«Esta tarde vi llover, y no estabas tú», decía la letra del bolero que escuchaba Alberto mientras miraba a través de la ventana de su habitación. Afuera, en la calle, el chaparrón parecía que nunca fuera a cesar. La tarde de ese fin de semana no podía haberse presentado peor, debía de estar pensando Alberto. Mientras tanto, su amigo Iñaki hojeaba una revista sin mucho interés. Todos los planes que tenían nuestros amigos se habían estropeado, y la melancolía del bolero no ayudaba demasiado a sacarlos del estado en que se encontraban; es decir, más aburridos que una ostra. Habían pensado dar una vuelta, pero era seguro que no se encontrarían con nadie. Como no dejara de caer agua estaba claro que se verían obligados a quedarse en casa.
Para divertirse, se pusieron a jugar una partida de cartas, pero siendo sólo dos no le vieron mucho sentido. Si por lo menos fueran cuatro podrían haber jugado al mus. El caso es que a las tres partidas dejaron de jugar, mirándose los dos amigos con los brazos cruzados. Aquello no funcionaba, al menos esa tarde.
Luego comenzaron a jugar a la oca, pero al cabo de un rato se dieron cuenta de que cada vez que meneaban el cubilete lo hacían suspirando con resignación. Tendrían que buscar otra manera de pasar el rato.
Decidieron entonces ir al salón y ver un rato la tele. Allí se encontraba la madre de Alberto viendo un melodrama mexicano, a la vez que arreglaba los pantalones de su marido. Con tanta lágrima, miseria humana y desamor, los dos chicos se miraron a los cinco minutos para decir un definitivo ¡Qué pestiño!
La tormenta no amainaba, y lo único que se les ocurrió hacer fue ponerse a jugar con la hermana de Alberto, pero como ella sólo quería jugar a las muñecas, no pasó ni media hora y ya estaban pensando en otra cosa. El padre de Alberto, viendo el aburrimiento de los dos jóvenes, les propuso ir a la biblioteca para ver si contemplando algún libro eran capaces de estar sin dar la murga un ratito. La opción no parecía demasiado interesante, pero dado el estado de cosas, quizás pudieran encontrar algún aliciente entre las páginas de un libro.
—Seguro que se tira lloviendo así hasta junio —dijo Iñaki mientras miraba en la estantería qué libro tomar.
Alberto tenía un libro entre las manos, y al escuchar las palabras de su amigo, de pronto se le ocurrió algo:
—Hay un lugar donde marzo va antes de mayo y después de junio.
Iñaki, al escucharlo, le miró con cara de asombro y le dijo:
—¡Anda ya, me estás tomando el pelo!
Alberto se empezó a reír y añadió:
—Sí, y además, en ese lugar es donde el sábado está antes que el viernes y después del miércoles.
Iñaki respondió que aquello era imposible, pero en realidad se estaba devanando los sesos por entenderlo.
El padre de Alberto comprendió inmediatamente el quid de la cuestión, y mientras preparaba una pipa de fumar dijo entre risas:
—Es más, en ese lugar el tres está antes que el uno y después del dos. El cuatro, en cambio, se halla antes que el dos.
Iñaki estaba hundido en un mar de dudas. Sin embargo, no podía creer que el padre de Alberto le fuera a mentir. De modo que se quedó pensativo haciéndose esta pregunta:
¿DÓNDE SE DAN TODAS ESAS PARADOJAS?