36. ¡Hay cada uno en mi facultad!

EL JUEGO DE LAS EDADES

Alberto había quedado esa mañana de sábado con Iñaki y Marcelo para visitar una exposición. Aquello requería un cierto esfuerzo, dado que para ver cualquier obra había que sortear infinidad de espaldas que se interponían entre ellos y el arte. Posiblemente era un lugar más apropiado para conocer gente que para disfrutar con la contemplación. Desde luego, la asistencia a la exposición estaba resultando masiva, y nuestros amigos iban perdiendo poco a poco el interés, ya que por cada cuadro que veían se tragaban doce espaldas, de las cuales alguna era conocida.

Iñaki ya había saludado a cuatro amigos y vecinos suyos, Marcelo a dos y Alberto a tres.

—Ya sólo nos falta encontrarnos con alguien de la facultad —le dijo Iñaki a los otros dos.

No tuvo que esperar mucho, porque a la salida vieron a uno que parecía ser el nuevo alumno de su clase.

Enseguida se dirigieron hacia él y comenzaron a charlar.

—Yo que tú no entraría, porque lo único que vas a ver son espaldas —le sugirió Marcelo.

A su compañero de clase lo de pasar de exposición le debió parecer buena idea, ya que les propuso ir a tomar unas cañas y dejar la cultura para otro momento. Una vez en el bar, la conversación no fluía con facilidad y con tanto ruido las preguntas había que sacarlas con tenazas. Meditabundos andaban los cuatro, cuando Alberto le preguntó a su nuevo compañero de facultad:

—Y vosotros, ¿cuántos hermanos sois?

—Somos tres, aunque yo soy el único varón.

Curioso, Alberto le volvió a preguntar:

—¿Y tus hermanas son mayores que tú?

El chaval miró a Alberto con cara de plantearle un acertijo y le respondió:

—Pues mira, colega: cuando yo tenía ocho años menos, el producto de nuestras edades era igual al número de la casa de ahí enfrente, donde llama el del sombrero, mientras que la suma era igual al número de la que tenemos detrás —respondió el nuevo compañero señalando con el dedo hacia la casa en cuestión.

—¿Y eso es todo? —contestó Alberto mientras, picado, se ponía a cavilar.

Con el dedo apoyado en la punta de la nariz pensó: «Este me toma el pelo». La nariz de Alberto se fue poniendo roja como un tomate hasta que dijo:

—Con lo que me dices no es posible resolver el acertijo.

Su nuevo amigo, que parecía estar haciendo oposiciones a dejar de serlo, añadió:

—Te diré sólo una cosa más: entonces la pequeñaja todavía iba a la guardería.

No cabía duda, su amigo era retorcido, pero Alberto era más listo, y además le sacaba ¡tres años! ¿Cómo no se había dado cuenta antes? En unos instantes Alberto resolvió el problema.

CON ESTOS DATOS, AMABLE LECTOR, ¿SABRÍAS QUÉ EDAD TIENE ALBERTO?