La familia Stone estaba cenando en la glamurosa e íntima Voiture Chinoise, con el techo amarillo crema y revestimientos lacados en negro, grabados con una serie de animales: elefantes, monos, ovejas alpinas y un par de ballenas. Stephanie sintió una punzada de orgullo en el estómago al sentarse a la mesa frente a Simon.
Jamie se sentó a su izquierda, junto a la ventana, y Beth frente a él. Parecía, concluyó, la familia perfecta; los hombres trajeados y Beth y ella con sus delicados vestidos negros. Suponía que un observador cínico se figuraría que ella no sería la matriarca, a menos que se hubiese casado en la adolescencia o sometido a cirugía plástica a diestro y siniestro, pero a ella le traía sin cuidado.
Simon se sentía muy jovial. Había pasado la mayor parte de la tarde en su cabina estudiando detenidamente el mapa, tratando de localizar exactamente en qué punto del trayecto se encontraban a juzgar por el paisaje del exterior y entusiasmándose cada vez que se cruzaban con otro tren.
—¿Es que nadie te ha avisado de mi manía de otear trenes? —le dijo a Stephanie riéndose.
La interpelada se puso la mano en el pecho fingiendo pánico.
—Oh, Dios mío… No se me habría ocurrido venir si hubiera sabido que iba a estar atrapada en un tren con un cazatrenes.
—Lo dice en serio —afirmó Jamie—. También otea aviones. Tiene una aplicación en el teléfono para localizarlos.
Simón gruñó.
—Jamie, prometiste no delatarme. —Extendió las manos en un gesto de indefensión—. Vivimos cerca de una trayectoria de vuelo. Por eso me gusta saber lo que nos pasa por encima. ¿Qué tiene de malo?
—Eres un friki, papá —le dijo Beth. Le señaló con el dedo—. Peor todavía: tienes una frikiparka. Esa cosa beis que te pones.
—Es una parka para esquiar. —Simon fingió indignarse—. Y es color hueso.
Beth negó con la cabeza.
—Una frikiparka beis.
—Una frikiparka beis —corroboró Jamie—. Con elástico.
—Y capucha. —Beth hizo un gesto con las manos para describirla.
Los chicos se partían de risa.
Stephanie tampoco pudo contenerse. Simon se cruzó de brazos.
—Bueno, si llego a saber que iba a cenar con la brigada del estilismo…
Stephanie se inclinó hacia delante y le acarició el brazo.
—No pasa nada. Te quiero. Con frikiparka, manual de localización de trenes y lo que sea.
—¡Qué bien! —Simon se dispuso a leer la carta de vinos y acto seguido miró a Jamie y Beth con aire malicioso—. Vosotros tomaréis limonada, ¿no? Como os estáis comportando como niños…
Stephanie estaba a punto de contestar que debería dejarles que bebieran vino cuando Simon sonrió maliciosamente y pidió una botella de Pouilly Fume. Ella se reclinó sobre el asiento, preguntándose si algún día se acostumbraría a las bromas de familia: las constantes provocaciones y los quites y puyazos verbales. Todavía le costaba distinguir si hablaban en broma o en serio. Era un proceso de aprendizaje, eso seguro.
Jamie esperó convenientemente a que todos estuvieran dando cuenta del primer plato: filete de ternera Charolais a la brasa con muselina de estragón. Simon había pedido una botella de Gevry-Chambertin para acompañar el plato y Jamie se aseguró de que su padre se hubiera bebido media copa antes de sacar el tema. Con los adultos era importante abordar asuntos peliagudos cuando habían bebido algo, pero no demasiado. Había que pillarles relajados, pero no a la defensiva. Era un truco.
—Papá… Tengo que comentarte una cosa.
Simon siguió trinchando el filete. Sonrió a Jamie para inspirarle confianza.
—Adelante.
—Nuestro nuevo bajista, Connor…, tiene unos contactos increíbles. Y consiguió que un tío que es mánager viniera a vernos la última vez que tocamos. Nos ha mandado un correo. Nos ha ofrecido una gira. Una gira europea, de teloneros de un grupo buenísimo que representa.
Stephanie se inclinó hacia delante para tocarle la mano.
—Jamie, qué maravilla. Es fantástico. ¿Por qué no lo has contado antes?
Simon no dijo nada.
Beth tampoco. Dirigía la vista de Jamie a Simon, con gesto cauteloso. Presentía que se avecinaban problemas.
Jamie parecía incómodo.
—Porque… la gira empieza en octubre.
Simon soltó el cuchillo y el tenedor y miró a su hijo.
—Cuando te vas a Oxford. —Su tono de voz no era de enhorabuena.
—Sí. Más o menos, sí. —Jamie apretó con fuerza su copa—. Es que, papá, nunca volveremos a tener una oportunidad como esta. No te ofrecen giras así. Y este tío sabe lo que se hace. Es mánager de grupos buenísimos.
—¿Como quién?
—Bueno, no creo que hayas oído hablar de ellos.
—¿En serio? —espetó Simon en tono seco.
—Eso es más culpa tuya que de ellos. —La rápida réplica de Jamie demostraba por qué había conseguido plaza para estudiar Derecho.
—¿Y con qué grupo vais de teloneros? ¿Tienen contrato de grabación?
Simon también estaba recurriendo a sus artes de abogado. Acorralándolo.
—Todavía no. Pero lo tendrán al final de la gira. Tienen muchísimo apoyo de los fans y un montón de seguidores en las redes, y por lo visto van a grabar la banda sonora de ese nuevo programa de la tele…
—Supongo que todo esto estará garantizado, claro.
—No, papá…, no está garantizado. Hoy en día no hay garantías que valgan. Primero te lo tienes que currar, conseguir seguidores que asistan a los conciertos. Luego viene todo lo demás. Y si conseguimos pillar algo de eso, igual también tenemos suerte. Todo está preparado para la gira. Lo único que tenemos que hacer es echar el cepillo de dientes a la maleta… y listo.
Simon asintió con aire pensativo.
—Salvo por el pequeño detalle de que el curso empieza en la misma fecha.
Se hizo un silencio. Stephanie bebió un sorbo de vino. Beth se puso a dibujar círculos sobre el mantel con las migas que se habían desprendido del panecillo.
Jamie tragó saliva.
—Quiero aplazarlo un año.
Simon negó con la cabeza.
—Ni hablar.
Su hijo resopló.
—¿Por qué no? ¿Cuál es el problema?
—El problema es que ya te has tomado un año sabático. El problema es que tienes que retomar los estudios y licenciarte. El problema es que ese tío te está tomando el pelo…
Jamie dejó la copa sobre la mesa con un golpe.
—Siempre tienes que saber más que nadie, ¿verdad? ¿Por qué estás tan obsesionado con que siga tus pasos? ¿Por qué no puedo hacer lo que quiera? Es mi vida.
Stephanie notó que la gente de la mesa de al lado les miraba. Levantó una mano en actitud conciliadora.
—Jamie, no pasa nada. No te enfades porque…
Él enarcó las cejas.
—¿En serio? ¿Cuando papá no tiene la más remota intención de tomarse en serio lo que quiero hacer? Pues claro que me enfado.
Simon era la personificación de la calma.
—¿No querías hacer Derecho? Por eso te has preparado los últimos años. Y has trabajado mucho, muchísimo, para entrar en Oxford. ¿Y pretendes tirar todo por la borda porque no sé qué tío con complejo de Svengali monta una gira de tres al cuarto y cree que sois lo bastante ingenuos como para tragaros todo lo que cuenta?
Stephanie creyó oportuno intervenir.
—Simon… No conoces todos los detalles. Estás siendo poco razonable.
Jamie se dirigió a ella.
—Sí, gracias, Stephanie. Al menos tú confías en mí.
Simon se señaló el pecho.
—Tengo plena confianza en ti. Plena confianza en ti y en tu valía para llegar a ser un gran abogado. Pero no tengo absolutamente ninguna confianza en que de la noche a la mañana os convirtáis en el último grupo de moda. Porque, por si no te has dado cuenta, Jamie, la industria de la música está oficialmente acabada. No hay dinero.
—A lo mejor no estoy en esto por dinero.
—Ah, vale, de modo que estás en esto por las habitaciones de hotel de mala muerte y los viajes interminables en furgoneta.
—Jamie tiene derecho a tener sueños, ¿no? —se aventuró a decir Stephanie—. A lo mejor debería intentarlo. Oxford puede esperar.
—Has dado en el clavo. Es imposible. Sé cómo funcionan las cosas. Es necesario que continúe sus estudios.
—Por un año más no pasará nada —dijo Jamie.
Simon inspiró profundamente, tratando de no perder los estribos.
—Jamie, me consta que piensas que soy un perdedor porque tengo a Adele en modo repetición en el iPod, y tal vez no esté en el rollo de los grupos de moda, pero sé cuándo alguien te está metiendo un gol. Para empezar, no hay garantía de que os paguen. Y lo que es peor: podríais incurrir en gastos enormes. No hay garantías: ese tío podría echaros de la gira al cabo de tres días si le viene en gana…
—Es que no lo sabes. No has hablado con él.
Simon tenía un aire afligido.
—Confía en mí, Jamie. Lo sé.
—Sí, sí, seguro que lo sabes, ¿porque de repente eres como Richard Branson o algo así?
Simon se apoyó en el respaldo. La mirada se le volvió muy fría. Stephanie sintió un leve estremecimiento; jamás lo había visto así.
El chico no se amilanó.
—De todas formas, Keith me ha prometido que va a hacer averiguaciones sobre este tío. Tiene un amigo que trabajó de técnico de Pink Floyd. O algo así.
Keith era el novio de Tanya. Siempre echaba mano de algún amigo que sabía todo lo que había que saber sobre cualquier cosa.
Simon asintió.
—Conque Keith está al tanto de tus planes, ¿no?
Jamie cayó en la cuenta de que había cometido un error táctico.
—Bueno, es que se lo estaba contando a mamá y lo oyó. Y se ofreció a ayudarme.
—Lo que es muy amable por su parte —terció Stephanie—. A lo mejor eso te permite estar más tranquilo, Simon.
A juzgar por la expresión de Simon, albergaba serias dudas.
—En ese caso, quizá deberías plantearte irte a vivir con tu madre, si es que tanto te apoyan.
—¿Sabes qué? Lo que te pasa es que estás celoso —le dijo Jamie—. No soportas que los demás hagan algo que no haces tú. ¿A que sí, Beth?
Beth había permanecido muy callada durante toda la discusión, lo cual era inusual. Se encogió de hombros.
—A mí no me metas. No quiero mezclarme en esto.
Simon apretó los labios.
—No voy a decir nada más. Tienes dieciocho años. Eres adulto. Te toca mover ficha.
—Esperaba que te alegrases por mí.
El camarero hizo un amago de acercarse a la mesa para retirar los platos, de los que ya se habían olvidado. Al comprobar que estaban en medio de una discusión acalorada, vaciló, pero Simon se reclinó sobre el asiento y le indicó que se aproximara.
—¿Podemos cambiar de tema? Me gustaría disfrutar del resto de la cena, si no tenéis inconveniente.
Stephanie miró de reojo a Beth, que puso mala cara, como diciendo que había presenciado ese tipo de escenas un millón de veces. Jamie puso los codos en la mesa y apoyó la cabeza en las manos. Simon fue a coger la botella de vino, pero el camarero se le adelantó y rellenó su copa y la de Stephanie.
Esta bajó la vista hacia la mesa. Esto ya no eran bromas. Se trataba de una discusión en toda regla. Estaba atónita ante la actitud dictatorial de Simon. Daba la impresión de que no quería escuchar la versión de la historia de Jamie. Ella entendía sus recelos, pero pensaba que no había necesidad de hablar con tanta dureza. Sabía que les había puesto el listón muy alto a sus hijos, pero nunca lo había visto tan draconiano. La desconcertó.
Y se sintió muy violenta. La gente del vagón se había dado cuenta de que estaban discutiendo. Notaba cómo les miraban. No era justo estropearles la cena.
Lo que necesitaba hacer en ese preciso momento era animar el ambiente. No tenía intención de zanjar el asunto; se lo sacaría a colación a Simon en privado en su cabina. La mesa no era lugar para una riña familiar, y tanto Jamie como Beth parecían bastante agobiados.
Cogió la carta.
—¿Quién va a tomar postre? Yo, desde luego, pediré el chocolate fondant. Con salsa de caramelo salada.
Les sonrió, esperando contra todo pronóstico que Simon captase la indirecta.
—Una elección perfecta —comentó él—. ¿Bethy? Tú eres adicta al chocolate.
Beth negó con la cabeza.
—No quiero nada más.
—Yo tampoco —dijo Jamie al tiempo que dejaba caer la carta sobre la mesa y se recostaba en el asiento con gesto malhumorado.
Simon soltó un suspiro exagerado.
—Así, podíamos estar discutiendo en casa —afirmó—. Por nada.
Stephanie se amilanó en su interior. La situación era de lo más violenta. Su mirada se encontró con la de Jamie y encogió levemente los hombros dándole a entender que no tenía ni idea de qué hacer.
Jamie se sonrojó y bajó la vista a la mesa.
—Pues sí —dijo—. Venga. Me tomaré el fondant ese. Suena de miedo.
Stephanie esperó prudentemente la reacción de Simon. Menos mal que sonrió a su hijo, agradecido por su colaboración.
—Yo también —indicó—. Bethy, puedes probar el mío. Aquí los postres son legendarios. En serio, no deberías perdértelos.
Al parecer, las aguas volvieron a su cauce momentáneamente.