17
Cuando mi padre y Chester me llevaron de vuelta a Boise al día siguiente, descubrieron que el doctor Horstowski no podía (o no quería) tratarme. Sin embargo, me aplicó algunos tests psicológicos para hacer un diagnóstico. Recuerdo que uno tenía algo que ver con una serie de voces grabadas que hablaban en la distancia. Sólo unas pocas frases eran inteligibles de vez en cuando. Lo que tenía que hacer era anotar de qué trataban cada una de aquellas conversaciones sucesivas.
Creo que Horstowski hizo su diagnóstico según los resultados de aquel test, porque oí que cada conversación tenía que ver conmigo. Las oí analizando al detalle mis fallos, mis defectos, analizándome por lo que era, diagnosticando mi conducta… oí como insultaban a Pris, a mí y a nuestra relación.
Todo lo que Horstowski dijo alegremente fue:
—Louis, cada vez que oía la palabra «allí» pensaba que estaban diciendo «Pris». Y cuando pensaba que decían «Louis» lo que decían era «así».
Me miró ceñudo, y después se desentendió de mí.
Sin embargo, no quedé fuera del alcance de la profesión psiquiátrica, porque el doctor Horstowski me pasó al Comisario Federal de la Oficina de la Salud Mental del Area Cinco, la costa noroeste del Pacífico. Yo había oído hablar de él. Se llamaba Ragland Nisea, y su trabajo era determinar finalmente todas las solicitudes de ingreso originadas en esta zona. Él solito, desde 1980, había confinado a muchos miles de personas perturbadas a las Clínicas repartidas por todo el país: le consideraban un psiquiatra brillante y entre nosotros había corrido durante años, el chiste de que tarde o temprano caeríamos en manos de Nisea. Era un chiste que hacía todo el mundo y que muchos de nosotros vimos hacerse realidad.
—Encontrará al doctor Nisea muy capacitado y simpático —me dijo Horstowski, mientras me llevaba a las instalaciones de la Oficina de Salud Mental en Boise.
—Es muy amable por su parte llevarme —dije.
—Entro y salgo de allí todos los días. Tenía que venir de todas formas. Lo que estoy haciendo es ahorrarle aparecer ante un tribunal y los costes de un jurado. Como sabe, Nisea es quien toma la decisión final de todas formas, y estará mejor en sus manos que ante un jurado.
Asentí. Así era.
—No se siente hostil por todo esto, ¿no? —preguntó Horstowski—. No es ningún estigma ser ingresado en una Clínica… sucede a todas horas del día. Una de cada nueve personas tiene una enfermedad mental que les incapacita para…
Siguió charlando. No le presté atención. Había oído todo eso antes en los incontables anuncios de la tele, en los infinitos artículos de las revistas.
Pero, de hecho, sentía hostilidad hacia él por haberse desentendido de mí y entregarme a los encargados de Salud Mental, aunque sabía que por ley tenía que hacerlo así si notaba que era psicótico. Y me sentía hostil hacía todo el mundo, incluyendo los dos simulacros. Mientras recorríamos las calles familiares y soleadas de Boise entre su consulta y la Oficina, sentí que todo el mundo era un traidor y mi enemigo, que estaba rodeado por un mundo extraño y aborrecible.
Y todo esto y mucho más, por supuesto, había aparecido en los tests que Horstowski me había aplicado. En el Test de Rorschach, por ejemplo. Había interpretado cada mancha de tinta y cada imagen como un conjunto de maquinaria aplastante y retorcida diseñada desde el principio de los tiempos para moverse con la intención de hacerme algo malo. En realidad, mientras nos dirigíamos a ver al doctor Nisea, vi claramente que había filas de coches que nos seguían, debido sin duda a que estaba de regreso en la ciudad. Los conductores de los coches habían sido alertados en el momento en que llegué al aeropuerto de Boise.
—¿Puede ayudarme el doctor Nisea? —le pregunté a Horstowski mientras aparcábamos junto a un edificio grande y moderno con muchas plantas y ventanas. Ahora había empezado a sentir pánico—. Quiero decir que los del Servicio de Salud Mental tienen todas esas nuevas técnicas que ni siquiera tiene usted, todos los últimos…
—Depende de lo que entienda por ayuda —dijo Horstowski mientras abría la puerta del coche y me hacía señas para que le acompañase al interior del edificio.
Así que por fin estuve en el lugar donde muchos otros habían estado antes que yo: en la división de diagnósticos del Instituto Federal de Salud Mental, el primer paso, tal vez, hacía una nueva etapa de mi vida.
Cuánta razón había tenido Pris cuando me dijo que tenía en mi interior un rasgo inestable que algún día me causaría problemas. Alucinado, cansado y sin esperanza, al menos había sido tomado en custodia por las autoridades, igual que ella hacía unos pocos años. No había visto el diagnóstico de Horstowski, pero sabía sin preguntar que había encontrado en mí respuestas esquizofrénicas… las sentía en mi interior yo también. ¿Por qué negar lo que era obvio?
Era afortunado de que hubiera ayuda disponible para mí a gran escala. Dios sabía en qué estado me encontraba, cercano al suicido o a un colapso total del cual no podría haber ninguna recuperación. Y ya que me habían localizado tan pronto… tal vez había esperanza para mí. Específicamente, advertía que estaba en los primeros estadios de la excitación catatónica, antes de que ninguna pauta permanente de inadaptación como la temida hebefrenia o la paranoia se hubieran instalado. Padecía la enfermedad en su forma simple y original, donde aún era posible la terapia.
Podía sentirme agradecido hacía mi padre y mi hermano por haber actuando con tanta rapidez.
Y, sin embargo, aunque sabía todo esto, acompañé a Horstowski en un estado de temblequeante temor, aún consciente de mi propia hostilidad y de la hostilidad que me rodeaba. Una parte de mí sabía y comprendía, y la otra se revolvía como un animal capturado que aúlla para regresar a su propio ambiente, sus propios lugares familiares.
En este momento sólo podía hablar por una pequeña porción de mi mente, mientras que el resto seguía por un camino distinto.
Esto me aclaró las razones por las que el Acta McHeston era tan necesaria. Un individuo verdaderamente psicótico, como yo, no podía buscar ayuda por sí solo; tenía que ser obligado por la ley. Eso era lo que significaba ser psicótico.
Pris, pensé. Una vez estuviste así. Te cogieron cuando estabas en el colegio, te separaron de los otros, te apartaron como me están apartando a mí. Y consiguieron reintegrarte a la sociedad. ¿Tendrán éxito conmigo?
¿Seré como tú cuando la terapia haya acabado? ¿A qué otro estado de mi historia más ajustado me restaurarán?
¿Cómo me sentiré entonces? ¿Te recordaré?
Y si lo hago. ¿Me importarás como lo haces ahora?
El doctor Horstowski me dejó en la sala de espera y me quedé sentado durante una hora con todos los otros enfermos hasta que por fin llegó una enfermera y me llamó. Me presentaron al doctor Nisea en un pequeño despacho interior. El doctor resultó ser un hombre apuesto no mucho mayor que yo con suaves ojos marrones, pelo denso bien peinado y unos modales cuidadosos que nunca había encontrado en ninguna parte excepto en el terreno de la veterinaria. El hombre tenía una simpatía innata que desplegó de inmediato, asegurándose de que me sentía cómodo y que comprendía por qué estaba aquí.
—Estoy aquí porque ya no tengo ninguna base con la que pueda comunicar mis deseos y emociones a los otros seres humanos. —Mientras esperaba había podido elaborarlo exactamente—. Así que para mí ya no hay ninguna posibilidad de satisfacer mis necesidades en el mundo de la gente real; en cambio me he vuelto hacía un mundo fantástico interno.
El doctor Nisea se echó hacia atrás en su silla y me estudió pensativamente.
—Y quiere cambiar.
—Quiero conseguir una satisfacción verdadera.
—¿No tiene absolutamente nada en común con las otras personas?
—Nada. Mi realidad está fuera por completo del mundo que otros experimentan. Para usted, por ejemplo, podría ser una fantasía si le hablara de ella.
—¿Quién es ella?
—Pris.
Esperó, pero yo no seguí.
—El doctor Horstowski me habló brevemente por teléfono sobre usted —dijo—. Aparentemente tiene el dinamismo de dificultad que llamamos el tipo de esquizofrenia Magna Mater. Sin embargo, según la ley, tengo que administrarle primero el Test de Proverbios de James Benjamin y a continuación el Test de Bloques soviético Vigotsky-Luria. —Hizo una indicación con la cabeza y una enfermera apareció detrás de mí con una libreta y un lápiz—. Ahora le daré varios proverbios y usted vaya diciéndome su significado. ¿Está preparado?
—Sí.
—Cuando el gato está fuera, los ratones juegan.
Reflexioné y entonces dije:
—Cuando no hay autoridad, se hacen malas cosas.
Continuamos de esta manera hasta que el doctor Nisea llegó a lo que para mí resultó ser el fatal número seis.
—Una piedra rodante no cría moho.
Por mucho que lo intenté, no logré recordar el significado.
—Bueno… —Me aventuré por fin—. Significa que una persona que siempre es activa y nunca se para a reflexionar… —No, aquello no parecía adecuado. Lo intenté otra vez—. Significa que un hombre que es siempre activo y sigue creciendo en estatura mental y moral no se quedará estancado… —Él me estaba mirando con más intensidad, así que asentí para aclararme—. Quiero decir que un hombre que es activo no deja que la hierba crezca bajo sus pies, saldrá adelante en la vida.
—Ya veo —dijo el doctor Nisea.
Y supe que había revelado, para el propósito del diagnóstico legal, un desorden esquizofrénico en el pensamiento.
—¿Qué significa? —pregunté—. ¿Lo he hecho mal?
—Sí, me temo que sí. El significado generalmente aceptado del proverbio es el contrario al que usted ha dado; generalmente se entiende que una persona que…
—No tiene que decírmelo —interrumpí—. Lo recuerdo… la verdad es que lo sabía. Una persona inestable nunca conseguirá nada de valor.
El doctor Nisea asintió y siguió con el siguiente proverbio.
Pero el estatuto había sido cumplimentado, yo mostraba un pensamiento formal deteriorado.
Después de los proverbios hice un intento de clasificar los bloques, pero sin éxito. Tanto el doctor Nisea como yo nos sentimos aliviados cuando me rendí y retiré los bloques.
—Entonces eso es todo —dijo Nisea. Hizo un ademán a la enfermera para que se marchase—. Podemos continuar y rellenar los impresos. ¿Tiene preferencia por alguna Clínica? En mi opinión, la mejor de todas es la de Los Angeles; aunque quizá sea porque la conozco mejor que a las otras. La Clínica Kasanin en Kansas City…
—Envíeme a ésa —dije ansiosamente.
—¿Alguna razón especial?
—Varios amigos míos salieron de allí —dije con evasivas.
Él me miró como si sospechara que había una razón más profunda.
—Y tiene buena reputación. Casi todo el mundo que conozco que ha sido ayudado de verdad en su enfermedad mental ha estado en Kasanin. No es que las otras Clínicas no sean buenas, pero ésa es la mejor. Mi tía Gretchen, que está en la Clínica Harry Stack Sullivan en San Diego; ella fue la primera persona mentalmente enferma a la que conocí, ya ha habido un montón desde entonces, naturalmente, ya que lo mismo le pasa a tanta gente, como nos dicen cada día por la tele. Estaba mi primo Leo Roggis. Está aún en una de las Clínicas en alguna parte. Mi profesor de inglés en el instituto, el señor Haskins murió en una Clínica. Estaba el viejo pensionista italiano de mi calle, George Oliveri; tenía excitaciones catatónicas y le internaron. Recuerdo a un amigote del Servicio, Art Boles; tenía esquizofrenia y fue a la Clínica Fromme-Reichmann en Rochester, Nueva York. Estaba Alys Johnson, una chica con la que fui a la Universidad; está en la Clínica Samuel Anderson en el Area Tres, en Baton Rouge, Lousiana. Y un hombre para el que trabajé, Ed Yeats; contrajo esquizofrenia que se convirtió en paranoia aguda. Waldo Dangerfield, otro amigo mío. Gloria Milstein, una chica a la que conocí; está Dios sabe dónde, pero la detectaron gracias a un test psíquico que hizo cuando solicitaba un trabajo de secretaria. Los Federales la cogieron… era bajita, morena, muy atractiva, y nadie lo había imaginado siquiera hasta que el test lo demostró. Y John Franklin Mann, un vendedor de coches usados que conocía; lo clasificaron como esquizofrénico dilapidado y lo internaron. Creo que fue en Kasanin, porque tiene parientes en Missouri. Y Marge Morrison, otra chica que conocí. Está otra vez fuera; estoy seguro de que la curaron en Kasanin. Todos los que fueron a Kasanin me parecieron como nuevos, si no mejor. Kasanin no cumplió simplemente los requisitos del Acta McHeston; curó de verdad. O eso me pareció.
El doctor Nisea escribió Clínica Kasanin en K. C. en los impresos del Gobierno y suspiré aliviado.
—Sí —murmuró—. Dicen que Kansas City está bien. El presidente, ya sabe, pasó dos meses allí.
—Eso he oído —admití.
Todo el mundo conocía la heroica historia de la lucha del presidente con la enfermedad mental durante su adolescencia y su subsiguiente triunfo cuando cumplió los veinte años.
—Y ahora, antes de separarnos —dijo el doctor Nisea—, me gustaría hablarle un poco del tipo de esquizofrenia Magna Mater.
—Bien. Estoy ansioso por oírlo.
—De hecho, me ha interesado especialmente. He escrito varias monografías sobre el tema. Ya conoce la teoría de Anderson que identifica cada subforma de esquizofrenia con una subforma de religión.
Asentí. La visión de Anderson de la esquizofrenia había sido popularizada por casi todas las revistas norteamericanas; era la moda corriente.
—La forma primaria que toma la esquizofrenia es la forma heliocéntrica, la forma de adoración solar donde el sol es deificado, donde es visto en realidad como el padre del paciente. Usted no ha experimentado eso. La forma heliocéntrica es la más primitiva y coincide con la primera religión conocida, la adoración solar, incluyendo el gran culto heliocéntrico del Período Romano, el mitraísmo. También el primer culto solar persa, la adoración de Mazda.
—Sí —asentí.
—Ahora bien, la Magna Mater, la forma que usted tiene, fue la gran deidad femenina del Mediterráneo durante la civilización micénica. Ishtar, Cibeles, Attis, luego la propia Atenea… finalmente la Virgen María. Lo que le ha sucedido es que su ánima, es decir, la encarnadura de su inconsciente, su arquetipo, ha sido proyectada hacia fuera, hacia el cosmos, donde es percibida y adorada.
—Ya veo.
—Allí, es experimentada como un ser peligroso, hostil e increíblemente poderoso aunque atractivo. La encarnación de todos los pares de opuestos: posee la totalidad de la vida, aunque está muerta; todo el amor, aunque es fría; toda la inteligencia, aunque se da a una tendencia destructiva analítica que no es creativa; aunque es vista como la fuente de la creatividad en sí. Éstos son los opuestos que duermen en el inconsciente que se convierten en formas de conciencia. Cuando los opuestos son experimentados directamente, como usted hace ahora, no pueden ser esquivados ni tratados. Tarde o temprano romperán su ego y los aniquilarán, pues como sabe, en su forma original son arquetipos y no pueden ser asimilados por el ego.
—Ya veo.
—Así que esta batalla es el gran enfrentamiento de la mente consciente por llegar a un entendimiento con sus propios aspectos colectivos, su inconsciente, y está condenada a fracasar. Los arquetipos del inconsciente deben ser experimentados indirectamente, a través del ánima, y en una forma benigna libre de sus cualidades bipolares. Para que esto suceda, tiene que entablar una relación completamente diferente con su inconsciente; tal como está ahora, usted es pasivo, y posee todos los poderes de decisión.
—Cierto.
—Su conciencia ha quedado tan empobrecida que ya no puede actuar. No tiene autoridad excepto la que deriva del inconsciente, y ahora mismo está separada de él. Así que no se puede establecer ningún contacto a través del ánima —concluyó el doctor Nisea—. Tiene una forma relativamente suave de esquizofrenia. Pero sigue siendo una psicosis y aún requiere tratamiento en una Clínica Federal. Me gustaría volver a verle cuando vuelva de Kansas City; sé que la mejoría de su estado será fenomenal.
Me sonrió con calor genuino, y le devolví la sonrisa. Se puso en pie, tendió la mano y nos despedimos.
Iba de camino a la Clínica Kasanin en Kansas City.
En una audiencia formal ante testigos, el doctor Nisea me presentó con una citación, preguntándome si había alguna razón por la que no debería ser llevado de inmediato a Kansas City. Todas estas formalidades legales tenían una realidad gélida que hicieron sentirme más ansioso que nunca por ponerme en camino. Nisea me ofreció un período de veinticuatro horas para que pudiera concluir mis asuntos propios, pero lo rechacé.
Quería marcharme de inmediato. Al final, lo dejamos en ocho horas. El personal de Nisea me reservó los pasajes de avión y salí de la Oficina en taxi para regresar a Ontario hasta que fuera la hora de emprender mi gran viaje hacia el este.
Hice que el taxi me llevara a casa de Maury, donde tenía buena parte de mis pertenencias. Pronto estuve llamando a la puerta.
No había nadie en casa. Probé con el pomo; la puerta no tenía echado el cerrojo. Así que entré en la casa desierta y silenciosa.
En el cuarto de baño estaba el mural de cerámica en el que Pris había estado trabajando la primera noche. Ahora estaba terminado. Me quedé mirándolo durante un rato, maravillado por los colores y el diseño, la sirena y el pez, el pulpo con los ojos hechos de botones: lo había terminado por fin.
Una losa azul se había aflojado. La saqué por completo y me la guardé en el bolsillo.
Por si llego a olvidarte, pensé. A ti y a tu mural, tu sirena con tetitas de losa rosa, tus creaciones monstruosas y encantadoras que reptan y viven bajo la superficie del agua. El agua plácida y eterna… ella había hecho la línea por encima de mi cabeza, casi a dos metros de altura. Por encima, el cielo. Muy poco. El cielo no jugaba ningún papel en el esquema de la creación.
Mientras estaba allí oí ruidos en la puerta principal. Alguien me seguía, pero me quedé donde estaba. ¿Qué importaba? Esperé, y poco después Maury Rock entró, jadeando y sofocado. Al verme se paró en seco.
—Louis Rosen —dijo—. Y en el cuarto de baño.
—Ya me iba.
—Una vecina me llamó a la oficina. Te vio bajar del taxi y entrar y sabía que no estaba en casa.
—Espiándome —dije. No estaba sorprendido—. Todos lo hacen, no importa dónde vaya.
Continué mirando la pared de colores, las manos metidas en los bolsillos.
—Sólo pensó que debería saberlo. Me imaginé que serías tú. —Entonces vio mi maleta y las pertenencias que había estado recogiendo—. Estás loco de veras. Apenas acabas de volver de Seattle… ¿cuándo ha sido? No pudo ser antes de esta mañana. Y ahora te vas a otra parte.
—Tengo que ir, Maury. Es la ley.
Él me miró, abriendo la boca gradualmente. Luego se ruborizó.
—Lo siento, Louis. Lamento haber dicho que estás loco.
—Sí, pero lo estoy. Hice el Test de Proverbios de Benjamin y el otro de los Bloques y no pude pasar ninguno. Ya me han aplicado la ley.
—¿Quién te entregó? —me preguntó mientras se frotaba la mandíbula.
—Mi padre y Chester.
—Santo Dios, tu propia sangre.
—Me salvaron de la paranoia. Escucha, Maury. —Me di la vuelta para mirarle—. ¿Sabes dónde está Pris?
—Si lo supiera, Louis, de verdad que te lo diría. Aunque hayas sido certificado.
—¿Sabes adónde me van a enviar?
—¿Kansas City?
Asentí.
—Tal vez la encuentres allí. Tal vez los tipos de Salud Mental la cogieron y la enviaron de vuelta y se olvidaron de decírmelo.
—Sí, tal vez.
Se acercó a mí y me palmeó la espalda.
—Buena suerte, hijo de perra. Sé que saldrás de ésta. Tienes esquizofrenia, supongo. Es lo que tienen todos.
—Tengo la esquizofrenia Magna Mater. —Rebusqué en el bolsillo y saqué el azulejo y se lo enseñé—. Para recordarla. Espero que no te importe. Después de todo, es tu casa y tu mural.
—Llévatelo. Llévate un pez entero. Llévate una teta. —Se dirigió a la sirena—. No bromeo. Louis. Soltaremos una teta para que puedas llevártela, ¿de acuerdo?
—Muy bien.
Los dos nos quedamos mirándonos fijamente durante un rato.
—¿Cómo se siente uno al tener esquizofrenia? —preguntó él por fin.
—Mal, Maury. Muy, muy mal.
—Eso es lo que pensaba. Es lo que decía siempre Pris. Se alegró de superarlo.
—El marcharme a Seattle, eso fue el principio. Lo que llaman excitación catatónica, una sensación de urgencia, de que tienes que hacer algo. Siempre resulta ser lo contrario de lo que deberías hacer; no se consigue nada. Y te das cuenta y entonces sientes pánico y luego contraes la psicosis real. Oí voces y vi…
Me detuve.
—¿Qué viste?
—A Pris.
—Cristo.
—¿Me llevarás al aeropuerto?
—Oh, claro, amigo. Claro —asintió vigorosamente.
—No tengo que ir hasta última hora de la noche. Así que tal vez podamos cenar juntos. No me apetece ver a mi familia de nuevo después de lo que sucedió. Me da un poco de vergüenza.
—¿Cómo es que hablas tan racionalmente si eres esquizofrénico?
—Ahora mismo no estoy bajo tensión, y por eso puedo enfocar mi atención. Eso es un ataque de esquizofrenia, un debilitamiento de la atención tal que los procesos inconscientes se fortalecen y se hacen con el control. Capturan la conciencia. Son procesos muy arcaicos, arquetípicos, cosa que no tienen los no esquizofrénicos desde la edad de cinco años.
—¿Piensas locuras, como que todo el mundo está contra ti y que eres el centro del universo?
—No. El doctor Nisea me explicó que es el esquizofrénico heliocéntrico el que…
—¿Nisea? ¿Ragland Nisea? Claro, tienes que haberle visto por ley. Es el que localizó a Pris al principio. Le aplicó el Test de Bloques Vigotsky-Luria en su propia oficina, personalmente. Siempre he querido conocerlo.
—Es un hombre brillante. Y muy humano.
—¿Eres peligroso?
—Sólo si me acosan.
—¿Me marcho entonces?
—Supongo que sí. Pero te veré esta noche, aquí, para cenar. A eso de las seis. Así me dará tiempo para coger el vuelo.
—¿Puedo hacer algo por ti? ¿Conseguirte algo?
—No. Gracias de todas formas.
Maury merodeó por la casa un poco más y luego oí cerrarse la puerta principal. La casa se quedó en silencio una vez más. Estaba solo, como antes.
Poco después, continué haciendo lentamente las maletas.
Maury y yo cenamos juntos y luego me llevó al aeropuerto de Boise en su Jaguar blanco. Miré las calles al pasar y cada mujer que veía se parecía a Pris, al menos por un instante. Cada vez pensé que era ella, pero no lo era. Maury notó mi absorción pero no dijo nada.
El vuelo que los encargados de Salud Mental me habían conseguido era de primera clase y en el nuevo cohete australiano, el C-80. Pensé que la Oficina disponía de muchísimos fondos públicos para utilizar. Sólo tardamos media hora en llegar al aeropuerto de Kansas City, así que antes de las nueve estaba bajando ya del cohete buscando a la gente de Salud Mental que se suponía estaría allí para recibirme.
Al final de la rampa se me acercaron un hombre y una mujer. Los dos llevaban alegres chaquetas de brillantes colores escoceses. Ellos eran. En Boise me habían dicho que buscara las chaquetas.
—¿Señor Rosen? —preguntó el joven, expectante.
—Sí —dije, encaminándome al edificio al otro lado del campo.
Se colocaron uno a cada lado.
—Hace un poco de frío esta noche dijo —la muchacha.
No debían de tener más de veinte años. Eran dos jóvenes que indudablemente se habían enrolado en la OFSM por idealismo y estaban cumpliendo su tarea heroica ahora mismo. Caminaban con pasos breves y ansiosos, dirigiéndome hacia la zona de equipajes, charlando de nada en particular… yo debería de haberme sentido relajado excepto porque a la luz de las balizas que guiaban a las naves podía ver que la chica se parecía sorprendentemente a Pris.
—¿Cuál es su nombre? —le pregunté.
—Julie. Y éste es Ralf.
—¿Recuerdan ustedes a una paciente que tuvieron hace unos pocos meses, una joven de Boise llamada Pris Frauenzimmer?
—Lo siento —respondió Julie—. Llegué a la Clínica Kasanin la semana pasada. Los dos lo hicimos. —Indicó a su compañero—. Nos unimos al Cuerpo de Salud Mental esta primavera.
—¿Les gusta? ¿Es como esperaban?
—Oh, es terriblemente satisfactorio —dijo la muchacha sin aliento—. ¿Verdad, Ralf? —Él asintió—. No lo cambiaríamos por nada.
—¿Saben algo sobre mí? —pregunté mientras esperábamos que la máquina empezara a sacar los equipajes.
—Sólo que el doctor Shedd trabajará con usted —dijo Ralf.
Mis maletas aparecieron; Ralf cogió una y yo tomé la otra y nos dirigimos a la salida.
—Bonito aeropuerto —dije—. Nunca lo había visto antes.
—Lo han terminado este mismo año —dijo Ralf—. Es el primero que puede albergar vuelos domésticos y extraterrestres. Podrá salir para la Luna desde aquí.
—No cuenten conmigo —dije, pero Ralf no me oyó.
Poco después subimos a un helicóptero, propiedad de la Clínica Kasanin, y volamos sobre los tejados de Kansas City. El aire era frío y bajo nosotros un millón de luces brillaban con incontables pautas, y constelaciones sin sentido que no eran pautas en absoluto, sólo aglomeraciones.
—¿Creen que cada vez que muere una persona se apaga una luz en Kansas City?
Ralf y Julie sonrieron ante mi ocurrencia.
—¿Saben lo que me habría sucedido si no hubiera un programa de Salud Mental obligatorio? —dije—. Ahora estaría muerto. Todo esto, literalmente, me ha salvado la vida.
Los dos sonrieron una vez más.
—Gracias a Dios que el Congreso aprobó el Acta McHeston.
Los dos asintieron solemnemente.
—No saben lo que es tener la urgencia catatónica, ese anhelo. Te impulsa una y otra vez y de pronto te colapsas; sabes que no estás bien de la cabeza, que estás viviendo en un reino de sombras. Me acosté delante de mi padre y de mi hermano con una chica que no existía más que en mi imaginación. Oía a la gente hablando de nosotros, mientras lo hacíamos a través de la puerta.
—¿Lo hizo a través de la puerta? —preguntó Ralf.
—Quiere decir que les oyó hablar —aclaró Julie—. Las voces que notaban lo que estaba haciendo y expresaban su desaprobación. ¿No es eso, señor Rosen?
—Sí. Y es un signo del colapso de mi habilidad para comunicarme el que tenga que traducir eso. Antes podía haberlo expresado de una manera clara. No fue hasta que el doctor Nisea llegó a la parte de la piedra rodante en que vi la brecha que se había abierto entre mi lenguaje personal y el de la sociedad. Y entonces comprendí todos los problemas que había padecido hasta entonces.
—Ah, sí —dijo Julie—, el número seis del Test de Proverbios de Benjamin.
—Me pregunto qué proverbio falló Pris hace años —dije—. Eso fue lo que hizo que la internaran.
—¿Quién es Pris? —preguntó Julie.
—Yo diría que es la muchacha con la que tuvo la relación —respondió Ralf.
—Ha dado en el clavo —le dije—. Estuvo aquí, antes que ustedes. Ahora está bien de nuevo, la soltaron bajo palabra. El doctor Nisea dice que es mi Gran Madre. Mi vida está dedicada a adorar a Pris, como si fuera una diosa. He proyectado su arquetipo al universo; sólo la veo a ella, todo lo demás es irreal para mí. Este viaje que estamos haciendo, ustedes dos, el doctor Nisea, la Clínica de Kansas City entera… todo son sombras.
Después de lo que acababa de decir, pareció no haber manera de continuar la conversación. Así que hicimos el resto del viaje en silencio.