Un día, la entrada de la facultad apareció sembrada de unos extraños papelitos en los que había una leyenda que avisaba de la llegada al día siguiente de «la caravana del chicle Maracuyá». Nadie entendió qué significaba eso, y rápidamente todos se olvidaron del tema.
Al día siguiente, cuando salían de clase los alumnos, se encontraron con la sorpresa. A las puertas de la universidad había una caravana circense que anunciaba el comienzo del espectáculo de «el nuevo chicle Maracuyá».
Todos los amiguetes de Alberto, muy impresionados, comenzaron a bromear sobre lo que estaba sucediendo. Primero llegaron los gigantes repartiendo propaganda del nuevo chicle. Nadie daba crédito a sus ojos al ver a esos hombres que andaban sobre patas de dos metros y que iban ataviados con pantalones de colores tan chillones Luego aparecieron unas bailarinas negras que llevaban en la cabeza unos extraños sombreros adornados con frutas tropicales y que cantaban una canción que tenía por estribillo «Maracuyá, Maracuyá». Los estudiantes comenzaron enseguida a lanzar piropos.
Después vino un grupo de enanos dando volteretas a la vez que gritaban: «Con el chicle Maracuyá haréis globos tan grandes como nosotros». Hasta los más combativos estudiantes del sindicato se tronchaban de risa. Por último, se hizo un momento de silencio y explotaron en el cielo unos fuegos artificiales. Cuando terminó la traca, un individuo tomó la palabra:
—¡Y ahora, queridos jóvenes! ¡¡¡Con todos vosotros, el hombre del chicle Maracuyá!!!
De la caravana cayó un telón y apareció como de la nada un hombre totalmente vestido de blanco. Alberto se quedó mirando a Iñaki y pensó: «A mí me parece que yo a éste le he visto antes en un anuncio de detergente».
El caso es que el hombre de blanco empezó a contar chistes y, verdaderamente, consiguió captar aún más la atención de todos los presentes y hacerles reír. Con tanta expectación como estaba generando, primero los más impacientes, y luego el resto, todos empezaron a gritar:
—¡Queremos chicles, queremos chicles!
El hombre de blanco agarró un micrófono y, luciendo una gran sonrisa esmaltada, les respondió:
—¡Hoy tenéis la suerte de aprovechar una maravillosa oferta!
Todos los estudiantes preguntaron a coro:
—¿Sííí? ¿Cuál?
—Pues muy sencillo: por cada cinco envoltorios del nuevo y maravilloso chicle Maracuyá que me entreguéis, yo os regalare uno.
Y en esto apareció una mujer barbuda vendiendo los chicles. Claro, después de tanto circo bien podían sufrir la tentación consumista. Borja fue el primero en salir pitando a por los chicles y se compró cincuenta y tres. Les quitó el envoltorio y canjeó cuantos pudo para regalárselos a su «club de fans».
Alberto lo observó a su regreso y le preguntó:
¿CUÁNTOS CHICLES CONSEGUISTE EN TOTAL, TENIENDO EN CUENTA TANTO LOS QUE TE HAN REGALADO COMO LOS QUE COMPRASTE?