12
Temí que la marcha de Pris al bando de Barrows pesara tanto sobre Maury que dejara de ser un buen socio. Pero me equivoqué. En realidad, pareció redoblar sus esfuerzos: contestaba cartas referentes a pianos y espinetas, concertaba envíos de la fábrica a todos los puntos de la costa noroeste del Pacífico y California. Nevada, Nuevo México y Arizona, y, además, se entregó a la nueva tarea de diseñar y empezar la producción de las niñeras simulacro.
Sin Bob Bundy no podía desarrollar nuevos circuitos; Maury se encontró con que tenía que modificar los viejos. Nuestras niñeras serían una evolución del Lincoln; sus hijos, como si dijéramos.
Años atrás, en un autobús, Maury había encontrado una revista de ciencia ficción llamada Thrilling Wonder Stories donde aparecía una historia sobre unos eficientes robots que protegían a un grupo de niños como si fueran enormes perros mecánicos «Nannies», sin duda en honor al chucho de Peter Pan. A Maury le gustó aquel nombre y cuando se reunió nuestro Consejo de Dirección (Stanton presidiendo, más yo mismo, Maury, Jerome, Chester y nuestro abogado Abraham Lincoln), propuso la idea de utilizarlo.
—¿Y si el editor de la revista nos demanda? —pregunté.
—Fue hace mucho tiempo —dijo Maury—. La revista ya no existe, y probablemente el autor está muerto.
—Consúltale a nuestro abogado.
Tras cuidadosas consideraciones, el señor Lincoln decidió que la idea de llamar «Nanny» a una niñera mecánica era ya de dominio público.
—Por lo que veo —señaló—, conocen ustedes el nombre sin haber leído la historia de donde procede.
Así que llamamos Nannies a nuestras niñeras simulacro. Pero la decisión nos llevó varias semanas, ya que para tomar la suya, el Lincoln tuvo que leer Peter Pan. Le gustó tanto que se lo traía a las reuniones del consejo y lo leía en voz alta, riéndose mucho, particularmente con los fragmentos que le divertían de modo especial. No tuvimos otra opción; tuvimos que soportar las lecturas.
—Les avisé —nos dijo el Stanton, después de una intensa lectura que nos hizo escapar al lavabo para fumar.
—Lo que me molesta es que es un maldito libro infantil —se quejó Maury—. Si tiene que leer en voz alta, ¿por qué no lee algo útil como el New York Times?
Mientras tanto, Maury se había suscrito a los periódicos de Seattle, esperando averiguar algo sobre Pris. Estaba seguro de que dentro de poco aparecería algún artículo. Estaba allí, con toda seguridad, porque una furgoneta de mudanzas había llegado a la casa y había recogido el resto de sus posesiones y el conductor le había dicho a Maury que sus órdenes eran transportarlas a Seattle. Obviamente, Sam K. Barrows pagaba la factura. Pris no tenía tanto dinero.
—Aún puedes llamar a la policía —le dije a Maury.
—Tengo fe en Pris —contestó él sombríamente—. Sé que encontrará ella sola el buen camino y regresará conmigo y con su madre. Y, de todas formas, vamos a aceptarlo; está bajo custodia del Gobierno. Yo no soy ya legalmente su tutor.
Por mi parte, seguía esperando que no regresara; en su ausencia me había sentido mucho más relajado y en buenos términos con el mundo. Y me parecía que a pesar de su aspecto alicaído Maury sacaba más provecho de su trabajo. Ya no tenía preocupaciones en casa. Ni tampoco tenía que pagar cada mes una fortuna en facturas del doctor Horstowski.
—¿Crees que Sam Barrows le habrá encontrado un analista mejor? —me preguntó una tarde—. Me pregunto cuánto le costará. Tres días por semana, a cuarenta dólares la visita, son ciento veinte a la semana; casi quinientos al mes. ¡Sólo para curar su convulsionada psique!
Meneó la cabeza.
Recordé el eslogan de Salud Mental que las autoridades habían colocado en todas las oficinas de correos de los Estados Unidos hacía un año aproximadamente.
GUÍE EL CAMINO HACIA LA SALUD MENTAL…¡SEA EL PRIMERO DE SU FAMILIA EN INGRESAR EN UNA CLÍNICA DE SALUD MENTAL!
Y escolares que llevaban brillantes banderines habían llamado a las puertas por las tardes recolectando fondos para investigaciones sobre la Salud Mental; habían abrumado al público y recaudado una fortuna, todo por la buena causa de nuestra era.
—Lo siento por Barrows —dijo Maury—. Espero por su bien que le diseñe un simulacro, pero lo dudo. Sin mí, es sólo una aficionada; no hará más que hermosos dibujos. Aquel mural del cuarto de baño… ésa fue una de las pocas cosas que llegó a terminar. Y se gastó cientos de dólares en material sobrante.
—Guau —dije yo, felicitándome una vez más por la buena suerte que teníamos de que Pris ya no estuviera con nosotros.
—Esos proyectos creativos suyos… se entrega a ellos, al menos al principio. No la subestimes, amigo mío. Mira lo bien que diseñó los cuerpos del Stanton y del Lincoln. Tienes que admitir que es buena.
—Es buena —admití.
—¿Y quién va a diseñar el modelo Nanny ahora que se ha ido? Tú no, desde luego; no tienes ni pizca de habilidad artística. Ni yo. Ni esa cosa que salió del suelo a la que llamas hermano.
Me preocupé.
—Escucha, Maury —dije de repente—, ¿qué te parece la idea de tener niñeras mecánicas de la Guerra Civil?
Él me miró, inseguro.
—Ya tenemos el diseño —continué—. Haremos dos modelos. Una niñera azul yanqui, la otra gris rebelde. Piquetes haciendo su deber. ¿Qué dices?
—¿Qué es un piquete?
—Como un centinela, sólo que hay un montón de ellos.
—Sí, el soldado sugiere devoción al deber —dijo Maury tras una larga pausa—. Y a los chavales les gustará. No será el típico diseño robótico; no será frío e impersonal —asintió—. Es una buena idea, Louis. Reunamos al Consejo y expongamos nuestra idea, tu idea, más bien, para poder empezar a trabajar con ella. ¿De acuerdo? —Corrió hacia la puerta, ansioso—. Llamaré a Jerome y a Chester y se lo diré al Lincoln y al Stanton.
Los dos simulacros tenían habitaciones separadas en la planta baja de la casa de Maury; en un principio las había alquilado, pero ahora las usaba personalmente.
—¿Crees que tendrán algo que objetar? —preguntó—. Especialmente Stanton. Es tan cabezota… Supón que piensa que es… ¿blasfemia? Bien, tendremos que olvidarnos de la idea y cruzar el río.
—Si tienen algo que objetar, defenderemos nuestra idea. Al final nos saldremos con la nuestra; ¿qué puede haber en contra? Nada excepto alguna extraña idea puritana por parte de Stanton.
Sin embargo, aunque era idea mía, sentía una extraña sensación, como si en mi momento de creatividad, mi último estallido de inspiración, nos hubiera derrotado a nosotros y a todo aquello por lo que estábamos luchando. ¿Por qué? ¿Era esta idea demasiado fácil? Después de todo era simplemente una adaptación de lo que nosotros (o más bien Maury y su hija) habíamos querido hacer al principio. Habían soñado con volver a celebrar la Guerra Civil con todos los millones de participantes; ahora estábamos entusiasmándonos simplemente con la idea de tener un sirviente tipo Guerra Civil para librar al ama de casa de sus quehaceres diarios. En alguna parte del camino habíamos perdido la parte más valiosa de nuestra idea.
Una vez más éramos sólo una pequeña empresa dispuesta a hacer dinero; no teníamos ninguna gran visión, sólo un plan para hacernos ricos. Éramos otro Barrows pero a escala reducida; teníamos su avaricia, pero no su tamaño. Pronto, si era posible, empezaríamos una operación de venta Nanny; probablemente pondríamos nuestro producto en el mercado con algún truco comparado con aquello de la «reventa» clasificada que habíamos estado usando.
—No —le dije a Maury—. Es terrible. Olvídalo.
Maury se detuvo en la puerta.
—¿Por qué? Es magnífico.
—Porque es… —dije.
No podía expresarlo. Me sentí cansado y desesperado, y, aún más, solo. ¿Por qué o por quién? ¿Por Pris Frauenzimmer? Por Barrows… por todos ellos, Barrows y Burks y Colleen Nild y Bob Bundy y Pris; ¿qué estaban haciendo ahora? ¿Qué locura impracticable estarían planeando?, quise saber. Nosotros, Maury, Jerome, mi hermano Chester y yo habíamos quedado atrás.
—Dilo —dijo Maury, bailando de desesperación—. ¿Por qué?
—Es… penoso.
—¡Penoso! ¡Al diablo!
Me miró, sorprendido.
—Olvida la idea. ¿Qué crees que estará haciendo Barrows ahora mismo? ¿Crees que estarán construyendo a la familia Edwards? ¿O nos estarán robando nuestra idea del Centenario? ¿O imaginando algo completamente nuevo? Maury, no tenemos visión ninguna. Eso es lo malo. Ninguna visión.
—Claro que la tenemos.
—No. No la tenemos porque no estamos locos. Estamos sobrios y cuerdos. No somos como tu hija, no somos como Barrows. ¿No es eso un hecho? ¿Quieres decir que no puedes sentir su falta, aquí mismo, en esta casa? ¿No echas en falta ningún lunático pariendo algún proyecto monstruoso durante horas y que luego, cuando ya lo tiene medio hecho, pasa a otro asunto, algo igualmente loco?
—Tal vez. Pero por amor de Dios, Louis, no podemos tumbarnos y morir simplemente porque Pris se haya pasado al otro bando. ¿Crees que no he pensado lo mismo? La conozco mucho mejor que tú, amigo. Muchísimo mejor. Me he atormentado cada noche pensando en ellos, pero tenemos que seguir y hacerlo lo mejor que podamos. Esa idea tuya puede que no sea igual que la luz eléctrica o la cerilla, pero es buena. Es pequeña y es vendible. Al menos nos ahorrará dinero, nos ahorrará tener que contratar a alguien de fuera para que nos diseñe el cuerpo de la Nanny, y un ingeniero que ocupe el puesto de Bundy… suponiendo que podamos encontrar a alguno. ¿De acuerdo, amigo?
Ahorrar dinero. Pris y Barrows no tendrían que preocuparse por eso; mira cómo enviaron la furgoneta para que recogiera sus cosas desde Boise a Seattle. Somos poca cosa. Somos pequeños.
Somos escarabajos.
Sin Pris…, sin ella.
«¿Qué he hecho? —me pregunté—. ¿Enamorarme de ella? ¿De una mujer con ojos de hielo, una esquizoide ambiciosa y calculadora, a cargo del Instituto Federal de Salud Mental que necesitará psicoterapia el resto de su vida, una ex psicótica que se dedica a proyectos catatónico-excitantes cerebrales, que vilipendia y ataca lo que quiere cuando quiere? Vaya una mujer, vaya una cosa de la que enamorarse. ¿Qué terrible destino me aguarda ahora?»
Era como si Pris fuera para mí a la vez la vida y la antivida, lo muerto, lo cruel, lo mordaz y lacerante, y a la vez el espíritu de la existencia misma. Movimiento: era el movimiento en sí.
La vida en su actualidad desarrollándose, planteándose, calculando, dura, irreflexiva. No podía soportar tenerla cerca; no podía soportar estar sin ella. Sin Pris me apagaría hasta no ser nada y morir como un insecto en el patio, inadvertido y sin importancia, con ella me sentía acorralado, aplastado, roto en pedazos, pisoteado… y sin embargo de alguna manera vivía, era real. ¿Me gustaba sufrir? No. Me parecía que sufrir era parte de la vida, parte de estar con Pris. Sin Pris no había sufrimiento, nada errático, injusto, desequilibrado. Pero tampoco había nada vivo, sólo planes pequeños, una oficina polvorienta con dos o tres hombres escarbando en la arena…
Dios sabía que no quería sufrir a manos de Pris ni de nadie más. Pero sufrir era una indicación de que la realidad estaba cerca. En un sueño hay miedo, pero no el lento dolor corporal, el tormento diario que Pris me infringía con su presencia. No era algo que nos hiciera deliberadamente; era una extensión natural de lo que era ella.
Sólo podíamos evitarlo librándonos de ella, y eso era lo que habíamos hecho; la habíamos perdido. Y con ella se había ido la misma realidad, con todas sus contradicciones y peculiaridades; ahora la vida sería predecible: produciríamos Nannies-Soldado de la Guerra Civil. Ganaríamos cierta cantidad de dinero, etcétera. ¿Pero qué significaba? ¿Qué importaba?
—Escucha —me decía Maury—. Tenemos que continuar.
Asentí.
—Hablo en serio —me dijo Maury fuertemente al oído—. No podemos rendirnos. Reuniremos al Consejo, como íbamos a hacer. Dile lo que se te ha ocurrido, lucha por tu idea ¿Lo prometes? —Me palmeó en la espalda—. Vamos, maldita sea, o te daré un puñetazo en el ojo que te enviará al hospital. ¡Venga, amigo!
—De acuerdo —dije—, pero siento que le estás hablando a alguien que está al otro lado de la tumba.
—Sí, es lo que pareces. Pero vamos de todas formas y empecemos: baja y cuéntaselo a Stanton; sé que Lincoln no nos creará ningún problema… todo lo que hace es sentarse en su habitación y reírse con Winnie el Pooh.
—¿Qué demonios es eso? ¿Otro libro infantil?
—Exactamente, amigo mío. Vamos.
Le seguí, sintiéndome un poco reconfortado. Pero nada me devolvería verdaderamente a la vida excepto Pris. Tenía que enfrentarme a aquel hecho y aceptarlo con más fuerzas a cada hora del día.
El primer artículo que encontramos en los periódicos de Seattle, que tenía relación con Pris, casi se nos pasó por alto, porque no parecía que tratara de Pris en absoluto. Tuvimos que leerlo una y otra vez para asegurarnos.
Hablaba de Sam K. Barrows. Eso fue lo que nos llamó la atención. Y de una joven artista con la que había sido visto en un club nocturno. El nombre de la muchacha, según el columnista, era Pristine Womankind.
—¡Jesús! —exclamó Maury, la cara negra—. Ése es su nombre. Es una traducción de Frauenzimmer. Pero no lo es. Escucha, amigo, siempre se lo he contado a todo el mundo, incluso a Pris y a mi ex esposa. Frauenzimmer no significa feminidad; significa damas de placer. Ya sabes. Busconas callejeras. —Releyó el artículo, incrédulo—. Ha cambiado su nombre pero no lo sabe; demonios, debería ser Pristine Recorreaceras. Qué farsa. Es una locura. ¿Sabes lo que es? Esa Marjorie Morningstar. Se llamaba Morgensters y significa eso, estrella de la mañana. Pris sacó la idea de ahí. Y Priscilla por Pristine. Me estoy volviendo loco.
Recorrió la oficina, leyendo el artículo una y otra vez.
—Sé que es Pris. Tiene que serlo. Escucha la descripción. Dime si es o no es Pris.
Le vimos en Swami’s. Nada menos que a Sam (El Gran Hombre) Barrows acompañado por lo que, en atención a los niños que se acuestan tarde, llamaremos su «nueva protegida», un pimpollo más listo que una maestra de sexto grado llamada (si pueden creérselo) Pristine Womankind, que tiene una expresión de superioridad como si no tuviera nada que ver con nosotros, los simples mortales. Pelo negro, y una figura que haría que una de esas proas de los barcos de madera (¿captan la idea?) se volvieran verdes de envidia. También les acompañaba Dave Blunl, el abogado, que nos dijo que Pris es artista, con otros talentos que no están a la vista… y que, indicó Dave, tal vez aparezca en la tele un día de éstos, ¡como actriz, nada menos!…
—Dios, qué basura —dijo Maury, retirando el periódico—. ¿Cómo pueden esos columnistas del corazón escribir así? Están locos. Pero se nota que es Pris de todas formas. ¿Qué querrá decir con que va a aparecer como actriz de televisión?
—Barrows debe de ser el dueño de una emisora o de parte de alguna de ellas —dije yo.
—Es dueño de una compañía de comida para perros que enlata grasa de ballena. Y patrocina un programa de televisión semanal, una especie de circo y espectáculo de variedades. Probablemente les habrá indicado que le den a Pris un par de minutos. Pero ¿haciendo qué? ¡No sabe actuar! ¡No tiene talento! Creo que voy a llamar a la policía. Dile a Lincoln que venga, ¡quiero el consejo de un abogado!
Intenté calmarle; estaba sumido en un estado de agitación salvaje.
—¡Está acostándose con ella! ¡Ese bestia está acostándose con mi hija Pris! ¡Es la corrupción personificada! —Maury empezó a llamar al aeropuerto de Boise intentando conseguir un cohete que le llevara a Seattle—. Voy a ir allí a hacer que lo arresten —me dijo entre llamada y llamada—. Voy a llevarme una pistola; al diablo con la policía. Esa niña solo tiene dieciocho años; es una felonía. Tenemos un caso prima facie contra él… le arruinaré la vida. Lo meterán en la trena por veinticinco años.
—Escucha, Barrows lo tiene todo absolutamente controlado, como ya hemos dicho más de una vez; tiene a ese abogado Blunk encargándose de todo. Están cubiertos; no me preguntes cómo, pero ya han pensado en todo. Sólo porque un columnista cotilla decida escribir que tu hija es…
—La mataré —dijo Maury.
—Espera. Por el amor de Dios, calla y escucha. No sé si está acostándose con él, como dices, o no. Probablemente es su amante. Creo que tienes razón. Pero probarlo es otro asunto. Ahora puedes obligarla a que vuelva a Ontario, pero incluso así puede que él consiga librarse de eso.
—Ojalá estuviera en Kansas City. Ojalá no hubiera salido nunca de la Clínica de Salud Mental. ¡Es sólo una pobre chiquilla ex psicótica! —Se calmó un poco—. ¿Cómo podría devolverla?
—Barrows puede hacer que algún tipo de su organización se case con ella. Y una vez que eso suceda, nadie tendrá autoridad sobre ella. ¿Quieres eso? He hablado con el Lincoln y lo sé; el Lincoln ya me ha mostrado lo difícil que es obligar a un hombre como Barrows, que conoce la ley al dedillo. Barrows puede doblar la ley como si fuera un fontanero. Para él, no es una regla o una norma, sino una conveniencia.
—Eso sería terrible —dijo Maury. Su cara era gris—. Veo lo que quieres decir. Como pretexto legal para conservarla en Seattle.
—Y nunca la recuperarás.
—Y estará acostándose con dos hombres, su marido, algún maldito chico de los recados de alguna fábrica de Barrows y… con el propio Barrows.
Me miró con los ojos desencajados.
—Maury, tenemos que aceptar los hechos. Pris probablemente ya se ha acostado con algún muchacho, por ejemplo en el colegio.
Su expresión se volvió más dolorida.
—Odio tener que decirte esto, pero por la forma en que me habló una noche…
—De acuerdo —dijo Maury—. Dejémoslo correr.
—Acostarse con Barrows no la matará, y no te matará a ti.
Al menos no se quedará embarazada, él es suficientemente listo para asegurarse de que eso no suceda. Ya se encargará de que tome las pastillas.
Maury asintió.
—Ojalá me muriera.
—Me siento igual. Pero ¿recuerdas lo que me dijiste hace un par de días? ¿Que teníamos que continuar, no importa lo mal que nos sintiéramos? Ahora te digo lo mismo. No importa lo mucho que Pris signifique para nosotros… ¿no es cierto?
—Sí —dijo por fin.
Seguimos caminando y continuamos haciendo lo que teníamos pensado. En la reunión del Consejo el Stanton puso objeciones a que los Nannies llevaran el uniforme gris de los rebeldes; le gustaba la idea de seguir adelante con el tema de la Guerra Civil, pero los soldados tenían que ser leales chicos de la Unión. ¿Quién, preguntó el Stanton, confiaría sus hijos a un rebelde? Le dimos la razón y le dijimos a Jerome que empezara a poner al día la fábrica Rosen, mientras nosotros en la oficina de RYR ASOCIADOS de Ontario empezábamos a hacer los bocetos y a reunirnos con un ingeniero electrónico japonés a quien habíamos contratado temporalmente.
Unos días más tarde apareció un segundo artículo en un periódico de Seattle. Éste lo vi yo antes que Maury.
La señorita Pristine Womankind, la exuberante estarlet descubierta por la organización Barrows, entregará una pelota de béisbol de oro a los campeones de la Pequeña Liga, según contó hoy a los medios informativos Irving Kahn, secretario de prensa del señor Barrows. Como aún queda por jugar uno de los partidos de la Liga, aún no se sabe…
Así que Sam Barrows tenía contratado a un secretario de prensa, como a Dave Blunk y los otros. Barrows le estaba dando a Pris lo que ella había querido tanto tiempo; estaba cumpliendo su parte del acuerdo que habían hecho, no había duda. Y tampoco dudaba que ella también cumplía con la suya.
«Está en buenas manos —me dije—. Probablemente no hay un ser humano en Norteamérica más cualificado para darle a Pris lo que quiere de la vida.»
El artículo estaba titulado «PRIMERA DIVISIÓN CONCEDE LA PELOTA DE ORO A LA PEQUEÑA LIGA». Así que Pris era «primera división» ahora. Un estudio posterior me dijo que el señor Sam K. Barrows había pagado los uniformes del club de la Pequeña Liga que esperaba ganar la pelota de oro (o hacía falta añadir que Barrows proporcionaría la pelota), y en sus espaldas aparecerían las palabras: ORGANIZACIÓN BARROWS.
Por delante, naturalmente, aparecería el nombre del equipo, fuera cual fuese el área o el colegio al que pertenecieran los chavales.
No había duda de que ella era feliz. Después de todo, Jayne Mansfield empezó siendo nombrada Miss Espina Dorsal recta por los quiroprácticos norteamericanos allá en los años cincuenta; aquélla había sido su primera aparición publicitaria. En aquellos días, era una de esas adictas a la comida sana.
«Mira lo que tiene Pris por delante —me dije—. Primero entrega la pelota de oro a un equipo de críos y de ahí sube rápidamente a la cima. Tal vez Barrows pueda colocar una serie de fotos de ella desnuda en Life; no es nada descabellado, aparecen fotos de chicas desnudas todas las semanas. De esa manera su fama sería grandiosa. Todo lo que tendría que hacer es quitarse la ropa en público, ante un fotógrafo experto en vez de hacerlo simplemente en privado ante los ojos de Sam K. Barrows.»
Luego podría casarse brevemente con el presidente Mendoza. Ya ha estado casado cuarenta y una veces, en ocasiones durante menos de una semana. O al menos quizá la invitasen a una de esas fiestas en la Casa Blanca, o a dar un paseo por alta mar en el yate presidencial o a pasar una semana en el lujoso satélite de vacaciones del presidente. Especialmente esas fiestas: las chicas que invitan para actuar nunca son las mismas: su fama estaría asegurada, toda clase de posibilidades se abrirían ante ella, especialmente en el campo del espectáculo. Pues si el presidente Mendoza las quiere, todo el mundo en los Estados Unidos las quiere también, porque como es bien sabido el presidente de los Estados Unidos tiene un gusto increíblemente bueno, así como la primera oportunidad de…
Estos pensamientos me estaban volviendo loco.
¿Cuánto tardaría?, me pregunté. ¿Semanas? ¿Meses? ¿Podría hacerlo inmediatamente o le costaría tiempo?
Una semana después, mientras ojeaba la guía de televisión, descubrí a Pris en el elenco del programa semanal patrocinado por la compañía de comida para perros de Barrows. Según el anuncio, actuaba en un número de lanzamiento de cuchillos: le arrojaban cuchillos encendidos mientras danzaba el Baile Lunar llevando uno de los nuevos trajes de baño transparentes. La escena había sido rodada en Suecia, pues ese tipo de trajes de baño aún eran ilegales en las playas de los Estados Unidos.
No le mostré la revista a Maury, pero él la descubrió por su cuenta. Un día antes del programa me llamó a mi casa y me mostró el elenco. En la revista había también una foto pequeña de Pris, sólo su cabeza y los hombros. Sin embargo, había sido tomada de manera que indicaba que no llevaba puesto nada encima. Los dos la miramos con ferocidad y desesperación. Y, sin embargo, ella parecía feliz. Probablemente lo era.
Tras ella, en la foto, podían verse montañas verdes y agua. Las maravillas naturales de la Tierra. Y recortada contra ellas, esta sonriente y esbelta muchacha, llena de vida, excitación y vitalidad. Llena de… futuro.
El futuro le pertenece, advertí mientras examinaba la foto. Aparezca desnuda sobre una alfombra de piel de cabra en Life o se convierta en la amante del presidente durante un fin de semana, o baile locamente, desnuda de cintura para arriba, mientras le lanzan cuchillos ardientes durante un programa de televisión infantil… sigue siendo real, hermosa y maravillosa, como las colinas y el océano, y nadie puede destruir ni estropear eso, por muy furiosos y amargados que se sientan. ¿Qué tenemos Maury y yo? ¿Qué podemos ofrecerle? Sólo algo inestable. Algo que huele a ayer, al pasado, no al futuro. Algo que apesta a pena, edad, y muerte.
—Amigo mío —le dije a Maury—. Creo que voy a viajar hasta Seattle.
Él no dijo nada. Continuó leyendo el texto de la guía de televisión.
—Francamente, ya no me importan los simulacros —le dije—. Lamento decirlo, pero es la verdad. Sólo quiero ir a Seattle y ver cómo está. Tal vez después…
—No volverás. Ninguno de los dos lo hará.
—Tal vez sí.
—¿Quieres apostar?
Le aposté diez pavos. Eso era todo lo que podía hacer; no tenía sentido hacer una promesa que probablemente no podría, ni querría, mantener.
—Esto hundirá a RYR ASOCIADOS —dijo Maury.
—Tal vez, pero tengo que ir.
Esa noche empecé a empaquetar mis cosas. Hice una reserva en un vuelo a Seattle en un cohete Boeing 900 de la TWA; salía a las once menos veinte de la mañana siguiente. Ahora ya no había nada que me retuviera; ni siquiera me molesté en telefonear a Maury para decírselo. ¿Para qué perder el tiempo? Él no podría hacer nada. ¿Y yo? Eso quedaba por ver.
Mi revólver del 45 del Servicio Militar era demasiado grande, así que empaqueté un revólver más pequeño, un 38, envuelto en una toalla junto con una caja de munición. Nunca he sido muy buen tirador, pero podía alcanzar a un ser humano dentro de los límites de una habitación normal, y posiblemente a través del espacio de un salón público como un club nocturno o un teatro. Y puestos en lo peor, podía usarlo conmigo mismo; con toda seguridad podría alcanzar eso, mi propia cabeza.
Como no tenía nada más que hacer hasta la mañana siguiente, me acosté y me puse a leer un ejemplar de Marjorie Morningstar que Maury me había prestado. Era suyo, y posiblemente era el mismo ejemplar que Pris había leído hacía años. Con él, esperaba poder comprender mejor a Pris; no lo leía por placer.
A la mañana siguiente me levanté temprano, me afeité y me lavé, tomé un desayuno ligero y me dirigí hacia el aeropuerto de Boise.