Y a estos santos, ¿qué les piden los hombres sino cosas que tocan a la necedad? Entre tantos exvotos que veis por todas las paredes de ciertos templos y aun cubren la bóveda, ¿habéis encontrado alguna vez el de alguien que se haya curado de la necedad o que haya adquirido siquiera un adarme de sabiduría? Uno ha salido ileso a fuerza de nadar; otro, aun atravesado por el hierro enemigo, conserva la vida; otro huyó valerosa y felizmente de la batalla mientras los demás peleaban; el de más allá, estando ya colgado de la horca, por obra del favor de cierto santo amigo de los ladrones, se desprendió de ella y pudo seguir descargando a los hombres abrumados por riquezas mal adquiridas; aquél violentó su cárcel y logró huir; otro curó de la fiebre, con indignación del médico; unos, tras haber ingerido un veneno, no sintieron sino que les soltó el vientre y les sirvió, pues, de cura, no de muerte, y no con satisfacción de la esposa que perdió el dinero y el trabajo; otro, a pesar de habérsele volcado el carro, volvió a casa con los caballos ilesos; al otro se le derrumbó encima una obra y sobrevivió; uno logró escapar de un marido que le había aprehendido. Pero ninguno da gracias por haberse librado de la necedad, pues el no atinar en nada es cosa tan placentera que los mortales rezan para librarse de todo menos de la estulticia.
Mas ¿por qué me meto en este piélago de supersticiones? «Aunque tuviese cien lenguas y cien bocas, férrea voz, no podría glosar todas las especies de necios y recorrer los nombres todos de la estulticia»[80]. La vida entera de los cristianos está tan llena de esta especie de delirios, que los sacerdotes los admiten y fomentan no de mal grado, puesto que no ignoran cuánto suelen crecer sus gajes con ello.
Si en medio de estas gentes surgiese uno de esos sabios odiosos y proclamase, como es verdad: «No morirás mal si has vivido bien; redimirás los pecados si añades a la limosna odiar las malas acciones así como lágrimas, vigilias, oraciones, ayunos y cambias todo el estilo del vivir; tal santo te protegerá si emulas su vida». Si tal sabio, repito, se desgañitase con estas y parecidas razones, ¡mira de cuánta felicidad privaría súbitamente a las almas y en qué confusión las pondría!
Al mismo colegio pertenecen los que en vida establecen tan celosamente las pompas que desean en los funerales, que llegan a prescribir por menor cuántas hachas, cuántos mantos de luto, cuántos cantores y cuántas plañideras ha de haber en ellos, como si pudiese ocurrir que les alcanzase alguna sensación del espectáculo, o como si los difuntos sintiesen vergüenza de que su cadáver no sea enterrado con magnificencia; animados, en suma, de tanto afán como si les hubiesen nombrado ediles encargados de espectáculos y banquetes.