Pase quien lo desee a comparar este beneficio que dispenso con las metamorfosis operadas por los demás dioses. Y no es del caso recordar las que efectúan cuando están airados, sino las ejecutadas en aquellos a quienes son más propicios: suelen transformarlos en árbol, en ave, en cigarra y hasta en serpiente[21], como si no fuese lo mismo transformarse que perecer. Yo, en cambio, devuelvo a la misma persona la parte mejor y más feliz de su vida; que si los mortales se contuviesen de toda relación con la sabiduría y orientasen la vida de acuerdo conmigo, no envejecerían y gozarían dichosos de perpetua juventud.
¿No veis acaso a esos hombres severos dedicados a estudios de filosofía, o a graves y arduos asuntos, que han envejecido antes de llegar a la plena juventud, por obra de las preocupaciones y la constante y agria agitación de las ideas, que agota el espíritu y la savia vital? Por el contrario, mis necios están regordetes, lucidos, con piel brillante[22], a modo, según dicen, «de cerdos acarnanienses»; en verdad que no sentirán nunca molestia alguna de la vejez, a menos que, según a veces acontece, no se envenenen con la compañía de los sabios. Hasta tal punto se conserva íntegra la existencia humana cuando se es feliz por todos conceptos.
Viene en apoyo de ello el valioso testimonio del adagio vulgar que dice: «La estulticia es la única cosa que frena el curso de la juventud fugacísima y mantiene alejada la molesta vejez». De esta suerte ha dicho acertadamente la voz vulgar acerca de los de Brabante, que mientras a los demás hombres la edad suele redundarles en prudencia, ellos, cuanto más se acercan a la vejez, más y más se entontecen. Y no hay otra gente que, de modo general, tome la vida más en broma y que menos sienta la tristeza de la vejez. De éstos son vecinos, tanto por el lugar como por el modo de vivir, mis holandeses. Y no sólo los llamo míos, sino aun tan entusiastas devotos míos, que merecieron del vulgo un apodo que más que avergonzarlos los llena de orgullo[23].
Vayan, pues, los estultísimos mortales en busca de Medeas, de Circe, Venus, Auroras y no sé qué fuente, que les restituyan la juventud, la cual soy yo la única que puede y acostumbra proporcionar. En mi poder está aquel elixir mirífico con que la hija de Memnón prolongó la juventud de su abuelo Ti ton. Yo soy aquella Venus por cuya merced volvió Faón[24] a la mocedad y así fue amado por Safo con tanto extremo. Mías son las hierbas, si las hay; míos los conjuros; mía aquella fuente que no sólo hace volver la pasada juventud, sino lo que es mejor, la conserva perpetuamente. Así, si estáis de acuerdo en que nada hay mejor que la adolescencia y más detestable que la vejez, creo que os daréis cuenta de cuánto me debéis por prolongar tan gran bien y evitar mal tan grave.