Ello se verá más claro si, según os lo he prometido, demuestro brevemente que esa suprema felicidad a que aspiran los creyentes no es sino una especie de locura.
Observad que Platón vislumbró algo de esto cuando escribió que el delirio de los amantes era el más feliz de todos[151]. En efecto, el que ama ardientemente no vive en sí, sino en el objeto amado, y cuando más se aparta de su propio ser para acercarse a ese objeto, su gozo crece más y más. Cuando el espíritu procura separarse del cuerpo de modo que ya no usa apropiadamente de sus órganos, sin duda a esto lo definirías como furor. ¿Qué otro sentido tienen si no las expresiones vulgares de «está fuera de sí», «vuelve en ti» y «ya ha vuelto en sí»? Ahora bien: cuanto más intenso es el amor, más profundo y feliz es el delirio que produce. Por tanto, ¿qué puede ser esa vida celestial a la que las almas piadosas tan fervientemente aspiran?
El espíritu, como más fuerte y poderoso, absorberá al cuerpo más fácilmente cuanto que éste ha sido ya preparado para tal transformación por el ayuno y la penitencia. A su vez el espíritu será después absorbido por la esencia divina, que es más potente por mil motivos, y así, cuando el hombre esté por completo fuera de sí mismo, podrá alcanzar la felicidad, porque estará despojado de su materialidad y sentirá algo inefable emanado de aquel Sumo Bien que atrae hacia sí a todas las cosas.
Es verdad que esta dicha no puede ser perfecta hasta que el alma haya recuperado su antiguo cuerpo y le dé la inmortalidad, pero como la vida devota no es más que una meditación de esta existencia y como una sombra de ella, son algunas veces recompensados como con una especie de goce y aroma de ella.
Aunque es solamente una gota en comparación con la fuente de la divina felicidad, vale más que todas las delicias humanas juntas. ¡Tanto aventajan los deleites espirituales a los corporales y los invisibles a los visibles! No es de extrañar que anunciase el profeta: «No ha visto el ojo, ni oído el oído, ni sentido el corazón jamás lo que Dios guarda para los que le aman»[152]. Y esto es una parte de la necedad, a la que no destruye el hecho de pasar a mejor vida sino que la perfecciona. Los pocos a quienes les es dado gustar estos placeres experimentan algo muy parecido a la locura; dicen cosas poco coherentes y diversas de la costumbre humana; hablan sin sentido y cambian súbitamente de cara; tan pronto están alegres como tristes; lloran, ríen o sollozan; y, en fin, están verdaderamente fuera de sí mismos. Luego, cuando recobran el conocimiento, no saben si estuvieron dentro del cuerpo o no, ni si están dormidos o despiertos; ni recuerdan más que como a través de una niebla y un sueño lo que han oído, visto, dicho y hecho; de lo único que están seguros es de que han sido profundamente dichosos durante este desvarío, por lo cual lamentan el haber recobrado la razón, tanto que nada desean más que gozar sin interrupción de su especial locura. Tal es una ligera degustancioncilla de la futura felicidad.