Después de lo ajetreado que resultó el viaje en tren para Iñaki y Alberto, lo primero era localizar a los otros cuatro en la estación en la que habían acordado encontrarse. La cosa resultó relativamente fácil, ya que los dos pamplinas del GTI blanco sólo podrían estar en un sitio de la estación: el bar. Efectivamente, allí se encontraban mareando a la pobre Yvonne y al pobre Felixín.
—Qué viaje nos han dado estos dos —les dijo por lo bajo Yvonne, mientras Yago y Borja se acercaban de nuevo a la barra a reponer botellines.
—¡P’a matal’los!, ¡¡p’a matal’los!! —añadía Felixín.
—Sí, pero ahora vamos al lugar de acampada, que de lo único que tengo ganas es de darme un baño y cambiarme de ropa —les propuso Alberto—, y como sólo podemos ir andando, vamos a decir a estos dos cantamañanas que se pongan las pilas y se vayan preparando para la caminata.
Para llegar al río en el que pretendían acampar, primero tenían que subir por un cerro para luego descender a un valle. Fue una experiencia muy dolorosa para los del GTI blanco, así que, cuando llegaron, cayeron los dos rendidos en mitad de la pradera que había cerca del río.
Alberto se percató rápidamente de que había varias barcas y balsas, por lo que propuso a Yvonne e Iñaki dedicarse inmediatamente a las tareas fluviales. A Yvonne le pareció una excelente idea.
—Esto me recuerda un viaje en balsa que hice un fin de curso por Italia —dijo Yvonne mientras salía disparada hacia la balsa más próxima.
Alberto e Iñaki se quedaron mirando como dos pasmarotes, aunque rápidamente tomaron la decisión de ir cada uno en una barca. Iñaki fue el más rápido, pues salió como un rayo hacia una de ellas, mientras Alberto permaneció en tierra sin reaccionar, observando la situación. La balsa de Yvonne era muy poco maniobrable, por lo que avanzaba con lentitud, y como además contaba con un solo remo, poco podía hacer para alejarse. Iñaki, por el contrario, navegaba en una barca ligera, y más que un caballero a la búsqueda y rescate de su princesa, debió de pensar que era el campeón olímpico de regatas, porque cuando se quiso dar cuenta ya había sobrepasado a Yvonne por un trecho bastante largo.
Fue en esto que Alberto comenzó a reaccionar. Se subió a otra barca y empezó a darle al remo con verdadera furia visigoda.
El problema ahora lo tenía Iñaki, puesto que con tanto como había avanzado, se veía obligado a dar marcha atrás si quería ser él quien rescatara a su «princesa» Yvonne.
Con lo lenta que resultaba la balsa de Yvonne, no habría sido difícil que encallara, pero no fue así. La «princesa» se encontraba ahora a la deriva y, desde luego, urgía que la sacaran de aquella situación.
—¡Por favor, venid pronto! —gritaba Yvonne con gran nerviosismo. Desde luego no parecía que este viaje en balsa tuviera mucho que ver con el viaje italiano.
Ambos muchachos se encontraban ahora a distancias iguales de la balsa de Yvonne y remaban con igual fuerza y entusiasmo, pero Iñaki pensó que su situación era peor, porque tenía que remar a contracorriente, mientras que Alberto lo hacía a favor. Vista la situación,
¿QUIÉN LLEGÓ ANTES A SALVAR A LA PRINCESA?