Era el 28 de diciembre, los Santos Inocentes, un día que no puede pasar como otro cualquiera para un muchacho tan mangui y poco serio como Alberto. Durante las horas de pausa entre clase y clase, nuestro amigo se quedó en un aula vacía pensando en gastar alguna que otra broma. No tenía el día muy ocurrente, por lo que decidió confeccionar el tradicional monigote y no complicarse más.
Encontró una cartulina blanca y unas tijeras. En un momento tenía listos tres muñecos. Permaneció pensativo y decidió que sólo tres bromas para un día tan señalado no eran suficientes. Como no encontraba más cartulinas, agarró un viejo ejemplar del periódico y recortó dos monigotes más. Ahora tenía en total cinco muñecos, tres de cartulina blanca y dos de papel de periódico.
Alberto se dio una vuelta por el bar de la facultad, en espera del momento adecuado para gastar las bromas. Sin embargo, sus compañeros debían de olerse algo, porque nadie bajó la guardia en ningún momento.
Al terminar la última clase del día, Alberto seguía dándole vueltas a la cabeza tratando de encontrar el momento ideal. Le acompañaban sus amigos Iñaki y Felixín, y mientras caminaban por la calle, Alberto comenzaba a perder la esperanza.
De pronto divisaron a su amigo Marcelino. Es un ciego que vende cupones muy cerca de la plaza. Alberto y sus compañeros le tienen mucho aprecio porque, aunque es ciego, también es muy ingenioso y, sobre todo, un gran vacilón. A Alberto se le encendió una bombilla en su cabeza y se dijo: «¡Este es el momento para hacer un poquito el mangui!»
Mientras saludaban al bueno de Marcelino, Alberto aprovechó la oportunidad para dar tres hábiles palmaditas en cada espalda. Tres monigotes ya estaban colocados.
Conociendo a Alberto, nos podemos imaginar la carcajada que soltó. Inmediatamente, Iñaki y Felixín se echaron la mano a la espalda y consiguieron a duras penas palpar sus respectivos muñecos.
Alberto, entre risotadas, le dijo a Felixín, tratando de prolongar la diversión:
—Tenía cinco monigotes, dos hechos de papel de periódico y otros tres de cartulina blanca. ¿A que no sabes de qué es tu monigote?
Felixín miró a las espaldas de Marcelino e Iñaki, y después respondió:
—Eres un mamonazo. ¡Me cabrea no haberme dado cuenta de cuándo me pusiste el monigote, pero mucho más no saber de qué está hecho!
Alberto, divirtiéndose más que nunca, se dirigió entonces a Iñaki.
—Y tú, ¿sabrías de qué papel es el tuyo?
Iñaki, con ojos de asombro, se quedó un momento pensativo para decir finalmente:
—No, capullo.
Parecía que a Alberto le iba a dar un ataque de risa, cuando Marcelino, que había permanecido en silencio, se arrancó diciendo:
—Chicos, mi muñeco es de papel…
¡Y acertó!, ante el asombro de Alberto y sus dos compañeros.
RAZONA COMO MARCELINO PARA ACERTAR LA RESPUESTA.