Hoy iban a entregarse las notas de los primeros parciales. Muchos alumnos tenían grandes dudas sobre qué calificaciones podrían recibir. Cuando entró el profesor se formó tal silencio en la clase que pudieron escuchar hasta el vuelo de una mosca.
El profesor comenzó a llamar a los alumnos para darles el sobre cerrado. Cada nombre citado daba lugar a una terrible expectación que se esfumaba según el muchacho hacía un gesto u otro al ver el contenido del sobre. Alberto y Felixín eran los dos que más nerviosos estaban. La verdad es que el primero ya no tenía uñas que comerse.
Cuando llegó el turno de Alberto y tuvo la oportunidad de ver su nota, lanzó un grito de alegría.
—¡Debuten, esto hay que celebrarlo!
Los resultados fueron mejor de lo que se esperaba. En términos generales, todos sentían alguna satisfacción, incluso Felixín, que en el fondo se temía lo peor, y como los éxitos hay que saber festejarlos, se les ocurrió darse un pequeño homenaje: nada mejor que, a la salida de la clase, darse una vuelta por la pastelería…
¡Menudo material humano! No eran muchos, pero la calle parecía una verdadera revolución a su paso. Entre gritos de alegría y carreras llegaron a la puerta de la pastelería. Más que alumnos universitarios parecían quinceañeros. Todos se amontonaron en el escaparate al grito de: «¡Yo quiero de ésos!» El cristal quedó inundado de huellas de manos y dedos.
El dependiente, que ya los conocía, no tuvo ni que preguntar. Dispuso una gran bandeja y la llenó de un surtido pastelero. Desde luego, era mejor llevarles la corriente, así estaba seguro de que sus clientes quedarían satisfechos una vez más, pero sobre todo de que no le montarían un cisco.
Ahora llegaba lo más complicado: el reparto. Alberto, que es un poco rebuscado, pero sobre todo conoce a sus compañeros y amigos, propuso guardar un mínimo de organización. Todos se le quedaron mirando y le preguntaron:
—Sí, pero ¿cómo?
Alberto se hizo el interesante y dijo:
—Yo cojo un pastelito más un séptimo de los que quedan.
—Bien, ¿y luego?
—Luego, tú, Iñaki, cogerás dos pastelitos más un séptimo de los que queden.
Los muchachos le miraban con cara de no entender del todo qué era lo que pretendía el nuevo «maestro de ceremonias», pero continuaron escuchándole.
—Después de Iñaki, tú Yvonne, cogerás tres pastelitos más un séptimo de los que queden. Siguiendo este criterio, iremos cogiendo todos hasta que se vacíe la bandeja de manera exacta —concluyó Alberto.
Después de deducir cuántos muchachos y pasteles había…
¿PODRÍAS SABER CUÁNTOS PASTELES COMIÓ ALBERTO, CUÁNTOS IÑAKI Y CUÁNTOS YVONNE?