El burger Paco’s llevaba tiempo que no podía dar abasto. Como todos los compañeros de Alberto en la facultad acudían allí cada clase que se fumaban y el negocio prosperaba, Paco pensó en ampliar la empresa y diversificar actividades. Pensó en poner una tienda de donuts, pero para eso había que localizar primero la mejor maquinaria.
De todo el mundo es sabido que las mejores máquinas productoras de donuts se fabrican en Alemania. De modo que, sin pensárselo dos veces, Paco contactó con un amiguete que había emigrado a aquel país para que le comprara el artefacto.
Pasaron los días mientras Paco ponía en condiciones la ampliación del local. Justo cuando ya lo tenía todo listo, llamaron a su puerta, con una efectividad germánica, la abrió y se encontró de frente con un vikingo de dos metros que, mientras le hacía papilla la mano con el apretón, le dijo:
—Hallo, Guten Tag! Ich bin Herr Grossmann, und komme mit dem Donutswerksgercit und wollte ich Ihnen gerne zeigen…
Paco se quedó sin habla. Lo más que consiguió emitir fue un sonido como «Oogg», para luego caerse de espaldas del susto. El caso fue que cuando se le pasó el soponcio dejó al alemán hacer y él se dedicó a lo suyo: las hamburguesas.
El tal Grossmann trabajaba que se las pelaba. Paco echaba de vez en cuando una ojeada y sólo llegaba a ver la silueta del bigardo moviéndose a una velocidad que cortaba el viento. Parecía que lo habían sacado de los dibujos animados. Paco se fue a echar la siesta y, cuando empezaba a soñar que descendía de un avión en el Caribe, Grossmann le despertó. Le condujo hacia la máquina y le explicó su funcionamiento con una demostración en directo.
—Hier müssen Sien den knopf drüken und dann…, aber da kommt der Funktion für…
—Mira, majete, por mí no te hagas mala sangre, que yo soy más listo de lo normal y me quedo con la copla que no te lo puedes ni creer —le respondió Paco mientras le acompañaba a la puerta para quitárselo de encima.
Cuando tomó un respiro, se puso manos a la obra. Primeramente miró los quince tomos de instrucciones que Grossmann le había dejado y al comprobar que estaban en alemán, se dijo:
—Esto sí que tiene… ¡bemoles! Bueno, nada de técnica que esto me lo soluciono yo a base de ingenio.
Paco puso la máquina de donuts en funcionamiento; aquello se parecía más bien a la estación de seguimiento de satélites de Robledo de Chavela. Cuando salieron los primeros donuts tenían algo extraño que no terminaba de entender…
A pesar de todo, decidió ponerlos en venta, ya que le parecían curiosos. El éxito fue total. Casi se puede decir que se los quitaban de las manos. Paco, satisfecho, comentaba a sus amigotes:
—Je, je, je. ¡A mí me van a venir estos listillos alemanes a marear la perdiz!
Casualmente Alberto pasó por la tienda de Paco y no pudo evitar comprar uno, por supuesto. En la facultad la extraña forma de los donuts causó un cierto revuelo: todos querían verlo y ¡probarlo!
Alberto puso cara de travieso y propuso lo siguiente:
—Se ganará un trozo aquel que acierte el número de caras que tiene el donut.
¿QUÉ NÚMERO EXACTO DE CARAS TIENE ESTA FIGURA GEOMÉTRICA?