Capítulo veinticuatro

Emmie se despertó. Tenía frío y el cuello agarrotado. La manta con la que se había tapado se había caído al suelo, junto con el libro. Cayó en la cuenta de que se había quedado dormida y de que todavía estaba en la cabina de Archie. Él dormía plácidamente, como un tronco.

Subió la persiana y tuvo que reprimir un grito. El paisaje que se veía por la ventana era increíble. Montañas verde esmeralda cubiertas de nubecillas perfiladas contra el cielo celeste del amanecer. De los flancos de las colinas colgaban racimos de chalés de montaña con tejados apuntados. El ganado pastaba en las laderas. Casi esperaba que apareciera Heidi correteando colina abajo con el pelo ondeando y el cubo de leche en la mano. Superaba con creces lo imaginable, y eso que Emmie tenía una imaginación bastante vívida.

Se volvió a anudar la bata y salió a hurtadillas en dirección a la cabina del mayordomo, situada al final del pasillo, donde Robert estaba preparando bandejas con el desayuno para los más madrugadores. De pronto percibió el tentador aroma del café recién hecho y comprobó que, a pesar de la cena de la noche anterior, ya tenía hambre.

—¿No tendría por casualidad algo para la resaca? —preguntó—. Creo que mi acompañante quizá se despierte con un ligero dolor de cabeza.

Robert sonrió con complicidad.

—No es la primera que me lo piden.

Instantes después apareció con un vaso de agua en el que echó dos Beroccas y le dio un par de analgésicos.

—Después le recomiendo que desayune cuanto antes. Se lo llevaré a su cabina en cuanto sirva estos. Un par de cruasanes, un café como Dios manda y se sentirá como nuevo.

Emmie llevó el remedio con cuidado a la cabina de Archie. Se sentó junto a él en la cama y le hizo cosquillas en la mejilla. Él empezó a despertarse, moviendo la mano para que parara.

—¿Qué pasa? —dijo, incorporándose de repente.

—¿Resaca? —preguntó ella.

—No —contestó alegremente—. Nunca tengo resaca.

A juzgar por su rostro demacrado, lo había afirmado con demasiada seguridad. Le pasó el Berocca y las dos pastillas como si nada.

—Tómate esto —le dijo—. El desayuno viene de camino. No quería que te perdieras otro momento del viaje.

—Bien hecho —asintió Archie—. Pero… ¿qué haces aquí?

—Me quedé dormida en la silla —respondió—. No quería dejarte solo.

—¿Estás de coña? —Se pasó la mano por el pelo y se le quedó de punta por todos lados—. Lo siento mucho. Me comporté como un verdadero idiota, emborrachándome así. Desde luego, te has llevado la peor parte en la cita a ciegas, conmigo de pareja… Encontraré la manera de compensarte.

—No pasa nada —dijo Emmie—. Anoche me lo pasé estupendamente. Fue solo al final…

Archie hizo un esfuerzo por recordar lo que había ocurrido. Movió la cabeza. No se acordaba de nada.

—Cuando cantaste un tema de Van Morrison delante de todo el mundo —puntualizó Emmie.

—Oh, no… —Al acordarse, cerró los ojos.

—Voy a mi cabina a vestirme —le dijo Emmie—. No tardaré. Después podemos desayunar.

Se esfumó al instante. Archie se dejó caer sobre la almohada.

—Qué bonito, Archie —se dijo a sí mismo—. Menudo caballero.