7

Ahora que el Stanton había decidido visitar a Sam K. Barrows, era obvio que sólo era cuestión de tiempo. Incluso yo podía ver lo inevitable de todo aquello.

Al mismo tiempo, estaban terminando el simulacro de Abraham Lincoln. Maury fijó la semana siguiente como fecha para los primeros tests del conjunto de los componentes. Todos los mecanismos estarían montados y dispuestos para funcionar.

El Lincoln, cuando Pris y Maury lo trajeron a la oficina, me impresionó. Incluso en su estado inerte, sin las partes que lo hacían funcionar, tenía tanta apariencia de vida que parecía dispuesto a levantarse en cualquier momento y empezar a trabajar. Pris y Maury, con ayuda de Bob Bundy, lo llevaron al taller. Les seguí y me quedé mirando mientras lo depositaban sobre la mesa de trabajo.

—Tengo que hablar contigo —le dije a Pris.

Ella lo supervisaba todo sombríamente, con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo. Sus ojos parecían oscuros, más profundos; su piel era notablemente pálida: no llevaba maquillaje y supuse que había estado despierta durante toda la noche, acabando su trabajo. También me pareció que había perdido peso, ahora me parecía verdaderamente delgada. Llevaba una camiseta a rayas de algodón y pantalones vaqueros bajo el abrigo; aparentemente, ni siquiera necesitaba usar sujetador. Calzaba zapatillas de cuero sin tacón y se había recogido el pelo en un moño.

—Hola —murmuró, balanceándose sobre sus talones y mordiéndose los labios, mientras observaba a Bundy y Maury depositar el Lincoln en la mesa.

—Has hecho un trabajo magnífico —dije.

—Louis, sácame de aquí —dijo Pris—. Llévame a cualquier parte e invítame a una taza de café, o caminemos simplemente.

Se dirigió a la puerta y tras un instante de duda la seguí.

Paseamos juntos. Pris miraba al suelo y le daba patadas a una piedra.

—El primero no fue nada comparado con éste —dijo—. El Stanton es sólo otra persona y aun así casi demasiado para nosotros. Tengo un libro en casa con todas las fotos hechas a Lincoln. Las he estudiado hasta conocer su cara mejor que la mía. Es sorprendente lo buenos que eran esos fotógrafos antiguos. Usaban placas de cristal y el sujeto tenía que sentarse sin moverse. Tenían sillas especiales que sujetaban la cabeza del sujeto para que no se moviera. Louis —se detuvo al llegar a la Cueva—, ¿de verdad que puede cobrar vida?

—No lo sé, Pris.

—Nos estamos engañando. No podemos devolverle la vida a algo que está muerto.

—¿Es eso lo que estás haciendo? ¿Es así cómo lo ves? Si es así, estoy de acuerdo. Parece que estás demasiado involucrada emocionalmente. Será mejor que retrocedas y busques una perspectiva.

—Quieres decir que sólo estamos haciendo una imitación que anda y habla como si fuera de verdad. El espíritu no está ahí, sólo la apariencia.

—Sí —dije yo.

—¿Has asistido alguna vez a una misa católica, Louis?

—No.

—Creen que el pan y el vino son realmente el cuerpo y sangre de Cristo. Es un milagro. Tal vez si las cintas son perfectas, y la voz y la apariencia física y…

—Pris, nunca pensé que te vería asustada.

—No estoy asustada. Sólo es demasiado para mí. Cuando iba al colegio, Lincoln era mi héroe; hice un trabajo sobre él en octavo. Ya sabes lo que se siente cuando eres una cría: todo que lees en los libros es real. Lincoln era real para mí. Pero naturalmente todo era imaginación mía. Lo que quiero decir es que mis propias fantasías me parecían reales. Me costó años librarme de ellas, fantasías sobre la caballería de la Unión y las batallas y Ulysses S. Grant… ya sabes.

—Sí.

—¿Crees que algún día fabricarán un simulacro nuestro? ¿Y que podremos volver a la vida?

—Vaya idea más morbosa.

—Allí estaremos, muertos y olvidados… y de pronto sentiremos que algo se agita. Tal vez un destello de luz. Y entonces la realidad entrará de nuevo en nosotros, una vez más. No podremos detener el proceso, tendremos que regresar. ¡Resucitados!

Se echó a temblar.

—No es eso lo que estás haciendo; sácate la idea de encima. Tienes que separar al Lincoln real de éste…

—El Lincoln real existe en mi mente.

—No puedes creer eso. ¿Qué quieres decir? Que tienes la idea en tu mente.

Ella alzó la cabeza y me miró.

—No, Louis. Realmente tengo a Lincoln en mi mente. Y he estado trabajando noche tras noche para sacarlo y traerlo de vuelta al mundo exterior.

Me eché a reír.

—Es un mundo terrible —dijo Pris—. Escucha, Louis. Te diré algo. Sé un medio de deshacerme de esos horribles avispones que pican a todo el mundo. No es arriesgado… y no cuesta nada, todo lo que hace falta es un cubo de arena.

—Muy bien.

—Esperas a que sea de noche. Entonces los avispones están en su nido durmiendo. Luego te asomas al agujero y le colocas la arena encima, para que forme un montón. Crees que la arena los ahoga. Pero no es así. Lo que pasa es que a la mañana siguiente las avispas se despiertan y ven que la entrada está bloqueada con arena, así que empiezan a excavar para abrirse paso. No tienen lugar donde meterla excepto en las otras partes de su nido. Entonces forman una cadena. Llevan la arena grano a grano al fondo de su nido, pero a medida que quitan la arena de la entrada, cae más en su sitio.

—Ya veo.

—¿No es horrible?

—Sí —coincidí.

—Lo que hacen es que llenan gradualmente su propio nido de arena. Lo hacen ellos mismos. Cuanto más trabajan para liberar su entrada más rápido sucede, y se ahogan. Es como una tortura oriental, ¿verdad? Cuando oigo hablar de esto, Louis, desearía morirme. No quiero vivir en un mundo donde pueden existir cosas así.

—¿Cuándo aprendiste esta técnica de la arena?

—Hace tiempo. Tenía siete años. Louis, solía imaginarme lo que sería estar dentro del nido. Estaba dormida.

De repente, mientras caminaba junto a mí, se agarró a mi brazo y cerró fuertemente los ojos.

—Todo está absolutamente oscuro. A mi alrededor, otros como yo. Entonces, bum. El ruido desde lo alto. Alguien deja caer la arena. Pero no significa nada… seguimos durmiendo. —Me dejó guiarla por la acera, apretándose contra mí—. Entonces nos despertamos, porque hace frío…, entonces llega el día y el suelo se hace más caliente. Pero sigue oscuro. Nos despertamos. ¿Por qué no hay luz? Nos dirigimos a la entrada. Todas esas partículas la bloquean. Nos asustamos. ¿Qué pasa? Nos reunimos, tratamos de no dejarnos llevar por el pánico. No agotamos todo el oxígeno; nos organizamos en equipos. Trabajamos en silencio. Con eficiencia.

La ayudé a cruzar la calle. Aún tenía los ojos cerrados. Era como guiar a una niña muy pequeña.

—Nunca llegamos a ver la luz del día, Louis. No importa cuántos granos de arena retiramos. Trabajamos y esperamos, pero nunca llega. Nunca. Y morimos, Louis, allí abajo —dijo con voz desesperada y estrangulada.

La tomé de la mano.

—¿Qué te parece una taza de café ahora?

—No. Sólo quiero andar. —Continuamos caminando un rato.

—Louis —dijo Pris—, los insectos como las avispas y las hormigas… hacen muchas cosas en sus nidos; es muy complicado.

—Sí. Pasa lo mismo con las arañas.

—Particularmente con las arañas. Me pregunto cómo se siente una de ellas cuando alguien le rompe la telaraña en pedazos.

—Probablemente dice «mierda».

—No —dijo Pris solemnemente—. Se pone furiosa y entonces abandona toda esperanza. Primero es algo amargo: te mordería hasta matarte si pudiera atraparte. Luego es más lento: la desesperación se apodera de ella. Sabe que aunque la reconstruya va a volver a pasar lo mismo.

—Pero las arañas se recuperan y la reconstruyen.

—Tienen que hacerlo. Es algo inherente a ellas. Por eso sus vidas son peores que las nuestras; no pueden rendirse y morir… tienen que continuar.

—Deberías mirar el lado positivo de las cosas de vez en cuando, haces un hermoso trabajo creativo, como con esos azulejos, como tu trabajo con los simulacros; piensa en ello. ¿No te alegra? ¿No te sientes inspirada por la visión de tu propia creatividad?

—No. Porque lo que yo hago no importa. No es suficiente.

—¿Qué sería suficiente?

Pris lo pensó. Ahora había abierto los ojos y se soltó de mí de repente; no mostró ninguna emoción al hacerlo. Parecía algo automático. Un reflejo. Igual que las arañas.

—No lo sé —dijo—. Pero sé que no importa lo duro que trabaje, o lo mucho que haga, o lo que consiga… no será suficiente.

—¿Quién juzga?

—Yo.

—¿No crees que cuando veas al Lincoln cobrar vida te sentirás orgullosa?

—Sé lo que sentiré. Una desesperación mayor que nunca.

La miré. «¿Por qué?», me pregunté. Desesperación por el éxito… no tiene sentido. ¿Qué le produciría entonces el fracaso? ¿Alivio?

—Te diré una cosa del mundo de la naturaleza —dije—. A ver qué conclusión sacas.

—De acuerdo.

Ella escuchó con atención.

—Un día entraba yo en una oficina de correos en una ciudad de California y había un nido de pájaros en la cornisa del edificio. Y un pajarillo se había caído y estaba tendido en el pavimento. Y sus padres revoloteaban alrededor muy ansiosos. Me acerqué a él con la idea de recogerlo y ponerlo de nuevo en su nido, si es que podía alcanzarlo. —Hice una pausa—. ¿Sabes qué hizo cuando me acerqué?

—¿Qué?

—Abrió la boca. Esperaba que le diera de comer.

Pris se puso a reflexionar mientras se rascaba las cejas.

—Esto demuestra que sólo había conocido formas de vida que le alimentaban y protegían —expliqué—, y cuando me vio, aunque yo no me parecía a nada que conociera, supuso que iba a alimentarlo.

—¿Qué significa eso para ti?

—Demuestra que hay benevolencia y amistad y amor mutuo y ayuda desinteresada en la naturaleza, lo mismo que hay cosas frías y horribles.

—No, Louis —dijo Pris—. Fue ignorancia por parte del pájaro. No ibas a darle de comer.

—Pero iba a ayudarle. Hizo bien en confiar en mí.

—Ojalá pudiera ver ese aspecto de la vida, Louis, como haces tú. Pero para mí… es sólo ignorancia.

—Inocencia —corregí.

—Es lo mismo; inocencia ante la realidad. Sería magnífico si se la pudiera conservar así; ojalá la conservara yo. Pero se pierde al ir viviendo, porque la vida implica experiencia, y eso significa…

—Eres cínica —le dije.

—No, Louis. Sólo realista.

—Veo que es inútil. Nadie puede alcanzarte. ¿Y sabes por qué? Porque quieres ser como eres; lo prefieres así. Es más fácil. Es la manera más fácil de todas. Eres una perezosa y seguirás siéndolo hasta que se te obligue a ser de otra forma. Nunca cambiarás tú sola. En todo caso, empeorarás.

Pris se rió, fría y bruscamente.

Así que nos volvimos sin decirnos nada más.

Cuando regresamos al taller de reparaciones encontramos al Stanton observando a Bob Bundy mientras trabajaba en el Lincoln.

—Éste va a ser el hombre que solía escribirle todas esas cartas diciendo que había que perdonar a los soldados —le dijo Pris al Stanton.

El Stanton no dijo nada; miró fijamente a la figura tumbada, su cara envarada y arrugada con una especie de desdén.

—Ya veo —replicó por fin.

Se aclaró ruidosamente la garganta, tosió, se puso las manos a la espalda y chasqueó los dedos; se balanceó adelante y atrás con la misma expresión. «Esto es asunto mío —parecía estar diciendo—: Todo lo que sea de importancia pública es asunto mío.» Decidí que hacía el mismo papel que había asumido durante su auténtica vida anterior. Estaba regresando a su papel de costumbre. No podía decir si esto era bueno o no. Ciertamente, mientras observábamos al Lincoln todos éramos plenamente conscientes de que teníamos detrás al Stanton; no podíamos ignorarlo ni olvidarlo. Tal vez Stanton había sido así en vida, siempre presente, sin que nadie pudiera ignorarle ni olvidarle, no importaba lo que sintieran hacia él, lo odiaran, lo temieran o lo adoraran.

—Maury, creo que éste va a funcionar mejor que el Stanton —dijo Pris—. Mira, se está moviendo.

Sí, el simulacro de Lincoln se había movido.

—Sam Barrows debería estar aquí —dijo Pris llena de excitación, cruzando las manos—. ¿Qué tenemos de malo? Si pudiera ver esto se sentiría abrumado… lo sé. ¡Incluso él, Maury, incluso Sam K. Barrows!

Era impresionante. No había duda.

—Recuerdo cuando la fábrica produjo nuestro primer órgano electrónico —me dijo Maury—. Habíamos estado trabajando todo el día, hasta la una de la madrugada. ¿Lo recuerdas?

—Sí.

—Tú, Jerome, ese hermano tuyo de la cara al revés y yo hicimos que sonara como un clavicordio, y una guitarra hawaiana y un órgano de vapor. Tocamos todo tipo de cosas, Bach y Gershwin, y luego recuerdo que preparamos aquellos combinados de ron… y después, la que montamos. Hicimos nuestras composiciones propias y encontramos todo tipo de claves, miles de ellas; creamos instrumentos musicales nuevos que no existían. Compusimos y buscamos aquella grabadora y la conectamos mientras componíamos. Chico, aquello fue algo.

—Fue el día.

—Y yo me tumbé en el suelo e hice funcionar los pedales para conseguir aquellas notas bajas… según recuerdo pasé el si menor. Y seguía sonando; cuando llegué a la semana siguiente aquella maldita si menor aún sonaba como una gaita. Guau. Ese órgano… ¿Dónde crees que estará ahora, Louis?

—En el salón de alguien. Nunca se estropean porque no generan calor. Y no necesitan ser afinados. Alguien lo estará tocando ahora mismo.

—Apuesto a que tienes razón.

—Ayudadlo a sentarse —dijo Pris.

El simulacro Lincoln había empezado a menearse y agitaba sus manazas en un esfuerzo por incorporarse. Parpadeó, hizo una mueca; sus pesados rasgos se estiraron. Maury y yo nos adelantamos y le ayudamos a sostenerse; Dios, pesaba un montón, como plomo macizo. Pero conseguimos sentarlo por fin. Lo apoyamos contra la pared para que no pudiera resbalar.

Gruñó.

Algo me hizo temblar.

—¿Qué te parece? —le pregunté a Bob Bundy—. ¿Está bien? ¿No está sufriendo?

—No lo sé. —Bundy se pasaba nerviosamente los dedos por el pelo; advertí que sus manos temblaban—. Puedo averiguarlo por los circuitos de dolor.

—¡Circuitos de dolor!

—Sí. Tiene que tenerlos o se tropezará con cualquier pared o con cualquier maldito objeto y se masacrará. —Bundy señaló con el pulgar al silencioso y observador Stanton—. Ése también los tiene. ¿Qué más, por el amor de Dios?

Estábamos contemplando, sin ninguna duda, el nacimiento de una criatura viviente. Ahora había empezado a reparar en nosotros; sus ojos, profundamente negros, se movían arriba y abajo, de un lado a otro, mirándonos a todos. En los ojos no había ninguna emoción, sólo la simple percepción de nosotros. Percepción más allá de la capacidad del hombre para imaginar. La astucia de una forma de vida más allá de nuestro universo, de otro mundo. Una criatura aparecida en nuestro tiempo y nuestro espacio consciente de nosotros y de sí misma, que existía. Los ojos negros y opacos giraron, enfocando y a la vez desenfocando, viéndolo todo y a la vez no viendo nada. Como si estuviera en suspensión primaria; esperando con tanta reserva que pude notar el temor que sentía, un temor tan grande que no podía ser llamado emoción. Era el temor como existencia absoluta: la base de su vida. Se había separado, había surgido de alguna fusión que nosotros no podíamos experimentar; al menos, no ahora. Tal vez todos habíamos sentido aquella fusión. Para nosotros, la ruptura pertenecía al pasado remoto; para el Lincoln, acababa de ocurrir, estaba pasando.

Sus ojos al moverse seguían sin centrarse en nada; rehusaba percibir cualquier cosa individual.

—Dios —murmuró Maury—. Tiene una curiosa forma de mirar.

Aquella cosa tenía alguna profunda habilidad. ¿Impartida por Pris? Lo dudaba. ¿Por Maury? Aquello estaba fuera de la cuestión. Ninguno de ellos hizo esto, ni siquiera Bob Bundy, cuya idea de pasárselo bien era conducir a toda pastilla hasta Reno para jugar e irse de putas. Habían dado un soplo de vida a la criatura, pero fue sólo una transferencia, no un invento; le habían transmitido la vida, pero ésta no se había originado en ninguno de ellos. Era un contagio; ellos la habían experimentado una vez y ahora esos materiales los habían pasado a la criatura… momentáneamente. Y qué transformación. La vida es una forma que toma la materia… Se me ocurrió eso al ver cómo la cosa Lincoln nos percibía a nosotros y a sí mismo. Es algo que hace la materia. La forma más sorprendente del universo; la única que, si no existiera, nunca podría haber sido predicha o incluso imaginada.

Y, mientras contemplaba al Lincoln cómo asimilaba lo que veía, comprendí algo: la base de la vida no es la necesidad de existir, ni ningún deseo de ninguna clase. Es el miedo, el miedo que yo veía aquí. Y ni siquiera el miedo; mucho peor. El pánico absoluto. Un pánico paralizante tan grande como para producir apatía. Sin embargo, el Lincoln se lo sacudía de encima, lo dejaba atrás. ¿Por qué? Porque tenía que hacerlo. El movimiento, la acción, iban implícitos en la grandeza del temor. Por propia naturaleza, tal estado no podía durar mucho.

Toda la actividad de la vida era un esfuerzo para aliviar este estado. Intentos para mitigar la condición que veíamos ante nosotros.

El nacimiento, decidí, no es agradable. Es peor que la muerte: se puede filosofar sobre la muerte, todo el mundo lo hace. ¡Pero el nacimiento! No hay ninguna filosofía, nada lo hace más fácil. Y el pronóstico es terrible: todas tus acciones y pensamientos sólo servirán para envolverte más profundamente en la vida.

Una vez más el Lincoln gruñó. Y entonces murmuró una serie de palabras.

—¿Qué? —preguntó Maury—. ¿Qué ha dicho?

Bundy soltó una risita.

—Demonios, es la cinta de su voz, pero está sonando al revés.

Las primeras palabras murmuradas por la cosa Lincoln: hacia atrás, debido a un error de la cinta.