—Dirk, Dirk… No puede ser que esté hablando en serio. Me niego a creerlo. Desde que le conozco he pensado…, bueno, que usted era mejor que ellos. ¡Y ahora me sale con esto! No…, estoy soñando. ¡Es una locura! —Ruark se había recobrado un poco. Enfundado en una larga bata de seda sintética verde, con lechuzas bordadas, ahora se parecía más a sí mismo, aunque en medio del caos del taller lucía totalmente fuera de lugar. Estaba sentado en un taburete alto, de espaldas a las oscuras pantallas rectangulares de la consola del computador. Tenía los pies cruzados, calzados con pantuflas, a la altura de los tobillos. Sus manos rollizas sostenían una copa de vino verde de Kimdiss. La botella estaba detrás de él, al lado de dos copas vacías.
Dirk estaba sentado en una ancha mesa de plástico, acodado en un sensor, las piernas dobladas. Había corrido el sensor a un costado y una pila de diapositivas al otro para hacerse lugar. El cuarto estaba completamente desordenado.
—No veo dónde está la locura —dijo tercamente, mientras hablaba, miraba de un lado al otro.
Era la primera vez que veía el taller. Era casi del mismo tamaño que la sala de los kavalares, pero parecía mucho más pequeño. Contra una pared había una hilera de computadoras pequeñas. Enfrente, un enorme mapa multicolor de Worlorn, plagado de alfileres y señales. En el medio estaban las tres mesas de trabajo; aquí era donde Gwen y Ruark organizaban los conocimientos fragmentarios adquiridos en las selvas del agonizante mundo del Festival, aunque a Dirk el sitio le parecía un cuartel militar.
Aún no atinaba a comprender por qué estaban allí. Después de la extensa explicación de Vikary y una agresiva discusión entre Ruark y los dos kavalares, el kimdissi había bajado a su departamento llevándose consigo a Dirk. El momento no había parecido oportuno para hablar con Gwen. Pero en cuanto Ruark se cambió de ropas y se tranquilizó con un sorbo de vino, insistió para que Dirk le acompañara arriba, al taller. Trajo tres copas, pero Ruark era el único que bebía. Dirk aún recordaba la última vez, y tenía que conservarse lúcido para pensar en su situación. Además, si la mezcla de los vinos kimdissi y kavalar producía resultados análogos al del contacto del kimdissi con los kavalares, beber uno después del otro equivaldría a un suicidio.
—La locura es que usted se bata a duelo con un kavalar —dijo Ruark después de otro sorbo del licor verde—. ¡Le juro que no puedo creerle a mis oídos! Jaantony…, bueno. Garsey, naturalmente. Y más aún esos Braith. Son gente violenta, animales xenófobos. ¡Pero usted! Dirk, usted, un hombre de Avalon, no puede rebajarse a tanto. Piénselo. Se lo suplico. Sí, se lo suplico, por mí, por Gwen, por usted mismo. ¿Cómo puede tomar en serio esa decisión? Dígame, debo saberlo… ¡De Avalon! Usted creció a la par que la Academia del Conocimiento Humano, sí, con el Instituto de Avalon para el estudio de la inteligencia No-Humana, también. El mundo de Tomás Chung, la base de operaciones del Proyecto Kleronomas. Usted ha vivido rodeado de historia y conocimientos que no se conservan en ninguna parte salvo quizás en la Vieja Tierra o Nueva Ínsula. Usted ha viajado, es un hombre culto que ha visto diversos mundos y muchos pueblos diferentes. ¡Sí, usted tiene discernimiento! ¿O no? ¡Sí!
Dirk frunció el ceño.
—Arkin, usted no comprende. Yo no busqué la pelea. Es una especie de malentendido. Traté de disculparme, pero Bretan no quiso escuchar razones. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
—¿Hacer? Caramba, ¡marcharse, por supuesto! Llévese a la dulce Gwen y márchese; váyase de Worlorn en cuanto pueda. Ella le pertenece, Dirk. Y usted lo sabe. Ella lo necesita, sí, y nadie más que usted puede ayudarle. ¿Y cómo quiere ayudarle? ¿Portándose tan mal como Jaan? ¿Haciéndose matar? ¿Eh? Dígame, Dirk. Dígame.
Todo volvía a ser confuso. Mientras bebía con Janacek y Vikary, la situación parecía totalmente clara y fácil de aceptar. Pero ahora Ruark afirmaba precisamente lo contrario.
—No sé —repuso Dirk—. Es decir, rechacé la protección de Jaan, así es que debo protegerme por mi cuenta, ¿no es verdad? ¿Quién más es responsable? Ya he hecho las elecciones, todo. El duelo está fijado y no puedo echarme atrás.
—¡Claro que puede! —dijo Ruark—. ¿Quién podría impedírselo? ¿Con qué derecho, eh? En Worlorn no hay ninguna ley. Ninguna, ¡de veras! ¿Cómo se las arreglarían para cazarnos esas bestias, si hubiera una ley? Pero no, no la hay. Y todo el mundo tiene problemas. Pero no hay obligación de batirse a duelo si uno no quiere…
La puerta se abrió con un chasquido, y al volverse Dirk se encontró con Gwen. Entornó los ojos, mientras los de Ruark se animaban de súbito.
—Ah, Gwen —dijo el kimdissi—, ven aquí; convence a t’Larien. Este necio pretende batirse a duelo, de veras, como si fuera el mismo Garsey.
Gwen entró y se quedó de pie entre ambos. Vestía pantalones tornasolados (ahora gris oscuro), y un jersey negro, y llevaba el cabello anudado con un pañuelo verde. La cara recién lavada lucía una expresión adusta.
—Bajé con el pretexto de verificar ciertos datos —dijo, relamiéndose nerviosamente los labios—. No sé qué decir. Le pregunté a Garse acerca de Bretan Braith Lantry. Dirk, es muy probable que él te liquide.
Las palabras de Gwen le dejaron helado. Dichas por ella, sonaban diferente.
—Lo sé —dijo—. Eso no cambia las cosas, Gwen. Es decir, si sólo me interesara no correr riesgos, podría ser korariel de Jadehierro, ¿verdad?
—De acuerdo —convino ella—. Pero te negaste. ¿Por qué?
—¿Qué me dijiste en el bosque? ¿Y más tarde, otra vez? Acerca de los nombres… No quería ser propiedad de nadie, Gwen. No soy korariel —la miró; a Gwen se le ensombreció la cara, echó una fugaz mirada al jade-y-plata.
—Comprendo —dijo ella con un hilo de voz.
—Yo no —barbotó Ruark—. Sea korariel si es necesario. ¿Qué hay con eso? ¡Es sólo una palabra! Pero conservará la vida, ¿eh?
Gwen observó al kimdissi sentado en el taburete. Enfundado en la bata verde, aferrando la copa y tosiendo, tenía un aire de vaga comicidad.
—No, Arkin —dijo Gwen—. Ese fue mi error. Pensé que betheyn era sólo una palabra.
El kimdissi se sonrojó.
—¡Muy bien, de acuerdo! De modo que Dirk no es korariel, bien. No es propiedad de nadie. Eso no significa que deba batirse, desde luego que no. El código de honor kavalar es una insensatez, una flagrante demostración de imbecilidad. ¿Qué? ¿Usted está obligado a ser imbécil, Dirk? ¿A morir como un imbécil?
—No —dijo Dirk—. Tengo que hacerlo, es todo. Es lo que corresponde.
Las palabras de Ruark le molestaban. Tampoco él creía en el código de Alto Kavalaan. ¿Por qué, entonces, le molestaban? Estaba lejos de saberlo. Como demostración de algo, pensó. Pero ignoraba qué, ni a quién.
—¡Palabras! —estalló Ruark.
—Dirk, no quiero que te maten —dijo Gwen—. Por favor…, no resistiría un trago tan amargo.
El regordete Ruark lanzó una risita amable.
—No. Le disuadiremos, ¿verdad? —sorbió vino—. Escúcheme Dirk, al menos escúcheme.
Dirk accedió a regañadientes.
—Bien. Primero, responda a esto: ¿cree usted en el duelo de honor como institución social, o como norma moral? Contésteme con franqueza.
—No —dijo Dirk—. Pero tampoco creo que Jaan crea en él, a juzgar por algunos comentarios. No obstante, se bate cuando no le queda más remedio. De lo contrario, sería un cobarde.
—No. Nadie piensa que usted sea un cobarde, ni él tampoco. Jaantony puede ser kavalar, con todo lo malo que eso significa. Pero ni siquiera yo lo tildo de cobarde. Hay diferentes clases de valor, ¿no? Si esta torre se incendiara, tal vez usted arriesgaría la vida para salvar a Gwen, posiblemente a mí, y también a Garse, quizá…, ¿no es cierto?
—Creo que sí —dijo Dirk.
Ruark asintió con la cabeza.
—¿Ve? Usted es un hombre valiente. No necesita suicidarse para demostrarlo.
Gwen aprobó las palabras de Ruark.
—Recuerda lo que me dijiste esa noche en Kryne Lamiya, Dirk. Acerca de la vida y la muerte. Después de eso no puedes matarte porque sí, ¿no te parece?
—Cuernos, no se trata de un suicidio.
Ruark rio.
—¿No? Es lo mismo. O algo muy parecido. ¿Piensa usted acaso que derrotará a Bretan?
—Bueno, no. Pero…
—Si a él se le cayera la espada porque los dedos le transpiran o por cualquier otra causa, ¿lo mataría usted?
—No —dijo Dirk—. Yo…
—Eso estaría mal, ¿verdad? ¡Sí, claro que sí! Bueno, dejar que él lo mate a usted está igualmente mal. O darle la oportunidad. Es una idiotez. Además, usted no es kavalar, así es que ni me mencione a Jaantony. Por digno que sea, él es capaz de matar. Usted es diferente, Dirk. Y él tiene una excusa para luchar, una causa, el afán de transformar a su pueblo. Tiene un gran complejo mesiánico. Pero en fin, no nos burlemos de él. Usted Dirk, en cambio, no. ¿O sí?
—Creo que no. Pero maldito sea, Ruark, él hace lo correcto. Usted no se veía tan suelto de cuerpo cuando él le contó cómo los Braith le habrían dado caza si Jadehierro no lo protegiera.
—No, claro que no me cayó nada de bien. Para qué mentir. Pero eso no cambia las cosas. Tal vez soy korariel, tal vez los Braith son peores que los Jadehierro, tal vez Jaan recurre a la violencia para impedir una violencia peor. ¿Le da eso la razón, tal vez? Ah, no sabría decirlo. ¡Una opción moral muy difícil, sin duda! Es posible que los duelos de Jaan sirvan a un propósito, sí; para su pueblo, para nosotros. Pero el duelo de usted es una locura, no sirve de nada, sólo para que lo maten. Y Gwen permanecerá con Jaan y con Garsey para siempre, hasta que quizá pierdan algún duelo. Para ella no será nada agradable…
Ruark se calló y terminó el vino, luego giró sobre el taburete para servirse otra copa. Dirk estaba muy tieso, sintiendo la mirada ansiosa que Gwen le clavaba en los ojos. La cabeza le palpitaba. Ruark lo trastocaba todo, pensó de nuevo. Tenía que hacer lo que correspondía, pero no sabía qué. De pronto, toda su resolución se había evaporado. Un silencio espeso flotaba en el taller.
—No esquivaré el bulto —dijo finalmente Dirk—. De ningún modo. Pero tampoco me batiré. Iré a comunicarles mi decisión. Me negaré a pelear.
El kimdissi agitó el vino y rio.
—Bien. Esa actitud refleja cierta valentía moral. Sin duda. Jesucristo y Sócrates y Erika Stormjones, y ahora Dirk t’Larien: grandes mártires de la historia. Sí. Tal vez el poeta de Acerorrojo le dedique a usted algunos versos.
Gwen le respondió con más seriedad.
—Estos son Braith, Dirk. Altoseñores de Braith de la vieja escuela. En Alto Kavalaan tal vez nunca te retarían a duelo pues los consejos de altoseñores reconocen que los extranjeros no adhieren al mismo código. Pero aquí es diferente. El arbitro se pronunciará en tu contra, y Bretan Braith y sus hermanos de clan te matarán o te cazarán. A ojos de ellos, si te rehúsas a luchar, te conviertes en Cuasi-hombre.
—No puedo huir —insistió Dirk; de pronto, no tenía más argumentos, sólo le quedaba una emoción oscura, la resolución de afrontar de algún modo las circunstancias.
—Usted se empeña en renunciar a su cordura. De veras. No es cobardía, Dirk. Es la elección más valiente, piénselo así; arriesgarse a que le desprecien por huir. Aun así no faltarán riesgos. Tal vez lo persigan… Bretan Braith, si vive. O los otros, en caso contrario. Pero usted vivirá, y así quizá los eluda y ayude a Gwen.
—No puedo —dijo Dirk—. Se lo he prometido a Jaan y a Garse.
—¿…que les ha prometido? ¿Qué? ¿Que moriría?
—No. Sí. Es decir, Jaan me hizo prometer que sería el hermano de Janacek. Ellos no estarían en este enredo si Vikary no hubiera intentado mejorar de algún modo mi situación.
—…después de que Garse hiciera todo lo posible por empeorarla —dijo Gwen con amargura; Dirk se sobresaltó al percibir que esa voz calma era repentinamente insidiosa.
—Podrían morir mañana, también —dijo Dirk, con incertidumbre—. Y yo seré el responsable. Pero tú me pides que les abandone…
Gwen se le acercó y levantó las manos. Le rozó ligeramente las mejillas con los dedos para apartarle el pelo de la cara, y lo miró fijamente con sus ojos verdes. De pronto él recordó otras promesas; la joya susurrante. Y momentos del pasado que se agolpaban en su memoria; el mundo giraba, el bien y el mal se confundían irremediablemente.
—Dirk, escúchame —dijo lentamente Gwen—. Jaan se ha batido en seis duelos por mi causa. Garse, que ni siquiera me ama, ha participado en cuatro. Han matado por mí, por mi orgullo, por mi honor. Yo no pedí que lo hicieran, así como tú, que no les pediste protección. Luchaban por el concepto de honor que tienen ellos, no yo. Aun así, esos duelos significaban tanto para mí como éste para ti. Y pese a todo, me pediste que les dejara, que regresara a ti y que volviera a amarte…
—Sí —dijo Dirk—. Pero, no sé… Siempre he dejado una estela de promesas sin cumplir —la voz se le sofocó—. Jaan me nombró keth.
—Si le nombrara cena —gruñó Ruark—, ¿se metería usted de un salto dentro del horno?
Gwen meneó la cabeza tristemente.
—¿Qué sientes? ¿Un deber? ¿Una obligación?
—Supongo que sí —dijo Dirk, no muy convencido.
—Entonces, tú mismo acabas de responder por mí, Dirk. Me has dado la respuesta que yo debía darte a ti. Si te sientes tan obligado a cumplir los deberes de un keth de duración limitada, un vínculo que ni siquiera tiene vigencia en Alto Kavalaan, ¿cómo puedes pedirme que deje de lado el jade-y-plata? Betheyn significa más que keth.
Le quitó las manos de la cara y retrocedió.
Dirk estiró su brazo con brusquedad y apresó a Gwen por la muñeca. La muñeca izquierda. Cerró el puño sobre el metal frío y el jade pulido.
—No —dijo.
Gwen guardó silencio. Esperó.
Para Dirk, Ruark había dejado de existir. El taller se había evaporado en las sombras. Sólo estaba Gwen, mirándole con esos enormes ojos verdes llenos de… ¿qué? ¿De promesas? ¿De amenazas, sueños perdidos? Ella esperó en silencio mientras él tropezaba con las palabras, sin saber qué decir; sentía en la mano el jade-y-plata. Recordaba:
Lágrimas rojas llenas de amor, envueltas en plata y terciopelo, una llama intensa y gélida.
La cara de Jaan: pómulos altos, la mandíbula lisa y cuadrada, el pelo negro y ralo, la sonrisa benigna. La voz, templada como el acero, siempre imperturbable: Pero existo.
Las torres blancas y espectrales de Kryne Lamiya gimiendo, burlándose, cantando a la desesperación mientras un tambor distante redoblaba monótonamente. Y en medio de todo, la firmeza y la decisión. Frente a ese canto él había sabido responder de inmediato.
La cara de Garse Janacek, distante (los ojos de humo azul, la cabeza rígida, la boca severa), hostil (la mirada glacial, la eterna sonrisa socarrona bajo la barba), lleno de un humor amargo (los ojos saltones, los dientes expuestos en lo que parecía la mueca de la misma muerte).
Bretan Braith Lantry; un tic y un ojo de piedraviva. Una figura temible y digna de compasión. Un beso frío y espantoso.
Vino rojo en copas de obsidiana, vapores que irritaban los ojos, una sala con olor a cinamomo y una extraña camaradería.
Palabras. Un hermano de clan de una nueva especie, había dicho Jaan.
Palabras. Será desleal, prometió Garse. La cara de Gwen, una Gwen más joven, más espigada, de ojos más grandes. La risa de Gwen. El llanto de Gwen. El orgasmo de Gwen. Abrazándole, los senos rojos y encendidos, el cuerpo tenso. Gwen susurrándole: Te amo, te amo. ¡Jenny!
Una sombra negra y solitaria arrastrando una barcaza aguas abajo, en un canal oscuro e interminable. Recuerdos.
Aferraba temblorosamente la muñeca de Gwen.
—Si no me bato a duelo —dijo al fin—, ¿dejarás a Jaan? ¿Y vendrás conmigo?
—Sí —dijo ella con dolorosa lentitud, acompañando la afirmación con un pesado cabeceo—. Estuve pensándolo todo el día, lo conversé con Arkin; con él planeamos traerte aquí, al taller, y que yo le diría a Jaan y a Garse que tenía que trabajar.
Dirk separó las piernas, y un intenso hormigueo se las recorrió mientras desaparecían la fatiga y el entumecimiento. Se levantó con aire resuelto.
—¿Entonces ibas a hacerlo, de todas maneras? ¿No es sólo a causa del duelo?
Ella afirmó con un movimiento de cabeza.
—Entonces iré —resolvió Dirk—. ¿Cuándo podremos largarnos de Worlorn?
—Dos semanas y tres días —dijo Ruark—. Hasta entonces no hay ningún vuelo.
—Tendremos que ocultarnos —dijo Gwen—. Considerando las circunstancias, es lo único seguro. Esta tarde no había decidido aún si comunicárselo a Jaan o marcharme sin rodeos. Pensé que tal vez le hablaría y que luego, juntos, nos enfrentaríamos a él. Pero lo del duelo ya define las cosas. Ahora no te permitirían partir.
Ruark se bajó del taburete.
—Vayan entonces —les dijo—. Yo me quedaré aquí, vigilaré. Ustedes podrán llamarme, para que les dé las novedades. Para mí es bastante seguro, a menos que Garsey y Jaantony pierdan el duelo. En ese caso iría rápidamente a reunirme con ustedes, ¿eh?
Dirk tomó las manos de Gwen.
—Te amo —le dijo—. Todavía te amo.
Ella sonrió gravemente.
—Me alegro, Dirk. Tal vez podamos recuperarlo todo. Pero ahora tenemos que darnos prisa, desaparecer por completo. De aquí en más, todos los kavalares son nuestros enemigos.
—De acuerdo —dijo él—. ¿Adonde?
—Baja a buscar tus cosas. Necesitarás buenos abrigos. Luego nos encontraremos en la azotea. Nos llevaremos el aeromóvil y decidiremos sobre la marcha.
Dirk asintió y la besó apresuradamente.
Volaban sobre los ríos oscuros y las ondulantes colinas del llano cuando las primeras luces del alba rasgaron el cielo, un fulgor carmesí hacia el este. Pronto se elevó el primer sol amarillo, y la oscuridad se transformó en una niebla gris que se evaporaba rápidamente. El coche con aletas de raya estaba abierto, como siempre. Gwen lo conducía a máxima velocidad, de modo que el estruendo del viento les hacía imposible conversar. Mientras ella conducía, Dirk dormía a su lado, arrebujado en un gabán castaño que Ruark le había dado antes de la partida.
Cuando la brillante lanza de Desafío resplandeció en el horizonte, Gwen lo despertó tocándole el hombro suavemente. Dirk había tenido un sueño ligero y sobresaltado. De inmediato se enderezó y bostezó.
—Hemos llegado —comentó innecesariamente. Gwen no respondió. El aeromóvil perdió velocidad mientras la ciudad emereli aumentaba de tamaño. Dirk contempló el amanecer.
—Ya salieron dos soles —dijo—, y mira; casi se puede ver al Gordo Satanás. Supongo que ya sabrán que nos hemos ido —se imaginó a Vikary y Janacek esperándole con los Braith en el cuadrado de la muerte dibujado en la calle. Bretan se pasearía con impaciencia, sin duda. Luego emitiría ese ronquido tan peculiar; el ojo de piedra luciría frío y opaco en la mañana, un rescoldo muerto en la cara deforme. Tal vez Bretan ya haya muerto, o Jaan, o Garse Janacek. Dirk se sonrojó, vagamente avergonzado. Se acercó a Gwen y la rodeó con el brazo.
Desafío crecía ante ellos. Gwen guió el aeromóvil en un brusco ascenso a través de un banco de nubes deshilachadas. Las fauces negras de la pista de aterrizaje se iluminaron al acercarse el vehículo, y Dirk vio los números mientras Gwen descendía. El nivel 520, una pista vasta, inmaculada y desierta.
—Bienvenidos —dijo una voz familiar mientras la raya revoloteaba hasta tocar el suelo—. Soy la Voz de Desafío. ¿Puedo atenderles?
Gwen apagó el motor y salió de la cabina.
—Queremos ser residentes temporarios.
—La tarifa es muy razonable —dijo la Voz.
—Entonces, llévanos a un compartimiento.
Una pared se abrió para dar paso a un automóvil con neumáticos-balón. Salvo el color, era idéntico al que los había trasladado en la visita anterior. Gwen subió al coche y Dirk empezó a cargarlo con el equipaje que traían en el asiento trasero del aeromóvil: el sensor, tres maletas atiborradas de ropa, una mochila con todo el instrumental de campo de Gwen. Los dos aeropatines, junto con las botas de vuelo, estaban en el fondo de la pila. Pero Dirk los dejó en el aeromóvil.
El vehículo se puso en marcha y la Voz les informó sobre las diversas instalaciones disponibles. En Desafío había cuartos amoblados en mil estilos diferentes, para que los visitantes se sintieran en casa aunque prevaleciera la atmósfera de di-Emerel.
—Algo simple y barato —le dijo Dirk—. Cama matrimonial, cocina y ducha.
La Voz les condujo a un pequeño cubículo con paredes azul pastel, dos niveles más arriba. Tenía una cama matrimonial que ocupaba casi todo el cuarto, una kitchenette empotrada y una enorme videopantalla de color que abarcaba las tres cuartas partes de una pared.
—Genuina suntuosidad emereli —dijo sarcásticamente Gwen en cuanto entraron; dejó en el suelo el sensor y las ropas, y se desplomó con alivio en la cama.
Dirk acomodó las maletas que traía detrás de un panel corredizo, y luego se sentó en el borde de la cama, al lado de los pies de Gwen. Miró la pantalla.
—Hay una amplia selección de videocintas disponibles para entretenerles —dijo la Voz—. Lamento informarles que toda la programación regular del Festival ha terminado.
—¿No desapareces nunca? —protestó Dirk.
—Las funciones monitoras básicas continúan permanentemente, para protección y salvaguardia de ustedes; pero si lo desean, mi función asistencial puede ser desactivada temporariamente en donde se alojan ustedes. Algunos residentes lo prefieren así.
—Yo entre ellos —dijo Dirk—. Desactívate.
—En caso de que cambie de idea o necesite algún servicio, basta con apretar el botón de la estrella en cualquier videopantalla cercana —dijo la Voz—. Así estaré nuevamente a sus órdenes —luego se calló.
Dirk aguardó un instante.
—¿Voz? —llamó. No hubo respuesta. Hizo un gesto de satisfacción y se puso a investigar la pantalla. Gwen ya se había dormido con la cabeza apoyada en las manos, acurrucada de costado.
Dirk no veía el momento de llamar a Ruark para enterarse de los resultados del duelo; quién había sobrevivido y quién no. Pero todavía no le parecía seguro. Algún kavalar tal vez acompañaba a Ruark en el departamento o el taller, y una llamada delataría su posición. Tendría que esperar. Antes de la partida, el kimdissi les había dado el número de llamada de un departamento desocupado dos pisos más arriba que el suyo, diciéndole a Dirk que llamara sólo después del anochecer. Si era seguro, él prometía estar allí y responder. De lo contrario, no habría respuesta. En todo caso, Ruark ignoraba adonde habían ido los fugitivos, de modo que los kavalares no podrían sonsacarle esa información.
Dirk estaba exhausto. Aunque había dormido un poco durante el viaje, lo abrumaba un agotamiento agudizado por una vaga culpabilidad. Finalmente tenía a Gwen a su lado, pero no estaba exultante. Tal vez eso viniera más tarde, cuando hubieran desaparecido otras inquietudes y los dos empezaran a conocerse de nuevo, tal como en Avalon hacía muchos años. Pero tendrían que esperar a estar fuera de Worlorn, lejos de Jaan Vikary, Garse Janacek y los otros kavalares, lejos de las ciudades muertas y los bosques moribundos. Regresarían al Velo del Tentador, pensó Dirk mientras miraba distraídamente la pantalla en blanco. Abandonarían el Confín, irían a Tara o Braque o algún otro planeta sensato. Tal vez de vuelta a Avalon, tal vez más lejos, a Gulliver, o Vagabundo, o Viejo Poseidón. Había un centenar de mundos que él desconocía, un millar, más… Mundos de hombres y no-hombres y seres extraños, toda clase de lugares distantes y románticos donde nadie habría oído mencionar siquiera a Alto Kavalaan, o Worlorn. Ahora Gwen y él podrían visitarlos juntos.
Demasiado cansado para dormir, nervioso e intranquilo, Dirk decidió distraerse jugueteando con la pantalla. La encendió y apretó el botón del signo de interrogación, tal como el día anterior en el departamento de Ruark en Larteyn, y la misma lista de servicios titiló frente a él en cifras tres veces más grandes. Las estudió atentamente, para aprender todo lo posible; tal vez pudiera hacerse de conocimientos útiles, averiguar algo que pudiera ayudarles.
La lista incluía un número de llamada para recibir noticias planetarias. Lo marcó con la esperanza de que el duelo de Larteyn hubiera sido registrado, tal vez como un obituario. Pero la pantalla se puso gris, y unas letras blancas destellaron intermitentemente hasta borrarse: 'Servicio Anulado’.
Fastidiado, Dirk marcó la secuencia correspondiente a informes sobre vuelos espaciales, para corroborar lo que Ruark le había dicho. Esta vez tuvo más suerte. En los próximos dos meses normales arribarían tres naves: la primera, que como había dicho el kimdissi llegaría en dos semanas más, era una nave del Confín llamada Teric neDahlir. Lo que Ruark no había mencionado era que el destino del vuelo eran los mundos exteriores: la nave procedía de Kimdiss y se dirigía a Eshellin, el Mundo del Océano Vinonegro y finalmente a di-Emerel, el punto de partida. Una semana más tarde llegaba un carguero de Alto Kavalaan. Luego no había nada hasta el regreso del Temblor de Enemigos Olvidados, con destino al Velo.
Pero no podían esperar tanto tiempo; tendrían que tomar el Teric neDahlir y trasbordar en algún mundo un poco alejado. Embarcarse, había reflexionado Dirk, sería el paso más riesgoso. Era prácticamente imposible que los kavalares los descubrieran en Desafío cuando debían registrar todo un planeta. Pero Jaan Vikary sin duda adivinaría que los fugitivos querrían marcharse de Worlorn lo antes posible. O sea que llegado el momento, estaría esperándoles en el puerto espacial. Dirk no tenía idea de cómo podrían escabullirse, simplemente se aferraba a la esperanza de que no fuera necesario.
Borró los datos y tecleó otros números; le interesaba saber cuáles servicios estaban cancelados por completo, cuáles funcionaban precariamente —asistencia médica de urgencia, entre ellos—, y los que aún funcionaban como en tiempos del Festival. A menudo se veían pantallazos de las otras ciudades, lo cual le convenció de que haber venido a Desafío había sido una decisión feliz. Los emereli se habían propuesto erigir una ciudad inmortal, y la habían dejado funcionando pese a la inminencia del frío, la oscuridad y el hielo. Aquí se podría vivir cómodamente. En comparación, las otras ciudades estaban en condiciones lamentables. Cuatro de las catorce se hallaban totalmente a oscuras, sin reservas energéticas, y una estaba tan erosionada por el viento y la intemperie que ya se desmoronaba en ruinas polvorientas.
Dirk siguió apretando botones durante un tiempo, pero al fin el juego lo cansó, se sintió aburrido e inquieto. Gwen seguía durmiendo. Aún era de mañana, imposible llamar a Ruark. Desconectó la pantalla, se enjuagó un poco en el cuarto de baño, luego volvió a la cama y apagó las luces. No se durmió de inmediato. Tendido en la tibia penumbra, miraba el cielo raso y escuchaba la tenue respiración de Gwen. Estaba preocupado, pensaba en otras cosas.
Pronto se arreglará todo, se decía. Volverá a ser como en Avalon… Pero le costaba creerlo. Ya no se sentía como el viejo Dirk t’Larien, el Dirk de Gwen, el que le había prometido que volvería a ella. Se sentía en cambio como si todo siguiera igual; continuaba su camino tan afanosa y desesperanzadamente como en Braque y los otros mundos que había conocido. Tenía de nuevo a su Jenny, y debería estar loco de alegría, pero en cambio le agobiaba una mórbida sensación de abatimiento. Como si de algún modo hubiera vuelto a fallarle a Gwen.
Ahuyentó esos pensamientos y cerró los ojos.
Cuando despertó, ya era de tarde. Gwen se había levantado.
Dirk se duchó y se puso un conjunto de tela sintética de Avalon, de colores suaves. Luego los dos salieron al corredor tomados de la mano, para explorar el nivel 522 de Desafío.
El compartimiento de ellos era uno de los miles que había en un sector residencial del edificio. Alrededor había otros, idénticos al que tenían, salvo por los números de las puertas negras. El suelo, las paredes y el cielo raso de los corredores estaban revestidos de tapizados color cobalto, y las luces que colgaban en las intersecciones, globos pálidos y apacibles, un sedante para los ojos, hacían juego con ese tono.
—Qué aburrido —dijo Gwen, después que caminaron unos minutos—. La uniformidad es deprimente. Además, no veo ningún mapa. Me sorprende que la gente no se pierda.
—Supongo que en ese caso consultarían a la Voz —dijo Dirk.
—Es cierto, lo había olvidado —frunció el ceño—. ¿Qué le habrá pasado a la Voz? No ha hablado mucho últimamente…
—La hice callar —le informó Dirk—. Pero seguramente sigue observándonos.
—¿Puedes ponerla de nuevo en funcionamiento?
El asintió y se detuvo, luego la condujo hacia una de las puertas negras más próximas. El compartimiento, como había esperado, estaba vacío; la puerta se abrió de inmediato. Adentro, la cama, la decoración, la pantalla, todo era igual. Dirk encendió la pantalla, apretó el botón con una estrella dibujada y luego apagó nuevamente el aparato.
—¿Se les ofrece algo? —preguntó la Voz.
Gwen le sonrió a Dirk con una expresión lánguida y fatigada. Estaba tan exhausta como él, según parecía. Arrugas de preocupación le aureolaban las comisuras de los labios.
—Sí —dijo Gwen—. Queremos hacer algo. Diviértenos. Danos alguna ocupación. Muéstranos la ciudad…
A Dirk le pareció que Gwen hablaba con excesiva rapidez, como si ansiara distraerse para ahuyentar algún pensamiento funesto. ¿Era preocupación por la seguridad de ambos, o por Jaan Vikary?
—Comprendo —dijo la Voz—. Les guiaré, pues, por las maravillas de Desafío, la gloria de di-Emerel renacida en el distante Worlorn.
Luego, la Voz les impartió instrucciones y ellos caminaron hacia los ascensores más cercanos para alejarse de ese reino de eternos corredores rectos color cobalto y visitar regiones más coloridas y menos monótonas.
Ascendieron a Olimpo, un salón afelpado en la misma cima de la ciudad, y miraron a través del único ventanal de Desafío hundidos en la alfombra negra hasta los tobillos.
Un kilómetro más abajo se deslizaban hileras de nubes oscuras arrastradas por un viento gélido que ellos no podían sentir. Era un día apagado y triste; el Ojo del Infierno ardía y fulguraba como de costumbre pero sus compañeros amarillos yacían ocultos por la bruma grisácea que empañaba el cielo. Desde las torres se veían las montañas lejanas y el borroso verdor del llano. Un mozo-robot les sirvió refrescos.
Caminaron hacia el hueco central; una fosa cilíndrica que atravesaba la ciudad-torre desde la cima hasta el fondo. De pie en el balcón más alto se tomaron de la mano y miraron hacia abajo: innumerables filas de balcones se perdían en un abismo de luz tenue. Luego abrieron la puerta de hierro forjado y saltaron. Y sin soltarse las manos cayeron flotando envueltos en la corriente tibia. El hueco central era una instalación recreativa donde se mantenía una gravedad artificial que apenas merecía el nombre de gravedad: era menor que la centésima parte de la normal en di-Emerel.
Pasearon por la galería exterior, un ancho corredor inclinado que subía en espiral bordeando la pared externa de la ciudad como la acanaladura de un tornillo gigantesco, de manera que el turista activo podía caminar desde la planta baja hasta la cima. Restaurantes, museos y tiendas se alineaban a ambos lados de la avenida; en el medio había carriles ahora desiertos, destinados a los coches de neumáticos-balón y los vehículos más rápidos. Una docena de aceras mecánicas (seis que subían y seis que bajaban), integraban la franja central de ese bulevar que se iba curvando ligeramente. Cuando se cansaron de caminar, subieron a una acera mecánica, luego a una más rápida y luego a otra más veloz todavía. Mientras el paisaje se deslizaba a los costados, la Voz señalaba los elementos de particular interés (en realidad, ninguno de ellos demasiado interesante).
Nadaron desnudos en el Océano Emereli, un mar artificial de agua dulce que ocupaba casi la totalidad de los niveles 231 y 232. El agua era verde, brillante y cristalina, tan límpida que se veían las algas oscilando sinuosamente en el fondo, dos niveles más abajo. Relumbraba bajo paneles de luces que producían la ilusión de un sol resplandeciente. Pequeños peces de carroña surcaban las zonas más bajas del océano; en la superficie, plantas flotantes se mecían y bogaban como hongos gigantes de fieltro verde.
Bajaron la rampa en esquíes energéticos, del centésimo nivel al primero; una excitante y vertiginosa zambullida sobre una tersa superficie de plástico. Dirk se cayó dos veces, y en cada oportunidad volvió automáticamente hacia arriba.
Inspeccionaron un gimnasio de caída libre.
Atisbaron auditorios en penumbra, construidos para albergar a miles de espectadores, y rehusaron ver las grabaciones de holodramas que les ofreció la Voz.
Comieron, apresuradamente y sin complacencia, en un café al paso en medio de un paseo comercial ahora desierto.
Vagaron por una jungla de árboles sinuosos y musgo amarillo donde las cintas magnetofónicas reproducían sonidos de animales, que reverberaban extrañamente en las paredes de ese parque vaporoso y tórrido.
Finalmente, aunque inquietos y preocupados, y no muy divertidos con el paseo, se dejaron conducir de vuelta a la habitación. Afuera, les informó la Voz, el verdadero crepúsculo se cernía sobre Worlorn.
Dirk, de pie en el angosto espacio entre la cama y la pantalla, apretó los botones de llamada. Gwen se sentó detrás. Ruark tardó mucho en contestar. Demasiado.
Dirk se preguntó con aprensión si no habría sucedido algo terrible. Pero en ese preciso instante la palpitante señal de llamada azul se extinguió y la cara rechoncha del Kimdissi cubrió la pantalla. Atrás, en una penumbra grisácea, se veía un departamento abandonado y sucio.
—¿Y bien? —dijo Dirk; miró por encima del hombro a Gwen, que se mordía el borde del labio y apoyaba la mano derecha en el brazalete de jade-y-plata que aún le ceñía el antebrazo izquierdo.
—¿Dirk? ¿Gwen? ¿Son ustedes? No puedo verles, no. Mi pantalla está a oscuras —los ojos descoloridos de Ruark parpadeaban inquietos bajo mechones ralos de pelo aún más descolorido.
—Claro que somos nosotros —exclamó Dirk—. ¿Quién otro iba a llamar a este número?
—No puedo verles —repitió Ruark.
—Arkin —dijo Gwen, aún sentada sobre la cama—, si pudieras vernos, sabrías donde estamos…
—Sí, no lo pensé. Tienes razón —Ruark cabeceó, y una doble papada se le insinuó apenas en el cuello—. Mejor es que no lo sepa.
—El duelo —urgió Dirk—. Esta mañana. ¿Qué ocurrió?
—¿Jaan está bien? —preguntó Gwen.
—No hubo duelo —les dijo Ruark—. Fui a ver, pero no hubo duelo, de veras.
Los ojos de Ruark parpadeaban inquietos, como buscando algo que mirar, supuso Dirk. O quizás el kimdissi temía que los kavalares pudieran irrumpir en el departamento vacío.
Gwen suspiró audiblemente.
—¿Entonces todos están bien? ¿Jaan?
—Jaantony goza de excelente salud, y también Garsey, y los Braith —dijo Ruark—. No hubo disparos ni muertes, pero cuando advirtieron que Dirk faltaba a la cita, todos enloquecieron.
—Cuénteme —dijo serenamente Dirk.
—Sí. Bueno, por causa de usted, el otro duelo fue postergado.
—¿Postergado? —repitió Gwen.
—Si, postergado. Se batirán, del mismo modo y con las mismas armas, pero no ahora. Bretan Braith apeló al arbitro argumentando que tenía derecho a enfrentar primero a Dirk pues si moría en el duelo con Jaan y Garsey, su disputa con Dirk quedaría sin resolver. Exigió posponer el segundo duelo hasta que encontraran a Dirk. El arbitro accedió; una herramienta de los Braith… Accedía a todo cuanto le pedían esos animales. Rosef alto-Braith, le llamaban; un hombrecito maligno, sin duda alguna.
—Los Jadehierro —dijo Dirk—, Jaan y Garse, ¿alegaron algo?
—Jaantony no. Ni una palabra. Permaneció en un ángulo del cuadrado de la muerte, mientras los demás corrían aullando de un lado al otro, portándose como kavalares. Nadie más estaba dentro del cuadrado, salvo Jaan. Se quedó allí como si el duelo fuera a empezar en cualquier momento. Garsey se enfureció mucho. Primero, al ver que usted no llegaba, hizo bromas acerca de un posible malestar. Luego se aplacó y guardó silencio; se quedó quieto como Jaan, pero más tarde la furia se le pasó un poco, creo. Así que empezó a discutir con Bretan Braith y el arbitro y el otro contrincante, Chell. Todos los Braith estaban ahí, quizá para oficiar de testigos. Yo no sabía que teníamos tanta compañía en Larteyn, de veras… Bueno, de algún modo lo sabía en abstracto, pero cuando todos se juntan en un solo lugar es diferente. También vinieron dos de Shanagato, aunque no el poeta de Acerorrojo. O sea que faltaban tres; ustedes dos y él. De lo contrario, hubiera sido como una reunión del consejo de la ciudad, con todo el mundo vestido formalmente —rio.
—¿Tiene alguna idea de lo que podría ocurrir ahora? —preguntó Dirk.
—No se preocupen. Manténganse escondidos y tomen la nave. Ellos no podrán descubrirlos. ¡Tendrían que rastrear un planeta entero! Los Braith creo que ni se molestarán; eso sí, a usted, Dirk, lo han hecho nombrar Cuasi-hombre. Bretan Braith lo exigió, y su compañero habló sobre las viejas tradiciones, igual que algunos de los otros Braith. El arbitro convino en que quien faltaba a un duelo no era un hombre verdadero. Así que tal vez ahora intenten cazarle, pero no con algún propósito en especial; usted sólo es una presa más, otra cualquiera les daría igual.
—Cuasi-hombre —dijo Dirk con voz hueca; extrañamente tenía la sensación de haber perdido algo.
—Eso en cuanto a Bretan y los demás Braith, sí. Garse, creo, se preocupará más por encontrarlo a usted, pero no lo cazará como a un animal. Juró que usted se batiría a duelo, con Bretan Braith y después con él. O quizá primero con él.
—¿Y Vikary? —preguntó Dirk.
—Ya le dije. No hizo ningún comentario, en absoluto.
Gwen se levantó de la cama.
—Has estado hablando sólo acerca de Dirk —le dijo a Ruark—. ¿Qué pasa conmigo?
—¿Contigo? —Ruark parpadeó—. Los Braith dijeron que también eras Cuasi-hombre, pero Garsey no lo consintió. Amenazó con batirse a duelo con cualquiera que osara tocarte. Rosef alto-Braith protestó. Quería designarte Cuasi-hombre, tal como a Dirk, pero Garsey estaba furibundo. Entiendo que los duelistas kavalares pueden retar a los árbitros que toman decisiones erróneas, así que todavía no han resuelto nada al respecto. De modo que sigues siendo betheyn, mi dulce Gwen, y estás bajo protección. Si te capturaran sólo te traerían de vuelta. Después serías castigada, pero sólo por Jadehierro. En verdad, no hablaron demasiado de ti; mucho más les interesa Dirk. Al fin y al cabo, no eres más que una mujer, ¿eh?
Gwen no respondió.
—Le llamaremos de nuevo en unos días más —dijo Dirk.
—Tenemos que ponernos de acuerdo de antemano, Dirk. No siempre estoy en este agujero polvoriento —Ruark se rio de su propio comentario.
—En tres días más, entonces. A esta misma hora. Tenemos que pensar cómo haremos para llegar a la nave. Me imagino que Jaan y Garse custodiarán el puerto espacial cuando llegue el momento.
Ruark asintió.
—Pensaré algo.
—¿Podrías conseguirnos armas? —preguntó repentinamente Gwen.
—¿Armas? —cloqueó el kimdissi—. Gwen, sin duda los hábitos kavalares se te han metido en la sangre. Soy de Kimdiss. ¿Qué puedo saber yo de lásers y esas cosas violentas? Puedo intentarlo por ti, sin embargo. Por mi amigo Dirk… Hablaremos de ello en la próxima oportunidad. Ahora debo cortar.
La cara del kimdissi se diluyó, y Dirk apagó la pantalla antes de volverse hacia Gwen.
—¿Quieres luchar contra ellos? ¿Te parece prudente?
—No sé —dijo ella; caminó lentamente hacia la puerta, se volvió, regresó hacia él y luego se detuvo; el compartimiento era tan pequeño que resultaba imposible pasearse aplomadamente.
—¡Voz! —exclamó de pronto Dirk, súbitamente inspirado—. ¿Hay alguna armería en Desafío? ¿Algún lugar en donde se pueda comprar lásers u otras armas?
—Lamento informarles que las normas de di-Emerel prohíben la portación de armas —respondió la Voz.
—¿Y armas deportivas? —sugirió Dirk—. ¿Para cazar o tirar al blanco?
—Las normas de di-Emerel prohíben toda clase de deportes y juegos sangrientos basados en violencia sublimada. Si ustedes pertenecen a una cultura donde se aprecian tales costumbres, por favor, tengan en cuenta que esto no implica una ofensa al mundo de ustedes. Pueden procurarse esas diversiones en otras zonas de Worlorn.
—Olvídalo —dijo Gwen—. De todos modos, fue una mala idea.
Dirk le puso las manos sobre los hombros.
—Igual no vamos a necesitar armas —dijo sonriendo—, aunque admito que me sentiría más tranquilo si tuviera una. Pero dudo de saber usarla, llegado el caso.
—Yo sí que sabría usarla —dijo ella; en sus ojos verdes había una dureza que Dirk no había visto antes. Por un segundo recordó a Garse Janacek y su mirada glacial y desdeñosa.
—¿Cómo? —dijo.
Ella gesticuló con impaciencia y encogió los hombros. Dirk apartó las manos y ella se alejó.
—Arkin y yo empleamos armas con proyectiles para nuestros estudios. Disparamos agujas de rastreo cuando tratamos de seguir las huellas de algún animal para investigar sus hábitos migratorios. Dardos soporíferos, también. Y hay aparatos sensores del tamaño de una uña, capaces de informarte cuanto quieras saber acerca de una forma de vida: cómo caza, qué come, cuándo copula, patrones cerebrales en diversas etapas del ciclo biológico. Con suficiente información de esa índole, puedes deducir el funcionamiento de todo un sistema ecológico gracias a los datos que te proporcionan las diversas especies. Pero primero tienes que instalar a tus espías, y para eso hay que inmovilizar a los sujetos con dardos. He disparado miles. Tengo buena puntería. Lástima que no se me ocurrió traerlos…
—Es diferente usar un arma con ese propósito —dijo Dirk—, que dispararle a un hombre con un láser. No he disparado con ninguna de las dos, pero no creo que se pueda comparar una con la otra.
Gwen se recostó contra la mesa y lo miró ladeando la cabeza.
—¿Crees que yo sería capaz de matar a un hombre?
—No.
Ella sonrió.
—Dirk, ya no soy la muchachita que conociste en Avalon. He pasado varios años en Alto Kavalaan; no fueron años fáciles, otras mujeres me escupieron a la cara. Garse Janacek me ha sermoneado mil veces acerca de las obligaciones del jade-y-plata. Otros kavalares me han tildado tantas veces de Cuasi-hombre y perra-betheyn que a menudo me sorprendo respondiéndoles —meneó la cabeza; debajo del ancho pañuelo que le ceñía la frente, los ojos eran duros como piedra verde. Jade, pensó vagamente Dirk. Jade, como en el brazalete que aún llevaba.
—Estás furiosa —le dijo—. Es fácil enfurecerse. Pero te conozco, amor. Sé que, esencialmente, eres una persona apacible.
—Lo fui. Trato de serlo. Pero ha pasado mucho tiempo, Dirk. Mucho, mucho tiempo, y esto se ha intensificado; lo único bueno de todo ha sido Jaan Vikary. Le he contado a Arkin; él sabe cómo me siento, qué he sentido. Hubo veces en que estuve a punto de… A punto…, con Garse, especialmente. Porque él es también parte de mí, curiosamente. Y duele cuando se trata de alguien a quien aprecias, alguien a quien casi podrías amar si no fuera por…
Gwen se interrumpió; tenía los brazos cruzados con fuerza sobre el pecho y fruncía el ceño. Se interrumpió.
Debe haberme visto la cara, pensó Dirk preguntándose por lo que podría haberle sucedido.
—Tal vez tengas razón —continuó Gwen al cabo de un instante, separando los brazos—. Tal vez soy incapaz de matar a nadie. Pero a veces siento que podría. Y en ese momento, Dirk, me gustaría mucho tener un arma —soltó una carcajada amarga—. En Alto Kavalaan no me dejaban ir armada, desde luego. ¿Para qué quiere armas una betheyn? Su altoseñor la protege, y el teyn. Una mujer armada podría lastimarse. Jaan…, bueno, Jaan ha luchado por cambiar muchas cosas. Lo intenta. Estoy aquí, después de todo. La mayoría de las mujeres nunca deja el claustro de piedra del clan, una vez que toman el jade-y-plata. Pese a todos sus intentos, que me merecen el mayor de los respetos, Jaan no comprende. Es un altoseñor, después de todo, y también lucha contra otras cosas, y cada vez que yo le digo algo, Garse dice lo contrario. A veces, Jaan ni siquiera se da cuenta. Y en cuanto a las cosas pequeñas, como que yo vaya armada, dice que no tienen importancia. Una vez le hablé al respecto, y él recalcó que yo me oponía a la costumbre de usar armas, a toda la artificiosidad de los duelos de honor, lo cual es cierto. Y sin embargo, Dirk… ¿Sabes? Anoche te entendí cuando le hablabas a Arkin de tu necesidad de enfrentar a Bretan aunque no compartieras el mismo código. A veces he sentido lo mismo.
Las luces del cuarto parpadearon un instante, languidecieron y luego recuperaron su intensidad normal.
—¿Qué pasa? —preguntó Dirk, alzando los ojos.
—No hay motivo de alarma —informó la Voz con su tono grave e inalterable—. Acaba de rectificarse una falla energética temporaria que afectaba al nivel de ustedes.
—¡Falla energética! —una imagen centelleó en la mente de Dirk, una imagen de Desafío (hermética, sin ventanas, totalmente cerrada), desprovista de energía…, la idea no era nada agradable—. ¿Qué ocurre?
—Por favor, no se alarmen —insistió la Voz, pero las luces desmentían sus palabras; se apagaron por completo, y durante un segundo fugaz una total y temible oscuridad envolvió a Gwen y a Dirk.
—Mejor nos vamos —dijo Gwen cuando volvió la luz. Abrió el panel corredizo y empezó a sacar las maletas. Dirk se acercó a ayudarle.
—Por favor, no se asusten —dijo la Voz—. Por la seguridad de ustedes, les pido que permanezcan en el compartimiento; la situación está bajo control, Desafío tiene muchas instalaciones de seguridad, así como refuerzos para todos los sistemas importantes.
Terminaron de empacar. Gwen se dirigió a la puerta.
—¿Ahora estás usando la energía auxiliar? —preguntó.
—Los niveles uno al cincuenta, 251 al 300, 351 al 450 y 501 al 550 utilizan en este momento la energía auxiliar —admitió la Voz—. No es motivo para alarmarse; técnicos robot están reparando la falla, y existen otros sistemas de reserva en el improbable caso de que también falte la energía auxiliar.
—No entiendo —dijo Dirk—. ¿Por qué? ¿A qué se deben las fallas?
—Dirk —dijo Gwen con calma—. Vámonos.
Salió. Una maleta en la mano derecha y el sensor colgando del hombro izquierdo. Dirk recogió las otras dos maletas y la siguió por los corredores azul cobalto. Corrieron hacia los ascensores, Gwen siempre adelante, los pasos sofocados por las alfombras.
—Los residentes que se dejan llevar por el pánico corren más riesgos que los que permanecen a salvo dentro de sus compartimientos mientras se subsana este pequeño inconveniente —les recriminó la Voz.
—Dinos lo que ocurre y quizá reconsideremos nuestra determinación —dijo Dirk; aun así, no se detuvieron ni dejaron de correr.
—Se han tomado las medidas de emergencia —dijo la Voz—. Se han despachado guardianes para conducirles a ustedes de vuelta al compartimiento; es para protección de ustedes. Repito, se han despachado guardianes para conducirles al compartimiento. Las normas de di-Emerel prohíben que…
Abruptamente las palabras empezaron a resbalar y la voz de bajo rechinó hasta convertirse en un gemido ronco que les raspó los oídos. De pronto, hubo un silencio estremecedor.
Las luces se apagaron. Dirk se detuvo un instante, luego avanzó dos pasos en la densa oscuridad y tropezó con Gwen.
—¿Qué? —dijo—. Lo siento.
—Cállate —susurró Gwen, y empezó a contar los segundos. A los trece, los globos colgantes de las intersecciones se encendieron de nuevo. Pero el resplandor azul era pálido y espectral, la visibilidad se había reducido al mínimo.
—Vamos —dijo Gwen; ahora caminaba con lentitud, avanzando cautelosamente en esa penumbra azulada.
Los ascensores no estaban lejos. Cuando las paredes volvieron a hablarles, la voz ya no era la Voz.
—Esta es una gran ciudad —dijo—, pero no tan grande como para esconderte, t’Larien. Estoy esperándote en el sótano más profundo, en el subnivel cincuenta y dos. La ciudad es mía. Ven a mí. Ahora, o la luz se apagará por completo y mi teyn y yo iniciaremos la cacería en la oscuridad.
Dirk reconoció al que hablaba. Era inconfundible. Ni en Worlorn ni en cualquier otra parte habría sido fácil reproducir la voz sibilante y ronca de Bretan Braith Lantry.