CAPÍTULO XXV

Podría tolerarse que en los asuntos públicos sean como asnos tocando la lira, si no fuese que en todas las demás funciones de la vida acreditaran ser más diestros. Llevad un sabio a un banquete y lo perturbará o con lúgubre silencio o con preguntitas fastidiosas. Introducidle en un baile y os parecerá, danzando, un camello. Conducidle a un espectáculo y con su solo semblante disipará toda diversión del público y se le obligará a salir del teatro, como al sabio Catón, si no logra desarrugar el entrecejo. Si mete cucharada en una conversación parecerá de improviso el lobo de la fábula. Si algo hay que comprar o que convenir, en suma, cuando se trate de las cosas sin las cuales esta vida cotidiana no puede pasar, dirás que este sabio es un leño y no un hombre.

Añadiré que no puede ser útil en nada ni a sí mismo ni a la patria, ni a los suyos, porque es inexperto en las cosas corrientes y discrepa largamente de la opinión pública y de los estilos normales de vida. De esto viene por fuerza que siga el odio contra él, por ser tanta la disparidad de conducta y sentimientos. Pues, ¿qué se gestiona entre los hombres que no sea necio del todo y que no esté hecho por los necios y para los necios? Por ello, si alguien a solas quisiese contrariar la corriente general, yo le aconsejaría que, imitando a Timón[44], emigre a algún desierto y allí, a solas, disfrute de su sabiduría.