20. Hoy, como los detectives

EL JUEGO DE LOS RETRATOS-ROBOT

Una vez durante cada curso viene a la facultad de Alberto un fotógrafo para retratar a los alumnos. Es una ocasión muy especial, porque ese día, además de perder algunas horas de clase, los chicos se divierten mucho posando, pero sobre todo vacilando al pobre fotógrafo mientras curiosean con los instrumentos que éste despliega. Al final de la jornada son muchos los chavales que salen diciendo entre bromas que aunque el fotógrafo ponía interés, el tema se le quedaba grande.

Primero se hace una foto a toda la clase y luego otra individual para cada alumno. Mientras los chavales hacen cola para ser retratados, las bromas se suceden en la fila sobre quién saldrá más feo, quién con la cabeza más grande o quién saldrá bizco.

—Ten cuidado, Borjita, que seguramente el material no es importado de París y no va a estar a tu nivelón —se escuchaba desde el bareto.

Días después llegan las fotos reveladas y son entregadas a los alumnos. Estas vienen en sobres grandes que, naturalmente, se entregan al final del día para evitar nuevas movidas.

Cuando llegaron las fotos de Alberto y sus amigos, éstos llevaban ya un rato largo bromeando, y es bastante lógico que todas las bromas apuntaran al más ganso de todos: Felixín er granaíno.

Cada cual abrió su sobre, y las carcajadas fueron morrocotudas. Alberto, Iñaki, Yvonne y Felixín se fueron caminando calle abajo mientras continuaban con las bromas, pero la verdad es que Felixín se estaba empezando a hartar.

—Ji, ja, ju, Felixín ha salido en todas despeinado —decía Yvonne.

—¡Pues anda, reina, que tú, con esos mofletes, no entiendo muy bien cómo has podido caber en el retrato! ¡Vamos, como para que mandes la foto a Bélgica! —se defendía Felixín.

—Sí, pero, tronko es que tú, además, ¡has salido con legañas! —le repetían Alberto e Iñaki.

La verdad es que los cuatro tenían algo de gracioso en sus fotos. Una vez que llegaron al colegio mayor en el que residía Yvonne, donde pensaban tomar algo, Alberto recordó de repente una película de detectives que había visto. En ella la Policía realizaba retratos-robot para descubrir la cara del malo. Enseguida se lo contó a sus compañeros.

—¿Por qué no hacemos lo mismo con nuestras fotos? —le preguntó Alberto a los demás—. ¡Seguro que va a ser mucho más divertido!

A todos les pareció bien la idea. Cogieron unas tijeras, una regla y las cuatro fotos.

Alberto se quedó meditando un momento y les propuso cortar cada foto en cinco trozos. En cada uno de ellos habría una parte de la cara: el pelo, los ojos, la nariz, la boca y la barbilla. De esta manera tenían cuatro pelos diferentes, cuatro ojos, cuatro narices, cuatro bocas y cuatro barbillas.

Cuando las fotografias estuvieron recortadas comenzaron a hacer combinaciones con el pelo de uno, los ojos de otro y la boca de un tercero…

¡Ahora sí que se estaban divirtiendo un montón! Probaban una posibilidad y acto seguido cambiaban a otra.

Alberto les dijo:

—Los detectives de verdad se quedan observando las fotos un rato para así poder sacar de ellas detalles singulares. Os propongo que miremos cada retrato-robot un minuto y lo vayamos analizando tranquilamente.

Así pues, se quedaban observando cada combinación e iban haciendo comentarios cada vez más ocurrentes. De esta forma la diversión era mucho mayor.

Cuando ya llevaban un rato largo sin parar de reír, Alberto dijo:

—Ja, ja, ja. ¡Creo que me voy a morir de risa como sigamos así! ¿Cuánto tiempo necesitaremos para ver todas las posibilidades? ¿Una hora? ¿El resto de la tarde?

¿CUÁNTO TARDARÍAN EN HACER TODAS LAS COMBINACIONES POSIBLES?