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Nuestra técnica de ventas se perfeccionó a principios de los años setenta. Primero poníamos un anuncio en cualquier periódico local, en la sección de clasificados.
Espineta y órgano electrónico, reventa, en perfecto estado. SACRlFlCIO. Se precisa dinero en efectivo o buen crédito en esta zona para hacerse cargo de los pagos antes de regresar a Oregon. Contactar con la Compañía de Pianos Frauenzimmer, señor Rock, Encargado de Créditos, Ontario, Oregon.
Hemos publicado este anuncio durante años en los periódicos de una ciudad a otra, por los Estados occidentales y en el interior de Colorado. Toda la acción se desarrolla siguiendo una base científica y sistemática; usamos mapas y nos movemos de forma que ninguna ciudad queda al margen. Estamos constantemente en la carretera con nuestros cuatro camiones de turbina, un hombre en cada camión.
Así que publicamos el anuncio, digamos en el Independiente de San Rafael, y pronto empiezan a llegar cartas a nuestra oficina en Ontario, Oregon, donde mi socio Maury Rock se encarga de ellas. Clasifica las cartas y hace listas, y cuando tiene suficientes contactos en un área determinada, digamos alrededor de San Rafael, manda un cable al camión. Supongamos que Fred está ahí abajo, en Marin County. Cuando recibe el cable, saca su propio mapa y confecciona una lista de llamadas en una secuencia apropiada. Y entonces busca un teléfono y llama al primer cliente potencial.
Mientras tanto, Maury ha mandado una carta de respuesta a cada persona que ha contestado al anuncio.
Querido Señor Tal y Cual:
Nos alegramos de recibir respuesta suya a nuestro anuncio en el Independiente de San Rafael. El encargado de este asunto lleva fuera unos cuantos días y por eso hemos decidido mandarle su nombre y dirección con la petición de que contacte con usted y le proporcione todos los detalles.
La carta sigue rodando pero ha hecho un buen trabajo para la compañía durante años. Sin embargo, últimamente, las ventas de órganos electrónicos han descendido. Por ejemplo, en la zona de Vallejo vendimos cuarenta espinetas no hace mucho, y ni un sólo órgano.
Ahora bien, este enorme balance a favor de la espineta en detrimento del órgano electrónico, en términos de venta, nos llevó a mi socio Maury Rock y a mí a una discusión.
Fui a Ontario, Oregon, tras haber estado en el sur, en los alrededores de Santa Monica, discutiendo con algunos santurrones que habían invitado a la policía a localizar nuestra empresa y nuestro método de operaciones…, una acción gratuita que no condujo a nada, naturalmente, ya que nuestras operaciones son estrictamente legales.
Ontario no es mi ciudad natal, ni la de nadie más. Soy de Wichita Falls, Kansas, y cuando era un adolescente me trasladé a Denver y luego a Boise, Idaho. En algunos aspectos, Ontario es un suburbio de Boise; está cerca de la frontera de Idaho: se cruza un largo puente de acero y se llega a una tierra llana de cultivos. Los bosques de la zona oriental de Oregon no se dan tan tierra adentro. La mayor industria es la fábrica Orelda de puré de patatas, especialmente su división electrónica, y hay un montón de granjeros japoneses que fueron recluidos durante la Segunda Guerra Mundial y ahora cultivan cebollas o cosas así. El aire es seco, las casas baratas y la gente hace sus compras en Boise, una gran ciudad que no me gusta porque no se puede encontrar en ella comida china decente. Está cerca de la Ruta de Oregon, y el trazado del ferrocarril la atraviesa de camino a Cheyenne.
Nuestra oficina está instalada en un edificio de ladrillo que se encuentra en el centro de la ciudad, frente a unos grandes almacenes. Tenemos enredaderas alrededor del edificio. Su color parece una bendición cuando uno llega del desierto de California y Nevada.
Así que aparqué mi polvoriento Chevrolet descapotable Magic Fire, crucé la acera hacia nuestro edificio y su cartel:
SAMA ASOCIADOS
SAMA son las iniciales de SISTEMAS ACÚSTICOS MÚLTIPLES DE AMÉRICA, un nombre compuesto de tipo electrónico que inventamos debido a nuestra fábrica de órganos electrónicos, en la que estoy muy involucrado gracias a mis lazos familiares. A Maury se le ocurrió la idea de la Compañía de Pianos Frauenzimmer, ya que el nombre iba mejor con nuestras operaciones. Frauenzimmer es el apellido original de Maury; Rock también es una invención. Mi nombre auténtico es tal como lo digo: Louis Rosen, que es como se dice rosa en alemán. Un día le pregunté a Maury qué significaba Frauenzimmer y me dijo que feminidad. Le pregunté por qué había escogido Rock en concreto.
—Cerré los ojos y cogí un volumen de la enciclopedia, y decía ROCK a SUBUD.
—Cometiste un error —le dije—. Deberías haberte llamado Maury Subud.
El portal de nuestro edificio data de 1965 y tendría que ser reemplazado, pero no tenemos dinero. Abrí la puerta y me dirigí al ascensor, que es de los automáticos. Un minuto después entraba en nuestras oficinas, donde los amigos charlaban y bebían.
—Nos ha pasado el tiempo —me dijo Maury de inmediato—. Nuestro órgano electrónico está obsoleto.
—Te equivocas. Se tiende hacia el órgano electrónico porque es así como los Estados Unidos están entrando en la exploración espacial: gracias a la electrónica. Dentro de diez años no venderemos una espineta al día; la espineta será una reliquia del pasado.
—Louis —dijo Maury—, por favor, mira lo que han hecho nuestros competidores. La electrónica puede que marche hacia adelante, pero sin nosotros. Mira el Órgano de Sensaciones Hammerstein. Mira la Euforia Waldteufel. Y dime por qué querría nadie como tú producir música.
Maury es un tipo alto, emocionalmente excitable, algo propio de los hipertiroideos. Sus manos tienen tendencia a temblar y hace la digestión demasiado rápido; le están suministrando píldoras, y si no funcionan tendrán que administrarle yodo radiactivo un día de éstos. Si se pusiera recto, mediría dos metros. Tiene, o tuvo alguna vez, el pelo negro, muy largo pero débil, y los ojos grandes, y una especie de mirada de desconcierto, como si las cosas salieran mal por todas partes.
—Ningún instrumento musical bueno se queda obsoleto —dije.
Pero Maury tenía razón. Lo que había acabado con nosotros eran las extensas investigaciones cerebrales de mediados de los años sesenta y las técnicas de electrodos profundos de Penfield, Jacobson y Olds, especialmente sus descubrimientos sobre el cerebelo. En el hipotálamo residen las emociones, y al desarrollar nuestra oferta de órganos electrónicos no lo habíamos tenido en cuenta. La fábrica Rosen nunca se dedicó a la transmisión de ondas de frecuencia selectiva, que estimula células muy específicas del cerebelo, y desde luego fracasamos desde el principio al no ver lo fácil (y lo importante) que sería conectar los circuitos a un teclado blanco y negro.
Como la mayoría de la gente, he toqueteado las teclas de un Órgano de Sensaciones Hammerstein, y me gusta. Pero no hay nada creativo en él. Cierto, se pueden conseguir nuevas configuraciones de estímulos cerebrales, y por tanto se producen emociones completamente nuevas en la cabeza que de otra forma nunca aparecerían. Se puede —en teoría— conseguir la combinación que te haga llegar al nirvana. Tanto la corporación Hammerstein como la Waldteufel tienen un gran premio para el que lo consiga. Pero eso no es música. Es escapismo. ¿Quién lo quiere?
—Yo lo quiero —había dicho Maury ya en diciembre de 1978.
Y se fue a contratar un caro ingeniero electrónico de la Agencia Espacial Federal, esperando que pudiera crear para nosotros una nueva versión del órgano estimulador del hipotálamo.
Pero Bob Bundy, a pesar de ser un genio electrónico, no tenía experiencia con los órganos. Había diseñado circuitos de simulacros para el Gobierno. Los simulacros son los humanos sintéticos que siempre imagino como robots; los utilizan para la exploración lunar, y los lanzan de vez en cuando desde el Cabo.
Las razones que hicieron que Bundy dejara su trabajo en el Cabo son oscuras. Bebe, pero eso no contrarresta su capacidad. Se va de putas. Pero eso lo hacemos todos. Probablemente le echaron porque es un riesgo para la seguridad; no es que sea comunista (Bundy nunca podría haber sospechado ni siquiera la existencia de ideas políticas), sino que parece tener un poco de hebefrenia. En otras palabras, se evade sin darse cuenta. Tiene las ropas sucias, el pelo despeinado, no se afeita y no te mira a los ojos. Sonríe como un loco. Es lo que los psiquiatras de la Oficina Federal de Salud Mental llaman «dilapidado». Si alguien le hace una pregunta, piensa que no puede contestarla; se bloquea. Pero con las manos es condenadamente bueno. Puede hacer su trabajo, y bien. Por eso no se le aplica el Acta McHeston.
Sin embargo, en los muchos meses que ha estado trabajando para nosotros, no he visto ningún invento. Maury en particular, ya que yo siempre estoy en la carretera, está en contacto con él.
—La única razón por la que te sientes tan apegado a esa guitarra hawaiana electrónica —me dijo Maury—, es porque tu hermano y tu padre la fabrican. Por eso no puedes soportar la verdad.
—Estás utilizando un recurso ad hominum.
—Intelectualismo judío —replicó Maury.
Obviamente, estaba bien cargado. Todos lo estaban, ya que habían estado bebiendo bourbon Ancient Age mientras yo estaba en la carretera haciendo la ruta.
—¿Quieres que dejemos de ser socios? —dije.
Y en ese momento lo estaba deseando, por causa de su observación de borracho hacía mi padre, mi hermano y la Fábrica de Órganos Electrónicos Rosen en Boise con sus diecisiete empleados permanentes.
—Vi las noticias de Vallejo y eso indica la muerte de nuestro producto principal —dijo Maury—. A pesar de sus seiscientas mil combinaciones tonales posibles, algunas nunca oídas por los seres humanos. Eres un gusano como el resto de tu familia por esos ruidos vudú del espacio exterior que hacen tus artilugios electrónicos. Y tienes el valor de llamarlo instrumento musical. No tendría un órgano electrónico Rosen de seiscientos mil dólares aunque me lo dejaras a precio de coste. Preferiría tener un nido de serpientes.
—De acuerdo —chillé—, eres un purista. Y no son seiscientos mil, sino setecientos mil.
—Esos circuitos no hacen más que ruido y sólo uno —dijo Maury—, por mucho que lo quieras modificar… básicamente es sólo un silbido.
—Se puede componer con él —señalé.
—¿Componer? Es como crear remedios para enfermedades que no existen. Más vale que le pegues fuego a la parte de la fábrica de tu familia que hace esas cosas o reconviértela, Louis, maldita sea. Reconviértela en algo nuevo y útil para que la humanidad pueda apoyarse en ella mientras dure su doloroso ascenso. —Se tambaleó, señalándome con el dedo—. Ahora nos dirigimos al cielo. A las estrellas. El hombre ya no está encadenado. ¿Me escuchas?
—Te escucho. Pero recuerda que Bob Bundy y tú sois quienes tenéis que empollar la solución a nuestros problemas. Y ya lleváis meses y no habéis conseguido nada.
—Tenemos algo. Cuando lo veas, estarás de acuerdo en que está orientado al futuro sin ninguna duda.
—Muéstramelo.
—Muy bien. Iremos a la fábrica. Y que estén tu papaíto y tu hermano Chester es justo ya que serán ellos quienes lo producirán.
Bundy, de pie y con una bebida en la mano, me sonrió con su típica mueca indirecta y serpentina. Toda esta comunicación interpersonal probablemente le ponía nervioso.
—Nos vais a llevar a la ruina —le dije—. Tengo un presentimiento.
—Nos arruinaremos de todas formas si nos quedamos con tu órgano electrónico WOLFGANG MONTEVERDI, o como quiera que tu hermano Chester le ponga este mes.
No respondí. Lleno de tristeza, me serví un trago.