Un día, Alberto e Iñaki andaban comentando lo bueno que sería volver a hacer algo de deporte, dado que con tantos botellines, tantas siestas y tantas horas sentados se veían venir que al terminar la carrera tendrían una buena tripilla. La cosa era encontrar un deporte moderno, vistoso y con cierto nivel. Estaba claro que lo suyo no era ni el kárate ni el golf.
Mientras caminaban por la calle, se pararon de pronto frente al escaparate de una tienda de deportes. Allí estaba lo que andaban buscando. Entre tablas de surf, parapentes, raquetas de squash y aletas de buceador, apareció algo que se convirtió inmediatamente en el sueño de nuestros dos amigos: ¡una bicicleta de montaña! El único problema es que costaba un pastón.
Durante los días siguientes, cuando volvían de clase, no había tarde que los dos amigos no permanecieran un buen rato contemplando la bici en el escaparate. La miraban y comenzaban a fantasear sobre lo bien que se lo iban a pasar, además del cuerpazo serrano que se les iba a poner, si algún día llegaban a comprarla. El gran problema seguía siendo el precio. Con lo poco que recibían cada uno de paga semanal y lo poco que tenían ahorrado pasarían meses hasta que alguno de los dos pudiera comprarla.
Los días iban pasando mientras las ganas de tener la bicicleta aumentaban. Por más vueltas que le daban al asunto sólo parecía haber una solución: encontrar a un tercero y comprarla entre los tres. La idea les pareció de lo más sugerente, de modo que fueron a planteárselo a Yvonne, pues no se les ocurrió una candidata mejor.
—Mira, reina mora, seguro que tú en Bruselas ibas a todas partes en bici, hacías deporte y te sentías bien, y no como ahora que estás echando unos michelines que, francamente… —le dijeron los dos al unísono.
Este último argumento fue el que convenció definitivamente a la buena de Yvonne. Así pues, los tres juntaron sus ahorros, calcularon el dinero que ya tenían y se dispusieron a comprar la ansiada máquina de dar pedales.
Un sábado bien temprano se encontraron los tres en la puerta de la tienda de deportes, entraron, y se la llevaron. La verdad es que se les hacía la boca agua cuando el dependiente retiraba la bicicleta del escaparate. Durante todo el largo día, Alberto, Yvonne e Iñaki estuvieron campo arriba, campo abajo.
Los tres se turnaban compitiendo sobre quién era más hábil al manillar.
Por la tarde ya estaban rendidos, y tenían unas agujetas de mil demonios, por lo que decidieron separarse hasta el día siguiente.
—Bueno, chicos, ¿qué os parece si lo dejamos por hoy? Podemos quedar mañana a la misma hora, ¡si es que no nos levantamos muertos! —dijo Alberto.
—Muy bien, yo me puedo llevar la bici y guardarla en el jardín de mi casa —propuso Iñaki.
—¡Qué cara más dura! ¿Y por qué no me la llevo yo a la mía? —le planteó Yvonne.
—¡O yo! —dijo Alberto.
El caso es que, aunque estaban agotados, encontraron las fuerzas para iniciar una discusión sobre quién debería llevarse la bici. Las posiciones parecían irreconciliables, como era de suponer.
La bici era de los tres y ninguno quería que el otro la tuviera en su casa, sino que estuviera a disposición de cada uno de ellos.
Alberto encontró una solución:
—La bici puede dormir en la calle, pero con una cadena para que no se la lleve nadie.
Dicho esto, se dio una carrera hasta su casa para traer una cadena que guardaba en el jardín.
El tema parecía resuelto. Alberto apareció al poco rato con una cadena y un candado de máxima seguridad.
—Aquí estoy de nuevo, traigo un candado con una llave. El próximo día podéis sacar una copia y así podréis abrirlo y cerrarlo cuando queráis —dijo Alberto con decisión.
—Oye, pues si utilizamos un candado que yo tengo me ahorro hacer la llave. Además, mi candado es tan bueno o mejor que el tuyo —le respondió Iñaki algo enfadado.
—Pues yo creo que tenemos que utilizar el que yo tengo, porque es muy seguro y además la llave es difícil de reproducir porque está fabricada en Bélgica —concluyó Yvonne.
Al final decidieron utilizar los tres candados, aunque sólo tenían una llave cada uno, correspondiente a su propio candado. Pero…
¿CÓMO SERÍA POSIBLE QUE CUALQUIERA DE LOS TRES PUDIERA UTILIZAR LA BICICLETA ABRIENDO SÓLO UN CANDADO?