Si a alguien le parece que lo que digo es más temerario que veraz, quiero que examinemos un poco la vida de los hombres, y entonces se manifestará claramente cuánto me deben y el aprecio que grandes y pequeños hacen de mí. No vamos a pasar revista, una por una, a todas las vidas, porque esto sería interminable; sino solamente a las de relieve, y por ellas podremos juzgar con facilidad de las demás. ¿De qué aprovecha que os recuerde la plebecilla y el vulgo cuando sin disputa alguna me pertenecen por completo? Abundan en ellos tantas clases de estulticia y todos los días inventan tantas nuevas, que aun no bastarían mil Demócritos para reírse de todas y sería necesario otro para que se burlara de los demás Demócritos.
Son increíbles las risas, la alegría y los regocijos que los míseros humanos procuran diariamente a los inmortales. Éstos dedican las sobrias horas de la mañana a celebrar asambleas escandalosas y luego, escuchando los votos, deliberan. Cuando ya están embriagados por el néctar y no tienen gana de ningún asunto serio, se van a sentar a la parte más alta del cielo y, bajando la frente, miran lo que hacen los hombres. No hay espectáculo que les sea más grato. ¡Dioses inmortales, qué teatro, qué variedad en esa turbamulta de necios!… Yo también de vez en cuando acudo a sentarme entre las filas de los dioses de los poetas. Uno se muere por cierta mujercilla, a la que ama con mayor pasión a medida que menos caso le hace ella; el otro se casa con una dote y no con una esposa; el otro prostituye a su misma mujer; el de más allá, celoso, vigila como un Argos; aquél, de luto, ¡oh, cuántas necedades dice y hace! Parece un actor que represente un papel de duelo. Aquel otro llora ante la tumba de la madrastra[90]; éste le da al vientre todo lo que logra ganar, a costa de morirse de hambre poco después; el otro considera que no hay cosas más agradables que el sueño y la holganza. Los hay que se agitan afanosamente en el desempeño de los asuntos ajenos y olvidan los propios; que derrochan velozmente el dinero prestado y se creen ricos mientras tienen caudales ajenos. Otro no ve dicha comparable a la de vivir pobremente a fin de enriquecer a un heredero; aquél, para ganar un lucro exiguo e incierto, revolotea por todos los mares, confiando a las olas y a los vientos la vida, que ninguna riqueza podría reparar[91]. Uno prefiere buscar riquezas en la guerra a disfrutar de seguro sosiego en el hogar. Hay quien cree que no hay medio más cómodo de enriquecerse que captar la voluntad de los viejos, ni faltan tampoco quienes prefieren conseguir lo mismo haciendo la corte a las viejecitas ricas. Los dioses, empero, se complacen magníficamente cuando ven, en ambos géneros, que éstos acaban siendo burlados astutamente por aquellos a quienes sedujeron.
La clase de los comerciantes es la más estulta y sórdida de todas, porque tratan los asuntos más mezquinos y lo hacen, además, del modo más miserable que cabe imaginar, pues a pesar de que van mintiendo a todas horas, perjurando, robando, defraudando, engañando, se creen a la cabeza de la humanidad por el mero hecho de llevar los dedos llenos de sortijas de oro. No les faltan frailecillos aduladores que les miran con admiración y les llaman en público «venerables» sólo con el fin de que les alcance alguna porcioncilla de sus bienes mal adquiridos. En otras partes podrás ver a ciertos pitagóricos a quienes todas las cosas les parecen ser comunes, de suerte que apenas encuentran alguna mal guardada se la apropian con la misma tranquilidad que si les viniese por herencia. Los hay que son tan ricos en deseos y se forjan unos ensueños tan agradables, que con ellos se dan por contentos. Algunos gozan al hacerse pasar por potentados fuera de casa y se mueren de hambre en ella. Otro se apresura a derrochar lo que posee, mientras hay quien se procura bienes por todos los medios. Este ególatra busca la popularidad y los honores, en tanto que aquél se solaza junto al hogar. Una buena parte promueve procesos que se hacen eternos y donde se contiende a porfía, mientras se enriquecen el juez aficionado a dilatar los asuntos y el abogado felón. Uno trata afanosamente de renovarlo todo y otro mueve un proyecto magno, y, en fin, los hay que emprenden una peregrinación a Jerusalén, a Roma o a Santiago, donde no tienen nada que hacer, y, en cambio, dejan abandonados a la mujer, la casa y los hijos.
En suma, si, como antaño Menipo, pudieseis contemplar desde la Luna el tumulto inmenso del género humano, creeríais estar viendo un enjambre de moscas y mosquitos peleando entre sí, luchando, tendiéndose asechanzas, robándose, burlándose unos de otros, y naciendo, enfermando y muriendo sin cesar. Nadie podría imaginar el bullicio y las tragedias de que es capaz un animalito de tan corta vida, pues en una batalla o en una peste se aniquilan y desaparecen en un instante millares de tales seres.