29. Qué bien se está hoy en el vestíbulo

EL JUEGO DE LAS BALDOSAS

En el vestíbulo de la facultad se suele montar cada mañana un gran alboroto. Todos los alumnos entran a mogollón y con tantas prisas por llegar a clase, que Alberto nunca se había dado cuenta de todas las posibilidades que ofrecía para hacer un rato el ganso.

Ese día, Alberto tenía una hora libre porque no se iba a dar una de las clases. El catedrático no aparecía, el adjunto tampoco, ya que le había dado un soponcio el día anterior, y el decano no había encontrado otro suplente.

Muchos de los de la clase habían llegado pronto, y como no sabían muy bien qué hacer, dado que era primera hora y el bar permanecía cerrado, se sentaron en el suelo del vestíbulo y comenzaron a charlar. Al haber desayunado fuerte, Alberto se encontraba con unas energías fuera de lo normal. No tenía ganas de estar sentado y comenzó a dar vueltas alrededor del vestíbulo mientras contaba las baldosas.

Cuando terminó había contabilizado treinta y seis baldosas dispuestas en un cuadrado de seis por seis. Alberto se quedó observando a sus amigos y se dio cuenta de que eran diecisiete, y con él dieciocho.

Alberto seguía con una energía de mil demonios, y cuantas más ganas le entraban de jugar a algo, más se preguntaba cómo sus compañeros eran capaces de permanecer sentados y charlando tan alegremente y, sobre todo, tan apalancados.

Estaba claro que si quería desfogarse un poco no le iba a quedar más remedio que inventarse un juego, pero ¿cuál?, porque con tantas ganas de quemar energías es difícil pensar algo interesante…

—¡Hey, tronkos! ¿Qué os parece si jugamos a colocarnos cada uno en una baldosa diferente y nos bloqueamos unos a otros? —les propuso Alberto con decisión.

La propuesta funcionó, y en unos instantes se encontraron los compañeros jugando al «bloqueo de baldosas». Como eran en total dieciocho, y quedaban otras tantas baldosas libres, empezaron a saltar de una a otra como verdaderas fieras. Una vez más, Alberto se había salido con la suya.

El tema se iba poniendo cada vez más emocionante, de modo que decidieron hacer dos equipos. Puesto que eran un número par no habría problema en dividirse a partes iguales.

Los ánimos se iban caldeando, y lo que en un principio era un juego de bloqueos, se estaba convirtiendo en una batalla de gritos y empujones. Había que tener un poco de cuidado no fuera a ser que apareciera por allí el decano. Alberto se quedó pensativo un momento mientras recuperaba la respiración. Todos estaban ya sudando y el juego corría el riesgo de terminar a puñetazos, pues con tanto empujón algunos de los participantes comenzaron a picarse entre ellos.

Alberto tomó aire hasta la base de sus pulmones y, dirigiéndose a los demás, planteó un problema que todos trataron de resolver:

¿SERÍA POSIBLE QUE NOS COLOCÁSEMOS DE TAL MANERA QUE EN CADA FILA, COLUMNA Y DIAGONALES PRINCIPALES ESTUVIÉSEMOS SÓLO TRES?

Para cuando quisieron dar con la solución, había llegado la hora de la siguiente clase y, al menos, se había evitado el aburrimiento y también una pelea.