38. Hoy nos vamos de compras

EL JUEGO DE LOS CODIGOS DE BARRAS

Yvonne llevaba varios días queriendo marcarse el detalle de cocinar algo típico de su tierra para sus amigos Iñaki y Alberto. Puesto que en su habitación del colegio mayor hay una pequeña cocina, lo único que necesitaba eran los ingredientes. Sólo había un pequeño problema: las pelas de la beca de Yvonne no terminaban de llegar, y si los tres querían darse una comilona belga, tendrían que compartir los gastos.

Era sábado por la mañana y hacía un día espléndido, de modo que los tres amigos decidieron darse una vuelta antes de ir de compras.

—Podemos ir a un Híper y comprar todo de un tirón —propuso Iñaki.

—Pues yo prefiero que vayamos al mercado, que los productos son más frescos; no me gustan nada los envoltorios de plástico. Además, el trato es mucho más humano y personal —dijo Alberto.

A Yvonne le apeteció más la última idea, ya que de este modo podrían comparar los mejores precios entre puesto y puesto.

Cuando llegaron al mercado se quedaron sorprendidos de la cantidad de puestos y chiringuitos que había. Sin embargo, algo estaba cambiando, ya que allí también habían adoptado la costumbre de envolver los productos frescos en envoltorios de plástico. Para ello contaban en cada puesto con una máquina que en un segundo los envolvía.

—¡Cómo avanza la técnica! —dijo pensativo Iñaki.

—¡Sí, es una barbaridad! Por lo menos el trato humano es más agradable y personal —le respondió Alberto.

—Hablando de barbaridades, nos hemos olvidado de hacer la lista de los productos que tenemos que comprar —concluyó Yvonne.

Los tres se pusieron a escribir la lista en el bar del mercado. Sin embargo, aquello empezaba a resultarles algo complicado, sobre todo por las cantidades necesarias de cada producto que, a decir verdad, Yvonne no recordaba muy bien. La idea de jugar a los gourmets se iba desvaneciendo por segundos ante tantas dificultades, cuando, de repente, comenzaron a escuchar un vocerío que les hizo olvidar el asunto de la comida.

—¡¿Ve usted el letrero del puesto de enfrente?! —decía a gritos un fornido cliente.

—¿Cuál dice usted? ¿El de «Pollería-Huevería Nuestra Señora del Carmen»? —respondía el tendero, bastante más calmado.

—¡Pues como le vea yo a usted aceptar a otro cliente un billete de diez mil!, ¡¡¡le meto entre la «o» y la «l»!!! —concluyó el airoso cliente al tiempo que se marchaba—. ¡¡¡Entre la «o» y la «l»!!!

—Je, je, je, pues yo llevo uno de diez talegos —comentó Alberto a sus dos amigos.

—Ya que el trato es tan «humano», casi mejor nos vamos al Híper, que es bastante más aséptico —propuso Iñaki bastante vacilón, a lo que asintieron Yvonne y Alberto en su afán de curiosear.

Cuando llegaron al Híper lo encontraron fascinante. Nunca habían visto nada igual. Se notaba que ninguno de ellos hacía la compra en casa. Había una sucesión interminable de estanterías y más estanterías rebosantes de todo tipo de artículos.

Comenzaron a dar vueltas por allí, pero ninguno de los tres sabía qué comprar. La primera sección en la que se pararon era la de juguetes.

—¡Qué emocionante! —dijo Yvonne—. No me importaría volver a mi infancia.

—¡Cómo sois las mujeres! —se rio Iñaki sin querer reconocer que él también estaba encantado. Con una excusa simplona terminó diciendo—: El caso es que yo tengo que comprar unos regalos a los nanos de mi tío Luis.

Iñaki no resistió la tentación de pararse en el apartado de los trenes eléctricos, y a Alberto le faltó tiempo para encandilarse con los mecanos.

Increíble, pero cierto: Alberto, Iñaki e Yvonne parecían tres mocosos la víspera de Reyes, diciendo qué les pedirían. Un tren, un camión, un osito, unos patines… No dejaron de examinar ningún estante.

Volviendo a la realidad, Alberto se quedó observando los precios y etiquetas, y descubrió que todos llevaban un código de barras estrechito.

«Es lógico, porque con tal cantidad de juguetes sería imposible llevar un control de otra forma», se dijo Alberto.

Los tres compañeros, cada uno con su carro, comenzaron a seleccionar juguetes para regalarlos más tarde a sus respectivos sobrinos, primos, etc. Llevaban un buen rato, cuando por megafonía se anunció que era casi la hora del cierre. Con los carros llenos se dirigieron hacia las cajas. Alberto se quedó sorprendido por la pistola lectora del código de barras. Pensó entonces en guardar los tickets de barras como recuerdo, y para esto nada mejor que escribir el nombre de cada uno en su correspondiente ticket.

Viendo las ilustraciones,

  1. ¿PODRÍAS SABER QUÉ COMPRÓ CADA UNO DE ELLOS?
  2. ¿QUÉ JUGUETE FUE EL QUE COMPRARON LOS TRES?