CAPÍTULO LXI

¿Y cómo puede ser que esta Némesis que siembra la dicha entre los hombres, esté de acuerdo conmigo de tal modo que siempre ha sido irreconciliable enemiga de los sabios, y por el contrario, a los estultos les colma de beneficios hasta cuando duermen? Recordáis a Timoteo, que dio origen a este nombre y a la frase «Durmiendo llena la red»; también sabréis el refrán que dice: «la lechuza es funesta»[121]. Viene a propósito para los sabios lo que se dice de: «Tiene el caballo de Seyo y oro de Tolosa»[122]. Pero dejémonos de refranear para que no parezca que estoy entrando a saco en los comentarios de mi querido Erasmo, y volvamos a lo nuestro.

La Fortuna ama a las personas poco sensatas, a los audaces, a los que se complacen en decir: «El dado sea echado»[123]. La sabiduría hace a las personas tímidas, por lo cual veis fácilmente a los sabios en la pobreza, en la estrechez y en la oscuridad, despreciados, desconocidos y olvidados. En tanto a los estultos afluye el dinero, tienen en las manos la gobernación del Estado y, en fin, prosperan de todos modos. Pues si alguno cifra la felicidad en ser grato a los príncipes y en moverse en el trato de estos mil dioses enjoyados, ¿habrá cosa que le sea más inútil que la sabiduría y que más reprobada esté por tal género de personas? Si se trata de obtener riquezas, ¿qué lucro podrá hacer el comerciante que, siguiendo los dictados de la sabiduría, se encalle en un perjurio, se sonroje si le sorprenden en mentira y comparta en lo más pequeño los escrúpulos de los sabios ante los hurtos y la usura? Poco será, sin duda. Por lo mismo, quienquiera que ambicione honores y riquezas eclesiásticos, llegará a ellos antes más bien como asno o como buey que como sabio. Si perseguís el placer, las muchachas protagonistas de esta comedia son enteramente devotas de los estultos y se horrorizan y huyen del sabio como del escorpión. En suma, quien se dispone a vivir con un poco de alegría y optimismo, empieza por excluir de su compañía al sabio y prefiere admitir a cualquier otro animal.

En resumen, adondequiera que vuelvas los ojos, entre pontífices, príncipes, jueces, magistrados, amigos, enemigos, mayores o menores, todos se desviven por los bienes materiales, los cuales, como el sabio los desprecia, es lógico que acostumbren con fijeza a huir de él.

Aunque mis alabanzas no tienen freno ni fin, es preciso que la declamación acabe alguna vez. Así, pues, voy a terminar, pero antes demostraré en pocas frases que no faltan graves autores que me han celebrado tanto de palabra como de obra, para que así no parezca que me envanezco estúpidamente y los leguleyos no me calumnien diciendo que no alego nada en mi apoyo. A ejemplo de éstos, traeré alegatos que no tengan nada que ver con el tema.