Pero estoy persiguiendo tontamente casos tan innumerables, que no cabrían en los volúmenes que escribieron Crisipo y Dídimo[136]. Solamente voy a hacer constar que ya que a estos divinos maestros se les toleró, a mí, que soy una teóloga de pacotilla, también puede permitírseme igual derecho a no formular citas con entera exactitud. Vuelvo a san Pablo: «Soportad con paciencia a los sandios», ha dicho hablando de sí mismo, y añade luego: «Recibidme como a un ignorante», y «No hablo inspirado por Dios, sino sumido en el desconocimiento». Y todavía agrega: «Por Jesucristo somos estultos»[137]. Ya habéis visto qué elogio de la Estulticia y cuan gran autor lo pronuncia. Además la recomienda como la cosa más necesaria y útil: «El que de vosotros —dice— se crea sabio, vuélvase estulto para encontrar la verdadera sabiduría»[138]. Y san Lucas dice que Jesús llamó necios a dos de los discípulos cuando los encontró en el camino[139]. No sé si tener por admirable que san Pablo atribuya algo de estulticia al mismo Dios, porque ha dicho: «Lo estulto de Dios es más sabio que los hombres»[140], si bien Orígenes[141] en su comentario dice que no hay analogía entre el concepto humano y esta estulticia, pues es la misma a que se refiere este otro texto: «El misterio de la Cruz es una necedad para los que se condenan»[142].
Y, en fin, ¿para qué atormentarme en reunir tantos testimonios que apoyen mis convicciones cuando en los Sagrados Salmos vemos que Cristo dice claramente a su Padre: «Tú conoces mi estulticia»[143]? Luego no es disonante que le complazcan en extremo los necios, al modo que los poderosos príncipes tienen por sospechosos y desagradables a los hombres demasiado sensatos —como Julio César, que desconfió de Bruto y Casio, y que, sin embargo, no tenía temor del beodo Antonio; Nerón de Séneca y Dionisio de Platón— y se deleiten, por el contrario, con los espíritus sencillos y rústicos. Así Cristo detesta a los sabios que se ufanan de su prudencia, y les condena, como atestigua san Pablo, claramente: «Dios escoge precisamente lo que el mundo tiene por estulto», y «Dios ha querido salvar al mundo por medio de la Estulticia»[144], ya que por la sabiduría no podría ser salvado. El mismo Dios abiertamente lo declara por boca del Profeta: «Confundiré la sabiduría de los sabios y condenaré la prudencia de los prudentes»[145], y cuando se gloría de haber ocultado a los sabios el misterio de la salvación y haberlo revelado francamente a los párvulos, esto es, a los estultos, y a los pobres de espíritu; porque en griego la palabra «párvulos, νηπίοι» significa lo contrario de «sabios, ςοοι». A esto corresponde el que en todo el Evangelio Cristo ataque insistentemente a los fariseos, a los escribas y a los doctores de la Ley, en tanto que protege a la multitud de indoctos. ¿Qué, si no, significa: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos!»? Igual que si dijese: ¡Ay de vosotros, sabios! Y se le ve deleitarse con los niños, mujeres y pescadores, del mismo modo que entre todos los animales agradan más a Cristo los que más se apartan de la astucia de la zorra. Por eso quiso cabalgar en asno, cuando, si hubiera querido, habría podido hacerlo sin peligro en el lomo de un león; por eso descendió el Espíritu Santo tomando forma de paloma, y no de águila o milano; por eso las Sagradas Escrituras hablan constantemente de ciervos, corzos y corderos, y, además, Jesús llama ovejas a aquellos destinados a la vida eterna, pues ningún otro animal hay más simple que éste. Así lo prueba Aristóteles[146] cuando dice: «alma de cordero», frase que se dice por modo de insulto contra los estúpidos y torpes, fundándose en la estolidez de la grey; y, sin embargo. Cristo se declara pastor de este rebaño; y ciertamente que el nombre de «cordero» le agradaba, como que san Juan le anunció: «Este es el cordero de Dios», lo cual aparece después muchas veces en el Apocalipsis.
¿Qué proclama todo esto sino que todos los hombres son estultos, incluso los piadosos? El mismo Cristo, que aun siendo «la sabiduría de su Padre», socorrió a la estulticia de los mortales, tuvo en cierto modo que hacerse estulto cuando se revistió de carne mortal, de la misma manera que se transformó en el pecado para redimir el pecado. Y quiso hacerlo por medio de la locura de la Cruz y de Apóstoles simples a quienes insiste en recomendar la sandez, apartando la sabiduría, y les da como ejemplo los niños, los lirios, el grano de mostaza y los pajarillos, seres sencillos, sin inteligencia, que viven según el instinto, exentos de preocupación y cuidado.
Además les prohíbe que se agobien por lo que vayan a responder delante de los tribunales y les veda que analicen las ocasiones y las circunstancias, es decir, que no se fíen de su prudencia, sino que descansen en él enteramente. Por la misma razón. Dios, eximio arquitecto del orbe, ordenó que no se degustase del árbol de la ciencia, como si ésta fuese el veneno de la dicha. San Pablo abiertamente la reprueba como vanidad y perdición; san Bernardo sigue esta opinión y pretende que el monte donde puso sus reales Lucifer se llame montaña de la sabiduría.
Quizá no parezca tampoco argumento para pasarlo por alto el de que la estulticia goce de los favores del cielo, ya que suele conceder a ésta el perdón de sus faltas, que al sabio niega rotundamente; y de aquí viene que los que han pecado con conocimiento busquen protección y pretexto en la estulticia. Si mal no recuerdo, Aarón, en el libro de los Números, implora el perdón para su esposa diciendo: «Te suplico, Señor, que no tomes en cuenta este pecado que hemos cometido estultamente». Saúl se excusa con David: «Está claro que he obrado como estulto»[147], y el mismo David apacigua así al Señor: «Te ruego, Señor, que no tomes en cuenta mi infamia, porque obramos estultamente»[148], como si no pudiera alcanzar perdón sino pretextando estolidez e ignorancia. Pero lo impone de modo más terminante Cristo en la cruz misma al pedir por sus enemigos con estas palabras: «Padre, perdónalos», cuando sin ofrecer otra excusa que la ignorancia dijo: «porque no saben lo que hacen». De la misma manera escribe san Pablo a Timoteo: «Pero la misericordia de Dios me ha acogido, porque he obrado ignorante dentro de la incredulidad». ¿Y qué es obrar como ignorante sino dejarse conducir por la sandez más que por la maldad? ¿Y qué otra cosa significan las palabras «la misericordia de Dios me ha acogido» sino que no la habría alcanzado sin la sandez? Y viene también en nuestro favor un pasaje del Salmista, que no me he acordado de citar en su oportuno lugar: «Señor, no os acordéis de las faltas de mi juventud ni de mis ignorancias»[149]. Ya veis qué dos excusas da: la juventud, de la que soy inseparable compañera y las ignorancias, cuyo número denota la enorme fuerza de la estulticia.