9. El pincho de dados

EL JUEGO DE LAS CARAS ATRAVESADAS

Varias semanas después de haber encontrado la solución ideal para el alojamiento de Musti y sus demás compañeros, se decidió organizar una fiesta en condiciones. Todos los estudiantes que habían colaborado en el proyecto fueron invitados. El que más y el que menos sentía una curiosidad enorme por conocer cómo podía ser una fiesta tradicional marroquí.

Musti había estado hablando con Alberto y con Iñaki de asar un cordero y preparar un gran cuscús, cosa que le hizo recordar a Alberto algo que había visto en una tienda de dulces y que pensaba llevar a la fiesta.

—Mira, Musti, para el momento del café o el té a la menta no te preocupes, que yo me encargo de acompañarlo con una especie de pincho moruno, pero en dulce.

Musti puso cara de póquer y, tras acordar la fecha y hora, se marchó como había venido.

Iñaki miró a su amigo y le preguntó qué era eso de los pinchos morunos «pero en dulce». Alberto le contó que el día anterior había estado en una tienda de caramelos con su hermana pequeña y había encontrado unos que le habían llamado la atención.

—Además, si nos invitan tampoco es cosa de presentarnos por la cara —terminó diciendo.

Llegó el día de la comida, todos se lo pasaban de maravilla, aquello sí que era una fiesta étnica con todas las de la ley: desde comida típica hasta música tradicional en vivo, interpretada por Musti y sus compañeros.

Cuando llegaron a la sobremesa, estaban a punto de reventar. De toda la comida que habían preparado no había sobrado nada; y ahora lo que se terciaba era una buena tertulia acompañada de té a la menta. Fue en ese momento cuando Alberto sacó la bolsa de caramelos. La verdad es que los había elegido muy bien. En la bolsa había doscientos, y eran muy curiosos, blanditos y con forma de dado.

Felixín los conocía y dijo:

—¡Andá! Estos son de los que se ensartan de siete en siete en un palillo, como si fuese un pincho.

Alberto, que había estado la tarde anterior examinándolos, añadió:

—¡Efectivamente! Se meten introduciendo el pincho por una cara y sacándolo por la opuesta. Son un poco como un pincho moruno.

Todos se quedaron mirando los caramelos con gesto goloso y empezaron a gritar:

—¡Que los reparta, que los reparta!

Antes del reparto, Musti y sus compañeros comenzaron a contar anécdotas de ingenio revestidas como cuentos de Las mil y una noches, y proponiendo adivinanzas. Es por esto por lo que volvió a mirar los caramelos y se le ocurrió una idea.

—Muy bien, amigos, vamos a repartir los caramelos, pero os propongo una cosa. Para serenar los ánimos vamos a pensar un poco con una adivinanza. El que la acierte será el primero en recibir los caramelos de Alberto. El resto esperará hasta el fin de la fiesta. El tema se estaba poniendo serio, ya que todos los presentes tenían algún huequecillo en el estómago reservado para los dulces. De modo que se callaron mientras se les iba haciendo la boca agua.

Musti cogió un palillo y siete caramelos, miró desafiante a todos los invitados y dijo:

1. ¿SERÍA POSIBLE SABER CUÁNTO SUMAN LAS CARAS ATRAVESADAS POR CADA PINCHO?

El silencio fue absoluto.

De pronto, Alberto levantó la mano y dijo:

—Aunque yo he sido el que los ha traído, voy a ser el primero en darme el banquete. Creo que soy capaz de adivinar la suma sin ver los dados, se inserten como se inserten en el pincho.

Todos los presentes miraron a Alberto con la boca abierta, y fue en ese momento cuando Alberto concluyó:

—Es más: apuesto a que sé el número en cuestión con sólo decirme los dados que se ponen, aunque sean más o menos de siete.

2. ¿CÓMO ES POSIBLE RAZONARLO?

Musti colocó los caramelos y Alberto, efectivamente, acertó el resultado de la suma, por lo que pudo devorar los dulces ante los ojos atónitos y envidiosos de sus compañeros.