar los túneles volando—. Pero quizá sea mejor. No podemos irnos de Desafío, y dentro de la ciudad el coche limita bastante nuestra movilidad, ¿no te parece? —Gwen no respondió de inmediato, y él se frotó las sienes fatigosamente—. A mí me parece una buena idea, pero me cuesta pensar con claridad. Estoy cansado y probablemente estaría asustado si me detuviera a pensar acerca de todo esto. Estoy lleno de cortes y magulladuras…

—Bien —dijo Gwen—, en ese caso valdría la pena intentarlo. El subterráneo nos permitirá alejarnos de Desafío unos kilómetros, y dormir. No creo que a los Braith se les ocurra buscarnos en los túneles.

—Está decidido, entonces —dijo Dirk.

Se prepararon muy metódicamente. Gwen acercó el aeromóvil a la rampa subterránea y tomó el sensor y el instrumental de campo del asiento trasero. También tomaron los aeropatines y se descalzaron para ponerse las botas de vuelo. Y entre las herramientas sujetas a la parte inferior del fuselaje había una pequeña linterna manual, una vara de plástico y metal de treinta centímetros de largo que irradiaba una luz pálida y blanca.

Cuando estuvieron preparados, se rociaron nuevamente con el líquido para eliminar olores corporales; luego Gwen le indicó a Dirk que la esperara en la entrada del subterráneo, y llevó el aeromóvil a la calle circular para dejarlo en medio del camino, cerca de uno de los corredores más amplios del primer nivel. Los Braith pensarían que se habían internado en los intrincados laberintos de Desafío; tendrían bastante para registrar.

Dirk esperó en la oscuridad mientras Gwen regresaba a pie, alumbrándose con la linterna. Luego bajaron juntos la rampa de la terminal subterránea abandonada. El descenso fue más largo de lo que Dirk habría imaginado. Bajaron por lo menos dos niveles, calculó, caminando en silencio mientras la linterna iluminaba lisas paredes azul pastel. Pensó en Bretan Braith, casi cincuenta niveles más abajo, y por un momento tuvo la descabellada esperanza de que los trenes funcionaran todavía, pues en realidad estaban fuera del radio de la ciudad emereli y por lo tanto al alcance de Bretan.

Pero desde luego, el sistema de subterráneos estaba fuera de servicio desde antes que Bretan y los otros Braith hubieran llegado a Worlorn; abajo sólo encontraron un espacioso andén y enormes túneles de piedra que se perdían en el infinito. En las tinieblas el infinito parecía fácil de alcanzar. La estación terminal estaba en silencio, y ese silencio parecía más fúnebre que el de los callados corredores de Desafío. Era como caminar en una cripta. Había polvo por todas partes. La Voz había dado cuenta del polvo de Desafío, advirtió Dirk, pero los subterráneos no pertenecían a Desafío ni eran obra de di-Emerel. Mientras caminaban, las pisadas retumbaban ominosamente.

Antes que entraran en los túneles, Gwen estudió cuidadosamente un mapa del sistema.

—Aquí hay dos ramales —dijo, susurrando involuntariamente—. Uno conecta todas las ciudades del Festival. Al parecer los trenes circulaban en ambas direcciones. El otro ramal une a Desafío con el puerto espacial. Cada ciudad estaba unida al puerto espacial por un servicio independiente. ¿Por cuál vamos?

Dirk estaba exhausto e irritable.

—Me da lo mismo —dijo—. ¿Cuál es la diferencia? De todos modos no podremos llegar a la próxima ciudad. Ni aun con los aeropatines… Las distancias son muy grandes.

Gwen cabeceó pensativamente, sin dejar de mirar el mapa.

—Doscientos treinta kilómetros hasta Esvoc, en una dirección. Trescientos ochenta hasta Kryne Lainiya en la otra. Más que al puerto espacial. Creo que tienes razón —se encogió de hombros y se volvió para escoger una dirección al azar—. Por allá.

Tenían que alejarse cuanto antes. Sentados en el borde del andén, sujetaron las botas a la plataforma de tejido metálico de los aeropatines, luego partieron lentamente en la dirección elegida por Gwen. Ella iba primero, volando a veinte centímetros del suelo y acariciando ligeramente la pared del túnel con la mano izquierda. En la derecha llevaba la linterna. Dirk iba detrás, volando un poco más alto para ver por encima del hombro de ella. El túnel que habían elegido trazaba una curva amplia y suave, virando imperceptiblemente hacia la izquierda. No había nada que ver, nada que llamara la atención. A veces Dirk perdía por completo la noción de movimiento, tan parejo y monótono era el vuelo. Luego le pareció que él y Gwen flotaban en un limbo atemporal mientras las paredes se deslizaban velozmente hacia atrás.

Pero al fin, tras haber recorrido unos tres kilómetros, descendieron al suelo del túnel y se detuvieron. Ya ninguno de los dos tenía nada que decir. Gwen apoyó la linterna contra una áspera pared de piedra y los dos, sentándose en la suciedad, se quitaron las botas. En silencio ella se desabrochó el instrumental y utilizó el sensor como almohada. No bien apoyó la cabeza se quedó dormida. Y aislada de Dirk.

Lo dejó a solas.

Pese a que aún estaba abrumado por la fatiga, Dirk no atinaba a conciliar el sueño. Sentado en el borde del pequeño círculo de luz pálida (Gwen había dejado la linterna encendida), observó a Gwen, la veía respirar, veía el juego de sombras en las mejillas y la cabellera negra mientras Gwen se agitaba en sueños. Advirtió la distancia que le separaba de ella, y recordó que desde que habían salido de Desafío no se habían tocado ni hablado. No se detuvo a pensarlo; tenía la mente demasiado obnubilada por el cansancio y el miedo a pensar. Pero lo sentía como un peso en el pecho, y la oscuridad le agobiaba en ese hueco largo y polvoriento en las entrañas del mundo.

Finalmente apagó la linterna y su Jenny desapareció de su vista. Trató de dormir. Al final le venció el sueño, pero le acosaron las pesadillas. Soñó que estaba con Gwen, besándola y abrazándola. Pero cuando le besaba los labios, ya no era Gwen; estaba besando a Bretan Braith, los labios duros y secos de Bretan, cuyo ojo de piedraviva destellaba en las tinieblas.

Y después volvía a correr. Corría por un túnel interminable que no conducía a ninguna parte. Pero detrás oía el gorgoteo del agua, y cuando miraba por encima del hombro creía entrever un barquero solitario impulsando una barcaza vacía con una pértiga. El barquero bogaba por una corriente negra y aceitosa, y Dirk corría sobre piedras secas. Pero en el sueño, todo parecía coherente. Corría sin cesar, pero la barca se acercaba cada vez más, y al fin Dirk veía que el barquero era un hombre sin rostro.

Después sobrevino la calma, y Dirk no volvió a soñar en el resto de esa larga noche.

Una luz brillaba donde no debía haber luz. Le llegó a través de los párpados cerrados y el sueño: un resplandor trémulo y amarillo que se acercaba y retrocedía. Al principio Dirk apenas percibió esa presencia que le invadía el sueño tan duramente ganado. Murmuró y rodó sobre sí mismo. Oyó voces, y alguien soltó una breve y áspera carcajada. Dirk la ignoró.

Luego le patearon la cara con fuerza.

La cabeza se le inclinó a un costado y las cadenas del sueño se partieron en un espasmo de dolor. Desorientado y aturdido, sin saber dónde estaba, hizo un esfuerzo por levantarse. Le ardían las sienes. Todo brillaba demasiado. Se cubrió los ojos con el brazo para resguardarse de la luz y protegerse de otro puntapié. Estalló otra carcajada.

De a poco, el mundo cobró forma. Eran Braith, por supuesto.

Uno de ellos, un hombre huesudo y desmañado con una ensortijada cabellera negra, estaba de pie en un extremo del túnel, aferrando a Gwen con una mano y una pistola láser con la otra. Llevaba otro láser, un rifle en bandolera, sujeto a una correa. A Gwen le habían atado las manos a la espalda, ella miraba al suelo en silencio.

El Braith que estaba junto a Dirk no empuñaba su láser pero en la mano izquierda tenía una antorcha muy potente que inundaba el túnel de luz amarilla. El resplandor de la antorcha impedía distinguirle las facciones con claridad, pero Dirk notó que era alto y corpulento, y al parecer, calvo como un huevo.

—Al fin nos prestas atención —dijo el hombre de la antorcha; el otro rio, la misma risa que Dirk había oído antes.

Dirk se incorporó dificultosamente y retrocedió un paso, alejándose de los kavalares. Se reclinó contra la pared del túnel y procuró enderezarse, pero el cráneo parecía rajársele y la escena era borrosa. El calor de la luz de la antorcha le mordía los ojos.

—Lastimaste a la presa, Pyr —comentó el Braith del láser desde el otro lado del túnel.

—Espero que no demasiado —replicó el otro.

—¿Van a matarme? —preguntó Dirk con notable serenidad, sin haber reparado demasiado en lo que preguntaba. Finalmente empezaba a recobrarse del golpe.

Gwen alzó los ojos cuando él habló.

—Eventualmente te matarán —dijo con voz desolada—. No será una muerte fácil. Lo siento, Dirk.

—Silencio, perra-betheyn —dijo el hombre robusto, el llamado Pyr; Dirk recordaba vagamente haber oído ese nombre. El hombre miró de soslayo a Gwen, luego se volvió nuevamente hacia Dirk.

—¿A qué se refiere ella? —preguntó nerviosamente Dirk apretándose con fuerza contra la piedra. Con disimulo, trató de poner sus músculos en tensión; Pyr estaba a menos de un metro, erguido con arrogancia. Parecía desprevenido, pero Dirk no estaba seguro de que esa impresión fuera cierta. El hombre alzaba la antorcha con la mano izquierda, pero en la derecha sostenía otra cosa, un bastón de un metro de largo, de madera oscura, con un puño redondo en un extremo y una hoja metálica en el otro. Lo asía descuidadamente por el medio, entre los dedos, golpeteándose rítmicamente la pierna.

—Nos has brindado una cacería muy excitante, Cuasi-hombre —dijo Pyr—. No lo digo porque sí ni por bromear. Hay pocos que me igualen en la antigua altacaza. Nadie me supera. El mismo Lorimaar alto-Braith Arkellor tiene solamente la mitad de los trofeos que yo he ganado. Así es que cuando te digo que esta cacería ha sido extraordinaria, sabes que digo la verdad. Me alegra que no haya concluido.

—¿Qué? ¿No ha concluido? —preguntó Dirk mientras pensaba que lo tenía tan cerca como para intentar atacarle cubriéndose del láser con el cuerpo de Pyr. Y tal vez pudiera adueñarse del bastón, e incluso de la pistola que Pyr llevaba en la funda.

—No tiene mérito capturar a un Cuasi-hombre dormido, ni es honorable. Volverás a correr, Dirk t’Larien.

—Te convertirá en su korariel personal —dijo airadamente Gwen, mirando a los dos Braith con aire desafiante—. Nadie podrá cazarte, salvo él y su teyn.

—¡Silencio, dije! —volvió a advertirle Pyr, encarándola.

Ella le soltó una carcajada, y continuó:

—Conociendo a Pyr, será una cacería muy tradicional. Te dejarán libre en el bosque, probablemente desnudo. Estos dos dejarán de lado los lásers y los aeromóviles y te perseguirán a pie, con cuchillos y espadas arrojadizas y sabuesos. Después que me entreguen a mis amos, por supuesto.

Pyr frunció el ceño. El otro Braith levantó la pistola y cruzó la boca de Gwen de un culatazo.

Dirk endureció sus músculos, titubeó un instante y saltó. Hasta un metro era demasiado; Pyr se volvió hacia él con una sonrisa, levantó el bastón con formidable celeridad y hundió el puño de madera en el vientre de Dirk, que trastabilló, se irguió y procuró reiniciar el ataque. Pyr retrocedió desdeñosamente y le asestó otro bastonazo en la entrepierna. Dirk sintió que el mundo se disolvía en una bruma roja.

Vagamente advirtió que Pyr se le acercaba mientras él yacía tendido. El Braith le golpeó por tercera vez, casi con resignación, en el costado de la cabeza. Dirk se desvaneció.

Dolor. Fue lo primero que sintió. Era lo único que sentía. Dolor. La cabeza le giraba y palpitaba y temblaba, llevada por un ritmo extraño; el estómago también le dolía, y más abajo sentía las carnes entumecidas. El aturdimiento y el dolor eran los límites del mundo de Dirk. Por un momento larguísimo, eso fue todo.

De a poco recobró el conocimiento, aunque borrosamente. Empezó a notar cosas. Ante todo el dolor, que lo invadía en oleadas. De arriba abajo, de arriba abajo. Yacía sobre algo. Lo arrastraban o lo llevaban. Movió las manos, o lo intentó. Era difícil. El dolor parecía barrer con todas las sensaciones normales. Tenía la boca llena de sangre. Los oídos zumbaban, ardían, vibraban.

Sí. Lo estaban llevando. Había voces; oía voces que hablaban y zumbaban. Las palabras no le resultaban claras. Adelante, en alguna parte, una luz bailoteaba y se agitaba; el resto era una bruma gris.

De a poco el zumbido se disipó. Finalmente pudo distinguir las palabras.

—…no le gustará —dijo una voz desconocida; al menos no creía conocerla, era difícil saberlo, todo parecía tan distante y él se bamboleaba, y el dolor se iba y venía, una vez, y otra, y otra…

—Sí —dijo otra voz, hueca, firme, enérgica.

Más zumbidos. Varias voces al mismo tiempo. Dirk no entendió nada. Luego un hombre hizo callar a los otros.

—Basta —dijo; esta voz era aún más remota que las otras dos, venía desde la luz que bailoteaba. ¿Pyr? Sí, Pyr—. No temo a Bretan Braith Lantry, Rosef. Olvidas quien soy. Yo había capturado tres cabezas cuando Bretan Braith aún era un niño de pecho. El Cuasi-hombre me pertenece, según las antiguas normas.

—De acuerdo —replicó la primera voz—. Si lo hubieras capturado en los túneles, nadie te negaría ese derecho. Pero no fue así.

—Quiero una cacería tradicional, al viejo estilo.

Alguien farfulló algo en kavalar antiguo. Hubo una risotada.

—Más de una vez hemos cazado juntos, cuando jóvenes, Pyr —dijo la voz desconocida—. Si tus opiniones acerca de las mujeres hubieran sido otras, podríamos haber sido teyn-y-teyn. No es mi intención ofenderte. Pero Bretan Braith Lantry daría cualquier cosa por este hombre.

—Hombre no, Cuasi-hombre. Tú mismo lo dispusiste, Rosef. Los deseos de Bretan Braith no significan nada para mí, ¿sabes?

—En efecto, fui yo quien dispuso que fuera Cuasi-hombre. Para ti y para mí, no es más que eso: uno entre tantos. Podemos cazar a los niños parásitos, a los emereli y a otros. No lo necesitas a él, Pyr. Bretan Braith opina de otro modo. Acudió al cuadrado de la muerte y se sintió burlado, pues el hombre a quien desafió no era un hombre; resultó que no lo era, ¿comprendes?

—Es cierto, pero allí no termina el asunto pues t’Larien ha resultado también una presa especial; mató a dos de nuestros kethi, y Koraat agoniza con la espalda rota. Hasta el momento, ningún Cuasi-hombre nos había opuesto tanta resistencia. Lo tomaré, como es mi derecho. Lo encontré yo, yo solo.

—Sí —dijo la segunda voz desconocida, la firme y enérgica—. Eso es indudable, Pyr. ¿Y cómo lo descubriste?

Esa oportunidad para alardear de su hazaña satisfizo a Pyr.

—El aeromóvil no me engañó como a ti, y al mismo Lorimaar. Este Cuasi-hombre había sido muy hábil, él y la perra-betheyn que lo acompañaba. No iban a dejar detenido el coche frente al lugar por donde huían. Cuando reunisteis a la jauría y os internasteis en el corredor, mi teyn y yo nos pusimos a registrar el paseo con la linterna, buscando algún rastro. Yo sabía que los sabuesos no servirían de nada. Eran inútiles. Soy mejor rastreador que cualquier sabueso. He seguido Cuasi-hombres en la piedra desnuda de las colinas Lameraan, en las ciudades muertas, incluso en los clanes abandonados de Taal, Puño de Bronce y la Montaña de la Piedraviva. Estos dos resultaban ridículamente fáciles. Registrábamos cada corredor varios metros, luego seguíamos con el próximo. Descubrimos el rastro. Huellas en el suelo, frente a una entrada del subterráneo, y luego otras más claras en el polvo. Perdimos la pista donde ellos empezaron a volar en sus juguetes, por supuesto. Pero para entonces ya nos quedaban sólo dos direcciones posibles. Temí que hubieran tratado de llegar a Evoc o Kryne Lamiya, pero no fue así. Nos llevó casi todo el día y una larga caminata, pero los capturamos.

Dirk casi se había recobrado por completo, pero aún estaba muy dolorido y dudaba de que el cuerpo le respondiera con eficacia si intentaba moverse. Ya podía ver con toda nitidez. Pyr Braith caminaba delante con la linterna en la mano, hablando con un hombre más bajo vestido de blanco y púrpura, que debía ser Rosef, el arbitro de los duelos que nunca se habían llevado a cabo. Entre ambos iba Gwen, caminando sola y maniatada, en silencio. Dirk se preguntó si la habrían amordazado, pero era imposible asegurarlo, ya que sólo le veía la espalda.

Él yacía en una especie de camilla, y se bamboleaba con cada paso. Otro Braith vestido de blanco y púrpura aferraba la parte delantera, los puños nudosos cerrados alrededor de los palos de madera. El teyn de Pyr, el de las carcajadas estruendosas, debía venir atrás, aferrando el otro extremo de la camilla. Aún estaban en el túnel; el subterráneo parecía interminable y Dirk no tenía idea de cuánto tiempo había estado sin conocimiento. Un buen rato, sin duda; cuando él atacó a Pyr no estaban ni Rosef ni la camilla, de eso estaba seguro. Probablemente sus captores habían esperado en el túnel después de llamar a sus hermanos de clan para que los ayudaran.

Nadie pareció advertir que Dirk había abierto los ojos. O tal vez lo advirtieron y no le dieron importancia; el prisionero no estaba en condiciones de hacer nada, salvo pedir auxilio a gritos, tal vez.

Pyr y Rosef seguían hablando, y los otros dos intervenían ocasionalmente. Dirk trató de escuchar, pero el dolor le impedía concentrarse demasiado, y lo que decían no les servía de mucho, ni a Gwen ni a él. Rosef parecía advertir a Pyr que Bretan Braith se enfurecería si Pyr mataba a Dirk, ya que Bretan quería ajustar cuentas con el cautivo. A Pyr no le importaba; en sus comentarios manifestaba cierto desdén por Bretan, dos generaciones más joven que todos ellos y por lo tanto, menos respetable. En ningún momento se mencionó a los Jadehierro, de modo que Dirk dedujo que ni Jaan ni Garse habían llegado aún a Desafío. O que estos cuatro todavía no estaban enterados.

Al cabo, renunció a sus esfuerzos por escuchar y se dejó vencer por el sopor. Las voces se volvieron nuevamente ininteligibles y el parloteo continuó un largo rato. Finalmente se detuvieron. Un extremo de la camilla bajó con brusquedad, y Dirk despertó sobresaltado. Unas manos vigorosas lo levantaron por las axilas.

Habían llegado a la estación terminal de Desafío, y el teyn de Pyr lo depositaba en el andén. Dirk no se molestó mucho en ayudarle. Se distendió cuanto pudo, y se dejó arrastrar como una res.

Luego lo tendieron de nuevo en la camilla y subieron la rampa que salía a la ciudad. En el andén no lo habían tratado con delicadeza; una vez más, la cabeza le zumbaba intensamente. Al ver las paredes azul pastel, recordó el descenso por la rampa la noche anterior. Por alguna razón, la idea de esconderse en el túnel les había parecido inmejorable en el momento.

La pared se interrumpió, y estaban de vuelta en Desafío. Vio otra vez el gran árbol emereli, esta vez en toda su imponencia. Era un gigante deforme y sinuoso, azul y negro; las ramas más bajas casi rozaban la calle circular, y las más altas acariciaban el cielo raso sombrío. Dirk comprendió que era de día. La entrada estaba abierta, y a través de la arcada pudo ver al Gordo Satanás y una estrella amarilla en el horizonte. Estaba demasiado aturdido y fatigado para distinguir si amanecía o anochecía.

Dos macizos aeromóviles kavalares esperaban cerca de la rampa del subterráneo. Pyr se detuvo, y depositaron a Dirk en el suelo. Trató de incorporarse, pero en vano. Agitó débilmente los brazos y el dolor volvió; se tendió de espaldas, dándose por vencido.

—Llamad a los demás —dijo Pyr—. Tenemos que arreglar esto aquí y ahora, para que mi korariel pueda ser preparado para la cacería.

Estaba de pie junto a Dirk. Todos estaban reunidos alrededor de la camilla, incluso Gwen. Pero sólo ella bajó la mirada para encontrar los ojos de él. Estaba amordazada. Y exhausta. Y desesperada.

Reunir a todos los Braith llevó más de una hora; una hora en que la luz se disipó y Dirk fue recobrando fuerzas. No tardó en advertir que era el crepúsculo de la tarde; más allá de la arcada, el Gordo Satanás se hundía lentamente. La oscuridad se propagaba alrededor, cada vez más densa y espesa, y los kavalares finalmente tuvieron que encender los faros de los vehículos. Para entonces a Dirk se le había pasado el aturdimiento. Pyr lo notó. Le hizo atar las manos a la espalda y le obligó a sentarse contra el flanco de un aeromóvil. A Gwen la situaron al lado, sin quitarle la mordaza.

Aunque él no estaba amordazado, no intentó hablar. Con el frío del metal en la espalda y las ligaduras mordiéndole las muñecas, esperó y observó y escuchó. De cuando en cuando le echaba una ojeada a Gwen, pero ella mantenía la cabeza gacha y no le devolvía la mirada.

Vinieron solos y en pareja. Los kethi de Braith. Los cazadores de Worlorn. Emergían de las sombras y de los lugares oscuros. Como espectros pálidos. Al principio un ruido y una forma borrosa, hasta que irrumpían en el pequeño círculo de luz y volvían a ser hombres. Aun así eran más y menos que humanos.

Los primeros traían cuatro de los sabuesos con cara de rata, y Dirk reconoció a uno de los que había visto cuando bajaban por la galería. El hombre encadenó los perros al paragolpes del coche de Rosef, saludó a Pyr, Rosef y sus teyns, y se sentó con las piernas cruzadas, a pocos metros de los cautivos. No habló siquiera una vez. Fijó los ojos en Gwen y no los apartó de ella. Permanecía absolutamente inmóvil. Cerca, Dirk oía los gruñidos de los sabuesos en las sombras, el roce y el rechinar de las cadenas.

Luego llegaron los otros. Lorimaar alto-Braith Arkellor, un gigante pardo con un atuendo negro de tela tornasolada y botones de hueso claro, llegó en un colosal aeromóvil rojo con forma de cúpula. Adentro se oían los aullidos de una jauría de sabuesos Braith. Con Lorimaar venía un hombre gordo y cuadrado, dos veces más corpulento que Pyr, el cuerpo sólido y duro como el ladrillo, la cara macilenta y porcina. Detrás, solo, a pie, venía un viejo de aspecto frágil, calvo, rugoso y desdentado, con una mano de carne y hueso y un garfio metálico de tres puntas. Del cinturón del viejo pendía la cabeza de un niño, aún sangrante, que había trazado una mancha parda en los pantalones blancos del cazador.

Finalmente llegó Chell, alto como Lorimaar, con bigotes, el pelo blanco y una expresión de fatiga. Traía un solo sabueso. Al llegar al círculo de luz se detuvo y parpadeó.

—¿Dónde está tu teyn? —preguntó Pyr.

—Aquí —un gruñido en la oscuridad; a pocos metros, el fulgor opaco de una piedraviva. Bretan Braith avanzó y se detuvo junto a Chell. Contrajo la cara.

—Todos están aquí —le informó Rosef a Pyr.

—No —objetó uno—. Falta Koraat.

El cazador taciturno habló desde el suelo.

—Ya no vendrá. Me suplicó el fin. Accedí. En verdad, estaba muy malherido. Es el segundo keth que hoy he visto morir; el primero fue Teraan Braith Nalarys —mientras hablaba, no dejaba de mirar a Gwen. Terminó con una larguísima frase en kavalar antiguo.

—Murieron tres de los nuestros —dijo el viejo.

—Guardaremos silencio en honor de ellos —dijo Pyr; aún aferraba el bastón de puño de madera y hoja metálica, y mientras hablaba se golpeteaba nerviosamente la pierna, como en el túnel.

A través de la mordaza, Gwen trató de gritar. El teyn de Pyr, el kavalar desmañado de pelo desgreñado y negro, se le acercó con una expresión amenazadora.

Pero Dirk había comprendido la intención de Gwen, y él no tenía mordaza.

—No guardaré silencio —gritó, o trató de gritar pues le flaqueaba la voz—. Eran asesinos. Merecían morir.

Todos los Braith se volvieron hacia él.

—Amordázalo. Que se calle de una vez —dijo Pyr, y dirigiéndose exclusivamente a Dirk, mientras su teyn se apresuraba a cumplir la orden, advirtió airadamente—. Ya tendrás tiempo de gritar, t’Larien, cuando corras desnudo por los bosques y oigas detrás el ladrido de mis perros.

Bretan volvió con esfuerzos la cabeza y los hombros.

—No. Esta presa es mía —dijo, la luz le resbaló por la máscara cicatricial.

Pyr lo enfrentó.

—Yo seguí al Cuasi-hombre. Yo lo capturé.

Bretan torció la cara. Chell, que aún sujetaba al enorme sabueso con la cadena, apoyó la otra mano en el hombro de Bretan.

—Eso no tiene importancia para mí —dijo otra voz; el Braith que estaba sentado en el suelo y que miraba fijamente a Gwen, inmóvil—. ¿Qué será de esta perra-betheyn?

Los otros se volvieron hacia él, inquietos.

—No podemos disponer de ella, Myrik —dijo Lorimaar alto-Braith—. Pertenece a Jadehierro.

El hombre contrajo ferozmente los labios; por un instante, su cara impávida se crispó salvajemente, un rictus de emoción bestial. Luego se aplacó. Reprimió sus sentimientos para recobrar la calma.

—Mataré a esa mujer —dijo—. Teraan era mi teyn, y ella ha arrojado su fantasma a un mundo de oscuridad.

—¿Ella? —exclamó Lorimaar, incrédulo—. ¿De veras?

—La vi. Le disparé cuando atropello a Teraan y lo dejó agonizando —replicó el hombre a quien habían llamado Myrik—. De veras, Lorimaar alto-Braith.

Dirk trató de incorporarse, pero el teyn de Pyr lo sentó de un empujón y le golpeó la cabeza contra el flanco metálico del coche, para no dejarle dudas.

Entonces habló el viejo del garfio, el que llevaba la cabeza del niño.

—Tómala entonces como presa personal —dijo con una voz filosa y cortante como la hoja de la cuchilla que llevaba colgada del cinturón—. La sabiduría de los clanes es antigua e inequívoca, hermanos míos. Ya no es una verdadera mujer, si es que lo fue alguna vez; ni betheyn ni eyn-keth. ¿Quién abogará por ella? ¡Dejó la protección de su alto-señor para fugarse con un Cuasi-hombre! Si alguna vez fue carne de la carne de un hombre, ahora ha dejado de serlo. Todos conocéis a los Cuasi-hombres, sus mentiras, perfidias y engaños. A solas con ella en la oscuridad, este Cuasi-hombre t’Larien sin duda la habría matado para reemplazarla por un demonio hecho a imagen de ella.

Chell expresó su asentimiento y habló gravemente en kavalar antiguo. Los otros Braith no parecían tan seguros. Lorimaar intercambió un carraspeo con su teyn, el hombre gordo y macizo. La cara aborrecible de Bretan permaneció indiferente, mitad tejido cicatricial, mitad inocencia. Pyr frunció el ceño y siguió golpeteándose con el bastón.

Fue Rosef quien replicó.

—Nombré a Gwen Delvano humana cuando arbitré en el cuadrado de la muerte —dijo con cautela.

—Es verdad —dijo Pyr.

—Tal vez entonces era humana —dijo el viejo—. Pero se ha cebado de sangre y ha dormido con un Cuasi-hombre. Y ahora, ¿quién la llamaría humana?

Los sabuesos se pusieron a aullar.

Los cuatro que Myrik había encadenado al aeromóvil iniciaron esa sinfonía discordante, y la jauría que estaba encerrada en el vehículo de Lorimaar les respondió. El sabueso de Chell gruñó y estiró la cadena que lo sujetaba, hasta que el Braith la tironeó hacia atrás; entonces el animal se sentó y se unió al coro de aullidos.

Los cazadores se volvieron hacia la silenciosa oscuridad que rodeaba el pequeño círculo de luz (Myrik, la cara helada e inmóvil, fue la única excepción pues jamás apartaba la vista de Gwen Delvano), y algunos tantearon la funda del arma.

En el borde del círculo, más allá de los aeromóviles y la luz de los faros, los dos Jadehierro estaban de pie en la sombra.

Dirk de pronto olvidó el dolor que le partía la cabeza. Tembló y se estremeció. Miró a Gwen, que había alzado la vista y miraba a los recién llegados. Especialmente a Jaan.

Jaan Vikary se acercó, y Dirk notó que miraba a Gwen casi tan fijamente como Myrik. Parecía moverse con suma lentitud, como la imagen de un sueño polvoriento, o como un sonámbulo. Al lado, Garse Janacek parecía líquido y vital.

Vikary vestía un traje moteado de tela tornasolada oscura, negra, que se ennegreció aún más cuando entró en el círculo de los enemigos. Cuando finalmente los perros se callaron, el traje era gris ceniciento. Las mangas de la camisa terminaban por encima del codo; el hierro-y-piedraviva le ceñía el antebrazo derecho, el jade-y-plata el izquierdo. Por un instante fugaz su figura pareció inmensa. Aunque Chell y Lorimaar le llevaban una cabeza, de algún modo Vikary parecía superarlos en estatura. Pasó entre los Braith como un fantasma (¡qué irreal era, aun allí!), deslizándose a ciegas, y se detuvo cerca de Gwen y de Dirk.

Pero todo era una ilusión. Los ruidos se reiniciaron, los Braith empezaron a hablar, y Jaan Vikary volvió a ser un hombre, más alto que algunos pero más bajo que otros.

—Esto es una intrusión, hombres de Jadehierro —dijo Lorimaar con voz crispada y colérica—. No habéis sido invitados a este lugar. No tenéis derecho a estar aquí.

—Cuasi-hombres —escupió Chell—. Falsos kavalares.

Bretan Braith Lantry emitió el gruñido que le era característico.

—Tu betheyn queda en tus manos, Jaantony alto-Jadehierro —dijo Pyr con firmeza, aunque agitando nerviosamente el bastón—. Castígala como quieras y como debas. El Cuasi-hombre me pertenece.

Garse Janacek se había detenido a pocos metros. Su mirada iba de un interlocutor hacia otro, y dos veces pareció a punto de replicar. Pero Jaan Vikary los ignoró a todos.

—Quitadle las mordazas —dijo señalando a los cautivos.

El teyn de Pyr permanecía al lado de Dirk y Gwen, de frente al altoseñor de Jadehierro. Titubeó un instante, luego se agachó y les quitó las mordazas.

—Gracias —dijo Dirk.

Gwen sacudió la cabeza para apartarse el pelo de los ojos y se levantó con dificultad, pues no podía ayudarse con las manos.

—Jaan —dijo con voz insegura—. ¿Oíste?

—Oí —dijo Vikary; luego, a los Braith—: Desatadle las manos.

—Bromeas, Jadehierro —dijo Lorimaar.

Pyr, sin embargo, parecía picado por la curiosidad. Se apoyó en el bastón.

—Desátale las manos —dijo.

El teyn de Pyr obligó a Gwen a darse la vuelta, y le cortó las ligaduras.

—Muéstrame los brazos —le dijo Vikary a Gwen.

Ella vaciló, luego extendió los brazos hacia adelante, las palmas hacia arriba. En el brazo izquierdo aún brillaba el jade-y-plata, no se lo había quitado.

Dirk observaba, maniatado e impotente. Y sintió un escalofrío. No se lo había quitado.

Vikary interpeló a Myrik, que seguía sentado con las piernas cruzadas y los ojillos fijos en Gwen.

—Levántate.

El hombre se levantó y encaró al Jadehierro, apartando los ojos de Gwen por primera vez desde su llegada. Vikary empezó a hablar.

—No —dijo Gwen. Acababa de frotarse las muñecas. Al hablar se detuvo y apoyó la mano derecha en el brazalete. La voz era firme—. ¿No entiendes, Jaan? No. Si lo desafías, si lo matas, me lo quitaré. De veras.

Por primera vez el rostro de Jaan trasuntó una emoción: la angustia.

—Eres mi betheyn —dijo—. Si yo no… Gwen…

—No —insistió ella.

Uno de los Braith rio. Al oírlo, Garse Janacek hizo una mueca, y Dirk advirtió que un espasmo salvaje contraía fugazmente la cara del hombre llamado Myrik.

Si Gwen lo notó, no le hizo caso. Encaró a Myrik.

—Yo maté a tu teyn —dijo—. Yo. No Jaan. Ni el pobre Dirk. Yo lo maté, y lo admito. Quería cazarnos, igual que los demás. Y también estaba exterminando a los emereli.

Myrik no respondió. Todos guardaron silencio.

—Si tienes que batirte a duelo, si realmente quieres matarme, enfréntate conmigo —continuó Gwen—. Fui yo quien lo mató. Lucha conmigo, si tu venganza es tan importante.

Pyr lanzó una risotada. Poco después su teyn lo imitó, y también Rosef, luego algunos de los otros: el hombre gordo y severo que acompañaba a Rosef, el viejo del garfio. Todos reían.

La cara de Myrik enrojeció, palideció y volvió a enrojecer.

—Perra-betheyn —dijo; el rostro se le crispó nuevamente, y esta vez todos lo vieron—. Te burlas de mí. Un duelo… Mi teyn… ¡Y tú eres una mujer!

Terminó con un alarido que sobresaltó a los hombres y arrancó nuevos ladridos a los sabuesos. Luego estalló.

Alzó las manos por encima de la cabeza, las entrelazó y las separó, y golpeó con furia el rostro de Gwen, que se hizo a un lado. De pronto se abalanzó sobre ella. Le cerró los dedos alrededor de la garganta y saltó hacia adelante. Ella trastabilló y ambos rodaron por el suelo hasta que chocaron contra el flanco del aeromóvil. Myrik se montó a horcajadas sobre Gwen, apretándole el cuello con las manos. Ella le golpeó la mandíbula con fuerza, pero en su cólera él apenas sintió el golpe. Empezó a chocarle la cabeza contra el aeromóvil, una y otra vez, aullando en kavalar antiguo.

Dirk se puso de pie, pero sólo para tambalearse impotente, con las manos atadas. Garse avanzó dos pasos, y finalmente Jaan Vikary entró en acción. Pero fue Bretan Braith Lantry quien se les acercó primero y apartó a Myrik rodeándole el cuello con el brazo. Myrik forcejeó salvajemente, hasta que Lorimaar se unió a Bretan y entre los dos contuvieron al hombre.

Gwen yacía inerte, la cabeza contra la portezuela metálica donde Myrik la había golpeado. Vikary se arrodilló al lado de ella, y trató de ceñirle los hombros con el brazo. La nuca de Gwen dejó una mancha sanguinolenta en el flanco del aeromóvil.

Janacek también se apresuró a arrodillarse y le tomó el pulso. Después se levantó y se volvió hacia los Braith apretando ferozmente los labios.

—Ella llevaba jade-y-plata, Myrik —dijo—. Eres hombre muerto. Te desafío.

Myrik había cesado de chillar, pero jadeaba. Uno de los sabuesos aulló y guardó silencio.

—¿Vive? —preguntó Bretan con su voz ripiosa.

Jaan Vikary lo miró con una cara tan extraña y consternada como la de Myrik hasta hacía unos instantes.

—Vive.

—Es una suerte —dijo Janacek—, pero no te la debemos a ti, Myrik, ni cambiará las cosas. ¡Prepárate a elegir!

—¡Suéltenme! —dijo Dirk; pero nadie se movió. Y entonces gritó—: ¡Suéltenme!

Alguien le cortó las ligaduras.

Se acercó a Gwen, arrodillándose al lado de Vikary. Por un instante las miradas de ambos se cruzaron. Dirk examinó la nuca de ella, donde el pelo empezaba a pegotearse con sangre coagulada.

—Por lo menos una concusión —dijo—. Tal vez el cráneo fracturado, tal vez algo peor. No sé. ¿Hay servicio médico? —miró a los kavalares—. ¿Hay, o no?

—Ninguno funciona en Desafío, t’Larien —contestó Bretan—. La Voz me opuso resistencia. La ciudad no me respondía. Tuve que matarla.

Dirk hizo una mueca.

—No conviene moverla, entonces. Tal vez sea sólo una concusión. Creo que tiene que descansar.

Increíblemente, Jaan Vikary la dejó en brazos de Dirk y se levantó. Interpeló a Lorimaar y Bretan, que seguían aferrando a Myrik.

—Soltadle.

—¿Soltarlo…? —Janacek miró a Vikary con perplejidad.

—Jaan —dijo Dirk—, olvídese de él. Gwen…

—Métala dentro de un aeromóvil —dijo Vikary.

—No creo que debamos…

—Este lugar no es seguro, t’Larien. Métala dentro de un aeromóvil.

Janacek frunció el ceño.

—Pero, Jaan…

Vikary encaró de nuevo a los Braith.

—Os pedí que soltarais a ese hombre —se interrumpió—. A ese Cuasi-hombre, como le llamaríais vosotros. Se ha ganado el nombre.

—¿Qué te propones, alto-Jadehierro? —dijo gravemente Lorimaar.

Dirk levantó a Gwen y la depositó suavemente en el asiento trasero del coche más cercano. El cuerpo estaba totalmente flojo, pero la respiración seguía siendo regular.

Luego Dirk se sentó frente a los controles y esperó, masajeándose las muñecas para normalizar la circulación.

Todos parecían haberse olvidado de él. Lorimaar alto-Braith seguía hablando.

—Reconocemos tu derecho a enfrentarte con Myrik, pero el duelo tiene que ser individual, pues Teraan Braith Nalarys ha muerto. Como tu teyn lo desafió primero…

Jaan Vikary desenfundó la pistola.

—Soltadlo y apartaos.

Lorimaar, perplejo, soltó el brazo de Myrik y se apresuró a hacerse a un lado. Bretan vaciló.

—Alto-Jadehierro —jadeó—, por tu honor y el de él, por tu clan y tu teyn, baja el arma.

Vikary encañonó al joven de la cara deforme. Bretan contrajo la boca, luego soltó a Myrik y retrocedió encogiéndose grotescamente de hombros.

—¿Qué sucede? —dijo el viejo manco con voz áspera—. ¿Qué está haciendo? —nadie le prestaba atención.

—Jaan —dijo Garse Janacek, horrorizado—. Esto te ha perturbado demasiado. Deja el arma, teyn. Acabo de desafiarlo. Yo lo mataré —apoyó la mano en el brazo de Jaan.

Jaan Vikary sacudió el brazo y encañonó a Garse.

—No. Atrás. No interfieras. No, ahora. Esto es por Gwen.

La cara de Janacek se ensombreció; había renunciado a sus sonrisas y a su ironía implacable. Cerró la mano derecha en un puño, y la levantó con lentitud. El hierro-y-piedraviva relumbró entre los dos Jadehierro.

—Nuestro vínculo —dijo Janacek—. Piénsalo, teyn. Tu honor y el mío, y el de nuestro clan —hablaba con solemnidad.

—¿Y el honor de ella? —dijo Vikary; gesticulando impacientemente con la pistola, obligó a Janacek a hacerse a un lado mientras él se volvía de nuevo hacia Myrik.

Solo y confundido, Myrik parecía no saber a qué atenerse. Ya no estaba colérico, aunque aún respiraba entrecortadamente. Un hilillo de saliva sanguinolenta le surcaba la comisura de la boca. Se la secó con el dorso de la mano y miró con incertidumbre a Garse Janacek.

—La primera de las cuatro elecciones —empezó con voz trémula—. Elijo el modo.

—No —dijo Vikary—. No eliges nada. Mírame a mí, Cuasi-hombre.

Myrik se volvió hacia Vikary, e inmediatamente hacia Janacek.

—Elijo el modo —repitió, aturdido.

—No —repitió Vikary—. A Gwen Delvano no le permitiste ninguna elección, y ella te habría enfrentado limpiamente, en duelo.

Una expresión de genuina perplejidad torció la cara de Myrik.

—¿Ella? ¿En duelo? Yo… Ella era una mujer, una Cuasi-hombre —cabeceó, como si no tuviera más que decir—. Era una mujer, Jadehierro. ¿Te has vuelto loco? Se burló de mí. Una mujer no se bate a duelo.

—Y tú tampoco te batirás, Myrik, ¿entiendes? ¿O no? —disparó, y una pulsación de luz alcanzó a Myrik entre las piernas; el hombre lanzó un alarido—. Y tú… —dijo Vikary, volviendo a disparar y quemando el cuello de Myrik bajo la barbilla; el hombre cayó, y el láser volvió a cargarse—, tampoco… —continuó quince segundos más tarde, y con la palabra brotó una aguja de luz que quemó el pecho de esa figura convulsa; entretanto, él retrocedía hacia el aeromóvil—, te batirás… —terminó, ya casi adentro del coche; con esa última palabra, una cuarta franja de luz le brotó de la mano, y Lorimaar alto-Braith Arkellor cayó con el arma a medio desenfundar.

Luego Vikary cerró la puerta, Dirk accionó el control de gravedad y el aeromóvil arrancó bruscamente. Ya casi alcanzaban la arcada cuando los disparos de láser sisearon rebotando contra el blindaje del vehículo.