Stryker suspiró, exasperado. Estaba sentado tras su escritorio, buscando su móvil, que no aparecía por ningún lado.
—¡Trates!
Dio un respingo al comprender que había llamado a su antiguo lugarteniente. ¡Joder! No iba a acostumbrarse en la vida a que Davyn ocupara el puesto de Trates y a que este hubiera desaparecido.
Era casi tan malo como la pérdida de Urian.
Satara apareció en la estancia antes de que pudiera llamar a Davyn.
—Hola, hermano.
Su presencia le hizo gracia porque se preguntó si Artemisa o Aquerón serían conscientes de que estaba al tanto de las visitas que este último le hacía a su tía en el Olimpo.
—Supongo que Aquerón ha vuelto al Olimpo.
La vio asentir con la cabeza mientras se apoyaba en el escritorio.
—¿Has pensado en lo que estuvimos hablando?
Su plan de conseguir a un soplón del que nadie sospechara era la leche. Claro que todo dependía de que la información de Satara fuera correcta, y eso no lo tenía muy claro…
—Sí.
—¿Y?
—Si es cierto que está vivo y puedes convencerlo de que se una a la causa, lo convertiré.
Sus palabras la hicieron reír al tiempo que le daba un golpecito con un dedo en la barbilla.
—¡Ay, hermanito! Siempre me subestimas. —Se apartó del escritorio, chasqueó los dedos y al instante apareció un Cazador Oscuro entre ellos.
La inesperada aparición lo dejó boquiabierto. Su hermana tenía razón.
Era el amigo de Aquerón, el chico de Nueva Orleans. El que se había suicidado por culpa de Desiderio.
—Gautier…
Nick miró a su alrededor con expresión confusa.
—¿Dónde estoy?
Satara se humedeció los labios mientras le pasaba un brazo por los hombros y se apoyaba en él.
—Ya te lo he dicho, corazón. Aquí es donde podrás conseguir lo que necesitas para matar a Aquerón. Este es el hombre que puede matarlo.
Gautier lo miró con los ojos entrecerrados. Por suerte, no lo conocía en persona y saltaba a la vista que Satara no le había dicho quién era. Un buen tanto por su parte. Era una chica lista.
—Es un daimon —dijo Nick con desdén.
Las palabras del muchacho le hicieron disimular su aura.
—No del todo, Cazador Oscuro. No del todo. También soy el hijo de un dios.
Vio la confusión que apareció en el rostro de Nick cuando dejó de percibir su esencia de daimon.
—¿Cómo es que puedes camuflar tu aura?
—Ya te lo he dicho. Soy hijo de un dios. Puedo compartir ese poder contigo. Si quieres, claro…
Su mirada se tornó recelosa.
—¿A cambio de qué?
—De tu obediencia. De que te sometas a mis reglas. Lo mismo que te ha exigido Artemisa, pero con un ligero… cambio.
—Sí —corroboró Satara—. Con nosotros podrás llevar a cabo tu Acto de Venganza. No vamos a negártelo como ha hecho Artemisa.
La idea le confirió un nuevo brillo a sus ojos.
—¿Eso es lo único que tengo que hacer?
—No —respondió él con sinceridad—. Cuando te convierta para que puedas compartir mis poderes, tendrás que beber mi sangre para seguir viviendo. Si pasas mucho tiempo sin alimentarte de mí, morirás.
Las palabras del daimon lo hicieron reflexionar. La idea de beber sangre le resultaba repugnante. Y mucho más si tenía que alimentarse de un hombre.
Se estremeció de asco.
Pero podrás matar a Aquerón, se recordó.
Y esa idea lo atraía muchísimo. Ash se lo había quitado todo. Bueno, no personalmente, pero sí que había permitido que otros se lo quitaran. Y quería venganza. Una venganza que Artemisa le había negado cuando le entregó su alma. Si no fuera por Ash, aún estaría vivo. Y lo más importante, su madre seguiría viva. Nueva Orleans estaría intacta. La furia ensombreció su mirada.
—¿Hay trato? —le preguntó el daimon.
—Sí —respondió antes de acobardarse—. Dame lo que necesito para matarlo.
Stryker se puso en pie mientras saboreaba su victoria. Eso sí que pillaría desprevenido a Aquerón. Como Nick era uno de sus seres queridos, su futuro le estaba vedado. Nunca sabría que iba a traicionarlo.
No hasta que fuera demasiado tarde y estuviera a punto de recibir el golpe mortal.
Encantado con la idea, se desabrochó la camisa para dejar expuesto su cuello y se sentó en el borde del escritorio a fin de facilitarle la tarea a Nick. Aunque la sangre de los Cazadores Oscuros era venenosa para los daimons, no sucedía lo mismo al contrario. El hecho de que los Cazadores Oscuros pudieran obtener emociones y poderes al beber la sangre de los demás era precisamente el motivo por el que lo tenían prohibido. Nick estaba a punto de descubrir uno de los muchos secretos que Aquerón les ocultaba a sus Cazadores.
—Cuando quieras, Cazador Oscuro.
Nick clavó la mirada en el cuello del daimon, en el lugar donde latía una vena. Si lo hacía, no habría vuelta atrás.
Y en ese momento vio el rostro de su madre. La vio sentada en su sillón preferido, muerta en su casa de Bourbon Street.
Ash tenía que pagar por haber dejado que muriera tanta gente. Gente que no había devuelto a la vida después de que muriera.
Se acercó al daimon con la respiración entrecortada y le clavó los colmillos en el cuello.
Stryker se echó a reír mientras el calor invadía su cuerpo. Aferró la nuca de Nick y echó la cabeza hacia atrás para facilitarle la tarea. Sabía muy bien los cambios que estaba sufriendo el cuerpo del Cazador Oscuro. El deseo sexual que estaba sintiendo mientras su fuerza vital lo poseía. No había nada que lo igualara.
Cuando notó que la descarga de energía aumentaba su ferocidad, lo apartó de él y lo arrojó a los brazos de Satara.
Nick se giró para abrazarla y la inmovilizó contra la pared mientras la besaba con pasión. Si no le daba salida al fuego que lo abrasaba, acabaría consumiéndolo.
Stryker se limpió la sangre que le corría por el cuello con los dedos y después se los chupó.
—Llámame cuando haya acabado contigo.
No estaba seguro de que su hermana lo hubiera escuchado porque en ese momento Nick le estaba arrancando la ropa sin muchos miramientos. Los dejó a solas para que disfrutaran del polvo mientras él disfrutaba del momento.
Tenía a dos Cazadores Oscuros en su poder. Uno del que Ash ya sabía. Y otro…
Que sería la muerte del atlante.
Susan seguía esbozando una sonrisa satisfecha por la ceremonia de emparejamiento con Ravyn cuando entró en las oficinas del Daily Inquisitor.
—Hola, Joanie —dijo mientras caminaba en dirección al despacho de Leo.
—Hola, Susan —respondió la aludida al tiempo que se inclinaba sobre el escritorio para susurrarle—: ¿Te has enterado de que hay vampiros en Seattle?
—Pues sí. Y por lo visto muchos van al Sírvete Tú Mismo.
Observó a la chica mientras lo anotaba en un papel y meneó la cabeza.
—¡Buenas, jefe! ¿Cómo va la cosa? —le preguntó a Leo cuando abrió la puerta de su despacho.
Leo estaba sentado tras su escritorio, hablando con Otto.
—Te veo muy contenta, ¿y eso?
Cerró la puerta antes de acercarse al escritorio para tenderle el artículo. No le quitó los ojos de encima mientras lo leía. Cuando llegó al final, su jefe soltó una carcajada nerviosa.
—¿Qué es esto? —le preguntó.
—He seguido tu consejo y he pensado en Ibsen —contestó con una sonrisa—. Ahora sé cómo abrazar lo absurdo.
Otto la miró con una ceja enarcada.
—Para mí que lo que has abrazado ha sido un canuto…
Le dio un guantazo en el hombro y cuando apartó la mano, Otto la cogió por la muñeca.
—¿Qué es esto? —preguntó al tiempo que se la giraba para ver la marca.
El silencio cayó sobre la habitación como un velo.
Cerró el puño, pero ya era demasiado tarde.
—¡No puedes emparejarte con él! —masculló Otto—. Va contra las normas. Eres una escudera.
El corazón comenzó a latirle con fuerza mientras se devanaba los sesos en busca de una mentira.
—En realidad —dijo Leo, acomodándose en su sillón—, ahí te equivocas.
—¿De qué estás hablando? —dijo Otto al soltarla.
Leo se removió inquieto antes de contestar:
—Es que se me olvidó tomarle juramento. Técnicamente, todavía no es una escudera.
La información dejó a Otto pasmado.
—Leo…
—Oye, te recuerdo que hemos tenido una semana un poquito ajetreada, ¿vale? Iba a hacerlo, pero luego pasó lo que pasó.
Para su sorpresa, vio que Otto se relajaba considerablemente.
—¡Joder! Otro buen Cazador Oscuro perdido. Y para colmo me caía simpático el leopardo…
Sus palabras la dejaron helada. ¿Iban a matar a Ravyn por emparejarse con ella?
—¿Qué quieres decir con eso de que está perdido?
Leo le lanzó una mirada furiosa.
—Todavía no te has leído el manual, ¿verdad?
—Pues no. Es que ese tocho tiene como cinco mil páginas…
Leo chasqueó la lengua.
—Deberías leerte el capítulo cincuenta y seis.
—¿Por qué?
Fue Otto quien le contestó:
—Ese es el capítulo donde te dicen cómo puedes liberar a tu Cazador Oscuro para casarte con él.
La respuesta la dejó con la boca abierta. Ravyn no le había dicho ni pío.
—¿Estás hablando en serio?
—Siempre hablo en serio. No tengo sentido del humor… Bueno, salvo cuando se trata de Tabitha y su general romano.
Ni sabía de lo que estaba hablando ni le importaba.
—En fin —dijo Leo de repente, distrayéndola—, me gusta este artículo, Sue. ¿Qué te parece si lo sacamos en portada?
Todavía descolocada por el reciente descubrimiento, asintió con la cabeza.
—Genial. Bueno… esto… hasta luego.
Los dejó solos y regresó al coche tan rápido como pudo. ¿De verdad podía lograr que Ravyn dejara de servir a Artemisa?
¡La idea le encantaba!
Hasta que llegó a casa y se lo dijo a Ravyn, que no parecía tan contento como ella.
—No —se negó con firmeza.
—¿¡Cómo que no!? —insistió, incapaz de creer que lo tuviera tan claro.
—Que no —repitió él al tiempo que cruzaba los brazos por delante del pecho—. No. No quiero que Artemisa me devuelva el alma.
—¿Por qué no?
—No quiero ser mortal.
Eso no tenía sentido. ¿Por qué no quería recuperar la libertad? A pesar de lo mucho que odiaba sentirse encerrado, la idea de estar eternamente encadenado a una diosa griega no parecía molestarlo mucho.
—Pero es que así podrías…
—No, Susan. Así podría morir. —Meneó la cabeza—. Yo no quiero morir y mucho menos quiero que tú mueras por mi culpa. Quiero que sellemos nuestro vínculo por completo cuando estés preparada para hacerlo y quiero que estemos juntos para siempre. —Señaló hacia la ventana desde la cual podían ver la ciudad—. Tengo un trabajo que hacer aquí en Seattle. Un trabajo muy importante. Si dejo de ser un Cazador Oscuro, volveré a convertirme en un centinela y eso es lo último que quiero.
—¿Qué es un centinela? —preguntó con curiosidad, ya que desconocía el término.
—Resumiendo, es el equivalente arcadio de un Cazador Oscuro. Solo que en lugar de perseguir daimons, los centinelas persiguen katagarios. Además, dejaría de ser inmortal. Pero espera, que ahora viene lo mejor. En cuanto vuelva a ser mortal, los katagarios te pondrán en su punto de mira porque eres mi pareja.
—Ah… —De repente, la idea de que recuperara el alma perdió todo su atractivo—. ¿De verdad lo harían?
—Sí. Estamos en guerra y no se detienen ante nada. —Le colocó una mano en la mejilla y la miró con tanta adoración que consiguió emocionarla—. Pero si eso es lo que quieres de verdad, llamaré a Ash y le preguntaremos sobre la prueba que hay que pasar para recuperar mi alma. Tú decides.
—¿De verdad?
—Sí.
Se mordió el labio mientras lo pensaba.
—¿Y si Ash no nos deja estar juntos mientras sigas siendo un Cazador Oscuro?
—A Cael le permite estar con Amaranda. ¿Por qué iba a impedírnoslo a nosotros?
En eso llevaba razón.
—No sé. A ver, es que al fin y al cabo tú solo «crees» que me quieres…
Ravyn puso los ojos en blanco y se echó a reír.
—Nada de creer, Susan. Te quiero y punto. ¿Por qué si no iba a estar dispuesto a pasar la eternidad a tu lado? ¿Te has parado a pensar lo largo que va a ser?
—Pues no —respondió con una sonrisa picarona antes de besarlo—. Pero estoy dispuesta a averiguarlo.