CAPÍTULO 5

La seducción tóxica

Voy a hacer una pregunta. En este caso es para mujeres heterosexuales. Quiero que visualices a un tío que te guste mucho (Eduardo Noriega, Clive Owen, Denzel Washington, Jude Law…) y después quiero que imagines que estás en un bar y un tío clavado físicamente al actor que has visualizado, pero que no es él, te ofrece sexo. Te deja muy claro que está de viaje, que va a ser una noche, que no quiere compromisos… pero está MUY BUENO. Tú, en ese momento, estás solterísima y sin compromiso. Atención: el tío no te ofrece romance, no te invita a nada, no se tira ningún pisto. Sólo es muy guapo, pero mucho, parece cariñoso y simpático. Tú… ¿qué haces?

Seiscientas dieciocho personas han respondido a esta pregunta en mi perfil de Facebook.

Y casi la totalidad de ellas han respondido que sí, que se acostarían con él.

Hago constar tres detalles:

Y, sin embargo, casi la totalidad de las mujeres que han respondido han dicho que sí.

Lo cual por lo tanto invalida la frase:

«La mayor parte de las chicas necesitan sentir que no ha sido sólo sexo, que ha habido unas emociones implícitas y una cierta posibilidad de futuro».

Claramente esta frase no es cierta.

La mayor parte de las chicas necesitan sentir eso si están más o menos enamoradas de ese hombre, pero si la propuesta que se les ha hecho es muy clara y determina los límites, no necesitan sentir nada más. Sólo deseo.

Esa frase («La mayor parte de las chicas necesitan sentir que no ha sido sólo sexo, que ha habido unas emociones implícitas y una cierta posibilidad de futuro») viene de uno de esos libros que se han puesto de moda sobre «cómo ligar» y que están escritos por hombres heterosexuales y destinados a hombres heterosexuales. El primero de ellos, y el que más éxito tuvo, fue El método, de Neil Strauss. Y después de ése han salido varios más, que más o menos copian el formato. Yo he leído dos de ellos, cuyos nombres no voy a citar, y he visto infinidad de blogs y páginas webs escritas por hombres que se autodenominan «coaches de atracción personal» o «coach de seducción». Es decir, que ganan dinero enseñando a hombres a ligar. El gran problema de estas páginas es que utilizan métodos de manipulación y control.

ALFRED MARTÍNEZ. Los libros dedicados a «enseñar» a ligar engañando me parecen aberrantes psicológicamente hablando, tanto para las mujeres que sufren sus consecuencias como para los hombres que, debido a su baja autoestima, aceptan dejar de mostrarse como son para esforzarse en parecer quienes no son. Las consecuencias psicológicas son desastrosas. De todos los casos que conozco, ninguno aprendió a establecer una relación saludable porque la base seguía siendo la misma: una autoestima que no era sana, alguien que piensa que no se merece gustar o ser querido por ser quien es.

Uno de los libros que más me ha impresionado este año ha sido Why Does He Do That?, escrito por Lundy Bancroft. Lundy Bancroft trabajó diecisiete años en programas de control de la violencia y asesorando a parejas que tenían problemas. En Estados Unidos cuando un hombre ha maltratado a su pareja o ha acosado a una expareja (allí constituye delito: se llama stalking), se le envía a programas de «anger management» que paga el Estado, supuestamente para rehabilitar a ese hombre. Tras diecisiete años trabajando sólo con hombres, Lundy llegó a la conclusión de que esos programas no servían para nada. Si de un alcohólico se espera que pase al menos un año en un programa de rehabilitación y que el resto de su vida, toda su vida, acuda a sesiones de control, ¿qué le hace pensar a nadie que en seis meses un hombre adulto que ha tenido toda su vida problemas de control de sus impulsos va a cambiar?, opina Bancroft. Por otra parte, lo normal es que ese hombre cuya libertad depende de que el terapeuta emita un informe favorable, mienta al terapeuta. En cuanto a su experiencia asesorando parejas, Bancroft opina que un matrimonio con problemas nunca debe ir al mismo terapeuta, porque si hay una mujer psicológicamente agredida por su pareja, ésta no tendrá libertad para contarle al terapeuta lo que le pasa, dado que su propio agresor está allí.

Bancroft incide mucho en el maltrato psicológico e insiste que el maltrato físico sólo aparece después del maltrato psicológico. Siempre hay un maltrato psicológico previo, una manipulación. A veces, el último estadio es el maltrato físico. A veces no. A veces no hace falta llegar al maltrato físico. El control y la manipulación psicológicas son suficientes para anular a una mujer. Y las mujeres sometidas a esas manipulaciones acaban enfermando.

El libro de Lundy Bancroft supuso una revolución en Estados Unidos porque era la primera vez que un hombre escribía sobre este tema a partir de los testimonios de hombres que él había tratado a lo largo de diecisiete años. Bancroft no cuenta nada que no se haya contado ya. El libro básicamente cuenta lo mismo que puedes leer en los libros Cuando el amor es odio, de Susan Forward; Abuso verbal, de Patricia Evans; Hombres que agreden a sus mujeres, de Neil Jacobson y John Gottman; Hombres tóxicos, de Lillian Glass o El acoso moral, de Marie-France Hirigoyen. Describe las mismísimas tácticas usadas por hombres para controlar y manipular mujeres. Estas tácticas las habían recopilado y sistematizado estas dos terapeutas a partir de testimonios de mujeres que habían pasado por sus consultas. Es decir, los libros hablan de lo mismo, cuentan lo mismo, pero unos lo cuentan desde el punto de vista masculino, y otros desde el femenino.

Las tácticas de control y manipulación que describen los libros son tácticas universales.

Pues bien, los libros sobre «cómo ligar» escritos por hombres y para hombres utilizan muchas de estas tácticas.

LA TÁCTICA DEL ROMANCE

Por ejemplo, me parece inmoral que si te quieres follar a una chica, y simplemente quieres follártela, muestres «empatía, confianza, cariño, predestinación y proyección de futuro», como los libros y los coaches te dicen que tienes que hacer. Si a ella le gustas, se irá contigo a la cama igual. Y si no le gustas, te jodes. Porque si muestras «empatía, confianza, cariño, predestinación y proyección de futuro», ella no va a pensar que quieres simplemente un polvo. Va a pensar que quieres algo más. Y cuando no lo quieras, se va a sentir utilizada, lógicamente.

Tanto Bancroft como Forward y, en menor medida, Evans alertan a las mujeres sobre los hombres que muestren «empatía, confianza, cariño, predestinación y proyección de futuro», demasiado rápidamente. Puede ser que estén buscando sólo utilizarlas. O puede ser incluso peor. Que se trate de un potencial agresor psicológico. Estos hombres son lo que se conoce también como «dependientes dominantes». Es decir, gente que necesita sentir el Poder Sobre Otro para sentirse bien, porque carecen de Poder Personal, porque no se sienten bien a solas consigo mismos, y se crecen cuando alguien depende de ellos, cuando otra persona se subordina a ellos. Por lo tanto, les cuesta mucho estar sin pareja, y por eso aceleran mucho los trámites para conseguir primero y afianzar después una relación, porque son profundamente inseguros.

De forma que, por principio, desconfía de los hombres que nada más conocerte te tratan como si fueras la última Coca-Cola del desierto (a no ser que seas Gisele Bündchen, claro). Los hombres sanos te tratarán con respeto y cordialidad, e irán avanzando poco a poco.

LA TÁCTICA DE LA NIEBLA EMOCIONAL

Otra de las tácticas que estos libros o blogs de seducción proponen es la de la niebla emocional, doble vinculación, abridores sinvergüenzas, la ducha escocesa… En fin, tiene muchos nombres, pero mejor os lo cuento tal y como os lo cuentan los propios autodenominados «coaches de seducción»:

Utiliza el Suspense. Muestra al principio algo de indiferencia, pero hazte notar (nadie ama lo que ignora).

Hazte indispensable y luego retira de golpe toda la atención, cuando menos lo espere. Tras eso, aplica paulatinamente la regla anterior: «Hacerse indispensable». Más se saca de la dependencia que de la cortesía; el satisfecho vuelve inmediatamente la espalda a la fuente. La primera lección: entretenerla pero no satisfacerla. Por lo tanto, hazte indispensable en su vida y de vez en cuando retira un poco el interés cuando menos lo espere. Procura entretener a tu pareja pero no satisfacerla, así conservarás su dependencia.

Vacila con ella. Hay varias formas: meterte con ella, llevarle la contraria, tomarle el pelo, no darle lo que ella quiere… Si has visto la película Alfie, recordarás que una de las chicas le pide un piropo al seductor y él le responde: «Te lo daré cuando menos te lo esperes».

Cuando ella quiere algo, se lo retrasas jugando, y cuando ya no se espera nada, la sorprendes y se lo das. Un buen momento para usar este calentamiento es cuando una chica te pide algo y entonces tú muestras, de forma graciosa y sin que te afecte, que eres un poco rebelde y que tú no sigues las reglas de nadie, salvo las tuyas.

Es como darle un sentimiento bueno y luego apartárselo y darle uno opuesto, quitarle la atención. O lo contrario: cuando ella no espera nada, de pronto la sorprendemos gratamente. Dar y quitar. Quitar y dar. Es el contraste de unas veces tratarla como una princesa, y otras chincharla un poco. Como el famoso dicho «una de cal y una de arena».

Lo bueno de este calentamiento es que eres diferente a los típicos chicos buenos necesitados y predecibles que siempre le dan todo lo que ella quiere. Esto es más divertido y atractivo.

No es recomendable decir siempre a todo que SÍ, pero tampoco el extremo opuesto de decir a todo que NO y llevar siempre la contraria. En otras palabras, esto es sólo un ingrediente más que puedes usar en tus sabrosas recetas. Es bueno de vez en cuando llevarle la contraria o tomarle el pelo sin darle lo que ella quiere.

Ella está pidiéndote o esperando algo y NO saber cuándo lo conseguirá contigo, aumenta su atracción por ti. La incertidumbre, la sorpresa, el no saber qué ocurrirá luego, el misterio… El hecho de que tú se lo retrases, hace aumentar su deseo. Se trata de jugar y NO darle lo que ella quiere, o no dárselo cuando ella quiere. Vacílale, tómale el pelo, sé juguetón, no te lo tomes en serio, ríete y diviértete.

«Cuando veas que empieza a mostrar interés, simula una retirada y finge indiferencia».

Esta táctica es MUY DESTRUCTIVA, sobre todo si es una táctica que se usa con asiduidad en la relación.

Esta táctica de niebla emocional crea a la víctima que la sufre el síndrome de indefensión aprendida.

Las personas que disfrutan de un razonable sentido de control sobre sus circunstancias se enfrentan más positivamente a los problemas que quienes piensan que no controlan sus decisiones o que éstas no cuentan. Las primeras atenúan mejor sus emociones negativas, incluso en situaciones de intensa ansiedad. El sentimiento persistente de indefensión en situaciones de adversidad anula cualquier esperanza o posibilidad de mostrarse optimista, puesto que uno siente que nada puede hacer para cambiar lo que inevitablemente le va a venir dado y que no le queda otra que resignarse a su suerte. Y para el que no siente esperanza, no es posible ver las opciones.

Si una mujer no sabe qué esperar de su compañero, si el comportamiento de él es impredecible, ella no se da cuenta de que él está jugando con ella. Simplemente empieza a preguntarse: «¿Qué he hecho yo para que ya no llame? ¿Por qué se ha cabreado ahora, de pronto?». Y esto desemboca en una confusión, una ansiedad y un sentimiento de culpa muy serios. Lo del sentimiento de culpa llega porque, al no encontrar una explicación lógica a lo que está pasando (ella confía en él y por lo tanto no quiere creer que él simplemente esté jugando), intenta dar una explicación racional. En las relaciones sanas, cuando alguien está enfadado es por una razón. Ella la busca en vano y acaba por concluir que algo malo ha debido hacer ella, y su autoestima se va deteriorando.

Patricia Evans afirma:

En consecuencia, las mujeres se quedan siempre con la sensación de haber dicho algo que fue mal interpretado o de haber hecho algo inaceptable o que no valía. Ella ve la indiferencia de su pareja como una forma de rechazo, como si ella no estuviera a la altura de las expectativas de él. Este rechazo significa que ella carece de valor. El rechazo intermitente crea confusión e incertidumbre[6].

ALFRED MARTÍNEZ. La autoestima de las personas que reciben las conductas descritas no siempre se ve afectada. Puede que si las cosas van suficientemente bien en la relación se dude al principio pero, si uno se siente suficientemente seguro de sí mismo, tarde o temprano reconoce el funcionamiento incoherente (que sea simulado o controlado es lo de menos excepto por lo perverso del asunto, claro). Es la seguridad en uno mismo la que nos permite dudar menos del entorno. Es decir, si yo no dudo de haber hecho algo mal, es muy difícil que alguien pueda hacérmelo sentir. Si alguien actúa de forma incoherente y no responde a mis expectativas, lo más probable es que acabe concluyendo que no es la persona adecuada para mí y, si no hay cambios, deje la relación.

No conozco en qué contexto lo dice, pero el planteamiento de Evans me parece que no considera la opción de que la mujer pueda sentirse tan segura de sí misma que no dude de ella ante esta situación y, obviamente, eso es posible. Requisito: una buena autoestima.

EVA CORNUDELLA. Creo que en el caso de madres con carencias afectivas se da mucho esta situación. Son madres distantes a las que les cuesta dar cariño. Pasan por altibajos emocionales. Sus hijos viven expectantes: no comprenden y no saben qué sucede, por qué hoy mamá está así y mañana de otra manera. Los niños tienen un pensamiento egocéntrico en cierto modo, de manera que piensan que todo lo que sucede «gira» en torno a ellos. El efecto es que la tristeza, la rabia o la ira de la madre distante se asume como culpa.

Ante un manipulador emocional sucede lo mismo: se vive pendiente de los estados de humor del otro. Probablemente se acepte al manipulador, porque uno es hijo de madre manipuladora y está «programado» para adaptarse a los cambios de humor de otros.

Yo no soy psicóloga, pese a que para obtener el título de mediadora necesariamente uno deba estudiar bases teóricas de psicología, pero tanto en mediación como ejerciendo la abogacía se habla mucho con los clientes, y es algo que he podido constatar a lo largo de mi experiencia profesional.

LA TÁCTICA DE SUSCITAR CELOS

«Hazte el no disponible, rodéate de admiradoras, y de alguna manera, crea en tu víctima cierta frustración de no tenerte seguro del todo», sugiere uno de estos coaches de seducción.

Atención al hecho de que él mismo describe a la mujer como la «víctima». Muy fuerte. Y muy revelador.

En otros casos he leído que el autodenominado «coach de seducción» sugiere que un hombre cuelgue en su perfil de Facebook fotos de él mismo rodeado de mujeres guapas para que así la mujer que entre en su perfil de Facebook vea que no es un alienado al que las mujeres no tocan ni con un palo. Pero yo me pregunto… Si tienes que recurrir a un coach de seducción o a un libro para ligar, es que no ligas. Y si no ligas, ¿de dónde sacas las mujeres para hacerte la foto con ellas? ¿Las pagas?

ALFRED MARTÍNEZ. Como en el caso del hombre recién separado que cuelga fotos en su perfil de Facebook abrazado a mujeres para que su ex las vea, el método más común es pedir que te hagan fotos con un grupo de chicas en la discoteca aprovechando la borrachera (generalmente de ambas partes), pero también valen fotos con compañeras de clase o de trabajo.

Lundy Bancroft explica muy bien cómo los abusadores emocionales siempre recurren a la táctica de los celos, especialmente a una muy concreta: enfrentar a la nueva pareja con su expareja.

De esta manera consigue muchas cosas. Se presenta como víctima de la primera pareja ante la segunda, de forma que cuando las cosas vayan mal culpará a la primera pareja. Por ejemplo: «Soy tan celoso porque ella me puso los cuernos y me mintió» o «No me quiero comprometer después de lo mal que lo pasé». Consigue sembrar dudas y desestabilizar a la pareja que le dejó: «No debía ser yo tan malo y tan difícil si esta chica me quiere tanto, ¿no será que tú no eras buena para mí y punto?». Y consigue que cuando las cosas vayan mal, la segunda pareja nunca pregunte a la primera, porque han acabado enfrentadas.

Como consejero de hombres abusivos, me he visto docenas de veces en la situación de tener que entrevistar a la pareja previa de un hombre y después a la actual. La nueva normalmente se pasa horas hablando de lo bruja que fue la pareja anterior. Yo no puedo decirle lo que sé, por mucho que lo desearía, porque mi responsabilidad es proteger la confidencialidad o la seguridad de la pareja anterior. Todo lo que puedo decirle es que yo siempre recomiendo que si existen acusaciones de abuso emocional o físico, las mujeres deben hablar directamente la una con la otra, antes de aceptar porque sí las negaciones del hombre al respecto.

Ese hombre puede ser encantador con su nueva pareja incluso durante más tiempo aún del que lo fue contigo, porque tiene una motivación para hacerlo: su campaña contra ti. Por supuesto, antes o después, esta nueva pareja será victimizada también, pero para cuando eso suceda, te culpará a ti de su comportamiento, por lo mal que le trataste. Esta nueva novia va a hacer esfuerzos hercúleos para probar que es una gran mujer, no como tú. Para cuando él empiece a mostrar su otra cara, la cara egoísta y abusiva, y para cuando la nueva novia no pueda buscar más excusas y empiece a darse cuenta de la verdad, ella ya estará demasiado metida en la relación. Puede que se hayan incluso casado. Y, para ella, aceptar que se ha casado con un maltratador significaría aceptar el daño que te hizo a ti, y eso puede ser un trago demasiado amargo. Así que lo que suele suceder es que esta nueva pareja vaya volcando toda esa furia contra ti, pensando que «tú le hiciste así» porque le trataste tan mal[7].

ALFRED MARTÍNEZ. Una persona con una autoestima sana puede aceptar haberse equivocado e incluso podría pedir perdón a la primera pareja. No todo está a expensas de lo que el abusador emocional quiere. Aunque es lo que busca sentir, no tiene el poder de las relaciones, sólo la percepción de control, la cual potencia la persona que acepta los maltratos.

Añado yo que una persona con una autoestima sana probablemente habría captado a este tipo desde el principio de la relación, cuando hubiera empezado a intentar controlarla desde su disfraz de caballero de reluciente armadura.

La cuestión es que mientras proliferan como setas los libros, los blogs y los cursos sobre coach de seducción, proliferan a la vez los libros, los coaches y los blogs sobre consejos para mujeres que quieren huir de relaciones tóxicas.

En Estados Unidos el fenómeno ha llegado a tal nivel que el propio Lundy Bancroft ha tenido que decir que la mujer que haya salido de una relación tóxica o esté en ella y quiera salir debe acudir a un terapeuta especializado, y no fiarse de la miríada de webs que hay por Internet escritas por falsos terapeutas y que lo que quieren es ganar dinero vendiéndote un libro o cobrándote por hacerte miembro.

Da la impresión de que por ahí fuera hay una banda de predadores y otra de víctimas y que los unos viven gracias a las otras. Por cada hombre manipulador tiene que haber una o varias víctimas. Da un poco de miedo, ¿o no?

LAS DOS MUJERES DE UN HOMBRE TÓXICO

Como ya he dicho antes, Lundy Bancroft explica muy bien cómo algunos manipuladores utilizan la táctica de los celos.

Es interesante lo que nos cuenta Clara sobre la que fuera la primera mujer de Jorge.

Clara:

Para mí era importante no llamarle maltratador porque si lo hacía delegaba toda la responsabilidad en él. La culpa era de él. Él era el verdugo y yo la víctima. Y ser víctima te hace permanecer indefenso. No puedes hacer nada. Aprendí eso de su exmujer. Se quedó en el papel de víctima porque le era útil. Conseguía afecto. De su padre, que vivía para ella, de su hijo, que también vivía para ella, de sus amigas que la veían como una pobrecita, enferma y débil, a la que tenían que apoyar, e incluso de su propio exmarido, que le pagaba una pensión desaforada. Es cierto que ella estaba muy mal. Supongo que tantos años de vivir con él acabaron por pasar factura. Pero no es menos cierto que recurría a tácticas pasivo-agresivas y así tenía a todo el mundo bailando al son de sus caprichos. Consiguió mucha atención. Pero no volvió a tener una pareja, ingresaba en urgencias día sí y día también, sufría ataques de pánico, bebía y escondía las cervezas por la casa (su propio hijo las descubría más tarde, escondidas por la casa, como años antes las había encontrado su marido). Sí, era una manipuladora, un mal bicho, una histérica… Era venenosa e iba expandiendo el veneno a su alrededor, pero ni siquiera era una mala de película, poderosa como la madrastra de Blancanieves. No obtenía gran cosa de sus mentiras y sus manipulaciones. Afecto y compañía, la devoción de su hijo. Cierto. Pero no era feliz. Y yo sabía que dejándole a él iba a ser muy, muy infeliz, pero que esa infelicidad se iba a convertir en el paso obligado hacia una felicidad futura. Intentaba visualizar imágenes futuras de mí, feliz con mi hijo o hija, el hijo o hija que tendría con otra pareja futura, delgada (vale, ésa era una visualización narcisista, pero juro que me soñé una vez delgadísima, tan delgada como cuando tenía veinte años, con el pelo por la cintura, estupenda), y pensaba una y otra vez: «Lo conseguiré, lo conseguiré, lo conseguiré. No me convertiré en la Segunda Esposa y no repetiré los errores de la Primera Esposa». Yo no soy la víctima de nadie. Él me ha tratado mal, es cierto. Pero no es menos cierto que yo sabía desde el principio dónde me metía, que nadie me escondió nada, que a los dos meses de relación ya había visto todo el panorama, y que yo me quedé allí, que fue responsabilidad mía. Porque intenté cambiar una situación dificilísima no siendo terapeuta y, sobre todo, cuando ninguno de los implicados quería cambiarla ni, desde luego, me pidió a mí ayuda. Yo misma me hice daño. Por lo tanto, yo misma podía sanarme.

Porque si preguntas a cualquiera que nos conociera, no hubo nadie, nunca, que dudara de que Jorge estaba enamoradísimo de mí. Y lo estaba. Estaba obsesionado conmigo. Y me admiraba, y me encontraba guapa, y me deseaba, y me deseó hasta el último momento. Pero no sabía quererme. No podía quererme.

Creo que me quería tanto como era capaz de querer.

No recuerdo en qué libro Oliver Sacks contaba la historia de los padres de un niño autista que vivían completamente dedicados a él, invirtiendo en esa misión una enorme energía física y emocional y un gasto monetario considerable. Con la mejor de las intenciones, el neurólogo les sugirió que internaran al niño en una institución especializada. «Si el niño no puede apreciar sus esfuerzos, si ni siquiera los quiere…». La respuesta del padre fue tajante: «El niño nos quiere tanto como es capaz de querer». El niño era autista y no podía vincularse pero el padre, de alguna forma, sentía su cariño. Yo siempre me he dicho que mi padre y mi marido me quisieron tanto como podían querer. Y no daban para más. Jorge llegó a mí con una educación sentimental nula, unas ideas sobre el amor y la vinculación completamente erróneas, una intoxicación grave de palabrería romántica y un desconocimiento total de las normas de psicología más elementales. Jorge me quería pero, igual que en el árbol del Bien y del Mal, su amor estaba tan mezclado con el odio que resultaba muy difícil apreciar la diferencia. Y así era la madre de mi marido, y así era la mujer que luego eligió como compañera. A la Primera Esposa me refiero.

En algunos casos, la primera esposa es pasivo-agresiva, tal y como cuenta este relato. Las mujeres tóxicas se emparejan muchas veces con hombres tóxicos y se crea una interacción tóxica. Él ataca con tácticas manipuladoras y ella contraataca con tácticas pasivo-agresivas. Y cuando él llega a ti es fácil que se presente como una víctima, porque nada de lo que te va a contar es mentira. Si te dice que ella ha conseguido que él le pague una pensión exagerada y que prácticamente le ha arruinado, será verdad. Si te dice que ella se inventa enfermedades de sus hijos para que él no pueda recogerlos, será verdad. Muchas de las cosas que cuente serán verdad. Pero el hecho de que ella sea tóxica no quiere decir que él no lo sea. Él no es la víctima de nadie, no lo veas como víctima y no sientas compasión por él. Ella no es «mala», y por comparación tú no te vas a volver más «buena». No te pongas a competir con la primera, no te dejes estimular por el juego de los celos.

Si tú eres la primera, se aplica la misma regla. No sientas celos de la segunda. No pienses que tú «no has sabido» y ella «sí sabe» cómo tratarle y cómo conseguir su amor. Concéntrate en ti misma y en seguir adelante. Olvida el resto.

PONTE EN LA PIEL DE ESA MUJER

Así es como se puede sentir su novia anterior, esa que según él es una arpía, una bruja y una manipuladora.

Éstas son las emociones que le han quedado a una mujer que ha estado con un hombre tóxico si no ha hecho un trabajo serio de autoinstrospección y reconstrucción: ira, rabia, odio, celos, envidia y temor.

Ira, rabia y odio. Que atan tan estrechamente como el amor. La ira es una emoción que surge cuando creemos que hemos sido injustamente tratadas. Rabia y odio son intensificaciones de la ira. Cuando estas emociones predominan después del divorcio es que él sigue controlando la vida de ella. Hay mujeres que expresan la ira y otras la reprimen, pero ambas provocan consecuencias no saludables, y mantienen el enganche. Por eso, si ves que ella está demasiado furiosa, que boicotea demasiado, que hace cosas increíbles, no pienses en él como una víctima. Si han pasado mucho tiempo juntos, es más que posible que ella responda a un ataque. Es frecuente que él siga queriendo controlar la vida de ella a través de la crítica, el menosprecio y la humillación. Una de las áreas predilectas de control masculino después del divorcio es la educación de las/os hijas/os o el control económico. Fíjate bien en ese detalle. ¿Controla demasiado a sus hijos? Recuerda que hay una diferencia entre preocuparte por tus hijos y controlar lo que ya no te concierne. A menudo cuando hubo relaciones abusivas dentro del matrimonio, éstas pueden continuar.

Celos y envidia. Celos de él por conseguir bienestar en su nueva vida, celos de la otra mujer que ocupe su lugar. Ambos derivan del temor a perder algo. Muchos sentimientos de autovaloración personal se cuestionan cuando los celos o la envidia son el problema. Celos y envidia son una forma de rechazar otros sentimientos dolorosos: abandono, rechazo, humillación… Sirven para tapar las emociones que parecen insoportables. Por eso muchas veces creemos que ella sigue enamorada de él, cuando sólo está obsesionada y despechada. Si empiezas una relación con un hombre y su ex le está llamando a diario, ten cuidado. Si fuesen buenos amigos después de la ruptura, y por eso ella le llama, él te la presentaría. Si le llamase porque sigue enamorada de él, lo lógico es que él le informara de que tiene una nueva pareja, y no le cogiese el teléfono. Si sucede que ella llama sin parar y él no lo impide, piensa que os está utilizando a las dos. A ti para hacerle sentirse a ella celosa. A ella para que te sientas celosa tú, para que pienses que tienes que ir con pies de plomo, que hay una competidora y que él es un trofeo que podrías perder.

Temor. Miedo a la autonomía, a salir por sí misma, a resolver los problemas de la nueva vida, temor que puede ser normal por la necesidad de aprender nuevas habilidades. Pero también existe el temor patológico a las reacciones de él, puesto que existió una relación tóxica en la que ella aprendió a temer sus reacciones y adoptó un comportamiento de sumisión e indefensión. Por lo tanto, si sabes que su expareja está en terapia, que sufre problemas de ansiedad o de fobias, desconfía.

¿EXISTE UN HOMBRE NO TÓXICO?

Los hombres estupendos que conocemos reúnen tres características:

  1. Su madre trabaja o estudia fuera de casa. (En algún caso su madre no trabajó cuando era más joven, pero de repente a los sesenta años le ha dado por ponerse a estudiar o por abrir un herbolario o por dar clases de refuerzo de lectura a niños en riesgo de exclusión).
  2. Se llevan bien con sus exparejas y hablan bien de ellas.
  3. Trabajan en algo por lo que sienten verdadera pasión.

Mi particular teoría de por qué el varón que reúne estas tres características es estupendo se resume en lo siguiente.

I. QUE SU MADRE TRABAJE ES MUY BUENA SEÑAL

Eso significa que el hijo ha aprendido que las mujeres pueden tener vida propia y no sacrificar sus intereses y vida en función de otros. Por lo tanto, no esperará que tú lo hagas. Valorará a las mujeres trabajadoras, y a las mujeres en general. Y en muchos casos, con suerte —si no había asistenta en casa—, es más que posible que sepa hacerse la cama, cocinar y limpiar. Que su madre no trabaje no es en sí mismo y por narices un problema —mi tía Miren no trabaja y mis primos son estupendos—, pero hay mucho más riesgo de madre victimista, amargada, manipuladora, entrometida y lianta (sí, de esas que te pueden hacer a ti la vida imposible) que en el caso de madre trabajadora. La madre que trabaja o estudia está ocupada con su vida y no necesita meterse en las vidas ajenas.

Vamos a dejarlo claro. Esto es una generalización. No sucede así de forma matemática, claro. Hay madres no trabajadoras (fuera de casa, quiero decir, en su casa sí que trabajan) que han sido un gran modelo para sus hijos.

Mi tía Miren, por ejemplo. Y puede haber madres trabajadoras muy tóxicas. En particular cuando se trata de una madre soltera, divorciada o viuda que ha hecho de su hijo el sustituto de su marido. Un ejemplo maravilloso de ese tipo de madre es el que aparece en la obra de Tolcachir El viento en un violín. En la obra aparece una abogada divorciada obsesionada con su hijo, controladora y manipuladora.

Así que entraré en el tema de la «madre tóxica» un poco más adelante.

II. QUE SE LLEVE BIEN CON SUS EX

No hace falta que se lleve bien con todas sus ex, pero sí con las significativas. Tampoco hace falta que la llame cada semana, sólo que mantengan una relación cordial, aunque no sea muy estrecha. Todos hemos tenido a alguien tóxico al lado, pero en general lo hemos detectado a tiempo. Si ha estado mucho tiempo con alguien muy tóxico es que:

A) él era profundamente estúpido (malo) o dependiente (peor) si no se ha dado cuenta al cabo de los dos primeros años, o

B) él era el complementario de una persona tóxica.

Por ejemplo, si ella era dependiente emocional, él padece un trastorno narcisista de la personalidad, o viceversa. Si se da el caso de que ha estado con una persona muy tóxica pero eso le ha servido para aprender de la experiencia, entender los propios fallos que le llevaron a esa historia y rehacer su vida desde otros parámetros, no hablará mal de ella, contará la historia como una historia de causas y consecuencias, no de víctima y verdugo.

Yo puedo decir con orgullo que con todas aquellas parejas con las que he estado más de un año me llevo bien, los llamo en Navidad y su cumpleaños y esas cosas. El padre de mi hija está incluido aquí, y por muchos roces que hayamos tenido, nos llevamos razonablemente bien. Si alguien no merecía mi amor, me he dado cuenta a tiempo. Soy bastante tonta, pero no tan tonta.

III. QUE LE GUSTE SU TRABAJO

Sé que a día de hoy esto es difícil, pero la persona que tiene un trabajo que le apasiona tiene muchos puntos de ser una persona feliz, y yo por lo menos quiero una persona feliz a mi lado, no a una persona que llegue cada tarde amargada porque pasa ocho horas en un lugar que le supone una tortura. Por otra parte, cuando un hombre es ingeniero, economista o abogado sólo porque su padre lo era, pero en realidad quería ser escritor, artista o músico, o lo que fuera, y en su familia le convencieron de que no se dedicara a lo que de verdad le gustaba, lleva dentro una herida muy grande. Ha cumplido los deseos de sus padres, no los suyos, pero lo peor es que le han convencido de que lo hicieron por su bien (en psicología, esta manía por criar hijos que se parezcan a uno o que cumplan el sueño de uno se llama «extensión narcisista de la personalidad»). En muchos casos, cuando el hijo crece empieza a desarrollar un enorme vacío interior. Desde pequeño ha sentido que sus gustos y su verdadera personalidad no valían, que no eran suficiente. Acumula mucha rabia dentro y no sabe por dónde sacarla, porque no es capaz de identificar la causa.

LA FAMILIA TÓXICA O ¿DE DÓNDE VINO ÉL?

Un dependiente dominante es, en muchísimas ocasiones, por no decir en casi todas, el hijo de una familia narcisista.

Y ¿qué es una familia narcisista?

La familia narcisista es aquella que no se preocupa genuinamente por las necesidades de sus miembros.

O de algunos de sus miembros, para ser más explícitos.

Él/ella te maltrata/manipula/controla porque es un vampiro. Alguien que ha sido mordido y que muerde a su vez. Te maltrata/ manipula/controla porque todas las técnicas de control y manipulación que ejerce las recibió en la infancia como sujeto pasivo, y ahora las ejerce como sujeto activo.

En una familia más o menos sana, los padres aceptan la responsabilidad de satisfacer ciertas necesidades de sus niños. Las necesidades de los padres no se satisfacen a través de los hijos. Quedan satisfechas por su cuenta, a través de su trabajo, de sus estudios, de sus hobbies, de su religión, de su comunidad y de su propia satisfacción personal…, o entre la pareja, y/o con otros adultos que sean capaces de hacerlo. En tal familia, está clarísimo que los niños no son responsables de satisfacer las necesidades de sus padres. Al contrario, los niños son «responsables» de aprender gradualmente cómo satisfacer sus propias necesidades de una manera independiente. Se espera que los niños, con el apoyo de los padres, se involucren en un proceso de aprendizaje que dura, más o menos, dieciocho años. Y en ese proceso, el niño se hará adulto y aprenderá a ocuparse de sí mismo. Si el proceso funciona correctamente, el hijo o hija va a aprender a través del modelo a cómo ser en el futuro un padre o una madre que se ocupa de las necesidades emocionales de sus hijos y que satisface sus propias necesidades emocionales.

Él/ella te maltrata porque fue maltratado/a.

¡Alto ahí! Puede que digas: «No es así, yo conozco a su familia, y son encantadores…».

Déjame hacerte reflexionar sobre lo que es el maltrato infantil.

El maltrato infantil puede adoptar muchas formas.

Existen dos modalidades fundamentales de maltrato emocional:

  1. violencia verbal activa. Humilla y degrada al niño produciéndole sentimientos de desesperanza, inseguridad y baja autoestima. «Niño, eres tonto». «Eres malo». «No te aguanto». «Su hermana es la lista, y ella, la pobre, es muy buena pero no tan avispada». «No aprueba, pero es que el pobre niño no da para más, no es muy listo». La comparación entre hermanos o el hecho de etiquetar (el niño es listo pero malo, la niña es buena y tontita, por ejemplo) es una forma sutil pero tremendamente efectiva de maltrato verbal.
  2. violencia pasivo-agresiva. La violencia pasiva o maltrato pasivo usualmente se manifiesta como una agresión insospechada. Es posible que el agresor no esté siendo consciente de ello, pero agrede. También es posible que se efectúe de modo consciente. Pero en la gran mayoría de los casos, el agresor lo hace sin pensar en el efecto que causa el comportamiento.

I. CCÓMO SE MANIFIESTA LA VIOLENCIA PASIVO-AGRESIVA: ABANDONO INDOLENTE, SOBREPROTECCIÓN O SOBREEXIGENCIA

A) El abandono indolente

Se manifiesta por la indiferencia, descuido o falta de atención afectiva hacia los hijos. Cuando alguno o los dos progenitores no cumple con tal obligación. Cuando se deja a los hijos al amparo de otro pariente bien sea abuelos o tíos. O cuando se confía el niño a cuidadoras. El niño está bien cuidado, va a buenos colegios, tiene los mejores juguetes… pero apenas ve a sus padres. Si los cuidadores son una fuente de afecto permanente (por ejemplo, los abuelos), quizá los efectos no sean tan devastadores (aunque aun así, es grave), pero cuando se trata de cuidadores externos, normalmente cuidadoras, que están pagados por los padres y que van rotando una tras otra, el niño aprende a desconfiar y no puede crear vínculos.

B) La sobreprotección

Es otro modo de violencia psicológica. El padre o madre sobreprotector oculta de este modo y de forma inconsciente los errores y temores personales. Rodea al menor de mimos, le ofrece regalos y soluciona todas sus necesidades. Así se impide al menor el desarrollo de la autonomía, de la libertad, de la toma de decisiones. Los niños crecen sobreprotegidos en una falsa burbuja. De este modo, el «protegido-víctima» crece en la inseguridad, en la dificultad para la toma de decisiones. Y de adulto difícilmente podrá lograr independencia personal. Este niño será un adulto dependiente, incapaz de valerse por sí solo.

El problema es que, a veces, se confunde el «estar dependiendo del niño» con un «le doy más cariño que nadie». Es difícil ver la diferencia en según qué situaciones, porque el grado de fusión, entre unos y otros, que puede llegar a haber es tremendo. Para muchos hijos e hijas es imposible calibrar el grado de nocividad de sus padres. Pero lo cierto es que el grado de daño que se le puede hacer a un niño que, sin saber cómo, acaba siendo «responsable» de cómo están sus padres es realmente devastador.

Lo de depender de un hijo se ve a menudo en mujeres que no trabajan y que hacen de la maternidad su profesión, empezando porque no te dicen «tengo un hijo» sino «soy la madre de», porque no tienen una actividad laboral que las identifique u otra ocupación como un hobby o una vena artística que necesita dedicación. Estas madres hacen de la maternidad su ocupación full time. Creo que todos hemos conocido a la madre de alguna compañera de colegio de nuestro hijo que da ese perfil. Esa madre que sólo vive por y para su hijo o hija. Cuando la criatura crece, llegan los problemas. Madres deprimidas y solas cuando el hijo crece y es adolescente y no quiere estar en casa sino con sus amigos. Madres que no quieren que su hijo estudie en otra ciudad, o que lo prefieren en casita y en paro a los casi treinta años antes de que emigre. Madres que les hacen todas las tareas a los hijos hasta el punto de crear inútiles domésticos, porque la mejor forma que dependan de ti es que el que está a tu lado no sepa hacer nada, que la «mami salvadora» lo haga todo.

Los padres suelen adoptar el rol de padre «yo lo sé todo, tú no sabes nada». Son esos padres que deciden qué carrera va a estudiar su hijo, que más tarde remueven Roma con Santiago para que su hijo encuentre un buen empleo dentro de su círculo de influencias y que más adelante seguirán siempre opinando sobre el trabajo de sus hijos o la vida de sus hijos. Luego están los padres que se enamoran de sus hijas y que con el pretexto de protegerlas les impiden crecer. Esos padres que llevan a sus hijas a la discoteca y más tarde las recogen a la puerta, que controlan sus entradas y salidas con el pretexto de velar por ellas, que se convierten en un cancerbero cariñoso y protector, pero intrusivo.

La mejor forma de que el hijo esté pegado a las faldas o a los pantalones es hacérselo todo, por supuesto… Pero eso no es educar. La educación no es sólo alimentar y pagar colegio y universidad, es también formar personas independientes y autónomas.

Pero en realidad no depende tanto de si mami trabaja o no trabaja (si es ama de casa desde luego que trabaja, sólo que no es retribuida por ello). Desde ambas situaciones se puede saber ser un referente para los hijos, sabiendo respetar quién es cada uno (padre/madre o hijo/hija) o no saber serlo. Las necesidades de los adultos deben estar satisfechas desde otros lugares (pareja, amigos, hobbies…) y no, única y exclusivamente, desde los hijos. Y eso, trabajando o no trabajando, puede suceder igual. Ciertamente, no trabajando puede ser más fácil caer en ese «vivir para el hijo», aunque no tiene por qué ser la única vía. El tema es saber estar cada uno en su lugar y que, como adultos, sepamos que transmitir eso a los hijos es muy importante. Que los hijos sepan que los espacios de cada uno son necesarios, y eso no significará que dejemos de ser padres, sino que seguiremos proporcionándoles todo lo que necesitan (amor, respeto, educación, necesidades básicas, tiempo para estar con otros niños…), porque somos sus referentes. Pero sin convertir la relación padres-hijos en un sistema fusionado en el que ninguna de las partes podría nunca sobrevivir de forma independiente.

Pondré un ejemplo que conozco bien: madre trabajadora pero frustrada en su trabajo (aunque jamás intentó buscar otro para mejorar) que no mantiene relaciones ni con hombres ni con mujeres, que no tiene mucha vida social ni un grupo de amigos con el que salir, que no para de agobiar a su hijo para que saque las mejores notas, que hace comentarios delante de su hijo diciendo que el notable de tal asignatura debería haber sido sobresaliente, que quiere que hable un inglés perfecto, y que con nueve años ya piensa en cuando va a mandarle de intercambio al extranjero. Eso se llama vivir a través de los hijos, o técnicamente «extensión narcisista de la personalidad» y también es nocivo, muy nocivo.

Resulta que uno se siente bien si su hijo depende de él. Se siente madre, o padre, un protector en definitiva, y resulta un papel interesante. No obstante, en realidad lo único que consigue es quitar autonomía al hijo.

Respecto al tema de la sobreprotección escribí un artículo en La Vanguardia (9-5-2013) que obtuvo un éxito increíble en las redes sociales. Me han escrito tantas personas diciendo que les ha ayudado, que he decidido reproducirlo aquí:

Tienes diecinueve años. Tus padres vinieron a verme el día de Sant Jordi, me dejaron una carta que me habías escrito y una rosa de tela que habías cosido para mí. En la carta me decías que estabas muy deprimida, que creías que «cierta gente no hemos nacido con la capacidad de ser felices». Pero no es así. Todo el mundo nace con la capacidad de ser feliz. Algunos aprenden a usarla, otros no.

Tus padres parecían muy preocupados por ti. Sospecho que, con la mejor de las intenciones, te han sobreprotegido. Las personas que crecen a la sombra de una sobreprotección desarrollan una inseguridad tremenda. Les cuesta mucho confiar en sí mismas y en sus capacidades y tienden a depender de otras personas, reproduciendo la dependencia que han desarrollado hacia sus padres (espejo de la que sus padres sentían hacia ellas, de ahí la sobreprotección, el estar siempre cerca o encima). Además, crecen con la idea de que deben satisfacer las enormes expectativas que sus padres depositaron en ellas y se deprimen mucho cuando no lo consiguen, sin saber siquiera por qué se deprimen. Sospecho que es tu caso, sospecho que has normalizado tanto la situación que ni siquiera te das cuenta de lo que pasa. A veces lo que entendemos como normal no es sano, no nos ayuda. A veces tenemos que abrir nuestro problema como el niño que abre el reloj para intentar entender el mecanismo. Tienes que analizar la situación y buscar el fallo. No puedes resignarte diciendo que es que has nacido así.

Me dices que has visto a muchos psicólogos y psiquiatras, que nada ha funcionado. Sencillamente, no eran los profesionales que te convenían. Como en todas las profesiones, en este campo también hay incompetentes. Busca otro profesional, más joven, más afín, que te entienda, pero no te quedes rumiando tu autocompasión y tu «yo no he nacido para ser feliz». La serpiente que no puede cambiar de piel fallece. Lo mismo le pasa a la mente que no está preparada para cambiar sus esquemas. Tú siempre vas a ser tú misma, y eso no lo puedes cambiar, pero también estás en perpetuo cambio para llegar a ser tú misma… Puedes decir «esto no me gusta», enroscarte sobre ti misma y hundirte. O puedes decir «esto puedo cambiarlo», ir hacia ello y combatirlo.

Cuando yo tenía tu edad también estaba deprimida. También había normalizado una situación legitimada socialmente pero insana. No era la que tú vives, pero tampoco era buena para mí. Los hombres me paraban por la calle a menudo con cualquier excusa. Yo había escuchado toda la vida que no era muy guapa y que los hombres eran todos unos obsesos sexuales, así que jamás se me ocurrió pensar que me abordaban porque era guapa, porque les gustaba, que quizá la gran mayoría no eran obsesos sino románticos. Tendemos a creer lo que nuestros padres nos dicen, a no cuestionarlo. Pero a veces nuestros padres se equivocan. Cometen errores como todo el mundo. Si ahora pudiera echar atrás en el tiempo y hablar a aquella chica de diecinueve años, le diría lo que te voy a decir a ti: sólo se vive una vez, sólo se es joven una vez, y si yo volviera a tener ese cuerpo, esa energía, no los desperdiciaría como hice. Procuraría disfrutar y sacar partido. Ahora tengo cuarenta y seis años, un principio de artrosis, estoy siempre cansada, no soy la mitad de la mitad de guapa. Y he aprendido muy tarde a cambiar esquemas. No dejes que te pase eso a ti. Cámbialos ahora.

C) La sobreexigencia

Los padres hiperexigentes tienen una personalidad obsesiva que conlleva a un gran control sobre el hijo. Aunque no lo manifiesten abiertamente, sus hijos deben cumplir con altos ideales establecidos mediante un sistema de premios y castigos de acuerdo a la evaluación que realizan de los objetivos que deben cumplir. Este tipo de exigencia va acompañada por una fuerte dosis de autoritarismo, ya que en la exigencia el deseo está siempre del lado de la autoridad. En cualquier caso, el gran ausente es el deseo del hijo. En otras palabras, son padres exigentes, pero que prestan poca atención a las necesidades reales de sus hijos.

Otro ejemplo de primera mano que conozco de cerca. Niña excelente bailarina con unas dotes innatas para la danza. Su inteligencia es claramente artística y no racional. Es decir, no se puede esperar de ella que triunfe en un sistema que premia la memorización de conocimientos, dado que la niña evidentemente tiene una inteligencia creativa y no memorística. La niña suspende casi todas las asignaturas, pero es un prodigio en danza. Los padres, en lugar de animar sus cualidades innatas, la castigan quitándole las clases de danza porque la niña ha suspendido matemáticas. Resultado: a los catorce años la niña sigue suspendiendo igual, pero además tiene una depresión diagnosticada, fruto de la frustración y la ira reprimida contra sus padres que no la han valorado ni respetado tal y como ella era. De mayor no será una gran bailarina, ni será nada. A día de hoy tiene diecinueve años, no ha acabado el graduado escolar, y tiene problemas de adicción a la cocaína.

Hay varias posibilidades que explican el comportamiento de los padres exigentes.

En algunos casos, ocurre que fueron abandonados por sus antecesores y piensan que tomando una posición despótica se ocupan de sus hijos. Sus padres no se ocupaban mucho de ellos, crecieron al cuidado de abuelos o cuidadores, y ellos creen que sí que se ocupan de sus hijos. Como no han vivido el verdadero amor —atento y firme pero no sobreexigente— no saben reproducirlo. Creen que aman y que cuidan, pero en realidad utilizan a sus hijos para llenar su propia carencia.

En otras ocasiones, sucede por repetición de conductas. Es decir, el autoritarismo se aprende porque proviene de generaciones anteriores. Un ejemplo frecuente se observa en las familias que son clanes de profesionales donde todos tienen el futuro marcado y el margen de elección de los hijos es nulo. Padres arquitectos, abogados o economistas que quieren hijos arquitectos, abogados o economistas. Cuestiones como «¿qué desea mi hijo?» o «¿cuáles son los talentos naturales o innatos de mi hijo?» ni se plantean.

A veces, los padres pueden sentirse fracasados en su vida y aspiran en alcanzar el éxito a través de los hijos. ¿Quién no conoce a la típica familia de clase media que lleva a su hijo a clases de inglés, informática y judo, con la idea de que el niño en un futuro vaya a la universidad y «triunfe en la vida»? («Triunfar» no es sólo ganar dinero, es, sobre todo, ser feliz con uno mismo, pero esto esos padres no lo saben). Estos padres no tienen en cuenta que un niño que se levanta a las siete y media de la mañana y acaba su jornada a las nueve de la noche (porque después de las actividades extraescolares debe hacer deberes) es un niño agotado y sobreexigido. En realidad, es un niño maltratado. Es un maltrato no sólo tolerado sino alentado por una sociedad extremadamente competitiva.

Es primordial no olvidarse de cuál es la función paterna: un delicado equilibrio entre «corte y sostén». Un padre debe poner límites y establecer autoridad, pero no puede sobreexigir a su hijo.

Isabel Menéndez Benavente, psicóloga especializada en niños y adolescentes, explica:

Hoy los padres quieren hijos bien formados, competitivos, con buenas notas. Muchos exigen altos rendimientos académicos sin tener en cuenta si sus hijos pueden o no alcanzar ciertas metas. Sin preocuparse de si sus hijos comparten los mismos intereses o cómo se sienten.

Su colega Gonzalo Hervás, profesor de Psicología en la Universidad Complutense, enfatiza que, aunque algunos donde más aprieten sea en el ámbito académico, la mayoría de padres exigentes suelen serlo en todo: en el orden, en las tareas de casa, en los horarios, en el deporte, en las actividades de ocio…

Quizá porque, como apunta Tiberio Feliz, profesor de la Facultad de Educación de la UNED, «la exigencia es una forma de ser». Es decir, el padre perfeccionista no exige porque quiere lo mejor de sus hijos, simplemente lo hace porque su personalidad es exigente y controladora. Estas personalidades suelen ser profundamente inseguras. Para compensar sus inseguridades y sus miedos intentan tenerlo todo bien organizado y estipulado, a fin de crear una falsa sensación de seguridad y control.

Decimos que una persona sufre de personalidad controladora cuando dicta a las personas de su entorno el comportamiento que deben adoptar. Cuando quiere controlar todas las situaciones en las que se encuentra. Cuando quiere que todo esté planificado, calculado y organizado. Cuando el mínimo cambio le afecta y por eso no deja nada al azar. Cuando piensa en todos los detalles y se adelanta a todos los imprevistos que puedan acontecer. Control, control, control. El miedo y el sentimiento de inseguridad son los grandes enemigos que convierten a este tipo de personas en eternas insatisfechas. Este miedo es el que les dirige una vida estrictamente organizada.

Este carácter obsesivo, este afán por tenerlo todo controlado nace del miedo al fracaso. Temor al fracaso que motiva la sed de control y de autoridad sobre el niño.

Los padres controladores deben aprender a soltar lastre y dejar que las cosas ocurran, a enfrentarse a sus rigurosos principios. Deben abandonar sus constantes mecanismos de defensa y abrirse a los demás, confiar en sus hijos y comportarse con ellos con más soltura y espontaneidad. Hay que saber tomar distancia y relajarse de vez en cuando.

Si el niño puede y quiere alcanzar las elevadas metas que le marcan, es posible que tenga un rendimiento óptimo académicamente hablando, pero que acabe desarrollando una personalidad exigente y perfeccionista, como la de sus progenitores. En el caso de que los objetivos que le marquen le resulten inalcanzables o no le gusten, se frustrará, se bloqueará o se rebelará. En todo caso, lo normal es que acabe siendo una persona insegura, dependiente, con baja autoestima, predispuesta a la ansiedad y con poca emotividad y espontaneidad. En algunos casos, esta baja autoestima se manifestará en un carácter dependiente y sumiso. En otros, en un carácter beligerante. En la mayoría de los casos, y por simple cuestión de rol social, serán las niñas las que se vuelvan sumisas y los niños los que se conviertan en agresivos. Muchas veces la agresividad y la beligerancia no son más que mecanismos de defensa para esconder una profunda inseguridad: como no me fío de mí mismo ni de mis capacidades de convicción, como tengo miedo, recurro a la violencia para defender mis argumentos. Pero no siempre es así de forma matemática. También hay niñas beligerantes y chicos sumisos y complacientes.

¿Por qué?

De entrada, porque los padres exigentes con frecuencia aplican un estilo educativo autoritario, se muestran intransigentes y tratan de controlar todo lo que hacen sus hijos para que respondan a sus objetivos.

Tiberio Feliz reflexiona:

Los padres democráticos pueden ser exigentes, pero si están acostumbrados a llegar a acuerdos, la exigencia se verá compensada y rebajada mediante la discusión y consenso con los hijos, de forma que es más difícil que caigan en el exceso.

Tiberio Feliz explica que cuando los padres se pasan de exigencia, cuando presionan para que el hijo responda a su proyecto y están permanentemente encima de él diciéndole lo que ha o no ha de hacer, se provoca dependencia. El profesor de la UNED explica:

De pequeños pueden resultar muy obedientes y ordenados, pero son niños con poco criterio y poco autónomos, y eso puede dar problemas cuando sean adolescentes y adultos; porque si no interiorizan los valores les resultará difícil tomar decisiones y esperarán que alguien les diga lo que han de hacer.

Gonzalo Hervás coincide:

Si los padres exigen y no dan muestras de afecto de forma frecuente, los niños se sienten frágiles y creen que si no cumplen los objetivos que les ponen serán rechazados; eso les crea inseguridad y acaban siendo personas que tratan de demostrar constantemente lo que valen, y esa inseguridad les predispone a la ansiedad, al miedo y a las fobias; a algunos, los perfeccionistas, la inseguridad les hace esclavos del detalle y viven frustrados porque no siempre logran lo perfecto, y a otros la inseguridad los bloquea y los convierte en personas muy pasivas.

Isabel Menéndez Benavente afirma que es frecuente encontrar en la consulta chavales convencidos de que sus padres los quieren en función de las notas:

La mayoría de padres llevan al hijo al psicólogo por fracaso escolar, porque su rendimiento bajó de sobresaliente a notable, y luego ha suspendido, y no entienden qué está pasando; no entienden que el chaval se siente culpable por no traer buenas notas, que piensa que ha decepcionado a sus padres y que mientras éstos siguen presionando con el rendimiento él no se siente apoyado y está sufriendo una depresión cronificada.

Y critica, que con frecuencia, cuando les cuenta a estos padres que su hijo tiene problemas de autoestima, de ansiedad o de depresión, lo único que preguntan es si salvará el curso.

Menéndez explica que muchos de los bajones en el rendimiento o los deseos de dejar los estudios durante la adolescencia tienen que ver con las presiones que los padres han ejercido en esos niños desde pequeños:

Cuando se exige y se exige se causa estrés en los niños y, al llegar a la adolescencia y a los cursos más difíciles de la ESO o del Bachillerato, muchos de esos chavales se rompen; unos rompen con un descenso de sus notas y trastornos de conducta, y otros queriendo dejar de estudiar porque están hartos, cansados y se rebelan.

Ángel Casajús, pedagogo y profesor de Didáctica de las Ciencias Experimentales y la Matemática en la Universitat de Barcelona, viene a decir lo mismo:

Si no se tienen en cuenta las posibilidades del niño, éste pasará por tres etapas: primero, por agradar a sus padres, intentará alcanzar las metas que le exigen; posteriormente, si no posee las capacidades para ello, se dará cuenta de que no puede alcanzarlas por más que lo intente; y, por último, ante esa incapacidad, acabará elaborando una idea negativa de sus propias habilidades, pensará que no sirve para nada, que todo le saldrá mal, y dañará su autoestima[8].

Los expertos aseguran que este daño es especialmente claro en el caso de los padres que siempre destacan lo negativo por encima de lo positivo, que piensan que si reconocen al chaval las cosas buenas se relajará y, para que rinda más, siguen exigiendo y exigiendo. El hijo acaba con la sensación de que, haga lo que haga, nunca lo hace bien y nunca es bastante, siempre falla y sus padres nunca se sienten orgullosos de él.

Cuando los niños crecen obsesionados con lo que han de hacer y nunca se tiene en cuenta lo que les apetece hacer, inhiben el afecto y los sentimientos.

Si necesitas estar siempre encima de los niños para que hagan las cosas, quizá deberías pensar si te estás pasando de exigente. El nivel de exigencia ha de ser tal que permita que el niño se comporte de forma autónoma, porque si no aprende a ser autónomo, quizá sea obediente, pero no le servirá en la vida porque los padres no podrán estar siempre detrás de su hijo para que haga o diga lo que deba.

Atención: no ser exigente no significa ser negligente.

El exceso de exigencia responde, en general, a una forma de ser, a una personalidad insegura que necesita controlar todos los pormenores. De ahí que la mayoría de padres exigentes sean también personas muy autocríticas y perfeccionistas con ellos mismos. Cuando estos padres ven que los hijos no están cumpliendo sus ideales de perfección se sienten molestos.

La persona exigente es estricta y demandante, quiere que las cosas sean de una forma determinada, lo pide, y va a intentar que se haga así, sea él, la pareja o los hijos quienes lo hagan; y en el caso de los hijos, como están en inferioridad de condiciones, es fácil que caiga en el autoritarismo para conseguirlo,

reflexiona Tiberio Feliz.

Añade que el estilo de vida actual, apresurado, también influye en la tendencia a aprovechar la superioridad paterna para usar la vía corta y rápida del autoritarismo, porque escuchar, negociar y llegar a acuerdos exige más tiempo que mandar «porque soy tu padre» o «porque yo sé qué es mejor para ti»[9].

D) La combinación sobreprotección / sobreexigencia

En el caso más común, la madre hace de sobreprotectora y es el padre el que actúa como sobreexigente. En otros casos, la familia entera actúa así. Niño o niña a quien se le exige que tenga buenísimas notas y que va hecho una patena, pero a quien no se le considera capacitado/a para ir solo al colegio o salir solo a jugar a la calle. A veces se les hacen regalos sobredimensionados, sobre todo como recompensa si sacan buenas notas, por ejemplo, se les regala un móvil a los diez años. Es una combinación bastante frecuente hoy en día.

El maltrato físico o el maltrato verbal son visibles. Cuando el adulto crece sabe que ha sido maltratado.

El problema del abandono indolente, la sobreprotección o la sobreexigencia es que vienen travestidas de todo lo contrario, envueltas en un disfraz de «por tu bien».

  1. «Te dejé siempre con cuidadoras, pero es que yo tenía que trabajar para que no te faltara de nada». Algo le faltó al niño: un vínculo de cariño estable. Algo que era necesario para crecer mentalmente sano. Lo peor es cuando el abandonador no lo hizo por imperativos de fuerza mayor (como sería el caso de una emigrante madre soltera que tuvo que dejar al niño al cuidado de la abuela porque si no no hubiese podido darle de comer), sino por adicción al trabajo o vanidad. Actrices con cuentas corrientes bien saneadas que se iban de gira y no veían a sus hijos durante meses, altos ejecutivos que apenas pisaban su casa y que ganaban fortunas. Hijos o hijas que en el fondo de su corazón están muy enfadados y tristes, pero no pueden expresarlo porque se les dice y repite que «lo hice por tu bien, para que no te faltara de nada».
  2. «Yo estaba siempre pendiente de ti pero eso era porque tú eras muy propenso a los accidentes / porque estabas enfermo». ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Era el niño o niña muy propenso a los accidentes o se le hizo así desde el momento en que no se le educó en la autonomía? Hay muchos casos de niños y niñas a los que se les sobreprotege porque han estado enfermos, y la enfermedad sin embargo ha sido el resultado de la sobrepotección. Por ejemplo, ya se admite en la comunidad médica que la sobreprotección parental es un factor asociado en casos de asma bronquial y alergia en bebés y niños.
  3. «Insistí tanto para que fueras ingeniero porque quería que triunfaras en la vida». Esta frase puede ser particularmente dura en un contexto como el actual en el que mil ingenieros españoles se van al paro cada mes, sobre todo si el ingeniero en cuestión nunca quiso estudiar ingeniería y lo hizo forzado por las exigencias paternas. En cualquier caso, en la vida se triunfa, sobre todo, siendo feliz, y nadie condenado a trabajar en algo que no le gusta está destinado a serlo.

Dicho con las palabras de John Bradshaw:

Lo que un niño necesita más es un protector firme pero que lo entienda, alguien que asume que sus necesidades se verán satisfechas gracias al esposo o a la esposa, o al grupo de amigos, o a la comunidad. Tal protector necesita ver resuelto el problema en sus propias relaciones, y también requiere tener un sentido de responsabilidad. Cuando éste es el caso, tal protector puede estar disponible para el niño y proveer lo que el niño necesita[10].

En una familia narcisista, las responsabilidades de satisfacer las necesidades emocionales se tergiversan. Es decir, en lugar de residir en los padres, la necesidad se desplaza hacia el niño. El niño se convierte, de una manera inapropiada, en responsable de satisfacer las necesidades de los padres. Al hacer esto, se le priva de la oportunidad de la experimentación necesaria y del crecimiento.

Pero sucede algo peor. Cuando un niño crece desarrollando sus propias habilidades y cualidades y debe desarrollar otras que no le corresponden, siente que él «no vale». Si un niño tiene unas grandes cualidades artísticas pero desde pequeño se le niega que estas cualidades sean válidas y se le obliga a adoptar otras (no puedes estudiar Música o Filología o Bellas Artes porque serás un fracasado, debes estudiar Ingeniería, Económicas, Derecho, para ser un hombre de provecho), a este niño se le está llamando inútil. El niño sabe que en el mundo hay grandes escritores, músicos, artistas, él los admira, sabe que han llegado a ser muy grandes. A él le dicen (indirectamente) que carece de talento, que no puede llegar a ser como ellos. Porque evidentemente si le dicen que como músico, pintor o artista va a fracasar, él va a entender que es porque sus padres no le ven cualidades para ello, no porque los músicos, artistas o escritores no puedan llegar a ganarse bien la vida.

A este niño también le dicen que sus deseos y aspiraciones no son válidos. El niño quiere a sus padres y quiere hacer lo que sea por ellos. Así que cambia, y se adapta. Pero lleva dentro de sí una herida, un vacío y una rabia inmensos. Lo peor es que no tiene ni idea de dónde viene ese vacío y esa rabia. No puede estar enfadado con sus padres que le han manipulado, ya que vive convencido de que todo lo hacen por su bien. No sabe por qué se siente inútil y vacío. No sabe por qué a veces se siente tan mal.

EVA CORNUDELLA. Repito lo que he dicho antes: no soy psicóloga, pero puedo hablar de este tema por la experiencia de casos que he visto en procesos de mediación. Yo creo que una familia perfeccionista o una familia con una madre clueca, una madre que tiene al padre anulado, o una familia en la que el padre no está porque siempre se halla trabajando, una familia en la que una madre «se nutre de sus hijos», es una familia que cría a hijos e hijas que en el futuro tendrán serios problemas en sus relaciones. En mediación vemos a menudo este tema de la madre/suegra intrusiva y manipuladora. Pero al suegro no le vemos, es un padre ausente. Vemos una madre frustrada que busca en el hijo a ese marido. Eso creo que sólo ocurre con los hombres. Normalmente esa madre ha abandonado a las hijas afectivamente y se ha concentrado en su hijo. En ocasiones ese padre ausente no es rígido, sino que ha sido borrado por una «madre narcisista». La madre ha anulado al padre y ha proyectado su amor sobre el hijo o hija.

Como bien dices, la exigencia es una proyección de ese ideal de perfección que esa madre proyecta sobre sus hijos. En general, sobre su hijo. La madre alimenta al hijo haciéndole suyo y le llena la cabeza de mensajes que invalidan que en el futuro el hijo pueda amar a otra persona: «Nadie te quiere como yo, nadie te valora como yo; eres perfecto». Ese niño ya es una víctima. Conscientemente cree que su madre le adora. Pero en el inconsciente está en lucha continua por recibir esa constante aprobación de su madre, por adaptarse al ideal de perfección de su madre.

Fuera de casa jamás va a encontrar a nadie que le adore o le quiera de esa forma. Ese niño seguramente encontrará una mujer dependiente que tendrá que «parecerse» a su madre y ser aprobada por su madre para así acceder al hijo. Esa mujer sentirá que no vale nada, que no llega. No sabe qué sucede (indefensión aprendida) hasta que empieza a sentirse muy infeliz. Cuando quiere separarse, su marido ve esa necesidad como una gran traición. Su madre no lo ha abandonado jamás, ¿cómo se atreve a hacerlo su mujer?

Ese hombre de adulto se ha convertido en un narcisista perfeccionista, en un experto manipulador que ha aprendido de una muy buena maestra y que ni siquiera es consciente de ello. Ese tipo de hombre es el que repite en mediación que su mujer «está loca» y que es una lástima no haber encontrado a nadie tan «fuerte, segura, capaz, estable» como su madre. Te repito que yo no soy psicóloga, pero es un tipo de persona que he encontrado a menudo a lo largo de mi experiencia profesional, y al leer el libro, me ha venido ese perfil a la cabeza. Como bien dices, el fracaso del hijo representa el fracaso de la madre y viceversa, y ese hijo es incapaz de ver lo que sucede, porque no puede romper con la imagen de persona perfecta que se ha creado de sí mismo para agradar a la madre (o a veces al padre). Madre e hijo (a veces padre e hijo, pero no tan a menudo) se retroalimentan. Normalmente ese hombre tiene casi siempre conflictos entre hermanos, existe competitividad entre ellos, algún hermano o hermana tiene problemas de salud mental.

Voy a ilustrarlo con unos ejemplos que me han relatado tres mujeres diferentes. Las tres han pasado por la misma terapeuta, que fue la mujer que me puso en contacto con ellas. Las tres, por lo tanto, han hecho un trabajo de análisis muy profundo y por eso pudieron describirme con tanta claridad el tipo de hombre tóxico con el que estuvieron.

Anxo es el hermano de una amiga. A ella la conocí en la facultad. Anxo y yo mantuvimos una relación que duró tres años. Aún mantengo una relación fuerte con su hermana. En teoría, Anxo llevaba años enamorado de mí. O eso asegura su hermana. Yo creo que Anxo en realidad lleva toda la vida enamorado de su madre.

Anxo me contó que se había hecho ingeniero pese a que quería ser músico porque su madre le había dicho que «después de todo lo que sus padres se habían sacrificado por darle una educación él no podía desperdiciar ese esfuerzo y, por supuesto, tenía que hacer algo que le diera dinero en un futuro».

«¿Los padres de Anxo se habían sacrificado por él?», me preguntaba yo.

Los padres de Anxo tienen tres casas. Las dos que yo he conocido son lujosísimas, y desde luego no parece que en aquella casa nadie haya sacrificado nada. Más bien al contrario.

Por otra parte, al hermano de Anxo sí que le permitieron ser músico, y a día de hoy lo es. Da clases en el conservatorio. Las dos hermanas estudiaron Magisterio y Enfermería. ¿Quiere decir esto que su familia sólo se sacrificó por Anxo y no por el resto? Cuando le hice esta pregunta a Anxo, él me dijo que «su madre le había exigido más a él porque él era el más inteligente». No lo era. Conozco bien a la familia de Anxo. Su hermana —mi amiga— es inteligentísima. De hecho, ha escrito dos libros sobre educación infantil. Y no había absolutamente ninguna evidencia para afirmar que Anxo fuera el más inteligente. No era el niño que tenía mejores notas y ningún psicólogo o profesor había dictaminado que fuera más listo que los hermanos.

El padre de Anxo había montado en su día una empresa de promoción de espectáculos. Esta empresa organizaba verbenas por todos los pueblos de Galicia. Yo no sabía que con eso te podías hacer millonario. Ahora lo sé. En los años setenta se podía hacer muchísimo dinero, por lo visto. Entonces no había más que dos canales de televisión, y desde luego no había Internet. Y las comunicaciones eran malísimas. O sea que el concepto «cojo el coche y me voy a correr una juerga en Vigo» era impensable. Las verbenas eran de las pocas diversiones que se conocían en los pueblos de la zona.

El padre de Anxo pasaba los fines de semana de verbena en verbena. Se supone que era fidelísimo a su mujer. Eso sostiene la familia. No es lo que me han contado otras fuentes. A mí me han dicho que el padre mantuvo varias relaciones con algunas cantantes de las orquestas. El caso es que la madre de Anxo se pasó la vida sola. Y Anxo es el más guapo de los dos niños. Así que Anxo fue el sustituto del padre. Y eso lo reconocen sus hermanas: «Mi hermano siempre ha sido el que nos ha protegido y defendido, y el favorito de mamá». ¿Y por qué quería mamá que el niño fuera ingeniero? Porque es una profesión de prestigio, y porque ella tiene mucho dinero, pero no mucho brillo social. Su marido no tiene título universitario, pero sus cuatro hijos sí, y para su «marido sustituto» quería una profesión muy reconocida, brillante.

Anxo tenía de vez en cuando unos ataques de rabia completamente desproporcionados. Recuerdo perfectamente el primero. Salíamos de un aparcamiento, y había que meter el ticket en la ranura de la máquina para salir. Anxo había perdido el ticket. Así que se dirigió al señor que nos lo había vendido y que, evidentemente, nos recordaba, para pedirle que nos abriera la barrera. Ojo, no se lo pidió por favor ni de buenas maneras. El señor se negó a hacerlo. Yo sé que nos recordaba, pero entiendo que le sentó mal la arrogancia y las exigencias de Anxo y le quiso dar una lección. Anxo se puso a gritar como un poseso y le llamó payaso. Yo pagué otro ticket, resolví el asunto con diplomacia, y ya está.

Después de aquello, descubrí que podía tener uno de esos ataques por cualquier cosa. En cuanto se le llevaba la contraria, se le iba la cabeza. La familia siempre le disculpaba: «Ya sabes cómo es, él es así…». Y me venían a insinuar que tampoco era para tanto, que yo era una exagerada.

Anxo se las daba de muy de izquierdas, votaba siempre socialista y se peleaba con cualquiera hablando de política. Se le llenaba la boca hablando de igualdad, pero él no la practicaba. No sabía siquiera fregar un plato. Cada fin de semana llevaba la ropa a casa de su madre para que la lavara y la planchara, y su casa la limpiaba una asistenta. Cuando íbamos a comer a casa de su madre, no le vi jamás levantarse para recoger un plato.

Su madre le llamaba cuatro y cinco veces al día, no te exagero, y eso que vivían en la misma ciudad y se veían a diario. Se supone que su madre le llamaba para preguntarle cosas, pero creo que llamaba tanto simplemente para controlar.

Para colmo, su novia anterior también llamaba a diario. Él me decía que la pobre estaba muy mal, que era muy débil, que estaba muy deprimida y que no podía dejarla en la estacada, de forma que me hacía sentir culpable y yo no me atrevía a pedir que ella dejara de llamar. Ahora sé que nos ponía a la una en contra de la otra. Estaba provocando celos para llamar la atención. Desde luego, lo consiguió.

Para colmo, siempre me decía que me encontraba guapísima pero que le gustaría más si yo adelgazara. Así yo me sentiría mejor, me decía. Yo me sentía maravillosamente antes de conocerle a él. Nunca he sido delgada, pero tampoco obesa, y me veía guapa. Antes de conocerle, no después. Porque Anxo logró crearme un complejo tremendo.

Por San Valentín me invitó a cenar a un restaurante increíble, carísimo, de La Toja. Y allí estaba yo tan contenta en la cena, cuando me suelta: «A este restaurante solía venir yo con Xana» (Xana era su exnovia). Imagínate, me quedé a cuadros. Y para acabar de arreglarlo acaba: «Claro que con ella no tenía emoción venir porque siempre pedía ensaladas… Bueno, que así mantenía el tipiño ese que tiene». Yo me quedé blanca, y por poco me pongo a llorar. Cuando le dije que me había sentado fatal el comentario, en lugar de disculparse me dijo que yo era una exagerada, y me hizo sentir aún peor.

Así que hice una tontería muy grande. Como estaba tan harta de las constantes alusiones a Xana, empecé a flirtear con un compañero de trabajo al que yo sabía que le gustaba. Fue un flirteo muy tonto, inocente. Pero me costó un infierno. Anxo empezó a mirarme los mensajes del móvil y la cuenta de correo y se volvió loco. En realidad entre nosotros no había habido nada, pero a él todo se le iba en decir que los mensajes probaban que estábamos liados.

A partir de entonces constantemente me estaba recordando lo de los mensajitos. Me decía que no podía confiar en mí, y constantemente me hacía sentir a prueba. Daba igual cuánto me esforzara yo, con eso no bastaba. Anxo necesitaba más tiempo y más pruebas. Y por supuesto, en cuanto podía me revisaba el móvil y los mails, de forma que ni siquiera podía escribirme con mis amigas. Era de locos.

Empezó a venir a buscarme a la salida del trabajo a diario. Yo sabía que lo hacía para ver si mi amigo salía conmigo, pero si me quejaba él me gritaba y me llamaba desagradecida.

Llevábamos, ya te digo, unos tres años de relación y la cosa cada vez iba a peor. Él se enfadaba por cualquier cosa y para él yo era siempre la histérica, la controladora… Pero cuando era amable, era exageradamente amable. Me colmaba de regalos y me trataba como a una reina. Yo por esa razón vivía muy confusa.

Fuimos a pasar unos días de verano en la casa que sus padres tienen en Cedeira. Allí estaba también su hermana que, como te digo, es mi amiga. Una noche salimos de fiesta y Anxo dijo que quería irse a casa. Yo estaba muy animada y dije que me quedaba con Iria, que iríamos más tarde. Anxo decidió ir a casa solo, con una cara hasta los pies. Yo sabía que con lo celoso y controlador que era, aquello le sentaría fatal. Como te digo, la casa era enorme, y nosotros dormíamos en habitaciones diferentes. Esa noche, antes de dormir me pasé a darle un beso de buenas noches a Anxo. Él estaba leyendo y no me hablaba. Me acerqué a darle un beso y me apartó de un codazo. Volví a acercarme y entonces me dio tal empujón que me tiró de la cama al suelo. Me caí de espaldas y me hice un daño horrible, no me lo esperaba. En lugar de disculparse, me dijo que yo me lo había buscado por pesada. Me puse a llorar, y entonces él empezó a gritar diciendo que lo hacía adrede para despertar a su familia.

Al día siguiente intenté hablar con Iria del tema, pero ella justificaba a su hermano todo el rato y decía que estaba segura de que me había empujado sin intención. Pero para tirar a una mujer de sesenta y cinco kilos al suelo no basta un simple empujoncito, hay que empujar muy fuerte.

Cuando regresé a Vigo, me atreví a llamar a una amiga que trabajaba como voluntaria en el Centro de Emergencia para mujeres en situación de Violencia de Género en Vigo y por primera vez me di cuenta de que lo nuestro no era normal. Como tengo familia en Madrid, decidí dejar el trabajo y venir a Madrid a pasar una temporada, para no tener que encontrarme con él, porque Vigo es muy pequeño. Al final, encontré trabajo y me quedé a vivir en Madrid.

Aún tengo pesadillas de cuando en cuando en las que aparece él.

Conocí a Gerard en el AVE, justo cuando me acababa de divorciar. En la cafetería. Él era un hombre muy atractivo. Más que guapo, atractivo. Hacía mucha gimnasia, se cuidaba mucho, vestía muy bien. Era el encantador de serpientes máximo. Educado como pocos, extremadamente amable, siempre sonriente. Éste fue uno de los primeros indicadores de que algo no era del todo sano en él. Desconfío de la gente que es tan exageradamente amable y seductora de primeras. Somos muy amables con quienes queremos mucho y correctos con quienes no conocemos. Él no era así, era un auténtico engatusador. Desde el primer momento en que me conoció me repitió la misma cantinela: yo era taaan guapa, y taaaan maravillosa, y taaaan buena persona. El resto de las señales rojas me las dio él mismo, cuando me contó su historia. Había sido infiel a sus dos parejas. Con la excusa de siempre: «Era al final de la relación y cuando la relación ya estaba rota». Pues si la relación está rota, la rompes, te separas, y después te vas con otra. No mientes. Y conste que yo lo he hecho, y por eso no lo justifico. Cuando lo cuento lo único que puedo decir es que entonces estaba enferma, tenía un problema serio de dependencia, e hice el imbécil. No intento defender lo indefendible.

Gerard había mantenido relaciones simultáneas con varias mujeres sin informarlas a ellas. «Es que no quería hacerles daño», me decía. No, perdona, no las informabas porque sabías que si revelabas la verdad podías perderlas. Había mantenido relaciones sadomasoquistas extremas. Había sido adicto a la cocaína. Todo, supuestamente, en el pasado. Ahora me doy cuenta de lo ingenua que fui. Uno no supera una adicción sólo porque un día se levanta y dice: «Hasta aquí he llegado». Sólo la supera si va a un terapeuta, no se sale sin ayuda. Pero entonces yo no sabía eso.

Siempre me estaba hablando de su trabajo. En teoría, para quejarse de lo mucho que trabajaba. Pero en realidad era para que yo me diera cuenta de lo importante que era él, de lo mucho que le necesitaban, del mucho dinero que ganaba… Ya sabes. Siempre estaba dándose importancia.

A pesar de todo, inicié una relación con él. Y desde el principio, todo fue muy raro. Él vivía en Barcelona y yo, en Madrid, pero tenía que venir a menudo. Y él viajaba mucho también a otros países, a Alemania sobre todo. Eso quiere decir que podíamos estar a veces hasta quince días sin vernos. Y en esas ocasiones, no había forma de contactar con él. Siempre estaba ocupadísimo, hasta arriba de trabajo… Era él quien me llamaba a mí. Resultaba muy desconcertante. Y, por supuesto, si yo le llamaba a él o le preguntaba dónde había estado, me acusaba de controladora, celotímica, intensa. Empecé a pasarlo muy mal con aquella situación. Ahora veo que se convirtió en un auténtico abuso psicológico, porque él me manipulaba muchísimo, y acabó convenciéndome de que yo estaba mal de la cabeza y de que veía cosas donde no las había.

De repente un día me llama una chica. Yo no la conocía de nada. Me dijo que había encontrado mi número en el móvil de Gerard, que había leído mis mensajes. Bueno, como puedes imaginar, era una de sus amantes. No me contó nada que yo no supiera. Me decía que él era manipulador, que mantenía varias relaciones a la vez, que mentía, que se drogaba. Y no, no en el pasado, precisamente. Mientras intentaba seducirme a mí. Y de repente, todo empezó a encajar.

Cuando le pregunté a Gerard directamente lo negó todo. Dijo que no tenía ni idea de cómo aquella chica había cogido su teléfono y me aseguró que se trataba de una broma de mal gusto. Pero yo había hablado con ella mucho rato y sabía que habían tenido algo, que ella no mentía, porque conocía demasiados detalles privados de Gerard que no hubiera podido conocer si no hubieran mantenido una relación muy íntima. Cuando me enfrenté a él estábamos en mi casa, en Madrid. Me dijo que yo estaba loca y que no pensaba siquiera seguir hablando sobre ello. El resto del fin de semana prácticamente se lo pasó en silencio, sin hablarme. No sé cómo consiguió pasar casi cuarenta y ocho horas en mutismo total, pero lo consiguió. Cuando le dejé en la estación de tren volví a casa y borré su número de mi agenda. Nunca más le volví a hablar. No sólo porque me hubiera sido infiel, sino sobre todo por haberme llamado celotímica y controladora, cuando era evidente que mis sospechas estaban más que fundadas.

Gerard quería ser músico. De hecho, tenía un oído musical increíble. Esto lo noté porque la primera vez que estuvo en mi casa afinó mi guitarra en un tiempo récord. Tocaba muchísimo mejor que yo. Como puedes imaginar, los padres le endilgaron el típico discurso de padres conservadores: que siendo músico no se llega a nada en la vida (que se lo digan a Bono) y que era importante labrarse un futuro.

Gerard me contó que se casó «por agradar a las dos familias» con una chica que «era muy guapa y de muy buena familia» (no mencionó en ningún momento que la amara por su inteligencia, su bondad y sus cualidades espirituales), y en su opinión el matrimonio era algo que «se hacía hacia fuera, para las familias» (yo me casé precisamente en contra de mi familia, pero ya sabemos que un narcisista sólo proyecta hacia el exterior), y culpaba, por supuesto, a su mujer del fracaso de su matrimonio.

Hay otro punto mucho más oscuro y doloroso en la vida de Gerard. Cuando tenía once años, le enviaron a un internado. Cualquier psicólogo con dos dedos de frente os dirá que institucionalizar a un niño cuando no es necesario es una auténtica barbaridad. Pero no hace falta que te lo diga un psicólogo. Cualquier madre que quiera a sus hijos y que no sea una narcisista te dirá que sabe que los niños necesitan a los padres hasta que se hacen adultos, y que separarse de unos padres que de verdad los quieren les duele mucho. Mi hijo es feliz cuando se va a casa de sus abuelos en verano, pero al cabo de veinte días, por muy feliz que sea, que lo es, porque tiene unos abuelos cariñosos en Altea que le tratan como a un rey, ya me está llamando diciéndome que me echa de menos. Jamás le enviaría a un colegio interno.

Pero lo más brutal de la historia de Gerard es que sólo le enviaron a él, no a su hermano. Imagínate el agravio comparativo. ¿La excusa? Que Gerard estaba muy «empadrado». ¿Y…? ¿Que un niño quiera muchísimo a su padre a los once años no es sano? ¿Acaso es antinatural? Incluso, en el hipotético caso de que hubiera sido verdad, que lo dudo, y que hubiera habido una vinculación excesiva entre padre e hijo, ¿eso merecía una solución tan drástica? Aparte de que esa excusa abre dudas sobre un posible abuso de padre a hijo, es que no se sostiene. No sé si hubo abuso de padre a hijo, no sé si la madre era una controladora que no soportaba un hijo más apegado al padre que a ella, no tengo ni idea. Sé que la razón no podía ser ésa.

Por lo visto Gerard lo pasó muy mal en el internado y allí sufrió muchos castigos físicos y humillantes. Esto explicaría que de mayor se hubiese metido en relaciones de sadomasoquismo extremo. Quiero decir que todos hemos jugado a atarnos a la cama y a hacer jueguecitos de dominación y sumisión más o menos light, pero lo de meterse en algo más serio… Se notaba que allí había una herida muy profunda y muy dolorosa.

Por esas razones yo sentía mucha pena por él y de alguna manera trataba de justificarle pensando que todo tenía que ver con su pasado y tal. Y sí, tengo claro que todo tiene que ver con su pasado, pero también tengo claro ahora que yo no puedo arreglar nada.

Sinceramente, creo que Antonio era un dependiente emocional de primer orden. Antonio sabía de música y de literatura más que nadie que yo hubiera conocido, pero estudió algo que no le atraía particularmente: farmacia. ¿Por qué? ¿Te lo tengo que explicar? No, claro que no.

Antonio tiene cuarenta y cinco años. Es guapísimo, culto, encantador e inteligente. Está soltero. ¿Por qué? Porque «ha tenido muy mala suerte con las mujeres». Por una mera cuestión estadística, siendo un hombre guapo y muy promiscuo, que tuvo su primera relación a los quince años, en treinta años ya podía haber conocido a la adecuada, ¿no? Se siente triste a menudo, es exageradamente tímido con las mujeres y tartamudea.

Hace diez años (a los treinta y cinco) el padre de Antonio enferma. La madre le pide a Antonio que se vaya a vivir con ellos porque «tiene muchas discusiones con el padre». ¿Y? Pues si tienes muchas discusiones con tu marido, llamas a un terapeuta de pareja o te divorcias. No haces algo tan sumamente tóxico como meter a tu hijo en medio del problema y de paso desvalorizar la figura del padre. Nuestros hijos nunca deben mediar en problemas de pareja. Para allá que se va Antonio y se queda… diez años, diez. Pero eso sí, no puede traer mujeres a casa. Así que si se encuentra una mujer, más vale que ella tenga casa propia. Yo, personalmente, nunca querría estar con un hombre que no tiene su propia casa. Por eso nunca he estado con casados. Por eso no estoy a día de hoy con Antonio pese a que, lo confieso, me encantaba. Mantuvimos una especie de relación que no llegaba a ninguna parte porque él nunca quiso dejar la casa de su madre. Hasta que yo le dejé.

El padre y la madre se casan jóvenes pero años más tarde el padre conoce a otra persona. Está a punto de dejar a la madre por ella pero hablamos de los años setenta y de una ciudad conservadora. La otra persona es una chica joven, por lo tanto lo de irse con un señor casado que muy probablemente lo tenga dificilísimo para conseguir el divorcio le puede suponer un problema muy serio. Así que la jovencita acaba la relación. El padre habla con su esposa. La esposa dice que se queda «por sus hijos» y «porque está enamorada». Una mentira más. Nadie se queda en una relación así por sus hijos. Se queda porque es muy dependiente, porque no tiene a dónde ir, porque le da miedo ser una señora divorciada en una ciudad de provincias muy conservadora. Y, desde luego, una mujer enamorada de verdad no acepta semejante humillación, el sufrimiento no sería soportable. Desde entonces, la madre convierte a su hijo en el marido sustituto, en su ojito derecho, le da un papel que no le corresponde, y le inutiliza para tener una relación propia. Ningún hijo que se convierte en «el marido sustituto» puede de mayor mantener relaciones sanas y felices. El sentimiento de traición hacia la madre y las constantes injerencias de ésta lo impiden.

Para mí fue muy triste tener que dejar la relación, pero sabía que él nunca dejaría la casa de su madre. Lo pasé verdaderamente mal, me hizo sufrir muchísimo. Porque durante el segundo año fue como el burro que persigue una zanahoria detrás de un palo… Yo insistiendo e insistiendo para que se fuera a vivir solo, o conmigo, y él dándome todo tipo de excusas. Ten en cuenta que tenía que comer todos los fines de semana con su madre y que tenía que pasar allí muchas noches, y que su madre no permitía que fueran mujeres a su casa. En fin, una locura

Cuando por fin reuní el valor para dejarle me envió una carta espantosa en la que me culpabilizaba muchísimo. Que si lo mal que le había tratado yo, lo hecho polvo que le había dejado… Era muy agresivo aunque allí no hubiese ninguna palabra malsonante, ningún insulto, ninguna amenaza. Ni siquiera respondí a aquella carta. No merecía la pena.

Los tres casos que he descrito son quizá los más comunes que te puedas encontrar. El tóxico que se ha convertido en tal por haber venido de una familia sobreexigente y narcisista que ha exigido mucho de él y le ha convencido de que toda esa sobreexigencia y control eran en realidad amor es el tipo más común entre los depredadores tóxicos. Pero puedes encontrarte con dependientes dominantes cuyo pasado fue otro. El hombre que fue maltratado por su padre, el hijo de alcohólico, la víctima de abuso sexual. Esto es, cualquier persona que no fue reconocida y valorada en la infancia, que no fue bien tratada, que no fue respetada, y que no aprendió, por lo tanto, lo que es amor, respeto, afecto.

Quede claro que no todas las víctimas de maltrato o abuso crecen convirtiéndose en dependientes dominantes. Existen personas capaces de sobreponerse a la pérdida inesperada de un ser querido, al maltrato o abuso psíquico o físico, a prolongadas enfermedades temporales, al abandono afectivo, al fracaso, a la pobreza extrema. Son personas que poseen mayor equilibrio emocional frente a las situaciones de estrés. Desde la neurociencia se considera que esas personas son resilientes. Son personas con mayor sensación de control frente a los acontecimientos y con mayor capacidad para afrontar retos. Podría decirse que la resiliencia es la entereza más allá de la resistencia. Es la capacidad de sobreponerse a un estímulo adverso.

Es decir, no todos los supervivientes de abuso o maltrato crecen convirtiéndose en personas tóxicas, pero sí que todas las personas tóxicas son supervivientes de abuso o maltrato. Los patrones de comportamiento se aprenden y se imitan, no son innatos.

Respecto a las víctimas de abuso sexual, y si tu pareja tóxica era hombre, he de decir que es muy probable que tú nunca llegues a conocer ese episodio, o que él mismo no lo sepa. Los hombres que han sido víctimas de abuso sexual casi nunca o nunca hablan de ello excepto en terapia, porque la vergüenza y la culpabilidad son muy grandes. Voy a poner un ejemplo que conozco de primera mano.

Janire se separó después de muchos años de relación extremadamente tóxica del hombre más encantador que una pueda imaginarse. De hecho, Janire se encontró con un muro de incomprensión porque a su alrededor nadie entendía cómo podía quererse separar de alguien tan fantástico, tan simpático, tan cariñoso, tan encantador como Kepa. Sólo ella sabía que de puertas para dentro Kepa cambiaba.

Yo recuerdo que Kepa hacía muchas bromas sobre el colegio al que fue, un colegio de curas, y sobre los «tocamientos» de algunos de ellos. Kepa contaba que alguna vez un cura le había intentado manosear. Y hasta ahí. Lo contaba con gracia, como una anécdota que no había dejado más huella. Muchos años después salió a la luz que en realidad aquel hermano salesiano no se había limitado a tocar niños. Varios exalumnos le denunciaron. Kepa no estaba entre ellos. Pero como al final todo se sabe, Janire descubrió que lo que le había pasado a Kepa no se había quedado en un simple roce, y que había sido mucho más serio.

Lo importante es que Kepa tenía tantísimo miedo a sus padres y al qué dirán que jamás se atrevió a revelar la verdad, porque se había pasado la vida construyendo un falso yo, mintiendo sobre sí mismo. Y como Kepa, tantos otros. Y otras.

¿Por qué?

Paso a explicarlo a continuación.