El hormigueo es intenso. Lynn acaricia a menudo la idea de hacerlo el mismo lunes, pero se controla, aplaza el consuelo que le depara la agitación hasta el martes. Así se lo ha propuesto. Así lo hará. No hay que apartarse de lo que uno se propone. El martes a las seis Lynn se mete bajo la cama, habitación 308, y espera.
La parejita llega tarde. Hablan hasta la una. No es una pelea, es una conversación que gira en torno al futuro, es una conversación en la que la palabra si reviste importancia, se trata de una casa que piensan comprar, se trata del tiempo que pasarán en común, se trata de las palabras vivir juntos, cuando vivamos juntos haremos, dice el hombre, y la mujer probablemente sonría, se trata de un hijo que todavía no ha nacido, se trata de una vida que todavía no se ha vivido, es la carretera futuro, de sentido único, que se extiende sobre la cama, en la oscuridad, los dos han apagado la luz, ahí arriba no hay sexo, se trata de dinero, de financiación, de préstamos, de sumas que pondrán los padres, se trata de agentes inmobiliarios y comisiones abusivas, y Lynn se pregunta si estarán abrazados, al menos, o cada uno por su cuenta, en su lado, y se limitarán a mirarse sin tocarse. La conversación cesa, ya no saben qué decir, el futuro es como un chicle mascado en la boca, y en medio del silencio reinante el hombre dice de pronto: mimimimi, la mujer suelta una risita, el hombre habla en falsete, mimimimi, dice, soy el cocinero sueco, dice, no, dice la mujer, ése es el ayudante del cocinero, bork, bork, bork, canta el hombre, y la mujer dice: no, por favor, pero el hombre le hace cosquillas pese a todo, y la mujer ríe y dice: no, para o me pongo a gritar, y el hombre para y vuelve a decir mimimimi, la mujer dice: quizá debiéramos intentar dormir, y entonces se hace el silencio, tan sólo otra risita queda, y la mujer musita: buenas noches, cariño, hasta mañana, dice el hombre, y Lynn oye cómo se apartan el uno del otro sin hacer ruido, la cama cruje.
De ahí en adelante todos los martes. Lynn se mete bajo la cama con un paño y limpia los somieres. Nunca había estado tan limpia la parte inferior de las camas. Lynn pasa las primeras horas allí sola. En esos momentos escucha lo que sucede en su interior. Pero no oye nada, tan sólo su pulso, a veces. Lynn se vacía por completo, los ojos cerrados, se sume en un estado de somnolencia. Cuando la puerta se abre y alguien entra en la habitación se sobresalta, vuelve en sí, apoya las manos en el vientre. Entonces está despierta. Entonces está allí.
El tercer martes, un hombre: hace flexiones junto a la cama, y Lynn ha de pasarse al otro extremo para que él no la vea. Después el hombre se sienta en el suelo con las piernas cruzadas. Dice brummmmm, alargando la m, un ejercicio de respiración, piensa Lynn, meditación, luego Lynn oye pasar las hojas de una revista, de vez en cuando un carraspeo, una respiración contenida, una espiración. En un momento dado la luz se apaga.
El cuarto martes alguien habla consigo mismo, dice: mierda, la palabra mierda una y otra vez, como si pensara en algo que ha hecho o dicho ese día y que preferiría deshacer, además Lynn oye dos veces palmadas, el hombre se da en la frente, como si quisiera decir: cómo se puede ser tan tonto, y Lynn piensa: qué habrá hecho, qué habrá dicho, a quién se lo habrá dicho, cuándo lo habrá dicho, tal vez en una reunión, una conferencia, debería haber ido más preparado, mierda, otra vez, una oportunidad desaprovechada, piensa Lynn, un negocio fallido, quizás, o una situación embarazosa, un no saber, second-messenger, dice ahora el hombre en la oscuridad, sobre Lynn, second-messenger, y se lamenta, cómo se puede ser tan tonto, dice, y a continuación otras dos palmadas, dice: mierda, mierda, mierda, no se le van de la cabeza sus colegas, imagina lo que pensarán de él después de lo que ha dicho o no ha dicho, quizá sólo sea una tontería, algo sin importancia, probablemente los otros lo hayan olvidado hace tiempo y ninguno piense ya en él ni en su error, cómo se puede, dicen sin embargo todos en la cabeza del hombre, cómo se puede ser tan tonto, el hombre se tranquiliza poco a poco, de vez en cuando Lynn escucha un leve suspiro cuando le asalta otro recuerdo, se avergüenza, piensa Lynn, está completamente solo en su vergüenza, una vergüenza de la que no puede despojarse esa noche.
El quinto martes, la tele. Lynn no puede ver la película, sólo oírla. Intuye las imágenes, oye voces y sonidos y ve lo que quiere ver, inventa imágenes propias, tanto si encajan como si no. Sólo la condiciona lo inequívoco de los sonidos. Cuando son pasos o un portazo, un grito o un motor que arranca; cuando es un beso o un golpe, cuando es un jadeo o una carrera; y Lynn piensa: no me apetece oír tantas cosas. Lo que más le gusta es el silencio. En el silencio todo es posible. Cuando el televisor enmudece, cuando la película calla, cuando en la habitación sólo hay imágenes, imágenes que no puede ver, entonces es como si durante un instante se saliera del tiempo, como si dejara de ser tan sólo ella misma. Esos momentos no son frecuentes, pero envuelven a Lynn como si de un cálido manto se tratara.
El sexto martes, una mujer que se queda dormida en el acto.