CAPÍTULO 4

Ante estas tácticas,
¿qué puedes hacer tú?

LAS TÁCTICAS REACTIVAS. LAS DEFENSAS QUE SE SUELEN USAR CONTRA EL AGRESOR EMOCIONAL Y QUE NO FUNCIONAN

I. LLORAR

Al principio funciona. Te pones a llorar y el agresor para. Entonces, de una forma consciente o inconsciente, exageras el recurso y te pones a llorar cuando él te grita. Atención: no funciona. Pasado un tiempo, cuando te pongas a llorar, él te ridiculizará («Qué gran actriz habrías sido») o recurrirá al silencio hostil, o se marchará. Además, si acabas forzando el llanto de forma consciente, acabas poniéndote a su altura y siendo tan manipuladora como él.

II. GRITAR

Es muy típico que cuando él recurre al silencio hostil, ella acabe gritando por pura desesperación. Si hace eso, le da a él pie para que diga: «¿Lo ves? ¡Eres una histérica!». No soluciona ningún conflicto, sólo lo enquista más.

III. INSULTAR, ARAÑAR, PEGAR

Ni loca. No lo hagas. Por ejemplo, un caso muy típico es que él se pone a vociferar como un loco («Eres una puta»), y ella, al más puro estilo Gilda, le da una bofetada. O peor aún, le araña la cara. En ese caso, él puede ir contando a los amigos comunes lo que ella ha hecho, para que todos piensen que ella es la agresora y él la víctima. Si ella le pega una bofetada, él la acusará a ella de histérica. Esta táctica de manipulación se llama en inglés luring o baiting. O sea: poner un cebo. Es una táctica militar muy común que se usa desde tiempos de Napoleón. El ejército invasor envía primero una avanzadilla para que el grueso del ejército contrario se despliegue a por ella y los siga. Y cuando estén combatiendo en un lugar fácilmente controlable (un bosque, por ejemplo), es cuando el grueso del ejército invasor ataca de verdad.

ALFRED MARTÍNEZ. En las relaciones de dependencia, sobre todo en parejas que llevan años funcionando así, ambos suelen haber intercambiado los papeles de agresores y víctimas, a veces incluso en una misma situación. No es sólo que agredir no se tenga que hacer para que la pareja no pueda hacerse la víctima y con ello conseguir que su entorno le dé la razón, es que cada uno debe decidir si quiere ser esa persona en la que se está convirtiendo dentro de la relación. Si esa persona es válida. Si le gusta ser esa persona. La visión de uno mismo desbordado, haciendo cosas de las que luego se arrepiente destruye la autoestima y sólo ayuda a potenciar y a empeorar las razones por las que no se abandona la relación —no sólo es lo que el otro me dice de mí, sino también cómo me veo a mí mismo; ambas cosas juntas aumentan la propia inseguridad («¿tendrá razón?»; «a veces de verdad me paso»)—, lo cual conduce a otro aspecto del círculo vicioso de las relaciones tóxicas: ¿quién me va a querer siendo como soy?

IV. NEGAR EL SEXO

Si ponemos juntas a cinco mujeres de cierta edad y les damos dos botellas de vino, nos sorprenderemos de lo que podemos llegar a oír. En este caso, las cinco habíamos cumplido los cuarenta, y nos habíamos reunido para celebrar el cumpleaños de una. Yo no conocía a tres de ellas, tampoco a la casada que con voz ceceante confesó que llevaba tres años, tres, sin hacer el amor. Las otras tres no atravesaban una sequía tan severa, pero tampoco parecía que vivieran en Sodoma precisamente. Una vez por semana, o cada dos semanas. «Bueno, es que eso pasa siempre —dijo una—. La convivencia es así, ya se sabe». ¿Ya se sabe? ¿De verdad tiene que ser así?

El psicólogo Manuel J. Smith hablaba de dos tipos de razones por las que el sexo decae en una pareja: el modelo de la ansiedad y el modelo de la ira.

En el primero, el modelo de la ansiedad, uno de los cónyuges, por la razón que sea, pasa por una fase de inapetencia (cansancio, una leve depresión) y el otro cónyuge le acosa o le presiona con chantajes de cualquier tipo (ya no me quieres, no eres lo suficientemente hombre o mujer, si seguimos así me divorcio…), y esa presión consigue precisamente el efecto contrario al obtenido: el reticente se va poniendo cada vez más nervioso, se encierra en sí mismo y acaba por ser sexofóbico.

En el segundo, el modelo de la ira, uno de los cónyuges está resentido por algo (le parece que el otro sale mucho o que le regaña demasiado, o que no es lo suficientemente cariñoso), un resentimiento que no se atreve a confesar, por lo que sea, porque quiere evitar discusiones a toda costa, o porque cuando se queja el otro le dice que exagera («te regaño por tu bien» o «¿qué tiene de malo salir tanto?»), y ese resentimiento le impide compartir lo más íntimo que tiene.

Los dos modelos se refieren a problemas de comunicación y paradójicamente se dan en parejas muy bien avenidas de puertas para afuera, gente para la que la apariencia es muy importante. Gente que nunca discute.

Pero es que discutir es bueno.

Y no, no me refiero al tipo de «discusiones» que se promocionan en los programas de televisión sensacionalista, con gritos, humillaciones e insultos, sino más bien a la discusión fría, «parlamentaria» si se quiere, en la que se respetan los tiempos del otro, en la que se argumenta desde la razón y no desde la descalificación, en la que cada cual intenta exponer sus razones para intentar llegar a un acuerdo que más o menos convenga a ambas partes.

Mientras la telebasura nos proponga como único modelo de intercambio de ideas el gallinero histérico, el berrido estridente, el todo vale, el maltrato verbal y el abuso psicológico, la obsesión por derrotar al otro y no por negociar con él, y mientras tanta gente vea determinados programas a diario y se deje influenciar por ellos, es fácil que a muchos se nos olvide que las discusiones pueden ser civilizadas e incluso sanas, y que no tienen por qué convertirse en un espectáculo bochornoso que degrada a ambos implicados. La televisión influye e incluso prescribe hábitos a un nivel mucho más exagerado de lo que la gente cree, y los adolescentes españoles ven, por término medio, tres horas diarias de programación sensacionalista. ¿No es hora de que nos planteemos un cambio de paradigma, un modelo más civilizado, más sano y, sobre todo, más feliz? La vida ya es bastante dura de por sí como para que no hagamos algo por disfrutar lo mejor de ella.

ALFRED MARTÍNEZ. Me encanta el dimensionamiento que haces. Cada vez trabajo más incluyendo la perspectiva social en psicoterapia. A día de hoy, los ejemplos de pareja sanos brillan por su ausencia a nuestro alrededor: series, películas, canciones, programas… Además, las familias están olvidando —si es que llegaron a saberlo— cómo y para qué sirve comunicarse.

Por cierto, yo colaboro de vez en cuando en uno de esos programas de televisión. Y utilizo tácticas de comunicación asertiva. Y sí, funcionan. Y las voy a describir.

LAS TÁCTICAS DE COMUNICACIÓN ASERTIVA. CÓMO DEFENDERTE Y RESISTIR ESTOICAMENTE

Quien de verdad sabe de qué habla, no encuentra razones para levantar la voz.

LEONARDO DA VINCI

Es posible que tu relación pueda salvarse. Lo dudo, porque si fuera o fuese posible, seguramente no habrías llegado a la conclusión de que debes comprar este libro. Pero por si acaso, voy a darte las pautas con las que se supone que debes contraatacar en caso de tácticas de manipulación y control.

Conste que yo compré varios libros para conocerlas todas (Judo con palabras y Cómo defenderse de los ataques verbales, de Barbara Beckham; La asertividad, de Olga Castanyer, y Cuando digo no, me siento culpable, de Manuel J. Smith) y me las aprendí todas. Intenté ponerlas en práctica. La cosa no funcionó en el sentido de que él no dejó de usar las suyas, pero sí que fui sintiéndome mejor yo misma. Ya no me sentía tan culpable como antes, incluso a veces me divertía.

ALFRED MARTÍNEZ. Terapéuticamente, las palabras defenderte, contraatacar y la expresión a veces me divertía no considero que sean acertadas. A mi parecer, transmiten la idea de que las técnicas asertivas son armas contra el enemigo. Si alguien llega a sentir que su pareja es el enemigo, la pregunta que debe formularse es: «¿Por qué sigo con él/ella?». Pista: ¿cómo ves lo de amar a tu enemigo? Hablando de amar y de enemigos, recomendable la película Durmiendo con su enemigo (1991), de Julia Roberts.

Vale, Alfred, puede que tengas razón, pero el caso es que yo me leí los libros antes citados que vienen a decir que si pones en práctica esas tácticas puede que tu relación mejore, que él/ella se dé cuenta de lo que hace y cambie de actitud. Pero también puede que él/ella, cuando vea que sus tácticas de costumbre no funcionan, intensifique los ataques. En cualquier cambio, te garantizo que para bien o para mal la relación cambiará. Y que tú te sentirás mejor, tendrás más control.

I. TACTICA DEL DISCO RAYADO

Él/ella grita; ridiculiza; usa el sarcasmo; insulta; manipula; te ridiculiza; te amenaza veladamente; utiliza frases que denotan abuso de autoridad («no te voy a consentir /tolerar que», «hasta ahí íbamos a llegar», etc.); distorsiona algo que hiciste en el pasado; proyecta; inicia una escalada de acusaciones (usa el «y tú más»); interrumpe; se niega a responder a preguntas directas; se hace la víctima; critica tu apariencia, tus creencias, tu trabajo, tu religión, tu familia, tus gustos («mejor que no vayamos a comprar cortinas, que me vas a dejar la casa como la de Draculaura»); grita; insulta… Y tú, como un disco rayado, repites lo tuyo, por ejemplo: «Me ha sentado mal que no te hayas despertado a tiempo porque tú y yo habíamos planeado esto desde hace días y me parece una falta de respeto. Tampoco a tus amigos los dejarías plantados, y simplemente quiero que me muestres el mismo respeto que a los demás». Así, una y otra vez.

Por lo general, si ella se mantiene en su sitio, él acaba por salir de la habitación, del local, y la deja con la palabra en la boca.

No tiene por qué significar que ella tenga que repetir la misma frase una y otra vez, lo cual es de poca educación. Me refiero a repetir nuestro argumento tranquilamente y sin dejarnos despistar por asuntos poco relevantes. Ejemplos: «Sí, pero lo que yo digo es que me ha sentado mal que no te hayas despertado a tiempo porque tú y yo habíamos planeado esto desde hace días y me parece una falta de respeto»; «Entiendo, pero creo que lo que necesitamos es cumplir nuestros compromisos»; «Ya veo lo que dices, pero yo pienso que me ha sentado mal que no te hayas despertado a tiempo porque tú y yo habíamos planeado esto desde hace días y me parece una falta de respeto»…

ALFRED MARTÍNEZ. Ciertas cosas con decirlas una vez hay más que suficiente, y es al contrario: una vez expuesto de forma asertiva lo dicho, si la conversación no va por buenos derroteros es mejor dejarla cuanto antes y reflexionar a solas sobre la persona con la que comparto la vida. No es una competición de a ver quién gana a quién, quién convence a quién, ni de quién aguanta más, ni de quién consigue sacar de sus casillas al otro.

II. DESCRIBE LOS HECHOS CONCRETOS

En este caso: «Habíamos quedado para ir a ver unas cortinas y me dejaste colgada». No des pie a más discusión. Haz caso omiso de cualquier táctica de control y manipulación. Cuando describimos hechos que han ocurrido, el otro no puede negarlos. Así podemos partir de los hechos para discutir y hacer los planteamientos precisos. En este punto es donde tenemos que evitar los juicios de intenciones. No se trata de decir que «eres un malqueda» sino de decir, simplemente: «Habíamos quedado para ir a ver unas cortinas y me dejaste colgada». Y nada más. Evita los juegos. No respondas a nada de lo que él te diga. Mantente en tus trece.

ALFRED MARTÍNEZ. De aquí la importancia de no desviarse del tema, de tener claro de qué se quiere hablar, qué se quiere decir y cómo, de ser concreto y ceñirse al momento. De hecho, si es posible se pueden negar hechos ocurridos, pero lo importante es que si estamos convencidos de lo que ha pasado es mucho más difícil que alguien pueda manipularlo para usarlo contra mí. Lo mismo pasa si me conozco lo suficiente y valoro cómo soy. Aunque alguien quiera hacerme creer que soy un/a histérico/a, si sé que no lo soy y que mi reacción es debida a ciertas cosas que a mí me importan (y que valoro que me importen), difícilmente alguien podrá hacerme sentir mal por ello.

III. MANIFESTAR SENTIMIENTOS Y PENSAMIENTOS CLAROS

Es decir: comunicar de forma contundente y clara cómo nos hace sentir lo que ha ocurrido. Es el momento de decir: «Me he sentido mal y poco respetada y eso es todo». Hay que recordar que no se trata de que el otro lo encuentre justificado o no. Le puede parecer desproporcionado, o injusto, o… pero es lo que nosotros sentimos. Y tenemos derecho a sentirnos así. Por lo tanto, no aceptaremos ninguna descalificación. Defenderemos nuestro derecho a sentirnos tal y como le decimos. Le estamos informando, no le pedimos que nos entienda o nos comprenda. Por eso no puede descalificarnos ni aceptaremos críticas a nuestros sentimientos.

IV. PEDIR DE FORMA CONCRETA Y OPERATIVA LO QUE QUEREMOS QUE HAGA

No se trata de hablar de forma general o genérica («quiero que seas más educado», «quiero que me respetes», «quiero que no seas vago»), sino que hay que ser concreto y operativo: «No me gusta que cuando alguien planea algo conmigo desde hace tiempo, no cumpla con sus compromisos».

EVA CORNUDELLA. Cuando hablas de las tres tácticas mencionadas —describir hechos concretos, manifestar sentimientos y pensamientos, pedir de forma concreta—, estás definiendo una técnica comunicativa que se llama EL MENSAJE DEL YO y que lo que consigue es NO PROYECTAR CULPA, con lo que el otro recibe mejor el mensaje.

Las premisas son:

Cuando tú haces… (identifico acto y momento sin generalizar), yo me siento así… (YO, y hablo de emoción con lo que no puede sentirse ofendido, es una emoción propia), por lo que te pediría que… (qué puedes hacer para evitar esto).

Por ejemplo. Si cada mañana hay conflicto para usar el lavabo. Él se tira media hora en la ducha y tú te tienes que peinar en el espejo del pasillo y salir zumbando. Te enfadas y le gritas: «Joder, cada día igual, siempre te metes ahí que pareces una novia acicalándose y yo…». ¿Qué has hecho? Has insultado, has generalizado —aunque es verdad que siempre lo hace—, y te has victimizado.

Opción reformulada: «Juanito, ¿te falta mucho? Mira es que cuando veo que tardas tanto me angustio porque no me puedo arreglar y salgo ya agobiada. Podríamos hablar de hacer turnos».

V. BANCO DE NIEBLA

Se trata de reconocer que se está de acuerdo en que la otra persona tiene motivos (que no tienen por qué parecernos razonables) para mantener su postura, pero sin dejar de expresar que mantendremos la nuestra, porque también tenemos motivos para hacerlo. De este modo demostraremos tener una actitud razonable, e insistiremos en dejar claro a la otra persona que nuestra intención no es atacar su postura. Nuestra intención es demostrar la nuestra. Esta técnica está especialmente indicada para afrontar críticas manipulativas.

Para practicar el banco de niebla debes:

ALFRED MARTÍNEZ. Apunte: si uno duda o directamente no cree en lo que le dice su pareja, ¿es esa la pareja con la que uno quiere estar?

VI. RENDICIÓN SIMULADA

Consiste en mostrarnos de acuerdo con los argumentos del interlocutor pero sin cambiar nuestra postura. Puede parecer que cedemos, pero sólo cogemos impulso. Es útil en negociaciones de todo tipo. Ejemplo: «Entiendo lo que dices y puede que tengas razón, pero deberíamos buscar otros enfoques a este problema porque yo me sigo sintiendo mal».

VII. IRONÍA ASERTIVA

Ante una crítica agresiva o fuera de tono no debemos igualar la nuestra a la del emisor. En su lugar podemos buscar maneras de responder sin abandonar nuestra postura calmada. Puede ser una salida asertiva a un conflicto en el que simplemente no queremos vernos involucrados. Ejemplo. Ante su afirmación («Es que no tienes el menor gusto en cortinas y la casa de tu madre parece la de Draculaura»), tú puedes responder: «Hombre, muchas gracias, me encanta la comparación, ya sabes que yo adoro a Draculaura».

ALFRED MARTÍNEZ. Especialmente difícil con una autoestima muy baja. Dado que parte del problema es la necesidad de aprobación y validación por parte del otro.

VIII. PREGUNTA ASERTIVA

En ocasiones es necesario iniciar una crítica para lograr la información que queremos obtener para luego utilizar la respuesta en nuestra argumentación. Ejemplo: «Dices que soy una exagerada, pero ¿me puedes decir exactamente por qué crees que soy una exagerada?». Cuando él intenta argumentar, al estilo «porque sacas las cosas de quicio», tú sigues: «¿Me puedes decir exactamente por qué crees que saco las cosas de quicio?». A lo que él contesta: «Porque siempre estás liando las cosas». «¿Y me puedes decir exactamente cómo crees que las he liado en este caso?». Sí, al final te acaba gritando, no falla. O se va de la habitación. Entretanto, tú te has divertido mucho. Aunque ya dice nuestro amigo Alfred que lo de divertirse no es sano.

IX. APLAZAMIENTO

Cuando Jorge empieza con sus ataques, Clara se levanta, coge papel y lápiz, anota: «Sábado, 25, doce y media del mediodía, Jorge había quedado con Clara y…». Y le dice: «Mira, como te veo muy agitado, te lo escribo y ya te lo enviaré por mail». Lo malo de esta táctica es que funciona muy bien al principio, porque desconcierta, pero luego deja de funcionar. También te ayudará mucho a ti, cuando más tarde él intente a posteriori distorsionar lo que pasó.

A veces estas tácticas de «resistencia estoica» no resuelven nada, pero al menos no merman la autoestima de la persona que está siendo agredida y/o manipulada.

Ella/Él sabe que tiene razón, permanece en sus trece y no le da crédito a nada de lo que él/ella diga o haga. En algunos casos, y con paciencia, esta táctica puede llegar a funcionar y puede que él/ella recapacite sobre lo que hace. Pero no son muchos. Un agresor emocional no suele cambiar. Pero si su problema no es grave, quizá, poco a poco, su actitud vaya variando.

ALFRED MARTÍNEZ. Que un dependiente emocional quiera «curar» —a su manera y por lo que entiende por curar— a otro dependiente emocional es comparable a que un adicto al alcohol quiera curar a otro. Entre dos personas con problemas de dependencia emocional es muy difícil enseñar maneras de mejorar la autoestima, que es la base de toda la disfunción.

Cierto Alfred, pero recuerda que hay quien tiene que convivir en el entorno laboral con un agresor, y no le queda más remedio que recurrir a tácticas como éstas. Entiendo que tú digas que quizá lo mejor es marcharse, pero lo que yo puedo contar según mi experiencia es que estas tácticas me sirvieron precisamente para marcharme, porque me ayudaron a recuperar la confianza en mí misma. Ante cualquier intento de manipulación, yo ya no lloraba o gritaba o me deprimía, simplemente respondía según lo que había aprendido, y eso me hacía sentirme bien, digna, controlada, adulta, segura. Él no cambió de actitud, pero yo sí. Y poco a poco, me fui dando cuenta de que lo mejor era irse. Es decir, que si mi baja autoestima era la base de la disfunción, y lo era, estas tácticas me ayudaron a que esa autoestima creciera un poco.

¿CUÁNDO DEBES IRTE?

Lo cierto es irse. Quedarse es ya la mentira, la construcción, las paredes que parcelan el espacio sin anularlo.

JULIO CORTÁZAR

Básicamente, cuando has probado todas las técnicas asertivas y no han dado ningún resultado. Tú sabes que la comunicación con tu pareja es mala, pero todavía crees que hay algo salvable. Te dices a ti misma y le dices a tus amigas que «lo bueno compensa lo malo», que «los ratos buenos son buenísimos», que «tú tampoco lo pasas tan mal», etc. Bueno, nadie puede hacerte cambiar de opinión.

Pero si llega un día en el que todo gira alrededor de él, en el que tú empiezas a sentirte cada vez peor, menos persona, menos interesante, menos válida; ese día en el que te das cuenta de que has ido perdiendo amigos y amigas, que has engordado o adelgazado casi diez kilos, que lloras por cualquier tontería (por una noticia del telediario, por una frase que lees en una novela, por una canción que escuchas en una tienda), que te cuesta concentrarte, que no duermes bien, que sufres taquicardias a menudo, que te sientes como si estuvieras siempre andando sobre brasas, de puntillas, a la defensiva, atenta a lo que pudiera pasar no sea que se desencadene otra bronca absurda… Entonces te sugiero que busques una foto tuya tomada antes de conocerle, en un momento en el que estabas bien, y la compares con una foto que te tomes ahora, frente al espejo, con el móvil. Fíjate en tu cara, abotargada, en la expresión de tristeza de los ojos hundidos, en el cuerpo mucho más delgado o más redondo, y reflexiona sobre por qué has cambiado tanto.

Y luego piensa en tu mejor amiga, o en tu hija, si la tienes. O en tu hermana. Visualízala. Y ahora pregúntate: si tu hermana o tu mejor amiga hubieran cambiado tanto, si tú supieras que viven con un hombre que las trata como te está tratando él a ti, si las vieras tan deprimidas, ¿qué les aconsejarías?

Ya tienes la respuesta.

(Puedes cambiar el género, por supuesto).

ALFRED MARTÍNEZ. El momento de irte es cuando crees o sientes que aportas de forma sistemática más a la relación de lo que recibes. Cuando eso ocurre al inicio de conocerse dos personas y una de ellas, con la autoestima sana, va valorando (no justificando) negativamente lo que la otra persona hace, esa balanza cae por su propio peso y va dejando de sentir algo por esa persona. Ni siquiera tiene por qué suponer un gran esfuerzo. Es en la baja autoestima y la inseguridad derivada de ella donde están las raíces de la dependencia emocional. El momento de irte es cuando, por encima de la relación, sientes que te estás perdiendo a ti mismo/a.

Y si crees o sientes que no puedes, busca ayuda, del tipo que sea, la que creas que mejor te puede ir. Permítete probar. Equivocarte. Aprender. Sal fuera, que te dé el sol, el aire, la lluvia… Relaciónate en la medida que puedas y te apetezca. Prueba a hacer ejercicio. Apúntate a algún curso de algo que te guste. Ves a que te hagan un masaje. Infórmate más aún sobre cómo funciona lo que estás viviendo… En última instancia, siempre puedes buscar ayuda profesional. Cualquier cosa menos seguir abandonándote. Puede que no hayas sabido hacer las cosas tan bien como te hubiera gustado pero, en cualquier momento, puedes y te mereces aprender a hacerlas mejor.

I. UNA METÁFORA CINEMATOGRÁfiCA

Dentro del laberinto es la historia de una relación tóxica. La chica, Sarah, comienza la historia contándole a su hermano que el rey de los goblins está enamorado de ella, y hace lo que ella quiere. Por culpa del rey de los goblins, que se lleva algo que Sarah aprecia mucho (en la película, se lleva a su hermano; en la vida real, se llevará tu autoestima), Sarah se adentra en un laberinto tan peligroso como complicado, en que, sencillamente, no hay reglas. Ni justicia.

Jareth le ofrece a Sarah cumplir todos sus sueños. A cambio de…: «Sólo ámame, témeme, haz lo que yo digo y seré tu esclavo […]. Te pido tan poco… Sólo deja que te gobierne y tendrás todo lo que quieras».

Vamos, lo que cualquier novio tóxico le pide a una chica. ¿Y cómo sale Sarah del laberinto? Simplemente le mira a los ojos y le dice: «Porque mi voluntad es tan fuerte como la tuya… y mi reino igual de grande. No tienes poder sobre mí». Y ya está. Basta con decir eso para que el laberinto se desmorone. Y punto.

II. INTENTANDO CORTAR LA RELACIÓN

Si has decidido acabar con la relación, sencillamente empaqueta tus cosas y vete. No des más explicaciones. Ya las has dado todas.

Esto es muy sencillo si no tienes hijos o una casa en común. No lo es si tenéis una hipoteca conjunta o hijos.

En el segundo caso, vas a tener que cruzar un camino muy duro, al que le dedico un capítulo más adelante.

En el primero, piensa en la suerte que tienes de no haber tenido un hijo con él ni de haberte comprado una casa a medias.

Y sigue estos pasos.

III. INTENTANDO SALIR: DEJA DE PENSAR EN ESO

La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.

Rayuela, JULIO CORTÁZAR

La clásica frase de «los ignorantes son más felices», ¿es acertada?

Lo es. Las personas que se cuestionan más sus decisiones, sus problemas, sus circunstancias y sus vidas en general sufren más.

La ciencia respalda esta idea. Un equipo del University College de Londres, al mando del doctor Stephen Fleming, publicó en Science una investigación en la que se confirma que las personas que se lo cuestionan todo tienen peor memoria y padecen más propensión a la depresión[5].

El equipo de investigadores les pidió a un grupo de voluntarios que tomaran decisiones difíciles. Luego midieron el tamaño de sus cerebros para comprobar si existía una relación entre el tamaño y el grado de responsabilidad que tomaban los voluntarios a la hora de tomar decisiones. Descubrieron que los que meditaban más la respuesta tenían mayor cantidad de células cerebrales en la parte frontal del cerebro. El área frontal del cerebro está asociada a muchos problemas mentales, particularmente al autismo.

ALFRED MARTÍNEZ. Pero sufrir no es algo a lo que debemos temer. Sufrir forma parte de vivir. Aprender a manejar el sufrimiento nos ayuda a conocernos y a no abandonarnos a nuestra suerte. El sufrimiento no es negativo o positivo, sólo es un indicador de cómo están las cosas a nuestro alrededor. Si me replanteo mucho mis problemas, ciertamente conecto más con lo que me hace sufrir, pero es también más probable que aprenda a estar preparado para afrontar dichos problemas y que de este modo pueda sacar de la situación más oportunidades. Todo depende de lo funcional que sea psicológicamente.

Darle demasiadas vueltas a las cosas puede aumentar el riesgo de depresión, y además empeora la memoria. Pero me diréis: «No meditar las cosas puede conducir a decisiones equivocadas». ¿O no? Pues no. El tiempo me ha demostrado que en general las decisiones más impulsivas de mi vida han sido las más acertadas.

ALFRED MARTÍNEZ. No es una fórmula universal. Hay personas muy impulsivas que necesitan ser más racionales porque su vida es un caos, y personas muy obsesivas que necesitan ser más emocionales porque su vida es una jaula.

Imaginemos que eres el tipo de persona que se pasa la vida dándole vueltas a las cosas como una noria. Tienes una «personalidad hipercontroladora»; eres lo que técnicamente se conoce como «pensador compulsivo». O sea, que eres del tipo que estás en el cine y en lugar de quedarte embobado con Angelina Jolie o Clive Owen te estás acordando de «tengo que enviar una fotocopia del DNI al banco, y escribir a la señora aquella de Múnich que me había escrito, y tengo que llamar a Fátima para ver a qué hora quedamos mañana y… ¿me he dejado el grifo abierto al salir de casa…?».

No te preocupes: yo hago exactamente lo mismo.

ALFRED MARTÍNEZ. Cada vez más chicos —más jóvenes— vienen a mi consulta con la descripción que has hecho. Mi opinión es que la sociedad se está racionalizando (de hecho, se echa constantemente la culpa a las emociones de nuestros males), de tal manera que estamos potenciando funcionamientos racionales obsesivos que, a su vez, están siendo reforzados por la inseguridad constante (familiar, laboral, de pareja, etc.) que vivimos, en una sociedad cada vez más competitiva que, a su vez, refuerza seguir esforzándonos en pensar cómo hacerlo mejor para conseguir una cierta estabilidad que nos ayude a sentir menos riesgo en nuestro entorno más próximo.

Los neuróticos que se agobian por la opinión ajena acaban paralizados y desarrollando fobia social. Prefieren evitar cualquier interacción en lo posible para no fracasar.

Los pesimistas caen en la trampa de la «profecía autocumplida». Si piensas que todo va a salir mal, inevitablemente sale mal. Tus propios nervios e inseguridades se encargan de que así suceda. Cuando nuestra mente se queda dándole vueltas y más vueltas a nuestros pensamientos y produce sentimientos negativos, se produce el «efecto levadura»: los pensamientos negativos engordan. El resultado es agotador.

Acabamos en un callejón sin salida, acosados por el victimismo («nadie me entiende»), la ansiedad («esto se acaba») y la depresión («mi vida no vale nada»).

Si tú te has reconocido en una de las tres descripciones anteriores, vas a tener muchos problemas a la hora de separarte porque no cabe duda de que le estarás dando vueltas al problema como a un cubo de Rubik. Sólo que, a diferencia del cubo, este problema no tiene solución.

Si no queremos acabar peor que la copla, nos toca afrontar la realidad y buscar alternativas que nos alejen de esos razonamientos obsesivos.

Observa tus pensamientos y aprende a detectar cuándo están empezando a rumiar demasiado, de una manera inútil, en tu mente; sepárate de ellos, intenta apreciarlos desde la distancia, identifícalos como nocivos y ponte inmediatamente a hacer otra cosa que absorba tu atención.

Por último, apréndete estas frases como un mantra:

Los demás no ven el mundo exactamente igual que yo.

Las discusiones y las polémicas repetitivas no conducen a ninguna parte ni convencen a nadie.

Yo no debo solucionar los problemas de mi ex. La superación de sus problemas le hará más fuerte.

Obsesionarme con posibles enfermedades o trastornos mentales míos o suyos sólo me llevará a una enfermedad no posible sino real, física y/o mental.

No todas las relaciones pueden ni deben salvarse.

IV. NADIE DIJO QUE FUERA FÁCIL

Tú estás leyendo esto y pensando: «Sí, sí, sí… Todo eso parece muy fácil sobre el papel, pero es muy difícil de llevar a la práctica». Tú ahora tienes ataques de ansiedad, te dan taquicardias, te tiemblan las manos a menudo, lloras por cualquier cosa, estás irritable, tienes la autoestima dos puntos por debajo de la de Kafka… Te parece imposible conseguirlo. Qué me vas a contar, cielo. Lo he vivido. He estado ahí. A veces, sigo estando ahí.

Nadie dijo que fuera fácil.

Pero es posible.

Si has llegado hasta este libro es porque en tu interior ya sabes que tu relación no puede continuar. Por una mera cuestión de supervivencia. Porque no puedes más.

Si lo dejas, te vas a encontrar muy mal durante unos meses, quizá un año. Si te quedas, vas a ir encontrándote cada vez peor. Quizá empieces a rumiar fantasías de suicidio. Quizá te conviertas en alguien tan tóxico como tu pareja.

Ese tipo de contagio emocional lo he visto a menudo e incluso lo he vivido. Por eso me fui yo, cuando me empecé a dar cuenta de que yo había cambiado. De que me estaba volviendo amargada, resentida, rencorosa, agresiva. De que de vez en cuando me encontraba respondiendo a su juego con el mismo juego: al silencio, con mutismo; al engaño, con mentiras; a los gritos, con lloros; a los reproches, con gritos. De que después de haberme leído todos los libros existentes en el mercado (en inglés, español y francés) sobre comunicación asertiva, veía que era capaz de llevar sus enseñanzas a la práctica en mis colaboraciones en radio y televisión, en las discusiones con azafatas y dependientes de tiendas, con mis amigos y amigas, en la vida diaria en general e incluso en conversaciones con mi madre, pero no con mi pareja.

Yo he visto cómo las parejas de personas muy tóxicas iban fusionándose y contagiándose y se convertían finalmente en personas igualmente tóxicas, de la misma forma que en las películas de serie B el que ha sido atacado por un vampiro o un zombi acaba convirtiéndose en zombi o vampiro a la vez. Mujeres que se convertían en auténticas víboras pasivo-agresivas y que manipulaban a los niños para obtener información sobre la nueva novia de su ex. Hombres antaño encantadores que se han convertido en una especie de guiñapo humano, hundidos bajo el peso de culpas insalvables y del inevitable resentimiento que provocan, después de que una chantajista haya exagerado sus obligaciones para con ella, reclamado deudas emocionales absurdas, enumerado una serie de juicios desmesurados sobre su carácter y sus motivos, culpabilizado hasta el paroxismo y con la proporción del sentido de la obligación y de la responsabilidad alterada.

Y yo no quería convertirme en otra persona.

Y por eso, estando desesperadamente enamorada de mi pareja, deseándole más que a ninguna otra persona en el mundo, admirando su sentido del humor, su inteligencia, su encanto, su savoir faire… y sabiendo que le iba a echar de menos a cada minuto, tomé la decisión de irme el día en el que me di cuenta de que ya no me gustaba a mí misma. Y que, probablemente, tampoco le gustaba mucho a él.

EVA CORNUDELLA. Un profesor de mediación nos explicaba que las deudas emocionales se pagan. Cuando he divorciado personas y una de ellas ha tenido un enorme sentimiento de culpa, ha acabado firmando convenios en que aceptaba pensiones u obligaciones desmesuradas. Cuando esa culpa ha sido «elaborada», esa persona ha acabado por tener que enfrentarse contenciosamente a su ex, por ejemplo para reducir pensiones. Es decir, la falta de asertividad y la culpa hizo que se separaran de mutuo acuerdo pero ficticiamente, porque esa culpa no le dejó firmar un acuerdo justo, y el mutuo acuerdo era en realidad un acuerdo forzado por la culpa. Y el conflicto vino luego: ahí surgen muchas manipulaciones de menores. Otras veces la culpa no se elabora y surge la rabia; surge de nuevo el conflicto y entonces pueden llegar a manipular los dos. Ambos se han imbricado en una interacción tóxica y se han hecho tóxicos el uno para el otro, y a veces para sus propios hijos.

V. LA REGLA DEL NO CONTACTO

No es aconsejable (de hecho, es peligroso) mantener el contacto en esta primera etapa con esa persona. Quizá con el tiempo puedas retomar una amistad (yo puedo decir con orgullo que me llevo razonablemente bien con todas las personas significativas que han pasado por mi vida, pero es cierto que dejé pasar un tiempo prudencial tras la separación). Básicamente el «no contacto» sirve para iniciar un necesario proceso de desapego y recuperación que te lleve a un estado en el que puedas reiniciar de nuevo tu vida, reconstruirte, volver a ser el/la que eras o incluso una persona mejor, y ser feliz sin la necesidad de esa persona o de ninguna otra. Ser feliz, sin más.

Pero ¿qué implica exactamente el «no contacto»/«desaparición»? Veamos algunos puntos.

No buscar ni visitar a tu ex. No buscar a tu ex en su casa, trabajo, escuela, bares a los que solíais ir juntos y a los que él o ella aún acude, etc.

Nada de llamadas, SMS, WhatsApps o mails a tu ex. Todos y todas, bajo los efectos del alcohol, hemos enviado desesperados mensajes a las 3:00 a.m. Incluso, a veces, sin alcohol de por medio. Lo sé. Probablemente tú ya lo has hecho. Bienvenido al club. Yo también. Vale, pues deja de hacerlo. Errar es humano, perseverar es de melones.

Nada de seguir a tu ex en twitter, tenerlo agregado al Facebook u otras redes sociales. Al menos que estés sumamente preparado para ver cada domingo las fotos en las que aparece tu ex etiquetado, sonriente y estupendo en la fiesta en la que estuvo el sábado, o estés dispuesto a soportar leer un comentario ajeno que diga algo así como «gracias por la noche de ayer» o «no sé qué me pasa cuando estoy contigo», lo más recomendable es borrar a tu ex y a todo su entorno (incluidos familiares, amigos y compañeros de tu ex). Esto último puede sonar radical, sí, pero en este momento sólo puedes pensar en ti y no en lo que digan los demás. Lo principal es que te ahorres todo el dolor que te puedas evitar. Y de paso que tu ex no sepa absolutamente nada de tu vida ni de lo que haces con ella.

Atención, porque es muy típico pero muy típico de los hombres recién separados lo de empezar a colgar fotos en las que se les ve coquetamente abrazados a unas rubias de impresión o cenando en restaurantes estupendos a los que nunca te llevó, o felices en una playa paradisiaca a la que nunca hubiera ido contigo. A veces, la mayoría, hacen eso precisamente porque saben que te tienen agregada.

Digo que es típico de los hombres y no tanto de las mujeres, debido a un condicionamiento social que implica que si un hombre recién salido de una ruptura al día siguiente está con otra es muy macho pero una mujer que haga lo mismo es una mala víbora o una zorra.

ALFRED MARTÍNEZ. Lo hacen así porque en ese momento funciona el miedo y la desesperación ante la posibilidad de quedarse solo. El método más común para conseguir una foto para colgar en Facebook es pedir que te hagan fotos con un grupo de chicas en la discoteca aprovechando la borrachera (generalmente de ambas partes), pero también valen fotos con compañeras de clase o de trabajo.

Por supuesto, tú puedes iniciar una escalada de ataques y contraatacar con otra foto en la que se te ve megaestupenda (sí, has perdido diez kilos porque te separaste, no puedes prácticamente ni comer) y con un chulazo que quita el hipo (en realidad es el nuevo novio de tu amigo gay). Eso provocará que él siga colgando fotos como si no hubiera un mañana, aunque se tenga que dejar el sueldo en restaurantes de postín. Es absurdo, no acaba nunca, y sólo te engancha como una droga a su perfil de Facebook. Déjalo.

Nada de preguntar por tu ex a conocidos en común. Tus energías son para que las centres ¡en ti!, no en tu ex. Intenta estar lo menos pendiente de ella o de él. Cada vez que asistas a algún sitio en el que te encuentras con personas que conocen a tu ex, como pueden ser amigos en común o familiares, no te líes ni a ti ni a nadie preguntando cómo se encuentra, qué hace, si está saliendo con otra persona, etc. Podrías encontrarte con respuestas que no te resultarían nada agradables.

Básicamente, la razón de la regla del «no contacto» es una: dejar de estar centrado/a obsesivamente en él o ella, para centrarte en ti.

No tiene nada que ver con el orgullo o las ganas de hacerle daño con tu ausencia. Y desde luego, no tiene nada que ver con «así me echará de menos y volverá cuando vea lo que se ha perdido». Si es muy narcisista, te sustituirá inmediatamente por otra presa, sin más. Y si es muy tóxico, volverá, pero con tanto rencor acumulado por tu abandono como para que llegues a lamentar mucho su vuelta. El «no contacto» constituye, simplemente, la única opción para reconstruirte, para volver a verte en un retrato y no como elemento de un paisaje, para saber cómo eres de verdad por ti mismo/a para dejar de verte a través de los ojos de otro.

No te digo que pasado un tiempo no contactes con él/ella, cuando sientas que te has curado (hay quien lo consigue a los seis meses, hay quien necesita dejar pasar años). No dudo que esa persona podía ser muy valiosa para según y qué cosas, como amigo o incluso como contacto profesional (es muy duro separarse de alguien que trabaja en el mismo gremio o, peor aún, en la misma empresa), pero ahora no es el momento.

VI. INTENTA PERDONARLE

Uno de los proyectos de investigación de Suzanne Freedman, de la Universidad de Northern Iowa, versaba sobre sobrevivientes de incestos. Estas mujeres necesitaron mucho tiempo, casi un año, para perdonar a quienes habían abusado de ellas, pero el esfuerzo valió la pena. Para ellas, el perdón era un imperativo moral, y ya no una mera virtud discrecional.

Cuando esta investigadora comparó el grupo experimental, que había hecho terapia del perdón, con un grupo de control que no la había recibido, demostró que en el primero disminuyeron considerablemente la ansiedad y la depresión. Después de que el grupo de control iniciara y completara la terapia del perdón, ambos mostraron una mejora significativa en sus síntomas de ansiedad y depresión.

Pero quede claro que cuando las personas perdonan, no justifican, excusan u olvidan lo que han hecho contra ellas.

Parte del perdón cognitivo es pensar en la persona como un todo, sin definirla sólo por sus acciones.

Esto es difícil y puede llevar su tiempo. Mucho tiempo.

Según el psicólogo Robert Enright, de la Universidad de Wisconsin-Madison, estudioso de los mecanismos psicológicos del perdón, cuando estamos consumidos por el rencor puede aumentar la presión sanguínea y el ritmo cardíaco. En cambio, al perdonar puede bajar la presión sanguínea.

Otros expertos creen que el estrés que generan los rencores acumulados puede disparar o agravar problemas como dolores de cabeza y de espalda, úlceras, arrugas y debilitamiento del sistema inmunológico, con más predisposición a resfriados, gripes y otras infecciones.

La gente rencorosa, la que se niega a perdonar, suele hacerlo por las siguientes razones:

  1. Para controlar a los demás, porque las personas que les rodean se sienten culpables o asustadas cuando él o ella se enfada, para hacerles sentirse culpables.
  2. Para evitar establecer una verdadera comunicación, por miedo a expresar lo que sienten.
  3. Para obtener cierta seguridad o protección, ya que los demás se sentirán «en deuda».
  4. Para culpar al otro de lo que les ocurre.

Y por último:

5. Para aferrarse a una relación con una persona, porque aunque estén separadas de ella mantienen el vínculo del rencor.

Las cuatro primeras razones explican por qué a tu ex le costaba tanto perdonar, por qué a veces parecía que exageraba y se negaba a olvidar presuntas afrentas que no eran para tanto.

La quinta explica por qué ahora tú sientes que no puedes perdonarle.

Se trata de un enganche psicológico inconsciente y muy sutil.

Mientras no perdones, sigues vinculado o vinculada.

No te pido que le defiendas, ni que le justifiques. Te pido que vayas eliminando el odio o el rencor contra él/ella. Son emociones tóxicas y destructivas.

Por eso en el budismo el perdón se concibe como una práctica para prevenir pensamientos dañinos que puedan alterar nuestro bienestar mental. El budismo reconoce que los sentimientos de odio y rencor dejan un efecto duradero en nuestro karma. De hecho, el budismo promueve el cultivo de pensamientos que dejen una sensación sana.

Cuando surge el resentimiento, la visión budista propone un proceder tranquilo. Propone que uno avance hacia la eliminación del resentimiento buscando la causa desde su raíz, porque, según Buda, «en la contemplación de la ley kármica somos conscientes de que no hay razón para buscar venganza, que hay que practicar el perdón, puesto que el agresor es, realmente, el más desafortunado de todos». Propone que uno avance centrándose en la liberación del sufrimiento y el engaño, por medio de la meditación. El budismo pone énfasis en los conceptos de Mettā (tierna amabilidad), karuna (compasión), mudita (gozo compasivo) y upekkhā (ecuanimidad), como medios para evitar el resentimiento. El budismo cuestiona la realidad de las pasiones que hacen posible el perdón y los objetos de esas pasiones. «Si no perdonamos, continuamos creando una identidad alrededor de nuestro dolor, y ésta es la que renace continuamente, ésta es la que sufre», afirmaba Buda.

El Corán también describe a los creyentes (musulmanes) como aquellos que «evitan los pecados y el vicio, y cuando son ofendidos perdonan».

Y el cristianismo insiste en que Dios nos perdonará nuestras ofensas siempre y cuando nosotros perdonemos a los que nos ofenden.

Por lo tanto, y como ves, todas las religiones propugnan el perdón.

Por algo será.

Así que es fundamental que evites cualquier pensamiento del tipo «ese hijo puta, ese cabrón, esa maldita zorra…». Simplemente, cuando pasen por tu mente, borra su nombre. Piensa en otra cosa. Piensa en la inmensa suerte que has tenido de poder librarte de él o ella y en lo fuerte que eres por haberlo conseguido. Visualízate feliz y contenta. O contento.

Jamás elabores planes de venganza. Te seguirán enganchando a él/ella y al odio, que es una emoción muy adictiva y que acabará por consumirte. Piensa que la mejor venganza es que tú estés bien.

Si no consigues eliminar esos sentimientos de odio, hazte con un cojín o una almohada y un bate de béisbol o cualquier objeto contundente. Si te queda algún jersey o prenda de él, colócasela al cojín. Y si no, pincha una foto de él en el cojín con un imperdible. Después… ¡vapulea el cojín con todas tus fuerzas! Hasta que estés agotada. Probablemente acabes tan cansada física y emocionalmente que sólo tengas ganas de llorar. Perfecto: llora, llora todo lo que haga falta. El llanto tranquiliza. Y luego, olvida y pasa página.

EVA CORNUDELLA. En las culturas judeocristianas existe el contrapunto de un concepto muy fuerte de culpa. Si repasamos el «yo pecador» se habla de culpa de pensamiento, palabra, obra y omisión. «Por mi culpa, por mi culpa por mi graaaan culpa».

Ese concepto en la víctima de maltrato es tan tremendo que «aprende» a malvivir con la culpa. Si tuviera un poco de asertividad supondría que el otro tenga que asumir responsabilidades. Pero no lo tiene, porque está educada para asumir la culpa que el otro proyecta.

En las relaciones tóxicas nos movemos en el terreno de la culpa y no de la responsabilidad. Y cuando uno se convierte en culpable, todos están mucho más cómodos.

Así que para llegar al perdón hay primero que abandonar el sentimiento de culpa, perdonarse a uno mismo/a. Y luego, tras ese proceso, perdonar al otro. Casi nada.

En los países de filosofía oriental, la mediación está bien vista y el enfrentamiento (es decir, el hecho de ir a juicio) es una debilidad de la persona, algo reprobable. En esas culturas las conductas se valoran en términos de responsabilidad. El que hace algo asume su responsabilidad y se avergüenza, no suele arremeter contra el otro. Deberíamos aprender de eso.

VII. SI TIENES HIJOS Y/O UNA CASA EN COMÚN

Evidentemente, si tienes hijos y una casa en común la separación no va a ser tan fácil. Implica un abogado, una tensa lucha judicial, muchas peleas.

En muchas ocasiones no puedes hacer la maleta y marcharte porque no tienes adónde ir.

En ese caso te recomiendo que te busques un buen abogado y que a partir de entonces, jamás, pero jamás, entres en una discusión. Ante cualquier intento de provocación utiliza la táctica del disco rayado o cualquier otra de las tácticas asertivas que antes he listado.

Sobre todo, piensa en tus hijos.

Tus hijos o hijas no merecen vivir así.

Yo recuerdo perfectamente que cuando estaba en el despacho de Diana Sánchez (mi terapeuta) llorando como una magdalena, a moco tendido, pero insistiendo en que no, en que de ninguna manera me quería separar, ella me preguntó: «¿De verdad quieres que la niña entienda que esos comportamientos son normales, y que de mayor los reproduzca, y que acabe sufriendo tanto como tú? ¿De verdad crees que tu hija merece esto?».

Pocos días después me fui a Marruecos con un amigo psicopedagogo (amigo, aclaro, no había nada entre nosotros) y mi hija. Nuestro amigo vino precisamente porque yo se lo pedí, ya que me sentía incapaz de estar sola. Él charló mucho con mi hija. Mi hija le decía que me veía siempre llorando, y fue mi propia hija, que tenía ocho años entonces, la que le dijo a él que creía que mi marido y yo deberíamos ser amigos, pero no novios.

Ahora mi hija, a los nueve años, me dice que me ve mucho mejor, que me ve más feliz, que ya no lloro. Piensa que tus hijos te dirán lo mismo.

Piensa que los hijos reproducen los comportamientos que ven, y que si tus hijos viven inmersos en una relación de pareja tóxica, de mayor reproducirán ese esquema, y el ciclo no se acabará nunca.

Muchos hombres me han dicho que no quieren separarse porque si no los niños sólo le verán un fin de semana de cada dos. No es cierto. Los jueces y juezas son muy receptivos y tienen como prioridad que los niños no pierdan el contacto con sus padres, de forma que si tú pides además poder verlos dos tardes por semana, te concederán ese derecho de visita. Y tienes muy fácil conseguir la custodia compartida si tu exmujer y tú teníais los mismos horarios de trabajo y puedes probar por lo tanto que os ocupabais ambos del cuidado de los niños. No lo tendrás tan fácil si ella pidió reducción de jornada, si teletrabajaba desde casa o era ama de casa, porque los jueces primarán en ese caso que no se vean alteradas las rutinas de los niños y que permanezcan por lo tanto con la persona que los cuidaba.

Existe un gran desconocimiento sobre el derecho civil, el derecho matrimonial y los derechos de los menores en España.

Cuando un matrimonio se separa, se disuelve una comunidad de bienes. Para entendernos, hay que repartir casa, coche, propiedades. Esto corresponde al derecho civil.

Pero los hijos «no se reparten». Los menores no son bienes, son personas. Por lo tanto, no estamos aquí hablando del derecho de los padres, sino de los derechos de los menores. En estos casos, todo se dirime por un juzgado de menores, con intervención del fiscal de menores en el proceso, y lo importante y primordial va a ser el bien de esos menores.

Si eres tú el que dejó su trabajo y su vida profesional para cuidar de esos menores y eres tú el que los trae y los recoge del colegio, te llevarás la custodia. Si esto lo hubiera hecho una mujer, inmediatamente el juez le concedería a ella la guarda y custodia, y al padre un derecho de visitas. Si se invierte el rol, es más que probable que el juez te conceda la custodia, porque, repito, el interés es el de los menores, y a los menores les interesa cambiar de rutinas lo menos posible. Es decir, en España la guardia y custodia de los niños no se le concede automáticamente a la madre. Se le concede a quien demuestra que ha cuidado de ellos, para no alterar sus rutinas.

Cualquier psicólogo te explicará que si los niños tienen dos referentes que comparar, uno tóxico y uno sano, las posibilidades de que de mayores reproduzcan los comportamientos tóxicos disminuyen enormemente. Pero si sólo tienen un referente, que es una pareja que se pasa el día discutiendo, no podrán hacerlo. Entenderán como normales los insultos y/o silencios hostiles y/o gritos y/o manipulaciones y/o control y/o invasión de la privacidad, etc.

Si has intentado poner en práctica las tácticas de comunicación asertiva durante unos meses y has comprobado que la situación no cambia, sepárate.

Verás, muchos abogados sin ética te dirían que iniciases una batalla judicial. Una batalla judicial que supondría unos honorarios para el abogado y el procurador, pero que no sería buena para tus hijos. Si inicias una batalla por la custodia, los niños tienen que ser evaluados por el juzgado de menores, y vosotros también, habrá psicólogos y trabajadores sociales de por medio y el procedimiento puede durar por lo menos un año. Un año en el que tú y la madre estaréis obligados a convivir (por ley, nadie puede abandonar el hogar, o si lo hace, sus posibilidades de perder la custodia aumentan), y eso será horrible para vosotros y para vuestros hijos que tendrán que presenciarlo.

EVA CORNUDELLA. Como Lucía ya ha explicado, a la hora de decidir quién se queda a cargo del menor, prima el interés del menor. Y prima la rutina del menor a la hora de decidir cuál es su interés.

Ahora los jueces tienen tendencia a decantarse porque los menores vean a los dos padres. Y cuanto más los vean, mejor. Los horarios de trabajo o el hecho de que uno haya reducido la jornada no puede utilizarse como penalización para luego no tener la custodia. Yo eso lo alego siempre. Lo que sí ocurre es que el padre que desee ver a su hijo, o la madre, debe garantizar que sus horarios laborales no interferirán en sus obligaciones para con el menor.

He tenido casos de madres que trabajaban de enfermeras en turnos de noche y hemos adaptado custodias compartidas. De la misma forma, hay madres que han alegado que el padre se iba temprano a trabajar (ergo no podían tener a los menores) y los jueces han considerado un mal menor que el padre tuviera que dejarlos a cargo de una cuidadora desde las siete de la mañana (hora en la que el padre iba a trabajar) hasta las nueve (hora en la que la cuidadora los dejaba en el colegio), porque el juez ha considerado que lo importante era que los niños pudieran pasar esa tarde noche con el padre.

La idea es que una separación implica un esfuerzo necesario, que ambos padres deben hacer para cambiar sus rutinas o sus vidas en beneficio de sus hijos; que lo que prima es garantizar que los menores puedan mantener la relación con los dos padres.

Hubo un tiempo en que se puso de moda alegar el SAP, Síndrome de Alienación Parental, según el cual hay un progenitor (la madre) que pone a los niños contra el otro (el padre). Ahora los juzgados desechan ese argumento por «no científico», pero los equipos técnicos del juzgado hablan del «progenitor más amable» en el sentido de aquel que puede reconocer y valorar más ante los hijos a la otra figura parental. Con lo cual, el tóxico acaba quedando en evidencia.

El tiempo de espera para el proceso de divorcio puede llegar a un año (aunque en Barcelona es de unos seis meses), pero antes siempre se pueden pedir provisionales o provisionalísimas urgentes y se dicta un Auto de medidas que tendrá efecto hasta que salga la sentencia. Es decir, que aunque no haya sentencia ya habrá medidas que establezcan la custodia de los hijos y los tiempos de visita. En ese auto NO habrá informe del equipo técnico, pues las únicas pruebas son las que aportan las partes en un día (día de la vista), y ahí sí que lo que prima es la situación de hecho y los horarios de los padres. Luego, a la vista del informe técnico y de lo que suceda en el ínterin, las medidas podrán variar.

Mi consejo es que antes del divorcio te plantees intentar un proceso de mediación.

Tradicionalmente en nuestro país identificamos conflicto con proceso judicial. Denunciamos, demandamos y sometemos nuestros problemas y disputas a un tercero para que arroje la solución que estime más equitativa.

En esos procesos judiciales o arbitrales las cuestiones se deciden a golpe de pruebas más o menos objetivas y de cierta habilidad en la exposición de unos hechos (los que el juez acepta como objeto de debate), y los terceros, esos jueces o árbitros que deciden, sólo pueden ver la punta del iceberg de una situación conflictiva y actuar con la máxima diligencia que les es posible según lo que se les ofrece en el proceso y lo que se llama su propia convicción.

La mediación se conoce poco. Se trata de un sistema de resolución de conflictos alternativo a los convencionales, en que no es un tercero quien decide, sino que las partes realizan un ejercicio de acercamiento de posturas, encontrando intereses comunes y logrando una solución efectiva y a medida para su conflicto.

En este tipo de procedimiento, las partes en conflicto acuden a un mediador o mediadora, que es una persona especialmente formada en habilidades de comunicación y gestión de conflictos, que los va a ayudar a poder comunicarse en igualdad de condiciones, moderará el diálogo, resaltará y hará notar los aspectos positivos de cada parte, los alejará de las discusiones inútiles y, en definitiva, los ayudará a que puedan reconocerse a sí mismos y al otro, empatizando y alejando el conflicto de la persona.

En ese proceso se puede lograr una solución a los problemas que se planteen y, además, se puede conseguir no sólo la solución del conflicto concreto, sino la consecución de otros acuerdos o pactos que son importantes para las partes y que no obtendrían respuesta en un proceso judicial, como son detalles en el proceder del día a día. Es un sistema muy práctico en sistemas de custodias compartidas o regímenes de visitas.

A su vez, en el proceso de mediación, se produce un cambio importante en la forma y sistema de comunicación entre las partes que ayuda a mejorar su relación futura. No olvidemos que las personas en conflicto tienen que seguir relacionándose en muchas ocasiones, por lo que un proceso judicial visceral puede provocar a su vez un periplo interminable de conflictos.

En caso de no llegarse a un acuerdo, el proceso no perjudica a las partes y, es más, se ha demostrado que incluso ante la falta de acuerdo se favorece una reducción de la conflictividad, lo que ayuda a situar el objeto de discusión de un proceso judicial y reducir la agresividad y el enfrentamiento.

Actualmente y desde hace poco tiempo, los juzgados de familia han comenzado a dictar resoluciones en las que invitan a las partes a acudir a una sesión informativa de mediación porque consideran que gran parte de los procedimientos judiciales que se interponen son «mediables», pero puesto que someterse a un proceso de mediación es totalmente voluntario, como la ley señala, muchas personas llegan muy cansadas al proceso judicial, seguramente tras un intento previo de negociación que nada tiene que ver con un proceso mediador, y viven esa invitación como una posible causa de demora o un incidente que va a alargar el tema.

EVA CORNUDELLA. La Audiencia Provincial de Barcelona dictó recientemente un auto judicial, cuyo ponente fue el magistrado don Pascual Ortuño, muy sensibilizado con el impulso del proceso de mediación, en el que decretó la nulidad de un procedimiento judicial de modificación de sentencia en que se solicitaba una reducción de pensión alimenticia. En ese auto se declaró que dicho procedimiento era nulo, ya que se debía haber intentado previamente un procedimiento de mediación el cual se estimó tan necesario como si fuese un requisito para la admisibilidad de esa demanda.

Para entendernos: a veces la ley exige, para determinados procedimientos, la realización de unos pasos previos (por ejemplo, un requerimiento fehaciente, la aportación de un documento concreto, etc.) sin cuya verificación el procedimiento resulta inadmisible. La Audiencia, en una resolución creativa y novedosa, se pronunció sobre esa exigibilidad que la ley no contempla, pero que sería muy deseable, y la introdujo en el auto para declarar la nulidad del proceso, junto a la infracción de otro hecho que sí que era requisito de procedibilidad.

Si bien esta resolución ha abierto cierto debate jurídico, ya que exige la asistencia a un proceso de mediación que legalmente debe ser voluntario, ha tenido su impacto, y ha provocado que muchos abogados y muchas personas, ante la posibilidad de llegar a la apelación y que «les tumben» el tema, se planteen cuanto menos acudir a esa sesión informativa e intentar la mediación. Podemos cuestionar si debe obligarse o no a ir a mediación (de hecho, esa resolución no obliga a someterse a una mediación sino tan sólo a intentarlo), pero creo que lo que realmente debemos plantearnos es si en este país, debido a nuestra educación sociocultural, podemos esperar que las personas acudan a ese proceso porque sí, «voluntariamente», sin una previa difusión y divulgación de las ventajas del proceso y sin una previa educación emocional y relacional que rompa con los hábitos adquiridos. En este sentido, quizá la actuación de este magistrado supone un paso adelante y una apuesta clara para dar a conocer, aunque sea de forma forzada, un sistema que se vislumbra como muy positivo.

Por lo tanto, mi consejo es: intenta una mediación. Si ésta no funciona, acude a juicio. Entretanto, mientras te veas obligado/a a convivir con él o ella, utiliza siempre las tácticas asertivas de comunicación para evitar discusiones tóxicas que pueden destrozar tu autoestima.

EVA CORNUDELLA. Yo, personalmente, si me explicaras que te encuentras en fase de separación o preseparación, te recomendaría que iniciaseis un proceso de mediación, a partir del cual pudierais acordar unos pactos que, posteriormente, un abogado plasmará en un convenio para presentar ante el juzgado. Yo misma, como abogada, recomiendo esto a muchos de mis clientes. En un proceso de mediación nadie pierde, ni siquiera el abogado, pues lo que se acuerde en el proceso de mediación siempre debe plasmarse en un convenio que deberá ser redactado por el abogado —y no por la persona mediadora— y presentado judicialmente en un proceso de mutuo acuerdo. Además, nada impide que durante el proceso de mediación tengáis asesoramiento jurídico. En ocasiones, si el mediador lo considera oportuno, el abogado hasta puede estar presente. Es decir, vosotros mismos, con ayuda de la persona mediadora y el soporte jurídico del abogado, podéis dar con la solución a cuestiones que nadie como vosotros conoce, y podéis reconducir la relación de futuro.

El coste económico tampoco es más elevado, pues un proceso contencioso es más caro y por tanto el proceso de mediación y el de mutuo acuerdo van a salir mucho más baratos. ¿Aquí pierde el abogado? Puede que en parte sí. Pero estoy convencida de que, a la larga, un abogado que pueda trabajar en esta línea va a tener más clientes que el que tiene por norma ir a la vía contenciosa, y además existe un valor añadido que es el de la satisfacción profesional. Y en cuanto al coste emocional y la duración del proceso, optar por la mediación es inmensamente mejor, ya que el proceso se reduce notablemente.

Atención, esto es importante: muchísimos psicólogos y psicólogas desaconsejan un proceso de mediación en caso de que haya habido maltrato (psicológico o físico, da igual), pues piensan que el maltratador aprovechará este proceso para intentar coaccionar aún más a la víctima. Si no te sientes capaz de acudir a una mediación, consulta con un psicólogo especializado —repito: no un psicólogo cualquiera— en trastornos por dependencia o en víctimas de maltrato.

Muchos psicólogos bienintencionados acaban por victimizar más a las víctimas, porque no están especializados en este campo. Yo lo he vivido en carne propia, y sé de mucha gente que también lo ha vivido. La primera vez que intenté separarme de mi pareja tóxica, un psicólogo me acusó de «compromisofóbica», y me aconsejó que intentara arreglar mi relación. Años después descubrí que ese psicólogo mantenía dos familias: la oficial, con su mujer de toda la vida, y la paralela con su amante y compañera de trabajo. Evidentemente, ese hombre no era quien para darle a nadie lecciones de compromiso o estabilidad en una relación.

Por eso quiero dejártelo muy claro: no todos los psicólogos o psiquiatras, por definición, son buenos profesionales, y lo mismo pasa con los peluqueros, los abogados o los médicos. Si no te sientes bien, busca otro profesional.

Lundy Bancroft advierte de ello en su libro Why Does He Do That? El autor explica como muchas víctimas de maltrato que buscan asesoramiento acaban siendo doblemente victimizadas: por su pareja y por su psicólogo. La mayoría de los psicólogos ofrecen una primera sesión gratuita. Si en la primera sesión no te sientes bien, comprendida, arropada, segura, busca a otro/a profesional.

VIII. EL EJEMPLO DEL MOTORISTA

No intentes arreglarle la cabeza. Tú no eres terapeuta. Tú no puedes salvarle. Recuerdo que en una sesión con mi terapeuta, le dije: «Pero ¿no hay algo que yo pueda hacer para cambiar las cosas, para mejorar la comunicación?». Y ella me dijo más o menos esto:

Mira, imagina que vas en coche por la carretera y hay un motorista que ha sufrido un accidente, inconsciente. ¿Le quitarías tú el casco e intentarías practicarle los primeros auxilios? No, eso debe hacerlo un profesional. Este caso es el mismo. Tú no eres una profesional, y no puedes hacer nada. Pero imagina además que cuando llega la ambulancia el motorista de pronto recobra la conciencia y se niega a subirse al vehículo. Los enfermeros no pueden obligarle, el motorista se resiste, insiste en que está bien, amenaza con agredir a los enfermeros, se sube a la moto y se va. Quizás a los trescientos metros el motorista se desmaye porque sufra un traumatismo craneal, pero nadie ha podido hacer nada por evitarlo. No es culpa de los enfermeros, ni tuya. Es culpa del motorista. Por lo tanto, lo que a él le pasa es responsabilidad suya. No tuya.

IX. PERO YO TODAVÍA LE QUIERO…

Me parece estupendo.

Yo también quiero a mi ex. Estuve muy enamorada de él. Valoro todo lo bueno que tiene. Es inteligente, guapo, cariñoso cuando quiere, tiene mucho sentido del humor, cocina bien… Eso es lo que quiero recordar de él. Del resto, no me acuerdo. No quiero liarme con recuerdos horribles de una relación tóxica.

Amar no significa necesariamente poseer a alguien, compartir su vida, vivir a su lado. A veces, las personas se quieren pero la relación no funciona. Tú puedes quererle, pero ya no le necesitas. Puedes vivir sin él o ella.

ALFRED MARTÍNEZ. Amar nunca debe significar sentir que se posee a alguien. La necesidad de sentir posesión proviene de una necesidad insana de no aceptar la posibilidad de abandono. Amar implica cuidar, no adueñarse.

Puede que le quieras muchísimo, pero no erais compatibles. Y darte cuenta de esas incompatibilidades ha evitado que la relación se alargue en el tiempo. Él o ella no desea modificar ni flexibilizar su forma de ver la vida, de discutir, de comportarse. Y tú no puedes cambiar para adaptarte, porque renunciarías a ti misma.

EJERCICIOS PARA CALMAR LA ANSIEDAD Y NO DEJARSE LLEVAR POR LA TRISTEZA

I. TAPPING

Se trata de un ejercicio que estimula varios puntos de acupuntura en nuestro cuerpo con las puntas de nuestros dedos, haciendo un ligero golpeteo o tapping. O sea: tap-tap-tap, con las puntas de los dedos.

A) En primer lugar, identifica la emoción negativa con la que quieras trabajar. Por ejemplo tristeza, angustia o ansiedad. Para este ejemplo concreto voy a usar la palabra tristeza. Puedes sustituirla por angustia, ansiedad, nostalgia, ira, miedo, envidia, celos… Lo que sea que sientas.

B) En una escala del 0 al 10, identifica la intensidad de ese problema o emoción. El 0 se refiere a nada de tristeza y el 10 se refiere al nivel más intenso de tristeza.

C) Construye una frase-mantra.

Esta frase consta en realidad de dos: en la primera, mencionas el problema; en la segunda, una frase de aceptación de ti mismo. Por ejemplo:

D) Identifica estos puntos.

Una vez los has identificado, recuerda que son los puntos sobre los que vas a golpear ligeramente, a hacer tapping, a hacer tap-tap-tap.

E) Vamos a empezar. Repite la frase tres veces al mismo tiempo que haces tap-tap-tap en el punto de kárate con tu mano dominante.

Puedes dar entre 7 y 10 golpecitos.

Tu mano dominante es la derecha si eres diestro y la izquierda si eres zurdo. El punto de kárate es el dorso de la mano no dominante. Es el punto con el que romperías un ladrillo si fueses Karate Kid.

F) A continuación, haces el golpeteo en el punto de la ceja, diciendo una frase que te recuerda el problema, por ejemplo: «Esta tristeza que siento». (Recuerda que puedes sustituir la palabra tristeza por angustia, ansiedad, nostalgia, ira, miedo, envidia, celos… Lo que sea que sientas).

El «punto de la ceja» es el entrecejo, situado, como bien sabemos, entre las dos cejas.

Trata de concentrarte en la emoción que sientes, en esa tristeza.

G) Ahora concéntrate en el punto que está en el costado del ojo. Sí, el punto donde Cleopatra se aplicaba el kohl para alargar la raya del ojo.

Sigue golpeteando o «tapeando».

Mientras golpeas, repite: «Esta tristeza que siento».

H) El siguiente punto que estimularás es el que está bajo tu ojo (si eres mujer, es donde te aplicas el colorete), donde notes un hueso. También repites: «Esta tristeza que siento».

I) El siguiente punto está situado bajo tu nariz. Haces tap-tap-tap repitiendo la frase recordatoria: «Esta tristeza que siento».

J) El siguiente punto está bajo tus labios, justo donde está la depresión, no sobre tu barbilla. Sí, justo donde tenía el hoyito Kirk Douglas.

Sigue golpeteando o tapeando. Mientras vuelves a repetir: «Esta tristeza que siento».

K) Seguimos con el punto de la clavícula, que —como puedes ver en la imagen anterior— está justo debajo del hueso de tu clavícula.

Sigue golpeteando o tapeando. Y vuelves a repetir: «Esta tristeza que siento».

L) Levanta uno de los brazos y lleva cuatro dedos bajo tu axila, donde se ubica el siguiente punto. Si eres mujer, es por donde pasa el sujetador.

Golpeas y vuelves a repetir: «Esta tristeza que siento».

M) El último punto que estimularemos se encuentra en la coronilla. Puedes tapear con los cinco dedos de las manos, repitiendo la misma frase.

Y ahora…

N) Respira muy profundamente.

¿Cómo te sientes?

Si sientes que la tristeza/angustia/miedo/ira/envidia/miedo/celos ha desaparecido, ha funcionado.

No me preguntes por qué funciona. Podría largarte un rollo sobre bioenergética, sobre deshacer los bloqueos energéticos en los meridianos que recorren el cuerpo, y sobre que los meridianos son corrientes de energía que corren por todo el cuerpo y que se conectan con los órganos principales. Probablemente no te lo creerías. El caso es que funciona. Y si no ha funcionado, por lo menos te he distraído un rato.

II. LIBERACIÓN DE LA TENSIÓN

Inspira. Coge aire. Por la boca. Como si te prepararas para sumergirte en una piscina.

Retén el aire durante el tiempo que puedas y piensa en él o ella.

Ahora espira, suelta aire, lentamente. Y mientras espiras, mientras vas soltando el aire, visualiza cómo lo vas soltando a él o ella, cómo sale de ti, cómo se va; cómo sale de tu vida con el aire exhalado.

Hazlo unas cuantas veces, a diario, a poder ser siempre a la misma hora (al despertarte o antes de dormir) durante más o menos un mes.

III. CAMBIO DE PENSAMIENTO

Búscate un mantra. Alguna frase fácilmente memorizable y que te puedas aprender de memoria. «Soy libre, soy feliz, me quiero a mí misma, me merezco cosas buenas y por eso las atraigo». Busca un cuaderno y ponlo en tu mesilla de noche. Cada noche, antes de dormir, escribe esa frase veinte veces. De día, cada vez que sientas ansiedad o tristeza, repite la misma frase mentalmente. Siempre la misma frase, una y otra vez. Es un método muy simple de autohipnosis.