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Su vida va como una seda. Lynn se levanta, por la mañana, se asea y después limpia las habitaciones del hotel, ha conseguido el empleo, gracias a Heinz, y el terapeuta lanzó una palabra a la sala que lo abarcaba todo: terapia de confrontación. Informes, entrevistas, contrato, período de prueba, despido a la menor falta. Falta, piensa Lynn. El tiempo comete un montón de faltas. Cada día es una falta. Y Lynn hace las cosas con regularidad. Limpiar los baños de los huéspedes, pasar el aspirador por el vestíbulo, preparar el carro camarera, cambiar las camas, hacer las camas, limpiar el polvo, pasar el aspirador por las habitaciones, limpiar los cuartos de baño, los espejos, los azulejos, las bañeras, doblar el extremo del papel higiénico en forma de corbata, dejar chocolatinas sobre las almohadas, encender un cigarrillo en el descanso y fumarlo, junto a la ventana, con cuidado de no tocar la ventana, no dejar manchas de grasa en los cristales, impedir que entre ceniza con el aire, la papelera del baño, la papelera de la habitación, pasar la mano para comprobar que también estén limpias por dentro, despegar los chicles o acabar con los cercos de bebidas pegajosas o eliminar las puntas rotas de los lapiceros, echar un último vistazo a la habitación, recorrerla una última vez, no dejarse olvidado ningún producto de limpieza, ninguna tapa, ninguna bayeta en la bañera. Lynn ha aprendido a doblar las toallas del baño en forma de cisne. En las habitaciones de huéspedes de larga estancia a veces hay propina.

Después termina la jornada y comienza la cotidianidad. Las horas pasan, las tardes transcurren en el sofá, las noches se deslizan sin sueños. Lynn entra en un supermercado y mira a la gente, que empuja carritos por los pasillos y sabe lo que tiene que comprar. Lynn sigue a una persona cualquiera y coge los mismos paquetes de las estanterías. Casi como en aquella película, Nikita. Lynn se sitúa tras ella en la caja y deja las mismas cosas en la cinta transportadora. La mayoría de las veces nadie se da cuenta, pero cuando alguien se percata, la mira con recelo. Lynn se alimenta porque ha de hacerlo. Le gusta dilatar intencionadamente la preparación de la comida. Además hace cosas absurdas en sí, le agrada pelar rabanitos. No es tarea fácil, ya que los rabanitos son muy pequeños. Mientras Lynn retira la capa exterior roja de los bulbos sonríe porque piensa en la gente que sólo lava los rabanitos y se los mete en la boca y porque piensa que parecen mucho más bonitos, los rabanitos, cuando están desnudos, completamente blancos, completamente pelados. Lynn sale a pasear de vez en cuando, y en esas ocasiones va donde van todos, al parque, por ejemplo, da una vuelta, a veces hasta dos, ahora, en primavera, cuando hay sol, suda un poco porque todavía lleva el abrigo, y debajo del abrigo un grueso jersey. Cuando ve una piedra en el camino, grande como una mano, la coge, se la lleva y la arroja al estanque, que ahora no lleva mucha agua. Observa los círculos y se alegra cuando el mayor rompe en la orilla.

Por la tarde Lynn ve la tele. Saca películas del videoclub, le gusta ver Tiempos modernos, ovejas, gente, las ovejas, piensa Lynn, no salen bien paradas, extrae el DVD de la ranura y devuelve la película esa misma tarde. Así se ahorra uno cincuenta. Fuera empieza a hacer más calor poco a poco. La noche respira superficialmente. A veces se queda sentada sin más y deja que el reproductor de DVD engulla la película. Luego mira de reojo. No escucha las palabras. No sabe de qué va. Como mucho, de vez en cuando le saltan a la vista pequeñeces. Cuando alguien sopla una pelusa o a alguien le cae el pelo por la frente, o cuando Lynn ve algo en el borde de la imagen que le da que pensar, algún accesorio colocado allí con aparente descuido, la cámara ni siquiera considera necesario detenerse en él más tiempo, se aparta de él, un futbolín, sin montar, apoyado detrás de la puerta, un lazo rosa en el asa de un cubo de la basura, un tintero seco volcado, una parka en el armario, una declaración de amor grabada en el árbol, ilegible, al fondo un columpio que todavía se mueve un poco, como si un niño acabara de bajarse y salir corriendo del parque, poco antes de que los actores pasaran por delante del columpio, y en lugar de seguir la película Lynn se pregunta qué niño pudo columpiarse allí y por qué ha salido corriendo tan deprisa y si tendría miedo.

Lynn lleva como puede el sueño. Las noches son neutrales, no suponen ninguna amenaza. Tampoco ningún alivio. Las noches me engullen, piensa Lynn, las mañanas me escupen. Heinz le ha dado a Lynn un anticipo, las facturas están pagadas, el teléfono funciona otra vez. Lynn llama a su madre todos los jueves, pero no va a verla. Sólo la ida le llevaría cuatro horas. El terapeuta, le dice Lynn a su madre, le ha prohibido hacer un viaje tan largo. La madre murmura algo que Lynn no entiende, nada malo, sólo triste, piensa Lynn. Y el terapeuta asiente demasiado a menudo. Lynn lo visita todos los viernes. Ese continuo asentir la incomoda. A veces Lynn dice a propósito cosas que, en su opinión, no pueden ir acompañadas de un asentimiento, y pese a todo el terapeuta asiente. Eso siempre la saca de quicio. Lynn hace un esfuerzo y a menudo ni siquiera lo mira, al terapeuta, pero entonces piensa: si miro al suelo cabizbaja sacará conclusiones equivocadas. A Lynn le dan pastillas, pero no las toma nunca o casi nunca. En una ocasión alzó algo la voz, basta, gritó Lynn, deje de asentir de una vez. Pero el terapeuta se limitó a decir: muy bien, muy bien, suéltelo todo, mientras asentía de nuevo. Todos los viernes el terapeuta. Todos los miércoles su día libre. Todos los jueves la llamada a su madre, siempre los jueves a las siete y media de la tarde, antes del telediario. Su madre lleva toda la vida viendo el telediario de las ocho, no ha pasado un solo día sin escuchar que dan las ocho desde el salón. Todos los lunes la cita con Heinz, entre la una y las dos, el precio que paga por entrar en el show de la normalidad. Lynn echa antical bajo el borde de los retretes, ha de extender bien el producto, pasar el estropajo, piensa, cómo pasan las horas.

La limpieza es lenta.

Lynn siempre se queda más de la cuenta en el trabajo. En el trabajo se puede esconder como en una cueva. Nadie la ve. Lynn no sólo limpia, limpia a conciencia. Allí donde otras camareras ya no ven nada comienza el trabajo de Lynn. La sutil huella de la mesita de madera es de un vaso de agua, una huella que sólo se ve si uno se agacha y entorna un ojo: Lynn echa mano del abrillantador de madera y la limpia. Los granitos negros que hay en las ranuras del antepecho de la ventana son restos de ceniza apenas visibles: Lynn los raspa con el cuchillo. Un dedo en un azulejo a la altura de los ojos: cualquier otra lo habría pasado por alto. Los cajones de la cómoda: dentro no queda nada de nada. Lynn se ha dejado crecer las uñas de los pulgares para poder retirar la suciedad que se adhiere a la grifería. Las sábanas de la cama parecen recién planchadas, las colchas no presentan la más mínima irregularidad, del montón de toallas no asoma una sola punta. Acerca una silla a los armarios, quita el polvo a la parte de arriba, a las nervaduras de los radiadores, a los rincones de los cuartos de baño, echa ambientador, ventila, todo ha de oler a limpio. En la rendija que queda entre el espejo y la pared Lynn introduce un paño húmedo en el que ha envuelto la hoja de un cuchillo de cocina, la pantalla de las lámparas la limpia por dentro y por fuera, mueve las mesas y pasa el aspirador por las partes aplastadas de la moqueta.

A menudo Lynn se queda hasta las cinco o las seis, prolonga voluntariamente la jornada laboral, no quiere ir a casa, busca trabajo y lo encuentra, ascensores, largos pasillos, el interior de los floreros. Las horas extra no están contempladas, ni se pagan ni Lynn puede librar a cambio en otro momento. Se trata de su propio tiempo. Pero nadie le pone objeciones. Heinz piensa: quiere demostrarnos, enseñarnos que es buena, no quiere pasar el período de prueba sin más, quiere pasarlo con nota. Pero ni siquiera al cabo de tres meses cambia algo. Al contrario, Lynn trabaja hasta las siete, a veces hasta las ocho. Recorre la cocina del hotel, el salón de desayunos, la recepción, el cuarto técnico, la lavandería, en todas partes encuentra cosas que no están bien, también limpia habitaciones desocupadas, pues incluso las habitaciones desocupadas se llenan de polvo, piensa Lynn, también allí retira las colchas. Nadie se lo impide. Se la deja hacer. Y pronto Lynn desaparece tras las cosas del hotel, pasa inadvertida, es como si fuese invisible y formara parte de aquello, una pieza de mobiliario que se mueve de vez en cuando de un modo apenas perceptible, un espíritu que viene y va y viene a su antojo, un duendecillo que de paso trabaja. Algo cae al suelo: Lynn está allí para recogerlo. Una revista en el vestíbulo: no permanece mucho tiempo. La pisada sucia de un huésped que entra cuando fuera llueve: antes de que el jefe de recepción se pueda ocupar ya ha desaparecido.

Sin embargo Lynn pasa la mayor parte del tiempo en las habitaciones. Y en ellas imperan las cosas, la carga de las cosas, la presencia de las cosas, que todo lo cubre, que se extiende sobre Lynn como un manto. ¿Un cepillo de dientes olvidado? El huésped tendrá que comprarse uno nuevo. ¿Un desodorante barato? Apenas concede importancia a la higiene corporal. ¿Restos de afeitado en el lavabo? Señal de dejadez. ¿Compresas en el neceser? Un leve olor a dolor de barriga en el aire. ¿Un reloj de caballero en la mesilla? El hombre tendrá que preguntar la hora. Lynn coge el reloj de la mesa, limpia el polvo, pero deja el reloj en su sitio, igual que estaba. ¿Manchas de agua en el espejo? La mujer sacudió la cabeza antes de utilizar el secador. ¿Un paquete empezado de cigarrillos Dunhill en la mesilla? Lynn se enciende un cigarrillo propio, nunca de otro, sólo los suyos, pero respira aliviada cuando entra en una habitación cargada de humo, en tal caso puede fumar en el descanso ante la ventana abierta, nadie se percatará, humo que se mezcla con humo, hasta el momento nunca le ha oído decir a nadie que sea capaz de distinguir el humo de los cigarrillos Dunhill del de los Marlboro.