Susan respiró hondo mientras ponían rumbo a la casa del jefe de policía, situada en el número 18 de la Avenida Sur, cerca de South Lucille Street. A esas horas, con las casas bañadas por la luz de la luna y por las sombras de la noche, reinaba la tranquilidad.
—En una noche como esta es difícil creer lo cruel que puede ser el mundo, ¿verdad?
—Sí —respondió Ravyn—. Por eso no me importa ser un Cazador Oscuro. El silencio de la noche tiene algo que relaja el alma.
—No sabía que tuvieras alma —señaló ella al tiempo que lo miraba con una sonrisa burlona.
Ravyn apartó los ojos de la carretera un momento para mirarla.
—Estaba hablando metafóricamente.
—¡Hala! Menuda palabra viniendo de ti.
Su expresión le dejó claro que le gustaba que le tomara el pelo.
—Sé buena conmigo o te dejo aquí tirada.
—Teniendo en cuenta lo poco que falta para que amanezca, no creo que te convenga irritarme, ¿no te parece?
La pregunta hizo que la mirara con una expresión de fingido resentimiento. Estaba tan guapo que le daban ganas de comérselo. Le encantaba que se tomara tan bien las bromas y que entendiera su sentido del humor. Muchos confundían su sarcasmo con desprecio, pero era su mecanismo de defensa. Además de entenderlo, a Ravyn le gustaba.
Antes de que pudiera decir nada más, detuvo el coche a una manzana de distancia de la casa a la que se dirigían y apagó el motor.
—No creo que debamos advertirlos de nuestra llegada.
No podía estar más de acuerdo con él. De todas maneras, seguía creyendo que era un error lo que estaban haciendo. Echó un vistazo al silencioso vecindario que no dejaba duda sobre sus habitantes: clase media-alta. Todas las casas estaban a oscuras. No había ningún movimiento. Ravyn y ella parecían ser los únicos seres vivos que quedaban en la tierra.
Era un poco espeluznante.
—¿Crees que estarán en casa? —le preguntó.
—No lo sé. No tardará en amanecer. El jefe de policía tendrá que ir al trabajo, así que si no han vuelto todavía, pronto lo harán.
Asintió con la cabeza, pero frunció el ceño cuando cayó en la cuenta de algo.
—A lo mejor te parece una pregunta tonta, pero ¿me dejas que te la haga?
—Claro.
—¿Qué es lo que vamos a hacer exactamente?
La miró con una ceja enarcada.
—El plan es luchar contra los malos y ganar.
El sarcasmo de su voz la llevó a asentir con la cabeza.
—Me parece un plan perfecto. ¿Cómo lo llevamos a cabo?
—No tengo ni idea —respondió al tiempo que salía del coche y cerraba la puerta.
Boquiabierta, lo imitó y corrió para alcanzarlo.
—Espera un momento. Estás de coña, ¿verdad?
—No —contestó él con sinceridad—. Voy a entrar en esa casa para enfrentarme a él.
La respuesta le arrancó unas cuantas carcajadas histéricas.
—¿Me dejas que te diga que este plan tuyo es una tontería como una casa?
—Acabas de dejarlo muy claro. —Le colocó las llaves del coche en la palma de la mano donde había aparecido la marca y la obligó a cerrar el puño—. Eres libre de volver cuando quieras. De hecho, me encantaría que lo hicieras. —Y con eso, hizo ademán de alejarse de ella.
Lo detuvo al tiempo que la embargaba el miedo.
—Ravyn, no vas a dejar que te maten, ¿me oyes?
—Luchar contra los daimons es lo que hago todos los días, Susan —le recordó. Acababa de aparecer un tic nervioso en su mentón—. Para eso me crearon. —Alzó la vista al cielo que comenzaba a clarear por momentos—. Además, la cosa está clara. No tengo tiempo para volver al Serengeti antes de que amanezca. Esto acaba hoy. A mi manera. No a la de ese tío.
—Al amanecer. Menudo topicazo.
Lo vio menear la cabeza antes de que se diera la vuelta para encaminarse a la casa del jefe de policía.
Entretanto, ella siguió donde estaba presa de la indecisión. Sus instintos le pedían a gritos que volviera al coche de Fénix y se marchara sin pensárselo más. Que siguiera conduciendo hasta que toda esa pesadilla quedara muy atrás.
Sin embargo, cuando miró a Ravyn, que ya estaba muy cerca de la casa, supo que era incapaz de hacerlo. Llevaba siglos solo. Si de verdad estaba a punto de enfrentarse a su destino, iría con él.
Eres tonta, le dijo una vocecilla.
Sí, era tonta. Y tal vez también muriera con él esa mañana. Pero al menos se habría enfrentado al hombre responsable de las muertes de Angie y de Jimmy. Se lo debía a sus amigos. Y quería mirar a la cara a dicho hombre, al responsable de que hubieran sufrido ese destino, y decirle lo cabrón que era. Se metió las llaves en el bolsillo y corrió tras Ravyn.
Aunque no esperaba que Susan lo siguiera, se alegró cuando notó que le tiraba de la mano. Entrelazó los dedos con los suyos antes de conducirla hasta la parte posterior de la casa, desde donde podrían entrar.
—¿Tendrá algún sistema de alarma? —la escuchó susurrar mientras él localizaba una ventana lo bastante baja como para poder trepar por ella.
—Es posible.
—Entonces ¿cómo vamos a entrar?
Colocó la palma de la mano en el cristal y cerró los ojos para percibir la presencia de algún dispositivo electrónico alrededor de la ventana. Ahí estaba. Con las dos manos en el cristal, usó sus poderes para inutilizar el sistema. En cuanto lo hizo, abrió la ventana.
Nada rompió el silencio, ya que el sistema no se había percatado de lo sucedido.
Susan meneó la cabeza.
—¿Cómo lo haces?
—Es magia, guapa —contestó con una sonrisa antes de levantarla para que entrara por la ventana.
La siguió en cuanto estuvo dentro y después cerró la ventana y le echó el pestillo. Incluso se tomó el tiempo para colocar bien las cortinas.
La casa estaba en completo silencio y a oscuras. Todas las ventanas estaban protegidas por gruesas cortinas de brocado en tonos marrones y dorados que impedían la entrada de la luz del sol. Definitivamente era la residencia de un grupo de seres noctámbulos con una grave alergia a la luz del día.
El estilo decorativo era una mezcla de antigüedades y muebles modernos. Una casa normal y corriente, con fotografías de Paul, sus hijos y su esposa en las paredes.
Observó con atención las fotografías, en especial la de los hijos. Parecían chicos normales. Hasta que se dio cuenta de que llevaban el mismo estilo de ropa que usaba ella cuando era pequeña. Los hijos del jefe de policía no eran veinteañeros a pesar de aparentarlo. Eran treintañeros.
De repente, se escuchó el sonido de la puerta del garaje. Alguien había llegado a casa.
—¿Qué hacemos? —susurró mientras miraba nerviosa a su alrededor, en busca de un lugar donde esconderse.
—Esperar —contestó Ravyn en voz alta.
Indiferente al peligro que estaban a punto de enfrentar, se sentó en el reposabrazos del sofá de piel marrón, cruzó los brazos por delante del pecho y estiró las piernas cómodamente. Cualquiera que lo viese pensaría que estaba esperando a un adolescente que llevaba toda la noche de marcha.
No entendía cómo podía estar tan tranquilo. Y no le gustaba ni un pelo su estrategia. Menos mal que no trabajaba para el Pentágono. Eso de trazar los planes en el último momento no iba con ella.
—No te preocupes, Ben —escuchó que decía una voz masculina al tiempo que alguien cerraba una puerta, supuestamente la del garaje—, lo atraparemos.
—No me puedo creer que ese cabrón nos mintiera —dijo una segunda voz, esta desde un lugar más cercano.
Se ocultó entre las sombras y rezó en voz baja para que las cosas salieran bien.
—Ya te he dicho que no te preocupes. Pagó cara la mentira. Cogeremos a Kontis y a los demás. Ya lo verás.
—A mí también me gustaría mucho verlo —dijo Ravyn con sarcasmo cuando los dos hombres entraron en la estancia.
Padre e hijo se quedaron petrificados.
—¿¡Qué haces aquí!? —exigió saber el jefe de policía, cuyo rostro pasó del blanco al rojo en cuestión de segundos.
Ravyn se limitó a mirarlo sin moverse y sin parpadear.
—He oído que me estás buscando. Así que se me ocurrió ahorrarte tiempo y venir directamente a verte.
Paul pareció recuperar el control y comenzó a comportarse con el mismo aplomo que Ravyn mostraba.
—Vaya, vaya… qué interesante. ¿Qué me sugieres que hagamos? ¿Arreglarlo a puñetazos?
Ravyn se encogió de hombros.
—¿Por qué no?
—No me gusta ese plan —contestó el jefe de policía, que intercambió una mirada ufana con su hijo.
En fin, al menos en ese punto estaba de acuerdo con él. A ella tampoco le gustaba la idea de Ravyn.
—¿No te gusta? —preguntó Ravyn al tiempo que se colocaba la mano en la barbilla y adoptaba una expresión pensativa—. Entonces ¿qué sugieres?
—Matarte.
Ese plan le gustaba todavía menos.
Menos mal que Ravyn estaba de acuerdo con ella.
—No me gusta tu plan —afirmó—. La idea de mi muerte… —titubeó como si estuviera buscando las palabras y agitó una mano en el aire, frente a su rostro—. No me hace gracia. —Su expresión se tornó letal mientras cruzaba de nuevo los brazos por delante del pecho—. Prefería que murieras tú, claro…
La amenaza no pareció preocupar a Paul en absoluto.
—No podrás matarme.
—¿Por qué no?
Se acercó a ellos antes de contestar.
—Si muero, no os libraréis de las acusaciones de asesinato. La policía os perseguirá eternamente.
Ravyn se echó a reír.
—Eternamente… como si pudieras comprender ese concepto. —Su semblante se puso muy serio de repente—. En mi mundo lo vemos de otro modo. Pero nos estamos yendo por las ramas. Creo que has sobreestimado a tus peones y su tenacidad. Sin embargo, ese no es tu gran error. Tu gran error es pensar que eso me preocupa. Soy un Cazador Arcadio, capullo. Otros seres más listos y peligrosos que tú llevan seiscientos años persiguiéndome.
—Eres tú el que te equivocas. Al subestimar a mis… peones.
Ravyn sintió algo extraño. Como si la casa estuviera plagada de daimons, cosa que no era cierta. No había nadie cuando entraron y el único daimon presente era Ben.
—¿En serio?
—¡Ravyn! —gritó Susan.
Cuando se dio la vuelta la vio en los brazos de un daimon. ¡Mierda!, pensó. ¿Cómo había entrado sin que él lo notara? No tardó en comprender la respuesta. Percibía la presencia de otro enemigo, aunque no sabía exactamente dónde. Debían de haber abierto una madriguera en algún lugar de la casa.
Era imposible predecir cuántos más podían aparecer.
Paul soltó una carcajada desdeñosa.
—Te presento a mi cuñado. Suele salir con mis hijos para asegurarse de que no les pase nada.
Le lanzó una mirada furiosa al daimon, pero sabía que si intentaba acercarse a Susan, le desgarraría el cuello al instante.
—Suéltala.
El daimon negó con la cabeza y esbozó una sonrisa burlona.
—¿Por qué íbamos a hacerlo? —preguntó Paul, que captó de nuevo con toda su atención—. Tenemos todos los ases en la mano.
Volvió a mirar a Susan, cuyo rostro estaba crispado por el miedo. Verla en peligro lo enfurecía.
En ese momento ella intentó zafarse del enemigo, pero no lo logró. La sujetaba con tanta fuerza que el único modo de liberarla sería matándolo. Sin embargo, la tenía justo delante del corazón…
Lo llevaban crudo.
Paul se acercó a una de las ventanas y apartó la cortina.
—¡Vaya, mira! Está amaneciendo. Qué oportuno. —Se giró para mirarlo con una siniestra sonrisa—. ¿Por qué no vienes a verlo, Cazador Oscuro?
—Sabes que no puedo.
—Ya. Pero eso es lo que vas a hacer.
—¡Los cojones!
—Muy bien. —Su mirada se clavó en el daimon—. ¿Terrence? Mata a esa zorra y quédate con su alma.
—¡No! —gritó él—. No te atrevas a tocarla.
—Si no te gusta la idea, a ver qué te parece esta otra. Te veo morir de forma dolorosa para disfrutar de tu sufrimiento y después libero a Susan, siempre y cuando escriba un artículo responsabilizándote de las muertes de los estudiantes de los que mi esposa y mis hijos se han alimentado. Tú mueres, la muerte de mi mujer queda vengada, mis hijos siguen protegidos y Susan sigue con vida… Una vez que jure olvidar todo lo que ha visto.
Resopló ante semejante tontería.
—Como si me fiara de tu palabra. No me has dado ninguna garantía de que siga viva cuando yo muera.
—Tu única opción es fiarte de mí, Cazador Oscuro.
Soltó un taco. Por mucho que odiara admitirlo, Paul tenía razón.
—Dime exactamente cuál es tu plan.
—Es sencillo. Los dos os acercáis a la ventana. Ella la abre, tú te asas y después ella escapa. Obviamente ni Terrence ni Ben podrán perseguirla.
Se lo pensó un momento, pero negó con la cabeza.
—Descarga tu arma. Así sabré que no le vas a disparar por la espalda mientras se aleja. Eres el jefe de policía. Nadie te cuestionaría si lo hicieras.
La expresión de Paul puso de manifiesto que no le hacía mucha gracia, pero acabó cediendo.
—No puedes hacerlo —dijo Susan con una mezcla de ira y miedo en la voz—. No voy a ayudarte a morir.
—Sí lo harás —la contradijo con voz calmada—. Es la ley de la selva. Hay que hacer cualquier cosa para sobrevivir. Y solo sobrevivirás si yo muero.
—Pero tú no estás intentando sobrevivir. ¿No deberías estar luchando?
—No. Estoy buscando el modo de que mi pareja sobreviva. Es lo normal entre nosotros.
Susan apretó los dientes, desgarrada por el miedo y el dolor. Para ella eso no era normal. No quería verlo morir para sobrevivir. No estaba bien.
Ravyn miró de nuevo al jefe de policía.
—Dale las balas.
¡No!, exclamó su mente mientras intentaba luchar contra Terrence. El muy cabrón la tenía bien agarrada y no podía zafarse de él. Pero tenía que hacerlo. No iba a dejar que Ravyn muriera.
Mucho menos de esa manera.
Vio que Paul se sacaba la pistola de la funda que tenía pegada a la base de la espalda y le sacaba las balas antes de ofrecérselas.
Ravyn lo estaba mirando con los ojos entrecerrados.
—Dispara a la pared. Quiero ver si de verdad está descargada.
Paul lo obedeció con evidente desagrado. Lo único que se escuchó fue el ruido metálico del gatillo, lo que demostró que había cumplido su parte del trato.
—¿Estás contento?
—Con lo de la pistola, sí. Con tu plan, ni de coña. —Giró la cabeza para mirar a Susan.
En cuanto esos ojos negros se clavaron en ella, dejó de luchar. La triste resolución que vio en ellos y la sombría determinación de su rostro hicieron que le diera un vuelco el corazón.
—No hagas esto, Ravyn. Encontraremos otro modo.
Aunque lo que quería era tocarla por última vez, acariciar la suavidad de su piel, se conformó con ofrecerle una sonrisa.
—No pasa nada. Mi vida ha sido muy larga.
En ese momento Susan comprendió que lo amaba de verdad.
Que no quería seguir viviendo si él moría.
El daimon la llevó hasta la ventana.
—Abre el pestillo, Susan —le dijo Paul con sorna—. Cuando lo hagas, Ravyn se acercará y te ayudará a salir.
Metió la mano entre las cortinas para hacerlo, pero en ese momento se le ocurrió algo. El modo de salir de ese aprieto.
El modo de salvar a Ravyn.
—Ya está abierta —dijo.
Terrence asintió con la cabeza y se apartó de la ventana en dirección a un rincón cercano al lugar que ocupaba Ben.
—Muy bien —replicó Paul con una carcajada—. Ya puedes acercarte a ver la luz del sol, Cazador Oscuro.
Con el corazón desbocado, notó cómo Ravyn se acercaba a ella por detrás. Cerró los ojos para disfrutar de su cercanía y del calor que irradiaba su cuerpo.
Su decisión se hizo más firme.
—Sé que acabo de conocerte, Susan —lo escuchó decirle al oído—, pero creo que te quiero.
Su mano agarró con más fuerza el picaporte de la ventana, crispada por la repentina furia que la invadió. En lugar de reconfortarla, las palabras de Ravyn la habían enfurecido. Lo miró por encima del hombro echando chispas por los ojos.
—¿Cómo que crees? ¿¡Qué es eso de que crees que me quieres!? ¿¡Es que no lo tienes claro!?
—¿Por qué estás tan enfadada? —le preguntó él, totalmente perdido—. Estoy intentando morir… noblemente. Por ti. Para salvarte.
—Pues en ese caso ya podías haberte muerto sin abrir la boca, porque me has cabreado. ¿Cómo que crees? ¡Crees que me quieres! Está claro que lo has soltado sin pensar, porque si te hubieras parado a hacerlo un segundo, te habrías dado cuenta de lo mucho que iba a cabrearme. ¡Uf! —Aprovechó la furia que sentía y, en lugar de lanzarse a por él para matarlo, agarró la pesada cortina y tiró de ella con todas sus fuerzas antes de que los demás reaccionaran.
La barra de la cortina se desprendió de la pared y, mientras caía, ella alzó la tela para que cayera sobre Ravyn y lo protegiera de la luz del sol que acababa de inundar la estancia a pesar de que ese idiota no la tenía muy contenta.
Los daimons soltaron sendos alaridos en cuanto el sol los bañó y estallaron en llamas. Apartó la mirada para no presenciar el horrible momento de sus muertes. Ojalá pudiera evitar el olor del mismo modo, pensó. El hedor de la carne quemada era insoportable. En cuestión de un minuto Ben y Terrence estuvieron muertos. Lo único que quedaba de ellos eran dos humeantes montones de ceniza en la alfombra persa verde.
—¡Ben! —aulló Paul, presa del dolor—. ¡No! —Se abalanzó sobre ella para descargar toda su furia—. ¡Puta asquerosa! Voy a matarte por esto.
Estaba a punto de alcanzarla cuando Ravyn, que había adoptado su forma de leopardo, se lo impidió. Ambos cayeron al suelo con fuerza, pero Ravyn lo inmovilizó mordiéndole en un hombro.
Paul logró ponerse en pie mientras se protegía el brazo herido y echó a correr hacia la escalera con Ravyn pisándole los talones.
Ella los siguió, pero se detuvo al ver que aparecía un tío altísimo en el descansillo superior de la escalera. Llevaba vaqueros, un jersey de cuello vuelto negro y una chupa de cuero. Ravyn se detuvo nada más verlo y Paul continuó corriendo escaleras arriba, hasta llegar a su lado.
—Stryker… —jadeó al tiempo que se giraba para mirarlos desde arriba—. ¡Mátalos!
El nombre del daimon la dejó boquiabierta. Así que ese era el infame líder que Nick había mencionado. Era alto, de complexión atlética, pelo negro y llevaba gafas de sol. No se parecía al resto de los daimons, que eran todos rubios.
Sin embargo, eso no hacía mella en su poderosa presencia. Irradiaba un aura brutal casi irresistible, y su actitud ponía de manifiesto que le gustaba la crueldad y que había ido en busca de sangre.
De su sangre.
Ravyn adoptó forma humana de inmediato y se vistió mientras observaba al daimon, con semblante serio.
—¿Por qué quieres que los mate? —preguntó Stryker con voz aburrida.
La furia de Paul se transformó en confusión.
—Es un Cazador Oscuro. ¡Muerte a los Cazadores Oscuros! Eso es lo que habíamos acordado, ¿no? —El miedo teñía su voz.
Stryker asintió con la cabeza.
—Ese es mi lema. Pero hoy tengo algo diferente en la agenda. —Agarró a Paul por el cuello y lo estampó contra la pared, donde lo sostuvo de modo que sus pies no tocaran el suelo.
El jefe de policía alzó las manos para intentar liberarse de la que tenía alrededor del cuello. Su rostro se fue enrojeciendo por momentos.
El semblante de Stryker ponía de manifiesto la ira que lo consumía.
—Eres un cabrón mentiroso. Has traicionado mi confianza y me has dado una puñalada trapera.
—¡Eso no es cierto! —exclamó Paul entre resuellos—. Yo no he hecho na… nada.
—¡Sí que lo has hecho! —Lo apartó de la pared, pero volvió a estamparlo contra ella al instante—. Cuando apuñalaste a Trates, mi mano derecha, mi lugarteniente, me apuñalaste a mí. ¡A mí! Y no consiento que nadie lo haga. ¿Lo entiendes, imbécil? Si te permitiera seguir con vida después de lo que has hecho, me convertiría en un cobarde inútil a los ojos de mis hombres, y no puedo permitirlo de ninguna de las maneras.
Ravyn subió un par de escalones.
—¡No sigas! —le advirtió el daimon—. Esto no tiene nada que ver contigo, Cazador Oscuro. Tu mujer y tú sois libres de marcharos.
—Sabes que no puedo hacerlo —replicó, meneando la cabeza—. Por muy bajo que haya caído, sigue siendo humano y juré salvar a los humanos de los daimons.
Stryker soltó un suspiro cansado antes de que su rostro se crispara.
—¡Spati!
En un abrir y cerrar de ojos veinte daimons aparecieron de la nada. Tres al lado de Susan y el resto en la escalera, entre Stryker y él.
Corrió escaleras arriba, pero los daimons lo apresaron y lo llevaron junto a Susan, que ni siquiera había intentado luchar ya que era obvio que esos tíos eran capaces de darles palos hasta en el carnet de identidad.
Stryker se giró de nuevo hacia Paul y abrió la boca para enseñarle los colmillos.
—Antes de matarte, quiero que sepas que en cuanto el sol se ponga, mis hombres irán a la caza de todos los humanos que te han ayudado. De todos ellos. Como venganza por tu traición. Ningún patético humano asesina a uno de mis daimons. Jamás.
Los ojos de Paul estaban a punto de salir disparados de sus órbitas.
—No. ¡No puedes hacer esto! Íbamos a unir nuestras fuerzas para gobernar Seattle. ¡Hicimos un trato!
—¿Lo dices en serio? ¿Y crees que sigue vigente después de haber matado a Trates? Para que lo sepas, ahora tengo un aliado mucho mejor que tú. —Sin mediar más palabra, se quitó las gafas de sol y le clavó los colmillos en el cuello.
Asqueada por la imagen, Susan se dio la vuelta y cerró los ojos con fuerza justo cuando escuchaba el grito de dolor de Paul. Su voz reverberó por toda la casa y la dejó helada. Pese a todo lo que había hecho, se compadeció de él. Nadie merecía morir de esa manera. Lo escuchaba golpear la pared con los pies mientras gritaba suplicando clemencia, pero fue inútil. Ni sus esfuerzos ni los de Ravyn, que intentaba zafarse de los daimons que lo inmovilizaban, sirvieron de nada.
De repente, reinó el silencio.
Un silencio tan sobrecogedor que la puso de los nervios. ¿Serían ellos los siguientes?
Escuchó un golpe en el descansillo de la escalera y cuando giró la cabeza vio asqueada que Paul yacía a los pies de Stryker, que se estaba limpiando con el brazo la sangre que le chorreaba por la barbilla.
Lo vio ponerse las gafas mientras pasaba tranquilamente por encima del cuerpo para bajar la escalera hasta llegar frente a Ravyn. En ese momento se relamió los labios con cara de asco, como si el sabor le resultara desagradable.
—Menudo gallina. Su alma es tan patética que no merece la pena ni como entremés.
—¡Cabrón! —gritó Ravyn, que intentó abalanzarse sobre él en vano, porque los daimons lo retuvieron.
Stryker se limitó a reírse.
—Lo soy y me encanta.
—¿Lo matamos, milord? —preguntó uno de los daimons.
Stryker ladeó la cabeza como si estuviera meditando la respuesta.
—Hoy no, Davyn. Hoy vamos a mostrar clemencia a nuestro digno oponente. Al fin y al cabo, me ha confirmado que no hay que confiar en los humanos. Solo los inmortales comprendemos las reglas de la guerra. —Caminó entre sus hombres para plantarse frente a él—. Debo admitir que me has impresionado, Kontis. Has sobrevivido a todo lo que te he lanzado y tu actitud de hoy me ha gustado. Me preguntaba cómo saldrías del apuro. —Su mirada se clavó en Susan y su expresión se suavizó—. Me recuerdas a mi mujer. Ella sí que tenía valor y al igual que tú, era capaz de plantarme cara aunque estuviéramos en mitad de una batalla contra el enemigo.
Por algún motivo que no alcanzaba a comprender, esas palabras le provocaron una punzada de compasión. Saltaba a la vista que había querido muchísimo a su mujer.
—Hay una cosa que siempre he respetado por encima de todo lo demás. La fuerza. —Volvió a mirar a Ravyn—. Libraremos nuestra batalla otra noche, primo. Por ahora… paz. —Con esas palabras abrió el portal y lo atravesó.
Los daimons los liberaron y siguieron a su líder sin más.
—¿Esto es lo normal? —le preguntó a Ravyn totalmente alucinada por lo que había presenciado.
—No —contestó, tan pasmado como ella—. Creo que lo que hemos visto ha sido algo insólito para todos ellos.
—¡Joder! —exclamó, soltando el aire con fuerza—. Menudo día llevamos y eso que no son ni las seis y media de la mañana.
—Y que lo digas.
Agradecida por el hecho de estar viva, se acercó a él para que la abrazara. Lo estrechó con fuerza mientras cerraba los ojos… pero recordó lo que había dicho un rato antes.
—¿¡Crees que me quieres!?
—¿Otra vez estás con esas?
—Sí. ¿No te parece que has sido muy insensible? Yo pensando que significaba algo para ti porque estabas dispuesto a morir para salvarme, y vas y sueltas que no sabes si me quieres. Dejas claro que prefieres morir a seguir viviendo y… ¿cómo lo llamas? ¿Emparejarnos? Muchas gracias. No ha sido una declaración de lealtad, desde luego. Estarías dispuesto a morir por cualquier tía buena con la que te cruzaras.
—Eso no es verdad —la contradijo, mirándola con el ceño fruncido—. Si solo fueras una tía buena, no habría intentado que las cosas fueran especiales entre nosotros.
—Pero de todas formas habrías muerto por ella, ¿no?
—Yo no he dicho eso.
—¡Pero eso es lo que sugiere tu actitud!
Antes de que pudiera seguir discutiendo, Ravyn la silenció con un beso que le robó el sentido.
En cuanto notó el roce de su lengua, se derritió. La cabeza comenzó a darle vueltas al tiempo que el torbellino emocional se detenía, dejándole una cosa clara: amaba a ese hombre.
Antes de apartarse de sus labios, Ravyn le dio un lametón que puso punto y final al beso.
—¿Estás mejor? —le preguntó, apoyando la frente sobre la suya.
—No lo sé. Creo que necesito otro beso para asegurarme.
Entre carcajadas, la alzó en brazos y la besó de nuevo.
Sí… funcionaba. Definitivamente se sentía mucho mejor. Hasta que recordó algo.
—¿Cómo vamos a volver a casa?
—Me da que tendrás que conducir tú. —Echó un vistazo hacia el descansillo de la escalera, donde yacía el cuerpo de Paul—. Tenemos que salir de aquí y avisar a la policía.
—Sí, no quiero seguir aquí ni un minuto más. Ya he visto suficientes muertes por un día.
Volvió a besarla de nuevo antes de alejarse de ella para adoptar su forma felina.
Lo observó un instante antes de echarse a reír. Así que esa sería su vida desde ese momento en adelante…
Era demasiado hasta para ella.
—En fin —dijo en voz baja—, siempre he deseado acariciar a un gato salvaje.
—Nena, puedes acariciarme siempre que te apetezca.
Era raro escuchar su voz en la cabeza.
—¿Tú también puedes leer mis pensamientos como Ash?
—No.
Menos mal. No sabía por qué, pero no le gustaba ni un pelo esa posibilidad. Aliviada, se arrodilló en el suelo y le enterró una mano en el pelo. Comenzó a estornudar de inmediato.
—Acabo de acordarme de una cosa. El antihistamínico. Creo que tendremos que invertir en alguna compañía farmacéutica o algo. —Se sorbió la nariz mientras se ponía en pie y, cuando abrió la puerta de la calle, recordó que la luz del sol le hacía daño incluso en su forma de leopardo.
En lugar de acompañarla hacia la puerta, lo vio retroceder con un siseo. Con el corazón en un puño, se quitó el abrigo para echárselo por encima.
—No servirá de nada.
La voz de Dorian, o la de Fénix, la sobresaltó. Alzó la vista y vio a los gemelos en el salón, acompañados por su padre. Temerosa de lo que pudieran a hacerle a Ravyn, ya que en ese lugar no estaba protegido por las leyes del santuario, se interpuso entre ellos.
—¿Qué hacéis aquí?
Gareth se adelantó con esa forma tan peculiar y letal de moverse que tanto le recordaba a Ravyn. Con los ojos entrecerrados, olisqueó el aire cuando estuvo a su lado, como si acabara de oler algo desconcertante.
Ravyn se transformó al instante.
—Déjala tranquila. Ella está al margen de nuestros problemas.
Antes de que cualquiera de los dos pudiera moverse, Gareth le agarró la mano y se la giró para ver la marca de emparejamiento. La sujetaba con tanta fuerza que le hizo daño en la muñeca.
—¿Lo amas?
—Eso no es asunto tuyo.
—Suéltala —masculló Ravyn.
Gareth hizo oídos sordos. En lugar de soltarla, miró a su hijo con expresión gélida.
—Sería muy fácil matarte ahora mismo. —En ese momento apareció un brillo extraño en sus ojos—. A pesar de lo que crees, quería a tu madre más que a mi propia vida. Quería vincularme a ella, pero se negó. Su mayor temor era que los dos muriéramos dejándoos huérfanos. Pienso en eso todas las noches. En lo enfadada que estaría si supiera lo que te hicimos.
Susan miró a Ravyn y vio la angustia que se reflejaba en sus ojos.
—Tenías razón, y me alegro de que te tenga a su lado —siguió Gareth, que en esos momentos la estaba mirando a ella después de soltarle la mano—. No espero que nos perdones —le dijo a Ravyn—, pero nos necesitas para volver a casa a plena luz del día. —Le ofreció la mano.
Ravyn titubeó, asaltado por todo el dolor de su pasado. Sin embargo, llegados a ese punto comprendió que seguía siendo el niñito que quería a su padre. El niñito que solo quería volver a casa. El problema era que su casa quedó destrozada trescientos años atrás. No había forma de recuperar la familia que un día fueron.
Miró a Susan, cuyos ojos aguardaban expectantes a que aceptara la invitación de su padre. Ella era su familia y haría cualquier cosa por ella.
Sin embargo, para protegerla… para amarla, tendría que vivir.
No estaba listo para perdonar todo lo que le habían hecho, ni mucho menos, pero su padre estaba haciendo un esfuerzo y él no era de los que rechazaban una oferta nacida de la sinceridad.
De modo que aceptó la mano de su padre aunque no tuviera nada claro su futuro.
—¿Fénix? Lleva a Susan a casa.
Susan observó pasmada cómo Ravyn desaparecía con su padre.
—¿Qué van a hacer?
—Tranquila —respondió Dorian—. Nadie va a hacerle daño.
—Yo no lo tengo claro —replicó Fénix con brusquedad—. ¿Dónde coño está mi coche?
La pregunta le arrancó una carcajada.
—A una manzana de aquí —contestó al tiempo que se sacaba las llaves del coche del bolsillo para dárselas.
—¿Le ha pasado algo?
—No.
Mientras Dorian reía, Fénix soltó un suspiro aliviado.
Fue Dorian quien cogió las llaves.
—Yo conduzco. —Y con esas palabras, desapareció.
Fénix le ofreció una mano.
—¿Confías en mí?
—Ni de coña, pero sé que Ravyn te arrancará la cabeza de cuajo si me haces algo.
—No has respondido la pregunta de mi padre —dijo él, con la mirada clavada en la palma de su mano—. ¿Amas a mi hermano?
—¿Por qué queréis saberlo?
—Porque si lo amas, debes vincularte a él. Hazme caso. No hay mayor sufrimiento en este mundo que el de saber que perdiste lo que más querías por ser un cobarde. No cometas el error que yo cometí.
En ese momento descubrió que respetaba a ese hombre. Se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla.
—Gracias.
Lo vio inclinar la cabeza antes de aceptar su mano y apenas lo hizo descubrió que volvían a estar en el Serengeti.
Las siguientes dos semanas pasaron en un abrir y cerrar de ojos mientras la normalidad regresaba a sus vidas. Gracias a Leo y a los escuderos que trabajaban en el departamento de Asuntos Internos de la policía de Seattle, fueron exculpados de las acusaciones de asesinato que pesaban sobre ellos y que recayeron sobre el verdadero culpable.
Paul.
Incluso le permitieron escribir un artículo sobre el tema que llamó la atención de la Asociación de Prensa. En cuanto los periódicos del país se hicieron eco de la noticia y todo el mundo leyó su relato sobre las cuarenta y ocho horas en las que había estado en el punto de mira de un asesino en serie que no era otro que el jefe de la policía, le llovieron las ofertas de trabajo.
La verdad sea dicha, estaba considerando algunas. Su sueño siempre había sido volver a tener un empleo digno.
Sin embargo, para hacerlo tendría que abandonar a Ravyn…
El entierro de Angie y Jimmy se celebró una tarde cálida y agradable. Ravyn no pudo estar presente en forma humana por razones evidentes, pero insistió en acompañarla en forma de gato.
Era el detalle más bonito que nadie había tenido con ella. Protegió el transportín con una tela oscura durante el funeral y lo acarició a través de los agujeros.
Cuando por fin acabó y volvieron a su casa, la abrazó durante horas mientras ella lloraba y recordaba todos los años que había pasado junto a sus amigos.
Cada hora que pasaba a su lado le dejaba más claro que lo quería con locura.
—¿Susan?
La voz de Ravyn la devolvió a la realidad. Estaba sentada frente al ordenador, pero se puso en pie y echó a andar hacia el pasillo. Al llegar a la galería, lo vio en el espacioso salón de la planta baja.
—¿Qué?
—Hay una llamada del Post. Quieren una respuesta.
Vio el miedo en sus ojos. Todavía no se habían comprometido oficialmente. Ravyn quería darle todo el tiempo que necesitara, pero la fecha final se acercaba y si no lo hacían pronto, acabaría castrado.
—Vale. Voy.
Ravyn tragó saliva mientras observaba a Susan volver a su despacho. Tenía la sospecha de que estaba a punto de aceptar el empleo en Washington D.C.
Al fin y al cabo, era lo que siempre había soñado.
Sin embargo, su sueño acabaría destrozándolo. No quería que lo dejara. La quería a su lado.
Sé fuerte, se reprendió. Su parte animal sabía que no podía encerrar a una persona en una jaula y esperar que siguiera viviendo feliz y contenta. Susan necesitaba ser libre para crearse una nueva vida… con o sin él.
Con el corazón en un puño, volvió a su dormitorio y cogió el teléfono. Parte de sí mismo quería escuchar la conversación, pero no podía hacerle eso a Susan.
Sería ella la que le diera las noticias.
Se sentó, cogió el libro que estaba leyendo e intentó concentrarse en la lectura. Imposible. No paraba de pensar en lo que sería la vida sin ella.
Y sabía la respuesta. Llevaba siglos viviendo así.
En ese momento se abrió la puerta y vio que Susan entraba con una expresión muy seria en la cara.
Había llegado el momento. Iba a decirle que se iba y luego se pondría a hacer las maletas. Hizo acopio de valor y la observó mientras se acercaba a la cama y le ofrecía su último artículo. Seguro que un segundo artículo consolidaría su regreso al periodismo de investigación.
Se obligó a disimular y lo cogió para leerlo. El corazón le dio un vuelco al instante.
ME HE CASADO CON CATMAN
Sí, mi marido tiene una caja con arena, pero al menos no se escaquea por la noche…
—¿Qué coño es esto?
—Mi artículo.
—No lo entiendo.
Susan se echó a reír.
—Tengo que mandárselo a Leo. Acabo de llamarlo y me ha dicho que mi puesto sigue vacante.
—Creía que lo odiabas.
—Ya no. Acabo de darme cuenta de que puedo pasármelo mucho mejor trabajando con él de lo que lo haría en el Post o en el Wall Street Journal. Además, así podré seguir haciéndole mimos al hombre gato más guapo de la ciudad.
—¿Te quedas? —le preguntó, incapaz de creérselo.
—¿Estás sordo o qué? Sí. Así que, dime ¿me vas a convertir en una señora casada o no?
La pregunta le arrancó una carcajada y la abrazó mientras hacía desaparecer la ropa.
—Sí, nena. Y que sepas que voy a asegurarme de que tú tampoco te escaqueas por las noches.
El roce fresco del aire en la espalda le provocó un escalofrío, pero la cálida caricia de la mano de Ravyn alivió la sensación. Al instante, se recogió el pelo en una coleta por arte de magia para que no estornudara… demasiado.
Semejante consideración la hizo estallar en carcajadas. Se pegó a él y le tomó la cara entre las manos para besarlo. No acababa de creerse que jamás volvería a estar sola.
Ravyn siempre estaría a su lado.
Era su familia. Al igual que lo eran Leo, Otto y Kyl. Aunque más bien parecieran primos asesinos… tenía una familia y eso superaba con creces todos sus deseos.
No. Ravyn era quien superaba con creces todos sus deseos. ¿Cómo podía ser el hombre de su vida el menos indicado? No tenía sentido, pero así era. Con ningún otro podría sentirse tan cómoda como se sentía con él. Ravyn la complementaba a la perfección.
Cuanto más lo conocía, más lo amaba.
El sabor de los labios de Susan lo embriagaba. Jamás había imaginado que encontraría a otra compañera, pero allí la tenía.
Susan. La irritante, tierna y preciosa Susan. Susan, que superaba con creces todos sus deseos. Se apartó de sus labios para apoyarse en su mejilla y aspirar el olor floral de su pelo…
Hasta que la escuchó estornudar.
Sonrió y la hizo girar sin apartarla de sus brazos.
—¿Qué vamos a hacer? —la escuchó preguntar.
—El ritual —le susurró al oído. Le ofreció la mano marcada—. Dame la mano en la que tienes la marca.
En cuanto lo obedeció, Ravyn entrelazó sus dedos y le acarició el cuello con la barbilla.
El roce áspero de esa piel le provocó un millar de escalofríos. Le encantaba sentirlo así.
—Ahora tienes que guiarme hasta el interior de tu cuerpo.
Eso era más fácil de decir que de hacer, comprendió al tiempo que resoplaba. A ver cómo se las apañaba si lo tenía detrás y uno de sus brazos la rodeaba por la cintura…
—No sé si te has dado cuenta, pero no soy contorsionista. ¿¡Cómo quieres que lo haga!?
Ravyn se echó a reír y le dio un beso en la mejilla al tiempo que capturaba un pecho con la mano libre. El áspero roce de la palma de su mano sobre el pezón la puso a cien.
—Yo lo haré, pero tienes que decir que me aceptas como compañero.
—Para eso estamos desnudos, ¿no?
—Susan —dijo con voz seria—, este paso es muy importante para nosotros. Según nuestras leyes, no se me permite tomar a una mujer como compañera a menos que me acepte por completo y que acepte también nuestras costumbres. No soy katagario, así que no puedo imponerte mis deseos. Soy arcadio y los arcadios siempre hemos honrado el carácter sagrado de este momento.
Susan se inclinó hacia atrás para poder mirarlo a los ojos.
—Jamás he tenido nada tan claro en mi vida, Ravyn. Te quiero como compañero.
—¿Para toda la eternidad?
—Para toda la eternidad.
Su expresión se relajó mientras inclinaba la cabeza para morderle la nuca. Se estremeció de placer al mismo tiempo que se hundía en ella desde atrás. Se puso de puntillas y volvió a descender sobre su miembro, tomándolo por completo en su interior. Sentía una especie de quemazón en la mano.
Ese era el momento más increíble de toda su vida. Ravyn la aferraba por la cadera mientras la abrazaba por la cintura para que sus manos siguieran unidas. Así que en eso consistía el emparejamiento…
Le gustaba.
Ravyn gimió mientras aumentaba el ritmo de sus movimientos y ella salía al encuentro de cada una de sus embestidas. Estaba tan empapada y tan caliente que no sabía si podría seguir soportándolo, pero estaba dispuesto a hacer las cosas con calma. Esa era la primera vez que harían el amor como una pareja y quería que los dos llegaran al orgasmo a la vez.
Era suya. El afán posesivo lo consumió. Mientras vivieran jamás podría volver a acostarse con otra mujer. Solo Susan lo satisfaría, y no tenía nada que ver con el hecho de que las Moiras lo hubieran decretado de ese modo. Sino con el hecho de que la amaba. Con locura. Con todo su ser.
En otro tiempo, semejante compromiso lo habría hecho salir pitando sin mirar atrás, pero después de todos esos siglos, estaba deseando tenerla a su lado.
Porque no era una mujer con la que pasar un rato sin más. Era su pareja. Su amiga. Solo ella sabía cuánto le gustaba que le acariciasen las orejas. Y por mucho que le picara la mano, todas las noches se las acariciaba cuando estaban en la cama. Tal como estaba haciendo en ese momento.
Sus caricias le provocaron un estremecimiento. Se corrieron juntos y fue el momento más placentero de su vida.
Antes de que su vínculo acabara de forjarse, le soltó la mano. No estaba preparado para llegar a ese extremo todavía.
No hasta que estuviera dispuesta a unirse a él por completo, como él lo estaba. Susan todavía tenía decisiones que tomar en su vida y no quería forzarla a nada. No estaba dispuesto a arrebatarle esas decisiones, sobre todo cuando a él le habían arrebatado la vida y sabía muy bien lo duro que era.
—Te quiero, Susan —le dijo al tiempo que le daba un beso en la mejilla.
—Yo también te quiero, Ravyn —le aseguró ella con voz ronca sin dejar de acariciarle la oreja con la mano.