La noticia corrió como un reguero de pólvora. Todos se quedaban anonadados al escucharla, y como el mensaje se iba transmitiendo de boca en boca, cada vez que lo conocía uno nuevo se iba exagerando un poco más.
—¡Yvonne no ha podido hacer eso! No me lo puedo creer —decían todos al escuchar la mala noticia.
El caso es que había testigos de absoluta solvencia que lo afirmaban, jurando haberlo visto con sus propios ojos. Era difícil de aceptar, pero el amor juvenil es así y no conoce fronteras. Aunque pareciera mentira, la bella Yvonne, la becaria belga, la musa de toda la facultad y secreto amor de todos, ¡andaba encaprichada de un macarrilla, campeón de palmear rumbitas por más señas!
—¿Y cómo es él? —preguntaban todos a un testigo ocular.
—Pues mira: con melenilla ensortijada a lo Camarón. Llevaba una camisa de seda con chorreras, de ésas de gitano rico, abierta y, naturalmente, luciendo el matojillo con un cadenón del que cuelga el Cristo de Dalí. También lleva pantalones de pinzas y botines grises de tacón cubano.
—¡Pues eso es bastante macarra! —añadió Alberto mientras se rascaba la nariz.
—¡Como se descuide vemos a Yvonne dentro de cuatro días viniendo a clase en chándal y con tacones, y hablando en romaní! —dijo Felixín er granaíno.
—¡Pero lo peor no es eso! Lo peor es que ella le cogía del hombro y le miraba con ojillos de cordero degollado —dijo el testigo.
—Y él ¿qué hacía? —dijeron todos al unísono.
—Pues él estaría intentando aprovecharse de la intimidad para luego consumar su fechoría robándole las pelas —dijo el repelente de Borja meneando el dedo en tono afirmativo, para concluir después con un tajante—: ¡Hay que darle una lección de señorío!
Todos estuvieron de acuerdo, salvo Iñaki, que con gran prudencia hizo un alegato de lo peligroso que podía resultar meterse con semejante curruqui de barrio. En vez de dar lecciones, propuso la observación.
—Mira, además lo tenéis fácil, porque él la espera todos los días en el bar que se ve desde el aula C. Podemos ir allí y observar —concluyó el testigo ocular ante la propuesta de Iñaki.
Borja propuso traer el catalejo que siempre lleva en su GTI blanco, y que utiliza los fines de semana cuando acude al hipódromo. Todos los muchachos se pusieron a mirar quitándose el catalejo los unos a los otros. Al final ni aparecía Yvonne ni su lolailo galán.
Iñaki, harto ya de tanta disquisición, agarró el catalejo y lo primero que enfocó fue la cruz que había en el tejado de la iglesia. Nunca antes se había fijado, pero esa cruz de chapa metálica estaba formada por trozos soldados.
—¡Ondiá! ¡Mirad, chicos, lo que he descubierto! —dijo Iñaki desviando la atención del resto. Alberto se puso a mirar la cruz.
—¿Qué están haciendo esos dos ahora? —preguntó Borja mientras se encendía un rubio americano.
—¿Te has fijado? ¿Por qué no la habrán hecho de una sola pieza? —inquirió Iñaki.
—Quizás se cayó y se rompió —argumentó Alberto mientras meditaba con su dedo apoyado en la nariz.
—No, más bien parece que el brazo largo está cortado del resto Prácticamente todos ya se estaban olvidando del affaire Yvonne y comenzaban a cavilar mientras el repelente Borja daba vueltas y más vueltas alrededor de la sala.
—A lo mejor es que sólo tenían una chapa y tuvieron que aprovecharla —dijo Alberto.
Sí, efectivamente tuvieron que aprovechar una chapa, pero:
¿QUÉ FORMA TENÍA ORIGINALMENTE ANTES DE CORTARLA?
Definitivamente olvidada Yvonne y su presunto novio, los colegas tenían ya a la vista otro reto que solucionar mientras deglutían unas birras.