15

Satara se trasladó directamente a Kalosis. Por primera vez desde que era asidua del lugar no encontró a su hermano en el salón, también llamado «sala de guerra» por buenas razones. La estancia estaba vacía y solo su trono descansaba en el centro de la misma.

El inesperado silencio le resultó sobrecogedor.

Los daimons que por regla general se reunían en el salón debían de estar en sus casas, las cuales se alineaban en las oscuras calles de ese plano existencial donde el sol estaba permanentemente vetado.

Según la leyenda atlante, el palacio perteneció en otro tiempo a Misos, el dios atlante de la muerte y la violencia. Arcón, el pacífico rey de los dioses, creó ese plano para controlar a Misos y mantenerlo encerrado junto con todos sus servidores, que masacraban tanto a los atlantes como a la Humanidad.

El trono negro de Stryker, en cuya superficie había tallados dragones, calaveras y tibias, había sido creado por Tasos (la personificación atlante de la muerte) para Misos, a fin de que lo ocupara mientras regía sobre los condenados enviados a Kalosis para sufrir el tormento eterno. En última instancia Arcón había encerrado en Kalosis a su propia reina, Apolimia, que se veía obligada a soportar esa prisión mientras su hijo siguiera con vida.

Después de que su amado hijo muriera, la reina había abandonado su encarcelamiento y había destruido a todo el panteón atlante tal como las Moiras habían profetizado. Sin embargo, a medida que avanzaba por Grecia, asolándolo todo a su paso, los dioses griegos descubrieron el modo de volver a encerrarla en Kalosis.

Nadie sabía cómo lo habían conseguido y ninguno de los implicados había dicho nunca nada al respecto.

Sin embargo, poco después de que la diosa fuera nuevamente encarcelada, consiguió traspasar con la mente las barreras de ese plano existencial hasta localizar a Stryker, a quien convocó ante su presencia para enseñarle cómo arrebatar las almas humanas a sus legítimos dueños y así salvar a su gente.

Aquel fue un día infernal…

Y agradecía que su hermano hubiera sobrevivido porque gracias a él tenía la oportunidad de acabar con la esclavitud que suponía ser una de las doncellas de Artemisa. Eso si encontraba a ese cabrón para darle las noticias, claro.

Consciente de que tenía muy poco tiempo, corrió por los pasillos del palacio en su busca.

Lo encontró donde menos lo esperaba, en su dormitorio.

Y no estaba solo. Había otros seis daimons, hombres y mujeres, acostados en la cama con él. Eso sin contar con los dos que se lo estaban montando en el suelo, delante de ella.

No supo muy bien qué la dejó más alucinada, si el hecho de pillarlo en plena orgía o el de descubrir que practicaba el sexo con alguien. Habida cuenta de su frialdad, ni siquiera se le había ocurrido que pudiera gustarle.

Claro que tampoco parecía estar muy pendiente del trío, dos mujeres y un hombre, que intentaba complacerlo. En realidad parecía aburrido y preocupado.

—¡Lo siento! —gritó. Todos se quedaron paralizados al escucharla—. Siento muchísimo interrumpir, pero tengo un asunto que creo que a Stryker va a interesarle mucho y no puedo esperar a que terminéis.

Stryker apartó a la mujer que tenía encima y se sentó.

—Dejadnos.

Sin decir una palabra los daimons recogieron la ropa y pasaron por su lado de camino a la puerta.

Stryker fue un poco más lento a la hora de ponerse un batín que dejó sin abrochar al salir de la cama.

Vale. Si no tenía reparos en estar desnudo…

Se plantó frente a ella al tiempo que se limpiaba una gota de sangre de la comisura de los labios, tras lo cual se lamió el dedo.

—Ya que has interrumpido mi cena y todavía tengo hambre, ¿te importaría abreviar?

Sus palabras la dejaron pasmada.

—¿Eso era la cena?

La miró con expresión hastiada mientras acortaba la distancia que los separaba.

—Sí. Me gusta jugar con la comida antes de comérmela.

Eso era más propio del ser cruel que conocía. Sin embargo, no había ido para hablar de ese tema.

—Aquerón ha salido del Olimpo y Artemisa me ha convocado. Pensé que te gustaría saber que está en Seattle con sus Cazadores Oscuros.

Su hermano soltó un suspiro exasperado.

—Ni siquiera esperaba que lo mantuviera encerrado tanto tiempo. —Guardó silencio antes de mirarla—. ¿Eso es todo?

—No. Acabo de llegar del Serengeti, donde me he enterado de algo muy jugoso.

Susan hizo una mueca de dolor mientras Ravyn le colocaba una bolsa de hielo en el ojo.

—Con lo bien que te manejas en mitad de una pelea, me resulta increíble que te haya vencido el indefenso marco de una puerta …

Lo miró con los ojos entrecerrados.

—Dado el tamaño del chichón, tan indefenso no estaba. Ese marco tiene un poderoso gancho de izquierda. Además, la culpa no ha sido mía. Me distrajeron.

—¿Quién?

Quién no, más bien qué. Fue su culo, la verdad sea dicha. Pero no estaba dispuesta a darle la satisfacción de saber que estaba tan hipnotizada por su cuerpo que ni miraba por dónde iba.

—No me acuerdo.

—Ajá.

—De verdad que no.

Ravyn le retiró el pelo de la frente con cuidado sin apartarle la bolsa de hielo de la ceja.

—Estuviste genial en la pelea, por cierto.

—Gracias, pero no hice ni la mitad que vosotros. —Le dio un vuelco el corazón al recordar de buenas a primeras a Belle, y su mente recreó otra imagen mucho más inquietante. Ravyn tendido en el suelo… después de que lo hubieran ejecutado del mismo modo que a la Cazadora Oscura.

Alzó la vista, pero fue incapaz de desterrar la imagen de su mente. Habían matado a Belle fácilmente. Para ser tan poderosos, los Cazadores Oscuros tenían un horrible talón de Aquiles.

Claro que, pensándolo mejor, la mayoría de los seres, ya fueran sobrenaturales o no, solían morir cuando los decapitaban. Era imposible reparar el daño a menos que se estuviera en una comedia televisiva o en una película de terror.

En ese momento alguien gritó en la planta alta y el susto le hizo dar un respingo por culpa del cual se hizo daño en la frente con la bolsa de hielo. De repente, escucharon que alguien corría antes de que algo pesado cayera al suelo.

—¿Qué pasa ahora? —murmuró, cansada de la lucha constante por mantenerse con vida. Sinceramente, estaba deseando disfrutar de unos minutos de tranquilidad.

—No lo sé —contestó Ravyn, que le pasó la bolsa de hielo antes de ir a echar un vistazo.

Ella soltó la bolsa en el colchón y lo siguió. Subieron deprisa la escalera para ver qué había pasado en el bar.

La familia de Ravyn al completo estaba allí, junto con otros dos arcadios y la doctora que conoció el día que entró por primera vez al Serengeti.

Sin embargo, fue Jack el que logró captar toda su atención. Estaba sentado en el suelo, llorando y meciéndose hacia atrás y hacia delante.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó Ravyn a Terra, que estaba en un lateral, observando a Jack con incredulidad.

—Patricia ha muerto hace unos minutos a causa de las heridas —contestó la pareja de su hermano con una mirada triste.

Las noticias la dejaron helada.

—¡No es justo! —gritó Jack mientras se mesaba el cabello—. Nunca le ha hecho daño a nadie. ¿Por qué ha muerto? ¿¡Por qué!?

La doctora le dio unas palmaditas en la espalda al tiempo que alzaba la vista hacia Dorian.

—Creo que deberíais volver al trabajo. Yo me ocupo de Jack.

Todos asintieron antes de obedecerla.

El padre de Ravyn se demoró un momento para mirar a su hijo con los ojos entrecerrados y cara de asco.

—¿Por qué sigues aquí?

Ravyn no le dio la satisfacción de mostrarle ninguna emoción.

—Yo también te quiero, papá.

El rostro de Gareth mostró tal furia que estaba segura de que se iba a abalanzar sobre Ravyn en cualquier momento. Posiblemente lo habría hecho si Dorian no se lo hubiese llevado.

El rostro de Ravyn no delataba emoción alguna, pero sus ojos ponían de manifiesto lo mucho que le dolía el rechazo de su padre. En ese momento su odio por Gareth se acrecentó por el dolor que le estaba ocasionando a su hijo. Con el corazón roto por Ravyn y por Jack, se giró para volver a la escalera, pero se dio cuenta de que él no la seguía. Se había acercado a Jack y estaba arrodillado a su lado. La doctora parecía un poco sorprendida, pero guardó silencio. Solo se escuchaban los sollozos de Jack.

—¿Por qué no ha podido despertarse aunque fuera un minuto? —susurró el escudero—. Solo quería hablar con ella por última vez. Solo quería que supiera que la quiero mucho. Que significa mucho para mí.

Ravyn alargó el brazo y le tocó la frente para consolarlo.

—Ella lo sabía, Jack.

El muchacho negó con la cabeza.

—No, no lo sabía. No paraba de quejarme cada vez que mandaba hacer algo. ¿Por qué tenía que quejarme tanto? Debería haber hecho algo alguna vez, aunque solo fuese una vez, sin protestar. ¡Dios, solo quiero tenerla de vuelta! ¡Lo siento mucho, mamá!

Sus lamentos le llenaron los ojos de lágrimas y devolvieron a su mente los recuerdos de su propio dolor cuando se enteró de la muerte de su madre. Aquel había sido el peor momento de su vida.

Lo seguía siendo. Y, al igual que Jack, no paraba de pensar en las cosas que podía haber hecho de otro modo. En las cosas que quería decir, pero que ya no podría decir nunca.

Observó en silencio la escena mientras Ravyn se sentaba en el suelo a su lado y la doctora se apartaba para dejarles espacio.

Ravyn soltó un suspiro cansado.

—¿Sabes lo que más echo de menos de mi madre? Escucharla cantar por las noches cuando tejía sentada frente a la chimenea.

Jack lo miró con el ceño fruncido.

—Tu madre no tejía. Era arcadia.

—Sí, ya sé que es un pasatiempo un poco extraño en mi gente, pero a ella le encantaba. Hacía todo tipo de prendas, pero los guantes eran mis preferidos. Su presencia me acompañaba cuando me los ponía. Percibía su olor. No sé por qué, pero siempre acababa perdiendo alguno. Así que me hacía otro, lo besaba y me lo ponía mientras decía: «Será mejor que este gatito no pierda los guantes o lo despellejaré». Yo me reía y me iba tan contento… hasta que volvía a perderlo.

—A mi madre le encantaba leer —susurró Jack—. Cuando era pequeño, la apunté a uno de esos clubes de lectura donde te envían un montón de libros gratis, sin saber que tenía que pagar el envío postal. Mi madre se puso muy contenta, pero yo me sentí como un idiota cuando mi hermana Brynna me dijo que mamá había tenido que pagar el envío. Así que Erika y yo acordamos que yo le llevaría la mochila del colegio durante dos meses para poder devolverle el dinero a mi madre.

Ravyn pareció pasmado por las noticias.

—¿Y sobreviviste?

—Bueno —contestó el escudero con una sonrisa insegura—, digamos que me gané cada centavo y que me tendría que haber pagado un poco más. —Sorbió por la nariz y miró a Ravyn—. ¿Desaparece el dolor con el tiempo?

Ravyn clavó la vista en el suelo. Su oscura mirada irradiaba una terrible agonía.

—La verdad es que no. Siempre habrá una parte de ti mismo que seguirá añorándola. Verás algo que te la recordará, querrás decírselo y te darás cuenta de que ya no está aquí. Y en ese momento volverás a sentir el vacío de su ausencia.

Una lágrima resbaló por una de las mejillas de Jack.

—Ravyn, eso no me ayuda nada.

—Lo sé, compañero. —Se giró para mirarlo con sinceridad—. Pero algún día lograrás perdonarte, y eso es lo más importante. Algún día volverás a sonreír cuando pienses en ella.

Jack se limpió las lágrimas de las mejillas y tomó aire de forma entrecortada.

—Gracias por hablar conmigo.

—De nada. No hay nada peor que sufrir en soledad. Cuando quieras hablar, ya sabes dónde estoy.

—En el sótano.

Lo vi asentir con la cabeza.

—¿Seguro que estás bien?

—Sí. Tad y Jessica se están encargando de todo. Lo único que tengo que hacer es ir a recoger a Brynna cuando llegue dentro de un par de horas.

Ravyn le dio unas palmaditas en el brazo antes de ponerse en pie, momento en el que se dio cuenta de que ella seguía allí, observándolos. Pasó a su lado con las mejillas ruborizadas y bajó la escalera.

En lugar de seguirlo, continuó donde estaba, abrumada por la ternura que sentía por ese hombre y a medida que esa emoción la inundaba, comprendió lo fácil que sería enamorarse de él. De hecho, una parte de su ser ya lo estaba. No muchas personas que hubieran sufrido el mismo rechazo que Ravyn podrían demostrar tanta compasión por sus semejantes.

Y entonces comprendió algo más. Por eso toleraba a Erika. La chica podía desquiciarlo, cierto, pero en su mente era lo más parecido a una familia que tenía.

Posiblemente por eso mismo la toleraba a ella a su lado. A una desconocida. Sabía lo mucho que estaba sufriendo por las muertes de Angie y Jimmy.

Bajó la escalera a punto de echarse a llorar por lo sensible que estaba y caminó hacia la habitación, donde Ravyn estaba ojeando las notas de Jimmy. Estaba de espaldas a ella y la luz de la bombilla caía directamente sobre su pelo. Cerró los ojos y aspiró su agradable aroma. Ansiosa por tenerlo cerca, atravesó la estancia y se pegó a su espalda, abrazándolo por la cintura.

La inesperada ternura que lo invadió al sentir el contacto de Susan lo estremeció. Las emociones se agitaban sin control en su interior. Ira y odio por la muerte de Belle. Dolor y compasión por Jack. Y algo muy distinto que ni siquiera alcanzaba a comprender por Susan.

Se giró sin apartarse de sus brazos y se apoderó de sus labios. Le tomó la cara entre las manos y exploró la sensualidad de esa boca a placer. Sabía a miel y a paraíso.

Susan notó que todo le daba vueltas mientras le arrancaba, literalmente, la camisa a Ravyn de la espalda. No sabía por qué, pero tenía que poseerlo. Allí mismo. Sin demora.

Él la miró pasmado mientras le pasaba la desgarrada camisa por los brazos, aunque acabó regalándole una sonrisa maliciosa.

—Si tienes tanta prisa…

Sus ropas desaparecieron al instante.

Se echó a reír a pesar del gélido ambiente. Aunque eso fue hasta que él la atrajo hacia sí y la presionó contra la pared. Embriagada por el roce de ese musculoso cuerpo, alzó las piernas para rodearle la cintura y comenzó a mordisquearle el cuello a pesar de que ya comenzaba a congestionársele la nariz.

Ravyn acercó la mejilla a la de Susan mientras disfrutaba del tacto cálido y suave de su cuerpo. Le encantaba sentirse rodeado por sus piernas, sentir el roce de su vello en el estómago y tener sus pechos aplastados contra el torso. Era la sensación más increíble que había conocido jamás.

Incapaz de soportarlo mucho más tiempo, se hundió en su cuerpo. La escuchó gritar al tiempo que le clavaba las uñas en los hombros. Apoyó la cabeza en la pared, pero en ese momento Susan comenzó a estornudar. Su cuerpo lo aprisionó con fuerza en su interior, aumentando el placer del momento.

Hasta que estornudó de nuevo.

—Esto es una putada —masculló, al darse cuenta que le estaba rozando la cara con el pelo. Se apartó un poco y la vio rascándose la nariz—. ¿Estás bien?

Su respuesta fue otro estornudo.

Irritado y con ganas de depilarse todo el cuerpo, salió de ella y se apartó para dejarle espacio a fin de que se recuperara.

Susan se sentía fatal mientras estornudaba. Ravyn parecía un niño al que acabaran de robarle un caramelo. Verlo así la enterneció. Pobre Gato con botas…

Eso sí, no estaba dispuesta a que algo tan insignificante les chafara el momento. Lo miró al tiempo que se llevaba el dorso de la mano a la nariz y apretaba para que los conductos nasales se abrieran de nuevo.

Ravyn estaba a punto de utilizar la magia para recuperar la ropa cuando la vio arrodillarse a sus pies. Antes de que pudiera moverse, Susan tomó sus testículos en la mano. Las delicadas caricias de sus dedos le provocaron un escalofrío en la espalda.

—Susan, ¿qué haces? Vas a ponerte peor.

Ella alzó la cabeza, se pasó la lengua por los labios y le lanzó una mirada increíblemente sensual.

—Merece la pena el mal rato.

Dicho lo cual, inclinó la cabeza y le lamió la punta de su miembro, haciendo que diera un respingo por el ardiente roce de su lengua. Acto seguido se lo metió entero en la boca y le arrancó un gruñido.

Con el corazón desbocado, enterró una mano en su pelo y apoyó el otro brazo en la pared para poder sostenerse mientras la miraba a placer. De vez en cuando la veía apartarse para estornudar, pero siempre seguía por donde lo había dejado.

Jamás había experimentado nada que le resultara tan emotivo. Era una mujer admirable y sabía que no tenía ningún derecho a estar con ella. Aunque siempre destruía todo lo que tocaba, deseaba con todas sus fuerzas poder quedarse a su lado. Ojalá pudiera…

Susan se relamió los labios después de estornudar y siguió con lo que estaba haciendo. Le encantaba el sabor de Ravyn. Pero lo que más le gustaba era la ternura con la que la miraba. Las dulces caricias de su mano mientras ella le daba placer.

No se apartó cuando se corrió, sino que siguió complaciéndolo hasta que todo acabó. Después se inclinó hacia atrás para mirarlo a la cara. La estaba observando con una sonrisa satisfecha.

—Eres la mejor —lo escuchó murmurar mientras le acariciaba los labios.

Se llevó su pulgar a la boca y lo chupó.

—Qué va, pero me alegra que lo pienses.

La ayudó a ponerse en pie y la hizo girar para que su espalda quedara pegada a su torso. La abrazó desde atrás y la estrechó con fuerza, tras lo cual comenzó a mordisquearle el cuello.

—¿Qué va a pasar con nosotros, Ravyn? —le preguntó en voz baja.

—No lo sé, pero ahora mismo me alegro de que estés conmigo.

La certeza de que esos momentos no durarían mucho resultaba dolorosa. Y lo peor era que no podría recuperar su antigua vida. Había aprendido algunas cosas sobre el mundo que la atormentarían siempre.

Sin embargo, era mucho peor saber que tendría que relacionarse con Ravyn en el futuro sin formar parte de su vida. ¿Por qué sentía algo así por un hombre que no podía tener? No estaba bien desear lo único que jamás podría reclamar.

Y entonces lo sintió. El roce de sus colmillos en el cuello. La maravillosa sensación le arrancó un gemido y arqueó la espalda, anticipando lo que estaba a punto de suceder.

Ravyn capturó sus pechos con las manos y le acarició los sensibles pezones con las palmas al tiempo que su aliento le quemaba la piel. Acto seguido una de sus manos se trasladó más abajo para acariciarla antes de que volviera a penetrarla muy despacio, hasta que estuvo hundido en ella hasta el fondo.

El placer de sus embestidas era casi doloroso.

Ravyn le cogió una mano y se la llevó a la boca para mordisquearle la palma.

No podía explicarlo, pero tenía la sensación de que ya era suya. Como si hubiera un vínculo entre ellos. No tenía el menor sentido. No había explicación. Y no se había sentido así en la vida. Ya no se sentía sola. Aunque el futuro la asustara, ya no tenía miedo. Nada parecía importar mientras estuviera con él.

Ravyn aspiró el dulce perfume de esa delicada piel. Nada olía mejor que su Susan. Nada era mejor que el roce de su piel. Las caricias de sus manos. Cerró los ojos para saborear mejor esas caricias.

No sabía cómo iban a salir del lío en el que se encontraban, pero tenía una cosa muy clara. No iba a permitir que le pasara nada. Jamás. Se aseguraría de que recuperaba la vida que llevaba antes de que todo empezara. Era lo menos que se merecía.

Y en ese instante la notó tensarse a su alrededor antes de que gritara en pleno orgasmo. Apretó los dientes y la estrechó con fuerza al tiempo que aumentaba el ritmo de sus movimientos para reunirse con ella en el paraíso.

Los dos siguieron de pie junto a la puerta, jadeando. No quería moverse, pero por desgracia su miembro salió de ella y la sensación le provocó un extraño vacío. No quería dejarla. Ni siquiera un segundo.

Ella se dio la vuelta con una sonrisa y se acercó para darle un mordisco en el labio inferior.

—¿Todavía tienes la nariz atascada?

—Sí, pero por ti, merece la pena.

La respuesta le arrancó una carcajada. Se inclinó para besarla y apenas le había rozado los labios cuando notó un horrible pinchazo en la mano.

El corazón le dio un vuelco al reconocer una sensación que había experimentado siglos antes.

Era imposible…

Escuchó que Susan siseaba al tiempo que agitaba la mano como si se hubiera quemado.

—¿Qué c…? —Dejó la frase en el aire mientras contemplaba lo que acababa de aparecer en la palma de su mano… igual que le había pasado a él.

La marca.

—¿Ravyn? —la escuchó decir.

Un torbellino de emociones contradictorias surgió en su interior, haciendo que lo viera todo borroso.

—No puedo emparejarme. —No podía hacerlo siendo un Cazador Oscuro. Era imposible, ¿o no?

¿Qué coño significaba eso?

Susan lo miraba con expresión confusa.

—Pero es eso, ¿verdad?

Asintió con la cabeza, incapaz de creer en su mala suerte. Estaba muerto. ¿Cómo iba a emparejarse? Desafiaba a la lógica. No podía tener hijos, no podía comprometerse.

Y al cabo de un par de semanas, tampoco podría volver a tener relaciones sexuales.

—¡Me cago en las Moiras! —masculló. ¿¡En qué estaban pensando!?

Susan apretó el puño para ocultar los antiguos caracteres. No sabía qué reacción había esperado por parte de Ravyn, pero desde luego no ese arranque de furia.

—No sabía que te diera tanto asco la idea de estar conmigo.

El mal humor se borró de su expresión al instante.

—¿Cómo se te ocurre pensar algo así? Pero, Susan, ¡joder! ¿Entiendes lo que significa esto?

—Sí. Que lo llevas crudo.

Lo vio apoyar la cabeza en la pared.

—No me lo puedo creer.

—En fin, mira el lado bueno. Por mucho que hayamos avanzado, si le contara a la gente lo que sé de vosotros, acabaría encerrada mientras que todo el mundo se ríe de mí… incluido tú.

—No tiene gracia.

—Lo sé —le aseguró, alzando las manos para acariciarle la cara—. Te prometo que no te complicaré la vida. Podemos emparejarnos y después dejaré que te vayas y volverás a ser libre para hacer lo que quieras.

—La cosa no funciona así.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, extrañada.

—Mientras tú sigas viviendo, yo no podré acostarme con otra mujer. Nunca jamás.

—Y si no nos emparejamos, te convertirás en un eunuco.

—En resumen, sí.

El miedo le provocó un estremecimiento mientras reflexionaba acerca de la nueva revelación. Mientras ella viviera…

—No irás a matarme, ¿verdad?

La pregunta pareció sorprenderlo y ofenderlo a la vez.

—¿¡Qué!? ¿Es que estás loca? ¿Por qué iba a matarte?

—A ver… diez segundos después de conocerte te vi degollar a un tío como si tal cosa, y ahora vas y me dices que mientras yo siga viva, tú estás jodido. El asesinato me parece la salida más fácil para ti, aunque quiero que quede claro que yo me opongo terminantemente.

—Tranquila. No puedo matarte. Hice el juramento de proteger a la Humanidad.

No tenía muy claro qué le resultaba más ofensivo. Si el hecho de que hablara tan a la ligera de su muerte o que lo único que le impedía matarla fuese un juramento.

—¡Hala, qué bien! Me alegro mucho de significar tanto para ti.

—No estaba hablando en serio —la tranquilizó con expresión burlona.

—Ya…

—No me puedo creer que esté emparejado con una mujer que me tiene alergia —dijo al tiempo que apoyaba la frente en la suya.

—¿Tú te vas a quejar? Soy yo la que tendría que estar subiéndose por las paredes ahora mismo. ¿Cómo voy a presentarte cuando estemos con gente? Este es mi… ¿qué? ¿Mi compañero sentimental? ¿Mi pareja? ¿Mi mascota?

Ravyn cerró los ojos y apretó los dientes.

—¿Por qué mis relaciones siempre tienen que ser tan imposibles?

—Oye, tú —le soltó, apartándose de él para mirarlo a los ojos—. ¿A qué viene esa actitud tan derrotista en Catman? Yo soy la que debería estar atacada. Joder, podrías pegarme las pulgas o algo así, ¿no?

Eso lo hizo reír.

—Sí que te voy a pegar… —replicó, dándole una palmada en el trasero.

—Será mejor que no lo vuelvas a hacer. Podría sacarte engañado a la calle a plena luz del día y llevarte a un veterinario para que te castre.

—No hace falta que esperes a que amanezca. Con que salgas por esa puerta y te mantengas alejada de mí tres semanas, conseguirás lo mismo.

Sus palabras acabaron con el buen humor.

—Nunca te haría eso, Ravyn.

—¿Por qué no? ¿Qué más da? De todas formas no podemos vivir juntos. Aquerón jamás lo permitiría.

—A Cael se lo permite.

Esas palabras lo hicieron reflexionar. Tenía razón.

—¿Te has parado a pensar lo que conlleva vivir conmigo?

La vio hacer un mohín como si acabara de oler algo asqueroso.

—Si te pareces a la mayoría de los hombres, me encontraré calcetines y calzoncillos sucios en el suelo. La tapa del inodoro levantada. El bote de mantequilla de cacahuete vacío en el frigorífico… Eso sí —añadió con expresión muy seria—, vas listo si esperas que te limpie la caja de arena. Erika necesita tener responsabilidades.

Acababa de dejarlo pasmado. Era capaz de verle el lado jocoso a cualquier situación.

—Tu vida estará siempre en peligro.

—¿Cómo dices? ¿Es que tienes amnesia o algo? ¿Ya te has olvidado de todos los ataques que hemos sufrido? Y eso sin contar con el marco de la puerta que ha estado a punto de decapitarme.

—Susan, estoy hablando en serio.

—Y yo también. A ver, estoy dispuesta a intentarlo. Preferiría tener un poco más de tiempo para enamorarme de ti y me encantaría que fueras humano, pero nadie es perfecto. Por otra parte, casi todos los tíos son unos cerdos, no unos gatos… y luego está lo de la alergia…

La interrumpió con un beso.

—Tranquila. No tenemos por qué solucionarlo ahora mismo. Te estoy pidiendo el resto de tu vida. Literalmente. En nuestro mundo no existen los divorcios. Tenemos tres semanas para decidirnos, así que quiero que tengas muy claro todo lo que esto conlleva, ¿vale?

—Vale, pero debemos tener en cuenta que dentro de tres semanas podríamos estar muertos o en la cárcel, que en tu caso sería lo mismo que palmarla.

—Cierto.

Se dejó abrazar. La verdad sea dicha, no lo tenía muy claro, y se alegraba de que le hubiera dado tiempo para pensárselo. Sin embargo, no podía dejarlo solo y robarle la única oportunidad de tener un vínculo con otra persona. Eso, además de ser una crueldad, estaría muy mal. Sobre todo después de lo bien que se había portado con ella.

De todas formas, les quedaba un largo camino por delante y parecía que las cosas iban de mal en peor. No sabía lo que les depararía el día siguiente. Se conformaba con que pudieran vivir un día más. Punto.

—¿¡Qué quieres decir con que se han escapado!?

Trates suspiró y se dio la vuelta para mirar al cabrón humano al que prefería dejar seco en lugar de verse obligado a tratar con él. Pero Stryker respaldaba la alianza, aunque la creyera indigna de ellos y completamente absurda. De modo que ahí estaba, dorándole la píldora al jefe de policía cuando lo que en realidad le gustaría hacer con Paul Heilig era degollarlo y quedarse con esa alma tan podrida que tenía.

—Los teníamos acorralados en un callejón cuando apareció Aquerón y mató a todos los daimons. Vamos a desaparecer hasta que se marche.

—¡Y una mierda! Me prometisteis que…

—Escúchame, humano —masculló—. A este Cazador Oscuro es mejor dejarlo tranquilo. No es como los demás.

—También está ligado a la oscuridad y cuando algo vive permanentemente en la cara oscura de la luna, lo único que hay que hacer para matarlo es dejarlo al sol.

Trates alzó las manos.

—Solo he venido a traerte el mensaje de lord Stryker. Haz lo que te dé la gana. Será tu funeral. —Se dio la vuelta y abrió el portal que lo llevaría de vuelta a Kalosis.

Sin embargo, en cuanto lo hizo Paul corrió hacia él.

El dolor punzante que le atravesó el pecho lo hizo mirar hacia abajo y vio que de su torso sobresalía la punta de una espada. Justo sobre la mancha que lo identificaba como lo que era.

Paul sacó la espada un momento antes de que Trates se convirtiera en una nube de polvo dorado.

—Ahí te equivocas, Trates. Es tu funeral, no el mío.

Y pronto habría otros muchos que sufrirían el mismo destino que el daimon. Si Stryker no tenía los huevos suficientes para hacer lo que había que hacer y garantizar así la seguridad de sus hijos, a él le sobraban.

Ya había perdido a su esposa a manos de un Cazador Oscuro y no iba a permitir que les arrebataran también a sus hijos. Lo que hubiera que hacer era lo de menos. Iba a asegurarse de que siempre estarían a salvo.