LA VIDA DESPUÉS DE
Testimonios recogidos de diferentes mujeres que charlaron conmigo a la hora de escribir este libro.
Digamos que empecé a tener vida propia y desaparecí de su vista y de todo lo relacionado con él. Llené mi vida de buenos momentos, de fiestas, de amigos. No me hizo falta ningún terapeuta. Tuve alguna recaída con él, pero salí adelante a pesar de haber tenido que dejar algunas amistades y cambiar mi estilo de vida.
Si me preguntan si pienso en él, diré que sí. No se olvida tan fácil cuando se vive con alguien y se lucha tanto como yo luché.
Y sí, yo ahora tengo una pareja que no se parece en nada a aquella, que me trata bien, que no es adicto a nada.
No me he vuelto a enamorar de esa manera tan dolorosa, con esa angustia presente a todas horas, con esos celos que me carcomían cada día de mi vida y cada noche.
En diciembre le dejé. Maleta en una mano, niño en la otra. «Mamá, ¿tienes sitio para dos?». Después de tanto tiempo, en cuanto puse un pie en la calle me invadió una fortaleza brutal, una especie de «ole tú, campeona», un «ya está, ya lo he hecho», una satisfacción enorme.
Y jamás he dudado. Ni un segundo. Compadezco a mi yo de entonces por lo que tragó. A veces pienso que no tendría que haber aguantado tanto y otras veces pienso que lo hice en el momento justo para no tener que plantearme un «¿y si…?». Jamás.
Pasé meses de miedo. Empecé una relación con el que hasta ese momento había sido mi pañuelo de lágrimas y mi ex se dedicó a contar al mundo que mi partida había sido una cosa de cuernos y que le había dejado por él. Amenazaba con que «correría la sangre». Y en seguida empezó a buscar excusas para no ver al niño, claro.
Cuando las aguas se calmaron me puse enferma. Tenía unos síntomas parecidos a la fibromialgia y fiebre todos los días. Me diagnosticaron «estrés emocional» o algo así y me duró año y medio.
En cuanto a mi pareja, sí, es un príncipe azul de los de cuento. Llevamos juntos cinco años, nos hemos casado, hemos tenido un niño y me trata como a una princesa. Y yo me digo a mí misma que ESO es lo que yo me merecía.
A día de hoy sigo con tratamiento farmacológico y con mi terapeuta. Debo decir que es lo mejor que he podido hacer. El tema de mi ex está más que superado, y mi psicóloga me ha ayudado a tratar otros temas, a coger seguridad en mí misma y a ser quien realmente soy hoy. Optimista, alegre, fuerte y muy afortunada de lo que he conseguido y de todo lo que tengo a mi alrededor. Me queda mucho camino por hacer, no me gustaría volver a pasar lo que pasé, pero gracias a esa experiencia saqué muchas cosas buenas y experiencias muy positivas. Mi ex vive con su pareja, tenemos una muy buena relación (que lo nuestro ha costado) y yo sigo soltera, conociendo a muchos chicos y disfrutando y empapándome de todo lo que la vida me da: «Enamorá de la vida aunque a veces duela».
Yo te puedo decir que viví una relación con todas las toxicidades que puedas imaginar (chantajes, dependencias enfermizas, culpabilidades, pasiones extremas e incluso bofetadas en algunos momentos); recurrí a un psicólogo durante algún tiempo y al final logré salir, eso sí, tirando toda mi vida a la mierda y empezando de cero a todos los niveles. Cambio de ciudad incluido.
Después he tenido relaciones, claro que sí. La primera fue de transición y el resto… Mira… Yo no he sido capaz de volver a querer con esa exposición emocional. Si la pregunta es si una relación tóxica te marca, la respuesta es que SÍ.
Yo he salido de ello totalmente, nunca tomé pastillas ni fui al psiquiatra, la psicóloga me ayuda a base de esfuerzo y cambios de estructuras mentales, y patrones de comportamiento. Con él llegué a engordar treinta y cinco kilos, y a pensar a cada minuto en el suicidio. No caí en la cuenta de que era un maltratador hasta tres meses después de la ruptura. He estado muchos meses con pesadillas. He conocido muchos hombres, y tuve un acercamiento (más sentimental y no tanto de relación sexual puntual) con alguien, que resultó ser otro tóxico, así que supongo que repetimos patrones…
Hoy por hoy, me encuentro muy a gusto soltera, me quiero, me respeto, soy tremendamente feliz, tengo mucha gente a mi alrededor que me quiere y no necesito a alguien a mi lado para sentirme completa.
No le conté a nadie que se había ido. A mi mejor amiga tardé un mes en decírselo. A mi madre y a mis hermanas tardé cuatro meses, y entonces me dijeron que ya se imaginaban algo, por lo triste y delgada que estaba. Fui al médico a pedir ayuda porque lloraba sin cesar, tenía que salirme de las reuniones para ir al baño y no dormía. Han pasado dos años y todavía sigo medicada, pero estoy mucho mejor. El primer año todavía conseguía hacerme daño con sus insultos y ataques. Ahora ya casi no. Tuve mucha suerte. Empecé a quedar con un amigo mío de hace catorce años, y llevamos un año juntos. Con él puedo decir todas las tonterías que quiera, puedo ser yo misma. Y es un tío culto, divertido, con el que comparto películas, libros, viajes. Y me respeta. A los cuarenta y ocho ya no es el enamoramiento de la adolescencia, pero creo que es amor del bueno. A veces lamento no poder tener una familia como la que yo tuve, pero tengo que hacer de lo que tengo lo mejor. Ya no hay órdenes, ya no hay gritos. Intento que mis hijos vivan felices y les doy muchos besos.
Yo he pasado por varias relaciones tóxicas, pero una sobre todo que me ha marcado demasiado. Me ha costado tres años recuperarme y perdonar. Para que te hagas una idea, me ha destruido la autoestima… Poco a poco, hasta llegar a límites donde a veces dudaba yo misma de mi cordura. No sé hasta qué punto explicarte. Sólo contar que después de cuatro años de terapias, yoga, después de recorrer un profundo camino de recuperación, he encontrado al hombre que hoy me hace feliz, me ama, lo amo y espero que lleguemos a pasar toda la vida juntos. Es posible. Aunque aún hoy lucho con secuelas de aquella época. Pesadillas, miedos… ya sabes. Lo curioso es que mi ex sigue llamando de vez en cuando o escribiendo y descargando su ira, su tremenda ira, porque no entiende por qué le dejé.
Yo tuve una relación tóxica, muy tóxica, que me hundió hasta que llegué a no reconocerme en el espejo. Me asusté, vi el fondo del pozo, casi no percibía la luz arriba. Fui a terapia. Año y medio. Dejé la relación meses después de empezarla. La psicóloga jamás me dijo que lo hiciese. Cayó por su propio peso y lógica. Creí que me moría, pero no vi otra salida, y esta vez quería salir. Fue la mejor decisión de mi vida, el dinero mejor gastado y el tiempo más optimizado.
¿Si echo de menos lo que tenía? En mi día a día no, ¿cómo extrañar días de nubes y cómo tener nostalgia de que me vampiricen? (Una vez pasado el síndrome de abstinencia emocional, claro). Pero sí te hablo desde dentro, aunque soy mucho más feliz y libre… Cuando algo no va bien, y el miedo a lo desconocido se instala, algo de mí anhela el problema conocido, su calor, y una vocecita cada día más débil y lejana me sigue susurrando: «Ojalá estuvieses, tú me necesitabas». Pero no me arrepiento, de nada.
Unos meses después de acabar la terapia tuve una pareja. Yo era una versión 2.0 de mí misma. Así que, cuando unos meses después empezó con dudas, cuando reapareció una ex que él no acababa de soltar y alguna historia rara más, rompí sin anestesia la relación y el contacto. ¡Increíble! Un par de meses de agonía y limpia. No me lo podía creer. Dos años después sigue insistiendo periódicamente, pero está la otra. Jamás caí.
Ahora tengo otra relación desde hace un año. Soy feliz, aunque aún hay cosas que ajustar, sobre todo ahora que el subidón inicial se desvanece. No sé lo que pasará, pero sinceramente, no me importa. Yo estoy bien conmigo y, estoy perezosa, ya no sé si merece la pena. O a lo mejor es que simplemente he aprendido a alejar de mí lo que no quiero y a valorarme. Una pareja es algo que me hace feliz pero no es el centro de mi vida. Ya no. No creo que deje de atraer a personas así, de hecho estoy convencida que será una tendencia toda mi vida, mi parte mártir y «dramaqueen». ¿La diferencia? Que ahora tengo herramientas para detectarlo y fuerza para apartarlo de mi vida. Como superpoderes…
De aquella relación no me llevé nada más que una enorme ansiedad e insomnio, motivos por los que acudí a terapia. A mi terapeuta le expliqué todo esto. Eso sí, ganas de volver a estar con alguien parecido no me entraron nunca más. También le expliqué que mi padre sufría un trastorno bipolar, lo que me tenía, de niña, siempre en estado de alerta, esperando también reacciones bomba constantemente y siempre esperando que él cambiara. De hecho, cambiaba, pero por la enfermedad, no porque quisiera.
Ella me hizo ver las similitudes entre la relación con mi padre y la relación que había tenido. También me explicó que las personas siempre buscamos comportamientos que nos resulten familiares, es lo más cómodo. Y no se sabe por qué cuando hay varios modelos para elegir, se suele tirar por el más patológico. Esto es lo que explica las relaciones de maltrato.
En mi caso, mi modelo era alguien que me tuviera desconcertada, de quien me pasaba la vida esperando el ansiado cambio. En mi padre esperaba que cambiara de la depresión a la manía, en mi novio, que cambiara del enfado a la euforia. Aunque para mí no era lo más deseable, era en lo que me sentía cómoda; llevaba actuando así treinta y dos años.
Gracias a la terapia acepté que lo de mi padre no tenía remedio, que poco había que esperar ya que el pobre hombre está enfermo, y que sólo queda la aceptación y no implicarte personalmente y tratar de razonar de forma sana con un enfermo. Sobre las parejas, entendí el peligro de caer en relaciones en las que esperamos un cambio y ser las salvadoras.
Conocí a más chicos mientras tanto, muchos parecidos o con otras «taras» (casados, por ejemplo). Jamás los tomé en serio ni tuve la más mínima duda de si quería algo con ellos o no… Hasta que empecé a intimar más con un amigo de toda la vida (del instituto ¡nada más y nada menos!), y pasados tres años, somos pareja.
Me asombró lo fácil y fluido que fue todo (ahora sé que es lo normal, y que yo había «normalizado lo patológico» en su día). Vamos juntos a hacer natación, compartimos muchas cosas, hemos conocido a las respectivas familias con la mayor naturalidad, me siento tranquila, sé que puedo llamarle cuando quiera y él a mí, compartimos el dinero cuando uno está peor que el otro sin mayores problemas… Lo que viene siendo una relación sana. No sé cuánto durará, pero lo que dure he de decir que es maravilloso y si ha de ser con otro espero que sea, al menos, igual.
También he de dar las gracias a mi ex, ya que él me enseñó lo que no quiero en una relación. Para más datos, hace poco tomamos algo mi ex y yo, por insistencia suya, ya que nos encontramos por WhatsApp después de tres años en los que no me había dirigido la palabra. Es un buen chico al que no guardo rencor. Sigue sin trabajo y cada vez tiene menos amigos, debido a su insoportable carácter. Hasta me dio pena. Me volvió a llamar y a escribir para quedar, pero le expliqué que no me apetecía. Era la verdad. Me ha mandado hace dos semanas una postal a casa diciendo lo maravillosa que soy, acompañada por unos pendientes preciosos. Al ver que no surtía efecto me escribió, faltándome al respeto, ya que no entendía por qué yo no quería volver a quedar. Luego me llamó, perdió los estribos, lloró… No me cabe duda de que sólo quiere mi amistad, y es que está muy solo, pero ser amiga de un ser inmaduro, infantil y toxicómano no me llama ya la atención ni me parece «enrollado».
Hace un año que no veo a esa persona, pero siguió con su maltrato psicológico a través de Twitter, tanto que se atrevió a subir unas fotos mías subidas de tono y enviárselas a… mi madre. No he conseguido superar mis problemas psicológicos; a día de hoy me ven muchos psicólogos y psiquiatras. Diariamente tomo 4 Alapryl, 1 Citalopram y una pastilla para dormir. Duermo muy poco y mal. Tengo pareja, pero creo que es otro cerdo más esparcido por el mundo. Me oculta cosas, me cuelga el teléfono de malos modos, intenta buscar discusiones, me saca defectos a más no poder. Estoy muy aturdida, me siento muy perdida y a veces no sé cómo actuar. Me pregunto si alguien algún día me tratará como me merezco o si simplemente voy a quedarme sola toda la vida y me da miedo sentirme así (aunque ya lo siento). Es muy duro levantarse todos los días pensando que eres una mierda y que no vales para nada. No sé qué me deparará el futuro, pero si sigue siendo como el presente, prefiero no estar en este mundo.
Las cosas han sido muy duras y difíciles, pero gracias a la ayuda profesional, familiar y de amistades y a un trabajo personal grande, estoy totalmente recuperada y un año después de que me dieran el alta tengo una relación fantástica con mi nueva pareja (una mujer) empezando de cero. Pero con memoria.
Me siento frágil. Tengo miedo. Soy como una exyonki, que sabe lo bajo que se puede caer, y lo fácil que es hundirse, por lo que ando con mucho cuidado a la hora de manejar mis sentimientos. Dejar la relación fue dejar una droga muy dura, sin contar con uno de esos grupos de apoyo tipo Alcohólicos Anónimos, al que puedes acudir aunque hayan pasado diez años para que te pasen la mano por el lomo y te digan que puedes estar otros diez años más sin él.
Me siento ligera, porque después de haber llevado una mochila muy pesada me la he quitado de encima. El problema es que ahora tengo que aprender a andar sin ese peso, y a veces es complicado.
Me siento más yo que nunca. Y eso es nuevo. Cuando termine de encontrarme a mí misma sin caretas ni barnices, espero empezar a darme a conocer a hombres estupendos que sepan estar a la altura. Por ahora, me centro en mí, en mis planes y en mis cositas. Sonrío más que nunca… ¡y todo el mundo dice que estoy más guapa!
Poco a poco me fui recuperando, mi autoestima empezó a estar bien. Yo dejé de salir, decidí estar sola, él no paraba de llamar, decía que quería verme, poco a poco lo aburrí. Hasta ahora, que ya no tiene fuerzas, lo he agotado. Mucha energía, tiempo, sufrimiento… para alimentar el ego de un narcisista. ¿Actualmente? Poco a poco me fui encontrando mejor, no me fío de nadie, pero estoy conociendo a un hombre, no sé qué pasará, pero yo he cambiado, con un narcisista no volveré; los reconozco de lejos. ¿Él? En tratamiento psiquiátrico, eso dice él. Dice que está solo y me imagino que no lo está, y que está engañando a toda la que se le arrime. De vez en cuando me llama por teléfono, y a veces lo cojo y a veces no. Mi psicólogo quiere que lo aburra, pero que no le despierte agresividad, que de vez en cuando le coja el teléfono para que no venga a Sevilla. Antes lo hacía. Ahora necesito estar sola, descansar, recuperar energías.
Entendí con el paso del tiempo que hay personas que pasan por cosas peores en la vida y no hacen daño a la gente. Entendí que quien se tiene que salvar es uno mismo, con ayuda de otros si realmente la quiere. Finalmente pedí ayuda y todos estuvieron ahí para mí. Conocí a una psicóloga increíble (después de pasar por varias) y conseguí sacarme la venda de los ojos. Conseguí ver que mi vida valía mucho más, que mis sueños eran más importantes. Mi primer año sin él fue duro, porque supongo que entenderás que en estos casos él es como una droga. Te hace ver que lo necesitas, que sólo puedes estar con él. Así que me encerré, trataba de saber qué hacía y poco más. El tratamiento psicológico continuó hasta hace un par de meses. Hoy tengo pareja estable. Voy a ser mamá. Pero tengo miedo constantemente, tengo las maletas a medio hacer y no confío en nadie. Adoro a mi futuro marido, pero aunque el dolor de los moretones se va, el dolor psicológico va a estar aquí siempre. Se necesita entendimiento después de pasar página. Primero soledad, y después entendimiento.
Hice terapia, cuatro años de psicoanálisis. Hoy tengo pareja, de esas de las de las webs americanas: un hombre de verdad que me ama, me respeta, me desea, me quiere, me admira, está enamorado de mis defectos y yo de los suyos. Yo estuve sumergida en una relación de pareja tóxica durante catorce meses. Empecé siendo la «salvadora» y acabé siendo «salvada». Estuve a punto de arruinar mi carrera profesional, perdí el contacto con mi grupo de amigos, perdí mi posición económica, no porque dejase de trabajar, sino porque mantenía a esa persona. Además mi reproche, a posteriori, fue doble. Me reprochaba haberlo consentido. Me reprochaba ser doctora en Psicología y no haber visto lo que pasaba. A día de hoy está superado, con terapia y mucha capacidad introspectiva. Tengo una nueva pareja y ejerzo mi profesión con mucho agrado y ganas. A mi consulta, a menudo, acuden personas que se encuentran envueltas en una relación destructiva. Acuden por otros motivos, no obstante, cuando llegas al fondo de la situación, aparece el problema de pareja. Durante la época en la que a mí me pasó eso, era capaz de ayudar a los demás pero incapaz de verlo en mí misma.
Con ayuda de una amiga, tuve valor para dejar a aquella mujer que tanto me había maltratado y humillado, y acudir a la terapia que ofrece Alcohólicos Anónimos para familiares, pareja, amigos de alcohólicos/as. Dejarla no significó romper el vínculo, porque ella seguía mandando mensajes e incluso se autolesionaba para que yo acudiese. Y en terapia me di cuenta de que debía romper el vínculo, no acudir si llamaba, no ser codependiente, no intentar salvar a una mujer que no se quiere salvar a sí misma. He tenido que cambiar mi rutina para no coincidir en la calle con ella. Hoy sigo recibiendo, cada día, el mismo SMS: «Tú que decías amarme me has abandonado, como todos». El texto varía, pero el contenido siempre es el mismo. Pero sé que si vuelvo estoy condenada a morir en la oscuridad de las barras de los bares. No he rehecho mi vida con nadie ni tengo intención de hacerlo. Me alimento del amor sano de mis buenos amigos y amigas.
Recogí mis cosas y me fui a mi casa, donde mi madre me abrió la puerta y los brazos. Dejé a la que quizás haya sido la mejor suegra del mundo mundial, pero me libré de aquel ÉL, que vino suplicándome a la mañana siguiente que le diese otra oportunidad. Esa mañana lloraba sólo él, desaparecieron las mayúsculas sobre su cabeza y se convirtió en una parte más de mi vida.
De eso hace ya muchos años, y aprendí mucho de aquella relación que poco me aportó, pero que me hizo crecer y quererme. Tuve que aprender a valorarme para librarme de su influjo, tuve que entender que hay mucha gente que me quiere y que en mi familia, aunque tengamos muchos problemas, siempre vamos a estar más o menos unidos y que nos queremos. He llorado mucho por él, pero esas lágrimas me hicieron fuerte y, fuese acertado el momento o no, hice lo que tenía que hacer.
Hoy soy feliz, estoy estupenda, aunque a veces piense que me sobra algún kilo, y tengo un novio que me quiere y me lo demuestra cada día. Me hace llorar a veces, pero acabamos llorando juntos. Y todos y cada uno de los días desde que le conozco, me saca una sonrisa, aunque hayamos discutido. Me ha enseñado lo importante que es quererse uno mismo, porque si no te quieres, ¿cómo vas a ser capaz de querer a alguien más? Y tiene razón. Hay que quererse y saber que somos personas independientes, únicas e intransferibles, y que no necesitamos a nadie que nos complete, sino que nos complemente.
Al final todos mis esfuerzos actualmente y en el pasado se están centrando en una cosa: aprender a respetarme a mí misma, a quererme, a saber lo que valgo, a aceptar mis limitaciones, a sentir que tengo derecho a equivocarme, derecho a confundirme y a cambiar de opinión, a saber que nadie está por encima de nadie, y que si alguien me quiere no sólo tiene que decírmelo (que también) sino demostrármelo. También estoy cambiando mis esquemas mentales, quiero ser independiente y sé que estar sin pareja no es un fracaso, un fracaso es estar en una relación tóxica con un cabrón que sólo quiere más a su ego que a su coche/iPhone/Mac o cualquier mierda de esas que él quería. Una de las cosas con las que más me he torturado ha sido pensar: ¿Cómo a mí, una trabajadora social, agente de igualdad de oportunidades, especialista en violencia de género, feminista convencida hasta la médula, le ha podido pasar esto, si yo lucho y trabajo activamente para que estas cosas no pasen? Y la respuesta es: ¿Y por qué no? Creo que nadie está libre de caer en las zarpas de un manipulador, o manipuladora, aunque sí que creo que depende de la personalidad de cada uno. Hay quien es más propenso. A día de hoy aún me pregunto si hubiéramos llegado a ser felices, si es que todo lo que me dijo era mentira, si llegó a quererme un poco y sobre todo me pregunto el porqué. Y cómo fue capaz de hacerme aquello.
Actualmente no tengo pareja. No quiero tenerla. Reconozco que algo en mí ha cambiado y no aguantaría ni la más mínima tontería. También tengo algo de miedo. Pero sobre todo es que aún estoy en proceso de quererme como me merezco, porque yo sí merezco que me quiera a mí misma. Aún me emociono recordando lo mal que lo pasé. Curiosamente después de año y medio de dejar a mi expareja este sábado me lo encontré de fiesta Yo nunca suelo beber, pero ese día iba con algunas copas de más y le dije muchas, muchas cosas… Entre todas ellas, le hablé de las inseguridades que me había creado y todo el dolor que llegué a sentir por él. Sé que estos reproches no eran necesarios pero me sentí más que bien. Él me dijo que jamás encontraría a nadie como yo y blablabla… En realidad ya me daba igual todo lo que me dijera. Por suerte no he necesitado ayuda para superar todo esto, pues conmigo misma, mi familia maravillosa y amigos he sabido salir sola y he sido muy, muy feliz, y lo sigo siendo. Pero, no obstante, como psicóloga no considero de más alguna ayuda para salir de algo parecido, ya que cada persona es un mundo y a cada uno nos afecta de una manera u otra. Pero de lo que no me cabe duda es de que en el mundo hay personas maravillosas y que se puede salir, ¡y tanto que se puede salir y ser muy feliz!
Resumiendo, yo he crecido en un ambiente de relaciones tóxicas y las he reproducido con casi todas las personas que me rodean. Mis padres tuvieron una relación tóxica durante dieciocho «maravillosos» años. Crecer viendo a una madre débil y dependiente y a un padre fuerte y exitoso hace que desarrolles una relación tóxica con ambos. Pero, sin duda, la más perjudicial es la que desarrollas con tu madre. Se trata de una relación de amor-odio, y de dependencia afectiva enfermiza. En mi caso, yo no podía soportar su debilidad, su dependencia hacia los hombres, su incapacidad de hacer frente a la vida rutinaria ella sola. Aún me mareo cuando recuerdo aquellos tres meses que se pasó en la cama dejándose morir cuando él se fue con otra, por supuesto más joven, cuando pienso en su matrimonio «de rebote» con otro hombre, al poco tiempo de divorciarse. Vivir acontecimientos como ésos a los dieciséis, hace que odies el mundo, la sociedad, y a los chicos en general. Consigue que en tu transición de niña a mujer entiendas términos como la vulnerabilidad. No quieres ser vulnerable, te esfuerzas por no serlo, no quieres ser como tu madre, pero lo eres. Supongo que así empezó todo. Mi consciente luchó contra ello. A los ojos ajenos yo siempre aparenté ser una chica fuerte, independiente, segura de mí misma, feliz de ser mujer, convencida de estar liberada de los estigmas en los que me había educado (padre liberal pero madre poco liberal, de esas de «hazte respetar» y «cuidado que la isla es pequeña, todo se sabe», colegio católico, etc.). Pero no es el consciente el que te domina, sino el subconsciente, y el mío estaba muy enfermo. Así, desde los dieciséis, he mantenido relaciones tóxicas con todas mis parejas. Estamos hablando de tres, las dos últimas han sido las que más me han marcado. El segundo fue un maltratador que me dejó la autoestima por los suelos y el tercero llegó con ese absurdo disfraz de «chico bueno» que viene a devolverte la confianza en los hombres.
Ahora tengo veinticinco años, y ha sido a esta edad cuando he descubierto lo que significa «relación tóxica», porque acabo de salir de la última y ha durado cuatro años. Bueno, acabó… hace casi un año, y aún no del todo, quedan resquicios. Recuerdo que cuando salí, ¡casi me da algo! Enfrentarme a la soledad después de haber encadenado tres relaciones distintas, estando sola como mucho durante un mes, me resultaba aterrador. Tanto que al poco tiempo de salir de esa relación me metí en otra. Obviamente, y aunque no se trataba de una relación tóxica, fracasó. No era el momento, ni la persona. Aun así yo luché contra ello. Tenía tanto miedo que hasta me engañé a mí misma pensando en volver con mi anterior pareja, creyendo que podría ser feliz… ¡menuda idiota! Si en cuatro años no fui feliz, ¿por qué iba a serlo más tarde?
Lo pasé muy mal, me levantaba de la cama para ir a trabajar y al llegar volvía a meterme en la cama. Lo pasé tan mal que hasta me planteé ir a una psicóloga, ¡yo! Yo que me tenía por fuerte y segura. Ahora me he dado cuenta de que se trataba de miedo. Tras cuatro meses de terapia, y con la suerte de haber topado con una gran profesional, además de mujer independiente, estoy empezando a conocerme a mí misma, y creo que estoy arreglando la relación tóxica más importante que ha tenido lugar en mi vida: la que tengo conmigo misma.
He entendido que no puedes amar ni dejar que te amen si no te amas a ti misma. Para ser feliz con alguien, primero debes ser capaz de ser feliz tú sola, sí… todas sabemos eso, pero creemos que lo somos ¡y no es así! La vida está llena de historias, de accidentes, de incidentes, de situaciones, que te marcan. Es inevitable, pasan cosas que te hieren, y si no las curas las heridas siguen ahí; es esa vocecita en tu cabeza que te dice que le mires el móvil mientras se está duchando, o esa voz infernal que te dice que te pongas a destrozarle el piso si encuentras mensajes sospechosos de otra. Yo pensaba y me definía a mí misma como una persona «pasional». Pero ¡por favor! Las pasiones no tienen nada que ver con eso, y por fin me he dado cuenta.
Ahora me embarco en la relación más excitante que he tenido jamás, con la persona que más ganas tengo de conocer: se trata de mí misma. Sé que no será fácil, hay días muy duros, de momento no tengo intención de enamorarme ni de iniciar una relación con nadie; no hasta que esté preparada. Ya no me da miedo sentirme preparada «muy tarde» ni tengo prisa por que eso sea «muy pronto». Ya no me da miedo acostarme con un chico y que la cosa se quede en eso, un polvo de una noche. Ya no me da miedo el qué dirán, ni sentirme utilizada; estoy liberándome de esos estigmas. Creo que sin la terapia no me hubiera sido posible.
Gracias a la terapia pude ver que yo no era la chica fuerte que pensaba ser, y que muchas veces el miedo a convertirte en una persona te lleva irremediablemente a ser esa persona. No quiero ser mi madre, pero me convierto en mi madre. Ésa es la dualidad con la que vivimos muchas mujeres, el miedo a ser como nuestra madre, pero el no poder evitar seguir sus patrones de comportamiento. Creo que a cualquier edad estás a tiempo de cambiarlo. Lo triste es que ponemos más empeño en cambiar a nuestra pareja que a nosotras mismas.