En la celebración del día del cumpleaños de Alberto no podían faltar sus amigos ni una gran tarta. Había que comenzar seleccionando el local. El elegido fue un burger que se llama Paco’s, gracias al nombre de su propietario. A Paco le caen muy bien Alberto y sus compañeros de clase, por lo que el día del cumpleaños él mismo hizo una tarta muy especial.
Con lo golosos que son nuestros amigos, a Paco se le ocurrió hacer una gigantesca tarta cuadrada con chocolate por dentro y una enorme capa de nata por fuera. Paco es bastante despistado: mientras hacía la tarta pensaba que se le estaba olvidando algo, pero no caía en qué.
Se iba acercando la hora de la celebración y todas las tiendas comenzaban a cerrar. Cuando Paco terminó de dar la última capa de nata a la enorme tarta cuadrada descubrió lo que se le había olvidado: las velas. Salió corriendo a comprarlas a la tienda, pero ésta ya se encontraba cerrada.
Paco volvió al burger algo molesto por su despiste. Se quedó mirando su riquísima tarta y pensó que, aunque sabría de maravilla, habría que adornarla de alguna forma para que no quedara tan triste. Miró en su despensa y encontró un tarro de guindas en almíbar. Pensó en la distribución y en un momento las colocó.
Ahora sí que estaba la tarta realmente bonita, y sin duda Alberto y sus amigos pasarían por alto el despiste de las velas.
Alberto apareció con sus siete mejores amigos, por lo que en total contabilizaban ocho. El plan para esa tarde ya estaba definido: primero se pondrían morados de tarta y luego se irían a un local de música en vivo para tomar unas copas.
Ya dentro del burger, los chavales se sentaron en una gran mesa y, rápidamente, Paco apareció con la tarta cantando «cumpleaños feliz». Cuando los amigos de Alberto vieron semejante tarta comenzaron a gritar.
—¡Hala, qué pasote de tarta! ¡Cómo nos vamos a poner!
Paco estaba muy satisfecho y, sacando un cuchillo enorme, dijo:
—Pues ahora, amigos, ¡a comer!
Iñaki y Marcelo comenzaron a pedir a coro:
—¡Nuestro trozo con muchas guindas! A lo que el resto de la marabunta añadió:
—¡Y el mío también!
En un segundo se desató una discusión entre todos los chavales que amenazaba terminar en batalla campal con guerra de tartazos incluida. Paco se dispuso a serenar los ánimos y sugirió:
—Lo que está claro es que no tenéis quince años y no podéis andar discutiendo; me parece más lógico que decidáis quién se lleva el trozo con más guindas. ¿Qué os parece la idea?
Todos los chicos, y Alberto el primero, comenzaron a exponer por qué le debería corresponder a ellos un trozo con más guindas que a los otros. Posiblemente se debía más a una forma de dar la vara que a la glotonería, pero así se estaban poniendo las cosas.
—Como es mi cumpleaños, yo creo que me merezco más —dijo Alberto.
Y lógicamente aquello se convirtió en una sucesión de argumentos de por qué a cada uno de los presentes le correspondía en justicia una mayor cantidad de guindas.
Todo intento de conciliar los ánimos parecía condenado al fracaso, cuando Yvonne, que llevaba un largo rato callada y contemplando la tarta, dijo:
—¡Por favor, amigos, prestadme atención un momento! Si miráis bien la tarta, hay una forma de dividirla en ocho partes iguales y que cada parte lleve el mismo número de guindas.
Los ocho amigos se quedaron mirando la tarta y, efectivamente, se podía hacer. Yvonne había evitado que la fiesta de cumpleaños terminara en batalla.
¿CÓMO ERA POSIBLE?