Todo el mundo sabe el popular proverbio de: «Dime lo que simulas y te diré de lo que careces»[124]. Por ello se enseña acertadamente a los niños que «Fingir estulticia oportunamente es el colmo de la sabiduría». Ya veis, pues, vosotros mismos cuan grande sea la virtud de la Estulticia, que hasta su engañosa imagen e imitación merecen tanta estima de los sabios. Aquel lustroso y orondo cerdo de la piara de Epicuro[125] aconseja con la mayor franqueza que se mezcle «la sandez con el buen juicio»[126], y añade, no con mucho acierto, que éste se haga sólo en pequeña proporción. En otro lugar dice: «Amable cosa es tontear en su momento», y agrega más adelante que «preferible es pasar por insensato y bobo a ser sabio y rechinar de dientes»[127]. Homero, que de tantas maneras elogió a Telémaco, le llama algunas veces «tontuelo», nombre con que los autores trágicos llamaban a los niños y a los jóvenes, por considerarlo de buen augurio. ¿Qué contiene el divino poema de la Ilíada sino las furias de reyes y pueblos estultos? Además, ¿qué elogio más rotundo que el de Cicerón cuando dijo: «El mundo está lleno de estultos»[128]? ¿Y quién ignora que es tanto mayor el bien cuanto más extenso?