11
—Aparcamos aquí cerca y charlamos con el Stanton —dijo Barrows amablemente—. Hemos llegado a un acuerdo, según nos parece.
—¿Oh? —dije yo.
A mi lado, Maury había asumido una expresión fija y ceñuda. Pris tembló visiblemente.
—Soy Jerome Rosen —dijo mi padre tendiendo la mano—, propietario de la Fábrica de Órganos Electrónicos y Espinetas Rosen de Boise, Idaho. ¿Tengo el honor de encontrarme ante el señor Samuel Barrows?
Así que cada uno tenía reservada una sorpresa. Él consigue encontrar al Stanton durante la noche y nosotros, por nuestra parte (si es equivalente), conseguimos traer a mi padre.
Ese Stanton… Como decía la Británica, había negociado con el enemigo para su propio provecho personal. ¡El muy cerdo! Y se me ocurrió que probablemente estuvo con Barrows todo el tiempo en Seattle: no había tenido intención de abrir un bufete ni de visitar la ciudad. Sin duda habían estado negociando entre ellos.
Habíamos sido vendidos… por nuestro primer simulacro.
Aquello era un mal presagio.
De todas formas, el Lincoln nunca haría algo semejante. Y, al darme cuenta de eso, me sentí mucho mejor.
Deberíamos volver a conectar el Lincoln lo más rápido posible.
—Ve y pídele al Lincoln que suba, ¿quieres? —le dije a Maury.
Él alzó una ceja.
—Lo necesitamos —dije.
—Es verdad —coincidió Pris.
—De acuerdo.
Maury asintió y se marchó.
Habíamos empezado. Pero ¿empezado el qué?
—Cuando nos encontramos la primera vez con el Stanton —dijo Barrows—, lo tratamos como a un artilugio mecánico. Pero entonces el señor Blunk me recordó que ustedes sostienen que está vivo. Sentí curiosidad por saber lo que pagan al amigo Stanton.
«Pagar», pensé anonadado.
—Hay leyes sobre el salario —dijo Blunk.
Le miré con la boca abierta.
—¿Tienen un contrato de trabajo con el señor Stanton? —preguntó Blunk—. Si lo tienen, espero que cumpla la ley del salario mínimo. De hecho, hemos estado discutiendo con el Stanton y no recuerda haber firmado ningún contrato. Por tanto, no veo ninguna objeción en que el señor Barrows le contrate digamos por seiscientos dólares a la hora. Estarán de acuerdo con que eso es un precio más que justo. Sobre esa base, el señor Stanton ha accedido a volver con nosotros a Seattle.
Guardamos silencio.
La puerta se abrió y entró Maury. Con él, venía la figura alta, barbuda y encorvada del simulacro Lincoln.
—Creo que deberíamos aceptar su oferta —dijo Pris.
—¿Qué oferta? —preguntó Maury—. No he oído ninguna oferta. ¿Has oído tú alguna oferta Louis?
Sacudí la cabeza.
—Pris —dijo Maury—, ¿has estado hablando con Barrows?
—Ésta es mi oferta —ofreció Barrows—. Valoraremos SAMA en setenta y cinco mil dólares. Yo pondré…
—¿Habéis estado hablando? —interrumpió Maury.
Ni Pris ni Barrows dijeron nada. Pero estaba claro para Maury y para mí, para todos.
—Pondré ciento cincuenta mil dólares —continuó Barrows—, y naturalmente tendré el control.
Maury negó con la cabeza.
—¿Podemos discutirlo entre nosotros? —le preguntó Pris a Barrows.
—Claro —contestó Barrows.
Nos retiramos a una pequeña habitación al otro lado del vestíbulo.
—Estamos perdidos —dijo Maury, la cara gris—. Arruinados.
Pris no dijo nada. Pero su cara estaba tensa.
—Evitad a ese Barrows —dijo mi padre tras una larga pausa—. Lo que sé es que no tenemos que ser parte de una corporación en la que él ostente el control.
Me volví hacia el Lincoln, quien nos escuchaba en silencio.
—Es usted abogado… en nombre de Dios, ayúdenos.
—Louis —dijo el Lincoln—, el señor Barrows y sus compatriotas mantienen una posición de fuerza. No hay mentiras en sus actos, es el más fuerte. —El simulacro reflexionó, luego se dio la vuelta y se acercó a la ventana para mirar a la calle. De inmediato se volvió hacia nosotros, con la cara contraída pero una chispa brillándole en los ojos—. Sam Barrows es un hombre de negocios, pero también lo son ustedes. Vendan su pequeña empresa, SAMA ASOCIADOS al señor Jerome Rosen por un dólar. Así se convertirá en parte de la Fábrica de Órganos y Espinetas Rosen que tiene mayor capital. Para obtenerla, Sam Barrows debe comprar todo el establecimiento entero, incluyendo la fábrica, y no está preparado para hacer eso. Y en cuando al Stanton puedo decirles lo siguiente: Stanton no cooperará con ellos mucho más. Puedo hablarle y persuadirle de que vuelva. Stanton es temperamental, pero buen tipo. Le conozco desde hace muchos años. Estuvo en la Administración Buchanan, y contra muchas protestas le elegí para que continuara en su cargo, a pesar de sus maquinaciones. Aunque es temperamental y se preocupa por su posición, es honesto. Al final, no se relacionará con sinvergüenzas. No quiere abrir un bufete y volver a practicar la abogacía; quiere un puesto de poder público, y en eso es responsable… es un buen servidor público. Le diré que desean hacerle presidente de su Consejo de Dirección y se quedará.
—Nunca se me hubiera ocurrido… —dijo Maury suavemente.
—Yo… no estoy de acuerdo —dijo Pris—. SAMA no debe ser entregada a la familia Rosen; eso está fuera de la cuestión. Y Stanton no aceptará una oferta como ésa.
—Sí lo hará —dijo Maury. Mi padre asentía y yo asentí también—. Le daremos un cargo importante en nuestra organización. ¿Por qué no? Tiene habilidad. Santo Dios, puede incluso convertirnos en un negocio de un millón de dólares dentro de un año.
—No lamentarán depositar su confianza, y su negocio, en manos del señor Stanton —dijo gentilmente el Lincoln.
Regresamos a la oficina. Barrows y su gente nos esperaban expectantes.
—Esto es lo que tenemos que decirles —informó Maury aclarándose la garganta—. Ejem, hemos vendido SAMA al señor Jerome Rosen —señaló a mi padre—. Por un dólar.
—¿De verdad? Qué interesante —dijo Barrows, parpadeando.
Miró a Blunk, quien levantó las manos en un gesto de resignación.
—Edwin —le dijo el Lincoln al Stanton—, el señor Rock y los señores Rosen desean que se una a su nueva corporación como presidente de su Consejo de Dirección.
Los rasgos amargos y envarados del simulacro Stanton se alteraron; aparecieron y desaparecieron emociones.
—¿Es cierto? —nos preguntó.
—Sí, señor —contestó Maury—. Es una oferta en firme. Podemos usar a un hombre de su habilidad; estamos dispuestos a bajar de categoría para hacerle sitio.
—Cierto —dije yo.
—Estoy de acuerdo, señor Stanton —dijo mi padre—. Y puedo hablar en nombre de Chester, mi otro hijo. Somos sinceros.
Maury se sentó ante una de las viejas Underwoods eléctricas de SAMA e insertó una hoja de papel y empezó a escribir.
—Lo pondremos por escrito; podemos firmarlo ahora mismo y ponernos en marcha inmediatamente.
—Considero esto no sólo una traición al señor Barrows sino a todo por lo que hemos luchado —dijo Pris con voz baja y fría.
—Cierra el pico —le ordenó Maury con voz tensa.
—No seguiré con esto porque está mal —dijo Pris. Su voz estaba totalmente bajo control; lo mismo habría podido estar encargando ropa por teléfono a Macy’s—. Señor Barrows, señor Blunk, si quieren que vaya con ustedes, lo haré.
Todos, incluyendo a Barrows y a Blunk, no pudimos dar crédito a nuestros oídos.
Barrows, sin embargo, se recuperó rápidamente.
—Usted, esto… ayudó a construir los dos simulacros. ¿Podría construir otro?
La miró.
—No, no podría —dijo Maury—. Todo lo que hizo fue dibujar la cara. ¿Qué sabe de la parte electrónica? ¡Nada!
Continuó mirando a su hija.
—Bob Bundy vendrá conmigo —dijo Pris.
—¿Por qué? —dije yo. Mi voz tembló—. ¿Él también? Bundy y tú habéis estado…
No pude terminar.
—Le gusto a Bob —dijo Pris remotamente.
Barrows se metió la mano en el bolsillo y sacó su cartera.
—Le daré dinero para el vuelo —le dijo a Pris—. Puede seguirnos. Así no habrá ninguna complicación legal… viajaremos por separado.
—Muy bien. Estaré en Seattle dentro de un día o dos. Pero guárdese el dinero. Tengo el mío propio.
—Bien, entonces hemos terminado nuestros negocios aquí —dijo Barrows haciendo un gesto con la cabeza a Blunk—. Ya podemos marcharnos. —Se dirigió al Stanton—. ¿Le dejamos aquí, Stanton? ¿Es ésa su decisión?
—Lo es, señor —contestó el simulacro Stanton con voz rasposa.
—Buenos días —nos dijo Barrows a todos.
Blunk nos hizo un gesto cordial. La señorita Nild se dio la vuelta para seguir a Barrows y se fueron.
—Pris, estás loca —dije yo.
—Eso es un juicio de valor —contestó Pris con voz distante.
—¿Hablabas en serio? —le preguntó Maury, con la cara cenicienta—. ¿Vas a marcharte con Barrows? ¿Vas a volar a Seattle para unirte a él?
—Sí.
—Llamaré a la policía y te retendré. Eres menor de edad. Nada más que una niña. Informaré a la gente de Salud Mental. Haré que te lleven de vuelta a Kasanin.
—No, no lo harás. Puedo irme, y la organización de Barrows me ayudará. Los de Salud Mental no pueden agarrarme a menos que regrese voluntariamente, cosa que no haré, o a menos que me vuelva psicótica, cosa que no soy. Estoy desenvolviéndome bastante bien. Así que no hagas escenitas emocionales; no te sentará bien.
Maury se pasó la lengua por los labios, se los mordió y luego guardó silencio. Sin duda ella tenía razón; todo podía llevarse a cabo sin problemas. Y la gente de Barrows vería que no había ningún impedimento legal; sabían cómo hacerlo y tenían mucho que ganar.
—No creo que Bob Bundy nos deje por ti —le dije.
Pero por su expresión vi que lo haría. Lo sabía. Era una de esas cosas. ¿Cuánto tiempo hacía que había algo entre ellos? No había forma de saberlo. Era un secreto de Pris. Teníamos que creerlo.
Me dirigí al Lincoln.
—No se esperaba esto, ¿verdad?
El simulacro negó con la cabeza.
—De todas formas, nos desembarazamos de ellos —dijo Maury entrecortadamente—. Conservamos SAMA ASOCIADOS. Conservamos el Stanton. No volverán. Me importan un comino Pris y Bob Bundy. Si los dos quieren irse con ellos, buena suerte.
La miró con rencor. Pris le devolvió la mirada con la misma falta de pasión que de costumbre; nada la afectaba. En una crisis era aún más fría, más eficiente, más íntegra que nunca.
Tal vez, me dije amargamente, teníamos suerte de que se fuera. No habríamos podido lidiar con ella… al menos yo no. ¿Podría Barrows? Tal vez podría usarla, explotarla… o quizá ella le dañaría, incluso le destruiría. O las dos cosas. Pero también estaba Bundy. Y entre Bundy y Pris podían construir un simulacro sin problemas. No necesitaban a Maury y desde luego no me necesitaban a mí. Inclinándose hacía mí, el Lincoln me dijo con voz cargada de simpatía:
—Se beneficiarán ustedes de la habilidad del señor Stanton para tomar decisiones firmes. Él, con su enorme energía, ayudará a su empresa casi inmediatamente.
—Mi salud no es del todo buena —refunfuñó el Stanton, pero parecía confiado y satisfecho—. Haré lo que pueda.
—Lamento lo de tu hija —le dije a mi socio.
—Cristo —murmuró—, ¿cómo pudo hacerlo?
—Volverá —dijo mi padre, agrarrándole del brazo—. Los kindern siempre lo hacen.
—No quiero que vuelva —dijo Maury, pero obviamente sí quería.
—Vamos a bajar a tomarnos un café —dije yo.
Había una buena cafetería en la acera de enfrente.
—Id vosotros —repuso Pris—. Creo que me iré a casa. Tengo muchas cosas por hacer. ¿Puedo llevarme el Jaguar?
—No —dijo Maury.
Ella se encogió de hombros, recogió su bolso y salió de la oficina. La puerta se cerró a sus espaldas. Se había marchado.
El Lincoln nos había ayudado mucho con Barrows, pensé mientras tomábamos nuestro café. Encontró una manera de librarnos de él. Y después de todo no fue culpa suya que las cosas terminaran de aquella manera… no había forma de saber por dónde iba a salir Pris. Ni podía haber imaginado que tenía a nuestro ingeniero en la palma de la mano. Yo no lo había sospechado ni Maury tampoco.
La camarera nos había estado mirando. Por fin se acercó.
—Ése es el maniquí del escaparate, ¿no? El Abraham Lincoln.
—No, la verdad es que es un maniquí de W. C. Fields —le contesté—. Pero tiene puesto un disfraz de Lincoln.
—Mi novio y yo vimos su demostración el otro día. Sí que parece real. ¿Puedo tocarlo?
—Claro.
Estiró una mano con cautela y tocó la de Lincoln.
—¡Ooh, incluso está caliente! —exclamó—. ¡Y vaya, está tomando café!
Por fin pudimos librarnos de ella y pudimos reemprender nuestra triste discusión.
—Ha conseguido ajustarse perfectamente a nuestra sociedad —le dije al simulacro—. Mejor que muchos de nosotros.
—El señor Lincoln siempre ha sido capaz de llevarse bien con todo el mundo —dijo el Stanton con tono brusco—, por el simple método de contar un chiste.
El Lincoln sonrió mientras sorbía su café.
—Me pregunto qué estará haciendo Pris ahora —dijo Maury—. Las maletas, tal vez. Esto de no tenerla aquí con nosotros es horrible. Es parte del equipo.
Me di cuenta de que habíamos perdido a un montón de gente allá en la oficina. Nos deshicimos de Barrows, de Dave Blunk, la señorita Nild y, para nuestra sorpresa, de Pris Frauenzimmer y nuestro vital ingeniero, Bob Bundy. Me pregunté si volveríamos a ver a Barrows de nuevo. Me pregunté si volveríamos a ver a Bob Bundy. Me pregunté si volveríamos a ver a Pris. Si lo hacíamos, ¿habría cambiado?
—¿Cómo pudo vendernos de esa forma? —se quejó Maury en voz alta—. Pasarse al otro bando… esa clínica y ese doctor Horstowski no hicieron nada, absolutamente nada a pesar de todo el tiempo y el dinero que invertí. ¿Qué lealtad mostró? Quiero que me devuelva el dinero. Pero no me importa si no vuelvo a verla a ella nunca más… se acabó para mí. Hablo en serio.
Por cambiar de conversación, me dirigí al Lincoln.
—¿Tiene algún otro consejo que darnos sobre lo que deberíamos hacer, señor?
—Me temo que no ayudé como había esperado —dijo el Lincoln—. Con las mujeres no hay predicción que valga; el destino adquiere una forma caprichosa… sin embargo, sugiero que me conserven como consejero legal suyo. Igual que ellos tienen al señor Blunk.
—Magnífica idea —dije, sacando mi talonario de cheques—. ¿Cuánto pide por el trabajo?
—Diez dólares serán suficientes —dijo el Lincoln.
Así que escribí esa cantidad en el cheque; él lo aceptó y me dio las gracias.
—Hoy en día un asesor gana al menos doscientos —dijo tristemente Maury—. El dólar no vale lo que antes.
—Diez servirán —dijo el Lincoln—. Y empezaré por los papeles de venta de SAMA ASOCIADOS a su fábrica de pianos de Boise. Sugiero que se forme una sociedad limitada, como sugirió el señor Barrows. Y yo me encargaré de estudiar las leyes actuales para ver cómo deben ser distribuidas las acciones. Me llevará tiempo hacer la investigación, me temo, así que deben ser ustedes pacientes.
—Muy bien —dije yo.
La pérdida de Pris nos había afectado profundamente; sobre todo a Maury. Pérdida en vez de ganancia; así era como habíamos escapado de las manos de Barrows. Y sin embargo… ¿había otra manera de escapar? El Lincoln tenía razón. Lo impredecible funcionaba sobre nuestras vidas. Barrows había quedado tan sorprendido como nosotros.
—¿Podernos construir simulacros sin ella? —le pregunté a Maury.
—Sí. Pero no sin Bob Bundy.
—Podemos buscar a alguien que lo reemplace.
Pero a Maury no le preocupaba Bob Bundy; aún estaba pensando en su hija.
—Te diré qué es lo que la echó a perder. Ese maldito libro Marjorie Morningstar.
—¿Por qué? —pregunté.
Era terrible ver a Maury desvariando de esa manera y dando aquellos postulados irracionales. El shock había sido tan grande que parecía senilidad.
—Ese libro le dio a Pris la idea de que podría conocer a alguien rico, famoso y guapo —explicó Maury—. Como ya sabes quién. Como Sam Barrows. Es una idea del viejo país sobre el matrimonio. Se casan fríamente por provecho. Los jóvenes en este país se casan por amor y tal vez eso esté bien, pero no es calculador. Cuando leyó ese libro, empezó a hacer cálculos sobre el amor. La única cosa que podría haber salvado a Pris es que se hubiera enamorado a pies juntillas de algún muchacho. Y ahora se ha ido. —Su voz se quebró—. Vamos a aceptarlo; es sólo un negocio. Quiero decir que es un negocio, pero no el de los simulacros. Ella quiere venderse a él, y conseguir algo a cambio; ya sabes a lo que me refiero. Louis. —Meneó la cabeza, mirándome desesperanzado—. Y él puede darle lo que ella quiera. Y Pris lo sabe.
—Sí.
—Yo nunca le habría dejado acercarse a ella. Pero no le echo la culpa; ella es la responsable. Todo lo que le pase ahora es culpa suya. Haga lo que haga y se convierta en lo que se convierta. Será mejor que vigilemos los periódicos, Louis. Ya sabes que siempre cuentan lo que hace Barrows. Podemos saber de Pris por los malditos periódicos.
Apartó la cabeza y sorbió ruidosamente su café, sin dejarnos ver su cara.
—¿Cuándo asumo mi cargo como presidente del Consejo? —preguntó el Stanton tras una pausa.
—Cuando quiera —contestó Maury.
—¿Les parece bien, caballeros? —nos preguntó el Stanton. Mi padre y yo asentimos; lo mismo hizo el Lincoln—. Entonces asumiré que ostento el cargo ahora, caballeros. —Se aclaró la garganta, se sonó la nariz y se atusó las patillas—. Tenemos que empezar a trabajar. Una fusión de las dos compañías nos propiciará un nuevo periodo de actividad. He estado pensando en el producto que debemos manufacturar. No creo que sea buena idea dar vida a más simulacros Lincoln ni a más… —reflexionó y una mueca cáustica y sardónica se dibujó en sus facciones—… a más Stanton. Uno de cada es suficiente. En el futuro, hagamos algo más simple. Además, eso reducirá nuestros problemas mecánicos, ¿no? Tengo que examinar a los trabajadores y al equipo y ver si todo está en orden… sin embargo, incluso ahora confío en que nuestra empresa pueda producir algo simple, deseado por todos, unos simulacros no únicos ni complejos, pero al mismo tiempo necesitados. Tal vez trabajadores que pueden producir ellos mismos más simulacros.
Pensé que aquélla era una idea buena, aunque asustaba.
—En mi opinión —dijo el Stanton—, deberíamos diseñar, ejecutar y empezar a construir inmediatamente un modelo estándar y uniforme. Será el primer simulacro oficial producido por nuestra empresa, y lo tendremos en el mercado antes de que el señor Barrows haya hecho uso de los conocimientos y el talento de la señorita Frauenzimmer.
Todos asentimos.
—Sugiero específicamente un simulacro que haga una tarea simple para la casa, y venderlo sobre esa base; una niñera. Y debemos de simplificarlo al máximo para que se venda lo más barato posible. Por ejemplo, a cuarenta dólares. Nos miramos mutuamente. No era mala idea.
—He tenido la oportunidad de ver esta necesidad —continuó el Stanton—, y sé que si fuera adecuado atender a los niños de una familia todo el tiempo, sería un producto instantáneamente vendible y no tendríamos en el futuro problemas de índole financiera. Así que solicito una votación para llevar adelante esta propuesta. Todos los que estén a favor, que digan «Sí».
—Sí —dije yo.
—Sí —respondió Maury.
—Sí, también —dijo mi padre tras considerarlo un momento.
—Entonces la moción ha sido aprobada —declaró el Stanton. Sorbió su café y luego, colocando la taza sobre el mostrador, dijo con voz firme y confiada—. La empresa necesita un nombre nuevo. Propongo que la llamemos RYR ASOCIADOS DE BOlSE, IDAHO. ¿Les parece satisfactorio? —Nos miró. Todos asentimos—. Bien. —Se limpió la barbilla con una servilleta de papel—. Entonces empecemos de una vez; señor Lincoln como asesor nuestro. ¿Quiere ver si nuestros papeles legales están en orden? Si es necesario, puede contratar a un abogado más joven que esté familiarizado con las leyes actuales; le autorizo a hacerlo. Empezaremos a trabajar de inmediato. Nuestro trabajo está lleno de empeño honesto y activo, y no viviremos del pasado ni de las cosas desagradables ni retrocesos que hemos experimentado tan recientemente. Es esencial, caballeros, que miremos adelante, no atrás… ¿podremos hacerlo, señor Rock? ¿A pesar de todas las tentaciones?
—Sí —contestó Maury—. Tiene razón, Stanton.
Sacó una caja de cerillas del bolsillo; se levantó del taburete y se acercó a la caja registradora en el mostrador y cogió unos cigarros. Regresó con dos largos puros envueltos en papel dorado, y tendió uno a mi padre.
—El conde de Guell —dijo—. Hechos en Filipinas.
Desenvolvió su cigarro y lo encendió; mi padre hizo lo mismo.
—Lo haremos bien —dijo mi padre, dando una calada.
—Por supuesto —repuso Maury.
Los demás acabamos el café.