Ravyn soltó un taco al comprender lo que estaba sucediendo. Susan tenía razón. Los daimons los habían reunido a sabiendas de que sus poderes ya estaban debilitados porque eso los debilitaría todavía más. Lo que los convertía en presas fáciles para los spati. ¡Joder!, pensó. Deberían haberle hecho caso a Nick. Les había dicho hasta lo de los teléfonos. ¿Quién iba a pensar que ese cabrón estaba diciendo la verdad? Y, cómo no, era el único que no estaba presente…
—Tenemos que separarnos —dijo Cael, pero antes de que acabara de hablar comenzaron a abrirse las madrigueras a su alrededor, atrapándolos en el estrecho y sucio callejón.
Los spati tomaron la parte inferior y la superior de la cuesta.
—Lo llevamos crudo —dijo Belle al tiempo que sacaba el látigo y lo agitaba en el aire—. ¿Se os ocurre algo?
—Ajá —contestó Zoe mientras se sacaba un puñal de la caña de una de sus botas—, aprender a teletransportarnos.
Todos los ojos se clavaron en él.
—Ojalá pudiera ayudaros, chicos. Pero al morir perdí esa habilidad.
Belle lo miró con un mohín.
—Y entonces ¿para qué sirves, leopardo?
En ese momento ni él lo sabía. Todos tenían muy claro que estaban en un buen aprieto.
Con el subidón de adrenalina que le había producido la perspectiva de una pelea que podía ser la última, se giró hacia Susan.
—Hay que sacarte de aquí.
Ella lo miró con el ceño fruncido mientras señalaba hacia ambos lados del callejón, donde los spati se estaban reuniendo.
—Sin ánimo de ofender, Catman. A menos que sepas algo que yo no sé, no creo que los daimons vayan a dejarme marchar.
Por mucho que odiara admitirlo, Susan tenía razón. Furioso por haber caído en ese engaño, hizo aparecer una estaca y se la ofreció.
—Ya conoces la leyenda. Directa al corazón y morirán.
El miedo asomó a esos ojos azules, aunque acabó por sonreír con valentía.
—Llámame Buffy. Fíjate, hasta soy rubia. Eso sí, no me pidas que me ponga un top de tirantes. —Le echó un vistazo a Zoe—. Ni un corsé.
Se llevó la mano que sostenía la estaca a los labios y le besó los nudillos. Allí a la espera de una muerte inminente, sintió una oleada de respeto por esa mujer como jamás había sentido por nadie. Pero fue otra emoción mucho más tierna la que invadió su corazón. Sin importar lo que pasara esa noche, solo esperaba que Susan saliera sana y salva del aprieto.
Antes de alejarse, Susan le regaló una sonrisa y tras eso la dejó marchar a regañadientes, consciente de que debía prepararse para la lucha.
Mientras los daimons los rodeaban, ellos formaron un círculo para cubrirse las espaldas. Intentó que Susan se quedara en el centro, pero ella no se lo permitió.
—Susan, quédate ahí.
Ella enfrentó su mirada sin flaquear.
—Preocúpate de la pelea, y no estés pendiente de mí. Ahora mismo soy la única capaz de utilizar toda su fuerza.
Zoe resopló al escuchar la bravata.
—Y también eres la única con un alma que estarán encantados de poseer y con sangre que no los matará.
Estaba a punto de replicar al comentario, pero cerró la boca.
—Llevas razón en las dos cosas —admitió y literalmente saltó hacia el centro del círculo.
Para comprobar que estaba tan lejos de la zona de peligro como era posible, Ravyn extendió un brazo hacia atrás.
Dragón extendió sus nunchakus mientras Menkaura se enrollaba una extraña cadena dorada alrededor de una mano.
Los daimons no se abalanzaron sobre ellos, sino que se acercaron despacio como si estuvieran alargando el momento para disfrutar de la imagen de verlos juntos y acorralados.
—¿A qué están esperando? —preguntó Belle.
—A que nos debilitemos todavía más —respondió él con los dientes apretados.
—Que les den —masculló Cael antes de soltar un grito de guerra y lanzarse a por el daimon que tenía más cerca.
Sin pensar en lo que hacía, él también abandonó la formación al ver que dos daimons se acercaban a su amigo por la espalda. El caos se desató en ese mismo instante, cuando los spati cayeron en masa sobre ellos.
Susan era incapaz de respirar mientras observaba cómo los daimons atacaban a los Cazadores Oscuros. El enemigo era tan numeroso que no estaba segura de que todavía siguieran en pie.
Trastabilló hacia atrás cuando un daimon se acercó a ella y se detuvo a escasa distancia. Lo vio olisquear el aire de tal modo que le recordó a un perro que acabara de olfatear algo apetitoso.
—Tú no eres una de ellos —dijo con una sonrisa satisfecha—. Eres humana.
—Y tú no.
Se lanzó sobre ella sin más palabras.
Lo agarró por la camisa y cayó con él al suelo. Rodó hasta quedar de espaldas y alzó las piernas para quitárselo de encima de una patada, tras lo cual giró de nuevo para ponerse en pie. Vio que el daimon aterrizaba al lado de un contenedor, pero un nuevo enemigo corría hacia ella. Una mujer. Le asestó un codazo en la cara al tiempo que giraba para intentar apuñalarla en el pecho.
La mujer le hincó los colmillos en el brazo.
Siseó al sentir el dolor que se extendió por la extremidad.
—Me repatea pelear como una chica, pero… —La agarró por el pelo y le dio un tirón con todas sus fuerzas.
La mujer gritó y ella aprovechó para golpearla con la cabeza.
Ravyn se dio la vuelta y vio que Susan se las estaba apañando bien contra sus oponentes. Sorprendido por su habilidad, no se dio cuenta del daimon que se le estaba acercando por detrás. De repente, sintió un dolor candente en el hombro y se giró para asestarle al enemigo un puñetazo en la cara. El daimon se alejó a trompicones, pero le dejó el puñal clavado en el hombro. Se lo arrancó con un taco y una mueca de dolor, y lo lanzó directo al corazón de su oponente, que estalló en una lluvia de polvo dorado que cayó sobre él.
Cogió el puñal en el aire y corrió a ayudar a Susan. La vio ejecutar un mawashi geri, una patada circular, con tal maestría que habría impresionado incluso a Bruce Lee. Era evidente que sabía apañárselas solita. Dragón la había instruido bien. Antes de que pudiera alcanzarla, Susan se giró para enfrentarse a un nuevo oponente al que le clavó la estaca en el pecho.
Se detuvo en seco cuando vio que lo mataba como si fuera una profesional. En ese momento se giró hacia a él, lista para atacarlo, pero se detuvo al ver que tenía el pelo negro.
—Recuérdame que no vuelva a cabrearte nunca más —le dijo con una sonrisa torcida.
—Me alegra que por fin lo hayas pillado.
En ese instante otro daimon se acercó a ella desde atrás, pero antes de que pudiera alargar un brazo para encargarse de él, Susan le asestó un codazo en la cara y lo lanzó al suelo de bruces, donde lo inmovilizó doblándole el brazo y colocándole el pie derecho en la base de la espalda.
Convencido de que podía defenderse sola, se giró y vio a Belle rodeada por el enemigo. Estaba herida y sangraba profusamente. Un daimon muy corpulento agitaba un hacha en el aire que pasó a escasos centímetros de su cabeza porque se agachó a tiempo.
Corrió hacia el daimon del hacha y lo alejó de ella de una patada.
Otros dos más se acercaron para atacarlo junto al daimon que blandía el hacha. Hasta él llegaban los chasquidos del látigo de Belle y los golpes que Dragón asestaba con sus nunchakus; sin embargo, siguió concentrado en el hacha para esquivar sus letales mandobles. Se dejó caer al suelo y rodó antes de lanzarle una patada a las piernas de su oponente que lo tiró al suelo de espaldas. Se apoderó del hacha que el daimon había soltado y la blandió sobre el enemigo para acabar con él.
Sin embargo, los daimons seguían atacándolo.
Uno de ellos se lanzó a por él desde atrás y lo arrojó de bruces al suelo. El hacha salió volando al caer y se detuvo a los pies de otro daimon que la cogió con una carcajada y se abalanzó sobre él.
Intentó alejarse, pero solo consiguió tropezar porque uno de ellos lo empujó hacia la trayectoria del arma. Para esquivarla, se transformó en leopardo y el daimon acabó decapitando a su congénere. Sin embargo, apenas había tenido tiempo de alejarse cuando otro oponente lo hirió en una pata trasera con otra hacha.
Gimió al tiempo que perdía el control de sus poderes a causa del dolor y adoptaba de nuevo forma humana. Solo tuvo tiempo de conjurar sus poderes para vestirse y girar en el suelo antes de que se lanzaran a por él.
Para su sorpresa, Susan apareció de repente blandiendo un hacha que debía de haberle arrebatado al enemigo.
—¡Atrás! —masculló, alejando a los daimons de él.
Intentó ponerse en pie pero la herida se lo impidió. Comenzaban a fallarle las fuerzas y sabía que el resto de sus compañeros no estaba mucho mejor que él. Por mucho que intentara recuperar la forma animal, el dolor se lo impedía.
Iban a morir todos.
El enemigo se hacía más fuerte a medida que ellos se debilitaban. Eso sí, no pensaba morir en el suelo como un ratón asustado. Se puso en pie a duras penas y en ese momento un daimon le asestó tal puñetazo en el mentón que le pareció un mazazo en toda regla. Notó el regusto de la sangre en la boca y comprendió que le había partido el labio. Escupió al suelo antes de golpear a su oponente con la cabeza y alejarlo de una patada. En ese mismo momento vio un destello de luz con el rabillo del ojo derecho.
Era la luz que se reflejaba en las hachas de dos daimons que habían acorralado a Belle. Petrificado por el horror de lo que iba a suceder, observó con impotencia a sabiendas de que no llegaría a tiempo para salvarla.
El dolor de la pérdida los asaltó a todos al mismo tiempo mientras contemplaban a su compañera caer de rodillas un segundo antes de que el enemigo la ejecutara con frialdad.
Susan contempló horrorizada el cuerpo de Belle, que yacía en un charco de sangre sobre el oscuro asfalto mientras los dos daimons chocaban los cinco por encima del cadáver.
Zoe corrió hacia ellos con un alarido, pero otro daimon la tumbó al suelo con una patada circular. La Cazadora cayó al suelo de bruces y giró para golpear a su oponente que intentaba apuñalarla.
En ese instante Ravyn recibió una patada que juraría que le había roto las costillas.
Antes de que pudiera recuperarse, lanzaron a Menkaura sobre él. El peso bastó para rematar el golpe anterior y acabó por romperle las costillas de verdad. Con la respiración entrecortada por el dolor, se percató de la mirada aterrorizada de su compañero, consciente al igual que él de lo que se avecinaba.
No tenían escapatoria.
Se quitó de encima al nubio, que era mucho más corpulento que él, e intentó respirar a pesar del horrible dolor que lo invadía.
—¡Llamad a Stryker! —gritó uno de los daimon—. Querrá estar presente cuando mueran.
—Sí —convino una voz ronca y furiosa que reverberó en las paredes de ladrillo que los flaqueaban—, llamad a ese cabrón. Ahora mismo me encantaría ponerle las manos encima.
Ravyn contuvo la respiración al escuchar la voz que menos había esperado oír en esos momentos.
Susan titubeó al ver que todos los daimons se quedaban paralizados y con la vista clavada a los pies de la cuesta. Se giró para ver lo que estaban mirando y se quedó boquiabierta.
Sí… la visión petrificaría a cualquiera.
Iluminado por la brillante luz de la luna, el tío que había aparecido era altísimo. Llevaba el pelo largo con un mechón rojo en la parte delantera. A su alrededor giraba una neblina extraña que parecía acariciarlo como las manos de una amante. Iba vestido de cuero negro de la cabeza a los pies: pantalones, abrigo largo remangado para dejar a la vista los brazos y mitones. Su aspecto era el habitual entre los góticos que frecuentaban la zona de Capitol Hill. Sin embargo, en cuanto comenzó a subir la cuesta con pasos decididos y letales lo rodeó un aura tan poderosa y peligrosa que le puso los pelos como escarpias.
Los daimons se apresuraron a abrir las madrigueras.
—Ni hablar —dijo el recién llegado al tiempo que se iban cerrando una a una antes de que pudieran utilizarlas.
Un trueno ensordecedor retumbó en el aire. El sonido procedía del tipo en cuestión. Notó que la onda acústica la atravesaba, provocándole un estremecimiento que le heló el alma.
A medida que tocaba a los daimons, estos soltaban un alarido de dolor y estallaban en una colorida nube de polvo.
¡Joder, qué bien les habría venido el truco un poco antes!, pensó.
Incapaz de decidir si ese hombre era amigo o enemigo, corrió hacia Ravyn, que estaba abrazándose las costillas mientras sangraba profusamente por la pierna, el hombro, la ceja y la boca. Menkaura yacía a su lado, también gravemente herido. Tenía un tajo en la frente y, a juzgar por el ángulo de uno de sus brazos, saltaba a la vista que estaba roto. Se arrodilló junto a Ravyn y lo ayudó a sentarse.
—Ya era hora de que aparecieras, capullo —masculló Zoe mientras se limpiaba la sangre de la barbilla—. ¿Dónde cojones te habías metido?
El tío pasó por alto la pregunta y se acercó en silencio al lugar donde habían matado a Belle, como si supiera exactamente lo que había sucedido antes de llegar. Hincó una rodilla en el suelo con expresión atormentada y recogió el colgante de plata que la Cazadora llevaba en el cuello. Lo apretó con fuerza y se llevó el puño a la frente al tiempo que inclinaba la cabeza como si estuviera rezando.
La agonía que el gesto delataba la dejó hipnotizada. Saltaba a la vista que sentía muchísimo la muerte de Belle. Lo vio llevarse el colgante a los labios para besarlo antes de guardárselo en el bolsillo mientras se ponía despacio en pie y se giraba para mirarlos.
Estaba casi segura de que ese era el misterioso Aquerón, el líder de los Cazadores Oscuros. ¡La leche! ¿Cómo iba a imaginarse que era casi un niño en lugar de un anciano de aspecto sabio y respetable? A pesar de su imponente físico, era imposible que tuviera más de veinte años.
Sin embargo, el aura de poder que lo rodeaba era innegable. Ejercía sobre ella una sensación magnética y escalofriante. Al igual que en el caso de Savitar, estaba claro que no era humano y que tenía poderes que nadie debería poseer.
En ese momento miró a su alrededor y por fin le vio los ojos. Un simple vistazo bastó para que literalmente se cayera de culo al suelo. Jamás había visto nada parecido. Esa mirada irradiaba tanto poder, tanta sabiduría y tanto sufrimiento que fue como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
Esos ojos no eran humanos. Sus iris giraban como si fueran de mercurio mientras observaba la escena que lo rodeaba. Las heridas de los Cazadores Oscuros fueron sanando a medida que su mirada se posaba en ellos.
—Gracias, Aquerón —dijo Dragón con voz malhumorada mientras se limpiaba las manos ensangrentadas en su abrigo—. Pero podrías haber aparecido un pelín antes, ¿no te parece?
Le ofreció la mano para ayudarlo a ponerse en pie con gesto furioso.
—He venido en cuanto he podido, créeme.
Ravyn se levantó y se giró para ayudarla a hacer lo mismo.
—Me han dicho que estabas atado. A una cama, si mal no recuerdo.
—¿Cómo dices? —preguntó Aquerón como si estuviera ofendido—. ¿Quién te ha dicho eso?
—Un pajarito muy grande y con muy mala leche montado en una tabla de surf.
—¿Lo sabe? —replicó con una mueca de dolor—. Genial. Lo que me faltaba.
—¿En serio que hemos estado muriendo porque estabas distraído con tu novia? —preguntó Zoe con incredulidad.
Ash la miró enfurecido.
—Métete en tus asuntos, amazona. No estoy de humor para tus pullas. —Su mirada fue pasando por todos los demás—. ¿Cómo estáis?
—Aparte de cabreados y con el ego pisoteado, bien —respondió Cael—. ¿Por qué no has respondido a nuestras llamadas?
—No podía.
—Ya… —dijo Cael, poco impresionado por la respuesta—. En fin, bienvenido a Seattle. Tenemos un problema gordo con los daimons. Están confabulados con la policía y nos están dando para el pelo donde menos lo esperamos. Hemos perdido a Troy y a Aloysius. Y a Belle.
—Gracias por el resumen, pero ya me había dado cuenta.
—Estupendo, porque me piro a casa. A ver si tú también recibes unas cuantas hostias para variar.
Menkaura se acercó a Ash.
—Me alegro de que hayas venido, pero me habría gustado que lo hicieras antes.
—No tanto como a mí —lo escuchó murmurar mientras el nubio se alejaba.
Sus ojos los observaron de nuevo antes de preguntar:
—¿Alguna queja más?
Vio que Zoe abría la boca para hablar.
—No empieces —masculló Ash—. Bastante tengo con leerte el pensamiento, Zoe. He hecho todo lo que he podido, ¿vale?
—Pues menuda mierda. —Y con ese comentario, la Cazadora dio media vuelta y se marchó, murmurando algo sobre las manchas de café y los hombres inútiles.
Ravyn le dio unas palmaditas en el brazo antes de acercarse a Ash.
—¿Estás bien?
—No. Mi gente está muriendo y tengo muy poco tiempo. Tal como dice Zoe, menuda mierda.
—Ya la conoces —replicó Ravyn, dándole una palmadita en la espalda que lo hizo sisear y tensarse como si le hubiera hecho mucho daño.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—Estupendamente —contestó Ash, que se recuperó de inmediato—. Tenemos problemas más importantes que solucionar.
Echó un vistazo por encima del hombro y vio lo que él estaba mirando… un coche patrulla. Contuvo el aliento hasta que siguió su camino y desapareció.
—Por los pelos —dijo, mirando a Ravyn.
—Tenéis que volver al Serengeti.
Las palabras de Aquerón la dejaron pasmada.
—¿Cómo sabes que estamos allí?
—Susan, soy omnisciente.
El hecho de que supiera su nombre le provocó un escalofrío en la espalda.
—Ajá… parece que eso abunda por aquí. —Miró a Ravyn—. ¿Alguna vez te has sentido como si fueras un inútil?
—Todo el tiempo.
En fin, eso lo decía todo.
Caminaron calle abajo y ella aprovechó para echar un vistazo a su alrededor. No había rastro alguno de la batalla que habían librado. Nada. Ni siquiera polvo de los daimons. No quedaba ni rastro de que Belle había existido…
Una suave brisa descendió por el estrecho callejón, otorgándole al lugar un aspecto tranquilo y silencioso. La vida de los Cazadores Oscuros era muy trágica. Entregaban su vida para proteger a la Humanidad a pesar de que nadie sabía de su existencia. Y cuando morían, se desvanecían por completo.
Lo comprendió todo de repente y con dolorosa claridad. ¿Cuántas batallas como esa había librado Ravyn a lo largo de los siglos? ¿Cuántas heridas había sufrido sin que Aquerón estuviera a su lado para sanarlas? Estaba solo y no tenía a nadie de su lado.
¡Por Dios, habría muerto de no haberlo sacado del refugio! Esa idea le resultó increíblemente dolorosa.
—¿Susan?
Miró a Ravyn.
—Nena, ¿estás bien?
Asintió con la cabeza y echó a andar hacia ellos. Asaltada por la crudeza de sus emociones y ansiosa por el contacto físico, lo cogió de la mano. Aquerón la miró como si supiera lo que estaba pensando.
—¿Puedes ayudarnos a evitar que los humanos sigan atacando a los Cazadores Oscuros? —le preguntó a Ash mientras caminaban hacia el coche de Fénix.
—Una pregunta complicada, Susan —respondió, abriendo la puerta del coche—. La respuesta no es tan fácil como te gustaría.
Ravyn se detuvo al llegar a la puerta del conductor.
—¿Te pasarás luego por el Serengeti?
—Sí, nos vemos allí.
Susan se metió en el coche y los hombres cerraron las puertas a la vez. Siguió a Ash con la mirada mientras regresaba al callejón. Ravyn puso el coche en marcha y en ese momento juraría que vio a Ash desaparecer entre la niebla.
—Qué tío más raro…
—Sí.
—¿Es que no puede matar a todos los daimons como ha hecho hace un rato?
—Seguramente.
—¿Y por qué no lo hace?
Ravyn la miró mientras cambiaba de marcha.
—Ni idea. Supongo que su frase favorita lo resume bien: «Que puedas hacerlo no significa que debas». Hay un montón de cosas en este mundo que no tienen sentido. Imagino que los daimons y los apolitas están ahí para equilibrar la balanza, y que si desaparecieran todos, el equilibrio se rompería.
—Pero no estás seguro.
—No. Son solo suposiciones mías.
Susan reflexionó sobre ello mientras recorrían las oscuras calles.
Equilibrio…
En su opinión era una soberana tontería, pero ¿qué sabía ella? Solo era una periodista que hasta hacía dos días ignoraba por completo su existencia.
—¿Qué crees que harán los daimons cuando se enteren de que Ash está aquí? —preguntó.
—No lo sé con seguridad, pero en su lugar, yo saldría por patas.
Aquerón soltó un suspiro cansado mientras reaparecía en el callejón trasero del Serengeti. Notaba una presencia en el interior del local que lo entristecía profundamente.
Nick Gautier.
No lo había visto desde la noche que se suicidó y lo sacó del Hades para dejarlo en las garras de Artemisa. Nick lo odiaba, y tenía buenos motivos para hacerlo.
En un arranque de furia lo había maldecido, llevándolo a la muerte. La culpa lo mortificaba como si fuera una herida infectada que jamás podría curarse.
Y precisamente el odio que Nick le profesaba era la razón que le impedía entrenarlo y que lo había llevado a enviarlo con Savitar. No sabía por qué Savitar lo había liberado en ese momento y en ese lugar. Estaba seguro de que habría tenido sus razones, y le encantaría conocerlas. Claro que Savitar era mucho más celoso que él a la hora de guardar sus secretos. Ojalá pudiera ver el futuro de Nick, pero tenía prohibido ver su propio futuro y el de sus seres queridos.
—No tiene sentido posponer lo inevitable —dijo entre dientes.
No era un cobarde. Se preparó para lo que estaba por llegar y entró en el local por la puerta trasera.
Al primero que se encontró fue a Dorian, que salía del almacén con una caja de botellas.
—Ash —dijo, con los ojos como platos—. Has venido.
—Hola, Dorian. ¿Cómo está tu pareja?
—Bien. ¿Y Simi?
Sintió que el demonio caronte, que en esos momentos descansaba en forma de tatuaje sobre uno de sus bíceps, subía por su brazo y se acomodaba en el hombro, donde le gustaba dormir.
—También está bien.
—¿Está contigo?
Simi casi siempre estaba con él.
—A lo mejor aparece luego.
—Avísanos antes para decirle a Terra que saque la salsa barbacoa.
—Tú sí que la conoces…
Se alejó del arcadio para entrar en la cocina, donde saludó a Terra y a los cocineros antes de seguir hacia el bar. La música hip-hop era ensordecedora. En esos momentos sonaba «Grillz» de Nelly.
Le sorprendió que Nick aguantara ese estilo musical. Él no tenía problema, escuchaba de todo, pero a Nick no le iban ni el hip-hop ni el rap. Solo escuchaba rock metal y cajun zydeco.
Fue consciente del momento exacto en el que Nick lo vio. El odio le recorrió la espalda como una descarga eléctrica.
Temeroso por el encuentro, se giró y lo vio justo detrás de él. El amigo que bromeaba y se reía con él había desaparecido por completo, dejando en su lugar a un enemigo que planeaba constantemente el modo de matarlo, incluso en ese mismo instante.
—Bueno, bueno… —lo escuchó decir con expresión inescrutable—, mira lo que han traído los leopardos. Me sorprende que te hayas molestado en aparecer.
—Hola, Nick.
—Vete a tomar por culo —replicó antes de apurar un vaso de whisky, al cual miró echando chispas por los ojos—. ¿Sabes lo que más me revienta de ser un Cazador Oscuro?
—¿Que no puedes emborracharte?
Lo vio dejar el vaso en la bandeja de una camarera que pasó por su lado.
—Tener que aguantarte.
Meneó la cabeza. Era demasiado pronto para que hablaran. Nick necesitaba más tiempo.
—Luego te veo.
Estaba a punto de darle la espalda cuando Nick lo agarró por un brazo y lo obligó a mirarlo de nuevo.
—Me vas a ver ahora, cabrón.
Antes de que pudiera reaccionar, Nick le dio un puñetazo en el mentón. El golpe fue tal que trastabilló hacia atrás. Y de haber estado atento en ese instante, su antiguo amigo se habría dado cuenta de que él no había sentido el puñetazo. Los Cazadores Oscuros no podían hacerse daño entre ellos porque recibirían los golpes multiplicados por diez, pero él no era un Cazador Oscuro como los demás.
El instinto lo impulsó a devolver la agresión, pero se frenó a tiempo para no hacerle más daño. La multitud que los rodeaba se alejó de ellos, dejándolos en mitad de un amplio círculo, y los arcadios se miraron sin saber muy bien si debían interponerse entre dos Cazadores Oscuros y, lo más importante, si debían plantarse delante de él.
La ira desfiguraba el rostro de Nick.
—¿Cómo has podido destruir Nueva Orleans?
—¿Cómo dices? —preguntó, extrañado.
—Lo que has oído. ¿No te bastó con mi muerte? ¿También tenías que castigar a toda mi gente, a todos mis amigos?
—Nick, contrólate.
Sin embargo, le empujó y lo hizo caer sobre una mesa.
—Llevo horas viendo fotos… de la gente. Podías haberlo evitado todo y no moviste un dedo.
La ira amenazó con escapar a su control. Estaban llamando demasiado la atención.
—No sabes lo que estás diciendo.
—Sí que lo sé —lo contradijo, acercándose a él con actitud amenazadora e implacable—. Trajiste de vuelta a Kirian y a Amanda después de que murieran. Salvaste a su hija de los daimons y no hiciste nada para ayudar a mi madre. Dices que amas Nueva Orleans y no moviste un dedo para ayudar a la ciudad cuando más te necesitaba.
—Eso no es cierto, Nick. Estuve allí e hice lo que pude. Pero hasta yo tengo límites y reglas sobre lo que puedo y no puedo hacer. ¡Joder, eras un hermano para mí! ¿Cómo puedes pensar que te he hecho daño de forma intencionada?
—Me mataste, ¿o es que ya no te acuerdas?
—No. Os quería, a tu madre y a ti, como no he querido a nadie en la vida. No fue mi intención haceros daño. Jamás.
—¡Y una mierda! Podrías haber acabado con el huracán chasqueando los dedos. Talon podría haberlo desviado. Te negaste a permitírselo, ¿verdad?
Meneó la cabeza mientras lo escuchaba. El destino no era tan fácil de controlar.
—No es tan sencillo.
—Es muy sencillo —lo contradijo de nuevo, dándole otro empujón.
La gente que estaba en el bar comenzaba a ponerse nerviosa, sobre todo los arcadios. Nick estaba llamando demasiado la atención y estaba hablando de cosas de las que supuestamente nadie podía hablar.
—Déjame, Nick. Lo digo en serio.
Sin embargo, en lugar de hacerle caso Nick lo agarró por la solapa del abrigo y lo acercó para susurrarle al oído:
—¿O qué? ¿Vas a matarme otra vez? —Se echó a reír como si eso le hiciera muchísima gracia. Se apartó de él y le pasó las manos por el abrigo para quitarle las arrugas—. En fin, lo siento. Estoy olvidando todos los modales que mi madre intentó enseñarme. —Lo miró con los ojos entrecerrados—. ¿Cómo está Simi? ¿Ha estado con algún tío últimamente?
La pregunta logró hacerle perder el control por completo. Lo supo al tiempo que aullaba de furia. Echó la cabeza hacia atrás y paralizó a todos los que estaban en el bar. A todos. La gente guardó silencio mientras la música seguía sonando y Nick y él se miraban a los ojos. No como amigos. Como enemigos.
El antiguo escudero se quedó blanco al ver su verdadera forma.
—Nunca has sabido cuándo cerrar la boca, cajun —le dijo con voz demoníaca.
—¿Qué eres?
Se miró las manos, que en esos momentos eran de color azul con vetas plateadas, como si fueran de mármol. El fuego que giraba en sus iris y en sus pupilas hacía que lo viera todo borroso.
Cerró los ojos y controló sus emociones para poder recuperar la forma humana. Ojalá pudiera borrarle la memoria a Nick, pero su antiguo amigo era el único entre un trillón de personas inmune a la manipulación mental. Eso fue lo que forjó su amistad.
Por desgracia, no era inmune a sus poderes divinos y eso había forjado su enemistad.
—Nick, te pido por tu propio bien que no te acerques a mí y que no vuelvas a nombrar a Simi en mi presencia nunca más.
Nick soltó una carcajada malévola.
—Ash, te juro que algún día encontraré la forma de matarte por lo que les has hecho a mis amigos.
—No me amenaces, chaval. No tienes poder suficiente.
—No es una amenaza —lo corrigió con una mirada abrasadora—. Es una promesa.
Se apartó del cajun con un gruñido y se internó entre la clientela petrificada.
—Vete si quieres. Pero el día que logre matarte con mis propias manos, recuerda que tú eres el motivo por el que estoy aquí.
El comentario hizo que diera media vuelta para mirarlo.
—No, Nick. Solo eres otro error de los errores de Artemisa que me atormentará para siempre.
Nick agarró una botella de la mesa que tenía al lado y se la arrojó, pero antes de que lo alcanzara la hizo estallar en el aire. Los trozos de cristal se quedaron suspendidos durante diez segundos antes de que cayeran al suelo convertidos en polvo.
Acto seguido, le dio la espalda y siguió caminando hacia la puerta con la intención de alejarse de él todo lo posible.
Tan decidido estaba a marcharse de allí, que no vio a la única persona que no estaba paralizada y que lo había observado todo desde un rincón. A la única persona que lo había escuchado todo.
Mientras el bar recobraba la normalidad y Nick se marchaba hacia la barra, la mujer disfrazada con una peluca negra sonrió con malicia.
Acababa de descubrir algo que les iría de maravilla…